CAPÍTULO IX
Reunión en el Otero y Weyr de Fort, 3.14.43;
Taller del Curador, 3.15.43
Capiam no podía continuar durmiendo, aunque trató de esconderse en los alocados sueños provocados por la fiebre como alternativa más aceptable a la que se le ofrecía en su consciencia total. Algo golpeó en su duermevela le forzó a despertar. ¿Algo que debía hacer? Sí, algo debía hacer. Abrió y cerró sus nublados y errabundos ojos hasta que logró centrarlos en el reloj. Las nueve en punto.
- Ah, ya voy. La hora de la medicina. Un curador ni siquiera podía estar enfermo y no responder a sus hábitos profesionales. Se levantó apoyado en un codo para coger la piel donde registraba el desarrollo de su enfermedad, pero un ataque de tos le interrumpió. La tos parecía lanzar minúsculos cuchillos a su garganta. Tales espasmos eran notablemente penosos, Capiam le disgustaban incluso más que el dolor de cabeza, la fiebre y el dolor de sus huesos.
Con cuidado, por miedo a provocar otro ataque de tos, arrastró la caja donde guardaba sus notas hasta la cama y buscó a tientas la herramienta de escribir.
- ¿Sólo es el tercer día?
Su enfermedad parecía haber convertido veinticuatro horas en una eternidad de pequeñas miserias. De aquel día, por fortuna, ya habían pasado tres cuartas partes. Poco disminuyó su preocupación el notar que su fiebre había disminuido y que el dolor de cabeza era una pesadez soportable. Puso suavemente los dedos de su mano derecha en el pulso arterial de la muñeca contraria. Seguía siendo más rápido de lo normal, pero no tanto como antes. Capiam dio cuenta de ello por escrito y añadió una descripción de aquella tos fuerte, seca, dolorosa. La tos pareció aguardar a que terminara su trabajo. Después volvió a atacar al curador, torturando su garganta y la parte superior de su pecho, como lo haría una serpiente de túnel. Se vio obligado a ponerse en posición fetal, con las rodillas pegadas al mentón para suavizar los espasmos musculares que acompañaban a la tos. Cuando pasó, volvió a tumbarse, sudoroso y agotado. Se levantó durante el tiempo preciso para tomar la dosis de salicina.
Debía prescribirse un remedio para aquello. ¿Cuál aspecto sería más eficaz? Se tocó la dolorida garganta. ¿Qué aspecto tendría el interior de su cuello?
- Esto es muy humillante -Comentó en voz alta y contrariada.
Capiam prometió mostrar más comprensión con los enfermos en el futuro.
La torre de tambores empezó a vibrar y el mensaje dejó atónito al curador, porque transmitía el pésame de lord Tolocamp (¿qué estaba haciendo Tolocamp en Fort si debía haberse quedado en Ruatha?) a los Caudillos de los Weyrs de Telgar e Igen por el fallecimiento de… Capiam se retorció en la cama, crispado por otro ataque de tos, que le dejó débil y jadeante. No oyó el nombre de lo cabalgadores fallecidos. ¡Varios cabalgadores fallecidos! Pern difícilmente podía tolerar la pérdida de un cabalgador de dragón.
¿Por qué, por qué no le habían llamado antes? Nueve personas enfermas, todas en el Fuerte Marítimo, era una incidencia suficientemente anormal para que al menos se enviara un informe de cortesía al principal Taller del Curador… ¿Habría apreciado él la importancia?
- ¿Capiam? -La voz de Desdra fue tan baja que no habría despertado al curador, de haber estado dormido.
- Estoy despierto, Desdra. -Su voz era como un graznido agudo.
- ¿Ha oído los tambores?
- Parte del mensaje…
- La parte mala, por la forma en que lo dice.
- ¡No te acerques! ¿Cuántos cabalgadores han muerto?
- La cifra de muertos es quince en Igen, dos en Ista y ocho en Telgar.
A Capiam no se le ocurrió nada que decir.
- ¿Y cuántos enfermos hay? -preguntó con voz temblorosa.
- Informan que algunos se han recobrado -dijo Desdra en tono más animado-. Diecinueve en Telgar, catorce en Igen, cinco en Ista y dos en Fort. Todos ellos están convaleciendo.
- ¿Y en los fuertes? -Capiam temía la respuesta de la oficiala y apretó los puños para soportar mejor la cifra del total.
- Fortine se ocupa de todo. Boranda y Tirone le ayudan. -El carácter concluyente de su tono indicó a Capiam que no podría conseguir más información.
- ¿Por qué has venido aquí? -preguntó irritado-. Sabes que…
- Sé que ha llegado a la fase de la tos y le he preparado un zumo calmante.
- ¿Cómo sabes qué recetaría yo para mí estado?
- El necio que se cuida a sí mismo sólo tiene a un necio por paciente.
Capiam quiso echarse a reír ante aquel descaro, pero la tentativa concluyó en un ataque de tos más largo y cruelmente doloroso. Cuando cesó, las lágrimas corrían por las mejillas del curador.
- Una magnífica mezcla de consuelda, dulcificante y un toque de hierbatonta para aislar los tejidos de la garganta, tendría que inhibir la tos. -Desdra depositó la humeante jarra en la mesa y cruzó rápidamente la habitación hasta ponerse junto a la puerta.
- Eres una mujer valiente y compasiva, Desdra -dijo Capiam, haciendo caso omiso del irónico bufido de la oficiala.
- Y también precavida. Si me fuera posible, le evitaría los padecimientos que tiene que soportar; en bien de los dos.
- ¿Soy un enfermo tan difícil? -preguntó quejumbrosamente Capiam, buscando un consuelo complementario al que podía encontrar en aquel vaso de zumo del extraño sabor.
- Lo que no puede curarse debe soportarse -replicó Desdra.
- Esas poco atentas palabras me hacen suponer que los Archivos no han revelado una explicación o un remedio.
- El Maestro Tirone inició la investigación con todos sus aprendices, oficiales y maestros. Retrocedieron década tras década durante doscientas Revoluciones y avanzaron desde la Pasada anterior.
El gruñido de Capiam degeneró rápidamente en un espasmo que de nuevo le dejó sin resuello. Los doscientos huesos de su cuerpo conspiraban para causar dolor al mismo tiempo. Capiam oyó los ruidos que producía Desdra buscando algo entre las botellas y viales.
- Por aquí había un ungüento aromático. Extendido en el pecho podría aliviarle, puesto que ha derramado casi toda la poción.
- ¡Yo mismo me lo pondré, mujer!
- Claro que sí. ¡Tenga! ¡Puaf! Eso despejará también su nariz.
- Mi nariz no necesita ser despejada. -Capiam olía el aromático remedio desde su cama. ¡Qué curioso, el sentido del olfato se agudiza con la enfermedad! Agotado por el último ataque de tos, el curador permaneció inmóvil.
- ¿Siente una gran lasitud, prescindiendo de esa tos?
- ¿Lasitud? -Capiam no se atrevió a reírse, pero el término era totalmente inapropiado para describir la inercia total que dominaba su normalmente vigoroso organismo. ¡Extrema lasitud! ¡Inercia total! ¡Incapacidad completa! Ni siquiera puedo beber sin tirar la mitad del vaso. Nunca en mi vida he estado tan cansado…
- Ah, en ese caso, la enfermedad va desarrollándose bien.
- ¡Es un consuelo! -Aún tenía energías para mostrarse irónico.
- Suponiendo -y el énfasis de la oficiala irritó al curador- que sus notas sean correctas, mañana debería mejorar. Es decir, si podemos mantenerle en la cama y evitar infecciones secundarias.
- Con eso debería sentirme tranquilo.
- Debería.
La cabeza de Capiam empezó a zumbar otra vez a consecuencia de la salicina. Estaba a punto de alabar a Desdra por la eficacia de la poción cuando un hormigueo totalmente inesperado le obligó a doblar el cuerpo para toser.
- Le dejo para preparar más poción -dijo alegremente Desdra.
Capiam le hizo imperiosos gestos para que saliera de su cuarto y después se llevó ambas manos al cuello como si pudiera encontrar un asidero para aliviar el dolor.
