Tres libélulas van a conocer el fuego
Donde el sonámbulo al final se sueña en uno de esos relatos infinitos
que contienen otros relatos y mundo enteros
y desde ahí mira a su deseo con alas
y con él vuela en silencio hacia
el corazón del
fuego
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Sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
SAN JUAN DE LA CRUZ
Acerqué mis labios a tus manos
y tu piel tenía la suavidad de los sueños.
Algo semejante a la eternidad
rozó un instante mis labios.
RAMÓN GAMONEDA
Coda a un reporte forense: Se ha logrado descifrar la escritura que llevaban las paredes internas del jarrón que contenía estos papeles. A continuación se transcribe:
Esto contaba el poeta persa Farid ud Din Attar en su Conferencia de los pájaros:«Lee estas páginas una vez, saboréalo y sentirás que te has alimentado. Crees que lo conoces. Pero si comienzas de nuevo te darás cuenta de que el libro ya es otro, se transformó en el tiempo de tu lectura y tú en él. Ábrelo de nuevo donde sea, léelo salteado o de atrás para adelante. Su orden verdadero y su final está en tus manos. Yo lo escribí pero tú lo completas. Si el fuego es lo tuyo avanza. Termina. Comienza de nuevo».
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Tres libélulas amaban en secreto al fuego de una vela que ardía dentro de una casa. Decidieron que una de ellas debería acercarse lo suficiente como para venir a contarles a las otras lo que de verdad es el fuego. La primera partió en misión y a través de la cortina de la casa observó hipnotizada a la llama. Se grabó en la memoria cada uno de sus movimientos, de sus colores, de sus formas. Cada variante, cada capricho del fuego fue luego relatado con precisión a las otras libélulas que escuchaban con interés inusitado su relato. Sin embargo, al final, muy insatisfechas, querían saber más. Sabían que había más. Pero la primera libélula no podía decírselos. Concluyeron que su conocimiento del fuego había sido muy limitado.
Decidieron enviar a una segunda libélula que entró en la casa aprovechando una corriente de aire que levantó las persianas. Se acercó y se acercó para ir más allá de la descripción apasionada de su compañera. Y se acercó tanto que se quemó una orilla del ala izquierda. Con enormes esfuerzos regresó adolorida, pero extasiada, a contar su hazaña. Las otras libélulas no podían creerle. Pero al escucharla con tanto detalle casi vivieron su ardor explorador. No cabía duda: era muy emocionante tocar el fuego con la punta del ala. Pero sentían que eso aún no era conocerlo a fondo.
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Al final la insatisfacción volvió a apoderarse de ellas. Y antes de que se lo pidieran la tercera libélula salió a conocer verdaderamente al fuego. Reconoció todo lo que les había contado la primera. Luego se coló por las persianas y se atrevió a tener la experiencia de la segunda. Tocó el fuego. Sintió su llamado y su advertencia. Y como no era una libélula que se quedara a medias en sus pasiones siguió entrando en el fuego, poco a poco pero sin retroceso.
De lejos, las otras libélulas la vieron echar chispas de alegría, convertirse en un humo claro, y agitaron sus alas cuando la llama creció devorando completamente hasta su sombra. La vieron en el fuego produciendo un chisporroteo sorprendente que no han dejado de pintar desde entonces los poetas como una visión excepcional: el poema único de una vida intensamente transformada en fuego por el fuego. En aquel instante se miraron una a la otra y se dijeron:
«Ella sí sabe lo que es el fuego, no cabe duda, pero nunca podrá contarlo.» Su experiencia del fuego es el secreto radical, el que de verdad no puede ser dicho nunca.