CAPÍTULO XIII
Alessan tuvo que hacer un alto. El sudor llenaba de gotas su frente, corría por sus mejillas y su mentón. Sus manos sudaban sobre las empuñaduras del arado y los dos animales de la yunta jadeaban casi tanto como él después del trabajo en el campo empapado de lluvia. Haciendo caso omiso del picor de las ampollas que le habían salido en los dos últimos días, Alessan se secó las manos dedo a dedo con el sucio harapo que colgaba de su cinto. Después, el Señor del Fuerte de Ruatha, se enjugó el sudor de la frente y el cuello, bebió un poco de agua de la botella, tomó las riendas, dio varias palmadas ni los lomos de su maldispuesta yunta y logró asir las empuñaduras del arado antes de que los corredores lo sacaran del surco.
Alessan estaba convencido de que con un sólo día más de trabajo los animales olvidarían que habían sido entrenados para correr. Naturalmente, eso era lo que se decía todos los días. Alguna vez tendría que ser verdad. Había domado animales más agresivos para ponerles la silla y su obligación, si él deseaba seguir siendo Señor de Fuerte, era demostrar igual capacidad para variar el entrenamiento de los corredores. Con amargo humor, Alessan se preguntó si sus apuros eran el justo castigo por oponerse a los deseos de su padre. Sin embargo ni un solo ejemplar de aquella raza había sobrevivido. Los corredores más pesados, los animales de arrastre y de tiro, las robustas bestias para largas distancias, mostraron gran propensión a las infecciones pulmonares que arrasaron el campamento de los corredores tras los primeros días de plaga. Los ligeros y delgados corredores criados por Alessan sobrevivieron y siguieron pastando tranquilamente en los abundantes pastos de la ribera. Hasta que no hubo más remedio que prepararlos, y prepararse, para los arados.
Había que labrar la tierra, segar, ofrecer los diezmos y alimentar al Fuerte a despecho de las dificultades del Señor del Fuerte para cumplir con tales cometidos. Alessan llegó al límite del campo y obligó a la yunta a describir un amplio arco para volver a los surcos. Estos eran desiguales, pero la tierra estaba removida. Alessan miró fugazmente el resto de campos del Fuerte propiamente dicho, para comprobar el trabajo de las demás yuntas. Desde allí también se divisaba el camino del norte y al hombre montado que se aproximaba por él. Resguardó sus ojos del sol y maldijo al notar que un corredor se aprovechaba de su momentánea distracción. Mientras lo alineaba con su compañero de yunta, Alessan estaba seguro de haber visto el azulado destello de un arpista. Tuero debía regresar de su visita a los reductos del norte. ¿Qué otra persona tendría valor suficiente para aventurarse en Ruatha? Alessan había pedido por tambor pesados animales de tiro y le habían contestado que nadie tenía nada que ofrecer. La amenaza de aumentar impuestos o el atractivo de doblar los pagos no obtuvo mejores resultados.
- Es la plaga, Alessan -había dicho Tuero, sin sonreír esta vez-. Lo peor ocurrió aquí, en Ruatha. Hasta que el maestro Capiam envíe la vacuna a todas partes, nadie os visitará. E incluso entonces nadie traerá a sus animales, creo, porque en Ruatha murieron muchos.
Alessan había maldecido en vano.
- ¡Si ellos no vienen, tendré que ir yo! ¡Yo mismo traeré yuntas! ¡No podrán negarse delante del Señor de su Fuerte! Si bien…
Si bien denostaba a su gente, Alessan comprendía que pensaran así… en especial porque él mismo no había tenido valor para hacer regresar a Dag, Fergal y los pura-sangres. Follen aseguraba de modo terminante que la plaga se transmitía mediante la tos o los estornudos, por contacto directo, y que no podía estar en la tierra de las pistas ni en las estacadas donde tantos animales habían muerto, pero Alessan no querría arriesgar los escasos e invalorables corredores de raza que Dag se llevó furtivamente la mañana siguiente a la maldita Fiesta.
