El toro sabio (III)

AQUELLA noche Yamir soñó con las montañas más altas del mundo. En las cimas se podía ver una especie de manto de color blanco. El blanco más puro que jamás había visto...y se vio a sí mismo siguiendo unas huellas de animal... unas huellas que bien podían de ser... ¡un toro!

Se despertó en mitad de la noche. Su hoguera ya se había extinguido. La oscuridad era total salvo por los destellos de luciérnagas. Sus rápidos movimientos creaban dibujos fluorescentes en las tinieblas de la noche. De repente le pareció ver la forma de un árbol, y después la de un anciano con barba...

¡Era la seña que necesitaba!

Antes de que el sol volviera a salir, se puso en camino otra vez, lleno de impaciencia.

Durante días se vio envuelto en una espesa selva que parecía no tener fin. Pero finalmente, al llegar a un río, divisó la cordillera con la que había soñado.

A medida que el terreno ascendía, experimentó un frío al que no estaba acostumbrado, ya que Yamir siempre había vivido en tierras cálidas.

Finalmente encontró ante él aquel manto blanco de sus sueños.

Nunca antes había visto la nieve. Ni siquiera sabía que existía. Ahora buscaba las huellas, las huellas del toro sagrado. Pero no encontró ni rastro de ellas, y la duda volvió a su mente. ¿Y si su sueño era engañosos? ¿Se había equivocado de camino? ¿Tal vez le señal de las luciérnagas conducía a la perdición?

El frío empezó a agarrotar sus piernas, y el cansancio era cada vez más insoportable. La niebla empezó a rodearle y se vio perdido, agotado...

Yamir se despertó dentro de lo que parecía una cabaña. Estaba en un camastro de paja tapado con pieles de algún animal que desconocía. Un hombre con la cabeza rapada, túnica naranja y una sonrisa de absoluta serenidad le acercó un cuenco que contenía sopa caliente.

No pudo hablar con aquel hombre, porque al parecer era mudo. Sin embargo, todas las preguntas que le hizo las respondió con la mirada. Entendió que era un monje pastor, y su ganado no era otro que las almas perdidas de los hombres que buscaban respuestas, igual que Yamir.

Si aquel pastor orientaba a las almas que buscaban el camino de la sabiduría, significaba que estaba en el buen camino. Su tesón empezaba a dar sus frutos.

Permaneció dos días en la cabaña del monje y aprendió a hablar con el silencio. Hay miradas, gestos y sonrisas que transmiten mucho más que las palabras, ya que estas pueden resultar engañosas.

Yamir aceptó agradecido las ropas de abrigo que le ofreció su nuevo amigo y siguió adelante.

No pregunto al monje si encontraría al toro sagrado, pues en el fondo de su alma ya sabía que aquel animal era su destino.