Capítulo 6
La soledad de una habitación
Se habían marchado todos. El doctor Kindle abandonó también mi habitación sin percatarse de mi grado de desesperación. Denisse, mi madre y los demás habían salido minutos antes y no sabía cuando volverían después de escuchar las nuevas restricciones médicas con las visitas. Claro que ese no era el problema principal, ni mucho menos. No, mi mayor problema era entender la situación. ¿Yo en coma? No podía comprenderlo y la parte racional de mi cerebro se negaba a aceptar las evidencias.
Había transcurrido una semana completa desde el trágico suceso, aunque en mi errónea percepción yo pensaba que el tiempo perdido no podía ser mayor de unas pocas horas. Entre la entrada al quirófano, la intervención en sí y el post-operatorio, no había recobrado la lucidez hasta escasos minutos antes de que el galeno hiciera su aparición en el cuarto para fustigarnos con la verdad. El médico debía estar equivocado, su afirmación demencial no podía ser cierta.
Eso o me halaba en medio de un sueño surrealista en el que me encontraba atrapada sin remedio.
A cualquier persona de mente analítica, como era mi caso, le resultaría igual de complicado asimilar esta dantesca situación. Recordé entonces una película vista meses atrás junto a Denisse, un angustioso film televisivo que nos dejó muy mal cuerpo a ambas. En ella el protagonista sufría del corazón y le operaban para efectuar un trasplante. Pero la dosis de anestesia o la sustancia empleada no fue la adecuada y el paciente, aunque no podía moverse, se encontraba completamente alerta y despierto en el momento de la intervención. La imagen en la que le abrían el pecho para operarle a corazón abierto era demoledora, con el protagonista gritando en su interior hasta desgarrarse el alma, mientras en el exterior nadie era consciente del enorme sufrimiento padecido, un dolor sobrehumano que en condiciones normales debía haberle acarreado la muerte.
Mi caso no era el mismo, afortunadamente. La operación no había dejado ningún recuerdo consciente en mi memoria, pero la situación consecuente sí era similar. Según los médicos yo me encontraba en coma, similar. Según los médicos yo me encontraba en coma, un estado que por muy superficial que les pareciera, seguía siendo un coma al fin y al cabo. Sin embargo mis sentidos habían evolucionado hacia un escalón superior, aunque los músculos se negaran a moverse tras las órdenes impartidas desde mi castigado cerebro.
Siempre había oído que los individuos que perdían alguno de sus sentidos, fuera la vista o el oído, mejoraban el resto para equiparar las pérdidas producidas. Según pude comprobar al serenarme y fijarme más detalladamente, mi olfato se había agudizado, así como también el oído. No podía ver ya que los párpados no respondían a mis llamadas de apertura, y el tacto y el gusto no los había comprobado todavía. Pero entonces supe que algo más se había desarrollado en mi interior, algo ajeno a la voluntad de una enferma que no discernía en la oscuridad. Un sexto sentido en el más amplio aspecto de la palabra.
Alguien abrió la puerta silenciosamente, entró en la habitación y se acercó a la cama. Concentré mis energías en evaluar todos los datos que pudiera recoger sobre ese simple hecho. Esa persona revisó el gotero y las máquinas a las que estaba conectada. Decidí entonces seguir su difuso rastro como si de ello dependiera mi salvación en la huida del laberinto del Minotauro.
Me fijé en los andares y los movimientos de esa persona. Distinguí también un ligero efluvio a jabón de lavanda cuando anduvo por la estancia, por lo que colegí que se trataba de una mujer, posiblemente una enfermera. No podía verla, pero creí distinguir su sombra acercándose a la cama. Era completamente imposible, ya que yo tenía los ojos cerrados y era incapaz de abrirlos.
Entonces escuché sus manos rozando el gotero al cambiar la dosis y la imagen somnolienta que se dibujó en mi mente cambió, situando a esa mujer al otro lado de la cama. Se trataba de algo sobrenatural, casi terrorífico, aunque no supe apreciarlo en toda su extensión hasta algunas horas después.
Los murciélagos. Esa tenía que ser la explicación.
Sin saberlo, había desarrollado algún tipo de sónar o sentido interno similar a los utilizados por los murciélagos y otro tipo de animales cuya visión no era demasiado buena. Una idea descabellada, cierto, pero no podía desestimarla sin más. La mente, ayudada por los sonidos escuchados y los movimientos difusamente perfilados gracias a este nuevo sentido, parecía calibrar y triangular todas las sensaciones, haciéndome creer que podía vislumbrar la silueta de los seres en movimiento que pasaban a mi lado. Si la teoría era cierta podía tratarse de un caso único en el mundo, aunque no podría comprobarlo hasta que regresaran las visitas o alguien del personal médico.
Intenté encorajinarme, olvidarme de la absurda situación, y pensar en posibles soluciones. Quizás estaba más cerca de la consciencia de lo que los médicos barruntaban. No conocía con exactitud los diferentes estudios oficiales que existían sobre las causas y estadios diferentes del coma en los humanos, pero mi situación seguro que no había sido documentada jamás en el mundo. Quizás yo pudiera hacerles ver lo equivocados que estaban en sus elucubraciones, aunque para eso necesitaba volver a la realidad.
Escuché de nuevo la puerta y, en un estúpido gesto cotidiano, quise aguantar la respiración para que el propio latido de mi corazón no nublara los sonidos amortiguados que quizás me devolvieran a la vida.
Alguien había abierto la puerta y permanecía quieto en el umbral, como si no quisiera o no se atreviera a dar los escasos pasos que le separaban de la cama y la silla situada junto a mí. Intenté aleccionar a mi sexto sentido recién descubierto, pero la información obtenida fue realmente escasa. De pronto se cerró de nuevo la puerta y la oscuridad volvió a adueñarse de todo.
Recordé entonces que Denisse se había marchado con el resto de mi familia. ¿Habría hablado con mi madre? Imaginaba que las dos cumplían su papel, una de madre y la otra de pareja, afectadas por la situación pero sin dejar traslucir demasiadas emociones. Y por supuesto, sin sacar el famoso tema que me había levado de cabeza a aquel maldito hospital.
Necesitaba averiguar lo que había ocurrido. Y alguien me escuchó, porque en ese preciso instante se abrió la puerta y distinguí, gracias a los avances que lograba con el mal llamado sónar, la silueta de Denisse colocándose en la silla aledaña a la cama. Deseaba tocarla, besarla, poderle decir mirándole a sus hermosos ojos todo lo que sentía en esos momentos. Pero estaba paralizada y me era totalmente imposible cumplir ese sueño.
Denisse sollozaba quedamente, sin percatarse de que la enferma en coma se daba cuenta de todo. ¡Si por lo menos pudiera ponerme en contacto con ella! Deseé con todas mis fuerzas que Denisse comenzara a hablar en alto, aunque fuera para desahogarse. Así por lo menos me enteraría de lo que estaba sucediendo en el exterior de esas cuatro paredes que empezaba a odiar con todas mis fuerzas…