La guerrilla
"PAZ DEMOCRÁTICA" O LUCHA ARMADA/ LA INCORPORACIÓN A LA GUERRILLA/ EL FRENTE JOSÉ LEONARDO CHIRINO/ ALFREDO MANEIRO Y EL FRENTE MANUEL PONTE RODRÍGUEZ/ LA PRUEBA DE FUEGO: UNO ANDABA SIEMPRE DISPUESTO A MORIR/ LA "PSICOLÓGICA"/ PROPUESTA DEL CHE DE INCORPORARSE A LA GUERRILLA VENEZOLANA / LLEGADA DE LOS ASESORES CUBANOS/ LA INTERVENCIÓN NORTEAMERICANA EN LA LUCHA CONTRAINSURGENTE/ LUIS POSADA CARRILES
Nuestro sacrificio es consciente; cuota para pagar la libertad que construimos.
Ernesto Che Guevara21
Exactamente, ¿qué estaba ocurriendo en 1965 en las filas revolucionarias?
En 1965 se produjo una crisis muy profunda en el Partido Comunista de Venezuela. La mayoría de su dirección, por no decir toda, proclamaba la necesidad de una Paz Democrática que consistía en cesar toda actividad armada, realizar "una retirada ordenada" e ir solo a la acción legal. Esto ocurría prácticamente sin mayor discusión con las bases del partido y con los que estaban agrupados en los destacamentos armados. Desde luego | que, como siempre ocurre con este tipo de hechos, son muchas las opiniones que se vierten según sean los puntos de vista que cada quien tuviera en el momento de los acontecimientos. El caso es que tal situación provocó que la mayoría de quienes estábamos envueltos en el proceso armado, nos opusiéramos. Se produjo entonces, en 1966, una gran división y un grupo de compañeros nos organizamos en el Partido de la Revolución Venezolana (PRV),22 agrupación que encabezó Douglas Bravo23 y que aglutinó a la mayor parte de los que estaban en armas, pero también a muchos otros que no lo estaban.
¿El texto rector de esta estrategia es el "Documento de la Montaña"?24
Sí, y fue aprobado por el Comité Regional del Partido Comunista, así como el llamado Manifiesto de Iracara. Se redactaron en los días previos a la división de este partido. Pero, para ese momento yo no me había incorporado aún a las guerrillas rurales. Toda mi actividad se desplegaba en áreas urbanas o suburbanas. A mediados de 1964, meses después de haber regresado de la Unión Soviética, donde había realizado cursos militares junto con un pequeño grupo de camaradas, yo había asumido la dirección del llamado Buró de Oriente que abarcaba la organización del partido y también de las FALN en varios estados del oriente del país. Allí me acompañaban Nery Carrillo, Pancho Toro, Pedro Muñoz y otros camaradas. En tanto, Alfredo Maneiro dirigía las guerrillas del Frente Manuel Ponte Rodríguez en las montañas de los estados de Monagas y Sucre, en cuya Comandancia lo acompañaban, entre otros, Lucas Matheus, Rubén León, Ortiz Resplandor, Winston Bermúdez y el teniente Fleming Mendoza. Con Alfredo estábamos planificando una acción que hubiese cambiado significativamente el curso de los acontecimientos pues, a diferencia de otras que se realizaron anteriormente con participación de oficiales nuestros en el seno del ejército oficial, esta acción consistía en la toma del cuartel de Maturín, capital del estado Monagas, movilizar la ciudad no con idea de resistir allí, sino de organizar varias columnas con todo el armamento ocupado y moverlas hacia los campos de Monagas y Sucre. Como habíamos mantenido posiciones críticas hacia la dirección del partido, yo me desplacé a Caracas para tratar de precisar aspectos de la política y del plan que teníamos en oriente.
Con ese propósito me reuní un par de veces con el camarada Alberto Lovera, quien había sido designado responsable de los asuntos militares del partido. Mientras esto hacía, sin yo saberlo, en oriente se desató una cadena desastrosa de delaciones que provocó la caída de valiosos camaradas, equipos y casas. Una de ellas estuvo a punto de provocar también mi captura en Caracas. Me salvó la oportuna información de una extraordinaria compañera, Mimina Rodríguez Lezama, excelente poeta y muy leal camarada, quien logró escapar del allanamiento de una de mis casas donde ella servía como cobertura, delatada por el único que la conocía, Helímenes Chirino (Pantaleón). Mimina se las arregló para comunicarse conmigo a través de una brevísima llamada telefónica y mediante las claves que teníamos convenidas. Yo ocupaba en esos días un apartamento recién adquirido por una cuñada que nadie conocía. El haber aplicado siempre las medidas de seguridad y algo de intuición, me hicieron moverme horas antes de que llegaran al apartamento los esbirros de la policía de seguridad conocida como Digepol, caracterizada por su práctica de torturas, asesinatos y desapariciones. Fui a una casa de Arnaldo Esté, quien me reubicó en un lugar más seguro hasta que pude salir de Caracas.
Dada la nueva situación y luego de las consultas del caso con la dirección del partido, fui trasladado a la dirección regional en Maracaibo, estado Zulia, donde me enteré de la crisis que ya avanzaba en el partido. Me trasladé nuevamente a Caracas a finales de 1965, donde tuve una breve reunión con Germán Lairet, quien había asumido la dirección de la Comisión Militar del Partido Comunista después del asesinato de su anterior responsable, el querido camarada Alberto Lovera. Este había sido capturado y torturado, resistiendo con una valentía extraordinaria, hasta su muerte. Hecho muy doloroso para mí, pues durante mi último encuentro con él, se caracterizó por mis fuertes críticas a la dirección nacional del Partido Comunista, por lo que considerábamos una inconsecuencia con la línea aún vigente.
Buscando clarificar cuanto ocurría, logré reunirme con mi gran amigo Nery Carrillo, que había formado parte de nuestro Buró de Oriente. En esos mismos días tomé la decisión de subir definitivamente a la montaña, deseo que tardó unos meses en cumplirse. En efecto, yo fui al encuentro de la principal columna guerrillera que se desplazaba desde las montañas de Yaracuy hacia las montañas de los Andes. Guiado por un veterano guerrillero a quien, por sus rasgos achinados, los guerrilleros llamaban Ho Chi Minh, me encaminé a tan importante encuentro en una zona del estado Cojedes.
Para mi infortunio, tuve el desacierto de ir con zapatos de suela que, al rozar con los pajonales resecos, recibieron tan alto grado de pulitura que apenas podía dar un paso sin resbalar. Luego de meses de inmovilidad en los escondites de la ciudad, los músculos y las articulaciones pierden elasticidad por lo que caminar en el monte representa un esfuerzo grande. Pero si, además, el calzado no te ayuda a afirmarte en lo que pisas, las marchas se convierten pronto en un tormento. Y eso fue precisamente lo que me ocurrió, con ataques de calambres y dolor de rodillas sin que el malestar me impidiera avanzar, pues no quería aparecer con debilidades a la hora de encontrarme con la columna lo que finalmente ocurrió. No dejó de provocarme emoción el ver la larga fila de combatientes, en cuya punta de vanguardia iba Manolín, uno de los compañeros cubanos que habían desembarcado con Luben Petkoff y Antonio, nombre de combate del comandante Arnaldo Ochoa.25
Allí mismo me incorporé a la columna, tratando de disimular sin mucho éxito el dolor que castigaba mis rodillas, hasta que finalmente acampamos y pude realizar la reunión que habíamos previsto con Douglas Bravo y la comandancia de la columna. Fue allí donde conocí a Antonio, con quien tuve una de las largas y típicas conversaciones de vivac esa misma noche sobre cualquier cantidad de temas pero, fundamentalmente, relativos a la columna donde reinaba el optimismo y, desde luego, sobre Cuba.
A la mañana siguiente se realizó una reunión de la Comandancia. Allí mismo se tomó la decisión de mi retorno a la ciudad para participar en el proceso de reestructuración de la organización. Así, luego de una nueva marcha con la columna, deshaciendo el camino recorrido el día anterior, cruzamos durante la madrugada la carretera que comunica las ciudades de
Acarigua y Barquisimeto. Yo debí quedarme emboscado mientras la columna proseguía su marcha hacia las montañas del estado Lara, donde debía unirse con una parte de las fuerzas del Frente Simón Bolívar que estaban bajo el mando de Freddy Carquez y Juan Carlos Parisca. Otra parte de esa fuerza se había plegado a la política de paz democrática.
Con una lata de sardinas como "ración de espera", mientras llegaba la unidad que debía recogerme y trasladarme nuevamente a Caracas, me decidí a esperar pacientemente. La tal unidad se retardó varias horas después de lo acordado, lo que no dejaba de despertar en mí cierta inquietud pues, de haberse presentado algún contratiempo grave con quienes debían pasar por mí, hubiese tenido que improvisar una salida sin la preparación mínima. Seguir la columna era ya tarea impracticable. Mientras tanto, el hambre comenzó a atacarme. Fue cuando me percaté de que no tenía con qué abrir la lata de sardinas. Recurrí a las púas de una alambrada que cercaba el potrero donde me encontraba oculto, abriéndole pequeñas perforaciones y así pude, agitando la lata, absorber una especie de batido de sardina y aceite que me sabía a gloria. Finalmente llegó el vehículo para el traslado hacia Caracas, donde tuve como acompañante a uno de los famosos hermanos Petit,26 junto con otro muy querido compañero a quien llamábamos Juan Veintitrés, quien me acompañó casi siempre en esos años de clandestinidad y, luego, durante un tiempo en la actividad legal.
En Caracas inicié las primeras reuniones con Freddy Carquez, responsable de lo que llamábamos el Trabajo Urbano, y también con Nery Carrillo y Félix Farías. Habíamos decidido que me ubicara en la ciudad de Maracay para comenzar desde allí el trabajo de organización que se me encomendó. Una nueva delación por parte de un aventurero que logró adquirir cierto rango en la fuerza que comenzaba a organizarse, Meinhardt Lares, provocó la captura del cubano Manuel Espinosa Díaz (Manolín), quien había bajado de la montaña por problemas de salud. También resultaría en el asesinato de Félix Farías, uno de nuestros más valiosos y queridos comandantes, que en esos días dirigía nuestras unidades urbanas. Aunque yo nunca permití que Meinhardt llegara hasta las casas que me servían de protección, él sabía que yo me encontraba en la ciudad de Maracay. Para colmo, en esos mismos días fue capturado y, como era costumbre, sometido a fuertes torturas, mi camarada Nery Carrillo. La más elemental prudencia obligó a que, finalmente, me incorporara a la guerrilla rural, culminando así una larga espera provocada por las distintas misiones que se me habían encomendado.
¿Cómo eran las relaciones entre los distintos grupos que eligieron la lucha armada?
En el Partido Comunista se coordinaba todo lo relativo a la actividad armada a través de la Comisión Militar del Partido, que dirigió mucho tiempo Guillermo García Ponce y después, hasta su asesinato, Alberto Lovera. Como ya lo comentaba antes, él fue capturado y sometido a torturas tan salvajes como cobardes toda vez que padecía de una afección física que limitaba sus movimientos. Luego de arrancarle la vida a golpes, tratando inútilmente de convertirlo en delator, murió como muchos otros revolucionarios, sin decir una palabra. Frustrados y acobardados, sus verdugos lo lanzaron al mar, con unas cadenas atadas al cuerpo para que se hundiera, tratando de desaparecer la víctima de ese horrible crimen. Pero el oleaje marino fue llevando el cadáver hasta recalar en una playa de Lecherías, en el estado Anzoátegui, adonde normalmente concurren muchos bañistas.27 Allí fue localizado por unos pescadores. La noticia sacudió al país, pero como ocurrió con muchos otros miles de crímenes, nunca los responsables fueron identificados y mucho menos castigados. Esto revela la total complicidad que operaba desde los presidentes de la República hasta el último asesino o torturador. Fue así como estos monstruos convirtieron a Venezuela en el primer país donde se comenzó a ejercer la mil veces cobarde práctica de las desapariciones forzadas. Años después las sangrientas dictaduras del sur harían propia esta práctica de la democracia representativa en nuestro país.
Usted formó parte de la dirección política de la Comandancia de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN). ¿Cómo se articulaban allí las distintas tendencias?
Existían un Comité Central y un Buró Político que representaban la máxima estructura de dirección política. Además, estaba la Comandancia de las FALN. Todo estaba dirigido por un Comité Central.
¿Usted llega a ese equipo de dirección como comandante?
No. Ingresé a la guerrilla sin ningún grado.
¿Como soldado raso?