Confiaba en que Desdra tendría cuidado. No quería que ella contrajera la enfermedad. ¿Por qué aquellos locos marineros no habían dejado ahogarse al animal? ¡A qué abismos conducía la curiosidad de los hombres!
En medio de las llanuras de Keroon y muy lejos de cualquier fuerte, un montecillo de granito se vio forzado a salir a la superficie durante cierto terremoto primitivo. Aquel punto sobresaliente se usaba a menudo como objetivo en los vuelos de entrenamiento de los weyrlings. En ese instante era escenario de una reunión sin precedentes de los Caudillos de los Weyrs.
Los grandes dragones bronces llegaron al lugar casi al mismo tiempo, saliendo del inter a más de un largo de distancia de la punta del ala del compañero más cercano, cosa que podían hacer usando sus sobrenaturales percepciones de proximidad. Se dispusieron en el suelo formando un inmenso círculo en la faz sur del otero. Los cabalgadores desmontaron y fueron aproximándose para formar un círculo algo menor, todos ellos a cautelosa distancia de los demás hasta que K'dren de Benden, dotado de gran sentido del humor en cualquier circunstancia, empezó a reír.
- Ninguno de nosotros estaría aquí si se encontrara mal -dijo, señalando con la cabeza a S'peren que había ido en lugar de Sh'gall.
- Muchos de los nuestros han enfermado -replicó L'bol de Igen. Tenía los ojos enrojecidos a causa del llanto.
M'tani de Telgar frunció el ceño y cerró los puños.
- Hemos lamentado todas las pérdidas -dijo S'ligar de las Altas Extensiones con grave cortesía, e inclinó la cabeza en dirección a L'bol, M'tani y F'gal de Ista.
Los otros dos cabalgadores de bronce murmuraron su condolencia.
- Nos hemos reunido aquí para tomar medidas urgentes que la discreción impide lleguen a los tambores y que nuestras reinas puedan transmitir -prosiguió S'ligar.
S'ligar era el Caudillo más veterano, y por ello presidía la reunión. Además era el hombre más corpulento; superaba en más de veinte centímetros la altura del resto de cabalgadores de bronce y la anchura de su pecho y de sus hombros era el doble de la de muchos hombres normales. Se mostraba generalmente amable, nunca se valía su corpulencia.
- Como han observado las Damas de Weyr, superan lo tolerable, las pérdidas y las cifras de enfermos sufridas por los Weyrs. En estos momentos ya hay excesiva inquietud en los fuertes. Ellas lo están pasando mucho peor que nosotros.
- ¡Eso no es un consuelo! -espetó F'gal-. No sé cuántas veces he advertido a lord Fitatric que la excesiva concentración en fuertes y reductos tendría calamitosas con secuencias.
- Ninguno de nosotros pensaba en esto -dijo K'dren-. Pero ninguno de nosotros tenía la obligación ir corriendo a ver a la extraña bestia del mar. Ni de asistir a dos Fiestas el mismo día…
- Basta, K'dren -dijo S'ligar-. Causa y efecto carecen de importancia ahora. Nuestro propósito al venir aquí es discutir la mejor forma de asegurar que los cabalgadores de dragón de Pern puedan cumplir su cometido.
- ¡Ese cometido está extinguiéndose, S'ligar! -gritó L’bol-. ¿Qué lógica tiene combatir a las Hebras para proteger fuertes vacíos? ¿Qué lógica tiene arriesgar nuestro pellejo y el de nuestros dragones para defender nada? ¡Ni siquiera podemos enfrentarnos a esta plaga!
El dragón de L'bol berreó y extendió la cabeza hacia su angustiado cabalgador. Los otros bronces gruñeron para calmar los ánimos y se agitaron inquietos en la cálida arena. L'bol se rascó la cara, abriendo blancos riachuelos en la humedad dejada por las lágrimas en sus mejillas.
- Combatiremos a las Hebras porque ese es el único servicio que podemos hacer por los enfermos de los fuertes. ¡Qué no teman las incursiones de las Hebras desde fuera! -dijo S'ligar con su voz grave y sosegada-. Nuestra Colectividad ha trabajado demasiado tiempo para que ahora abandonemos Pern al estrago de las Hebras sólo por una amenaza que no podemos ver. Y no creo que esta enfermedad, por muy ferozmente que se propague, por muy cruel que parezca, pueda derrotarnos, a nosotros, que durante cientos de Revoluciones nos hemos defendido de las Hebras. Las medicinas pueden curar, acabar con la enfermedad. Y llegará un día en el cual visitaremos a las Hebras en su lugar de origen y acabaremos con ellas.
- K'lon, el cabalgador de Rogeth, se ha recobrado de la enfermedad -anunció S'peren en medio del silencio que siguió a la intervención de S'ligar-. K'lon dice que el Maestro Capiam está mejorando…
- ¿Sólo dos? -L'bol lanzó desdeñosamente la cifra a S'peren-. En Igen tenemos quince muertos, y ciento cuarenta enfermos. Algunos reductos del medio este ya no responden a sus códigos de tambor. ¿Y qué hay de las fortalezas que carecen de tambores para dar a conocer sus necesidades y la cifra de sus muertos?
- ¿Capiam está mejorando? -dijo S'ligar, aferrado a esa esperanza-. Tengo toda mi fe en la capacidad de ese hombre para superar esta situación. Y deben haberse recuperado más de dos. El Fuerte de Animales de Keroon sigue enviando mensajes de tambor, y ellos fueron los más afectados por la plaga. Los Weyrs de las Altas Extensiones y de Fort tienen enfermos, es cierto, pero los fuertes de Tillek, las Altas Extensiones, Nabol y Crom no tienen ninguno. -S'ligar trató de atraer la atención del desesperado L'bol-. Sólo quedan siete Revoluciones para que se acabe esta Pasada. Toda mi vida he estado bajo el azote de las Hebras. -De pronto enderezó los hombros, con el semblante grave-. ¡No he combatido a las Hebras durante casi cincuenta Revoluciones para rendirme ahora porque la gente padezca fiebre y dolor de cabeza!
- Ni yo -añadió rápidamente K'dren, dando un paso hacia el cabalgador de las Altas Extensiones-. Debéis saber que prometí a Kuzuth -rió un momento- que llegaríamos al final de esta Pasada. -El tono de K'dren se animó-. Mañana habrá una Caída en Keroon, y todos los Weyrs de Pern son responsables. Benden tiene doce cuadrillas completas para luchar.
- ¡Igen tiene ocho! -El enojo sacó a K'lon de su ánimo y le obligó a mirar furiosamente a K'dren. Timenth, su dragón, berreó en tono de desafío, se apoyó sus ancas y extendió las alas. Los demás bronces, sorprendidos, reaccionaron aullando. Dos de ellos extendieron también las alas y miraron al cielo, alarmados-. ¡Igen luchará en la Caída!
- Naturalmente que tu Weyr luchará -dijo tranquilizadoramente S'ligar, alzando el brazo en un incompleto gesto de alivio-. Pero nuestras reinas saben cuántos cabalgadores de Igen están enfermos. La Caída se ha convertido en un problema para todos los Weyrs, tal como ha dicho K'dren. Y todos debemos contribuir con cabalgadores sanos. Hasta que la epidemia pase, los Weyrs deben unirse. Es fundamental que actúen escuadrillas completas puesto que en muchos lugares no tendremos unidades de tierra para combatir de cerca a las Hebras. S'ligar sacó de su bolsillo un grueso rollo de piel. Con un diestro movimiento de muñeca, el rollo cayó en la arena en cinco trozos. Consciente de que debía evitar el contacto físico con los demás Caudillos, S'ligar empujó cada una de las partes hacia los otros.
- Aquí están los nombres de mis jefes y subjefes de escuadrilla, ya que al parecer nombrar a la gente es una debilidad de nuestras reinas. He relacionado los nombres de mis cabalgadores en orden de capacidad para asumir el mando de una escuadrilla o de un Weyr. B'lerion es mi preferido para sucederme. -Una extraña y brillante sonrisa cruzó las facciones del cabalgador de las Altas Extensiones-. Con el total acuerdo de Falga.
K'dren emitió una ronca risa.
- ¿Acaso no lo sugirió ella?
S’ligar lanzó a K'dren una mirada de irónico reproche.
