CAPÍTULO VI

VI Fuerte de Ruatha, Pasada Presente, 3.11.43

Alessan contempló el salto en el aire del gran dragón mientras Moreta alzaba el brazo para despedirse. El dragón resplandecía en el cielo gris oscuro y no por causa de la tenue luz mortecina de las lámparas. ¿Se explicaba esa luminiscencia por la gravidez del dragón? Poco después ocurrió el fenómeno aguardado por Alessan: la dorada y reluciente reina y la encantadora Dama del Weyr desaparecieron. Un silbido del aire hizo fluctuar los marchitos adornos.

Sonriente, Alessan respiró profundamente, muy satisfecho de los momentos importantes de su primera Fiesta como Señor del Fuerte de Ruatha. Como solía decir su padre, una buena planificación constituía la esencia del éxito. Realmente la buena planificación había sido la causa de la victoria de su velocista, pero Alessan no había contado con la compañía de Moreta en las carreras… ¡Qué compañía tan espontánea había sido ella! Y tampoco había previsto que bailarían juntos. Nunca había tenido una pareja tan ágil en una danza acrobática. Bien, si su madre encontrara una chica que pudiera compararse remotamente a Moreta…

- Lord Alessan…

Giró en redondo, sorprendido, y apartado de sus pensamientos por la intromisión. Dag salió de las sombras y se detuvo, muy rígido, a unos cinco metros de él.

La ansiedad que se reflejaba en la voz de Dag y la formalidad de su comportamiento alertaron a Alessan.

- ¿Qué pasa, Dag? ¿Protestón…?

- Está bien. Pero todos los animales de Vander sufren tos, tienen los pulmones desechos, fiebre y sudores fríos. También tosen, y sudan, los corredores que están recogidos cerca del grupo de Vander. Norman no sabe qué pensar, ante tal situación… Yo sí sé qué pensar, lord Alessan, y por eso voy a llevarme a nuestros animales, los que han estado en el reducto de corredores, lejos de las estacadas. Voy a llevármelos antes de que esa tos se extienda.

- Dag, no quiero…

- Mire, no estoy diciéndole, lord Alessan -Dag alzó la mano en aplacador gesto-, que esa tos no pueda deberse al calor y al cambio de hierba, pero no quiero que Protestón corra riesgos. No después de su victoria.

Alessan contuvo la risa ante la vehemencia de Dag.

- Llevaré nuestros animales a los prados de crianza… hasta que los otros se vayan. -Apuntó el pulgar hacia las pistas-. He cogido provisiones, y además habrá muchas serpientes en las grietas para que puedan comer. Y me acompañará ese rufián de mi nieto.

El segundo gran afecto de Dag, justamente detrás de Protestón, era Fergal, el benjamín de su hija, un vivaracho pilluelo que solía estar en las listas negras más que cualquier otro menor del fuerte. Alessan sentía una oculta admiración por el ingenio del chico, pero como Señor del Fuerte ya no podía tolerar las extravagancias de Fergal. Su última travesura, tiznar ropa blanca destinada para los invitados, había encolerizado tanto a lady Orna que le prohibieron al muchacho asistir a la Fiesta, y el castigo se aseguró encerrando al muchacho en la celda del Fuerte.

- Si yo hubiera pensado…

Dag se llevó un dedo a su chata nariz.

- Mejor asegurarse que lamentarse.

- Adelante, pues. -Alessan ansiaba dormir y Dag tenía una actitud claramente obstinada-. Y llévate a ese… ese…

- ¿Ese trapo sucio para lavar? -la sonrisa de Dag era inocentemente contagiosa.

- Sí, una descripción apropiada.

- Esperaré su mensaje, lord Alessan. Esperaré hasta que me diga que todos los visitantes se han marchado y se han llevado su tos con ellos.

La sonrisa del cuidador se hizo más franca; luego, se volvió briosamente en dirección al reducto de animales y se dirigió hacia allí con un paso tan rápido que su achaparrada figura pareció avanzar en zig-zag.

Alessan observó la partida del cuidador, pensativo durante unos instantes. Se preguntó si no estaría dando demasiada libertad a Dag. Quizá el viejo cuidador estaba ocultando alguna nueva travesura de Fergal. Pero la tos que se extendía por las estacadas no podía ignorarse con tanta facilidad. En cuanto hubiera descansado un poco, hablaría con Norman, comprobaría si ya había descubierto la causa de la muerte del corredor de Vander. Ese incidente le preocupaba. Pero el corredor no había muerto de tos. ¿Acaso Vander, ansioso de ganar en la Fiesta, había pasado por alto los síntomas de su enfermedad para contar con su participación? Alessan prefería no creerlo, pero sabía perfectamente que el deseo de victoria podía cambiar completamente la actuación de un hombre.

Alessan regresó al reducto por la senda, pasando junto a la gente que dormía abrigada con pieles. Había sido una buena Fiesta y el tiempo había colaborado. La ligera humedad del amanecer anunciaba bruma o niebla. Pero a-aquella niebla no iba a ser la única de aquel día.