Como soldado raso. No quise ningún grado. Así lo acordamos con Douglas Bravo, quien ejercía la Comandancia y que allí se encontraba. Él bajó poco después a la ciudad por una dolencia en una de sus rodillas. Así que me incorporé en iguales condiciones que ellos: hacer guardia, cargar leña, cocinar, salir de exploración, en fin, todo lo que hace un combatiente raso.
Después de la división del Partido Comunista, el Frente José Leonardo Chirino formó una columna bajo el mando del comandante Julio Chirino, nuestro querido y admirado Cabito.28 La misma se desplazó hacia el estado Yaracuy. Allí se fortaleció con el importante refuerzo que representó la llegada de Luben Petkoff con un grupo de 14 compañeros cubanos de mucha experiencia. Acto seguido la columna se desplazó hacia las montañas más altas de este estado. Allí se realizaron distintas reuniones en un lugar que se bautizó como la Plaza Roja. De esas reuniones surgió la decisión de abrir operaciones en un teatro que comprendía a los estados Lara, Portuguesa y Trujillo, concentrando la fuerza principal entre los dos últimos y parte de las zonas altas de Barinas. La columna inició su desplazamiento desde el estado Yaracuy, cruzando los estados Cojedes, Lara, Portuguesa, Trujillo y norte de Barinas. Por cierto que hay un dato muy elocuente. Durante ese desplazamiento la columna encontró apoyo campesino, pese a que ya se habían producido importantes migraciones hacia zonas urbanas o suburbanas. Tiempo después, cuando realizamos un desplazamiento en la dirección inversa, hacia Falcón, encontramos muchos caseríos despoblados. La gente había emigrado, en parte por las condiciones económicas que provocaban el éxodo hacia los perímetros urbanos y por la criminal represión que se desató en las zonas campesinas, aún en casos en que no tenían ninguna vinculación con nosotros.
En el estado Lara, por ejemplo, hay un lugar que llaman El Camino de los Fusilados, porque allí las fuerzas represivas asesinaron a un gran número de campesinos en los días en que Argimiro Gabaldón29 dirigía el Frente Simón Bolívar. Todos esos factores, juntos, nos crearon dificultades cada vez mayores en el campo. Por eso la guerrilla venezolana nunca pudo adquirir un carácter campesino, arraigada en sus reivindicaciones.
En 1964 usted pasa a la clandestinidad y se integra a la guerrilla, pero continúa también sus actividades en la ciudad. ¿Es así?
Sí, en la ciudad y arriba. Creamos escuelas de cuadros en la montaña, en oriente, y luego también en occidente. Algunos líderes bastante conocidos hoy pasaron por esas escuelas. Yo era instructor e impartía varias materias.
¿Quiénes estuvieron en esas escuelas?
Gabriel Puerta Aponte,30 por ejemplo, fue uno de los participantes en una escuela que organizamos en las montañas del Turimiquire, estado Sucre. En esa época había muchas relaciones entre nosotros y el MIR, al que pertenecía Puerta Aponte. Como instructores participaban también Pedro Muñoz y Doris Francia. Uno de los más distinguidos combatientes a quien recuerdo fue precisamente Rubén León (David).
¿Y dónde tenían exactamente la escuela?
Tuvimos varias. En las montañas del Turimiquire, en Monagas y en el estado Portuguesa. En este último estado, logramos mantener una por mucho tiempo ya que disfrutamos de muy buen apoyo de los campesinos. Así que pudimos organizar varios cursos. Esta fue la más completa bajo mi dirección. Allí, además de las materias militares, instruíamos sobre los asuntos políticos y organizativos. Incluso abordamos temas económicos como el relativo a la cuestión petrolera, principalmente la naturaleza del ingreso, petrolero como renta de la tierra. También se realizaba un entrenamiento bastante intenso y participábamos en algunas actividades productivas con los campesinos.
¿Usted comenzó sus estudios del tema petrolero en la guerrilla?
En realidad fue antes. Cuando estudiaba Derecho tuve muy buenos profesores de Legislación Minera y Petrolera, particularmente Rufino González Miranda, quien escribió un libro bastante notable, El régimen legal de los hidrocarburos, que aún conservo en mi biblioteca como una especie de reliquia. González Miranda, pese a ser un hombre que proclamaba su condición de derecha, rara avis en un país donde todos se proclaman de "izquierda". Sin embargo, en ese momento no estudié la cuestión petrolera en profundidad. Lo hice a partir de 1970, cuando conocí a Bernard Mommer,31 quien hacía apenas unos días había llegado de Alemania. Después de varias reuniones con él en la dirección del PRV le encomendamos la tarea de realizar un análisis de la cuestión petrolera en Venezuela y preparar un informe. Desde entonces emprendió una larga y cada día más profunda investigación que ha arrojado numerosos libros y artículos muy esclarecedores sobre la cuestión histórica de la renta, asunto que igualmente ha abordado muy exhaustivamente el profesor Asdrúbal Baptista32 con quien también he tenido la buena fortuna de intercambiar opiniones y leer varias de sus numerosas obras.
En el curso de nuestra relación con el doctor Mommer, lo que al comienzo fue para mí una especie de revelación sobre las claves teóricas para entender la cuestión petrolera, muy pronto se convertiría en uno de mis más queridos amigos. Guardo por él un gran afecto y mucha admiración, por su talento, su disciplina y una entrega absoluta al estudio y la investigación que lo han convertido en una de las autoridades más sólidas en cuanto al problema petrolero se refiere, ya no solo en Venezuela, sino más allá de nuestras fronteras.
¿Qué otras clases impartía?
Política, todo lo relativo a la renta petrolera, por supuesto, su profunda incidencia en el proceso histórico venezolano; leímos y discutimos también mucho sobre el pensamiento de Marx, Lenin, Trotsky, incluso llegamos a discutir varios escritos de Bakunin, el pensamiento militar de El Libertador — tenía un libro muy interesante de Vicente Lecuna sobre este tema—, las obras de Mao Tse Tung y por supuesto, las materias militares: topografía y orientación, armamento, organización y táctica de la guerra de guerrillas, explosivos y demoliciones, sabotaje, además de charlas sobre seguridad. Todas las materias que correspondían a la situación de esos días. Esto estaba acompañado de las lecturas que nos llegaban de la ciudad e incluso del exterior, principalmente de Italia y de Francia, países donde contábamos con muy buenos amigos.
¿A cuántos compañeros vio morir en esa etapa?
Afortunadamente nunca vi morir directamente a ninguno de los que estuvieron conmigo, pero sí perdí a compañeros muy queridos. En los años 60, siendo estudiante aún, sí presencié la muerte de manifestantes. Solamente durante una manifestación en Caracas, cuando la policía disparó directamente, vi como caía gente herida cerca de donde yo marchaba, después me enteré de la muerte de algunos en las proximidades de la plaza La Concordia. Se trataba de una manifestación pacífica de desempleados a la que acompañábamos varios estudiantes. Cuando tratamos de auxiliar a los heridos, disparaban sobre nosotros obligándonos a la retirada en medio del humo de las bombas lacrimógenas, que resultaba asfixiante por su densidad.
Entre los guerrilleros murieron camaradas muy estimados, como un campesino con el cual compartí momentos difíciles, tan extraordinario combatiente como formidable baquiano, Capracio Medina (Emilio), quien cayó en una operación realizada en el oriente del país. También murieron otros compañeros para mí muy allegados como Honorio Navarro, Hilario Navarro (Choropo), Eudo Marcano (Rafael), quien despuntaba como un verdadero líder. En fin, cayeron muchos compañeros queridos, tanto campesinos como gente de la ciudad y oficiales que provenían de las fuerzas armadas oficiales, como Nicolás Hurtado.
¿Coincidió en la guerrilla con Argimiro Gabaldón?
No, apenas lo conocí durante el III Congreso del Partido Comunista. Era un hombre muy estudioso y de una simpatía desbordante. Su familia participó en las viejas luchas contra la dictadura de Juan Vicente Gómez. Su padre, el general José Rafael Gabaldón,33 gozaba de un gran prestigio. Siendo muy joven, Argimiro se incorporó al Partido Comunista. En el III Congreso ya él era dirigente en el estado Lara, y recuerdo lo que decía durante su intervención, con mucha gracia y para darle más énfasis a su posición: "No sabemos qué decisiones se van a tomar hoy aquí, pero ya nosotros estamos aplicando en Lara la única táctica que creemos correcta, o sea, la táctica del pichón", para agregar de inmediato, despejando cualquier interrogante, "es decir, echarle pichón". En Venezuela, no sé por qué "echarle pichón", significa tomar la iniciativa, decidirse a actuar y hacerlo de inmediato sin esperar por nada y sin vacilar. Los muchachos que lo acompañaron sentían verdadera devoción por él. Por desgracia murió muy tempranamente y de la manera más absurda. En una reunión, a un compañero que tenía una bala en la recámara del fusil y sin seguro, se le escapó un tiro que dio en la humanidad de Argimiro. Pese a que los compañeros lo trasladaron de urgencia a la ciudad, terminó muriendo desangrado. Desde entonces se transformó en leyenda.
El Frente Simón Bolívar que dirigió Argimiro, fue uno de los primeros que se organizaron con notable éxito en el trabajo con los campesinos de la región, gracias al liderazgo que él ejercía en todas esas zonas donde era muy conocido. Allí existía también una considerable influencia del Partido Comunista. Fue el organizador indiscutible de esos movimientos en el sector campesino. Después de su muerte, la dirección de ese frente fue asumida por Tirso Pinto, quien ha narrado con mucho detalle esa experiencia en un libro publicado hace un par de años.
El Simón Bolívar34 fue el primer frente guerrillero, y luego...
En realidad surgieron casi simultáneamente el Simón Bolívar y el José Leonardo Chirino. Este último, un poco antes.
¿El frente al que usted se vinculó fue el José Leonardo Chirino?
Originalmente me iba a incorporar en oriente, pero la dirección del PCV acordó que me quedara coordinando todo el trabajo del llamado Buró de Oriente, además de las operaciones de sabotaje. Luego, por las circunstancias que ya referí, me incorporé en el Frente José Leonardo Chirino35 que se había desplazado, en ese momento, al área de Portuguesa, Barinas y los Andes.
En Falcón, este frente guerrillero fue comandado por Douglas Bravo; después pasó al mando de Alejandro Mariño; luego de Julio Chirino (El Cabito) y, finalmente, de Elégido Sibada (Magoya).
Pasé bastante tiempo allí. Mi decisión era incorporarme durante el desplazamiento de la columna en el estado Cojedes, pero allí la Comandancia decidió que bajara nuevamente a la ciudad para organizar lo que denominaban Comando Estratégico de Sabotaje, además de trabajar en la organización del PRV que estaba en proceso de formación. Nuevas delaciones en la ciudad me obligaron a precipitar la subida y así terminé incorporándome a la guerrilla en el estado Portuguesa, en las montañas de Sipororo.
¿Exactamente cuántos frentes lograron coexistir en ese momento?
Los más consolidados fueron el José Leonardo Chirino, en Falcón; el Simón Bolívar, en el estado Lara. En el llano, se intentó varias veces...
El Ezequiel Zamora, en los llanos y, luego, en la zona de El Bachiller.
El Ezequiel Zamora, que nunca cuajó realmente. En el oriente, Maneiro dirigió el Manuel Ponte Rodríguez. Como ya lo referí, su plan más ambicioso, como era la ocupación del cuartel de Maturín, se frustró. Una delación en cadena que implicó la muerte de varios compañeros, la captura de otros y el desplazamiento. Tuvimos que desplazar a Maneiro, con quien estábamos coordinando la operación y a los demás dirigentes del oriente del país. Por mi parte, también tuve que salir de esa región.
¿Se supo quién los delató?
La delación comenzó con la captura de un sujeto conocido como Tarzán, en Monagas, y este delató a otro, Luisito, en Sucre, quien a su vez delató a Helímenes Chirino (Pantaleón), en Anzoátegui. Este Pantaleón me delató a mí. Esa fue la única vez en que estuve en real peligro de ser liquidado. Él fue responsable de la muerte de un compañero, Vicente García Aucejo, quien dirigía una pequeña fábrica de armas y explosivos conocida como El Garabato, en el estado Miranda. García Aucejo era un químico muy notable.