- Un Caudillo inteligente prevé el pensamiento de la Dama de su Weyr.
- ¡Basta ya! -gritó M'tani, irritado. Sus oscuros ojos reflejaban ira bajo las espesas y negras pestañas. Lanzó sus listas sobre las de S'ligar-. T'grel siempre se ha considerado Caudillo. El me recordó que no había asistido a ninguna de las Fiestas, de modo que yo recompensaré su virtud.
- Tenéis mucha suerte -dijo K'dren, sin ironía alguna en su voz. Añadió sus listas a las anteriores-. L'vin, Wter y H'grave asistieron a las dos Fiestas. Yo recomiendo a M'gent. Quizá sea joven, pero tiene una aptitud natural para la dirección que no se encuentra muy a menudo. El no estuvo en las Fiestas.
F'gal parecía reacio a resignarse a la inutilidad de las pieles que había desenrollado.
- Ahí está explicado todo -dijo fatigosamente, dejando que las listas cayeran a la arena.
- Leri me propone a mí -dijo S'peren, encogiéndose de hombros en un gesto de modestia-, aunque es probable que Sh'gall haga cambios en cuanto se recupere. Tenía demasiada fiebre y no le informamos de esta reunión, así que Leri preparó las listas.
- Leri sabe qué es lo mejor -convino K'dren.
El Caudillo de Benden se agachó para recoger los cinco trozos de piel y los ordenó antes de enrollarlos juntos-. Me complacerá mucho que el polvo entierre estas listas en mi weyr. -Apretó el rollo en su mano-. Pero es un consuelo haber trazado planes, haber considerado posibilidades.
- Nos ahorra muchas preocupaciones innecesarias. -convino S'ligar, inclinándose para recoger las listas con los largos dedos de sus manos-. Recomiendo además que usemos escuadrillas completas como sustitutos, en vez de enviar individuos solos. Los cabalgadores están acostumbrados a sus jefes y subjefes de escuadrilla.
La recomendación obtuvo el favor de los demás Caudillos.
- La preocupación real no es la alternativa de emplear escuadrillas completas o sustitutos. -L'bol miró enojado las listas mientras las extendía-. Es la falta de unidades de tierra.
K'dren resopló.
- No hay que preocuparse. No cuando las reinas ya han decidido entre ellas hacer esa tarea. Todos hemos sido informados, sin duda, de que las reinas capaces de volar estarán todas en la Caída.
M'tani estaba ceñudo y malhumorado y tampoco L'bol y F'gal parecían contentos, pero S'ligar se encogió de hombros tímidamente.
- Lo arreglarán todo a su manera, pero las reinas cumplen sus promesas.
- ¿Quién sugirió que se usaran weyrlings en tierra? -preguntó M'tani.
- Quizá tengamos que recurrir a ellos -dijo S'ligar. -Los weyrlings no tienen suficiente juicio… -empezó a decir M'tani.
- Depende del Maestro que los educa, ¿no? -afirmó K'dren.
- La intención de las reinas -intervino S'ligar antes que M'tani pudiera ofenderse por la anterior observación- es tener controlados a los weyrlings. ¿Qué otra opción tenemos si no hay unidades de tierra?
- Bien, jamás he conocido a un weyrling que desobedezca a una reina -admitió F'gal.
- S'peren, con Moreta enferma, ¿está Kamiana al mando?
- No. Leri. -S'peren reflejaba recelo-. Al fin y al cabo, ya había estado antes.
Los Caudillos murmuraron protestas, sorprendidos.
- Bien, si alguna de vuestras Damas consigue disuadir a Leri, nos sentiríamos muy aliviados. -S'peren no ocultaba su inquietud-. Ella ha cumplido de sobra su obligación con los Weyrs y con Pern. Pero, de todas formas, ella sabe cómo dirigir. Estando enfermos Sh'gall y Moreta, al menos el Weyr confía en ella.
- ¿Cómo está Moreta? -preguntó S'ligar.
- Leri dice que Orlith no parece estar preocupada. La reina no tiene problemas con los huevos y está muy cerca de la puesta. Es mejor que Moreta permanezca en cama, o de lo contrario ella y su dragón estarían recorriendo Pern de un lado a otro. Ya sabéis que Moreta es muy aficionada a las «carreras».
M'tani resopló, disgustado.
- No es momento de perder a una reina ovada -dijo-. Esta enfermedad ataca tan deprisa y mata tan rápidamente que los dragones no comprenden lo que pasa. Y luego desaparecen en el inter.
M'tani contuvo el aliento, apretó los dientes y tragó saliva para contener las lágrimas. Los demás cabalgadores fingieron que no veían la obvia congoja del telgareño.
- En cuanto ponga los huevos, Orlith no se moverá de allí hasta que todos se abran -dijo suavemente S'ligar, sin dirigirse a nadie en particular-. S'peren, ¿tenéis candidatos seguros en vuestro Weyr?
S'peren meneó la cabeza.
- Teníamos que hacerlo, pero pensábamos que disponíamos de todo el tiempo del mundo para la Búsqueda.
- ¡Elegid con cuidado antes de llevar alguien nuevo a vuestro Weyr! -aconsejó agriamente L'bol.
- Si surge la necesidad, las Altas Extensiones disponen de algunos jóvenes prometedores y sanos. Estoy seguro de que los demás Weyrs podrán ofrecer la cantidad precisa de candidatos… -S'ligar hizo una pausa para que el murmullo de asentimiento recorriera el círculo- ¿Informarás a Leri?
- El Weyr de Fort os da las gracias.
- ¿Hemos terminado? -preguntó L'bol mientras se dirigía hacia su dragón.
- Todavía no. Una cosa más aprovechando que estamos reunidos. -S'ligar se ajustó el cinto-. Sé que algunos habéis pensado en explorar el Continente Meridional en cuanto termine esta Pasada…
- ¿Después de esto? -L'bol miró fijamente a S'ligar, con expresión incrédula.
- Comparto el pensamiento de L'bol. Pese a las Instrucciones que nos dejaron, no podemos arriesgarnos a nuevos contagios. ¡Nadie irá al Sur! -S'ligar hizo un gesto cortante con la palma de su manaza. Miró al Caudillo de Benden a la espera de comentarios.
- Una prohibición bastante razonable -dijo K'dren.
M'tani alzó brevemente la mano para mostrar su acuerdo y miró a S'peren.
- Como es lógico, yo no puedo hablar por Sh'gall, pero no imagino ningún motivo para que Fort no esté de acuerdo.
- El continente quedará prohibido por mi Weyr, os lo aseguro -dijo F'gal en voz alta y tensa.
- Entonces las reinas tendrán que comunicar cuántas escuadrillas proporcionará cada Weyr para la Caída hasta que termine esta crisis. Hemos arreglado todos los detalles precisos para continuar. -S'ligar blandió su rollo antes de meterlo en la túnica-. Muy bien, amigos míos. ¡Buen vuelo! ¡Que vuestros Weyrs… -Se interrumpió, con un asomo de duda en su semblante por el despreocupado uso de un saludo formal que no era totalmente apropiado.
- Los Weyrs prosperarán, S'ligar -dijo K'dren mientras ofrecía una sonrisa de confianza al hombrón-. ¡Siempre han prosperado!
Los cabalgadores se acercaron a sus bronces y montaron con la facilidad y la gracia producto de una prolongada práctica. Casi al mismo tiempo, los seis dragones viraron a izquierda y derecha del Otero Rojo y se lanzaron ágilmente al aire. De nuevo, como si la extraordinaria maniobra estuviera ensayada muchas veces, los dragones entraron en el inter tras el tercer descenso de los seis pares de enormes alas.
Casi a la misma hora en que los cabalgadores de los bronces se reunían en el otero, Capiam descubrió que, si sus ataques de tos eran inoportunos, se exponía a no oír parte de los nuevos y más penosos mensajes. Incluso cuando cesaba el estruendo de los grandes tambores de la torre, la cadencia seguía resonando en su cabeza e impedía el sueño tan anhelado por él. Y no precisamente porque el sueño pudiera proporcionarle descanso. Se sentía más cansado tras las breves cabezadas que los tambores le permitían. ¡Y las pesadillas! Siempre le perseguía aquel monstruo leonado, cubierto de manchitas y de puntiagudas orejas que había transportado sus peculiares gérmenes a todo un continente. Era una ironía considerar la posibilidad de que los Antiguos fueron los productores del agente que amenazaba con exterminar a su descendencia.