También el Salón estaba lleno de gente que dormía, y Alessan caminó con cuidado para no molestar a nadie. Incluso el amplio pasillo que llevaba a su vivienda acomodaba a diversos juerguistas en esteras de paja. Se consideraba afortunado por el hecho de que su madre no hubiera insistido en que compartiera sus aposentos. Aunque… ¡quizá ella confiaba en que lo hiciera! Alessan sonrió mientras cerraba la puerta y empezaba a despojarse de sus galas. Sólo entonces se acordó de que Moreta no había recuperado su túnica de fiesta. Se alegró. Así tendría un pretexto para hablar con ella en la próxima Caída. Alessan se tendió en la cama, se tapó con las pieles y se durmió al cabo de unos segundos.

No había pasado más de un instante, según le pareció, cuando lo zarandearon con tal fuerza que, en un momento de desorientación, creyó que volvía a ser niño y que le atacaban sus hermanos.

- ¡Alessan! -La indignada exclamación de lady Oma le devolvió el pleno conocimiento-. Vander está muy grave y el Maestro Curador Scand insiste en que no se debe a ningún exceso. Dos de los hombres que le acompañaban también tienen fiebre. Además, el organizador de carreras me ha informado de que cuatro animales han muerto y otros parecen estar enfermando.

- ¿De quién son esos animales? -Alessan se preguntó si Dag tenía más conocimientos de los que había admitido tener.

- ¿Cómo quieres que lo sepa, Alessan? -Lady Oma no tenía interés alguno en las bestias corredoras, la principal riqueza de Ruatha-. Lord Tolocamp está hablando de ello con…

- ¡Cómo se atreve lord Tolocamp!

Alessan saltó de la cama, a la vez que cogía los pantalones y se los ponía. Todo eso casi al mismo tiempo y a gran velocidad. Se metió la túnica por la cabeza, introdujo los pies en las botas y dio una patada a sus sucias galas de la Fiesta. Se olvidó de los que dormían en el pasillo y casi tropezó con un brazo antes de lograr controlarse. Casi todos los que se habían acostado en el Salón estaban despiertos y el camino hacia la puerta se hallaba despejado. Mientras maldecía en voz baja a Tolocamp, Alessan se esforzó en sonreír ante los que repararon en él.

Tolocamp estaba en el patio, con un brazo en el pecho, sosteniendo el codo del otro brazo mientras se frotaba el mentón, muy pensativo. Norman le acompañaba, balanceándose nerviosamente sobre ambos pies, con la cara demacrada tras una noche en vela. Cuando se acercó Alessan, la expresión de Norman se iluminó, y el hombre miró ansiosamente al Señor de su Fuerte.

- Buenos días, Tolocamp -dijo Alessan con escasa amabilidad, reprimiendo la cólera que sentía por la intromisión del viejo, sin importarle que sus intenciones fueran buenas-. ¿Sí, Norman?

Intentó llevar aparte al organizador, pero no era tan fácil eludir a Tolocamp.

- Podría ser un asunto muy grave, Alessan -dijo Tolocamp. En su semblante destacaba una oscura mirada de profunda preocupación.

- Yo decidiré si lo es, gracias. Contestó de modo tan lacónico que Tolocamp le miró sorprendido. Alessan aprovechó la oportunidad para alejarse con Norman.

- Han muerto cuatro corredores de Vander -dijo Norman en voz baja- y el otro está agonizando. Diecinueve bestias que estaban cerca han empezado a sudar y ha toser de una forma patética.

- ¿Las has separado de las que están sanas?

- Ordené que se trabajara en eso en cuanto hubo un poco de luz, lord Alessan.

- Lady Orna dice que Vander y dos de sus hombres están enfermos.

- Sí, señor. Por la noche he llamado al Maestro Curador Scand para que los atendiera. Al principio pensé que Vander estaba trastornado por haber perdido un corredor, pero sus hombres también tienen fiebre. Helly se queja de un terrible dolor de cabeza. Y como Helly no bebe, es imposible que se encuentre mal a causa de la Fiesta.

- Vander tenía dolor de cabeza ayer, ¿verdad?

- No lo recuerdo bien, lord Alessan. -Norman suspiró pesadamente y se pasó la mano por la frente.

- Sí, claro, tenías muchas cosas a que atender y lo cierto es que las carreras han sido un éxito. -Alessan sonrió y Norman recordó los tiempos en que el actual señor del Fuerte había sido su ayudante.

- Me complace que piense así, pero… -La atención de Norman se centraba en algo que había en la senda; después señaló un vagón por cuya puerta trasera estaban cuatro corredores-. Me preocupa que se vaya Kulan.

Mientras ambos observaban, el primer corredor tosió violentamente.

- Le he dicho a Kulan que no debería viajar con ese corredor, pero no quiere hacerme caso.

- ¿Cuánta gente ha salido esta mañana? -Alessan sintió la primera punzada de auténtico temor. Si la tos se propagaba por el Fuerte cuando las labores de arado estaban a medio terminar…

- Diez o doce salieron en cuanto empezó a amanecer, sobre todo gente que viaja en vagones. Sus animales no estaban guardados cerca de los corredores. Pero yo sé que ese animal de Kulan está enfermo.

- Yo hablaré con él. Averigua cuánta gente se ha ido. Di a unos cuantos señores de reducto que vengan a verme como mensajeros. Haremos volver a los invitados que ya han salido. Ningún animal debe abandonar este Fuerte hasta que sepamos las causas de esa tos.

