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Quien revise su biografía encontrará que su etapa guerrillera la compartió con misiones internacionalistas en Centroamérica. ¿Cuándo comenzó su apoyo a los movimientos revolucionarios en Centroamérica?

A mediados de los años 70. Entramos en contacto con revolucionarios salvadoreños que se planteaban iniciar la lucha contra los gobiernos represivos que azotaban desde hacía años ese hermano país. A mí me correspondió continuar los contactos en territorio salvadoreño, toda vez que ya se habían acordado en Europa a través de compañeros que radicaban allá. En varias oportunidades me trasladé a El Salvador. Allí conocí a Joaquín Villalobos, a Ana Guadalupe, a Mariana, a las gemelas, a Rodrigo, a El Chico, a El Negro y a muchos otros, cuyos nombres no recuerdo. El PRV mantenía una muy estrecha relación que llevamos, fundamentalmente, El Cabito, el Catire y yo. Después, el mismo Douglas Bravo y Argelia Melet lo hacían con cierta regularidad.

Un compañero que se encontraba en Alemania, conocía a quien era entonces el principal dirigente del ERP48 de El Salvador, Alejandro Rivas Mira, cuyo pseudónimo era Sebastián Urquilla. Más tarde yo entraría en contacto con él, cuando ya conocía a Joaquín Villalobos y comenzaba un conflicto interno que por poco le cuesta la vida a Sebastián. Las intervenciones de Douglas Bravo, de El Cabito y mía, permitieron convencer al sector de Villalobos de que la repetición de una acción como la muerte de Roque Dalton, aparte de no justificarse por diferencias de opinión, sería fatal para el grupo que apenas estaba en sus comienzos.

¿En qué lugar de Europa contactó a los salvadoreños?

En Francia. Como te dije, ya había conocido a Joaquín Villalobos, que tendría unos veinte y tantos años; Ana Guadalupe Martínez (María), Ana Sonia Medina (Mariana) y las gemelas, cuyos nombres no recuerdo en este momento, que eran casi unas niñas. Las primeras veces que me encontré con ellos me despertaron mucha simpatía, mezclada con una muy seria preocupación por el candor en la aplicación de las medidas de seguridad, en un lugar que habían alquilado en las afueras de San Salvador, donde varios de ellos estaban aprendiendo a manejar sin tomar la más mínima precaución para protegerse ante cualquier eventualidad.

¿Por qué?

El entrenamiento en las medidas de seguridad. Aprendieron a manejar los carros en un lugar totalmente inverosímil. Sin embargo, las recomendaciones que les hacíamos las tomaban en cuenta. Así comenzó nuestra relación, les dimos apoyo y también lo recibimos de ellos.

¿Conoció a Roque Dalton?49

No, ya lo habían matado. Ellos mismos reconocían que había sido un error enorme, producto de una información que no tenía nada que ver con la realidad. No sé si alguna vez lo dijeron públicamente, pero entre ellos lo admitían.

Villalobos ha tratado de minimizar el crimen diciendo que fue "un error de juventud".

Eran muy jóvenes, sumamente jóvenes, pero no creo que algo así se pueda catalogar como un "error de juventud". Nuestro vínculo fundamental en ese período era con Villalobos. La última vez que hablamos se encontraba en Oxford, becado por el gobierno británico. Me confesó que a él lo había enseñado a "hacer política" José López Portillo.50 Por supuesto que no explicó qué tipo de política era la que había aprendido para dar un salto tan espectacular. Me habló también de una larga carta que le había enviado a Fidel. Luego ha intentado reinsertarse en la política de El Salvador, pero parece que nadie lo quiere allí. En esas piruetas descomunales que logran describir algunos personajes, el revolucionario degeneró en posiciones que lo han llevado, entre muchas otras imposturas, a tratar de destacarse en un ataque sistemático y totalmente descabellado contra el proceso revolucionario venezolano y, particularmente, contra su máximo líder, el Comandante Hugo Chávez. Todo el tiempo se divierte escupiendo hacia arriba.

En El Salvador los guerrilleros del ERP, junto con las demás fuerzas del FLNM (Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí), llegaron a controlar prácticamente todo el país, incluyendo la toma de buena parte de la capital. Hubieran podido llegar a la legalidad con gran prestigio y una gran fuerza, pero cayeron en un nefasto juego político. Los enredaron, los neutralizaron y en lo fundamental, los absorbieron. Hoy serían parte muy importante del FLNM. Pero de estas cosas está llena la historia de las revoluciones.