Con esa acusación se extinguió prácticamente el Manuel Ponte Rodríguez. La gente del MIR abrió otro frente en oriente,36 que se mantuvo bastante tiempo bajo la denominación del héroe Antonio José de Sucre. Allí también estuve por un corto tiempo cuando se me encomendó la misión de intentar la unificación de nuestras fuerzas con los compañeros del MIR. Pese a que logramos algunos acuerdos, todo se frustró, pues también esta organización vivía la calamidad de las divisiones. Fue así como presencié directamente una experiencia más de esa especie de tragedia que atrapó a todo el movimiento revolucionario de los años 60 del siglo pasado, al ver que el MIR se fragmentaba en tres grupos: la Organización Revolucionaria (OR) que después se denominaría Liga Socialista, bajo la dirección de Julio Escalona, Soto Rojas, el negro Gómez y David Nieves; Bandera Roja, bajo la dirección de Carlos Betancourt, Gabriel Puerta Aponte y Américo Silva; y el propio MIR, dirigido por Américo Martín, Moisés Moleiro y Pérez Marcano.
Que tal fenómeno tuviese un carácter tan generalizado, era expresión clara de lo que ya te comenté anteriormente: las condiciones en que se inició la lucha armada habían cambiado y se imponía emprender un nuevo rumbo.
¿En esos días, en oriente, usted estrechó su relación con Alfredo Maneiro?
Lo conocí en Mérida en 1956, cuando yo comenzaba a estudiar Derecho. Él fue a una reunión de la Juventud Comunista y me impresionó mucho. Era extraordinaria su inteligencia, la velocidad de su pensamiento para ofrecer las respuestas a las preguntas que le hacíamos. Hablaba muy rápido, pero con una dicción impecable. Después nos reencontramos en Caracas, pues era dirigente nacional de la Juventud Comunista y uno de los líderes de la huelga general contra Pérez Jiménez. Luego, ya durante la actividad legal, en la Universidad Central de Venezuela. Finalmente, durante nuestra actividad en el oriente del país, le tomé muchísimo cariño y tuvimos siempre una excelente relación de camaradas y amigos. Con él, con su mujer, Anita, y con su hermana, muy joven en aquel entonces, Rocío, que es hoy embajadora de Venezuela en China. Era un hombre muy creativo, estudioso, brillante de verdad. Lo poco que dejó escrito es revelador de su talento, de su gran penetración, particularmente su ensayo sobre Maquiavelo, presentado como tesis para obtener el título de Licenciado en Filosofía. Los más conocidos son sus artículos y cortos ensayos recogidos en Notas negativas. Fue un gran amigo.
En 1964 estábamos concentrados en Puerto La Cruz — para todo el equipo de la comandancia de Maneiro teníamos escondites en la ciudad — y se produjeron las delaciones ya comentadas. Detuvieron a un muchacho encargado de la seguridad en Cumaná, cerca de Puerto La Cruz, quien delató una casa a la cual llegaban los contactos guerrilleros. El lugar que era mi contacto. También reveló el taller en que reparaban nuestros carros. En esa casa capturaron a otro compañero a quien queríamos muchísimo, Rubén León, cuyo pseudónimo era David. Por él, mi segundo hijo varón se llama David.
Yo había llegado a Puerto La Cruz en 1964, a mi regreso de la Unión Soviética. A mediados de ese año asumí la dirección del Buró de Oriente, que comprendía los estados Anzoátegui, Sucre, Monagas, Bolívar, Nueva Esparta y Delta Amacuro. Las unidades armadas que organizamos en zonas urbanas y suburbanas, realizaron distintas operaciones. Las más notables fueron acciones de sabotaje a instalaciones petroleras, principalmente los sistemas de oleoductos. En una de estas operaciones fue cuando quizás estuve más cerca de la muerte, junto con el compañero José Ortiz, integrante de una Unidad de Sabotaje que me acompañaba en una operación.
Me encontraba instalando una carga en herradura muy potente sobre un oleoducto de gran diámetro. Debía colocar otras tres más sobre otras tantas líneas que pasaban en paralelo, bordeando la vieja carretera que va desde Puerto La Cruz hacia Maturín y El Tigre. Del otro lado debía hacerlo José sobre cuatro oleoductos más. Me encontraba colocando la más fuerte de las cargas cuando del sistema de retardo, que funcionaba a base de ácido sulfúrico, se derramaron unas gotas sobre la carga de cloratita que tenía una tela de lonilla como cubierta. Esta tela contenía residuos de clorato de potasio de manera que, combinado con la tela como combustible, era un excelente incendiario, provocando la inmediata reacción y un chisporroteo. Las chispas amenazaban con el peligro inminente de caer en unos detonantes que habíamos colocado como multiplicadores.
De ocurrir esto, la explosión me hubiera dispersado instantáneamente en no sé cuántos fragmentos. En estos casos, la reacción instintiva es correr. Pero, aun sin que tuviera el obstáculo de las tuberías que me obstruían la retirada, hubiera podido evitar la onda explosiva y el fogonazo de la explosión del oleoducto. En estas circunstancias la mente, si no pierdes el control, funciona con una velocidad increíble. Así que me arrojé sobre la carga, pues sabía que sin contacto entre las chispas y los detonantes, no habría explosión. Esto no eliminaba mi preocupación que la carga se incendiara, aun cuando no explotara. Sentía en mi vientre el chisporroteo y el olor a chamusquina que provocaban las quemaduras en una chaqueta que cargaba sobre mi camisa.
Después de una espera llena de incertidumbre, finalmente cesó la acción del ácido que me dejó la chaqueta con lamparones de quemaduras. Reanudé la preparación de la carga sustituyendo el mecanismo de retardo. Apenas había concluido con el primer tubo cuando del otro lado de la carretera, donde se encontraba mi compañero de operación, aparece una luz cegadora y se produce una explosión. Como es lógico, me asaltó el temor de que José hubiera muerto o estuviera seriamente herido. Así que me desentendí del resto de los tubos saltando sobre los mismos, dejé las cargas sin activar y salí hacia la carretera, llamando a gritos al Negro Chicho, como llamábamos cariñosamente a José, sin tener respuesta alguna. Lo daba por muerto y, cuando intentaba acercarme con el temor de otra explosión, para mi alegría el Negro apareció como en la cámara lenta de esas películas de acción, con la luz de la carga incendiaria a sus espaldas, atontado y ensordecido por la explosión, dando tumbos. Lo tomé de una mano gritándole que corriera pues la carga que yo había colocado sobre un tubo de gran capacidad, estaba por explotar de acuerdo con el mecanismo de retardo que había dejado activado. Tampoco sabía si él había colocado más cargas mientras yo corregía mi problema con el ácido.
De ocurrir la explosión, nuestra muerte era segura si nos quedábamos allí. Lo que yo no lograba explicarme en un principio era cómo José había sobrevivido. Luego, en mejores condiciones para hacer análisis, resultó que José, para ganar tiempo, había colocado la carga incendiaria de electrón antes de activar la carga explosiva. Así que la carga incendiaria que se precipitó, había quemado buena parte de la carga explosiva de cloratita, lo que redujo considerablemente el poder de esta. Así se salvó la muy valiosa vida de mi audaz compañero de luchas.
Para colmo de males, el chofer que debía recogernos después de colocar las cargas, al acercarse en su automóvil y ver el incendio, en lugar de detenerse se asustó y puso el acelerador a fondo, dejándonos abandonados allí. No se conformó con eso, sino que, al llegar a la ciudad, le comunicó a los compañeros que habíamos muerto en la operación. A partir de ese momento se convirtió en alcanfor y nunca más supimos de él, para su suerte.
A todo ello se agregaba el hecho de que, por operaciones realizadas anteriormente, la Guardia Nacional realizaba patrullajes regulares a lo largo de las tuberías para asegurarse contra nuestras acciones de sabotaje. Así que opté por salir de la vía y saltar al monte llevando a José de una mano. Allí, además de la oscuridad total, había una mezcla de neblina y humo que anulaba completamente la visibilidad. Así que al salir de la carretera rodamos por un barranco, lo cual me hizo perder la pistola que cargaba y a José que se soltó de mi mano. Para mayor dramatismo, sentí un vehículo que era del mismo tipo utilizado por la Guardia Nacional. Entre la búsqueda a ciegas de la pistola y las llamadas a José, era muy probable que los tripulantes del vehículo nos oyeran. Ya me alistaba para oír inerme las ráfagas de la Guardia Nacional cuando reencontré al Negro, aunque no la pistola, sintiendo al mismo tiempo la fuerte explosión de las cargas que habían quedado activadas. Esto provocó la rápida retirada del vehículo que había huido por un lado y la nuestra, por el otro.
Caminamos a lo largo de una pequeña corriente de agua que brillaba en la oscuridad y que nos sirvió de guía proverbial, aunque en medio de un tupido bosque de guaritoto, una especie de ortiga muy irritante que abundaba en esa región. Logramos poner distancia y retirarnos a través de un terreno inundado por una crecida del río Neverí que por allí pasa. El problema ahora era cómo vadearlo. Explorando, encontramos una enorme ceiba que había caído, formando un puente en la parte de mayor corriente. Sus raíces que exhibía al aire, nos sirvieron de escalera para ascender hasta el tronco. Cuando ya había trepado una parte, saltó entre mis piernas un caimán que allí sesteaba, confirmando que todas las desgracias vienen juntas o, por lo menos, todos los sustos. Como el caimán y nosotros fuimos igualmente sorprendidos, no hubo mayores consecuencias que el susto de aquel encuentro tan inoportuno.
Así logramos cruzar el río y emprender una marcha de no recuerdo cuántas horas a través de potreros y rastrojos, para llegar finalmente a nuestro destino. Era una pequeña granja que llamábamos La Ponderosa y que nos servía de taller. Esta era cuidada por un viejo campesino que había logrado escapar de la Guardia Nacional en la zona de Teresén, área de operaciones de Maneiro, abriéndose paso a machetazos, razón por la cual no era muy apreciado en esa fuerza militar.
Esa, y otras más peligrosas, fueron muchas de nuestras vivencias que requerirían más tiempo y mejor memoria para poder recapitularlas.
En esos mismos días comenzaban a acentuarse las discusiones en el seno del PCV. Nuestros grupos de oriente, como ya lo comenté, se aprestaban a emprender operaciones de respetable envergadura, como la toma del cuartel de Maturín que hubiese abierto una nueva dimensión en la lucha armada del oriente y del país. Nosotros manteníamos una posición muy crítica hacia la dirección del partido.
En fin, con las delaciones se desbarató prácticamente toda la estructura que habíamos logrado construir en el oriente del país. Tuvimos que sacar gente para las montañas y hacia algunas ciudades para resguardarlas de la delación en cadena que tanto daño provocó. Escondimos a todo el mundo. Fue un momento muy duro, muy duro, muy doloroso, por las traiciones y sobre todo por los compañeros capturados y asesinados.
En su ensayo sobre las guerrillas latinoamericanas, Regis Debray afirma que en Venezuela muchos militantes se habían ido a las montañas "convencidos de que bajarían a los seis meses, para desfilar como héroes por las calles. Por eso cuando algunos vieron desplomarse este cuento de hadas político, pidieron de buena fe su licencia".37
Así sucedió en algunos casos, pero no fue un hecho generalizado. Se trataba de alguna gente sin mucha convicción, más movida por la fantasía de convertirse en héroes con tan solo llegar a la montaña. La dura vida del guerrillero lo colocaría muy pronto ante la realidad y pedía que lo bajaran. Los guerrilleros habían desarrollado un "ojo clínico" para captar la sintomatología de lo que diagnosticaban como una "psicológica", manifestación de aguda congoja a la cual le seguía generalmente la solicitud de baja. En algunos contados casos, hubo hasta deserciones. Así, cuando alguien que se comportaba con normalidad y hasta alegría en las actividades diarias, de pronto se tornaba silencioso, le cambiaba el color del rostro con una especie de halo ceniciento, la mirada opaca, alguien advertía: "Fulano está sicosiao".
¿Cuál era el momento más difícil para los guerrilleros, la prueba de fuego para saber si seguían o no?
En los momentos de gran ofensiva militar y en el despliegue por zonas muy ásperas de la geografía venezolana, zonas que algunos guerrilleros aborrecían, pese a que se trataba simplemente de paso hacia otras zonas.
¿Por las serpientes venenosas acaso?
No, por la vegetación y, sobre todo, por el terreno, como por ejemplo, algunas zonas de Cojedes. Durante los veranos suelen generarse incendios que arrasan gran parte de la vegetación. Lo que crece después son bejucos "jala p'atrás" cuyos bordes tienen fuertes espinas en forma de anzuelos. Cuando los rozas, se enganchan a la ropa o en el morral, a veces en la piel, avanzas y, por mucha fuerza que le pongas, tienes que echar hacia atrás para zafarte. También existen las cortaderas cuyos bordes cortan la piel con solo rozarlas. Suelen causar pequeñas heridas que se infectan con frecuencia. Y estos son simplemente dos ejemplos. En esa parte de Cojedes abundan tanto, que hubo lugares donde tuvimos que cortar túneles vegetales para poder pasar.