Si aquellos marineros hubieran dejado morir al animal en el tronco que flotaba en la Corriente Oriental… Si la bestia hubiera muerto en el barco, si hubiera sucumbido a la sed y al agotamiento (como Capiam pensaba que podía ocurrirle a él en cualquier momento) antes de contagiar a alguien más que a los marineros… Si la gente de los fuertes cercanos no hubiera tenido aquella maldita curiosidad para distraer el tedio del invierno… ¡Si! ¡Si! ¿Si? Si los deseos fueran dragones. ¡Pern entero volaría!
Y si Capiam tuviera un poco de energía, podría usarla para encontrar una mezcla que aliviara y, sobre todo, que impidiera el desarrollo de la enfermedad. Los Antiguos tenían que haberse enfrentado a diversas epidemias, eso era indudable. En realidad existían fantásticos capítulos en los Archivos más viejos, capítulos donde se alardeaba de que las enfermedades que habían afligido a la humanidad antes de la Travesía estaban totalmente erradicadas de Pern. Y esa afirmación, sostenía Capiam, significaba que se habían producido dos Travesías, no una como creía mucha gente, entre ella Tirone. Los Antiguos llevaron con ellos numerosos animales en la primera Travesía: el equino que fue el origen de los corredores, el bovino antepasado de los animales de los rebaños y el ovino que era más pequeño, el canino y una variedad de menor tamaño del maldito felino portador de la plaga. Las criaturas llegaron en huevos (o así lo decían los Archivos) del planeta o lugar de origen de los Antiguos, que no era el planeta Pern; de otro modo, ¿por qué habían aclarado y repetido tanto ese punto? Pern, no simplemente el Continente Meridional. Y la segunda Travesía fue de sur a norte. Era probable, consideró amargamente Capiam, que la hicieran para huir de los felinos portadores de la plaga que se ocultaron en oscuros cubiles para nutrir su maligna enfermedad hasta que unos incautos humanos los pusieron en troncos de árbol a varios días de tierra firme. ¿No pudieron los Antiguos dejar de alardear sobre sus logros el tiempo suficiente para aclarar cómo habían erradicado la plaga y la endemia? Su éxito carecía de sentido si no se conocía el proceso.
Capiam estiró débilmente las pieles con que se tapaba, olían. Había que airearlas. El mismo olía. No se atrevía a salir de su habitación. «Lo que no puede curarse debe soportarse.» Recordaba a menudo la frase de Desdra. Él era curador. Primero se curaría a sí mismo y de esa forma demostraría a los demás que era posible recobrarse de aquella miserable enfermedad. Lo único preciso era dedicar al problema su experimentada mente y su considerable fuerza de voluntad. Como si fuera la señal, un ataque de tos le torturó la garganta. En cuanto se recobró lo suficiente, Capiam cogió el jarabe que Desdra había dejado en la mesa junto a la cama. Ojalá la oficiala decidiera ir a visitarlo.
Fortine, en tres conferencias desde el umbral, le había pedido consejo sobre temas que Capiam no recordaba en aquel momento. Esperaba que sus respuestas hubieran sido razonables. Tirone se había presentado, muy brevemente, más para asegurarse e informar al mundo que Capiam seguía formando parte de éste que para consolar o animar al enfermo.
La plaga no había mancillado al Fuerte de Fort propiamente dicho, aunque diversos curadores -maestros, oficiales y aprendices- se habían desplazado a las zonas afectadas. Cuatro fuertes marítimos de Fort y dos reductos agrícolas de la costa habían sucumbido.
El jarabe alivió la irritada garganta de Capiam. Este incluso pudo apreciar el sabor de sus componentes. El tomillo era el principal, y el curador aprobó el uso del producto en su persona. Si la enfermedad seguía el mismo curso en él que en los casos que había estudiado, la tos pronto desaparecería. Si gracias a la estricta cuarentena a que estaba sometido no contraía una infección secundaria (las de tipo pulmonar, neumónico o bronquial parecían las más propicias a adueñarse de un debilitado enfermo) podía mejorar con rapidez.
K'lon, el cabalgador de azul del Weyr de Fort, se había recobrado por completo. Capiam confiaba en que el fortiano hubiera contraído realmente la plaga, no un fuerte resfriado, y su esperanza se basaba en el hecho de que K'lon tenía un amigo íntimo en Igen, una zona muy afectada por la enfermedad, y que el curador del Weyr, Berchar, y su compañero de vivienda, un cabalgador de verde, estaban gravemente enfermos. Capiam se esforzó en rechazar los dolorosos pensamientos sobre cabalgadores de dragón que morían tan fácilmente como los pobladores de los reductos. Los cabalgadores de dragón no podían morir. La Pasada aún duraría ocho Revoluciones. En Pern había cientos de polvos, raíces, cortezas y hierbas ira combatir las enfermedades, pero la cifra de dragones y cabalgadores era limitada.
Desdra tendría que llegar pronto para darle la reparadora sopa que ella se complacía tanto en obligarle a tomar. Pero Capiam ansiaba la presencia de la oficiala, no la sopa, porque las largas horas de soledad sin hacer nada le resultaban tediosas y estaban cargadas de molestas especulaciones. El curador sabía que debía estar contento por tener una habitación para él solo, porque las posibilidades de complicaciones se reducían al mínimo, pero le habría gustado contar con la compañía de alguien. Luego pensó en los superpoblados fuertes y no le quedó duda alguna de que algún pobre desgraciado estaría encantado de ocupar su lugar pese a la soledad.
A Capiam no le producía placer alguno saber que sus frecuentes peroratas a los Señores de los Fuertes contra reproducción indiscriminada habían acabado siendo correctas. Pero los cabalgadores de dragón no debían morir causa de la epidemia. Tenían viviendas particulares, eran robustos, habituados a muchos males que afligían a gente en peores condiciones, y se les ofrecía lo mejor de los diezmos. Igen, Keroon, Ista: los tres Weyrs habían tenido contacto directo con el felino. Y cabalgadores de Fort, las Altas Extensiones y Benden habían asistido a las Fiestas. Casi todos ellos habían tenido momento y oportunidad de contraer la infección.
Capiam había experimentado graves escrúpulos al pedira Sh'gall transporte de la Vaina Meridional al Fuerte de Fort. Pero, por otra parte, Sh'gall había llevado a lord Ratoshigan a la Fiesta de Ista con el fin de ver a la extraña criatura exhibida pocas horas antes de que Capiam y el joven curador de animales, Talpan, celebraran su inquietante conferencia. Pero Capiam no supo la rapidez con que incubaba la enfermedad y la perfidia con que se propagaba hasta que llegó a la Vaina Meridional y vio á los enfermos cuidadores de lord Ratoshigan. Motivos prácticos exigieron a Capiam usar el medio más rápido para volver a su Taller, y ese medio era volar en dragón acompañado por el Caudillo de Fort. Sh'gall había enfermado, pero era un hombre joven y vigoroso, pensó Capiam. Y también Ratoshigan, aunque ello le parecía curiosamente justo a Capiam. Dada la infinita variedad de personalidades humanas, era imposible que todas las personas fueran del agrado de uno. No le gustaba Ratoshigan, aunque no debía alegrarse de que el hombre sufriera acompañado de su modestísimo cuidador de animales.
Capiam se prometió, una vez más, que sería mucho más tolerante con los enfermos cuando se recobrara. ¡Cuando! ¡Cuando! No si… Si era un término derrotista. ¿Cómo habían soportado esas horas de pensamientos inquietos e introspección los miles de pacientes que él había atendido a lo largo de sus Revoluciones como curador? Capiam suspiró, con lágrimas formándose en las comisuras de sus ojos: una nueva manifestación de su terrible inercia. ¿Cuándo, sí, cuándo tendría él tuerzas para reanudar el estudio y los pensamientos constructivos?