¿Por qué se vincula a los guerrilleros salvadoreños?

Se habían realizado los primeros contactos en Europa. Luego viajé repetidas veces a El Salvador, Guatemala, Costa Rica y Honduras. Entre las ideas que manejamos con distintas fuerzas revolucionarias estuvo la de preparar el terreno para la creación de una columna guerrillera con unos 40 compañeros venezolanos, que participarían en la lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza en Nicaragua.51 Recorrí El Salvador con Villalobos y Mariana, como también lo hice en Guatemala con Pablo Monsanto52 en esa misma época. En 1976 hubo entre ellos un conflicto que felizmente se resolvió. A mí me correspondió servir en cierta forma como mediador. En uno de esos viajes iba conmigo el muy querido compañero Alí Gómez,53 quien ganaría años después el premio Casa de las Américas.

¿Qué señales tuvieron de que las condiciones eran definitivamente otras y que la lucha armada no tenía sentido en Venezuela?

A finales de 1978 me encontraba en El Salvador cuando El Cabito me llamó y me transmitió la instrucción para que regresara a Venezuela, pues según el PRV, existía una seria posibilidad de un estallido insurreccional. El detonante estaba representado por la conjetura de que los adecos desconocerían el triunfo de Luis Herrera Campins,54 que se daba como un hecho cierto. Según la información que me transmitieron, él estaba dispuesto a entregar las armas al pueblo en caso de que se desconociera su triunfo. Estos detalles, obviamente, los conocí posteriormente, cuando llegué a Venezuela.

Rápidamente organicé el retorno. Interrumpí las gestiones que junto a Joaquín Villalobos realizábamos para traer un importante lote de armas que, presuntamente, nos iba a proveer un alto oficial de un país europeo, para lo cual ya habíamos adquirido un barco que luego se perdió en Jamaica. Recuerdo que viajé a Bogotá para volar desde allí a Valledupar y, luego, seguir a Maicao, en la frontera con Venezuela. Parte del recorrido lo hice en una avioneta que, al aterrizar en Valledupar, quedó atravesada en la pista aunque, por fortuna, sin ningún lesionado. Todo se limitó al susto de morir por un simple desperfecto, después de haber salido ileso en muchas otras situaciones más comprometidas. Así que tuve que emprender viaje en un ómnibus por una larga y accidentada carretera de tierra hasta Maicao, a través de una zona que en esa época era muy vigilada por la proliferación de traficantes de drogas. Ya muy tarde en la noche llegué a Maicao, donde me esperaban los equipos de seguridad que me trasladarían con todas las medidas del caso hasta Maracaibo.

Allí instalé mi puesto de mando el primero de diciembre de 1978. Por medio de nuestros contactos, Douglas Bravo me mandaba una especie de bandos militares. Me informaba de una distribución de nuestras fuerzas, listas para entrar en acción.

Dos días después de mi llegada a Maracaibo se realizaron las elecciones nacionales. En la madrugada del cuatro de diciembre, siguiendo las noticias por radio y televisión, junto a los camaradas que me acompañaban, presenciamos la aparición del candidato adeco, Luis Piñerúa Ordaz, con una cara de derrota que era todo un poema. No nos fue nada difícil concluir que estaba convencido de su fracaso, lo que, en efecto, reconoció horas después.

Al salir a lo que sería mi último contacto "pre-insurreccional", me encontré con un verdadero torrente de gente en las calles de Maracaibo, celebrando la derrota de los adecos. Y como no tenía la misma cara de celebración, se burlaban de mí, pues pensaban que yo era un adeco derrotado. Una doble ofensa para mí. En realidad estaba estupefacto. Lo último que esperaba era una celebración popular de tal magnitud que, a través de la televisión, era compartida en las principales ciudades del país. Así culminaba "la insurrección popular" que me había hecho viajar con tanta premura y riesgo al país, abandonando el proyecto de entrar a Nicaragua. Aquello fue para mí lo que Louis Althusser llamaría con toda propiedad una "ruptura epistemológica". Una especie de fogonazo que te lleva a reconsiderar tu visión de la realidad, como en efecto ocurrió a partir de ese momento, reforzada por algunos hechos aparentemente menores que, en otras circunstancias hubieran tenido carácter meramente anecdótico, pero igual de revelador.

