Capítulo 17
La verdad escondida
Había perdido la cuenta de los días que llevaba inmersa en el cautiverio más cruel que la mente humana pudiera imaginar, con mi alma rebelde a punto de claudicar. Las noches anteriores conseguí conciliar el sueño y despertarme de modo natural al amanecer del nuevo día, si podía continuar llamándolo de esa forma aunque nadie en el mundo exterior conociera mi desdicha. Algo más rondó entonces por mis pensamientos; la última conversación mantenida en mi presencia me había alterado más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Al principio me sorprendió la actitud desafiante de Denisse. Me hubiera gustado verla altiva, con su pose orgullosa, enfrentándose sin temores al sheriff del condado y haciéndole ver que ella era una víctima más en todo aquel infortunio, que era la policía la que no había hecho bien su trabajo. No podía reprocharle su comportamiento ante una situación límite. Tampoco iba a aplaudir su reacción, pero la entendía perfectamente.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos con la irrupción de una cantarina voz que inundó de sonido mi lúgubre habitación.
—Buenos días, Susan, ¿cómo te encuentras hoy?
—Me había acostumbrado a la forma de ser de Kely.
La enfermera parecía ignorar que yo me encontraba en coma y me trataba como a cualquier otro paciente. De hecho, alguna vez me había echado la bronca, sin que nadie la oyera, por ser tan perezosa y no levantarme como todo el mundo para desayunar y disfrutar del precioso día que teníamos por delante. Y claro, yo no podía enfadarme por eso. Ella era así: amable, risueña, pizpireta, una gran profesional enamorada de su trabajo—. Creo que la mañana va a ser tranquila. Si te parece bien voy a asearte un poco, tienes que estar guapa por si luego tienes visita.
Ese era uno de los momentos en los que más humillada me sentía, aún asumiendo que Kely sólo realizaba su trabajo. Las enfermeras le habían dicho a mi madre y a Denisse que no se preocuparan por nada, ellas se encargarían de mi higiene personal diaria. Desde luego hay que valer para algo así, la vocación debe ser muy fuerte en todos los trabajos relacionados con el entorno médico. Kely era una apasionada del suyo, y lo cumplía con la mejor de las sonrisas. O eso me parecía a mí.
No era fácil mover un cuerpo inerte, ya fuera mi caso, el de una persona en coma, o el de cualquier anciano o impedido que no se pudiera valer por sí mismo. La posición en el lecho, tumbados siempre en la misma postura, le daba aún más importancia a la labor de las enfermeras. Primero porque no podíamos lavarnos, ni hacer nuestras necesidades fisiológicas, asunto normalmente solucionado con sondas. Había además otro grave problema: al ser incapaces de movernos, la ayuda de los sanitarios se tornaba indispensable para evitar que se formaran en nuestros cuerpos úlceras y heridas que podían llegar a ser terribles y peligrosas en organismos ya de por sí con las defensas en un estado muy precario.
En cuanto Kely terminó su tarea y se despidió de mí, pude concentrarme de nuevo en los pensamientos que me habían atormentado durante las horas anteriores.
La noticia sobre el hallazgo del cadáver del hombre que me había atacado me dejó temporalmente noqueada. El sheriff Donovan, a mi juicio y por lo poco que pude colegir tras oírle la noche anterior, me pareció un policía competente y riguroso capaz de llegar al fondo del asunto y resolver el caso. Yo tampoco pensaba derramar ninguna lágrima de cocodrilo por la muerte de aquel desalmado, pero estaba de acuerdo con el sheriff.
Tanto si el delincuente se había suicidado, como si alguien le había ayudado a pasar a mejor vida, el asunto se merecía una mejor explicación.
Entendía la posición del juez, y más en año de elecciones. El electorado de nuestro condado era muy conservador y asumiría gustoso una noticia filtrada convenientemente: el terrible asesino había tenido su merecido. Quizás el gran público no se molestara en averiguar si alguna mano negra andaba detrás de aquellos hechos, le valdría sólo con conocer el desenlace; la calle había sido desinfectada convenientemente de indeseables que perturbaran nuestra tranquila comunidad.
Por eso me pareció valiente y además inteligente la decisión adoptada por el sheriff. Como defensor de la ley no podía permitir que en su zona de influencia se cometieran aquellas tropelías, y que encima los culpables finales no fueran castigados. Yo era un daño colateral, una víctima fortuita en otro tipo de guerra de la que ignoraba lo más esencial. Según escuché, el asesino acabó con la vida del abogado después de robar en el bufete profanado nocturnamente y después, en su huída, se había topado conmigo. Podría creerme que quisiera después despacharme en el hospital para no dejar testigos de sus crímenes, por mucho que yo no me considerara tan importante. En esos momentos ignoraba si había algo más detrás de un asunto tan embarullado.
Denisse protestó cuando el sheriff mencionó que sus hombres dejarían de protegernos montando guardia junto a mi habitación. La decisión del juez era inamovible, por lo que Denisse se quedó un poco más tranquila tras asegurarle Donovan que seguirían pendientes del hospital y de nosotras.
De nuevo a solas, Denisse no mencionó ni una vez el tema, como si no le diera importancia. Pero yo la conocía muy bien; por mucho que lo intentara sus emociones y pensamientos salían a la superficie para mí como por arte de magia, dejando traslucir lo que de verdad surcaba su mente en esos instantes.