¡Tenía que haber una respuesta, una solución, una cura, una terapia, un restaurativo, un remedio! Algo existía en alguna parte. Si los Antiguos habían podido atravesar inimaginables distancias para criar animales a partir de unas mezclas congeladas, para crear dragones partiendo de los ya existentes lagartos de fuego, seguramente también habían podido derrotar a las bacterias y los virus que les amenazaban, a ellos y a sus animales. Quizá fuera únicamente un problema de tiempo, aseguró Capiam a su fatigada mente, descubrir las referencias precisas. Fortine había examinado los Archivos amontonados en las Cuevas de la Biblioteca. Se había visto obligado a mandar oficiales y aprendices de curador para ayudar a los profesionales abrumados por el trabajo en las zonas más afectadas por la plaga, y en ese momento el magnánimo Tirone había puesto a la gente de su gremio a disposición de Fortine. Pero si alguno de aquellos inexpertos lectores pasaba por alto los párrafos importantes porque no captaba su significado… Claro que algo tan importante como una epidemia merecería algo más que una simple referencia…
¿Cuándo iba a llegar Desdra con la sopa para romper Ia monotonía de su inquieto pensar?
- Deja de atormentarte -se dijo, y su voz fue un áspero graznido que le sobresaltó-. Estás irritable. Pero además estás vivo. Lo que debe soportarse no puede curarse. No. Lo que no puede curarse debe tolerarse… soportarse.
Lágrimas de debilidad humedecieron sus mejillas, y cayeron justo cuando sonó el último mensaje urgente de tambor. Capiam sintió el deseo de ser sordo para no oír la noticia. Seguramente sería mala. ¿Cómo iba a ser buena hasta que no dispusieran de alguna clase de tratamiento específico y medios para impedir la rápida propagación de la plaga?
El Reducto de Animales de Keroon enviaba el mensaje. Necesitaban medicamentos. El curador Gorby anunciaba decrecientes provisiones de acónito y borrago, y precisaba grandes cantidades de tusílago para afecciones pulmonares y bronquiales, así como ílex para la neumonía.
Un nuevo temor envolvió a Capiam. Con demandas sin excedentes de productos almacenados, ¿habría suficientes medicamentos? ¿Podrían escasear hasta los más usuales? El Fuerte de Animales de Keroon, que hacía frente a los numerosos problemas sanitarios de los animales, debería autobastarse en la atención de todas sus necesidades. Capiam se desesperó de nuevo al pensar en los reductos más pequeños. Sólo tendrían a mano cantidades limitadas de remedios generales. Muchos reductos cambiaban plantas y cortezas nativas de su región por otras que precisaban. ¿Qué mujer de fuerte, por muy diligente y capacitada que fuera, habría almacenado suficientes cantidades para hacer frente a una epidemia?
Para complicar más el problema, la enfermedad había surgido durante la estación fría. Numerosas plantas medicinales se recogían en flor, cuando sus propiedades curativas eran más eficaces; raíces y bulbos se recogían en otoño. La primavera y las flores, el otoño y las buenas cosechas estaban muy distantes. ¡Y la urgencia había surgido en aquel momento!
Capiam se retorció entre las pieles con que se tapaba. ¿Dónde estaba Desdra? ¿Cuánto tiempo tendría que surgir sufriendo antes de que disminuyera su condenado confinamiento?
- ¿Capiam? -La tranquila voz de Desdra interrumpió las reflexiones del curador-. ¿Más sopa?
- ¿Desdra? Ese mensaje de Keroon…
- ¡Como si solo dispusiéramos de un febrífugo en nuestra farmacopea! Fortine ha hecho una lista de alternativas. -Gorby había provocado la impaciencia de la oficiala-. Hay corteza de fresno, boj, tomillo, borrago, helechos pinados. ¿Quién puede asegurar que uno de estos febrífugos no sea un remedio específico para esta enfermedad? En realidad, Semment del Fuerte del Gran Trecho cree que el tomillo es más eficaz para las infecciones pulmonares que está tratando. El Maestro Fortine se inclina por el helecho pinado, que es una de las pocas plantas indígenas. ¿Cómo se siente?
- ¡Como un inútil! Ni siquiera puedo levantar las manos. -Intentó hacer una demostración de su impotencia.
- Esa lasitud forma parte de la enfermedad. Usted ha escrito ese síntoma bastantes veces. Lo que no puede curarse…
Haciendo acopio de fuerza en un repentino ataque de cólera irracional, Capiam lanzó una almohada contra la oficiala. No tenía ni la masa ni el impulso preciso para dar en el blanco, y Desdra se echó a reír mientras recogía eI misil y lo echaba suavemente sobre la cama.
- Creo que en cierta forma ha mejorado su ánimo. Ahora tómese la sopa. -Desdra dejó el tazón en la mesa.
- ¿Todos están sanos aquí?
- Aquí, todos, sí. Incluso el entremetido Tolocamp, encerrado en su habitación. Seguramente acabará con una pulmonía, porque está con las ventanas abiertas para vigilar a los centinelas. -Desdra rió maliciosamente-. Ha puesto mensajeros en el patio. Deja caer notas para que las lleven a los transgresores. ¡Ni una serpiente de túnel podría pasar desapercibida! -Una suave sonrisa curvó los labios de la oficiala-. El Maestro Tirone tuvo que hablar largo y tendido con él para conseguir que levantara ese campamento en la hondonada. Tolocamp estaba convencido de que ofrecer refugio sería una invitación para que gente indeseable se alojara y alimentara a su costa. Tirone está furioso con él porque quiere enviar a los arpistas fuera de aquí con la seguridad de que puedan regresar, pero Tolocamp se niega a creer que los arpistas logren evitar el contagio. Tolocamp considera la enfermedad como una niebla o una bruma visible que surge de los valles, los arroyos y las grietas de las montañas.
Desdra estaba haciendo esfuerzos para divertirle, según Capiam, porque normalmente no era una mujer locuaz.
- Yo ordené la cuarentena.
Desdra contestó con un bufido.
- ¡Claro! Tolocamp no debió salir de Ruatha. Logró derrotar al hermano de Alessan cuando este cayó enfermo. Y según todos los rumores, Tolocamp gime por haber abandonado a su querida esposa, lady Pendra, y sus preciosas hijas a los favores de la plaga que asola Ruatha. -La risa de Desdra era seca, dura-. Las dejó allí a propósito. O lady Pendra insistió en quedarse. ¡Todas las mujeres insistieron en cuidar de Alessan!
- ¿Cómo van las cosas en el Weyr de Fort y en Ruatha?
- K'lon nos informa que Moreta progresa de acuerdo con lo esperado. Berchar debe tener una pulmonía, y diecinueve cabalgadores, entre ellos Sh'gall, están encerrados en sus weyrs. Ruatha está gravemente afectado. Fortine ha enviado voluntarios. Ahora bébase ese caldo antes de que se enfríe. Abajo hay mucho que hacer. No puedo seguir charlando con usted eternamente.
Capiam vio que la mano le temblaba de manera ostensible al coger el tazón.
- No ha debido gastar tanta energía lanzando esa almohada -dijo la oficiala.
Capiam usó ambas manos para llevarse el tazón a los labios sin derramar el caldo.
- ¿Qué has puesto aquí? -preguntó tras un cuidadoso trago.
- Un poco de esto, un poco de aquello… Voy a ensayar ciertos restaurativos. Si dan resultado, haré una calderada.
- ¡Esto es repugnante!
- También es nutritivo. ¡Beba!
- No podré tragarlo.
- Beba o haré que Nerilka, ese palo de colgar ropa que es la hija de Tolocamp, venga a cuidarle en mi lugar.
Capiam maldijo a Desdra pero apuró el tazón.
- ¡Bien, le veo mejorado!
Desdra rió entre dientes mientras cerraba silenciosamente la puerta después de salir.
- No he dicho que me gustara -dijo Leri a S'peren-. Pero los dragones viejos saben planear. Por eso Holth y yo podemos seguir combatiendo a las Hebras en la escuadrilla de reinas.
Leri dio un afectuoso golpe en el lomo de Holth, rebosante de alegría al mirar a su amiga de toda la vida.