¿En ese momento toma la decisión de pasar a la legalidad?

No exactamente en ese momento. Pero lo cierto es que, a partir de allí, se inicia en mí una nueva reflexión que me conduciría muy pronto, al igual que otros compañeros con quienes intercambiaba inquietudes, a captar una realidad en la cual ya no había condiciones para continuar la acción armada y buscar una forma de salir a la legalidad. A todo esto se sumaba el hecho, confirmado en esos mismos días, de que el nuevo gobierno estaba interesado en un acuerdo para permitir nuestra incorporación a la actividad legal. Nosotros afrontábamos una realidad muy evidente, pues en tanto que la militancia clandestina y la guerrilla se iban reduciendo cada vez más, el Movimiento Ruptura, que habíamos organizado para actuar legalmente con Argelia Melet a la cabeza, se desarrollaba con apreciable éxito. Todo indicaba que se hacía necesario un cambio de estrategia. Una decisión de elemental sentido de la realidad política.

Tuvimos muchas reuniones para tratar de evitar lo inevitable. Como te dije, acababa de llegar de Centroamérica donde estuve durante un buen tiempo, además de haber viajado a Europa con Joaquín Villalobos, haciendo gestiones para conseguir el armamento que serviría, tanto para el movimiento en El Salvador como para la insurrección venezolana que ya no se iba a dar, como lo demostraron los hechos inmediatamente posteriores.

Por esos mismos días, lo recuerdo bien, junto con Alí Gómez, habíamos enviado la proposición de ingresar con unos 40 guerrilleros venezolanos de gran experiencia, a reforzar a los sandinistas que estaban emprendiendo su ofensiva contra el dictador Somoza. En Tegucigalpa realizamos una reunión con el comandante Pomares, a quien conocíamos como El Danto y otros compañeros nicaragüenses, a quienes les aportamos una contribución en dinero que habíamos acordado en Venezuela. La incorporación a las fuerzas nicaragüenses fue pospuesta para atender la ya mencionada "insurrección en Venezuela". Solo mi tocayo Alí Gómez pudo entrar a Nicaragua a finales de la ofensiva sandinista. Después del triunfo de la revolución nicaragüense, moriría en cumplimiento del compromiso asumido como revolucionario internacionalista, combatiendo la contrarrevolución.

¿En qué circunstancias se inicia el diálogo con el gobierno de Herrera Campins para la pacificación?

Como te decía, ya era inevitable. Tanto nosotros como el gobierno deseábamos la paz. Era obvio que la renta petrolera no solo estaba enriqueciendo a la burguesía, sino que "salpicaba" al pueblo. Recuerdo algo que sirve como un ejemplo para ilustrar esta afirmación. Uno de nuestros equipos de seguridad utilizaba un Mercedes Benz, porque los policías respetaban mucho ese tipo de carro que utilizaban los ricos con bastante frecuencia. Como iba a un encuentro con Magoya, a partir de un punto decidí manejar yo solo para que más nadie se enterara de quién iba a ser mi interlocutor. En el lugar escogido, bajé del vehículo y al cerrarlo, se me acercó un niño y me preguntó si quería que él me lo cuidara. Le respondí afirmativamente. Acto seguido me agregó: "Déjeme limpiárselo por dentro, señor, porque lo veo un poco sucio". A lo cual también accedí.

Poco después de hablar con Magoya y despedirnos, separándonos cada quien en direcciones distintas, llego hasta el vehículo y le pregunto al niño:

¿Cuánto es mi'jo?

Veinte bolívares (en aquel entonces, el cambio era 4,30 bolívares por un dólar).

¿Cuántos años tienes tú?

Ocho, señor.

¿Y cuántos carros lavas tú al día?

Como 20 o 30, y cuando está bueno el día, 40.

Y ¿qué haces con ese dinero?

Ayudo a mamá y a mis hermanitos.