- ¿Y la gente?

- Puesto que lo primero es imposible sin lo segundo, no, ninguna persona saldrá de aquí. Y también quiero hablar un momento con el Maestro Scand, acerca de Vander.

A Kulan no le gustó que le detuvieran. El animal sólo tenía tos matutina, afirmó, por culpa del polvo que se había levantado la noche anterior y el cambio de hierba. Se recuperaría en cuanto se pusieran en marcha. Kulan estaba inquieto. Le esperaban tres días de duro viaje para llegar a su fuerte. Lo había dejado al cuidado de su segundo hijo y dudaba de la capacidad del muchacho. Alessan señaló con firmeza que a Kulan no le interesaría volver al hogar con un animal enfermo que se mezclara con los sanos. Sólo tendría de demorarse unas horas para que pudiesen averiguar las causas de la enfermedad.

Tolocamp llegó en aquel momento, alcanzando al señor del reducto y a Alessan a tiempo para oír el final de la conversación. La controlada inquietud del viejo Señor se transformó en activa ansiedad, pero conservó la calma hasta que Kulan y los cuidadores de este volvieron al terreno de la Fiesta.

- ¿Son precisas medidas tan drásticas? Me refiero a que esta gente debe regresar a sus fuertes, del mismo modo que yo debo volver al mío…

- Un ligero retraso, Tolocamp, hasta que comprobemos cómo reaccionan los animales. Estoy seguro de que usted y sus bellas damas se alegrarán de alargar la visita…

Tolocamp parpadeó, sorprendido por la amable intransigencia de Alessan.

- Ellas pueden quedarse si lo desean, pero yo estaba a punto de solicitarte un mensaje por tambor al Weyr de Fort para pedir transporte.

- Como decía usted hace unos momentos, Tolocamp, podría tratarse de un asunto grave. Creo que lo es. Ninguno de los dos podemos arriesgarnos a que una enfermedad se abata sobre todos nuestros animales. No en este momento de la Revolución. Naturalmente, quizá averigüemos que sólo afecta a los corredores, pero sería un grave error por mi parte no tomar medidas preventivas ahora mismo, antes de que el mal se extienda al Fuerte propiamente dicho. -Alessan observó las patentes reflexiones de Tolocamp respecto a la conveniencia de un retraso-. Kulan es uno de los míos, pero me complacería que usted hablara con la gente de su Fuerte que se reunió con nosotros en la Fiesta. No estoy propagando la alarma, pero cuatro corredores muertos y otros que están tosiendo en las estacadas…

- Bien, yo…

- Gracias, Tolocamp. Sabía que podía contar con su colaboración.

Alessan se alejó con rapidez antes de que Tolocamp ideara nuevas pegas. Se dirigió a las cocinas, donde cansados servidores preparaban grandes jarras de klah y bandejas de frutas y mollejas. Tal como esperaba, encontró a Oklina supervisando el trabajo. Dada la manifiesta fatiga de su rostro, podía deducirse que la muchacha no había dormido nada

- Oklina, hay problemas -le dijo en voz baja-. Hay una enfermedad en las pistas. Dile a lady Orna que, hasta que sepa de que se trata y de la forma de controlarla, nadie debe salir del Fuerte. Se precisa la capacidad de persuasión y hospitalidad de lady Orna.

Los oscuros ojos de Oklina se habían abierto mucho en señal de alarma, pero controló su expresión y encomendó urgentemente a uno de los trabajadores la tarea de verter el klah.

- ¿Dónde está nuestro hermano, Makfar? -preguntó Alessan-. ¿Dormido arriba?

- Se ha ido. Se fueron hace dos horas.

Alessan se pasó la mano por las mejillas. Makfar había tenido dos corredores en las carreras.

- En cuanto hables con nuestra madre, envía un mensaje para que vuelvan. Tal como son los viajes de Makfar, no habrán ido lejos. Diles, diles que…

- Que necesitas urgentemente el consejo de Makfar. -Oklina sonrió.

- Exacto. -Dio un cariñoso golpecito en el hombro de la muchacha-. E informa al resto de nuestros hermanos que se precisa vigilancia en todo el territorio del Fuerte.

Cuando Alessan volvió al patio, Norman había llegado con diversos señores ruathanos. Alessan les ordenó que se hicieran con espadas cortas y que cabalgaran por parejas a lo largo de los caminos principales para hacer retroceder a los viajeros con el primer pretexto que se les ocurriera. La orden era usar la fuerza si fallaba la persuasión. Los hermanos de Alessan, con diversos grados de descontento, se presentaron ante el Señor del Fuerte. En ese momento lord Tolocamp salió precipitadamente del Salón. Estaba tremendamente enojado.

- Alessan, ya no estoy seguro de que sea de veras precisa toda esta confusión.

Del sur llegaron ecos, los mensajes de los tambores del Fuerte del Río que podían oírse con gran claridad. Al escuchar el doble saludo de urgencia y el código del curador que enviaba el mensaje, Alessan se divirtió unos instantes por la sorpresa que reflejaba el semblante de Tolocamp. Pero el placer se evaporó cuando el sonido de los tambores expresó la esencia del mensaje. Los que eran incapaces de comprender el código captaron el espanto de los que sí podían. Los tambores eran un excelente medio de comunicación, aunque malditamente público, pensó con furia Alessan.

