Capítulo 20
El plan imperfecto
La llamada de April le descentró durante unos segundos, aunque Connors tuvo que reconocer que le había venido de perlas. Si su mujer no le hubiera telefoneado mientras permanecía en la habitación del hospital, quizás se le habría olvidado darle una buena excusa por no haber vuelto todavía a buscarla a casa de Dorothy. Le soltó la habitual mentira sobre reuniones de trabajo muy importantes, clientes que no podían esperar y negocios que había que mover si quería llegar a ser alguien en la vida. April se lo reprochó, como era no menos habitual, pero al final claudicó y le pidió que no regresara demasiado tarde, ella se quedaría con su cuñada. Sobre todo, le reconvino dulcemente, rogó que tuviera cuidado con el alcohol y la carretera; eran malos aliados y sabía como se las gastaba su marido cuando se trataba de negocios.
Connors sonrió ante la mención del coche y la carretera por parte de April, casi una premonición de sus verdaderas intenciones para esa noche. No pensaba probar ni una gota de alcohol durante las siguientes horas, pero quizás otra persona sí acabaría teniendo problemas con su vehículo. Connors bajó a grandes zancadas hasta el parking del hospital, encaminándose sin dudarlo hacia su coche. Cogió su maletín, como le había indicado a Denisse, y disimuló mientras oteaba el horizonte, sin divisar a nadie a la vista.
El Crown de Denisse se encontraba entre su propio coche y una gran columna que le tapaba la visión desde la entrada del hospital. Otro punto a su favor, buena señal. Abrió el maletero y cogió una pequeña linterna que guardaba por si le surgía alguna emergencia; sonrió de nuevo al pensar que aquella era una emergencia en toda regla. Sacó también una esterilla que permanecía allí doblada y la depositó en el suelo, empujándola suavemente con el pie hasta dejarla colocada debajo del coche de Denisse, justo dónde se tumbaría a continuación para desarrollar su plan sin mancharse demasiado. Apoyó el maletín al lado de la rueda, miró de nuevo a su alrededor para evitar ser sorprendido en actitud sospechosa y se sentó en el borde de la esterilla.
Después se tumbó con cuidado y fue deslizándose hasta hallar la posición adecuada.
Connors había aprovechado un verano de su lejana adolescencia ayudando a su tío Donald en un taller de coches de su propiedad. La experiencia le había servido para asumir que lo suyo no era el trabajo físico y prefería seguir estudiando, por mucho que le costara hincar los codos. Sus padres tenían razón y él había aprendido la lección. Una experiencia vital donde también aprendió algunos trucos del oficio que le serían muy necesarios en ese momento.
Tras la manipulación efectuada, Connors tuvo claro que los frenos del coche de Denisse no funcionarían.
Quizás el primer o segundo toque de pedal podría servirle, pero enseguida se descargaría todo el líquido de frenos. Eso no significaba que Denisse fuera a tener un accidente mortal, siempre podría tirar del freno de mano si las circunstancias se lo permitían, o incluso tener un percance menos grave. Para asegurarse, Connors tocó también levemente la barra de dirección del coche. No debía dejarlo ingobernable para que Denisse no sospechara al arrancarlo y arruinara su plan. Sólo le quedaba esperar para cerciorarse del cumplimiento del objetivo trazado.
Después tendría que encargarse de Susan. Esa noche sería la perfecta, ya que estarían los dos solos en la habitación, sin más compañía. Pensándolo bien, si a la mañana siguiente todo el mundo se despertaba con la noticia del accidente fatal de Denisse, sería demasiada casualidad que también Susan muriera durante el mismo período de tiempo. La familia, el hospital y quizás la policía podrían sospechar, y más al saber los problemas económicos de Connors y su casual aparición en el hospital durante esa noche. La paciencia no era una de las mejores virtudes de Connors, pero en aquel caso era fundamental para sus propósitos.
John Connors empezó a sudar copiosamente, no había vuelta atrás. Quizás se había precipitado con sus planteamientos, pero la suerte estaba echada. Tenía toda la noche por delante para reflexionar con más calma y los pasos siguientes a seguir. De ello dependía su futuro y no debía dejar ningún cabo suelto. Un extraño estremecimiento le cruzó entonces por la espalda y se obligó a enderezarse mientras regresaba a la habitación. Confiaría en el destino deseando que por una vez en la vida le fuera propicio.