Una cuenta somera me decía que en la casa de esa criatura no se pasaba hambre. En Caracas, tú veías antenas de televisión por todos lados y carros en muy buenas condiciones al pie de las rancherías que cubren varios de los cerros de la capital. Era el reparto de la renta petrolera. Es decir, independientemente de que el grueso de la renta se quedara arriba, algo percolaba hacia los pobres. Estábamos en diciembre y la gente que viajaba masivamente a Miami venía cargada de regalos en cantidades impresionantes. En esa época se puso de moda una expresión típica de muchos venezolanos que iban a Miami: "Ta' barato, dame dos". Esto ilustraba la realidad de una renta petrolera que desbordaba ampliamente la capacidad de absorción de nuestra economía y que fluía bajo las más diversas formas hacia el exterior, entre otras, el derroche, haciendo cierta aquella expresión de que "lo que nada nos cuesta, hagámoslo fiesta", algo que impregnó profundamente la cultura del venezolano. Cosa muy distinta del discurso de los partidos de izquierda, que nosotros mismos defendíamos. No nos cansábamos de hablar de una crisis que iba a provocar una insurrección, en tanto que la calle nos gritaba otra cosa.

Esto no quiere decir que todo el pueblo recibiera los mismos beneficios que obtenían los sectores privilegiados, pero lo poco que obtenían creaba la ilusión de que era posible mejorar. El auge rentista operaba como un poderoso factor anestesiante del conflicto social, posponiendo las confrontaciones. Para entender mejor este asunto, basta con tomar en cuenta que, hasta finales de los años 60, en la distribución del ingreso, bastante más del 50% representaba remuneración al trabajo y menos de ese porcentaje significaba remuneraciones al capital. A partir del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, la relación se invirtió al punto de caer las remuneraciones al sector trabajo, por sobre un poco más del 30%. Mientras el ingreso petrolero se mantenía en cotas elevadas, el cambio fue imperceptible pues, en cifras absolutas, todos ingresaban más, pero en términos relativos, la clase trabajadora recibía mucho menos. Cuando, como ocurre cíclicamente, cayeron los precios del petróleo, la diferencia se hizo sentir con una fuerza exasperante, incluyendo a importantes segmentos de la clase media. La pobreza se incrementó en extensión y profundidad. Los que ya eran pobres, se vieron arrojados al espanto de la miseria extrema. Fue la chispa que comenzó a incendiar la pradera que cada día se secaba más.

Por nuestro lado, las investigaciones y análisis de Bernard Mommer reflejaban que la renta petrolera imponía un capitalismo bastante atípico en la región, cuya distribución, al menos hasta esos días, todavía permitía amortiguar y desvanecer el conflicto social, pese a que ya había ocurrido un cambio esencial en los esquemas de distribución. Era obvio que había que salir rápida y audazmente a la acción legal. El gobierno también estaba interesado en resolver esta situación.

Hablé con Douglas y coincidió en intentar el acuerdo. En esos momentos contábamos con importantes recursos. Le dije: "Mira, ahorita todos esos partidos están cansados. Deberíamos aprovechar la oferta de acuerdos y salir con un planteamiento audaz, de ofensiva política, tomando la iniciativa, a las calles".

Luego de algunas reuniones, la dirección del PRV estuvo de acuerdo y me nombraron representante plenipotenciario para negociar nuestra legalización. Lo que hice de inmediato en compañía de mi gran amigo Edgard Rodríguez Larralde (El Catire).

¿Dónde?

En Caracas. La primera reunión se realizó en la casa del abogado Allan Randolph Brewer Carias, porque su esposa, Betty, era amiga de El Catire, quien era miembro del Comité Central del PRV. Por nuestra parte estuvo un poco después, durante una tercera reunión, Argelia Melet, quien también formaba parte de la dirección del PRV. El representante del gobierno de Herrera Campins, durante la primera reunión, fue el jefe de Seguridad Remberto Uzcátegui, quien poco después asumiría la jefatura de la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP). Uzcátegui era un agente de la CIA.

Y amigo de Luis Posada Carriles. Fue Uzcátegui quien nombró como comisario a Posada y lo integró al grupo represivo bajo su dirección conocido por Los Doce Apóstoles. Torturaron y mataron a diestra y siniestra en Venezuela.

Cuando Uzcátegui me vio la primera vez, me dijo: "Alí, yo sí te quería conocer a ti. Créemelo, de verdad". Le respondí con cierta sorna: "Yo también, pero usted allá y yo aquí". Esto lo puso un poco serio, pero después se rio y comenzamos a hablar. Me comentó que el gobierno tenía mucho interés en resolver el problema interno, "para poder atender el problema externo".