Cuando llovía, entonces el terreno se ponía como un jabón. Quienes no estaban entrenados se caían constantemente. Sufrían y se cansaban muchísimo. El entrenamiento que se necesitaba solo lo daba la experiencia. De poco valían los ejercicios que algunos compañeros realizaban en la ciudad antes de subir. Hubo gente que antes de entrar a la guerrilla había hecho atletismo y otros deportes, sin que esto les valiera de mucho en aquellas circunstancias. No hay nada en la ciudad comparado con un monte lleno de bejucos, espinas y con la necesidad de ir de prisa. En la guerrilla hay que saber aprender a caminar, a poner el pie en el piso, algo que parece tan elemental. En terreno inclinado, si tú no pisas bien, te resbalas y caes. De manera que la fatiga muscular llega más rápido y más aguda.
¿Cómo se debe poner el pie?
Un guerrillero no camina por la cresta militar38 porque resultaría un blanco fácil: te ven de todos lados. Tienes que caminar por las laderas.
¿En qué combates usted participó?
En varios, pero como te has dado cuenta, hablo poco de eso. Uno solo de ellos, de los más "incómodos", tuvo lugar casi recién llegado a una zona guerrillera en el oriente de Venezuela que yo no conocía. Habíamos llegado de noche apenas dos días antes. Así que no tenía idea del terreno en el cual nos encontrábamos. Hasta allí habíamos sido llevados por la logística del MIR. La dirección del PRV y de las FALN, me habían encomendado la tarea de trasladarme hasta allá desde Falcón. Me acompañó Diego Salazar.39 La misión encomendada era tratar de lograr la unidad con el MIR. El campamento estaba ubicado en el estado Monagas. Allí estaba Gabriel Puerta Aponte. Comandaba el destacamento identificado como El Dante. Se trataba de uno de los destacamentos del Frente Antonio José de Sucre. También estaba allí mi amigo de muchos años, Julio Escalona.
Afortunadamente, Diego había bajado sin contratiempo hasta la ciudad la noche anterior. No imaginaba siquiera el asalto contra ese campamento que planificaron las unidades de cazadores del ejército. Los militares lograron tener información del destacamento porque un joven campesino que había decidido incorporarse a la guerrilla, violó una norma esencial: fue a despedirse de su familia e informó para dónde iba. El muchacho tenía un hermano que era sargento del ejército. Poco después de su despedida familiar, teníamos a los cazadores en las proximidades del campamento donde nos encontrábamos.
Como es mi hábito desde niño, me había levantado temprano, creo que más de lo habitual. El día anterior había observado que los muchachos cortaban leña para hacer el café y hacían mucho ruido. Comenzaba a llover. Recogí mi morral, cargué una pistola Browning, única arma que portaba y le dije a Puerta Aponte que instruyera a los muchachos para que no hicieran ruido. Puerta se levantó y ordenó silencio. Acto seguido decidió reemplazar al que estaba de guardia por el Viejo Ruperto, un campesino a quien conocí allí. Era un extraordinario guerrillero como lo comprobé durante el tiempo que permanecí con esa unidad. Lo distinguía su conocimiento y su gran destreza en el monte. El Viejo Ruperto salió de inmediato a la guardia. Pocos minutos después, regresó para informar que había visto pasar unos hombres vestidos de verde, pero tenía dudas de quiénes eran. No podía asegurar si era una patrulla guerrillera que Puerta había enviado días antes en comisión. Como el destacamento se había movido después de la salida de esa comisión, podía tener dudas en cuanto a nuestra ubicación. Puerta Aponte le ordenó: "Vete para allá otra vez y ponte mosca", como decimos nosotros. Apenas salió Ruperto, empezaron a sonar los tiros.
Solo llevaba por armamento, como te dije, una pistolita Browning, muy buena pero, imagínate, para enfrentar a los FAL y a los morteros del ejército, poco respetable. Esta era mi "incomodidad". Al rato de estar ahí echando tiros, me dijo Puerta: "¿Tú no crees que debemos retirarnos?", y yo le contesté en broma: "Nooo, mejor nos quedamos viviendo aquí". Entre serio y sonriente, me pidió que pasara a la vanguardia para ordenar la retirada. Así, me puse a la cabeza del destacamento. Como había que caminar por terreno inclinado y con muchas piedras que podían rodar y ubicar la dirección de nuestra marcha, instruí a los muchachos: "Caminen lentamente, con cuidado para no hacer rodar las piedras sueltas... pues si ubican nuestra dirección de marcha, nos cocinan a tiros. Despacio, no se desesperen, no hagan ruido porque entonces nos disparan hacia acá". Sin ser acatado del todo, logramos retirarnos hasta salir de la línea de fuego y no tuvimos mayores consecuencias.
Más adelante nos tropezamos con unas serpientes cascabel que dormían apaciblemente enroscadas. Los muchachos preguntaron: "¿Las matamos?". "No, déjenlas a los del gobierno, por si vienen detrás", les dije. El jefe de la unidad de cazadores que dirigía el ataque contra nosotros cometió un error. Inexplicable, pues dejó sin cubrir el punto de una carretera que bordeaba el área del campamento, exactamente por donde nosotros teníamos que pasar. El campamento, evidentemente, había sido mal seleccionado pues el sitio se encontraba entre dos carreteras. Logramos llegar al borde y organizamos el cruce colocando las postas de aseguramiento usuales en estos casos y subimos a un cerro muy empinado. Desde allí podíamos observar los ataques de los helicópteros contra nuestro campamento. Veíamos también las posiciones de los cazadores. Ellos colocaban dispositivos que se utilizan para ubicar sus fuerzas propias con humos de colores para evitar el llamado "fuego amigo". Nosotros lo que hacíamos era reírnos, porque era un despliegue desmedido para un sitio en el que ya no había nadie.
En aquellos cerros empinados dormimos. Fíjate si era inclinada esa cuesta que para dormir tuve que ponerme a horcajadas en un árbol pues, de no hacerlo, hubiera rodado hasta la carretera a unos 80 metros de distancia. Tras dos días de marcha ya estábamos en zona segura.
Uno de los muchachos a quien llamaban el Guacharaco comenzó a "psicologiarse" y a pedir permiso para "ver a su familia". Puerta y Julio Escalona le dedicaron horas enteras para convencerlo de que no se fuera. En medio de la atmósfera un tanto dramática que generalmente acompaña esos momentos, ambos se me acercaron para consultar mi opinión. Como yo todavía tenía por único armamento mi pistolita y no tenía ya siquiera una hamaca para dormir, sino el duro suelo durante los días que duró la retirada, luego de los comentarios solemnes de mi amigo Julio, apenas pude expresar: "Yo lo que estoy deseando es que se acabe de ir ese cabrón para que me deje el fusil que carga y que no va a usar, mientras aquí anda un guerrero desarmado". Julio se sorprendió, confundido con mi respuesta. Puerta solo pudo exclamar, riéndose: "Coño, no seas tan cínico". Entre serio y en broma le dije: "¿Qué prefieres, un guerrero desarmado o un desmoralizado con arma que no va usar?" El caso es que no pudieron convencerlo, el Guacharaco emprendió el vuelo sin retorno y yo pude dormir en hamaca y sentirme más seguro armado con un M-l que más adelante sustituí por un FAL. Había pasado mi "incomodidad".
¿Cuántos guerrilleros llegó a comandar?
Nunca grandes unidades. Por las circunstancias en que generalmente nos movíamos, los grupos muy grandes implicaban problemas de logística bastante serios. La tropa más numerosa en que estuve fue una columna de unos 170 hombres bajo el mando de Douglas Bravo, pero la mayor parte de mi estadía allí, por Luben Petkoff. Se mantuvo activa con ese número solo por determinados períodos.
¿Estuvo con Douglas Bravo antes o después de la llegada de los cubanos?
Después de la llegada de Arnaldo Ochoa. Luego, con Luben Petkoff. Más tarde, al reunir mi unidad con la de Magoya, este asumió el mando. Poco tiempo después bajé para rehacer los contactos que se habían perdido, producto de grandes ofensivas desplegadas por el ejército. Desde hacía tiempo me venía afectando una leishmaniasis que se había extendido en dos i grandes lesiones en ambos lados de mi mano derecha que casi lucía inutilizada.
¿Llevó algún diario?
No. Era muy peligroso. Hubo quien lo hizo y el diario terminó en manos del enemigo que siempre tomaba datos de alguna utilidad. Por eso las dificultades para fijar muchos de los hechos ocurridos hace ya varias décadas, para recordar todo lo que viví. Con frecuencia, cuando hablamos entre los viejos guerrilleros, nos interrumpimos con una frase que ha adquirido cierto estado de permanencia: "Antes de que se me olvide", frase que muy bien pudiera titular esta ya larga entrevista.
¿Qué libros cargaba en el morral?
De Literatura, sobre todo. Me leí Cien años de soledad, La montaña mágica y Ana Karenina, que releí no sé cuántas veces, y de Carlos Fuentes cargaba Cambio de piel, aunque de él leí casi todo. También, algunos textos sobre petróleo. El capital, por desgracia, no me cabía en el morral, ocupaba mucho espacio y agregaba mucho peso. Siempre leía e intercambiaba libros con otros compañeros, que también eran buenos lectores, como Rodríguez Larralde (El Catire).
Usted me hablaba antes de cómo le cambiaba la cara al guerrillero cuando se desmoralizaba.
Cuando veían a un compañero deprimido, los campesinos decían: "Este tiene una psicológica". Generalmente el hombre se pasaba mucho tiempo en una hamaca, deprimido, extraño, ausente. Recuerdo una anécdota que narra frecuentemente El Cabito. Había un muchacho que estaba comenzando a perder la chaveta. Se quedaba extasiado mirando los caminitos de hormigas que se forman con las pequeñas partículas de arepa que siempre caen al piso cuando uno come o cualquier cosa que les sirva de alimento. El compañero estaba ahí, mirando las hormigas, y de pronto se escuchó su voz: "¿A dónde va usted, hormiguita?". Y él mismo se respondía: "Bueno, voy para mi casa a llevarle esta comidita a mis hormiguitas porque no han comido". Acto seguido, girando su dedo pulgar sobre la infortunada hormiguita, la aplastó, exclamando muy enfático: "¡Mentira! Tú no vas para ningún lado".
Ese cuento lo hizo célebre años después, cuando estábamos en la dirección de PDVSA40 de manera que cuando alguien hacía una presentación, la señal de negación era rotar el pulgar presionándolo sobre la mesa. Ya se entendía como: "Su presentación no va para ningún lado", esto es, su presentación no ha sido aprobada.
¿Cómo enfrentaban este tipo de situaciones en la guerrilla, el último lugar donde me imagino que se podía encontrar a un psiquiatra?
Con trabajo político, con mucha paciencia. Una vez teníamos un cerco muy fuerte y nos encontrábamos aislados en una zona conocida como Agua Linda, en el estado Falcón. Habíamos permanecido largo tiempo en la zona, como tres meses, y un muchacho que sufría de ataques epilépticos, se desmoralizó. Quería irse a toda costa. Los compañeros le explicaron: "Si tú sales de aquí te van a agarrar, te van a torturar y vas a hablar. Y si nos delatas, te van a matar. Nos pondrás en riesgo a todos". A todo lo cual respondía: "¿Por qué me van a agarrar, si a mí no me conoce nadie?". La situación se repitió durante tres o cuatro días. Yo le daba charlas, pero cada vez más se le ponía la cara cenicienta y los ojos turbios. Empezó a aumentar la presión y los muchachos a decir que: "A este hay que fusilarlo porque nos va a entregar. A nosotros no nos pueden hacer nada, porque estamos armados y podemos combatir, pero va a entregar a los campesinos". Incluso uno de los compañeros me decía que él podía dejarlo caer por un "haitón". Estas son grandes cavernas, de gran profundidad, que se encuentran en algunas zonas montañosas de Falcón. "Déjenmelo a mí", les contesté, y me lo llevé de exploración por una ruta donde había unas cavernas tan profundas que si tirabas una piedra, solo al rato sonaba cuando llegaba al fondo. Me lo llevé a caminar, tropezó varias veces, se cayó y se levantó. Al cabo de un par de días y de muchas conversaciones, observé que le volvía el color natural al rostro, el brillo a los ojos y el timbre a la voz. Me dijo: "Está bien. Me quedo". Ahí lo abracé y le espeté una expresión muy venezolana: "Usted es un palo de hombre". Así permaneció sin mayores problemas, salvo ocasionales ataques epilépticos. Finalmente logramos sacarlo hasta zonas más seguras y darle los tratamientos médicos apropiados. Tiempo después fue detenido y tuvo un buen comportamiento.