- Las articulaciones que se endurecen -prosiguió- Son las de la punta, la parte posterior y el codo del ala, por eso se pierden los mejores puntos de maniobrabilidad. El planeo depende de los músculos de la espalda. Tampoco requiere excesivo esfuerzo, con la clase de viento que seguramente tendremos ahora. ¿Por qué tiene que hacer este maldito frío, además de todo lo que pasa? La lluvia sería más tolerable y oportuna. -Leri se ciñó las pieles que pendían de sus hombros-. Yo no confiaría en los weyrlings para una tarea tan monótona. A ellos les gusta todo lo extravagante, como lo que ese joven malabarista, T'ragel intentó hacer en la colina delante de Moreta.
- Bueno, ¿dices que L'bol está muy apenado?
- Así es. Ha perdido a sus dos hijos.
S'peren agitó la cabeza tristemente antes de tomar otro trago del vino que Leri le había servido «para que remojes tu garganta después del polvo del Otero Rojo». A S'peren le agradaba cumplir el trámite de rendir informes a Leri. Igual que en los viejos tiempos, sólo que con unas cuantas Revoluciones más tarde, cuando L'mal era Caudillo y S'peren acudía muchas veces a su weyr. Casi esperaba ver la rechoncha figura de L'mal entrando en la habitación y oír el tono cordial de la voz que iba a recibirle. Ahora tenían un Caudillo al que animar y consolar en aquella desastrosa Revolución. Sin embargo, pensó S'peren de pronto, Leri estaba tan animada y activa como siempre.
- ¿Podrá Igen preparar ocho escuadrillas completas para la Caída?
- ¿Qué? -espetó Leri, sorprendida por la pregunta. Luego suspiró-. No es probable. Torenth dijo a Holth que medio Weyr está enfermo y que el resto parece estarlo. Su maldita curiosidad y el perpetuo exceso de sol sobre sus cabezas… Les hace ser muy poco eficaces. No saben qué hacer con su tiempo libre aparte de calentarse los sesos. ¡Pero eso sí, los muy imbéciles fueron a ver el espectáculo! ¡Y nunca acabaremos de oír sus quejas por el precio que tuvieron que pagar! -Leri exageró la dificultad de tener que examinar las listas entregadas por S'peren-. Ya me dirás cómo voy a conocer estos nombres, o relacionarlos con un nombre de dragón. Deben ser todos nuevos. Cuando L'mal era Caudillo, yo estaba al tanto de los nuevos cabalgadores que surgían en todos los Weyrs.
- S’ligar preguntó por Moreta.
- ¿Está preocupado por Orlith y los huevos? -Leri miró ladinamente al cabalgador de bronce por encima de las listas. S'peren asintió.
- S’ligar ofreció candidatos en caso de que…
- Exactamente lo que yo esperaba. -La respuesta fue cáustica, pero Leri, al ver la expresión de S'peren, se aplacó-. Es lógica su oferta. En especial porque Orlith es la única reina ovada en estos momentos. -La redondeada cara de Leri exhibía una sonrisa ligeramente maliciosa.
S'peren asintió por segunda vez, ya que no había reparado en ese detalle que indicaba con claridad la causa de la preocupación de S’ligar por Moreta y Orlith.
- No te preocupes, S'peren. Moreta está bien. Orlith la acompaña constantemente y esa reina es un consuelo maravilloso, como todo el Weyr debe saber ya.
- Creía que Orlith sólo se comportaba así con los dragones heridos.
- ¿Y no con su cabalgadora y compañera de weyr? Orlith ayuda a Moreta, por supuesto. Los otros Weyrs podrían aprender unas cuantas cosas de nuestro experto dragón reina. No me sorprendería que hubiera cambios esenciales en cuanto Moreta se reponga. ¡Y cuando Orlith emprenda un nuevo vuelo de apareamiento! -Leri hizo un visible guiño a S'peren-. Moreta tiene que mostrar sus auténticas preferencias ante su reina.
S'peren logró disimular su sorpresa por la franqueza de Leri. Naturalmente los dos eran viejos amigos y a Leri quizá no le preocupaba mostrarse sincera ante el Jefe de escuadrilla. S'peren centró su mirada en su copa de vino. ¿Qué estaría sugiriendo Leri? A él le gustaba mucho Moreta. Ella y Orlith hicieron un buen trabajo curando una herida de Hebra en el costado de Clioth durante la Revolución anterior. Y Clioth salió a volar en el último vuelo de apareamiento de Orlith. S'peren se alegró maliciosamente de que su dragón fracasara, a pesar de su respeto y admiración por Moreta, y al deseo natural de probar que su dragón era superior al resto de bronces de Fort. Por otra parte, él nunca había dudado de la capacidad de Sh'gall como jefe de vuelo. Aquel hombre tenía un extraño instinto respecto a qué dragón estaba perdiendo fuerza o llama, o qué cabalgador no se mostraba tan valeroso como debía para eliminar a las Hebras. Pero S'peren no codiciaba el cargo de Caudillo aunque Clioth ansiaba aparearse con Orlith.
- ¿K'lon? -dijo Leri, interrumpiendo sus pensamientos. Ella y su dragón miraron hacia la entrada del weyr.
Clioth confirmó la llegada de Rogeth a S'peren, comunicando a su cabalgador que iba a apartarse para permitir que el azul aterrizara en el saliente de Holth.
- Ya iba siendo hora de que ese joven regresara a su Weyr -dijo Leri, ceñuda-. Debe haber otro cabalgador capaz de hacer lo que está haciendo K'lon o, de lo contrario, K'lon se matará. Un sentimiento de culpa equivocado. O más probablemente, la oportunidad de entrar y salir de Igen para ver a ese amigo suyo.
Era indudable que el cabalgador de azul estaba agotado cuando entró en el weyr. Tenía los hombros caídos y su andar carecía de flexibilidad. Su rostro mostraba la suciedad del viaje, exceptuando la zona de piel que rodeaba sus ojos, protegidos por las gafas. Su ropa estaba tiesa ya que la humedad que se había helado en el tejido tras los constantes trayectos en el inter.
- Cinco gotas de la botella azul -dijo rápidamente Leri en voz baja, inclinándose hacia S'peren. Luego se enderezó y habló en tono normal-. S'peren prepara un vaso de klah para K'lon, y rocíalo con ese reforzado vino mío. Y siéntate aquí, joven, o te caerás.
Leri señaló imperiosamente un sillón. Había cambiado su banqueta por varios cómodos asientos situados, como decía ella, en espacio no contagiado frente al lecho de Holth.
K'lon apenas si evitó caer en el sillón indicado; sus piernas se extendieron delante de él cuando se hundió en el asiento. Con el casco y las gafas colgados de una flácida mano, el cabalgador aceptó la jarra que le tendía S'peren.
- Ahora toma un trago largo, K'lon -dijo amablemente Leri-. Devolverá la temperatura normal a tu sangre después de tanto entrar y salir del inter. Tienes la cara casi tan azul como Rogeth. ¡Bueno! Sabe bien, ¿eh? Un brebaje de mi invención para animar a los cansados. -Aunque su voz era amable, Leri miraba especulativamente a K'lon-. Bien, ¿qué noticias hay de los fuertes?
El fatigado rostro del muchacho se iluminó.
- Hay buenas noticias. El Maestro Capiam está en franca mejoría. Hablé con Desdra. El Maestro está débil pero maldice en voz alta. Ella dice que seguramente deberá atarle a la cama para conseguir que no se levante hasta que haya recobrado sus fuerzas. Está pidiendo a gritos los Archivos. Y lo mejor de todo -K'lon parecía irse librando de la fatiga con su animado recital-, Capiam insiste en que la enfermedad no es la causa directa de los fallecimientos. En realidad la gente muere de otras cosas, como pulmonía, bronquitis y otros trastornos respiratorios. Si se logran curar estos, todo va bien. -K'lon había movido la mano de un lado a otro, con lo que casco y gafas resonaron al unísono. Luego su expresión se entristeció-. Sólo que eso es imposible en los fuertes, como ya sabes. Tanta gente apiñada en insuficiente espacio… y sin suficientes atenciones… en especial ahora, con el frío que hace. Los Señores meten gente en tiendas de pieles que están muy bien para una Fiesta pero no como hospitales. He estado por todas partes. Hasta en reductos que desconocen lo que pasa y creen que sólo ellos tienen graves problemas. He estado en tantos lugares…
La expresión de K'lon se hizo sombría y su cuerpo se hundió más en su asiento.
