Meñique

El dedo meñique es el quinto y más discreto. También se le llama auricular porque algunos lo usan para destaparse los oídos. Simboliza por lo tanto el gusto por la música, y por las historias sagradas y los cuentos. Es el dedo en el que prefieren pensar quienes desarrollan el placer de contar y escuchar historias en público.

Por añadidura, simboliza el gusto por los detalles y las pequeñas diferencias en la comida y en los placeres del sexo. Es el dedo de la consideración y la sutileza.

En algunas culturas lo llaman el hijo de los otros dedos. Y se dice que él puede jugar y disfrutar mientras los otros gobiernan, trabajan, pelean. Se piensa que es el único dedo que siempre merece el paraíso, por lo tanto el jardín de jardines. Es el dedo de los jardineros: es una pequeña flor en el ramo de cinco tallos que es la mano.

En culturas insulares de Occidente se enseña a las personas a levantarlo mientras el resto de la mano se ocupa encorvada en tomar y sostener una taza de té, por ejemplo. Ahí es signo de distinción, disciplina en la educación, de equilibrio y contención en las maneras. Aunque son más las ocasiones en que significa el ridículo de esos valores.

En una tribu nómada de África, chuparse el dedo pequeño frente a una mujer es el mayor de los elogios que se le puede hacer. Y si ella responde chupándose también el suyo, esa noche viajarán estrellas de una obscuridad a la otra de sus cuerpos. Le dicen «dedo jardinero» o «creador de paraísos».

Se le considera el dedo de los apetitos de todo tipo pero especialmente carnales. Pero también es el dedo de la magia, de los deseos secretos, los poderes ocultos, la adivinación.

Dicen que el dedo meñique es la última parte del cuerpo que muere. Simboliza en algunas tribus la vida después de la muerte. Y a la vez la síntesis de la vida que termina. Es por tanto el dedo de lo extremo, lo que está más allá de lo visible, el dedo de lo que no se puede explicar, de lo indecible. Es decir, de los misterios del amor y del fuego.