Enfermedad epidémica, decían los tambores, se extiende rápidamente por el continente a partir de Igen, Keroon, Telgar e Ista. Muy contagiosa. Incubación de dos a cuatro días. Dolor de cabeza. Fiebre. Tos. Prevenir contagio secundario. Enfermedad mortífera. Combatir síntomas. Aislar víctimas. Cuarentena inmediata. Corredores muy expuestos. Repetir aviso enfermedad. Prohibidos viajes. Prohibidas reuniones. Capiam.

Los últimos sonidos ordenaban la repetición del mensaje.

- ¡Pero si acabamos de tener una Fiesta aquí! -exclamó fatuamente Tolocamp-. Nadie está enfermo, aparte de unos cuantos corredores. ¡Y los animales no estuvieron ni en Igen ni en Keroon! -Tolocamp lanzó una iracunda mirada a Alessan como si la alarma hubiera sido instigada por el Señor del Fuerte.

- Vander está enfermo, y dos de sus cuidadores…

- Han bebido mucho -afirmó Tolocamp-. No puede ser lo mismo. Capiam dice que la enfermedad está extendiéndose, no que esté en Ruatha.

- Cuando el Maestro Curador de Pern ordena Cuarentena -dijo Alessan con suave tono de autoridad- es mi obligación, y la suya, lord Tolocamp, respetar su mandato.

Alessan no se dio cuenta de que en ese momento hablaba de un modo muy parecido a su padre, pero Tolocamp calló.

No tuvieron más tiempo para hablar porque los que habían entendido el mensaje de los tambores estaban buscando a los dos Señores.

- ¿De qué está hablando Capiam?

- ¡No pueden someternos a cuarentena! Tengo que volver a mi reducto.

- Tengo animales a punto de parir…

- Mi esposa se quedó en nuestra vivienda con los niños…

Intervino Tolocamp, que había adoptado una actitud impasible y se mantenía junto a Alessan, para confirmar el terrible mensaje y el derecho de Capiam a ordenar la imposición de la cuarentena.

- ¡El Maestro Capiam no es un alarmista!… Tendremos más detalles en cuanto haya circulado el mensaje… Se trata de una simple precaución… Sí, una bestia corredora murió ayer… El Maestro Scand nos dará más detalles… No, nadie puede salir. Pondría en peligro a su propio fuerte y extendería la enfermedad… Unos cuantos días no es mucho en bien de la salud…

Alessan respondió casi rutinariamente mientras consentía que el pánico inicial abrumara su cabeza. Ya había dado los primeros pasos para hacer volver a los viajeros y evitar un éxodo masivo. El y Tolocamp se esforzaron en mitigar el temor. Alessan hizo un rápido cálculo de los alimentos que tenía almacenados. Los que habían llegado a la Fiesta no tardarían en agotar sus provisiones destinadas al viaje de vuelta. En caso de que algunas personas contrajeran la enfermedad de Vander, y si realmente era la epidemia de Capiam, ¿no sería mejor alojar a los enfermos en el Salón? ¿O acondicionar un reducto de animales? El dispensario del Fuerte no podía acomodar a más de veinte personas, y eso con grandes dificultades. Cuatro animales muertos, otro que agonizaba, y según Norman estaban tosiendo otros… ¿diecinueve? ¿Veinticuatro animales del total de ciento dos, en veinticuatro horas? La educación que había recibido Alessan no lo capacitaba para enfrentarse a esa clase de contingencia, una situación que no estaba en absoluto relacionada con el mal inmemorial que asolaba Pern. Con la misma impersonalidad que las Hebras, la nueva e igualmente insidiosa amenaza diezmaría la población como ellas devastaban la tierra. «Enfermedad mortífera», decía el mensaje. ¿Ningún dragón podía hacer frente a la enfermedad? ¿Sería el tipo de desastre previsto en los Archivos del Fuerte al que su padre siempre se había referido?

- Aquí llega tu curador, Alessan -dijo Tolocamp.

Los dos Señores avanzaron para detener al Maestro Scand antes de que llegara al patio. La redondeada cara del curador, normalmente plácida, tenía un tono purpúreo debido al esfuerzo; la preocupación estrechaba sus labios. Scand sudaba copiosamente y se enjugaba el rostro y el cuello con un pañuelo no demasiado limpio. Alessan siempre había considerado a Scand como un curador apto, capacitado para ocuparse del gran número de embarazos y tratar los ocasionales accidentes en el Fuerte, pero incapacitado para una emergencia importante.

- Lord Alessan, lord Tolocamp -jadeó Scand mientras su pecho subía y bajaba sin cesar-. He venido nada más recibir su llamada. Me ha parecido oír tambores. Creo haber reconocido el código del curador. ¿Se trata de eso?

- ¿Qué tiene Vander?

La brusquedad de la pregunta de Alessan puso en guardia al curador. Scand carraspeó y se secó de nuevo la cara, reacio a comprometerse.

- Bueno, verá, estoy confundido porque él no ha respondido a la poción de raíces dulces que le preparé ayer por la noche. Una dosis, debo añadir, que haría sudar a un dragón. Fue ineficaz. -Scand se enjugó el sudor otra vez-. Ese hombre se queja de terribles palpitaciones del corazón y de un dolor de cabeza que no está relacionado con el vino porque me han asegurado que Vander no cometió excesos… Empezó a sentirse mal ayer, antes de las carreras.