Tras muchas discusiones con Tuero, Deefer y Oklina (su junta interna) se decidió que Alessan no podía abandonar el Fuerte propiamente dicho, porque nadie más tenía suficiente autoridad para hacer respetar las órdenes. Alessan se opuso a que Tuero hiciera el viaje ya que el arpista estaba convaleciente. Pero Tuero era un conversador astuto y por eso, tal como explicó el arpista al concluir la reunión de la junta, era arpista y el mejor emisario que podía enviar. Unos cuantos días disfrutando del fresco aire primaveral con una misión nada agotadora completarían su recuperación. Además, si bien un arpista podía dedicar sus manos a casi cualquier tarea, Tuero no sabía arar. Alessan no creyó una palabra del alegre engaño de Tuero, pero no podía designar a otra persona.
Pese a la desgarbada figura de su jinete, la flaca montura de Tuero avanzaba con soltura, con paso rápido y vigoroso, la cabeza erguida y el ánimo reavivado en cuanto se vio otra vez en el hogar. Los pies del arpista llegaban a las delgadas rodillas del animal y la enjuta figura del jinete se alzaba en exceso sobre las orejas de la montura. Ciertamente no era el corredor que Alessan habría asignado a Tuero de haber podido elegir, pero al parecer todo iba bien. Avanzaban en ángulo recto hacia el campo de Alessan, pero éste no podía apartar las manos del arado para saludar a Tuero. Había llegado a la pendiente del terreno y la pareja de corredores reaccionaba indócilmente al palo que golpeaba sus jarretes. El campo estaba casi arado. ¡Terminaría! En cuanto lo hubiera hecho podría dedicar toda su atención a las noticias de Tuero.
Le habría gustado ver regresar al arpista con una robusta yunta, pero al parecer llevaba algo en la mochila. Otros dos surcos y habría cumplido su cuota de trabajo.
Al conducir la fatigada yunta al reducto de animales vio que los segadores aún estaban atareados con las semillas. Dispondrían de alguna cosecha pese a la maldita plaga. Es decir, si el tiempo no cambiaba y si otro desastre (Hebras que conseguían anidar, por ejemplo) no golpeaba a la arruinada Ruatha.
Para sorpresa de Alessan, Tuero le aguardaba en el reducto de animales, sentado en un cubo vuelto del revés, con las alforjas a sus pies y aire de satisfacción en su alargada cara. La montura estaba comiendo hierbadulce en el establo y Tuero le había frotado el lomo para eliminar las señales de la silla.
- Le vi en el campo, lord Alessan -dijo Tuero, con una chispa de diversión en los ojos, cuando se levantó para coger las riendas de la yunta-. Sus surcos mejoran.
- Ojalá sigan así. -Alessan se dispuso a desatar los arneses.
- Su ejemplo estimula a muchas personas. En realidad, su trabajo y su dedicación son ya una leyenda en el Fuerte. Su participación no le causa perjuicio alguno.
- Pero no me proporciona animales. ¿O acaso hay noticias peores? -Alessan hizo una pausa antes de quitar el grueso collar al primer corredor.
- No más de las que puede imaginar. -Tuero señaló las alforjas y quitó el collar al otro corredor-. He conseguido poco, cosas que estaban guardadas, pero he visto por mí mismo lo vacías que están las alacenas de lo que más se necesita. Al menos en el norte.
- ¿Y? -Alessan prefería conocer de golpe las malas noticias para asimilar los diferentes sobresaltos de acuerdo con su respectiva importancia.
- En algunos sitios han empezado a trabajar la tierra, pero en aquellos fuertes -Tuero señaló hacia el norte con el puñado de paja que había cogido para frotar las marcas de sudor de la montura- sufrieron graves pérdidas. Gente que asistió a las Fiestas se fue antes de la cuarentena y volvió a casa, portando el virus. He hecho una relación de fallecidos… El total es penoso, y es imposible suavizar la realidad. Dicen que a la miseria le encanta tener compañía y supongo que, si uno tiene un temperamento depresivo, el dicho es verdadero. -Tuero enarcó las cejas-. Tengo una lista de necesidades, cosas esenciales, y preocupaciones. Pero en el camino de vuelta tuve una idea que puede suavizarlo todo.
«Yo estaba en lo cierto cuando dije que la gente tiene miedo a venir aquí, al Fuerte de Ruatha propiamente dicho. No me equivoqué en cuanto a que no querían mandar a la muerte a sus animales por más concesiones que usted quisiera hacer. Pasé muy malos ratos para que dejaran entrar a Flaco en sus reductos. Tenían miedo.
- ¿Miedo?
- Miedo a que el animal fuera portador de la plaga.