"El problema externo" para ellos radicaba en Colombia, por viejos problemas territoriales y diferencias que arrastran los liderazgos de ambos países y, por supuesto, Cuba.

No hubo demasiadas tensiones, salvo en un momento en que el jefe de Seguridad puso como condición que debíamos entregar las armas. Le respondí que yo creía que estábamos hablando entre caballeros, a un paso de establecer un pacto de honor y que, por tanto, su exigencia sería una condición humillante. Agregué que si él le quitaba las armas a Acción Democrática y a COPEI, tal vez nosotros podríamos hacer lo mismo. El hombre me respondió: "Si tú me dices dónde están las armas de Acción Democrática y COPEI, yo mismo voy y se las quito". Le contesté que ese no era mi trabajo, sino el suyo. Que a él le pagaban para ese tipo de averiguaciones. Como para ese momento ya se encontraba representando al gobierno su ministro de Relaciones Interiores, Rafael Montes de Oca (Pepi), este intervino restándole importancia al asunto y proseguimos la negociación. Y ¿sabes?, Montes de Oca cumplió su palabra. Por tal razón, cada vez que he hecho alusión, lo he hecho con el respeto que me inspiró su seriedad.

¿Le pasó por la cabeza que esta negociación fuera una trampa?

No. En Venezuela, siempre ha habido como una suerte de hidalguía en este tipo de cosas. Pero lo decisivo era la situación política. Dejarme preso hubiera sido un gran error político. De manera que no íbamos con una posición candorosa.

Por supuesto, podría haber sido una trampa de Uzcátegui, pero a los primeros que no les convenía era a ellos. Por otro lado, los encuentros se producían en casa de un amigo. Para facilitar mis movimientos, me dotaron de un salvoconducto y adondequiera que yo llegaba, la policía me atendía hasta con cierta amabilidad.

¿Es cierto que este es el único acuerdo de paz entre un gobierno latinoamericano y la guerrilla sin que mediaran documentos formales?

Así es. No se registró ningún documento, nada. Cada quien confió en la palabra dada al otro. El único problema que se presentó, por una verdadera ironía, fue con el PRV. El gobierno nos pidió que saliéramos a la legalidad progresivamente, no todos en bloque. Juraron que no le iba a pasar nada a nadie. Sin embargo, Douglas se empeñó en que, o salíamos todos, simultáneamente, o no salía nadie.

Y esta discusión caprichosa, absurda, se produjo cuando ya se había establecido un acuerdo formal con el gobierno, respaldado por una decisión interna de la propia dirección del PRV, encabezada por el mismo Douglas.

Era indudable que habíamos logrado construir una fuerza política, forjada en las condiciones más difíciles. Yo sueño todavía con volver a tener una fuerza así, con aquella mística, con aquel desprendimiento. Teníamos no menos de mil cuadros de primera línea en todo el país, de los más variados orígenes: intelectuales, estudiantes, dirigentes obreros, campesinos y gente muy, muy identificada con la causa revolucionaria. Todos obedecían firmemente a las decisiones de la dirección.

Pero la repentina obcecación de Douglas, terminó provocando una ruptura. Como suele ocurrir tanto en nuestras izquierdas, a los hechos y argumentos para asumir sin vacilación una decisión que era más que obvia, la respuesta se convirtió casi en un juicio moralista. En una de esas reuniones se me llegó a acusar de "rajao" y "conciliador", términos despectivos para definir a aquellos que abjuraban de la lucha revolucionaria. Ante la imposibilidad de llegar a ratificar un acuerdo ya existente, El Cabito y yo decidimos retirarnos de la reunión y separarnos del PRV. Yo entregué un documento, además de haber hecho una exposición razonada, pues no le encontraba ningún sentido a aquella absurda y contradictoria posición. Lo mismo hizo El Cabito. Otros compañeros que no fueron invitados a las reuniones de la Dirección del PRV, igualmente coincidieron con nuestra posición.

