Capítulo 13
Volver a nacer
Al escuchar la voz de Denisse decidí luchar de nuevo por mi vida. La oportuna aparición de mi pareja fue el motivo principal que impidió que siguiera el camino de la luz. En esos momentos no sabía muy bien dónde me encontraba, mi confusión era absoluta. Escuchaba voces, movimientos apresurados de personas, lloros e imprecaciones varias. El maremagnum en torno a aquella habitación de hospital debía ser considerable. Y yo seguía sin enterarme de nada.
Volví en mí un rato después, con la situación aparentemente más calmada. La lucidez había vuelto como por arte de magia, y noté que los sentidos seguían fuertemente avivados. A mí alrededor trajinaban las dos enfermeras que ya conocía, parloteando sin cesar. Kely y Cameron eran realmente un filón para una mente sedienta de noticias y gracias a su conversación conseguí enterarme de lo que realmente había sucedido.
—¿Dónde están los familiares, Kely? —preguntó Cameron.
—Los he enviado un momento a la cafetería. Así podrán oxigenarse un rato, desconectar tras la angustiosa escena y luego pueden volver aquí cuando hayamos terminado con la pobre Susan. Ha debido ser espantoso para la otra chica encontrarse con ese panorama. Yo no sé si hubiera podido reaccionar como ella.
—Es cierto, fue muy valiente —aseguró Cameron—. Entrar en la habitación de tu chica y encontrarte con un asesino que está intentando ahogarla con una almohada debe ser muy fuerte. Afortunadamente reaccionó con firmeza y al lanzarle los zapatos a ese indeseable mientras gritaba a pleno pulmón, pudo salvar a Susan y poner a todo el mundo sobre aviso.
—Sí, ha sido una bendición que llegara justo en ese instante. Pobre Susan, primero la disparan y luego quieren asesinarla a sangre fría, en un hospital repleto de gente. Ese criminal no tiene ningún tipo de escrúpulo.
—Desde luego que no. Eso, o realmente está desesperado. Jugársela de ese modo, a cara descubierta, es algo inaudito. Espero que la policía lo haya capturado ya. Nuestra comunidad no podrá respirar tranquila hasta que ese salvaje esté entre rejas.
—Bueno, eso ya no depende de nosotras, ¿no crees? Comprobemos el resto de detalles encargados por el doctor Kindle y dejemos un rato a Susan tranquila. Seguro que ella lo agradece después de una tarde tan ajetreada —dijo Kely.
Instantes después sentí como las dos enfermeras abandonaban la estancia, dejándome allí sola de nuevo, acompañada simplemente por el recuerdo de la conversación que acababa de escuchar. Todavía no había asimilado la información, y si me fijaba en los detalles de la misma y los contrastaba con los someros recuerdos que tenía de esos segundos fatídicos, podía llegar a una conclusión: las enfermeras no se estaban inventando nada.
Por eso había notado una presencia maligna en la habitación, o eso me dijeron las entrañas al rebelarse de modo salvaje. Al entrar el asesino en la habitación se produjo una chispa, un estímulo químico o algo similar, que me avisó de que el mal hacía acto de aparición para llevarme consigo. Ese extraño momento, esa reacción no explicable que impregnó el ambiente, había colapsado el resto de mis sentidos. Más tarde, cuando el asesino volcó su cuerpo sobre el mío, fue cuando empecé a perder la consciencia y lo vi todo negro. El aire dejó de llegar a mis pulmones y mi alma viajera quiso abandonarme de nuevo, dejándose guiar por la traicionera luz al final del túnel. Hasta que la campana salvadora de la voz de Denisse me hizo regresar a mi rincón del cuadrilátero, magullada, pero sana y salva al fin y al cabo.
Por lo colegido de la conversación, Denisse había sido fundamental en el feliz desenlace. Me sentía orgullosa de ella. Imaginaba que la visión espeluznante que tuvo que soportar había disparado su adrenalina al máximo, fue muy valiente al enfrentarse al asesino sólo con sus manos desnudas. Ignoraba si todo el mundo hubiera sido capaz de reaccionar igual en idénticas circunstancias o si el pánico hubiera inmovilizado a más de uno. De todas formas, tendría que estarle agradecida de por vida y tenía unas ganas locas de poder abrazarla para decírselo.
Los recuerdos inmediatamente posteriores al ataque los guardaba en un disco de baja definición en el fondo de mi memoria, con muchas lagunas que no podía discernir. Imaginaba que mi situación clínica no era la más adecuada, y que los médicos habían tenido que actuar deprisa para estabilizarme tras el posible colapso.
Por lo que creí entender no había sufrido daños irreversibles y aparentemente había regresado a mi estado anterior a la agresión. Y bien que podía asegurarlo, aunque nadie me creyera si lo contara. Mejor eso que estar muerta, pensé en ese momento.