- ¡Ese corredor sobrevivió!
- Precisamente. El sobrevivió, usted y yo sobrevivimos. Yo me recobré antes porque me habían administrado el suero. Piense en el suero extraído a corredores repuestos. ¿No protegería a otros animales del mismo modo que el suero extraído de las personas en las mismas circunstancias protege a otras personas? -Sonrió al ver la reacción de Alessan-. Si la idea es válida, usted tiene un campo lleno de remedios curativos. Y un excelente artículo comercial.
Alessan miró fijamente a Tuero, maldiciéndose por no haber pensado en vacunar a los corredores. La mayoría de los señores de pequeños fuertes dependientes de Ruatha se dedicaban a la cría de corredores, de modo que él no podía, en conciencia, exigir su derecho a que le prestasen ayuda dada la crítica situación, pues aceptaba la posibilidad de que la plaga volviera a los reductos.
- ¡Me disgusta no haber tenido yo esa idea! -dijo al sonriente arpista-. Vamos. Recojamos a estos dos. Quiero tener una charla con el Curador Follen. -Dio un cariñoso golpe en las ancas a su animal para forzarlo a meterse en el establo-. ¿Cómo he podido ser tan estúpido?
- ¡Porque tenía otros problemas en la cabeza!
- ¡Fabuloso! ¡Me ha devuelto la vida! -Alessan dio una palmada en la espalda del enjuto arpista, sonriente en su primer respiro de la torva realidad desde la recuperación de Oklina-. Y pensar que dudaba de enviarle al norte…
- Usted quizá dudaba, yo no -comentó descaradamente Tuero mientras recogía las alforjas e imitaba el rápido paso de Alessan hacia el Salón del Fuerte.
No tardaron en localizar a Follen; estaba en el Salón atendiendo enfermos. Alessan notó que su nariz quería cerrarse para protegerse de los olores que el incienso no podía disimular. Evitaba estar en el Salón siempre que era posible: tos, ásperos jadeos y gemidos eran un recuerdo constante de la hospitalidad ofrecida por él. La ansiosa expresión de Follen desapareció cuando Tuero levantó las alforjas. Una vez reunidos en el despacho del Fuerte, que ocupaba el curador, las esperanzas de Follen se desvanecieron al examinar las bolsas y manojos de hierbas. Alessan tuvo que repetir su pregunta sobre la posibilidad de vacunar a los corredores.
- La premisa es bastante sólida, lord Alessan, pero no soy un entendido en medicamentos para animales. El Maestro de Animales… oh, sí, claro, lo olvidaba. Pero en Keroon debe haber alguien que pueda darle una opinión digna de crédito.
Tuero suspiró, desilusionado.
- Ya es demasiado tarde para hacer llegar un mensaje de tambor hasta Keroon. No nos darían las gracias por sacarlos de la cama.
- Hay otra persona, mucho más cerca, que podría saberlo -dijo Alessan en pensativo tono-. Y, Follen, ¿queda vacuna para personas? ¿Suficiente para dos?
- Puedo prepararla, naturalmente.
- Hágalo mientras Tuero y yo mandamos un mensaje de tambor al Weyr de Fort. Moreta debe saber si es posible vacunar corredores.
Y acto seguido pensó: ordenaré a Dag que vuelva y veré que ha conseguido salvar.
Moreta se sorprendió cuando llegó la petición al tambor del Weyr. La cuarentena había terminado ya. Alessan había mencionado específicamente que estaba vacunado y bien. Ella no tenía motivo alguno para negar una reunión y más de un motivo para aceptarla, siendo el menos importante la curiosidad por las razones del Señor del Fuerte de Ruatha para solicitar una reunión urgente. Orlith había dejado de empollar y estaba muy contenta de que la gente admirara su nidada, en particular al huevo de reina, aunque siempre mantenía éste al alcance de la pata delantera. En cuanto consintió en alimentarse después de la puesta, el dragón amontonó los otros huevos en un círculo protector alrededor del que más le importaba.
- Como si alguien pudiera robártelo -se mofaba cariñosamente Moreta.
Había contado a Orlith su visita matutina a las Altas Extensiones y recibido comprensiva absolución.
Leri estaba aquí. Holth iba contigo. Un intercambio justo dadas las circunstancias. Yo dormía.