- ¿Y los otros dos? ¿Los cuidadores?

- También están realmente enfermos. -La pomposa forma de hablar de Scand siempre irritaba a Alessan. El curador blandía el sudado trapo en sus afectadas pausas-. Realmente enfermos, me temo. Con graves dolores de cabeza que les impiden levantarse de sus camastros, y también con las palpitaciones de que se queja Vander. En verdad me inclino más a tratar esos dos síntomas que a provocar sudor, aunque este es el tratamiento específico para una fiebre desconocida y repentina. Bien, ¿puedo preguntar si ese mensaje del Taller del Curador me concierne de algún modo? -Scand ladeó la cabeza inquisitivamente.

- El Maestro Capiam ha ordenado la cuarentena.

- ¿Cuarentena? ¿Por tres personas?

- Lord Alessan -dijo un hombre alto y delgado con la ropa azul característica de un arpista. Tenía el cabello entrecano, y una nariz que había sufrido un inesperado desajuste en su dirección normal. Su mirada era franca y reflejaba sosegada inteligencia-. Soy Tuero, oficial arpista. Puedo facilitar el texto completo al Maestro Scand para que ustedes prosigan su tarea.

Tuero señaló con la cabeza a la gente que se apiñaba en el patio presa de excitación.

En ese instante el tambor de Ruatha empezó a retransmitir la noticia a los grandes fuertes del norte y el oeste. Los profundos ecos del instrumento aumentaron el ambiente general de temor. Lady Orna salió del Salón acompañada de lady Pendra y sus hijas. La mujer escuchó atentamente el tambor y después miró larga y fijamente a su hijo Alessan. Ella y las mujeres del Fuerte de Fort convergieron sobre el arpista Tuero y el curador, que estaba temblando con el trapo colgado de su flácida mano.

Por primera vez en su vida, Alessan tenía motivos para agradecer el incondicional apoyo de su familia e, incluso, la oficiosidad de lord Tolocamp. Un jinete llegó al galope para solicitar ayuda: había que hacer volver a uno de los señores de reducto más agresivos, un hombre con quien Alessan ya había tenido problemas. En ese momento apareció con gran ruido el vagón familiar de Makfar, dispersando a la gente que ocupaba la senda. Alessan ordenó a su hermano que improvisara refugios aprovechando los puestos de la Fiesta y diversos vagones. Pasar una noche en el pasillo y dormir unas horas en el Salón era una cosa, y otra muy distinta soportar esta situación durante cuatro noches. Tolocamp no fue el único que no captó la importancia de la diferencia cuando se opuso con sus sugerencias a las órdenes recibidas por Makfar.

Alessan dejó a los dos resolviendo el problema de alojamiento para poder ir con Norman a las pistas y examinar a los corredores enfermos. La gente ya estaba levantando pequeños campamentos en el campo más cercano.

A pesar de ello, Alessan sintió alivio al alejarse del torbellino del patio.

- Nunca había visto nada que haga caer a tantos y con tanta rapidez, lord Alessan. -Norman casi tuvo que correr para igualar las largas zancadas del Señor del Fuerte-. Y no sé qué hacer por ellos. Si es que se puede hacer algo. El mensaje del curador no decía mucho respecto a los animales, ¿verdad? -Su voz era débil-. Un corredor no puede decirte que es lo que siente.

- Sí, deja de comer y de beber.

- Los animales de los vagones, no.

Ambos hombres contemplaron los pastos donde pacían los vigorosos corredores utilizados para tirar de carros y vagones, los que había criado Alessan siguiendo las instrucciones de su padre.

- Dispón una zona de aislamiento. Los animales de carreras y los de tiro deben estar bien separados.

- Lo haré, lord Alessan, pero los de carreras han bebido río arriba el mismo agua que los otros…

- Es un río muy ancho, Norman. Esperemos lo mejor.

Lo primero que notó Alessan en las pistas fue que el organizador había usado toda la extensión de las estacadas. Los animales sanos ocupan la parte externa, muy lejos del círculo vacío que rodeaba a los enfermos. La tos de las bestias contagiadas era audible en aquel ambiente calmado y ligeramente frío. Tosían con el cuello extendido y la boca abierta, emitían ladridos secos que reflejaban dolor. Tenían las patas hinchadas y la piel empañada y llena de puntos brillantes.

- Añade helechos pinados y tomillo al agua que beben. Si es que beben, Norman. Usa una jeringa para meterles líquido antes de que se deshidraten completamente. También podemos darles hojas de almez. Algunos corredores son muy listos y saben qué es lo que les conviene. De hojas de almez, al menos, tenemos provisión abundante.

Alessan contempló los prados, donde aún no había empezado la batalla anual para despojar a las plantas perennes.

- ¿Hay tos en los rebaños? -Alessan miró en dirección contraria.

- Para ser sincero, he tenido poco tiempo para pensar en ellos. -Las plácidas criaturas de los rebaños suscitaban en Norman el desinterés casi despectivo típico del experto jinete de carreras-. El arpista me ha dicho que los tambores sólo mencionaban corredores.