¿Por qué había entrado un asesino en mi habitación? ¿Tan importante era mi persona, o lo que pudiera haber visto? Estaba claro que el ataque guardaba íntima relación con el disparo que había recibido en plena calle, no quedaba otra explicación. El criminal sabía que le había visto la cara y regresó a por mí para no dejar ningún cabo suelto. Un escalofrío interior me sobresaltó, ajena todavía a las sensaciones táctiles y exteriores a la piel. Sentí miedo, no sólo por mí, ya que mi situación no era la más halagüeña, sino por todos los míos. Y en especial por Denisse, la princesa valiente que me había salvado.
De nuevo escuché voces que se acercaban a mi cuarto. Se abrió la puerta y pude discernir cómo dos personas se aproximaban al lecho en el que estaba postrada. Unos instantes después distinguí las voces, los andares y hasta la presencia de esos dos seres tan importantes en mi vida: Denisse y mi madre.
Denisse se arrimó aún más a la cama y depositó un dulce beso en mis labios. La oí suspirar profundamente, buscando quizás la calma añorada. No podía distinguir los movimientos de mi madre, aunque sabía que ella también estaba en la habitación. Me sentía observada, como si me encontrara en una vitrina y los espectadores pudieran contemplarme a su antojo sin que yo me diera cuenta. La sensación duró sólo unos segundos; enseguida se disipó ante la conversación que tuvo lugar a mi lado.
—Intenta relajarte, Denisse, has hecho lo que debías —comenzó diciendo mi madre—. Tengo que darte las gracias, hija, has salvado a Susan de una muerte segura. Tu valentía y arrojo han puesto en fuga a ese delincuente.
—Lo sé, Margaret. Y por eso todavía me tiemblan las piernas. No entiendo mi reacción, ha sido un acto reflejo. Debí salir al pasillo y gritar para avisar al personal, y en vez de eso me hago la heroína y le lanzo el zapato al asesino. Quizás actuó la adrenalina disparada en mi interior, aunque no fue un acto muy prudente. El asesino podía haber tenido un cuchillo, pistola o lo que fuera y haber acabado con nosotras en un santiamén.
Afortunadamente le cogí por sorpresa y salió huyendo sin preocuparse de nada más.
—Bueno, ya está, no lo pienses más. El doctor Kindle nos ha asegurado que todo está en orden y que Susan no ha sufrido daños graves. Parece que después del susto ha vuelto al estado en el que se encontraba con anterioridad. Ya sé que no es lo que todos esperábamos, pero podría haber sido peor.
—Sí, pero… —dijo Denisse sin terminar la frase, presa de un acusado nerviosismo que noté en sus palabras.
El silencio se instaló a mi alrededor. Las palabras se disiparon en el aire y sólo pude distinguir como una silla se arrastraba en la moqueta. Roces textiles, de cuerpos moviéndose dentro de sus ropas, y un gemido lastimero fueron los únicos sonidos que turbaron mi alma en los segundos siguientes.
—No te preocupes, Denisse, has hecho lo que debías. Llora todo lo que necesites, desahógate y libera esa tensión que llevas dentro. No es bueno guardarse nada, ya lo sabes —dijo mi madre con dulzura en su voz.
Imaginé que mi madre acunaba en sus brazos a Denisse, como a un bebé, haciéndole ver que no estaba sola en tan amargo trance. Agradecí interiormente su gesto, aunque todavía me quedaba otra sorpresa por escuchar.
—Margaret, no puedo… No puedo seguir con esto sola, necesito a Susan a mi lado. Era nuestra ilusión, nuestro proyecto de vida en común y ahora…
—Tranquila, Denisse, todo va a salir bien. Susan es fuerte y está luchando, ya la conoces. Ni un átomo de su cuerpo se va a rendir hasta lograr su objetivo. Antes de lo que nos imaginamos la tendremos de nuevo aquí, con nosotras —contestó mi madre con optimismo, aunque ni ella misma creía al cien por cien en sus palabras.
—No me entiendes, Margaret, no es eso…
Una ráfaga de aire frío surcó el espacio a mi alrededor, o eso creí sentir. Denisse se estaba derrumbando y no se lo podía reprochar. Estaba sola, con su familia a muchos kilómetros y una relación no demasiado afable con los míos que estaba intentando mejorar a marchas forzadas. La entendí; las semanas pasaban y su estado se acentuaba sin pausa alguna. Yo nunca había estado embarazada, pero sí había leído que las hormonas y el estado de ánimo de las gestantes soportaban unas variaciones y altibajos terribles durante los nueve meses de embarazo. La pobre Denisse debía estar sufriendo mucho y parecía a punto de confesar.
—Margaret, hay un pequeño detalle que no te hemos contado y creo que deberías saberlo de mi boca.
Ojalá Susan estuviera aquí con nosotras para compartir este momento, pero no en el estado en el que se encuentra ahora, por supuesto.
—Sabes que puedes decirme lo que quieras, Denisse. Si hay algo en lo que pueda ayudarte en estos difíciles momentos no tienes más que pedírmelo.