Por una verdadera ironía, a Douglas Bravo lo indultaron antes que a mí. Dio alguna declaración afirmando que no aceptaba salir a la legalidad hasta que no saliera hasta el último de los guerrilleros. Pepi Montes de Oca respondió con una expresión bastante lacónica: "Los actos de Estado no son para discutirlos con los ciudadanos. Douglas Bravo fue indultado. Nadie lo persigue. Si quiere seguir escondido, es su decisión". En conclusión, Douglas Bravo terminó haciendo su vida en la legalidad, aun sin que fueran legalizados todos los perseguidos políticos. Yo, finalmente, fui sobreseído de 16 autos de detención que me habían dictado los tribunales militares, bajo todo tipo de acusaciones en las que solo faltó que se me señalara como autor de la muerte de Abel, hijo de Adán y Eva.

¿Qué ocurrió después de esa nueva división?

A partir de esos hechos, mi vida dio un giro muy abrupto. De haber empuñado las armas por largo tiempo, me vi de pronto compartiendo mi actividad entre la defensa de los procesados militares, gestionar la legalización de quienes seguían perseguidos, tratar de ganarme la vida en una profesión que pensé nunca más ejercería y organizar un pequeño grupo de estudio que llamamos Tendencia Revolucionaria, el cual se fusionaría poco después con La Causa R, que había fundado Alfredo Maneiro.

Ellos continuaron en una extenuante discusión interna, sufriendo nuevas divisiones. Algunos de los camaradas que más ciegamente me criticaron, terminaron en un abierto enfrentamiento con Douglas Bravo. Vivieron así un áspero proceso hasta extinguirse literalmente, al acordar la disolución del PRV en una especie de extraño ritual que realizaron en un pueblo de la sierra de Falcón. Hicieron una hoguera, a la que arrojaron sus camisas, según lo que me refirieron algunos de los asistentes a aquella suerte de aquelarre. Así terminaba la existencia de un partido que agrupó a gente de extraordinaria calidad, que dio su vida por los sueños que había entrañado, por lo que creyeron principios sagrados e inextinguibles. Douglas Bravo culminó así una cadena de errores de toda laya, vagando como ánima sola y disparando a la loca, aunque aparece de vez en cuando en los espacios que, como mendrugos, le lanza la prensa fascista del país, cuando considera que sus declaraciones pueden serles de cierta utilidad.

Volviendo a la negociación, ¿previamente decidieron que no habría acuerdo por escrito?

No. Nadie propuso firmar papeles. Nadie. Nosotros pedíamos reincorporarnos a la actividad legal y legalizar la organización. Aunque parezca increíble, ese no fue un punto de discusión con el gobierno, que lo consideraba obvio. Como ya lo expliqué, por un capricho infantil, Douglas Bravo, sin que esto se hubiera planteado en ningún momento de nuestras discusiones, comenzó a poner condiciones que él sabía bien que el gobierno no aceptaría. De no haber estado él tan obnubilado, el PRV estuviera hoy jugando un rol muy importante en el país. En el fondo, creo que tenía un gran temor de salir a la actividad legal, porque quería mantener una especie de aureola mítica, una aureola de comandante guerrillero. Salir a la confrontación política abiertamente lo colocaba en igualdad de condiciones con muchos otros dirigentes políticos. Al final, cuando salieron a una tímida actividad legal bajo el lema de la "Gran Cruzada", una vez más, ya era tarde pues nuevamente lo hicieron sin la profunda convicción de que era necesario y correcto ir al encuentro con el pueblo por la única vía posible en ese momento. De allí que quedaran completamente aislados, como almas en pena.

¿Cuándo se produce la ruptura con Douglas?

En julio-agosto de 1979. El de Douglas es un caso lastimoso. Formó, junto con nosotros, un partido de una gran mística y disciplina. Facilitó el estudio de la cuestión petrolera, fundamental para la izquierda venezolana. En esos años del PRV, se llegó hasta publicar en la revista Tiempos modernos, que dirigía Jean Paul Sartre, un análisis elaborado por Bernard Mommer y que firmó Douglas Bravo. Por su lado, la revista Ruptura, que era la publicación legal de Movimiento Ruptura, presentaba regularmente estudios sobre estos temas y llegó a convertirse en una publicación de alcance internacional. Paralelamente publicábamos la revista Fuego, de carácter clandestino, donde se informaba sobre la marcha de la guerrilla e igualmente se publicaron algunos artículos teóricos. Pero creo que se dejó llevar por un factor psicológico infausto: el de quien juega a tener un liderazgo y teme perderlo. Para él la unidad era la unidad con él, y solo con él como jefe. Aunque hizo esfuerzos para tomar decisiones colectivamente, no avanzó mucho en esa dirección. Lo que más me indignó fue ese giro brusco, luego de haber expresado muchas veces su total acuerdo con la estrategia de pasar a la legalidad.