No me sorprendió su intranquilidad, y la agitada noche que le brindó la inesperada aparición del sheriff en nuestras vidas. Denisse dormitó de mala manera en el sofá, mientras la oía revolverse, girar, hacer todo tipo de ruidos. Sabía que estaba teniendo sueños convulsos, agitados, quizás algún tipo de pesadilla. Refunfuñaba, gemía, e incluso pronunciaba palabras ininteligibles que me dieron a entender el estado de ánimo en el que se encontraba realmente. Y eso no me tranquilizó lo más mínimo. Necesitaba estar a su lado, llevar juntas ese embarazo tan deseado y disfrutar de nuestra vida en común.
Denisse debía estar muerta de miedo, asustada ante la adversidad. En los próximos días tenía concertada una cita con la ginecóloga para hacerse la ecografía y yo no podría acompañarla. Seguramente podría enterarse en ese momento del sexo del bebé. Ella quería una niña y yo prefería un niño, pero en el fondo nos daba un poco igual. Pero el destino cruel quiso que la importancia de esa visita médica desapareciera entre un mar de problemas mucho más angustiosos.
La mañana transcurrió perezosa, y las horas muertas se tornaban imposibles cuando no se podía hacer nada por evitarlo. Mis terrores más ocultos acechaban a la vuelta de cada esquina, expectantes, hambrientos, y los pensamientos más dispares me abocaban a no dejar descansar el cerebro ni un instante.
Quise entonces alejar esos fantasmas de mi cabeza y suspiré por algún tipo de novedad, aunque fuera una visita inesperada. Pero nadie acudió en mi ayuda, sumiéndome en algo parecido a una pequeña depresión matinal. La situación ideal dadas las circunstancias.
Sólo rompió la monotonía de la jornada la charla intrascendente de las enfermeras que intentaba entrever a través de las delgadas paredes de mi habitación. En ocasiones se asomaba alguien a mi cuarto, quizás algún médico, y al abrirse la oscura puerta me imaginaba que un mundo onírico dónde todo era perfecto me esperaba al otro lado. Pero ese breve atisbo de luz exterior desaparecía tan rápidamente como había legado, asomándome entonces a un pozo negro cada vez más profundo donde las fuerzas empezaban a escasear.
Al final de la mañana apareció Cameron, la otra enfermera que solía atenderme. Después de varios días allí encerrada, podía asegurar sin riesgo a equivocarme los siguientes movimientos de aquella visita rutinaria. Oí trastear a Cameron en mi lado izquierdo, asegurándose que la vía estaba convenientemente colocada tras cambiar ella las bolsas con la medicación y el suero que me mantenía alimentada. Levantó mi brazo y colocó en la axila un termómetro para asegurarse de que todo estaba correcto. Cameron era meticulosa en su trabajo, al igual que Kely, aunque creía aparentar más profesionalidad, un rango superior de disciplina y de respeto por su trabajo y por sus pacientes. Ambas me gustaban, cada una en su estilo, y me hubiera encantado despertarme del todo para agradecerles lo que estaban haciendo por mí.
Ese pensamiento que fluyó elegante por mi mente, el anhelado momento de mi despertar al mundo de los vivos, me levó a concentrarme en sensaciones diferentes que me embriagaban por momentos. ¿Podría ser cierto?
La ligera impresión de calor que a veces me llenaba cuando Denisse se acurrucaba a mi lado había dado paso a algo diferente. Algo nuevo y deliciosamente viejo, añorado y perdido en la noche de mis días grises: el poder del tacto.
No me lo había inventado, ni siquiera imaginado.
Sentí las manos de Cameron en mi cuerpo, mi piel reaccionaba ante aquellos estímulos. ¡Era maravilloso!
No me lo podía creer y sin embargo era cierto. No sabía si aquel signo positivo significaba algo de cara a una posible curación. Había recuperado, por lo menos en parte, algo que podía parecer trivial, pero que a mí me llenó de gozo en esos momentos. Nadie podría quitarme esa nueva ilusión, una pequeña llamarada que intentaría hacer crecer hasta alcanzar el objetivo. Y ese no era otro que restablecerme y salir del coma lo antes posible.
Mi cuerpo debió transmitir algún tipo de respuesta o reflejo no controlado, ya que Cameron se quedó unos segundos parada y a continuación ladeó la cabeza, acaso confusa. Recogió el termómetro, comprobó que no tuviera fiebre y se aprestó a dejarme de nuevo en soledad. Antes de marcharse abrió sus labios para hablar, algo extraño cuando entraba sola en la habitación. La escuché con atención, rezando para que sus palabras resultaran premonitorias.
—Me voy, querida, sigue así. Estaré muy atenta a tu evolución, me ha parecido distinguir un ligero reflejo involuntario cuando te he cogido del brazo. Quizás te he pellizcado sin querer y tu sistema nervioso ha reaccionado. No tiene por qué significar nada, lo hablaré con el doctor Kindle. Hasta entonces, ya sabes, tienes que seguir luchando.
Se alejó de mí y me pareció que su rostro serio se tornaba algo más cálido, aunque la gama de grises de mi paleta de colores opacos no ayudaba demasiado.
Siempre podía contar con la imaginación, y esa me aseguraba que Cameron había entornado los ojos y dibujado una sonrisa en sus labios, quizás pensando que un nuevo milagro podría producirse en aquella planta de hospital.
Mi grado de ansiedad ante el descubrimiento se calmó por sí solo y un estado de ensoñación se apoderó de mi escasa voluntad. La nueva medicación hacía su efecto y yo me sumí en un dulce sopor, en tierra de nadie entre el sueño y la realidad angustiosa dónde estaba instalada. Me relajé y pensé en cosas buenas, intentando creer que el duro camino hasta la cima había superado ya el segundo campo base.