—Bueno, es algo complicado. No sé por dónde empezar…
Quise ver en mi realidad virtual el gesto de asentimiento de mi madre, dándole confianza a Denisse para que la utilizara de confesora. Mi imaginación me jugó entonces una mala pasada, y creí distinguir una sonrisa enigmática en el rostro de mi madre, cómo si supiera lo que estaba a punto de suceder. Para mi desgracia, yo no tenía modo alguno de evitarlo. Por lo menos estaban hablando en mi presencia y podía enterarme de primera mano.
—Verás, Margaret —comenzó diciendo Denisse, con una sutil nota de desconfianza en su voz—. Bueno, será mejor que sea directa, dar rodeos no es lo mío.
—Me estás asustando, querida. ¿Qué es lo que ocurre?
—Margaret…, estoy embarazada.
De nuevo un silencio aplastante inundó el cuarto.
Una masa invisible que nos envolvió durante unas décimas de segundo, de una consistencia física casi sólida, lista para ser traspasada por el cuchillo que aliviara la tensión que todas sufrimos en esos instantes.
La respuesta de mi madre no se hizo esperar.
—¿Cómo dices? ¿Embarazada? —soltó mi madre sin atisbo de sorpresa en su voz. Ella no sabía disimular y eso era evidente para alguien que la conociera bien como yo—. Denisse, la verdad, no me esperaba esto.
—Bueno, Margaret, sé que debíamos habértelo contado hace tiempo, pero las circunstancias no eran las más adecuadas. Por eso Susan quería…
—No lo entiendo, Denisse, ¿por qué has hecho esto? Si no estabas a gusto con mi hija, que ya sabía yo que esa relación no podía llegar a buen puerto, deberías haber roto con ella. Pero esto…, me parece lamentable, es un ultraje y una traición. ¿Quién es el padre? —dijo mi madre muy enfadada, con ese tono de voz que yo conocía tan bien, y que esperaba no amedrentara a Denisse.
—No, no lo entiendes, Margaret, no hay padre.
Déjame explicártelo bien.
—¿Cómo que no hay padre? No entiendo nada, Denisse. Yo sabía que Susan había tenido novios y nunca había tenido muy clara su orientación sexual, creía que en tu caso era algo más sólido.
—Y así es, Margaret, te lo aseguro. Es un hijo de las dos, nuestro bebé.
—¡Me estás volviendo loca, Denisse! —exclamó enfadada mi madre—. Dime de una santa vez que es eso de vuestro bebé, no entiendo nada.
Se escuchó perfectamente el suspiro de Denisse, intentando encontrar el momento y las palabras adecuadas para no caer en la histeria y chillar más alto que mi madre. Insufló aire en sus pulmones y se lanzó al galope tendido, sin mirar atrás.
—Ambas nos acercamos a una clínica de fertilidad y nos hicieron un estudio. Mi útero era el más propicio para albergar un embarazo y aparentemente los óvulos de Susan eran de superior calidad. Entonces…
—¡Dios mío, qué dices! Esto es inaudito.
—No me interrumpas más, por favor. Déjame contártelo todo, Margaret, y luego me preguntas lo que quieras —dijo Denisse con su tono más autoritario, harta de las continuas increpaciones de mi madre.
Me encantaba cuando Denisse asumía ese perfil de su personalidad. Fuerte, rotunda, sin achantarse ante nada. Imaginaba el rostro de mi madre, con ese gesto de desdén que le salía tan natural, enfrentándose a una situación que nunca pensó llegar a vivir. Y con una dura contrincante a su lado.
—Después de someternos a todo tipo de pruebas físicas y psicológicas, ambas decidimos seguir adelante.
En la clínica de fertilidad estuvieron meses recogiendo óvulos fértiles de Susan y tratándolos con el mayor cuidado. En esta prestigiosa institución, dónde te aseguro que cada dólar invertido está justificado, contaban también con una base de datos de posibles donantes. Sí, Margaret, no me mires así. Elegimos las aptitudes, características físicas y psicológicas que creíamos más apropiadas para el donante de esperma y lo demás te lo puedes imaginar. Tras duros meses de costosos tratamientos, quedé finalmente embarazada.
—No me lo puedo creer, Denisse. ¡Y lo cuentas cómo si tal cosa! —exclamó mi madre totalmente abochornada.
—No es algo tan complicado de entender, Margaret. Ambas teníamos claro que queríamos tener familia y en nuestra posición era lo más natural. Vale, también podíamos haber utilizado un vientre de alquiler, pero decidimos que por lo menos una de las dos pudiera sentir realmente lo que es ser madre, aunque las dos lo seamos técnicamente. Adoptar tampoco nos lo planteamos, así que era la mejor solución.
—Y vosotras, como siempre, a vuestro aire. ¿No habéis pensado en el resto de la gente que os quiere?
¿Cómo se supone que vamos a explicar esto a nuestros amigos, vecinos y resto de familiares? Ya es bastante vergonzoso que…
—¿El qué, Margaret? ¿El hecho de que tu hija viva en pecado con otra mujer? ¿Que seamos lesbianas, que nos amemos? Dime que es lo que te da tanta vergüenza, Margaret, retrátate de una puñetera vez —gritó Denisse fuera de sí.