Recuerdo una anécdota. Estábamos en una casa el 24 de diciembre de 1978. Una muchacha me hizo una crítica porque no comprendía la defensa que yo hacía del paso a la legalidad, y Douglas, con mucha energía, la encaró: "Mire, cuando era necesario traer explosivos y armas a Venezuela para las más arriesgadas operaciones, Fausto era el primero en estar ahí. Ahora, cuando hay que salir a la legalidad, sin vacilación, no tiene miedo en hacerlo y es el primero en estar ahí también".

Por eso la actitud de Douglas de comprometer a última hora la salida legal me sorprendía por la dosis de cinismo que, en ese momento, despertó en mí un frío desprecio. Yo llegué a decirle en lo que fue nuestra última reunión: "Me encuentro ante una verdadera confusión pues no sé a cuál de los dos Douglas creerle. A quien tanto me elogiaba hasta ayer o a quien hoy me acusa de renegado".

La posición que mantiene hoy, cuando están ocurriendo todos estos cambios que se parecen mucho a los sueños por los que luchamos, es reflejo de esa situación. Hubiera podido jugar un rol como muchos otros compañeros. Él particularmente, que en el Partido Comunista, en la época de la guerrilla, fue un protagonista de primera línea, un puntal en los días amargos de la división del Partido y uno de los símbolos de la lucha revolucionaria en América Latina. Pero así de implacable es la historia.

Entonces usted funda Tendencia Revolucionaria.

Sí, un grupo del PRV nos separamos y fundamos esa agrupación política, para seguir en la lucha e investigar más a fondo la realidad venezolana, muy particularmente la cuestión petrolera que ya habíamos comenzado a profundizar en el propio PRV. También iniciamos las gestiones para establecer relaciones con Cuba, inexistentes para ese momento producto de los hechos que ya narré anteriormente para lo cual viajé, después de 20 años de ausencia, a La Habana.

En 1979 queda solo Bandera Roja sin aceptar la pacificación, ¿no?

Además de nosotros, en 1979 pasaron a la actividad legal el MIR y la Liga Socialista, que había hecho intentos un año antes de participar en las elecciones. Solo quedaba Bandera Roja, que no aceptó la legalización. Hizo esfuerzos posteriores por levantar su fuerza guerrillera, pero fracasaron por la combinación del aventurerismo de su política y la represión militar y policial. En 1982 sufrieron un terrible golpe, con la llamada Masacre de Cantaura,55 donde murieron 23 de sus militantes inermes, incluyendo dirigentes, la mayoría jóvenes. Fue un acto no solo criminal, sino de extrema cobardía, pues la mayoría fueron ejecutados cuando se encontraban heridos o simplemente prisioneros. Hoy, quienes fueron dirigentes de ese partido andan mezclados, compartiendo posiciones y actividades, con los asesinos de Cantaura, conspirando contra el proceso revolucionario que dirige el Comandante Hugo Chávez. ¿Cómo podría extrañarnos tanto fracaso de la vieja izquierda?

¿Cómo vivió su familia la salida a la legalidad?

En lo personal fue muy duro el reencuentro con la familia. Todos mis hijos estaban dispersos. Este paso de la clandestinidad a la legalidad fue uno de los momentos más difíciles que he vivido. Pasé por una situación bastante crítica, no solo por la precariedad económica, sino por tener que adaptarme, después de una cerrada clandestinidad que duró desde 1964 hasta 1980. Me vi obligado a ejercer una profesión en medio de una selva aún más terrible, la selva que representan los tribunales y la administración de justicia en cualquier país capitalista, más aún en uno como el nuestro. Luego de haber vivido tantas divisiones e inconsecuencias, llegó un momento en que me sentí, por primera vez en mi vida, tocado por el escepticismo. Por esa especie de sentimiento religioso en que fuimos formados, llegué a sentir culpa por tal escepticismo. Pero en esto me ayudó mucho la lectura de Hegel, particularmente un capítulo de su Fenomenología del espíritu. Un libro de difícil lectura por sus niveles de abstracción, pero verdaderamente excepcional para comprender lo que es la dialéctica, particularmente lo que se refiere al conocimiento, al proceso de formación del concepto, desde lo que él llama la certeza sensible hasta la universalidad del concepto. En uno de sus más interesantes capítulos afirma, y es cierto, que el escepticismo es solo un momento necesario en el proceso de formación del concepto que pasa también por otro momento, el de "la conciencia desventurada".

