Prohibido lamentarse
El petirrojo mostró al chico las bellotas de la encina, alguna de las cuales habían caído al suelo y pronto serían árboles.
—Cada uno de estos frutos —explicó el pajarillo—, al igual que la semilla más pequeña, contiene todo un bosque. ¿Sabes lo que quiero decir?
—No exactamente.
—Pues es bien sencillo. En la semilla está la aspiración de ser árbol, el cual a su vez dará muchos más frutos y semillas que al crecer pueden acabar formando todo un bosque.
—¿Y qué tiene eso que ver con la prohibición de lamentarse? —preguntó Sam.
El pájaro volvió a levantar el vuelo y guió al chico hasta el primer de los alcornoques. Se quedó fijado a una rugosidad del corcho antes de explicar:
—Mientras te estás quejando, no permites que se realice aquello que eres en potencia. Te pondré un ejemplo fácil: si eres delantero fútbol y te pasas la vida lamentando un penalti que no marcaste en un partido importante, eso no te sirve para afinar la puntería. Lo que tienes que hacer es olvidar cuanto antes lo que salió mal y seguir chutando a puerta.
A Sam le resultaba chocante que aquella avecilla le hablara de fútbol, pero no entendía qué tenía que ver aquello con el alcornoque. Así se lo dijo, y el petirrojo le contestó:
—Este árbol es un gran ejemplo de resistencia ante la adversidad. ¿Sabías que puede soportar grandes incendios? Mientras que el fuego arrasa a todos los pinos, casi la mitad de los alcornoques rebrotan gracias a su traje de corcho. Su corteza blanca y flexible le ayuda a sobrevivir.
Aquello hizo pensar a Sam en la filosofía del bambú. Se daba cuenta de que aquel petirrojo parlanchín era muy sabio, así que decidió interrumpir las enseñanzas de los árboles para preguntarle por aquel que conocía todas las respuestas.
—Algo he oído —dijo el pájaro sacando pecho—. ¿Has venido a capturarlo?
—¿Cómo? Me han dicho que el Maestro puede ser terrible. ¡Nunca me atrevería a capturarlo!
—Desde luego, puede darte una buena cornada.
Sam pensó que el pajarillo le hablaba de forma figurada, pero para su sorpresa, añadió:
—Pregunta al padre Mello por dónde anda ese toro. Y, sobre todo, ¡ve con cuidado!
—No entiendo nada. ¿El Maestro del Bosque es... un toro?
Por toda respuesta, el petirrojo levantó el vuelo y le
dejó entre aquellos árboles que prohibían lamentarse.