—No, yo quería decir que…
—Sé perfectamente lo que querías decir. Es curioso que mis padres, de por sí más conservadores de toda la vida, sean mucho menos retrógrados que tú y los tuyos para estas cuestiones. ¡Despierta, Margaret!
Estamos en el siglo XXI. Las circunstancias cambian, los tiempos evolucionan y uno no puede quedarse anclado en el pasado. Asúmelo, Margaret, Susan y yo nos amamos, formamos una familia y te vamos a dar un nieto.
—Pero…
Mi madre se había quedado sin palabras. Primero por la noticia que le acababan de dar y segundo por haberse visto superada en una discusión. Esperaba su furibunda reacción, ya que no era mujer que se quedara callada ante nada y solía pensar que su opinión no era rebatible, que siempre llevaba la razón aunque le demostraras lo contrario. Pero con Denisse parecía haber encontrado la horma de su zapato.
Me imaginaba el rostro de mi madre, en una mueca de rabia contenida, sin saber muy bien qué hacer. En la familia siempre habíamos sido demócratas, sin embargo eso no nos quitaba unas fuertes convicciones católicas que provenían de nuestros ancestros irlandeses. Todo eso lo teníamos grabado a fuego en nuestro ADN, y esto era más acusado en las generaciones anteriores a la nuestra. Mi madre no acudía a misa, ni era muy beata, pero cuando algo se salía de los cánones habituales que pregonaba la Iglesia Católica no atendía a razones. Sólo había dos opciones: lo que estaba bien a ojos del Señor y lo que estaba mal. Nada más. Para eso y para muchas otras cosas, mi madre era muy tradicional.
Evidentemente la relación entre dos personas del mismo sexo no era algo aceptado por el Vaticano, que había tenido sus más y sus menos con los gobiernos democráticos de los modernos países europeos que habían legalizado el matrimonio homosexual. Oír esas noticias siempre le había puesto los pelos de punta a mi madre. Hasta que llegó el momento en el que la ignominia, según su parecer, había desembarcado en la familia. Tuvo que soportar cómo su hija mayor entraba en esa colectividad de perdidos, de gente descarriada que nunca alcanzaría el Cielo de los justos…
Las discusiones fueron monumentales, pero la sangre afortunadamente no llegó al río. Yo hice mi vida y mi familia siguió con la suya, helándose aún más las tensas relaciones entre ambos. Ellos en su casa y nosotras en la nuestra. Hasta ese momento. Porque lo de tener un nieto eran palabras mayores.
Me sorprendía la doble moral americana, no sólo en mi familia, sino en el resto de la nación. Lo que hacíamos nosotras era éticamente reprobable, —tuvimos que elegir con cuidado la clínica a la que pensábamos acudir—, ya que tampoco era algo tan habitual. En Estados Unidos, nuestro país, la nación más poderosa y avanzada del mundo, seguía habiendo muchísimos problemas en ese sentido. Mi país era así y no podía pretender cambiarlo yo sola. Sí esperaba un poco más de comprensión por parte de los míos, por mucho que pudiera imaginar el impacto descomunal que la noticia había causado en mi madre. Primero tendría que asimilarlo, aún sabiendo que nuestras acciones acarrearían consecuencias.
Afortunadamente alguien vino a sacarnos del ensimismamiento en el que habíamos caído, una habitación ocupada por tres mujeres silenciosas en la que la tensión se mascaba en el ambiente. Oí la respiración agitada de Denisse y me sorprendió el mutismo de mi madre. Hasta que en ese preciso momento se abrió de nuevo la puerta y pude escuchar otra voz muy conocida.
—Perdonad, no he podido llegar antes —dijo con voz sofocada April, como si hubiera subido corriendo las escaleras—. John tenía que venir mañana a la ciudad por asuntos profesionales y en cuanto me he enterado le he dicho que me trajera lo antes posible. ¿Cómo está Susan?
—Parece que permanece estable según los médicos —contestó Denisse mientras le escuché levantarse para saludar a April. Mamá parecía no encontrarse en la habitación, hacía rato que no escuchaba ni una palabra suya.
—¿Qué ha pasado? Con los nervios cuando me habéis llamado no me he enterado bien. ¿Han intentado de verdad asesinar a Susan?
—Sí, April, ha sido espantoso —contestó Denisse mientras imaginaba a mi madre asintiendo, rumiando todavía la conversación anterior.
—Vamos, April, acompáñame a la cafetería. Así podremos dejar a Denisse a solas con Susan, ha sido una tarde terrible e imagino que prefieren descansar. De paso tomaré algo, llevo horas sin probar bocado —ordenó mi madre sin opción a réplica.
—Pero mamá, acabo de llegar y… —contestó April sin darse cuenta de las verdaderas intenciones de nuestra madre.
No volví a escuchar contrarréplica por parte de ninguna, por lo que intuí que mamá le había echado a April una de esas miradas heladoras que no dejaban lugar a confusión. Ambas salieron de la habitación y nos dejaron de nuevo solas a Denisse y a mí.