- Bien, tendremos que sacrificar algunos animales para dar de comer a nuestros inesperados invitados. No me queda suficiente carne fresca después de la Fiesta.

- Lord Alessan, le habló Dag de… -empezó a decir Norman, receloso, sin terminar de señalar a la montaña, los grandes claros donde normalmente se cobijaban los animales del Fuerte durante una Caída.

Alessan miró socarronamente a Norman.

- Vaya, así que tú has tenido que ver en esto…

- Señor, es cierto -replicó sinceramente el organizador de carreras-. Dag y yo estábamos preocupados cuando la tos empezó a extenderse. No quisimos molestarle mientras bailaba, pero como los animales de sangre no habían tenido contacto con estos… ¡Mire eso!

- ¡Cáscaras!

Vieron al primer animal de un tronco de cuatro enganchado a un gran vagón que se derrumbaba de pronto, haciendo doblar las rodillas a su compañero de arnés.

- Bien, Norman. Da orden de que algunos hombres se encarguen de esa yunta. Úsalos para arrastrar cadáveres hasta que aguanten. Quema los animales muertos, allí. -Alessan señaló un declive de los distantes campos, fuera de la vista del patio y en la misma dirección que el viento-. Toma nota de los animales que mueren. Habrá que ofrecer reparación.

- No dispongo de anotador.

- Te enviaré un aprendiz. También quiero que averigües cuánta gente pasó la noche aquí.

- Casi todos los cuidadores, y gente muy lista como el viejo Runel y sus dos ayudantes. Algunos criadores entraron y salieron, no se preocuparon mucho del baile en cuando usted tuvo el tacto de enviarles los barriles allí.

- Ojalá supiéramos más detalles de esta enfermedad. «Combatir los síntomas», dicen los tambores. -Alessan volvió a contemplar las hileras de animales que tosían.

- Pues les daremos tomillo y helechos pinados¡, y hojas de almez. Quizá recibamos un mensaje del Maestro Cuidador. Es posible que esté regresando del este ahora mismo. -Norman miró esperanzado en aquella dirección.

La ayuda no suele venir del este, pensó Alessan, pero dio unas palmadas de confianza en el hombro de Norman.

- ¡Haz todo lo que puedas!

- Puede contar conmigo, lord Alessan.

La calmada seguridad afirmada por Norman animó al Señor del Fuerte cuando tomó el atajo del rastrojal en dirección al reducto. Tan sólo el día anterior Moreta y él se habían detenido en la pendiente para ver las carreras… ¡Ella había tocado al moribundo corredor de Vander! Alessan frenó su paso. El Weyr habría recibido el mensaje de los tambores antes que Ruatha. Moreta ya debía saber las consecuencias de su acto. Y probablemente sabría mejor que él cómo evitar la enfermedad.

Como todos los habitantes del Fuerte de Ruatha, Alessan, antes de la fiesta, conocía a la Dama del Weyr de Fort solamente de vista. Pero él siempre había estado entre los asistentes a las reuniones presididas por Moreta desde que esta había obtenido la responsabilidad principal del Weyr. Alessan la tenía considerada como persona distante, reservada, totalmente inmersa en los asuntos de los Weyrs. El descubrimiento de que la Dama del Weyr estaba fascinada por las carreras tanto como él había sido un inesperado placer. Lady Orna le había reprochado, a la caída de la tarde, que hiciera perder tanto tiempo a Moreta. Alessan sabía perfectamente que el significado de las palabras de su madre era otro: él no estaba aprovechando todas las oportunidades de conocer a chicas casaderas. También sabía que pronto debería asegurar la continuidad de su linaje y por eso se había mostrado adecuadamente receptivo hasta que vio a Moreta desaparecer tras el estrado de los músicos. Por entonces ya estaba harto de balbucear insipideces y ñoñerías. Había desempeñado su obligación como Señor del Fuerte pero también quería disfrutar en su primera Fiesta. En compañía de Moreta. Y lo hizo. Le habían educado para prever el premio tanto como el castigo. Por unos instantes el pensamiento de que las duras pruebas del hoy se equilibraban los placeres del ayer brotó en su mente, pero lo rechazó rápidamente tachándolo de infantil.

Una vez observada la situación en las pistas, Alessan decidió que la siguiente tarea en orden de prioridad era enviar mensajes a los que esperaban el regreso de los participantes en la Fiesta en reductos fuera del alcance de la red de tambores. De lo contrario gente preocupada empezaría a llegar al Fuerte. Luego tendría que averiguar qué Señores, aparte de Vander, habían llevado animales de Keroon y si estaban en reductos o en el campo. También tendría que pensar en cómo tratar a los disidentes. La única y reducida celda del Fuerte podía bastar para un mozalbete como Fergal pero no para un Señor agresivo.

Tolocamp, que estaba dirigiendo el montaje de una tienda en el semivallado complemento meridional, detuvo a Alessan.

- Lord Alessan -dijo el anciano, rígidamente formal, inexpresivo, con las mandíbulas apretadas-. Si bien comprendo que la cuarentena también me afecta, debo regresar al Fuerte de Fort. Me mantendré en mi vivienda, no estaré en contacto con nadie. Si aquí -Tolocamp señaló la confusión de la senda y la zona de festejos- está ocurriendo esto, piense en la conmoción que causará mi ausencia en mi Fuerte.