- ¿A'murry? -Leri pronunció suavemente el nombre del cabalgador de verde.
La pena de K'lon salió a la superficie pese al control que el cabalgador debía ejercer sobre su ansiedad.
- Tiene una infección en el pecho… la enfermera que le atendía tenía un resfriado muy fuerte. -Su condena era clara-. Fortine me dio una poción especial y ungüento de consuelda para el pecho. Hice que A'murry tomara la primera dosis y la tos cesó casi de golpe. Y le puse mucho ungüento en el pecho y en la espalda. -Un raro instinto hizo que K'lon se volviera. Vio la muda aprensión de los otros dos cabalgadores-. Debo ver a A'murry. En cuanto pueda. Y no me digas que basta con que Rogeth y Granth estén en contacto. Sé muy bien que lo están, pero yo también tengo necesidad de estar con A'murry, ¿sabes?
El rostro de K'lon se crispó. Parecía a punto de romper en llanto, exteriorización que evitó bebiendo abundante klah mezclado con vino.
- Muy sabroso, realmente -dijo cortésmente a Leri. Luego apuró el vaso-. Bien, ¿qué otra cosa puedo contarte de mi…?
Se interrumpió, pestañeó, tragó saliva… y su cabeza empezó a caer hacia un lado. Leri, que aguardaba ese momento, hizo un urgente gesto a S'peren.
- Perfectamente cronometrado, creo -dijo mientras S'peren agarraba a K'lon para impedir que cayera del sillón-. Toma. -Lanzó una almohada y se quitó la piel que le tapaba los hombros. Tápalo con esto, ponle la almohada bajo la cabeza y dormirá más de doce horas. Holth, pórtate bien y dile a Rogeth que se acurruque en su weyr y que descanse. Y tú -pinchó la resistente carne de su reina con el dedo índice- tendrás las orejas bien abiertas por si Granth dice algo.
- ¿Y si alguien le necesita? -preguntó S'peren mientras acomodaba a K'lon-. ¿Los Talleres, el Fuerte, A'murry?
- A'murry es prioritario, claro -dijo Leri, pensativa-. En realidad no puedo perdonarle que haya roto la cuarentena. Pensaré en algún castigo más tarde, porque K'lon ha desobedecido una orden directa. Acabo de decidir que podemos usar otros mensajeros en lugar de K'lon. En especial cuando casi todo lo que él hace es trasladar provisiones o curadores. ¡Los weyrlings pueden hacer eso! Les hará sentirse valientes y atrevidos y estarán lo bastante asustados para ir con cuidado. Los paquetes pueden dejarse sin que haya contacto físico, claro, y lo mensajes se recogerán a prudente distancia de las viviendas. Que practiquen el aterrizaje junto a una bandera en lugar de un monte. Será una buena práctica. -Leri observó críticamente al dormido K'lon-. Pero será mejor que hagas circular las noticias que nos trajo del Taller… que la plaga no mata. Debemos tener más cuidado que nunca con los que convalecen. Nadie que tenga un ligero resfriado, ni siquiera un grano en el rostro, debe atender a los cabalgadores.
- Es muy difícil que la gente de los weyrs los atienda -observó S'peren.
- ¡Humm! ¿No puedes pedir a los holgazanes que trabajen cuando más necesarios son? -Leri enrolló las listas de cabalgadores y las guardó cuidadosamente en el estante, junto a ella-. Bien, viejo amigo, lleva las buenas nuevas del Taller del Curador a las Cavernas Inferiores y luego anuncia las escuadrillas que volarán mañana para Caída.
La luz de los numerosos fulgores que Capiam había cedido para iluminar la apretada y descolorida escritura de los viejos libros brillaba intensamente sobre el bello semblante de Tirone, Maestro Arpista de Pern, que había arrastrado una silla hasta el amplio escritorio de Capiam. Tirone tenía el ceño fruncido ante el curador, una expresión totalmente extraña en un hombre famoso por su cordialidad y buen humor. La epidemia… no, había que establecer sus verdaderas proporciones, la pandemia había dejado su huella en todos, incluso en los afortunados que no estaban enfermos.
Muchos eran los que creían que Tirone llevaba una vida envidiable por el cargo que desempeñaba en el continente. No obstante, el arpista se había visto obligado a detenerse en el límite entre Tillek y las Altas Extensiones para resolver una disputa minera, cosa que le impidió asistir a la Fiesta de Ruatha. En cuanto el sonido de los tambores anunció la cuarentena, Tirone volvió al Taller en sucesivos relevos de corredores, pasando junto a reductos donde la plaga no había penetrado y junto a otros donde no había llegado la noticia. Tuvo una buena trifulca con Tolocamp para que le dejaran entrar en el territorio del Fuerte, pero la lógica de Tirone y el hecho de que no había estado en zonas afectadas prevalecieron. ¿O quizá un centinela había explicado al Maestro Arpista como había vuelto de Ruatha lord Tolocamp?
Tirone también había prevalecido sobre Desdra para conseguir visitar al Maestro Curador.
- Si no me da detalles, Capiam, me veré forzado a basarme en rumores y esa no es fuente apropiada para un Maestro Arpista.
- Tirone, no estoy al borde de la muerte. Si bien alabo su celoso deseo de una información veraz y precisa, ¡tengo tareas más urgentes! -Capiam alzó el libro-. Yo quizás me haya repuesto, pero debo averiguar cómo curar o detener esta maldita enfermedad antes de que mate a millares de personas.
- Tengo que respetar órdenes estrictas de no fatigarle, o Desdra mandará asar mis entrañas -replicó Tirone con alegre sonrisa-. Pero la realidad es que estuve lamentablemente desconectado del Taller en un momento muy crítico. Ni siguiera el maestro tambor me ha ofrecido un relato decente, aunque me doy cuenta de que ni él ni sus oficiales han tenido tiempo de registrar los mensajes que llegan y salen de la torre a ritmo tan rápido. Tolocamp no quiere hablar conmigo aunque ya han pasado cinco días desde la Fiesta de Ruatha… y él no da muestras de estar enfermo. Así que debo basarme en algo aparte de versiones incoherentes y confusas. Las impresiones de un observador experto como usted son importantísimas para el cronista. ¿Debo entender que habló con Talpan en Ista? -Tirone levantó la pluma sobre el trozo cuadrado de piel.
- Eso no será posible. ¡Cáscaras! ¿No le informaron?
El Arpista se levantó a medias de la silla, con una mano extendida compasivamente.
- Me encuentro bien. No, no lo sabía. -Capiam cerró los ojos un momento para asimilar el impacto-. Sospecho que creyeron que la noticia me deprimiría. Me deprime. Era un hombre magnífico, con una mente rápida y profunda. La potencialidad de un Maestro de Animales… -Capiam oyó otra rápida inhalación de aire por parte de Tirone y abrió los ojos- ¿También el Maestro de Animales Trume?
Y cuando Tirone inclinó la cabeza afirmativamente, Capiam se aceró. Por eso habían autorizado la visita de Tirone para comunicarle la noticia.
- Sería mejor que me explicara el resto de malas nuevas que ni Desdra ni Fortine me han comunicado. Ahora no me producían ni la mitad de tristeza. Estoy atontado.
- Las pérdidas son terribles, como ya comprenderá…
- ¿Hay cifras?
- En Keroon, ¡han muerto nueve de cada diez enfermos! En el Fuerte Marítimo de Igen, había quince muy débiles pero vivos cuando llegó el barco de socorro de Nerat. No disponemos de cifras de los reductos próximos de Igen, ni sabemos el alcance de la epidemia en Igen, Keroon y Ruatha. Puede estar muy orgulloso de sus colegas, Capiam. Hicieron todo lo humanamente posible para socorrer a los enfermos…
- ¿Y también ellos murieron? -preguntó Capiam al notar que se interrumpía la voz de Tirone.
- Han aportado honor a su taller.