Transcurrieron unos minutos más en silencio. Mis sentidos me decían que Denisse estaba sentada en paralelo a la cama, con su cuerpo mirando al frente, sin desviarse hacia mí. Quieta en la silla, respirando profundamente, pensé que reflexionaba sobre todo lo sucedido. Demasiadas emociones para tan corto espacio de tiempo. Y eso para una mujer embarazada, con las hormonas revolucionadas y a punto de estallar, debía ser una bomba de relojería. Afortunadamente Denisse parecía más calmada, con una opresión menor en su pecho después de haber soltado lastre. No podía reprochárselo, estaba en todo su derecho.
Denisse giró la silla hacia mí y se acercó hasta tenerme a escasos centímetros. No sentí el contacto, pero supe que me había cogido la mano entre las suyas por el movimiento realizado. Empezó a hablar con voz dulce, demostrándome todo el amor que sentía por mí.
—Lo siento, cariño, no he podido evitarlo —se disculpó Denisse por lo que creía que había hecho mal.
¡Qué rabia me daba no poder decirle que todo estaba bien, que nos queríamos y eso era lo único importante!
—. A tu madre no le ha hecho ninguna gracia lo que le he contado, pero ya era hora de que alguien le pusiera los puntos sobre las íes. Y seguro que ahora le detallara a tu hermana la versión que más le apetezca. Me da igual, yo sólo le he dicho la verdad y no tengo por qué ocultarlo. Vamos a tener un hijo, le guste o no. Y será también su nieto.
Denisse suspiró y agachó la cabeza, tapándose con los brazos, protegiéndose de todo lo que le rodeaba. Por un momento me compadecí de ella, sin pensar siquiera en lo que yo estaba pasando. Sabía que la situación de Denisse no era tampoco nada halagüeña, y más si yo seguía sin salir del coma o lo que demonios me pasara.
Denisse tenía razón en cuanto a las discusiones con mamá. Mis hermanas y yo nos habíamos enfrentado muchas veces con ella en pasados lejanos o recientes y sabíamos a que atenernos. Cuando éramos más jóvenes podían deberse a cualquier circunstancia: los estudios, las salidas nocturnas, las malas contestaciones, la dejadez al hacer nuestras tareas, las relaciones con otras personas o cualquier otra cosa. Las discusiones subían a veces de tono y llegábamos a decirnos verdaderas barbaridades en el marco de dicha pelea.
Reconozco que esa atmósfera se tornó asfixiante en algunos momentos. Tras mi frustrante paso por la universidad decidí seguir mi propio camino. Nuestra madre entendía que sus hijas sólo debían abandonar el domicilio familiar cuando fuéramos a casarnos como era debido, lo normal en una familia decente. Y claro, mi decisión chocó frontalmente con estos pensamientos tradicionalistas. Yo quería libertad e independencia para construir mi futuro y las estrictas reglas vividas hasta entonces no eran lo más adecuado para mis sueños de juventud. La discusión estaba servida.
Fueron momentos duros, no lo voy a negar. Megan no se lo tomó tampoco demasiado bien, siempre habíamos estado muy unidas y mi marcha no le gustó nada. Ella opinaba como mi madre, eso de vivir la aventura no estaba bien para una señorita de buena familia. Temían más las habladurías de la gente que otra cosa, pero yo estaba decidida y di el paso sin miramientos. Las palabras subieron de tono y decidí no mirar atrás, no podía arredrarme por mucho que me intentaran coartar. Papá no se opuso tan radicalmente, pero también prefería que permaneciera a su lado.
Cuando nos despedimos me reconfortó con sus palabras de ánimo, sabiendo que era ley de vida y los tiempos estaban cambiando para todos.
Meses después la situación comenzó a normalizarse. Iba a casa de vez en cuando y me sentía una extraña en mi antiguo hogar, tan alejado de lo que había conocido fuera de aquellas cuatro paredes. Yo vivía en un pequeño apartamento compartido en la capital del estado, y eso no les hacía gracia a mis padres, que me lo reprochaban a la menor oportunidad en cuanto aparecía por su puerta. Luego se sorprendían cuando afirmaba que me sentía rara durante aquellos días, casi como un huésped no demasiado bienvenido.
Yo empezaba a ser menos retraída y a relacionarme con gente diferente a la que había tratado hasta ese momento: amigos, compañeros de trabajo o de piso, etc. Mi mente se abría al mundo; al principio me costó adaptarme a los cambios, pero fui poco a poco acostumbrándome a vivir en sociedad, además en una ciudad mucho más grande y cosmopolita que nuestro pequeño pueblo.
Estaba creciendo como persona, interaccionando con mis semejantes. Contemplando otras formas de ver y vivir la vida, otras culturas, otros pensamientos. Una manera de evolucionar totalmente imposible hasta ese momento, al permanecer enclaustrada en aquel pequeño hábitat en el que se había desarrollado la mayor parte de mi vida.