Moreta durmió un rato tras volver de las Altas Extensiones, y se despertó muy nerviosa, como si esperara que volvieran a reclamar su presencia. Habría preferido permanecer junto a Tamianth hasta convencerse de que fluía icor hasta el ala, pero Pressen conocía los posibles riesgos y podía tomar las medidas precisas. Además, mientras Tamianth recobraba fuerzas y Falga se reponía de la fiebre, no era muy probable que surgiera otra crisis.
De modo que Moreta achacó la desagradable sensación de recelo a las tensiones de un largo día de trabajo y envió a M'barak, el cabalgador weyrling favorito de Leri, al Fuerte de Ruatha. K'lon les había hablado, a Leri y a Moreta, de la terrible impresión que le produjo Ruatha. Moreta sintió angustia al pensar en las escenas de una Ruatha abandonada. ¿Qué podía decir a un hombre que había sufrido tantas pérdidas?
Y de pronto allí estaba Alessan, vestido con tosco ropaje aunque por su cuello asomaba una camisa limpia, a un lado de la entrada del Local de Puesta. Junto a él había un hombre larguirucho con una túnica descolorida y remendada del color azul de los arpistas. M'barak sonrió al ver la vacilación de los dos hombres y les hizo señas para que fueran a los niveles de roca convertidos por Moreta en su residencia temporal. Orlith estaba despierta y observó la entrada de los ruathanos, pero no mostró agitación.
Moreta se puso en pie, con una mano levantada en involuntaria protesta por el cambio que se había producido en Alessan. Ella recordaba de modo muy vivido al seguro, apuesto y vigoroso joven que le dio la bienvenida en la Fiesta de Ruatha, ocho días antes. Había adelgazado y su túnica quedaba demasiado fruncida en la cintura para adaptarse a la delgadez. Su cabello ya no estaba arreglado y cepillado. Moreta se extrañó de que ese detalle la preocupara tanto. Las manchas de las manos de Alessan, testimonios de su esfuerzo para arar y plantar, eran rasgos honorables, como la hierbarroja en las manos de Moreta. Esta lamentó también las arrugas de preocupación y tensión de aquel rostro, la cínica inclinación de los labios y Ia expresión de fatiga de los ojos verde claro.
- Le presento a Tuero, Moreta, un hombre de un valor inestimable para mí durante… desde la Fiesta. -Tras una ligera pausa, la voz de Alessan se hizo más grave como si quisiera evitar comentarios-. Tiene una teoría que me parece importante, pero como a esta hora no podemos hablar con un experto del Reducto de Animales de Keroon, he pensado pedirle su opinión.
- ¿De qué se trata? -preguntó Moreta, desconcertada por tantos rodeos. El cambio de Alessan iba mucho más allá de las apariencias.
- Tuero -Alessan inclinó ligeramente la cabeza ante el arpista a modo de reconocimiento- se pregunta si no sería posible hacer una vacuna con la sangre de los corredores que se han repuesto de la enfermedad para proteger a los demás del contagio.
- ¡Naturalmente que sí! ¿Cómo se explica que aún no hayan hecho? -Moreta se sintió tan dominada por la furia y frustración que Orlith levantó las cuatro patas para salir de su casi reclinada postura. Giró los ojos, rosados en aquel momento, y de su garganta brotó estruendosamente un inquieto interrogante.
- No puede explicarse. -Con esas palabras, Alessan respondió a la intensa reacción de Moreta.
- ¿Nadie pensó en hacerlo, o es que no ha habido tiempo? -preguntó Moreta, harta de pérdidas, humanas y animales. El triste gesto de los labios de Alessan y el suspiro del arpista eran la respuesta-. Yo suponía que…
Moreta interrumpió la colérica frase. Cerró los ojos y cerró los puños. Recordó los numerosos fallecimientos de Keroon, el vacío que había en el reducto de corredores de su familia…
- Había otras prioridades -dijo Alessan. Hablaba sin amargura, resignándose a los hechos consumados.
- Sí, por supuesto. -Moreta apartó su pensamiento de inútiles conjeturas-. ¿Dispone de algún curador?
- De varios.
- La sangre de corredor producirá el mismo suero mediante el mismo método: separación centrífuga. Puede extraerse más sangre de los corredores, por supuesto, la vacuna debe administrarse en proporción con el peso del animal. En cuanto a las bestias más pesadas…
Alessan enarcó la ceja izquierda un poco, lo suficiente para que Moreta comprendiera que no había ya animales pesados en Ruatha.