¿De qué modo, por ejemplo, realizaba la guerrilla una marcha a través de la selva?
Todo depende de las condiciones del terreno y de la vegetación, además de la presencia de fuerzas enemigas. En las selvas con grandes árboles y terreno plano, no hay mayores problemas para desplazarse. Generalmente los grandes árboles impiden que el sol llegue a las partes bajas, lo que hace difícil el crecimiento de malezas. Marchas, además, a resguardo de la observación aérea. La fronda abundante en los grandes árboles ocultan los movimientos. Pero cuando caes en zonas de rastrojos, la cosa se pone más complicada. Recuerdo en una marcha muy dura que hicimos en una zona absolutamente inhóspita, con mucho rastrojo, una mezcla de cuanta hierba mala hay en el mundo. En esos lugares los campesinos queman, siembran, recogen la cosecha y luego vuelven a quemar y a sembrar. Como máximo le sacan dos cosechas y se van. Lo que crece después es lo peor de la vegetación.
Había un guerrillero muy bueno, que utilizaba mucho la expresión cariñosa de "cuñaíto". En una oportunidad, encabezaba la marcha dentro en un rastrojo bastante complicado en una zona de Falcón. Teníamos ya más de un día sin tomar agua y comenzó a desesperarse, a tal punto, que dio unos puñetazos en el piso y me dijo que no seguía. En esos casos, de acuerdo con la situación, tienes que actuar con mucha firmeza para evitar la desmoralización o, si la situación no es apremiante, puedes tratar el asunto con flexibilidad. Fue esto último lo que hice. Para darle ánimos le dije: "Cuñaíto, no se me desmoralice. Déjeme que yo le hago la suplencia". Así que cogí el machete y me dispuse a infundir el ánimo que flaqueaba. Normalmente, para reducir el esfuerzo de estar dando machetazos, uno busca pequeños senderos despejados de tanta maleza. Así, buscando entre tan abundante maleza, observé un espacio bastante limpio, con unos troncos grandes que le servían de sostén a los espineros, y me enrumbé por ahí. El contento me duró apenas unos pasos pues, sin darme cuenta, le metí la cabeza a un nido de avispas carniceras que me atacaron con furia inusitada, inyectando su ponzoña en labios, cejas, párpados, cabeza, cuello, orejas. Boté el machete, el morral, el fusil, todo... No te puedes imaginar cómo se me puso la cara. Solo cuando se calmaron las avispas pude rescatar el fusil, el morral y el machete con el apoyo solidario de mis compañeros que organizaron la operación de búsqueda, rampando para no ser descubiertos y atacados por las avispas carniceras. La única ventaja que teníamos era que las tropas del ejército, por muy empecinado que fuera su mando, nunca se metían por tales rastrojos.
Logramos salir y remontar un río. En esos casos siempre les decía: "Miren antes, no se lancen sin verificar que no haya peligro". Inútil observación. Todos andábamos sedientos, literalmente inundados de garrapatas que abundan en esos parajes y con un calor asfixiante. Todos se lanzaron al río como una manada sedienta y despezuñada barranco abajo. Yo, pese a mi lamentable condición, tuve que montar guardia, hasta que ellos se saciaron. Cambié de guardia con otro compañero, y me lancé también, buscando algún alivio en las aguas del río. Me fui quitando la ropa, la lavé, calmé las picadas. Finalmente seguimos el camino, chorreando agua. Recuerdo que había una pequeña pendiente. Los que iban adelante, mojaban la tierra arcillosa, haciéndola resbaladiza. El mentado Cuñaíto, ya repuesto de su anterior estado, era muy bromista. Uno de los muchachos dio un paso en falso y resbaló. El Cuñaíto, tratando de hacer una broma, le asestó un planazo y le gritó: "¡Adelante!, no se desmaye". El compañero afectado, como es natural, pese a tratarse de una broma, se enfureció y le apuntó. Casi mecánicamente, me interpuse entre los dos, pensando para mis adentros: "Este carajo puede soltar una ráfaga y hasta aquí llegué yo". Menos mal que me hizo caso, se calmó, hizo el reclamo formal, le di la razón que tenía y proseguimos la marcha.
De allí nos dirigimos a otra zona que nos quedaba a unos días de marcha. Subíamos. El trayecto comprendía un terreno bastante empinado y sin mucha vegetación. Así que íbamos literalmente a "salto de mata" para ocultar nuestro desplazamiento. Yo iba justo detrás del hombre de la punta de vanguardia. De pronto escuché un grito: "¡Agárrelo, Cuñaíto, agárrelo!".
Cuando miro hacia atrás veo al muchacho epiléptico que iba como un zombi arrastrando el fusil por la correa. Nos tiramos sobre él, detrás de unos arbustos donde había tal cantidad de garrapatas que parecían bolas hirvientes y doblegaban las hojas bajo su peso, cayendo sobre la cabeza de El Cherry, como lo llamaban los compañeros. Al muchacho, que tenía el pelo muy crespo, le reverberaba la cabeza de garrapatas. Le pusimos un pedazo de palo en la boca para que no se mordiera la lengua, mientras otros buscaban la medicina anticonvulsiva. Se calmó y seguimos. El grave peligro que teníamos era que nos vieran desde el llano, donde había una ofensiva muy grande del ejército, con movimientos de helicópteros y tanquetas.
¿Cómo lograba mantener la disciplina?
Muy rara vez hubo problemas, porque en la guerrilla se logró formar un buen grado de conciencia, espíritu de cuerpo y una gran solidaridad. Además, la mayoría de los compañeros que se mantenían en ese momento en la guerrilla eran campesinos muy entrenados. Los que llegaron de la ciudad se adaptaron, igualmente tuvieron un buen grado de disciplina.
¿En qué terminó la Odisea de la montaña con el muchacho epiléptico?
íbamos subiendo y no teníamos agua, pues el río había quedado días de marcha atrás, salvo unas benditas matas de mamón que encontramos cargadas y cuya fruta carnosa paliaba la sed, también quedaron atrás. En fin, seguimos subiendo, interminablemente. Para que no se desesperaran, les pregunté: "¿Ustedes conocen el mapa de Venezuela? Entonces no se desesperen, porque saben que en alguna parte esto termina. Vamos a conseguir agua y vamos a seguir bien".
Al fin llegamos a una pequeña quebrada, la única que había en muchos kilómetros alrededor. Estaba llena de pájaros. Pero además, un pavo de monte, conocido como paují. Al otro día comencé a orientarme. Los muchachos no estaban muy convencidos para entonces de la utilidad de la brújula y el mapa. Así que les dije: "Desde aquí, salimos directo al Cerro Galán", que es una gigantesca pared junto a una llanura que todos dominábamos muy bien. Tracé mi azimut, corregí la declinación magnética. Y luego de un trecho más de sed, llegamos al cerro que buscábamos. Allí, bajando una ladera, había un manantial y a mayor distancia, una "caleta", esto es un depósito con comida, armas y proyectiles. Finalmente tuvimos agua, harina, pan, aceite. Esa noche tuvimos un banquete con pavo frito, arepa, miel, café y tabaco. Y después de dormir bajo la suave brisa que allí nos acompañó, comenzamos a bajar del cerro, rumbo a la planicie de El Mosquito, cuyo nombre, como diría García Márquez, es mucho más que una simple casualidad.
Allí llegamos. Jamás había visto tanta concentración de mosquitos, de todos los tipos. Parecían tener un sistema de guardias de relevo. Por la mañana un grupo; al mediodía otro, en el atardecer otro y, de noche, los más fornidos. Para poder dormir teníamos que salir de la vegetación que nos ocultaba durante el día a la sabana abierta donde la brisa desplazaba los mosquitos repitiendo una tonada que dice, "me gusta cuando ventea, porque la plaga se va".
¿Qué sabe de la propuesta que le hicieron al Che en Argelia, en 1963, para que fuera a Venezuela a participar en la guerrilla? ¿Es verdad que el Partido Comunista de Venezuela se negó a secundar esta idea?
Le escuché contar esta historia a Pedro Duno, profesor de Filosofía en la Universidad Central de Venezuela, un camarada muy amigo, que se mantuvo en nuestras filas hasta su muerte. Fue él quien, encontrándose en Argelia, coincidió allí con el Che y le hizo la propuesta. No me consta cuál fue la decisión del Partido Comunista entonces, pero muchos sí queríamos que el Che estuviera con nosotros en Venezuela. Es difícil establecer qué hubiera pasado de haberse dado tal hecho, dadas las circunstancias y factores que he mencionado hasta ahora. Pero no dudo que su contribución hubiera sido enorme. Decir algo en cuanto a lo que hubiese ocurrido en el curso de los acontecimientos sería simple especulación.
¿Por qué se decide la participación de combatientes cubanos en la guerrilla venezolana?
Ustedes mejor que yo saben cuán consecuente ha sido la Revolución Cubana con el principio del internacionalismo y la idea martiana de la unidad de América Latina. Y si alguien ha encarnado profundamente esos valores ha sido Fidel. Pero, además de una cuestión de principios, hay que tomar en cuenta otro factor. En ese momento la decisión del imperialismo era aislar a Cuba a toda costa: la expulsaron de la OEA, se decretó el bloqueo norteamericano, organizaron la invasión de Playa Girón, realizaron toda clase de sabotajes y planificaron decenas de atentados contra Fidel. El ejemplo de la Revolución Cubana, la agresiva política norteamericana que generó una gran solidaridad y los lazos que existían entre cubanos y venezolanos desde que se combatía en la Sierra Maestra, fueron factores que propiciaron una relación muy intensa entre los revolucionarios de los dos países. De ahí surgió el acuerdo de enviar no una tropa, sino un pequeño grupo de oficiales que ayudaran al entrenamiento de nuestra guerrilla y transmitieran lo que fue su rica experiencia.
En el frente que operó en la montaña de El Bachiller, en oriente, estuvieron siete cubanos, entre ellos Raúl Menéndez Tomassevich, Ulises Rosales, Silvio García Planas y Harley Borges. Con nosotros, en el José Leonardo Chirino, se incorporaron Arnaldo Ochoa y otros 14 compañeros. El objetivo era asimilar su experiencia combativa.
Lamentablemente, hubo una gran diferencia entre la guerrilla cubana y la venezolana. La cubana contó con una estrategia muy coherente, acompañada de un gran espíritu ofensivo, mantenía siempre la iniciativa, todo bajo el mando único e indiscutido de Fidel, algo que no ocurrió en Venezuela. En el orden sustantivo, la guerrilla cubana contó con un decisivo apoyo campesino que, en Venezuela, aun cuando también se manifestó, no tenía un carácter masivo, dado el despoblamiento de nuestros campos iniciado desde los años 30 que se aceleró entre los 40 y los 70. En muchos casos, la gente iba de la ciudad para refugiarse en las montañas a fin de evitar su captura y muerte.
En una reunión que tuvimos en Sipororo, una zona del estado Portuguesa, Ochoa y yo coincidimos en la idea de llevar adelante una serie de operaciones ofensivas. Se trataba de tomar algunas pequeñas ciudades como Barinitas, atraer al enemigo hacia una zona favorable a nosotros y allí combatir. Teníamos un compañero, no quiero mencionar su nombre porque ya murió, que se opuso y defendió a capa y espada seguir montañas arriba y combatir en Trujillo. Le dije: "Mira, la gente no tiene calzado, no tenemos suficientes víveres. Parte de la tropa está mal vestida para ir a zonas frías". Le propuse, en cambio, tomar con toda la fuerza de que disponíamos, la población de Barinitas, dotarnos de todos los medios necesarios, atraer al enemigo hacia una zona favorable, previamente seleccionada a fin de golpear con contundencia. No quiso oír, pues tenía como una obsesión, afirmaba que en las montañas de Trujillo combatiríamos y que eso resolvería cualquier carencia que afectara a los combatientes.
El plan, entonces, fue dislocar una patrulla para montar una emboscada en la carretera troncal entre las poblaciones de Acarigua y Guanare y desplazar la fuerza principal hacia las montañas de los Andes.
La patrulla dislocada, al mando de Alfredo Carquez, realizó la emboscada, provocó algunas bajas en una unidad del ejército y se retiró sin capturar ni un cartucho. Lo que debía ser un combate con resultados tangibles, se convirtió en simple hostigamiento. Luego tuvo una nueva escaramuza sin mayores consecuencias.