- Mi señor Tolocamp, siempre he tenido la impresión de que sus hijos estaban perfectamente instruidos para afrontar las obligaciones de cualquier Fuerte y cumplirlas sin fallo.

- Es cierto. -La erecta rigidez de Tolocamp aumentó-. Es cierto. Dejé a Campen al mando cuando salí hacia la fiesta. Para que tuviera experiencia de mando…

- Excelente. Esta cuarentena le ofrece una oportunidad sin precedentes.

- Mi querido Alessan, esta crítica situación también supera su experiencia.

Alessan apretó los dientes, preguntándose si no habría subestimado la percepción de Tolocamp.

- Lord Tolocamp, usted conoce mejor que yo el significado de un código de doble urgencia enviado por un Maestro. ¿Permitiría usted que alguien lo desobedeciera?

- No, no, claro que no. Pero se trata de una circunstancia anormal…

- Realmente. Su hijo no tiene invitados que atender. -Los dos hombres vieron un grupo conducido de vuelta al Fuerte por dos hermanos de Alessan y seis individuos con las espadas desenvainadas-. Campen dispone del Taller del Curador y del Maestro Arpista, que le instruirán en el apuro.

Alessan moderó su brusco tono. No debía enemistarse con Tolocamp. Precisaba el apoyo de Tolocamp con veteranos del Fuerte de éste que aún no estaban acostumbrados a recibir órdenes de una persona joven e inexperta en el gobierno de un reducto.

- Tal como dice el mensaje por tambor, la incubación es de dos a cuatro días. Usted ya lleva aquí un día -añadió persuasivamente, levantando los ojos al sol de mediodía-. Dentro de otro día, si no muestra síntomas de estar mal, podrá regresar discretamente al Fuerte de Fort. Mientras tanto, debe dar ejemplo.

- Sí, bueno. Normas para uno, normas para todos. -La expresión de Tolocamp se suavizó-. Ciertamente yo demostraría pobre disciplina si no respetara la cuarentena. -Estaba notablemente más amable-. Seguramente este brote se limitará a las pistas de carreras. Nunca he sido aficionado a ese deporte. -El desdeñoso gesto de su mano repudió a uno de los principales pasatiempos de Pern.

Alessan no tuvo tiempo de ofenderse ya que un grupo de hombres se dirigía resueltamente hacia los dos Señores de Fuerte con determinadas y ansiosas expresiones en sus semblantes.

- Lord Alessan…

- Sí, Turvine -dijo Alessan al que había hablado, un agricultor de la zona sudeste de Ruatha. Sus acompañantes eran pastores.

- No hay tambores cerca de nuestras tierras y allí aguardan nuestro regreso. No soy nadie para desatender el consejo del Curador, pero hay otras consideraciones. No podemos quedarnos aquí…

Makfar había reparado en la delegación y, aunque Alessan prestaba toda su atención a Turvine, había notado también que su hermano había llamado por señas a varios hombres armados.

- ¡Os quedaréis aquí! ¡Esa es mi orden! -Alessan se expresó con vigor y los hombres se acobardaron y miraron inciertamente a Tolocamp en busca de apoyo.

El Señor del Fuerte de Fort se irguió e ignoró la tácita súplica. Alessan alzó la voz, proyectándola más allá del grupo, hacia los que miraban y escuchaban desde la senda y el patio.

- ¡Los tambores han decretado la cuarentena! Yo soy el Señor de este Fuerte. Del mismo modo que si estuvieran cayendo las Hebras, estáis bajo mis órdenes. ¡Ninguna persona, ningún animal, saldrá de aquí hasta que ese tambor -Alessan extendió el brazo hacia la torre- nos diga que la cuarentena ha terminado!

En el silencio que siguió, Alessan caminó rápidamente hacia la puerta del Salón y Tolocamp siguió sus pasos.

- Tendrá que enviar mensajes fuera para evitar que entre gente -dijo en voz baja Tolocamp en cuanto entraron en el Salón.

- Lo sé. Debo pensar en cómo hacerlo. Sin exponer animales y personas.

Alessan giró a la izquierda para entrar en el despacho del Fuerte. Allí estaban amontonados en acusadoras hileras los malditos Archivos que el Señor del Fuerte no había tenido tiempo de examinar con atención. Aunque el lugar había sido usado como dormitorio durante la Fiesta, nadie lo ocupaba aparte las dispersas pieles de dormir que sus propietarios, al parecer, habían abandonado con las prisas. Alessan apartó varias a puntapiés para llegar hasta los mapas. Finalmente localizó el mapa a escala reducida del Territorio del Fuerte donde se indicaban las vías de comunicación en diferentes colores que designaban vereda, senda o camino, y los fuertes menores similarmente diferenciados.

Tolocamp lanzó una exclamación de sorpresa al reparar en la excelente calidad del mapa.

- No tenía la menor idea de que estuvieran tan bien provistos -dijo con cierta falta de tacto.

- Tal como los arpistas gustan de explicarnos -dijo Alessan, con una suave sonrisa para suavizar sus palabras-, el Fuerte de Fort surgió por casualidad, pero el de Ruatha fue planeado.

