El pescador

UN fuego al borde del mar que resistía la brisa capturó la atención de Sam. Suspiró hondo antes de guardar en la mochila la caracola, tras envolverla cuidadosamente con su propia ropa.

El temblor de las llamas perfilaba la silueta de un hombre diminuto que asaba un pez en una rama. El olor del pescado crujiente despertó su estómago, que le avisó con un gruñido de que llevaba todo el día sin recibir comida.

Ahora tenía un motivo extra para dirigirse hacia aquel anciano, que era incluso más pequeño que él.

Los ojos del pescador —Sam supo que era él— reflejaron el poder del fuego cuando el recién llegado se sentó a su lado y se presentó.

—Bienvenido seas —respondió con voz clara y melodiosa—. Perdí casi todo mi oído en un naufragio, pero si hablas fuerte podemos entendernos.

—vengo a escuchar la historia del toro.

—¿Cómo?

—¡El toro sabio! Me han dicho que es un gran maestro —vocalizando cada una de las palabras.

—Sí que lo es, sí—repuso el pescador mientras clavaba una sardina a un palo y la acercaba al fuego—. Esta será para ti. Toma, ocúpate tú mismo de sostenerla.

Sam agradeció la invitación a tan suculenta cena, pero no quería perder el hilo de la conversación, así que volvió al ataque levantando mucho la voz.

—He oído decir que ese toro no es como los demás. Tiene algo mágico que da la sabiduría. ¿Usted lo ha conocido?

—El toro... Sí, dicen que era muy grande y asustaba. Ni siquiera necesitaba sus grandes cuernos. Te podía matar con la mirada.

Sam experimentó una mezcla de entusiasmo y decepción. Aquello coincidía con lo que le había dicho su abuelo, por lo tanto no había errado el tiro. Sin embargo, por la mera en que se había referido a aquella criatura, no parecía que el pescador lo hubiera conocido.

—Entonces, ¿no pudo verlo con sus propios ojos?

—¿A quién?

—¡Al toro de la sabiduría!

—Ah... ¡Claro que no! ¿Cómo iba a verlo? Pero conocí a quien lo conoció. Sí, señor.

Mientras daba el primer mordisco al pescado, Sam esperó que el viejo arrancara de una vez con el relato, pero antes le advirtió:

—Es una historia larga y llena de detalles. Puede que salga el sol para cuando termina de contarla, así que antes de hacerme perder el tiempo piensa si podrás mantener la atención hasta el final.

—¡Por supuesto! —gritó el chico—. Seré paciente como el mar.

—Así me gusta. Escucha bien, porque no debes olvidar nunca lo que voy a contarte.

Una ola gigante rompió en aquel momento contra la arena, poniendo el punto y aparte para que la historia pudiera al final comenzar.

El pescador fijo su mirada en el fuego y empezó:

—Se llamaba Yamir...