- ¿Tiene algún espino de aguja que no necesite? -inquirió Alessan, rompiendo el silencio.
- Sí. -En aquel instante Moreta habría dado a Alessan cualquier cosa que él necesitara para aliviar sus problemas-. Y todo lo que se necesite en Ruatha.
- Fort nos prometió una gran cantidad de abastecimientos -dijo Tuero-, pero hasta que no podamos probar ante los carreteros que los hombres y los animales de Ruatha están a salvo de la plaga, nadie se aventurará cerca del Fuerte.
Moreta aceptó la información con una lenta inclinación de cabeza, los ojos fijos en Alessan. Podían estar discutiendo algo totalmente extraño para él, a juzgar su despreocupación. ¿De qué otro modo habría podido sobrevivir a tantos problemas?
- M'barak, por favor, lleva a lord Alessan y al oficial Tuero al almacén. Pueden coger cuanto necesiten de nuestras provisiones.
M'barak abrió desmesuradamente los ojos.
- Iré dentro de un momento -dijo Alessan a Tuero y a M'barak, que salieron. Alessan hizo girar el paquete que llevaba-. No venía aquí -dijo con irónica sonrisa- esperando generosidad. Pero puedo devolverle su túnica.
Sacó cuidadosamente la plegada prenda dorada y marrón y la tendió a Moreta con una cortés reverencia.
Moreta logró cogerla pese a que le temblaban las manos. Pensó en las carreras, el baile, su alegría en una Fiesta que era tal como debía ser, su deleite por la perfección del festejo nocturno cuando ella y Oklina se abrieron paso Ia hasta la plaza de baile en una noche que jamás olvidaría. Las contenidas frustraciones, los enfados, la pena reprimida, las obligadas separaciones de Orlith que ella consideraba traiciones a la Impresión… la acumulación de todo ello hizo estallar la barrera del autodominio y Moreta escondió la cara en la túnica y sollozó sin poderse contener.
Mientras Orlith canturreaba para consolarla, Moreta notó que Alessan la abrazaba. El contacto de aquellos brazos, los mezclados olores de sudor humano y animal y tierra húmeda se unieron para liberarla de sus temores. De pronto Moreta notó la agitación y dilatación del otro cuerpo: el dolor de Alessan había encontrado expresión finalmente. Los dos se consolaron y lograron consuelo en el alivio del otro.
Esto era necesario para ti, afirmó Orlith, y Moreta supo que la frase del dragón estaba dirigida tanto a ella a Alessan.
Fue Moreta la que se liberó antes de la catarsis. Continuó fuertemente abrazada a Alessan, para calmar el estremecido cuerpo de éste, mientras murmuraba frases de ánimo y confianza y repetía las alabanzas al indomable espíritu y la fortaleza de Alessan que le habían llegado a través de K'lon, esforzándose en que sus manos y su voz le transmitieran su respeto, simpatía y admiración personal. Notó que los temblores cesaban y, tras un último y prolongado suspiro, Alessan quedó libre de la combinación de pesar, compunción y frustración. Moreta aflojó los brazos y los de Alessan reflejaron el hecho. Poco a poco fueron separándose para poder mirarse a los ojos. Las arrugas de dolor y preocupación no habían disminuido, pero Ia tensión de los labios y la frente de Alessan se había suavizado.
Alessan levantó la mano y con suaves dedos enjugó las lágrimas que cubrían las mejillas de Moreta. Sus manos apretaron la cara de Moreta y la atrajeron de nuevo hacia él, que ladeó la cabeza para que la mujer pudiera esquivarle si así lo prefería. Moreta inclinó su cabeza y aceptó el beso, pensando en sellar con esa antiquísima bendición la pena compartida por ambos. Ninguno de los dos esperaba que sus emociones estallaran en pasión, Moreta porque ya no pensaba en relaciones amorosas con hombres que no fueran de su Weyr, Alessan porque creía estar acabado tras las pérdidas que había sufrido en Ruatha.
Orlith canturreó serenamente, casi sin que Moreta la oyera, atrapada como estaba en la fuente de emociones, el flujo de sensualidad notablemente excitado por el contacto con Alessan, la sensación de volver a ser vital… Ni siquiera su amor adolescente por Talpan despertó una respuesta tan franca, y ella se aferró a Alessan, deseando que el instante se prolongara.