Los años fueron pasando, con épocas más o menos tensas en cuanto a las relaciones con la familia. Poco después de mi marcha ocurrió otro suceso que pudo haber levantado ampollas, pero a nadie le pareció del todo mal. April dejó los estudios en la secundaria y se puso a trabajar; ella era la más inquieta de las tres hermanas y tenía muchas ideas en la cabeza. También empezó desde muy jovencita a salir con John, el gran amor de su vida, con quién se casó años después cumpliendo las premisas maternas y olvidándose de sus anhelos juveniles para adoptar el papel de la perfecta esposa.
Debido a la diferencia de edad yo siempre había estado mucho más unida a Megan. Para nosotras, April era la mocosa que siempre quería unirse a nuestros juegos infantiles. A veces se lo permitíamos y en otras ocasiones la hacíamos rabiar, algo normal en cualquier familia. Ella pertenecía casi a otra generación y nosotras la mirábamos con suspicacia. Además, mamá la dejaba a veces a nuestro cargo, so pena de recibir un severo castigo sin contraveníamos las normas, detalle que no ayudaba precisamente. Todas fuimos creciendo y April nos demostró que no se acobardaba ante nada. Megan y yo pertenecíamos a la misma pandilla de amigos, y salíamos muchas veces juntas, pero la pequeña de la casa no se quedaba atrás. Recuerdo alguna bronca memorable con nuestros padres debido a sus juergas nocturnas pero quizás al ser la hermana menor tuvo alguna oportunidad más de escapar del rígido control materno.
Nuestros años juveniles dieron paso a otra época, donde las hermanas empezamos a distanciarnos sin reparar en ello. Cada una andaba pendiente de sus propias historias, como es habitual en estos casos.
Simplemente sucedió, casi sin darnos cuenta, mientras buscábamos nuestra propia senda a la hora de recorrer la vida que nos había tocado en suerte. Un dolor sordo por la pérdida de días más felices apareció entonces en nuestros corazones, amenazando con quedarse. Hasta que llegó el momento en que les hablé sin tapujos del tema que llevaba años queriendo dejar salir de mi interior: mi verdadera esencia, la misma que revelaba a mis seres queridos en busca de su apoyo y comprensión.
El golpe fue muy duro cuando comprobé que la realidad era totalmente contraria a mis deseos. Y el distanciamiento familiar se recrudeció ante la firme decisión de compartir mi vida con Denisse.
Sabía perfectamente que todas las familias tenían sus historias, pero a mí me afectaba lo que ocurría en el interior de la mía, y las demás me daban un poco igual.
Llevaba tiempo intentando solucionarlo y la situación en la que me encontraba en el hospital no hacía más que empeorarlo. Lo único que podía hacer allí encerrada era pensar y darle vueltas a la cabeza mientras prestaba atención a todo lo que acontecía a mi alrededor.
Denisse seguía en trance, agarrada a mí y perdida en sus pensamientos. Colocada en una postura incómoda según me hicieron creer los sentidos que aún me funcionaban. Echada hacia delante en la silla, con sus manos entrelazadas con la mía y su espalda en una curvatura antinatural, Denisse se había quedado calmada, agotada después de tantas emociones. Notaba su respiración, cada vez más profunda, y temí que se quedara dormida en aquella posición por los dolores de huesos que podría tener al incorporarse.
Denisse pegó un respingo al escuchar un ruido. La puerta se había abierto de repente, y April entró en la habitación junto a mi madre. Denisse se recompuso lo mejor que pudo; me imaginaba que no tendría ganas de enfrentarse a mi familia de nuevo. Además, ya era tarde y el agotamiento físico la estaba dejando sin fuerzas.
—Perdona, Denisse, sólo quería saludarte y ver cómo está Susan —dijo April solícita y en voz baja, mientras pude intuir la sorpresa en el rostro de Denisse puesto que su cuñada ya había estado minutos antes en la habitación y parecía obviarlo—. Me ha contado mi madre todo lo que ha sucedido esta tarde, y creo que has sido muy valiente. Afortunadamente todo ha quedado en un susto. ¿Cómo está Susan?
—Te agradezco tus palabras, April —contestó Denisse al momento. Noté que mi hermana pequeña se había sentado al lado de Denisse, mientras nuestra madre permanecía de pie, callada, observando la escena como si no fuera con ella. Seguramente Denisse no quería enfrentarse a su mirada y prefirió contestar a April, a la que tenía a escasos centímetros—. Los médicos creen que por lo menos no ha ido a peor con lo sucedido, permanece estable. Le han hecho varias pruebas y están esperando los resultados definitivos, es lo que sé de momento.
—Me alegro, ha debido ser espantoso. La pobre Susan, tan indefensa, y encima siendo atacada por ese desalmado. Ojalá tenga su merecido y lo ejecuten.
—La policía hace lo que puede, o eso imagino —contestó Denisse asombrada ante la afirmación de April, ya que no existía la pena de muerte en ese estado—.
Esta es una población pequeña y los recursos son escasos. Ya veremos si consiguen detener a ese asesino.
Por cierto, April, ¿cómo es que has vuelto tan pronto?