Siguió con el dedo el camino del norte y la red de sendas que se dirigían al noroeste, al oeste y al noreste para unir veinte fuertes, grandes y pequeños, y tres reductos mineros. El camino principal del oeste que atravesaba las montañas llegaba a la meseta con ocasionales albures.

- Lord Alessan…

Se volvió y vio a Tuero en el umbral. Los demás arpistas estaban detrás, en el pasillo.

- He pensado ofrecernos voluntarios como mensajeros. Tuero sonrió, con lo que su larga y torcida nariz se torció aún más espectacularmente hacia la izquierda-. Es el tema de las discusiones más bien acaloradas que hay afuera. Los arpistas de Pern están a su disposición.

- Gracias, pero ustedes han estado tan expuestos como cualquier otra persona. Deseo contener la enfermedad, no a la gente.

- Lord Alessan -Tuero se mostraba risueñamente terco-, podríamos transmitir el mensaje mediante relevos.

Tuero fingió que dejaba algo en el suelo con una mano y lo recogía rápidamente con un brusco tirón de la otra. Se acercó velozmente al mapa.

- Alguien de este fuerte -tocó con el dedo el principio del camino del norte- puede llevar el mensaje al siguiente, y así sucesivamente, retransmitiendo instrucciones junto con las órdenes del Curador.

Alessan miró fijamente el mapa, pasando revista mental a los habitantes de fuertes y viviendas menores. Incluso la colonia más lejana, el reducto minero de hierro, estaba a menos de tres días de duro cabalgar. Dag se habría llevado los corredores más veloces, la raza de Protestón, pero habría otros animales para el primer relevo, y ello sin riesgos para otros si el mensajero volvía a Ruatha. Y si el corredor volvía a Ruatha…

- Y puesto que ninguno de nosotros tiene razón alguna para rechazar su generosa hospitalidad, lord Alessan, puede estar seguro de que volveremos. Además, esta clase de responsabilidad es nuestra.

- Muy bien dicho -murmuró Tolocamp.

- Estoy de acuerdo. Bien, ¿puedo contar usted, Tuero, para que prepare el contenido de los mensajes y las instrucciones que deben transmitirse mediante el sistema de comunicación que ha ideado? Los mensajes por tambor llegaron aquí… aquí, aquí y aquí. -Alessan tocó con el dedo los fuertes principales-. Dudo que hayan pensado en comunicar la mala noticia a lugares más pequeños. Siete fuertes pueden suministrar corredores para los relevos y ocuparse de reductos más apartados.

- ¡Qué suerte que seamos siete arpistas!

Alessan sonrió.

- Cierto, Tuero. Que los arpistas difundan la noticia de que hay mensajeros disponibles. Nuestro tambor sigue en la torre, supongo… bien, su material está en estos armarios: tinta, pieles y plumas. Avísenme en cuanto estén dispuestos. Tengo mapas de viaje. Yo dispondré las monturas. Les interesa acabar este asunto rápidamente o correrán el riesgo de no poder dormir.

- Eso no es novedad para los arpistas, se lo aseguro.

- Y quizás podrían averiguar, por favor, quién más trajo animales de Keroon en las últimas semanas.

- ¿Qué? -Las cejas de Tuero se alzaron en gesto de sorpresa.

- Vander compró corredores procedentes de un barco de Keroon…

- Los tambores hablaban de Keroon, ¿no es cierto? Lo averiguaremos. La carencia de frío durante este invierno no es la bendición que parecía, ¿eh?

- ¡En absoluto!

- Claro que aún no ha terminado. -Tras una rápida y atenta inclinación de cabeza, Tuero salió al Salón junto con sus compañeros de oficio.

- Alessan, también hay mucho que hacer en Fort… -suplicó Tolocamp.

- Tolocamp, Farelly está en la torre de tambores y a disposición de usted.

Alessan le indicó cortésmente los escalones de la torre y salió del despacho. Lord Leef le había dicho en secreto una vez que la forma de evitar discusiones era impedir que empezaran. Una discreta retirada. Eso le había dicho.

Alessan se detuvo unos instantes en la sombra de las puertas del Salón y observó la actividad en el patio, en la senda y más lejos. Habían montado tiendas y en las hogueras había trípodes y ollas suspendidas sobre las llamas. Habían vuelto a encender fuego en la zanja de asados y puesto otra vez el asador. Hacia el este, un grupo de jinetes y una hilera de corredores avanzaba lentamente por la senda; el jefe del grupo iba flanqueado por Dangel, hermano de Alessan, y dos propietarios de pequeños reductos, todos ellos con las espadas desenvainadas. Alessan tenía que preguntar a Dangel dónde poner a Baid, el mal dispuesto agricultor. En lo alto de la zanja donde había indicado a Norman que quemara a los animales muertos, revoloteaba una fina mancha de humo negro. Sí, cualquiera que fuera sorprendido abandonando los terrenos del fuerte serviría para la tarea funeraria.

Un jinete, que espoleaba duramente a su montura, cruzó al galope el rastrojal y recorrió ruidosamente la senda, esquivando tiendas y nogueras. El jinete desmontó y miró con inquietud a su alrededor. Cuando Alessan salió de las sombras, el recién llegado soltó las riendas y corrió hacia él.

- ¡Lord Alessan, Vander ha muerto!