De pronto sintió una vibración en el bolsillo del pantalón, el lugar dónde había guardado el móvil tras hablar con su esposa. Miró el visor y se sorprendió al encontrar el nombre de Forrester en la llamada entrante.
Estuvo tentado de no contestar, pero le pudo más la curiosidad. Además, debía mantener las apariencias de momento; su jefe no sabía los tejemanejes en los que andaba metido.
—Buenas noches, señor Forrester. ¿A qué debo el honor? —dijo Connors con algo de ironía en su tono.
—Déjate de gilipolleces, Connors, no estoy para bromas. ¿Se puede saber qué cojones has hecho? —La voz autoritaria del magnate echaba humo a través del auricular. Connors tembló una infinitésima de segundo antes de responder, creyendo que su jefe había descubierto la pérdida total del dinero invertido.
—Le puedo explicar, señor Forrester, todo ha sido un malentendido. El broker me aseguró que la inversión era rentable y segura, los bonos eran una mina de oro, pero problemas insondables han llevado al traste la operación. Nos recuperaremos en breve, sólo tendrá que tener algo de paciencia —dijo Connors intentando dorarle la píldora a su jefe sin descubrirle todas las cartas. Necesitaba ganar tiempo cómo fuera.
—Pero, ¿de qué demonios me hablas, picapleitos de mierda? —Forrester estaba a punto de explotar—.
¡Joder, los bonos, ahora caigo! Maldita sea, Connors, ¿qué le ha pasado a mi dinero? Bueno, ahora me lo explicas. Yo me refería a la desagradable llamada que he tenido que soportar hace unos minutos. Un maldito gusano, un periodista de tres al cuarto, se ha atrevido a amenazarme, haciéndome creer que poseía información confidencial y muy jugosa sobre ciertas actividades ilícitas que nadie debería conocer. ¿Me sigues ahora, pedazo de escoria?
—No entiendo nada, señor Forrester —contestó John totalmente descompuesto. No sabía qué había ocurrido exactamente. Él se había encargado de Leoni y tenía en su poder los documentos robados. A no ser que el maldito italiano tuviera otra copia como seguro de vida—. Le aseguro que obre en ese asunto con la debida precaución. Tengo en mi poder la única copia de esa información, creo que el periodista le ha tendido una trampa. Ha debido escuchar algún rumor y ha tirado la caña por si el pez picaba —mintió Connors con total desparpajo, recuperando el resuello—. No se preocupe, dígame el nombre de ese periodista, yo me encargo.
—No hay nada más que hablar, Connors, voy a acabar contigo. Eres sólo un pedazo más de mierda que ha pretendido aprovecharse de mí.
Fallas estrepitosamente y encima quieres que todo siga igual. Maldita rata, ¿dónde está mi dinero?
Connors se estaba hartando de tanto insulto barriobajero, que sonaba más grosero en boca del magnate. El tono de Forrester le estaba sacando de quicio y quiso pararle los pies con su siguiente frase. Él también estaba cabreado y usó el tuteo para atacar a Forrester.
—Pues sí, paleto tejano. Invertí todo tu dinero negro para asegurarme unas buenas ganancias antes de devolvértelo. También arriesgué mi patrimonio, pero eso es otra historia. El negocio se ha ido al garete y no hay posibilidad de resarcirse. A ver qué opinan tus socios del asunto, todos esos billetes sin blanquear desaparecidos de la faz de la Tierra. ¡Jódete, Forrester! Que te den a ti y a tu dinero —ladró Connors del modo más soez del que fue capaz.
—Eres hombre muerto, majadero —replicó Forrester más tranquilo, sopesando todo lo que le había dicho su antiguo subordinado—. Estás acabado, finiquitado, no eres nada. Yo me hundiré en el fango, pero tú no te vas a levantar en la puta vida de dónde te voy a arrojar, mamonazo.
Con suficientes increpaciones e insultos reverberando todavía en el oído, Connors apagó la comunicación, harto de todo aquello. Forrester le había sacado de quicio, él había perdido el control y eso no le gustaba. Pero el mal ya estaba hecho.
Debía volver a la habitación antes de que Denisse notara algo. Recordó que le había dicho que cogería un sándwich para picar algo, así que se dirigió hacia la máquina y eligió uno de pollo. Quizá si el cabrón de Forrester hubiera llamado antes podría haber abortado el plan pergeñado para sus cuñadas, pero el destino había vuelto a actuar. Cruelmente. Se encontraba en un buen lío, y no sabía cuál podría ser la solución a sus males.