Te creía en tu ciudad…
—Por favor, mujer, lo que ha ocurrido aquí esta tarde ha sido gravísimo y le he dicho a John que me tenía que traer. Me siento una inútil en estas circunstancias, si me hubiera sacado el carnet de conducir no tendría que estar dependiendo de mi marido a todas horas. Y mira que lo intenté sin éxito en multitud de ocasiones, es algo que me supera. Además, John tenía unos asuntos profesionales que atender estos días por la zona, ya sabes. Oye, Denisse, ¿por qué no te vienes a casa con nosotras y descansas en familia? Estás agotada y aquí ya no puedes hacer nada. Susan estará cuidada por el personal médico y custodiada por ese policía que he visto en el pasillo.
Transcurrieron escasos segundos entre la pregunta de April y la respuesta de Denisse que a mí se me antojaron eternos. Quise concentrarme para captar todos los detalles de una escena que me hubiera encantado contemplar con ojos humanos. No sabía en ese momento si todo había sido idea de April o si lo había hablado con mi madre anteriormente. Sólo podía imaginar el rostro de estupefacción de Denisse al escuchar semejante invitación. ¿Dormir ella en la casa de su suegra, sin mí, y después de haber tenido una importante diferencia de opiniones? No, gracias, pensé que diría Denisse y menos aún después de varios años de reducida relación entre ambas partes.
Siempre se ha dicho que la cara es el espejo del alma, por eso estaba tan fastidiada al no poder captar la esencia de los rostros de los participantes en aquella escena teatral, representada sin que ellas lo supieran para un público ansioso por saber el desenlace de la trama en cuestión. Me pareció distinguir un ligero crujido en la posición donde se hallaba situada mi madre y con un regusto agridulce pensé que eran sus mandíbulas rechinando ante la absurda propuesta de su hija pequeña. De todos modos mamá tendría que poner buena cara y aceptar de buen grado la proposición si finalmente Denisse atendía a razones. La tensa espera llegó a su fin y todos los participantes en el teatro de la vida suspiramos para nuestros adentros después de la respuesta demandada.
—Gracias, April, de verdad; prefiero quedarme aquí con Susan —contestó Denisse directamente a su interlocutora, obviando a mi madre, que en el fondo era la dueña de la casa a la que había sido invitada—. Ha sufrido mucho y creo que es mi deber, aparte de que necesito estar con ella en estos momentos tan duros.
—Te entiendo, Denisse. Yo sólo quería… —dijo April como si tal cosa, ajena al duelo de miradas entre mamá y Denisse.
—Nada, no os preocupéis. Imagino que estarás destrozada después de la paliza de kilómetros. Mejor os vais vosotras a descansar y ya hablamos mañana —contestó Denisse más resuelta, levantándose de la silla y dirigiéndose directamente a mi madre. Con su actitud dio a entender a las claras que prefería estar sola y que ellas podían marcharse de una vez de la habitación, todo muy sutilmente.
Denisse las acompañó a la puerta y se despidió con un ligero beso en la mejilla. Me pareció extrañísimo no oír ni un leve comentario de mi madre. Pensé entonces que no deseaba protagonizar otro enfrentamiento delante de su hija pequeña y además, era bastante tarde.
Volvería a su trinchera para reponer fuerzas y acometer el nuevo día con el ánimo renovado. Sabía a ciencia cierta que mi madre no iba a permitir que la contienda se quedara así.
La puerta se cerró y el silencio inundó de nuevo la estancia. Denisse permaneció unos instantes a los pies de la cama, de pie, ensimismada en sus pensamientos. No sabía si me miraba a mí o andaba en su mundo interior, y sufría de lo lindo por no poder decirle en ese momento todo lo que me pasaba por la cabeza. Era muy duro estar en esa situación, sin posibilidad de mejora, y con el ánimo derrotado ante tanta fatalidad. Necesitaba un revulsivo y sólo Denisse me lo podría proporcionar.
Anhelaba escuchar su voz, quería que me hablara para contarme sus impresiones. Yo deseaba meterme en su mente, bucear en su alma para averiguar lo que estaba pensando. Pero esperaba que ella me facilitara las cosas.
Quizás se sentía ridícula hablando en voz alta sin que yo pudiera responder a sus palabras, situación ya vivida en otras ocasiones. Su voz aterciopelada se hacía de rogar y yo rezaba para que el dulce sonido que emitía su garganta llegara de nuevo a mí, envolviéndome en una nube de cariño y amor sin límites.
Denisse parecía nerviosa, desorientada, y yo me desesperaba por saber lo que ocurría. La oí rebuscar en su bolso, sentarse en la silla y levantarse instantes después. Por lo que había podido discernir entre brumas, la habitación contaba también con un pequeño sillón abatible donde recostarse para estar más cómoda a la hora de pasar la noche. Después de lo sucedido imaginaba que los médicos harían una excepción con ella y no le dirían nada si decidía quedarse. Yo sufría al intentar evocar su rostro, intuyendo síntomas de profunda derrota en esos bellos rasgos que amaba, pero egoístamente deseaba que permaneciera a mi lado aquella noche. La primera noche del largo camino que todavía nos quedaba por recorrer hasta alcanzar la tierra prometida: la libertad de la mazmorra etérea donde los huesos y músculos aprisionaban un alma libre que sólo quería volar junto a su compañera de travesía.