Así, con la columna principal, emprendimos una marcha desde Portuguesa hacia las montañas de los Andes trujillanos, acompañados todo el tiempo de una lluvia incesante. En una exploración nocturna que hacía una pequeña patrulla a uno de los caseríos, se encontró sorpresivamente con otra patrulla de cazadores, intercambiando disparos y revelando nuestra presencia en la zona. Se anulaba así el factor sorpresa para cualquier operación. Convencido de que eso provocaría un movimiento de tropas, ordené una emboscada en la carretera de acceso al pequeño poblado.
En esos páramos, esa misma noche, viví una situación personal muy dolorosa. Me enteré de que había ocurrido un terremoto en Caracas41 y, cuando estábamos oyendo las noticias por la radio, escuché que estaban entrevistando a una muchacha que trabajaba en la casa de mi esposa. Contaba, nada menos, que se había desplomado totalmente el edificio donde vivía mi familia y como consecuencia, habían muerto todos sus habitantes, mi hijo, dos sobrinitas que yo adoraba, mi cuñada y su esposo. No decía nada de mi esposa Maruja. La sensación que esto produce es como una mutilación en una parte muy sensible, muy profunda, unida a la sensación de impotencia.
¿Por radio dice usted?
Por la radio y sin poder salir de ahí. Al otro día del choque con la patrulla, se organizó la emboscada sobre la carretera. Allí estuvimos unos tres días bajo una lluvia fina, inmovilizados en nuestras posiciones, durmiendo bajo la lluvia y el frío. Dos compañeros trataron de calmar el hambre con una botella de manteca de cerdo adobada con picante que cargaban en el morral y casi se desmayaron por la reacción estomacal que les produjo. Casi todos estaban muy mal de calzados, lo cual empeoraba la situación.
Imagino que el oficial al mando de los cazadores sospechó que el choque ocurrido no era casual, sino una carnada que le estábamos lanzando pues ni un solo soldado se movilizó por el paso obligado que habíamos escogido. Ellos contaban con helicópteros para movilizar la fuerza que, en ese caso, no era muy numerosa. Como dice nuestro refrán, "nos quedamos con los crespos hechos".
Ya convencidos de que nada ocurriría, se suspendió la emboscada. Para calmar los estómagos, se detuvo un jeep donde transportaban caraotas, espaguetis, sardinas y arroz, tal vez para abastecer alguna bodega del poblado. Se pagó y seguimos páramo arriba para acampar en una zona de vegetación muy precaria, por encima de los mil quinientos metros sobre el nivel del mar y donde soplaba un viento frío y cortante. Allí tuvimos la única gratificación de esos días y el plato más exquisito que he degustado en mi vida: una zambumbia de arroz, sardina, caraotas negras y espagueti, todo revuelto en una gran olla que, en la escuadra con la cual andaba yo, acompañamos con un postre de gelatina, cuyo polvo me había acompañado meses sin poder consumirla. Con el frío cuajó rápidamente y esa noche dormimos en una excavación que abrimos, cubierta de helechos, nuestros plásticos y nuestras mantas, arropados todos juntos. Como hermanitos de familia pobre. Son esos momentos que hermanan, como ocurre en el combate, y dejan lazos de afecto indestructibles.
De allí, emprendimos la marcha hacia otra zona conocida como El Huequito, nuevamente en Portuguesa. Allí, al hacer contacto con los campesinos, nos encontramos con que un muchacho que había pedido la baja meses atrás, había sido capturado y había delatado a campesinos que fueron nuestro apoyo por muchos años. Esto provocó el reclamo lógico, con gran pesar para nosotros. El Viejo Andrés, el más respetado entre los campesinos, para gran vergüenza de nuestra parte, espetó al jefe de la columna: "Nosotros que somos simples campesinos, no delatamos. Ustedes que deben dar el ejemplo, lo hacen. ¿Cómo es eso?".
Nuestro jefe, al regresar al campamento, convocó una asamblea donde narró lo ocurrido y planteó que, hasta las seis de la tarde de ese día, daba plazo para que pidiera la baja quien no estuviera dispuesto a continuar la lucha. Quien lo hiciera después de esa hora, sería fusilado. Acto seguido pidieron la baja 14 compañeros. Unos con la idea de incorporarse a la lucha en la ciudad, otros con la idea de retornar con sus familias, pero todos, convertidos en una pesada carga para la columna. Una vez que se logró su salida segura por distintas zonas y tratando de desubicarlos, se nos destacó a Carquez y a mí, para quedarnos en la misma zona. Yo tenía la tarea de bajar para hacer contacto con la organización en la ciudad y para atender a mi esposa Maruja que, por casualidad, se había salvado de la tragedia del terremoto. Ella había salido con su madre para visitar un tío que estaba gravemente enfermo. Al regresar se encontró con el horror de ver lo más querido de la familia bajo toneladas de escombros.
El colmo de los colmos estuve a punto de vivirlo en la zona donde permanecimos. Por elementales medidas de seguridad, simulamos un desplazamiento a gran distancia aunque, en realidad, establecimos campamento en la misma área. El único contacto que establecimos allí, fue con nuestro querido Andrés, con vasta experiencia y de mucha confianza, el mismo que había hecho el reclamo a nuestro jefe. Nadie más conocía de nuestra presencia en la zona. Él era el contacto con un compañero a quien bajamos para que organizara mi salida. Este hizo los contactos pero, además, decidió subir con un pequeño grupo de camaradas que iban a incorporarse con nosotros. Llegó con ellos a casa de nuestro campesino, quien le transmitió nuestras instrucciones para que esperara oculto en la zona. Pero la impaciencia que tantos desastres suele provocar, llevó al compañero a rastrear la zona del campamento, aprovechando el conocimiento del terreno y nuestra propia experiencia. Así, rastreando, encontraron unas huellas que dejaron unos camaradas que ese día tuvieron la tarea de coger agua en un riachuelo a cierta distancia del campamento. Lo que revela la enorme importancia de ciertos detalles en estas situaciones, pues lo normal es que todo tipo de huella debe borrarse. Por casualidad yo estaba de guardia en ese momento.
Como protección, habíamos escogido el único acceso cubierto por unas rocas y un árbol que ocultaba la presencia de la posta, pero había un pastizal que dejaba apenas una corta distancia para detectar la posible aproximación de extraños. De pronto observé que el pasto se estaba moviendo. Lo primero que pensé fue que venía una tropa. Le quité el seguro al fusil apoyado en la roca y apunté directamente adonde desembocaba el movimiento, listo a disparar. Me dije: "Apenas se asomen, mueren". Ya iba a presionar el gatillo cuando vi que brillaron unos lentes. Era el contacto que habíamos enviado y que estuvo a milésimas de segundos de la muerte. Me entró una oleada de rabia que me impulsaba a golpear al compañero que solo tenía como expresión una risa nerviosa y estúpida, pues también se vio muerto. Ahí, a muy corta distancia. ¡Imagínate! Lo abracé y al mismo tiempo lo insulté con todo el repertorio de epítetos que me vino a la mente. Años después, este señor se convirtió en delator, entregando a mi esposa a la policía de seguridad. La Digepol de entonces, bien conocida por su práctica de torturar y desaparecer a las personas que acusaban de revolucionarios. Si hubiera disparado, esto no hubiera ocurrido, pero yo hubiera cargado con la culpa de por vida de haber matado a un camarada. Así son ciertas paradojas de la vida humana.
¿Dónde se encontró usted por primera vez con los combatientes cubanos?
En una zona de Cojedes, yo subí a hacer contacto con Douglas, con la idea de quedarme en la guerrilla rural.
¿En qué año fue?
En 1966. Douglas iba al mando de una potente columna, muy bien equipada y que me impresionó por su poder de fuego. Me topé con la columna que estaba en un desplazamiento hacia occidente cuando yo iba a su encuentro. Mi idea era incorporarme pues la situación en la ciudad se hacía crítica. Ochoa, Luben y los demás compañeros cubanos, ya se habían agrupado en esa columna.
¿A Ochoa lo conoció por su nombre o por el pseudónimo?
Lo conocí como Antonio, el pseudónimo que utilizó siempre mientras estuvo con nosotros. Llegó en el desembarco de Chichiriviche, estado Faltón, en 1966 y, junto con Luben y los otros compañeros, estuvo casi hasta el final de 1968. La última vez que lo vi fue en una nueva división que sufrimos en una zona conocida como El Altar, en Cojedes. Allí nos correspondió la extraña tarea de hacer la lista de las dos fuerzas que se separaban. Convinimos también las contraseñas para evitar cualquier choque entre ambas partes. Las contraseñas fueron "agua", la de nosotros, y "tierra", para los de Luben. Antonio me dijo: "Pero oye, el agua se lleva la tierra". Yo le respondí: "A veces, pero siempre calma la sed". Sonreímos, nos dimos un abrazo y nos despedimos con cierto inevitable pesar.
¿Estuvo usted al tanto de la expedición que desembarcó en Chichiriviche?
Me enteré por la radio. El gobierno se enteró pues hubo problemas, porque uno de los botes cargados con las mochilas, la comida y los proyectiles, se les hundió. El otro bote sí llegó bien, pero los detectaron y la subida hacia la montaña, buscando el encuentro con la columna de El Cabito, se produjo en medio de un fuerte bombardeo. El Cabito era el jefe del Frente en aquel momento. El desembarco se había decidido en Chichiriviche, que estaba relativamente cerca de un campamento muy grande, organizado en un lugar que los guerrilleros bautizaron como El Barrial. Allí ocurrió una gran inundación que cubrió todo de agua. Lo que quedó después fue un gran lodazal. Para colmo tuvieron un percance, pues un compañero, conocido como Fabricio, portaba una metralleta ZK, de fabricación checa. Esta era un arma muy peligrosa: si se dejaba caer, se montaba sola y disparaba ráfagas sin control. Fabricio la había colocado apoyada en un pequeño árbol. Por alguna razón, resbaló, cayó y comenzó a disparar. Uno de los proyectiles se alojó en una pierna del mismo Fabricio y de otro compañero. Eso provocó un desplazamiento de la columna hacia la zona de Yaracuy. Tuvieron que cargar con dos heridos, haciendo el recorrido más lento y dejando una pica mucho más ancha de lo normal. Así, las posibilidades de ser descubiertos eran mayores. Pero esta vez, por buena casualidad, la amplia trocha facilitó que los expedicionarios ubicaran la dirección del desplazamiento aunque, por momentos, sospechaban que podía ser del ejército.
Finalmente, lograron encontrarse por la habilidad de Luben y de El Cabito, desplazándose después hacia un sitio al que llamaban Plaza Roja, en el estado Yaracuy.
¿Qué decidió la partida de los cubanos?
Una situación que para mí nunca se terminó de aclarar del todo. Los cubanos estaban con nosotros en las montañas de Venezuela, y Douglas, según sus palabras, decidió tener un contacto personal con Fidel. Dijo que se iba a Cuba. De acuerdo con su versión de los hechos, salió en una lancha por el oriente de Venezuela y tuvo un intercambio de disparos con la Guardia Nacional. También dijo que en el sitio convenido para que lo recogieran, no apareció nadie a buscarlo. Posteriormente le envió una carta a Fidel. Nosotros nos estábamos desplazando desde la zona de Lara hacia Yaracuy. Luben Petkoff recibió una comunicación de Douglas. Según la versión de este, le instruía para que reuniera a los demás comandantes y les diera a leer aquella carta. Así mismo se lo decía en una breve nota enviada a Freddy Carquez. Luben no quiso entregar la carta, creándose una confusión generalizada.
¿Era acaso la comunicación de Douglas Bravo en la que le exigía a Cuba "romper con la iglesia soviética"?
No puedo confirmarlo pues, como expliqué, no tuve acceso a dicha correspondencia. Pero en cierta forma es coherente con algunas de sus exposiciones en las cuales sostenía que el rol de la Revolución Cubana debía ser el de promover la revolución continental que él llamaba "guevarismo". Pero, como comentaba, en ese momento no teníamos ni la más remota idea de lo que pasaba pues carecíamos de toda información. Nosotros comenzamos a exigir que nos dieran la dichosa carta. Se armó tal conflicto interno que, en plena marcha hacia un lugar al cual llegaría Douglas a fin de esclarecer la situación, Luben detuvo la marcha. Convocó una asamblea en la cual planteó la separación. Fue entonces cuando se nos encomendó a Ochoa y a mí tomar nota de quienes se iban con Luben y quienes con nosotros. Desde luego que narrar estas cosas es rememorar momentos muy duros sobre los cuales cada una de las partes que se separaron tendrá versiones diferentes. Lo importante es que, años después, de nuevo nos encontramos juntos. Por lo menos, los que hemos mantenido nuestro compromiso como revolucionarios.
