El toro sabio (V)
EL pobre toro sagrado se sintió mal por haber humillado al chiquillo, así que le pidió que le enseñara modales para que no cometiera errores una próxima vez.
—La soledad de este valle me ha vuelto algo brusco— reconoció el cuadrúpedo mientras masticaba un poco de hierba.
—Para empezar, no está bien hablar mientras se come—atacó el crío.
—Pero yo no te hablo con la boca, te hablo con mis ojos.
Yamir tuvo que admitir que tenía razón.
Durante algunos días, Yamir domesticó al toro para que pudiera desenvolverse en la ciudad. Le explicó todo lo necesario para ser considerado educado en la tierra de la que provenía. Al mismo tiempo, el chico le contó maravillas de su familia y del clima del sur de la India.
—Pero ¿se está mejor que aquí? —preguntó el toro sorprendido—. Yo creía que vivía en el paraíso y por lo que veo tú provienes de un lugar que es todavía más hermoso.
Yamir no le estaba contando la verdad. Callaba sobre la miseria, el calor sofocante, el hambre, la suciedad... Tan solo pensaba en cómo iba s presumir si se llevaba consigo a aquel maravilloso animal sagrado. Despertaría la admiración de todos sus vecinos y sería respetado por todos. Incluso podía ganar dinero exhibiéndolo.
Sin darse cuenta, la avaricia se había apropiado de él.
El joven campesino extrajo una flauta de su zurrón y empezó a tocar una melodía que encandiló al toro, que jamás había escuchado música. Yamir supo entonces que, gracias a su instrumento musical, el toro le seguiría a cualquier parte.
Cuando Yamir propuso al toro que le acompañase al sur, a su casa, este no solo se mostró de acuerdo, sino que parecía impaciente.
El día de la partida, el toro le ofreció subirse a su lomo para fatigarse menos y así hacer el camino de regreso en mucho menos tiempo. Mientras el animal avanzaba, Yamir iba tocando su flauta.
Sin embargo, cuando volvieron a las nieves, el singular jinete descubrió con horror algo terrible: no oía nada, ¡se había quedado completamente sordo!