Poco a poco, Alessan apartó sus labios de los de ella y la miró con incrédula intensidad. En aquel momento también él percibió el canturreo del dragón y miró, sorprendido, en dirección a la reina.
- ¡Orlith no se opone!
La afirmación confundió más a Alessan, que comprendió los riesgos que aceptaba.
- Si Orlith no estuviera de acuerdo, ya te habrías enterado.
Moreta se echó a reír. El rápido cambio de la expresión de Alessan, de la perplejidad a la risa, fue maravilloso. El gozo brotó de una fuente largamente obstruida dentro de Moreta.
El canturreo de Orlith se transformó en lo más parecido a un trino que su garganta podía emitir. Con enorme desgana, Moreta se apartó de Alessan, expresando aquella en su sonrisa.
- ¿Habrán oído al dragón? -preguntó él, sonriéndole tristemente.
- Quizá lo atribuyan a la alegría de la Puesta.
- ¡Tu túnica! -Alessan se aferró a la excusa de recoger los arrugados pliegues. La prenda había caído en la piedra, a sus pies, sin que ninguno reparara en el detalle.
Alessan estaba dándosela a Moreta cuando M'barak y Tuero entraron en el Local de Puesta, el arpista mostraba un astuto fulgor en sus expresivos ojos.
- Con tantas cosas en la cabeza, Alessan -dijo Moreta, asombrada de su aplomo-, es maravilloso que se haya acordado de la túnica.
- Si la simple cortesía de devolver algo olvidado se recompensa siempre con tal generosidad, ¡pierda más cosas en mi Fuerte!
Los ojos de Alessan ardían de gozo por el doble sentido de su frase, aunque estaba señalando la repleta mochila de Tuero.
Moreta no pudo menos que reír. M'barak desplazaba su mirada de la Dama a Orlith, y Tuero notaba que allí había ocurrido algo pero no comprendía qué.
- No he cogido todo lo que necesitamos -dijo el arpista mientras miraba a la Dama del Weyr y al Señor del Fuerte con divertida sonrisa-. Eso habría vaciado por completo sus reservas.
- Yo puedo obtener suministros con más facilidad que ustedes, eso creo. Tal como le decía a Alessan -Moreta experimentaba la necesidad de disimular-, creo que hay viejos documentos sobre esta clase de vacuna animal, aunque no recuerdo los detalles. Yo probaría el suero con algún animal inútil…
- En estos momentos no hay animales inútiles en Ruatha -dijo rápidamente Alessan, con tono algo irritado-. No tengo más opción que actuar y esperar que la vacuna sea tan eficaz con los animales como lo es con lo humanos.
- ¿Ha preguntado al Maestro Capiam? -inquirió Moreta, deseando que Alessan no se hubiera distanciado de ella tan pronto, aunque comprendía la necesidad.
- Usted es la experta en corredores, no el Maestro Capiam. ¿Para qué despertarle si la idea no era factible?
- Creo que es factible. -Moreta apoyó la mano en brazo de Alessan en un gesto apremiante, anhelando recobrar un vestigio de su encuentro-. Creo que debería informar de inmediato al Taller del Curador. Y mantenerme informada.
Alessan sonrió con cortés reconocimiento y, fingiendo que le apretaba inocentemente la mano, sus dedos acariciaron los de Moreta.
- Puede estar segura de eso.
- Sé que Oklina vive. -Las palabras brotaron de sus labios apresuradamente mientras Alessan se disponía salir-. ¿Qué ha sido de Dag… y de Protestón?
- ¿Por qué cree que deseo tanto vacunar a los corredores ? Protestón podría ser el único macho que me queda.
Alessan salió, haciendo un breve alto en la entrada para inclinar la cabeza ante Orlith.
Con asombrada expresión, Tuero se apresuró a imitarle, y M'barak salió corriendo detrás de sus dos pasajeros.
Orlith canturreó de nuevo. Las múltiples facetas sus ojos giraron y despidieron centelleos rojos entre predominante azul. Sintiéndose más bien floja tras el torrente de emociones y renacido deseo, Moreta se sentó en el banco de piedra y cruzó las manos. Se preguntaba había alguna posibilidad de que Holth y Leri desconocieran la agitada entrevista.