¿Cómo era la relación entre cubanos y venezolanos?
En cuanto a conocimientos militares, creo que era de lo mejor que tenía Cuba en ese momento. Una vez El Cabito viajó a Cuba y habló con Fidel para que nos mandara otro combatiente como Antonio. Fidel le respondió: "Mira, en Cuba hay un solo Antonio". Militarmente era brillante y en la guerrilla uno sentía que era como una muralla, alto, muy fuerte, el primero rompiendo monte. Lo que ocurrió después con él, resultó muy lamentable para quienes compartimos aquellas experiencias. Son esos dramas de los cuales hay tantos casos en la historia y que demuestran que la consecuencia con los principios es algo que debe mantenerse hasta la muerte.
En cuanto a la relación, se subordinaban al comando de Douglas Bravo. El problema es que Douglas en ese período pasó poco tiempo en la montaña. Tenía una afección en la rodilla que le dificultaba caminar y necesitaba un tratamiento. Entre los guerrilleros cubanos y venezolanos se percibía la solidaridad como algo natural. Nosotros también teníamos la idea de irnos a combatir fuera de Venezuela cuando triunfara nuestra Revolución. Muchos años después algunos de nosotros pudimos contribuir con la guerrilla salvadoreña, pero sin tener la oportunidad de combatir. Pero eso es otra historia.
¿Cuándo Douglas no estaba quién lo sustituía?
Luben era el segundo. En ese momento yo era solo un combatiente. Tiempo después me incorporaron a la Comandancia.
¿Los cubanos solo entrenaban a los guerrilleros o también combatían?
En las condiciones en que andábamos, el entrenamiento se hacía prácticamente en la marcha y en el combate. Los cubanos se distinguieron entre los más combativos. No se me olvida Salvador. Fue casi suicida su participación en uno de los combates más largos que hubo en Las Cortaderas, en Trujillo. Murió recientemente, por cierto. Lo queríamos mucho. Le decían que retrocediera y él seguía adelante, para rescatar unos fusiles FAL que habían quedado abandonados en un lugar muy peligroso. Los cubanos eran muy valientes, con una sola excepción: uno que se pegó un tiro en el pie para que lo sacaran.
¿Dónde lo sorprende la muerte del Che?
En Lara. Fue un golpe muy duro, pero la guerrilla reaccionó con mucha mística.
¿Cómo se produce la salida del grupo de cubanos que estaba con ustedes?
Por contradicciones con Douglas Bravo. Como ya lo comenté, en una zona conocida como El Altar se dividió el movimiento guerrillero en tres pedazos. En un grupo quedó Luben Petkoff, con los cubanos y algunos venezolanos. Ya anteriormente, después de la experiencia de los Andes, el comandante Elégido Sibada (Magoya) se fue al estado Falcón, con un grupo de hombres de su mayor confianza.
Luben, según nos enteramos después, se desplazó hacia una zona de Yaracuy y, desde allí, decidieron salir del país hacia Cuba. Los detalles de esa operación no los conozco. Luego de la división, nos retiramos hacia la zona de San Rafael de Onoto donde al fin pudimos reunimos con Douglas, quien nos dio la versión que he comentado.
De las reuniones sostenidas, se tomó la decisión de volver a la vieja zona guerrillera de Falcón. Marchamos un trayecto en el cual yo comandaba la columna. Pero como la marcha se hacía muy lenta, Douglas me encomendó la misión de localizar a Magoya en Falcón. Con una pequeña unidad, conformada por 15 camaradas muy bien entrenados y conocedores del terreno, emprendimos la marcha. Teníamos, además, la tarea de atraer la fuerza enemiga mediante algunas operaciones de distracción y, de ese modo, facilitar el desplazamiento de la columna principal al mando de Douglas.
Así que marché con mi pequeña unidad, tomamos varios caseríos, hicimos todo lo que pudimos para atraer las fuerzas, hasta montamos algunos bailes, mientras que Douglas dirigía la columna principal. La idea era concentrarnos de nuevo en Falcón, en la zona de El Mosquito. Pero cometieron un error en el cruce de la carretera que va de San Felipe a Morón. Entraron de lleno en un poblado cuando ya estaba amaneciendo, según lo que me refirieron después algunos compañeros. Para empeorar las cosas, cargaron con mucho peso al abastecerse en algunas bodegas del poblado. De allí subieron por una zona muy visible y luego avanzaron por una quebrada. Habiendo sido detectada la columna, fue fácil montar a tiempo una emboscada sobre la quebrada en la cual la guerrilla intentaba ocultar su movimiento. La peor de las situaciones que puede sufrir cualquier fuerza. Al caer en la emboscada, la columna quedó fragmentada en dos grupos. Allí la guerrilla sufrió el más severo golpe del que yo tenga conocimiento.
La noticia nos sorprendió cuando la pequeña unidad con la que yo me dirigía a Falcón ya se encontraba en el sur de este estado, a más de un día de camino del río Tocuyo que habíamos cruzado sin mayores problemas, pese a encontrarse bastante crecido. Tal noticia hablaba de mi muerte en ese combate, lo que nos hizo abrigar la esperanza de que pudiera ser falsa, para provocar confusión. Pero las informaciones posteriores nos indicaban que algo serio había ocurrido. Esto trastornaba los planes que habíamos trazado. Así que decidimos esperar cierto tiempo para ver si lográbamos hacer contacto con el resto de la columna. Después de un tiempo prudencial sin resultados, decidí marchar rápidamente para hacer contacto con Magoya y abrir las operaciones en Falcón. De esta forma podíamos atraer la atención sobre nosotros y aliviar la situación de la columna.
Así lo hicimos. Logramos localizar a Magoya y, luego de las aclaratorias de nuestra misión, este asumió el mando que, por razón de antigüedad, de su conocimiento de la zona, de su experiencia y liderazgo, le correspondía. Acto seguido se planificó una operación en la que yo no pude participar por un fuerte quebranto que me obligó a permanecer en campamento con un pequeño número de combatientes. La operación resultó exitosa con la captura de armas y municiones que permitieron reforzar nuestra unidad. Poco después logramos reunimos con Douglas Bravo, quien estaba acompañado por un pequeño número de compañeros que habían sobrevivido a la emboscada tendida por los cazadores en Sabana Larga, que así se llama el lugar del combate donde fuera sorprendida la columna principal.
Luego de hacer el triste balance de lo ocurrido en Sabana Larga, en su condición de Comandante me instruyó desplazarme hacia una zona próxima al estado Yaracuy donde había quedado El Catire, viejo camarada a quien siempre me ha unido una muy estrecha amistad. Se trata de organizar la recepción de un cargamento de armas que presuntamente traería el entonces comandante Prada Barazarte desde el exterior. Luego de varios días de marcha, acompañado de dos guerrilleros, llegamos hasta el lugar indicado. Allí me encontré con El Catire Larralde, quien había logrado organizar varios depósitos de víveres y lo necesario para concentrar las tropas que habrían de recibir el armamento, acompañado de un guerrillero, Delio, a quien yo le había tomado mucha estima. El Catire recibió la instrucción de desplazarse, pues debía estar a la hora del desembarco con el armamento. Yo tenía instrucciones de permanecer en el mismo lugar con el pequeño número de combatientes asignados a la espera del armamento y los refuerzos que nunca llegaron.
Allí pasamos largo tiempo esperando el contacto que nos había asignado Douglas para mantener los enlaces y la coordinación con él. Esto ocurrió consecutivamente. Nos encontramos así en una situación de alerta máxima pues, además, un campesino que servía como único punto de apoyo, abandonó su casa con su familia. Todo indicaba que se acercaba alguna fuerza enemiga. Decidí mantenerme emboscado por varios días, no recuerdo cuántos, presumiendo posibles ataques enemigos.
Perdido todo contacto, decidí retornar a Falcón para reencontrarme con Magoya y elaborar un nuevo plan, además de tratar de rehacer las comunicaciones con Douglas. Rápidamente nos desplazamos hacia la zona de El Mosquito. Tratamos de localizar a Magoya, sin resultado. Hicimos contacto con un personaje muy querido a quien todos llamábamos Maluquito, una expresión que era muy frecuente en sus labios cuando quería referirse a algo que le parecía muy bueno. Allí tampoco pudimos hacer contacto. Pero, en medio de todo este descontrol, hubo momentos un tanto graciosos.
En esta misión apenas me acompañaron tres combatientes. Así que decidimos esperar un tiempo en un pequeño campamento a cierta distancia de una casa deshabitada y donde había un pozo artificial que servía como depósito a cielo abierto. Ya instalados, me encontraba leyendo Cien años de soledad, de García Márquez y disfrutando de un cafecito delicioso. En medio de esa tranquilidad, Emilio, un campesino de extraordinaria calidad como guerrillero y como ser humano, con los sentidos del olfato y del oído muy agudos, me advirtió: "Oigo un ruido en el pozo. Voy a explorar". Y se metió entre los matorrales del lugar. El pozo estaba a unos 100 metros de nuestro campamento. Como Emilio se tardó más de lo que yo esperaba, decidí ir hasta el borde del pozo para verificar la situación. Cuando avancé hasta la proximidad, observé a Emilio en posición de quien acecha a un animal peligroso y me hizo una seña de silencio: "Cuidado, hay una gran cantidad de tropas ahí en la casa de Maluquito". Fue su única expresión en un susurro.
Efectivamente, alrededor del pozo y, hasta donde podíamos observar, había soldados que acusaban la gran fatiga de las marchas en aquel territorio inhóspito, con altas temperaturas y un sol inclemente, propio de esas llanuras de Falcón. Muchos se habían quitado las camisas tratando de refrescarse. Ni se dieron cuenta de que nosotros estábamos ahí. Nos retiramos en silencio, cogimos nuestros morrales y borramos las huellas de nuestro pequeño campamento. Para ocultar nuestra presencia, hicimos lo que era un truco guerrillero en aquella región, donde abunda una planta de bordes espinosos que se conoce en el lugar como "teco". Tiene cierto parecido con la planta de zábila, pero es más rígido y de espinas más fuertes. Con una horqueta se puede levantar, uno pasa por el punto despejado y lo vuelve a colocar sin dejar rastro alguno. Así avanzamos hasta un enorme árbol que sobresalía sobre otros de menor talla, muy frondoso y que en Venezuela conocemos como "matapalo". Este árbol parecía colocado allí por la providencia para ocultarnos en medio de un gran tecal.
Nos pasamos unos seis días montados en aquel árbol, como los monos, viendo cómo iban y venían las tropas y dos tanquetas que utilizaron en una ofensiva exagerada para el número total de combatientes que teníamos en la zona, solo explicable por el afán de lograr un completo exterminio, cosa verdaderamente imposible con una guerrilla bien entrenada y conocedora del terreno, como era nuestro caso. Durante esos días tuvimos que hacer verdaderas operaciones de comandos para el simple hecho de renovar nuestra reserva de agua en el pozo, único depósito que había en kilómetros a la redonda. Mientras dos cubrían la operación, uno bajaba hasta el pozo, cogía agua en las cantimploras y un envase de plástico que portábamos y emprendía su retirada silenciosa. El oficial que comandaba la tropa del gobierno, no tuvo la precaución de dejar guardias resguardando aquella preciosa reserva. Incluso, en una oportunidad, nos llevamos unas camisas y unas boinas que habían lavado y dejado junto al pozo para que se secaran.
¿Cómo se alimentaban?
Llevábamos nuestra reserva, una alimentación muy magra: sardinas en conserva, y una mezcla de avena con leche y azúcar. En ese árbol permanecimos cerca de una semana. Cuando cesó la ofensiva, bajamos de aquel refugio que nos servía también como excelente puesto de observación.
De allí emprendimos una nueva marcha hacia un lugar que conocíamos como La Vieja Carola, una señora que era jefa de familia con mucho carácter y que siempre nos brindó apoyo. Al llegar al lugar, nos encontramos con que una unidad de cazadores había pasado por allí, interrogando a la gente sobre quiénes brindaban apoyo a la guerrilla. Razón por la cual había cierto nerviosismo. Ya habíamos agotado nuestras reservas de alimentos para las marchas y requeríamos abastecernos en una bodega que allí se hallaba. El propietario se mostró muy reticente a venderme unos "papelones" y un queso que allí tenía. Pese a mi insistencia, no había manera de convencerlo. Nosotros teníamos que marcharnos del lugar para evitar algún encuentro con los cazadores, hecho que se hubiera traducido en males mayores para la gente del pequeño poblado. Así que tuve que apelar a un argumento extremo. Le dije al bodeguero: "Si me colocas los papelones y el queso en el mostrador, te los pago. Si cruzo el mostrador y los tomo yo, como estoy dispuesto a hacer, no te pago". El argumento surtió efecto, aunque un poco a regañadientes. Así que le pagamos y emprendimos nueva marcha.