Recuerdo que un día me enfrenté a mí mismo y me dije: "¿Vas a seguir en lo que ha sido fundamental en tu vida, o no? Porque si no vas a seguir, dedícate a ejercer el Derecho, a hacer plata, a viajar, a escribir, a oír música que tanto te gusta y a lo que llaman vivir bien. ¿Es eso lo que quieres?". De inmediato brotó una respuesta negativa. La psiquis humana tiene esos mecanismos un tanto extraños pues, acto seguido, entré en un estado de calma y de reconciliación conmigo mismo y de mucho ánimo para seguir. Pero la realidad no solo política, sino personal, era muy dura. ¿Te conté que algunos de mis hijos me reprocharon los años que no pasé con ellos, particularmente la más pequeña?

No, no me ha contado.

Años después bromeaba diciéndole que era la chica que más me había costado seducir. El caso es que terminamos conversando largamente este asunto y ahora tenemos una relación que colma la aspiración afectiva de cualquier padre, como me ocurre con el resto de mis hijos, que ya me han llevado a la condición de abuelo. He experimentado también el dolor de perder dos hijos: uno, en el terremoto de Caracas, encontrándome después de una marcha infernal en las montañas de los Andes, ya te hablé de eso. El otro, unos años después, por un derrame cerebral cuando apenas tenía 13 años. Por un tiempo me decía como Miguel Hernández: "¿Acaso como el toro he nacido para el luto y el dolor?". Afortunadamente no ha sido así, pues son muchas las cosas gratificantes que también he tenido, como esta de participar en los cambios en que estamos viviendo en Venezuela al lado de un pueblo y acompañando a un querido camarada y hermano como Hugo Chávez.

¿Su familia sintió sobre sí la represión?

Sí. Maruja, la madre de mis dos hijos menores, formó parte de las unidades de combate urbano, en una UTC. Estuvo presa en dos oportunidades. Allí demostró una valentía a toda prueba cuando la sometieron a interrogatorios y amenazas poco después de haber perdido nuestro primer hijo en el terremoto de Caracas. Ha sido una mujer excepcional, en todos los órdenes.

¿Sabían que era su compañera?

Allí se enteraron. Hasta ese momento no sabían. Se portó muy valiente, extraordinariamente bien. Yo he tenido la fortuna de tener compañeras extraordinarias.

¿Se arrepiente de algo en esta etapa de su vida?

No. En lo absoluto. Salvo algún acto momentáneo, un error sin mayor trascendencia.

¿Qué habría hecho mejor?

Lo mejor es lo que he hecho, actuar en cada momento de acuerdo con mi conciencia, de acuerdo con mis principios y de acuerdo con mis convicciones, que han guiado las decisiones de mi vida, tratando siempre de hacerlo con la mayor humildad, y siempre pensando en la suerte de la gran mayoría de nuestra gente, un pueblo que en el pasado apenas si recibía migajas de la gran riqueza extraída de las entrañas de su propia tierra. Aún hoy, con todo lo que se ha mejorado, es duro y empinado el trayecto que falta por recorrer. Hablar de lo que habría hecho mejor sería especular, pues hoy tengo mucha mayor experiencia y sentido de la realidad, sin renunciar a los sueños, que siguen siendo los mismos.

Pero quiero decirte que, aún con las fallas, errores y debilidades que se le puedan observar al actual proceso de cambios que lideriza nuestro entrañable Comandante Hugo Chávez, tengo la certeza de que vamos en la dirección correcta. Nunca antes, desde los tiempos de la independencia o de Zamora, hubo en este país un liderazgo tan entregado a los problemas del pueblo, con tal sentido de dignidad nacional, tan independiente y con una convicción tan profunda de que Venezuela es apenas una porción de Nuestra América, entendida esta como lo que es, una gran nación. En todo esto, el rol de Hugo Chávez ha sido decisivo. De allí mi plena identificación con él.

Antes de que se me olvide
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