La bandada de colibríes
A primera hora de la tarde llegaron a lo alto de La Tortuga, un mirador fustigado por vientos de los cuatro puntos cardinales. No se podía decir que fuera un lugar apacible, como ya le había advertido Gurú. Solo los pájaros que sobrevolaban la cima parecían contentos con aquellos embates furiosos e invisibles, ya que trazaban excéntricos vuelos con piruetas casi imposibles.
—Son colibríes —explicó el perro ante aquel festival de acrobacias aéreas—. Si te fijas bien, también ellos son maestros.
Sam siempre había pensado que los colibríes vivían en países tropicales. También había leído en algún sitio que eran pájaros muy territoriales, lo cual hacía extraño que se hubieran juntado tantos en una cima azotada por vientos huracanados.
Se agarró a un árbol muerto para no salir volando mientras observaba la extraña danza de aquel ejército multicolor. Cada uno de los colibríes seguía su propia trayectoria: unos subían con gran ímpetu para, de forma imprevista, dejarse caer al antojo del viento; otros navegaban lateralmente, haciendo de sus alas una nave con la que surcar aquel mar invisible y turbulento; otros permanecían detenidos en el aire, como congelados por una extraña magia.
—¿Cuál es la lección de los colibríes? —preguntó el chico, admirado con el espectáculo—. ¿Qué cada cual debe encontrar su propia manera de volar?
—Hay algo más importante que eso. Fíjate que son muchos, cada cual volando a su manera, pero no tropiezan los unos con los otros. Cada pájaro es consciente de su espacio y del de los demás. Si el cielo fuera una pista de baile, todos ellos serían bailarines que no pisan a sus parejas ni al resto de la gente que se divierte.
Sam se quedó pensativo, a la vez que asombrado por las reflexiones de aquel perro. Empezaba a entender por qué recibía el nombre del Gurú, y deseó que fuera su guía y compañero en la búsqueda del Maestro.
Al ver que el muchacho no decía nada, el perro concluyó:
—La danza de los colibríes habla de la amistad. Si confías en tus compañeros, puedes volar sin chocar. Saber que tú eres tú, pero perteneces a algo más grande, también te enseña el valor de la responsabilidad. La bandada es un todo en el que cada miembro es importante, pero lo esencial es hacia dónde se dirigen juntos.
Acababa de decir esto cuando los colibríes rompieron su vibrante concentración para precipitarse por el otro lado de la colina. Primero fue una avanzadilla de una docena de pájaros; a esta punta de flecha le siguió el cuerpo multicolor del resto de los compañeros, que pronto estuvieron fuera de su campo de visión.
Fue entonces cuando Sam se fijó en lo que rodeaba la cumbre de La Tortuga: por el lado conocido se hallaba el mundo del que venía, poblado por aldeas y pueblos de gente sencilla y trabajadora. Al otro lado, por donde había desaparecido la bandada, se extendía una escarpada cordillera sin signo alguno de vida humana.
De repente el chico sintió miedo y dijo a su acompañante:
—Supongo que debo dirigirme hacia allí. ¿Querrás acompañarme?
—¡Ni soñarlo! —exclamó Gurú—. Yo pertenezco a esta colina. Además, el Maestro solo acepta discípulos que caminan solos. Jamás ha dado audiencia a una bandada. A partir de aquí debes ser tu propia guía.