Anular
El dedo anular, el cuarto de la mano, es el que lleva tradicionalmente los anillos. Entre ellos el del matrimonio y antes el del compromiso. Es por tanto el dedo del vínculo amoroso. Del compromiso con la persona amada, con la vocación, el oficio, la meta que da sentido a la vida. En las culturas donde los anillos son extremadamente significativos, un dedo anular sin anillos es signo de imposibilidad, de confusión o de rechazo de las maneras colectivas, comunitarias.
Es el dedo de la importancia excesiva de las cosas: del fetichismo.
Como dedo de la vinculación es el dedo de las religiones (de todas las cosas que religan) y de su ausencia. Las autoridades de la Iglesia, las que se casan únicamente con una parte superior de sus egos, o con la divinidad, muestran en ese dedo el anillo que les da rango, silla, podio, escala celestial. Y por ironía de esa importancia celestial es también el dedo de los trapecios, los malabarismos y el circo. El circo es un círculo de ilusiones y proezas: un anillo excepcional.
Algunos lo llaman el dedo solar y en varias sectas africanas se le relaciona con el centro de círculos concéntricos. Por añadidura de la espiral. Por eso simboliza al amor que no busca necesariamente la gran cumbre del orgasmo sino un placer detenido en su multiplicidad de sutiles cumbres que recomienzan.
Para las religiones en las cuales la vida es una espiral, el dedo anular es el que muestra el camino asumiendo la imperfección de la vida, la orientación intuitiva. Se contrapone a la indicación del camino que trata de imponer el índice con su autoridad; el anular asume y anuncia su manera accidentada y natural. Los anillos salen y entran. Es el dedo de la retención y la riqueza, que puede ser fugaz. Por lo tanto también de los vínculos que se pierden: con las personas amadas y hasta con los dioses.