Denisse se quedó parada a mi lado, de pie, en el costado derecho de mi cama. Me miró y quise vislumbrar una tímida sonrisa en su rostro. De pronto hizo algo que no me esperaba. Se descalzó, abrió la ropa de la cama y se acurrucó a mi lado, empujándome ligeramente con su cadera para caber en el lecho.
Teniendo cuidado con mi brazo izquierdo, todavía conectado al gotero, se acurrucó sobre mi cuerpo para aferrarse al último hálito de esperanza que nos quedaba.
—Duérmete, mi vida —la escuché decir entre susurros—. Aquí estaré yo para cuidarte. Sueña con ese mundo maravilloso que una vez quisimos construir, y despierta a mi lado, sana y feliz, para que podamos cumplir ese sueño.
Me hubiera gustado responder a su hermoso deseo, algo imposible en aquellos momentos. Y menos con la batería de estremecimientos de acusado sabor humano que empezaron a aflorar dentro de mí.
Un calor interior empezó a devorarme las entrañas, mientras emociones olvidadas volvían a mi ser. Creí que mis sentidos se habían vuelto locos, con multitud de sensaciones distintas anegando un cerebro que no podía sintetizar tanta información. Distinguí enseguida el aroma del champú de camomila que solía utilizar Denisse, ahora con unas connotaciones totalmente diferentes. La pituitaria se estaba volviendo loca debido a los poderosos efluvios que entraban por mis fosas nasales, mandando tal cantidad de información al cerebro que amenazaba con colapsarlo.
No podía controlar mis sentidos, y lo que era peor en aquellas circunstancias, mis emociones. Denisse se relajó, inspiró profundamente y me abrazó con un amor puro, entre maternal y virginal, que hizo que todo mi ser estallara de gozo. Intenté evaluar las diferentes reacciones de mi castigado cuerpo, amoldarme a una situación a la que nadie podría acostumbrarse en tan poco espacio de tiempo, más no quedaba otra solución.
Era una lucha entre el limbo y yo, y no quería perder la batalla.
Conseguí calmar el rítmico galopar del corazón, y ordenar a mis sentidos que no bloquearan las sinapsis de unas neuronas castigadas ante tamaño esfuerzo. El olfato me pareció responder a la perfección y las ráfagas con los olores de Denisse empezaron a tomar cuerpo, rememorando en mi interior gratos recuerdos asociados a ellos. Y eso que todavía no era consciente de un nuevo cambio radical que me hizo confiar en una pronta recuperación: el tacto volvía a funcionar.
Si no hubiera estado impedida, parapetada tras la cárcel más cruel que la humanidad pudiera inventar, me hubiera puesto a dar saltos de alegría. Ya no era un recuerdo de una sensación, era esa misma sensación placentera la que me embargaba por dentro. Sentía el contacto con mi amada, su cálido cuerpo, su piel contra mi piel. Eso sólo podía significar que me estaba recuperando, o por lo menos ese iba a ser mi leiv motiv a partir de entonces. Nadie me impediría luchar por lo que más quería. Y el apoyo de Denisse sería el bastión fundamental para alcanzar el objetivo.
Me relajé yo también, sin miedo alguno, pensando que sería maravilloso despertarnos juntas, como tantos otros días, abrazando a Denisse con todo el cariño que albergaba mi alma. Ya no sentía pavor, temiendo no volver a despertar jamás. En mi fuero interno supe que había superado un escalón tortuoso, un punto de inflexión en la escalada hacia la cima, y no pensaba desfallecer hasta hollar el Everest que el destino había cruzado en mi camino.
Pensé entonces en momentos felices y caí en un profundo sopor repleto de buenos sentimientos que me alegraron el maltrecho corazón. Quizás un observador externo hubiera podido apreciar una leve sonrisa en el rictus macilento de la enferma en coma, eso nunca lo sabré. Me daba igual, yo sólo quería salir de allí y vivir el resto de mi existencia junto a Denisse, disfrutando de nuestra experiencia vital junto al bebé que estaba en camino.
Antes de caer en las garras de Morfeo me pareció distinguir como la puerta se abría ligeramente. Quizás fue producto de mi ensoñación, pero la imagen se quedó grabada en mi subconsciente mientras alcanzaba el sueño profundo. Una enfermera se había asomado, y sonreía con calidez al contemplarnos allí juntitas, por lo que no quiso molestarnos y cerró con dulzura la puerta. Se lo agradecí ya en fase REM, volando en una cometa multicolor que me llevaba a un mundo más justo donde podría disfrutar de los más bellos momentos que me quedaban por vivir. Y allí, lejos del sufrimiento terrenal, podría ser yo misma, de una vez y para siempre.