La conversación

Sam espero a que el grupo de alumnos se dispersara para hablar a solas con la única persona que tal vez podía llevarle hacia su destino. Se expresaba con tanta sabiduría y magnetismo, que llego a sospechar que fuera él a quien estaba buscando.

Decidió preguntar sin más rodeos:

—¿Es usted el Mastro del Bosque?

El padre Mello le miró sorprendido a través de sus gruesas gafas y respondió:

—Aquí delante solo veo agua, y hay demasiada para proclamarme el Maestro de Mar, ¿no te parece?

—¿Dónde está el Maestro, entonces?

—Maestro, maestro... —repitió jovial—. Yo no conozco a ninguno. Eso sí, el otro día vino a verme un padre con su niño. Por cortesía le dije: «¡Tiene usted un niño precioso!», ¿y sabes qué me respondió? Dijo: «Esto no es nada. Debería verle usted en fotografía».

El hombre rió suavemente al recordar esa anécdota. Sam aprovecho para reconducir la conversación:

—Me han hablado de un toro que otorga la sabiduría a quien lo encuentra. ¿No será ese el Maestro?

—¡Ah, claro! El toro...

El hombre se quedó pensativo un rato. Luego clavó su mirada en el mar y explicó muy lentamente:

—Si bajas hasta la playa encontrarás a un pescador que conoció a ese toro. Es ya muy mayor y apenas oye, pero tiene una voz preciosa y le gusta mucho explicar sus aventuras con ese animal. Cárgate de paciencia porque es una historia muy larga.

—Muchas gracias, padre. Hablaré con él.

—Espera, no te vayas. Voy a darte un regalo de viaje, por si no nos volvemos a ver. ¿Sabes qué decía un rabino al que conocí? Que de todo, absolutamente todo, podemos aprender algo. No hay nada en el mundo que no pueda enseñarnos algo.

—Incluso un toro.

—¡Y no solo eso! De hecho, además de lo que forma parte de la creación de Dios, todo lo que el hombre haya podido fabricar tiene su enseñanza. Un alumno de este rabino no estaba de acuerdo y le dijo: «Pero ¿qué puede enseñarnos el ferrocarril?». Y el rabino contestó: «Que por un instante, por un solo segundo, podemos llegar tarde y perderlo todo». El discípulo insistió preguntando: «¿Y el teléfono?», a lo que el rabino contestó: «¿Qué allí se oye lo que aquí decimos!». Bueno..., ahora ve hacia el mar, no vaya a ser que llegues tarde y el pescador se lleve su larga historia a otra parte.