Después de muchas peripecias que sería muy largo de referir, logramos ir concentrando pequeñas fuerzas dispersas, hasta reunimos con Magoya en enero de 1969, en un lugar de ambiente paradisíaco, el río Araurima.
Veamos la otra cara de la moneda. ¿Qué evidencias tuvieron ustedes de la presencia del gobierno norteamericano y particularmente de la CIA en la lucha antiguerrillera en Venezuela?
La primera gran evidencia es política. Los Estados Unidos siempre acompañaron a los gobiernos más represivos de Venezuela, incluyendo al de Pérez Jiménez. Es muy conocido que Eisenhower42 llegó a decir que ese, el de Pérez Jiménez, era el modelo de gobierno que más se identificaba con los intereses de los Estados Unidos.
No olvidemos que los norteamericanos estuvieron presentes en la alianza que establecieron en Nueva York los partidos Acción Democrática —concretamente Rómulo Betancourt— y COPEI, alianza que traicionó a quienes arriesgaban la vida en territorio venezolano al enfrentar esa dictadura de Pérez Jiménez. La presencia en Venezuela de los cubanos anticomunistas para dirigir la estrategia "antisubversiva", pasó por el previo entrenamiento e instrucción de la CIA. Es difícil imaginar cuántos crímenes horribles le encomendaron a Luis Posada Carriles.43
¿Escuchó hablar del comisario Basilio?
No, pero sabíamos que esta gente estaba aquí y que dirigían equipos encargados de cada uno de nosotros. Por ejemplo, en la Digepol tenían un perfil completo sobre mí, además de la información sobre mis familiares y amigos.
¿Cómo lo sabe?
Una de las principales tareas en ese tipo de confrontaciones, es la inteligencia. Es bien conocida la sentencia de Sun Tzu: "Conócete a ti mismo y conoce a tu enemigo y podrás librar cien batallas sin una derrota". Nosotros, cada vez que pudimos, realizamos tareas de infiltración en las filas del adversario. Así, infiltramos una persona en la Digepol. Esto me salvó una vez. Habían montado una celada y me iban a esperar cuando yo bajara a la ciudad para cumplir una misión. Había planeado ver a mi hijo. Las pocas veces que lo hice, se hacía un plan bastante cuidadoso. Cada cierto tiempo agudizaban la vigilancia. En esa oportunidad recibí la información a tiempo por lo que eliminé todo contacto hasta que prácticamente volvimos a la legalidad. Razón por la cual, mi hija menor prácticamente no me conocía cuando salimos a la actividad legal. En una oportunidad cayeron en nuestras manos los perfiles que había elaborado la inteligencia enemiga sobre la base de lo que habían recabado de los delatores y de otros datos aproximados a nuestras realidades.
¿Sabía usted que su nombre aparece en una lista de enemigos que debían ser ejecutados y que le encontraron a Luis Posada Carriles en la celda, después de su última fuga de la cárcel en Venezuela en 1985?
Sí. Después de una operación que realizamos conjuntamente con Bandera Roja, delataron y capturaron a un grupo de compañeros. Posada Carriles colocó mi nombre entre la gente que debía ser buscada y aniquilada. Por suerte, y gracias a la disciplina en la aplicación de las normas de seguridad, nunca dieron conmigo, pese a haber sido delatado en varias oportunidades.
¿Ustedes conocían que el entrenamiento y el equipamiento del ejército venezolano que operaba contra la guerrilla se realizaba casi exclusivamente con el apoyo norteamericano?
Esto no era secreto para nadie. Tampoco el gobierno norteamericano se cuidaba mucho de guardar el secreto. Las operaciones para el equipamiento y el entrenamiento de los militares venezolanos eran dirigidas desde la Misión Militar estadounidense, ubicada en Fuerte Tiuna, Caracas. Eso era público y notorio, como lo era también que la mayoría de los oficiales recibían entrenamiento especializado en lucha antiguerrillera en los Estados Unidos y Panamá. Incluso, algunos oficiales que se alzaron con nosotros en las montañas habían pasado por las escuelas norteamericanas.
También entrenaban a los militares venezolanos para operaciones de inteligencia y contrainteligencia. El entrenamiento incluía un programa que denominaban "trabajo social" o algo así. Iban a las zonas campesinas para "ayudar" y en realidad estaban al acecho. Hubo compañeros que fueron atendidos en los puestos médicos de esta gente. No los conocían y nuestros compañeros se presentaban como campesinos.
Algunos analistas consideran que Venezuela se libró de un gobierno como el de Pinochet o como el de la Junta Militar argentina, porque la doctrina militar norteamericana de la contrainsurgencia triunfó y no fue necesario llegar a esos extremos. ¿Está usted de acuerdo?
Eso es verdad solo en parte. No es el factor determinante. El factor determinante, insisto, es el petrolero. Como diría Mao, la guerrilla tiene que moverse como el pez en el agua, y el agua son las masas. Venezuela tiene una característica resaltante: sus campos han quedado despoblados. Para resolver esto inventamos, lo inventó Douglas realmente, la idea de lo que llamó "la insurrección combinada", esto es, mantener un núcleo guerrillero en las áreas rurales cooperando y trabajando en la ciudad para preparar la insurrección armada con la participación masiva del pueblo y de sectores de la fuerza armada regular. A mí me correspondió realizar un estudio comparado en esa época, sobre las experiencias insurreccionales de los soviéticos, así como también de la experiencia de las insurrecciones urbanas en China y Alemania.
¿A qué conclusión llegó?
El elemento principal de la derrota de la vía armada en Venezuela no fue la injerencia norteamericana, aunque influyó, sin lugar a duda. Mira, la experiencia de Vietnam triunfó en condiciones muy difíciles, gracias a la resistencia organizada según los principios de la guerra de todo el pueblo frente al ejército más moderno y entrenado del mundo. En Venezuela fueron determinantes otros factores de carácter económico y político, a los cuales se agregan los sociales.
¿Hay otra experiencia en el mundo semejante a la venezolana?
Las condiciones de Venezuela eran y son inéditas en el mundo.
En una entrevista en la década del 70, Teodoro Petkoff dijo con amargura que "mientras la lucha guerrillera se llevaba a cabo derrochando heroísmo, la burguesía y el capitalismo venezolano seguían tan tranquilos. La lucha no los perturbaba en lo más mínimo".44
Eso tiene su explicación. Quien siga la historia de la formación de los capitales en Venezuela, descubrirá que han sido producto de la distribución de la renta petrolera desde el Estado. Son hijos del llamado "paternalismo estatal". A pesar de la baja productividad de las empresas, siempre tuvieron altas ganancias por el financiamiento estatal a través de la distribución de la renta. Es un capitalismo parasitario y la burguesía, salvo en momentos en que protestaba por alguna decisión del gobierno, ha estado muy atada a las decisiones financieras y económicas del Estado.
No protestaron entonces porque recibían la tajada más gruesa de la distribución de la renta, sobre todo en la época de los gobiernos de Acción Democrática y parte del último de Rafael Caldera donde, por cierto, Teodoro Petkoff fue la figura más importante como ministro de Planificación. Algunos reaccionaron contra el gobierno de Marcos Pérez Jiménez, porque este promovía la formación de nuevos sectores que se enriquecían gracias a la fidelidad que le profesaban. Hubo excepciones, por supuesto, pero la mayoría de los empresarios estaban encantados con sus gobiernos.
En fin, prácticamente en todos los países capitalistas, donde ha surgido una burguesía enfrentada abiertamente con los regímenes feudales, los derrocaron mediante la violencia armada, instaurando un nuevo Estado burgués. Por el contrario, en Venezuela, el Estado, al capturar una renta petrolera internacional, la distribuyó, favoreciendo a sectores privilegiados y formando así una burguesía rentista, que ha parasitado al Estado. Así ocurrió hasta la llegada al poder de las fuerzas populares encabezadas por Hugo Chávez.
Hablando de Teodoro Petkoff,45 ¿cuál fue su papel en toda esta etapa?
Según narraba Douglas Bravo, Teodoro subió a Falcón cuando se estaba constituyendo la guerrilla. Pasó unos meses y dijo que eso no era para él y bajó. Nunca más regresó. Él fue partidario de la lucha armada por mucho tiempo. Después nunca más quiso saber de eso. Y ahora todos conocemos sus posiciones.
¿Qué hay de cierto en esta nota que divulga la ultraderecha venezolana, a través de la Internet? Dicen: "Alí Rodríguez Araque, guerrillero y experto en explosivos, que tuvo una jefatura eficaz durante sus acciones urbanas, con los atracos a entidades militares, bancarias y a blindados".
Nunca participé directamente en expropiaciones de dinero, aunque por supuesto, estas acciones formaban parte de los medios para cubrir los requerimientos de los frentes y actividades de los mismos. Aunque, desde luego, sí estuve presente en distintas operaciones armadas. Pero, como habrás notado, no soy muy inclinado a comentar aquello en lo cual participé directamente. Mi rol fue básicamente político y militar, así como en la formación de los combatientes y militantes, tanto en las estructuras militares como en las del partido.
¿Cuál fue su formación militar, qué instrucción recibió?
Además de la Organización y Táctica de la Guerra de Guerrillas, estudié materias como Armamento, Balística, Topografía Militar y Orientación, también el manejo de explosivos y demoliciones. Participé en operaciones de sabotaje, particularmente contra instalaciones petroleras.
¿Las acciones en las que participó afectaron a la población civil?
Jamás. En esto siempre fui extremadamente cuidadoso. Nada de lo que hicieron fuerzas bajo mi mando afectó a la población civil, a inocentes. Nunca. Solamente una vez, uno de mis grupos de comandos, realizó la voladura de unos oleoductos en las cercanías de la población de Anaco, estado Anzoátegui. Al incendiarse, fueron recalentando unas tuberías de gas que corrían ligeramente soterradas debajo de los oleoductos. Algunos policías y guardias nacionales que acudieron al lugar para controlar el incendio que se generó, al parecer dejaron algunas armas en el piso por algún descuido. De improviso las tuberías de gas hicieron explosión con gran estruendo y el fogonazo propio de este combustible al entrar en contacto con el fuego, Además de la explosión, las armas también provocaron muchas detonaciones, todo lo cual generó pánico en la población pensando que se trataba de alguna acción guerrillera de gran envergadura. Pero las cosas no pasaron de allí. No hubo ninguna víctima humana.
¿Se vinculó en estos años con Jorge Rodríguez?46
Lo conocí por las relaciones que mantenían nuestras organizaciones y siempre tuve con él una excelente relación. En 1969 nos reunimos en oriente, cuando subió a uno de nuestros campamentos para realizar una reunión con Julio Escalona y Gabriel Puerta Aponte. Allí conversamos largamente con bastantes coincidencias en los asuntos que abordamos. No podía imaginar que sería la última vez que lo vería. Poco después el MIR sufrió una nueva división en tres fracciones.
¿Cuál es el balance de esta etapa?
Hubo una demostración de desprendimiento de muchos compañeros. Muchos murieron, otros fueron sometidos a torturas. En general, tuvieron un comportamiento heroico. Pero todos esos esfuerzos ya resultaban inútiles para revertir la situación que se produjo luego de tantos errores.
¿Es cierto que, en 1967, el 80% de la dirigencia política y militar del PRV estaba presa, desaparecida o ejecutada?
No podría precisar con tanta certeza el porcentaje afectado por los asesinatos y la prisión. En verdad, fueron bastantes y sensibles. Efectivamente, buena parte de los dirigentes estaban presos, entre ellos Francisco Prada, Alberto Meléndez, Diego Salazar, Nery Carrillo... Otros, como los hermanos Pasquier, Malaver, Félix Farías, Nikita, y varios más, habían muerto en combate o bajo las torturas. Los demás nos manteníamos en las montañas o clandestinos en la ciudad.
Se luchó, como ya lo comenté, con mucha mística y desprendimiento. Así que lo que determinó la derrota no fue la falta de firmeza de los combatientes, sino condiciones objetivas y no pocos errores de conducción. El factor petrolero había jugado un papel allí sumamente importante. No solamente en la economía, sino en la estructura social del país y en la cultura de la población. Estábamos ya, no solamente ante una sociedad rentista, sino viviendo un nuevo auge de la renta petrolera.