El corazón de Capiam latió con fuerza, aunque lentamente, tal era su angustia. ¿Todos muertos? Mibbut, el amable Kylos, la vivaz Loreana, el serio Rapal, el curador de huesos Sneel, Galnish… ¿Todos? ¿Realmente habían pasado sólo siete días desde que él tuvo noticia de la mortífera enfermedad? ¿Y la gente ya enferma que él había atendido en Keroon e Igen? Aunque había llegado a la conclusión de que la plaga no mataba directamente, los vivos debían afrontar otra clase de muerte, la muerte de sus esperanzas, la amistad y el futuro que aguardaba aquellos cuyas vidas habían concluido de repente. ¡Y estando tan cerca la promesa y la liberación de un Intervalo! Capiam notaba que las lágrimas resbalaban por sus mejillas, pero esas lágrimas aliviaron la fuerte opresión de su pecho. Dejó fluir el llanto, e inspiró y espiró poco a poco hasta que volvió a dominar sus emociones. No debía pensar emotivamente; debía hacerlo profesionalmente.
- El Fuerte Marítimo de Igen alojó a cerca de mil personas; sólo cincuenta estaban enfermas cuando las asistí a petición de Burdion.
- Burdion es uno de los supervivientes.
- Confío en que él tomara notas para usted. -Capiam no pudo impedir que su tono fuera demasiado duro.
- Creo que lo hizo -prosiguió Tirone, insensible a la actitud, del enfermo-. El diario de navegación del Windtoss también está a nuestra disposición.
- El capitán había muerto cuando yo llegué al Fuerte Marítimo.
- ¿Vio al animal? -Tirone se echó un poco hacia adelante, reflejando en sus ojos la ávida curiosidad que no expresaban sus palabras.
- ¡Sí, lo vi!
Aquella imagen ya estaba borrosa en el recuerdo de Capiam. El felino había paseado sin descanso, vividamente en sus febriles sueños y en sus interminables pesadillas. Capiam nunca olvidaría la malhumorada expresión del animal, los bigotes blancos y negros que brotaban del grueso hocico, las manchas marrones de los colmillos, la forma de las puntiagudas orejas echadas hacia atrás, la piel reluciente, de tono tostado, salpicada de medallones pardos caprichosamente bordeados de negro Capiam recordaba el fiero desafío de la bestia. Incluso entonces, nada más verla, concibió la idea de que la criatura sabía perfectamente que iba a vengarse de los seres que la habían confinado en una jaula, que la habían contemplado en fuertes y salones.
- Sí, Tirone, lo vi. Igual que centenares de personas que asistían a la Fiesta de Ista. Pero yo viví para contarlo. Talpan y yo pasamos veinte minutos observando al animal mientras él me explicaba por qué creía que había que matarlo. En veinte minutos debió contagiar a mucha gente pese a que Talpan ordenó a los tontos que miraban que no se acercaran demasiado a la jaula. De hecho, yo debí contraer allí mi parte de la plaga. En su origen. No indirectamente.
Esa conclusión proporcionaba cierto alivio a Capiam. Más expuesto a causa de la fatiga, Capiam había caído enfermo apenas veinticuatro horas después. Eso era mejor que creer que él había descuidado la higiene en Igen y en Keroon.
- Talpan dedujo que el animal debía ser la causa de la enfermedad que ya afectaba a los corredores de Igen y Keroon. Además, me llamaron a Keroon, fíjese, porque mucha gente estaba enfermando. Yo seguía el rastro de un contagio humano, Talpan examinaba a los corredores, ambos llegamos a idéntica conclusión en la Fiesta de Ista. A la criatura le aterrorizaban los dragones, ¿sabe?
- ¿Sí?
- Eso me informaron. Pero K'dall es uno de los fallecidos en el Weyr de Telgar, igual que su dragón azul.
Tirone murmuró algo, sin dejar de escribir furiosamente.
- ¿Cómo, pues, llegó la enfermedad a la Vaina Meridional si mataron al animal en la Fiesta de Ista?
- Se olvida del tiempo.
- ¿El tiempo?
- Exacto, el tiempo era tan bueno que el Reducto de animales de Keroon empezó a despachar envíos a principios del invierno, ya que mareas y vientos eran favorables. De modo que lord Ratoshigan recibió su pedido pronto, como un regalo inesperado. Igual que otros notables corredores de animales que asistieron a la Fiesta de Ruatha.
- Bien, eso es interesante. Una desoladora concatenación de numerosos hechos insignificantes.
- Debemos alegrarnos de que Tillek tenga cría propia y provea a las Altas Extensiones, Crom y Nabol. Y de que los corredores criados en Keroon y destinados a Benden, Lemos, Bitra y Nerat murieran a consecuencia de la plaga o no fueran conducidos por tierra.
- Los Caudillos han prohibido los viajes al Continente Meridional -dijo Tirone-. Los Antiguos tenían excelentes razones para abandonar aquel lugar. Demasiadas amenazas a la vida.
- Aclare sus ideas, Tirone -dijo Capiam, irritado-. Casi toda la vida que hay aquí fue creada y desarrollada allí.
- Bien, nunca he visto probado que…
- La vida y su mantenimiento son mi terreno, Maestro Arpista. -Capiam alzó el viejo libro y lo agitó ante Tirone-. Como la creación y el desarrollo de la vida fue en tiempos el terreno de nuestros antepasados. Los Antiguos llevaron con ellos al salir del Continente Meridional todos los animales que tenemos aquí en la actualidad, entre ellos los dragones que crearon genéticamente con un único fin.
La mandíbula inferior de Tirone se proyectó ligeramente, al borde de la discusión.
- Hemos perdido los conocimientos que poseían los Antiguos, aunque podemos mejorar los corredores y los animales de rebaño para lograr cualidades concretas. Y… -Capiam hizo una pausa, anonadado por una terrible consideración-. Y de pronto me doy cuenta de que ahora corremos doble peligro.
Capiam pensó en Tarpán como en una brillante promesa perdida, en el Maestro de Animales de Rebaño Trume, en el capitán del Windtoss, en los curadores fallecidos, todos ellos con una pericia especial.
- Quizá hemos perdido mucho más que un relato coherente del desarrollo de una plaga, Tirone -prosiguió Capiam-. Y eso debería preocuparle especialmente. Son conocimientos, aparte de vidas, lo que se está perdiendo en todo Pern. Lo que usted debería anotar con la máxima rapidez que le permita su mano es el conocimiento, las técnicas que agonizan en las mentes de los hombres y que no podremos recuperar. -Capiam agitó el Archivo, y Tirone lo miró alarmado-. Del mismo modo que no podemos encontrar en los libros y Archivos de los Antiguos la forma exacta en que realizaban sus milagros. Y son menos importantes los milagros que el proceso, la rutina cotidiana que los Antiguos no se molestaron en apuntar porque era de conocimiento general. Un conocimiento general que ha dejado de serlo. Eso nos falta. ¡Y quizás hemos perdido muchos conocimientos en los últimos siete días! ¡Tantos que quizá no podamos recobrarlos nunca!
Capiam se recostó, agotado por su estallido. Los Archivos eran un enorme peso en sus entrañas. Esa sensación de pérdida, la presión de la ansiedad, había crecido en su interior. Aquella mañana, cuando acabó su apatía, había reparado inquietamente en los muchos hechos, prácticas e intuiciones que jamás había anotado, que nunca había pensado en desarrollar en sus notas particulares. De ordinario lo habría transmitido a sus oficiales mientras estos aprendían las complejidades del oficio. En ciertos temas le habían instruido sus maestros, que a su vez habían recopilado conocimientos de sus tutores o de sus experiencias prácticas. Pero la transmisión e interpretación de los conocimientos eran verbales en numerosísimos casos, y se comunicaban a quienes precisaban un conocimiento concreto.
Capiam notó que Tirone estaba mirándole fijamente. El no pretendía pronunciar un discurso; eso, en general, correspondía a Tirone.
- No podría estar más de acuerdo con usted, Capiam -dijo pensativamente Tirone, e hizo una pausa para carraspear-. Pero hay gente de todas categorías y oficios que tienden a mantener secretos…
- ¡Cascarones! ¡Otra vez los tambores!
Capiam hundió la cabeza en sus manos y apretó los pulgares contra los oídos, esforzándose en librarse del sonido. La expresión de Tirone se iluminó y el arpista hizo ademán de levantarse mientras indicaba a Capiam que escuchara.
- Son buenas noticias. De Igen. Han combatido la Caída de Hebras y todo está despejado. ¡Volaron doce escuadrillas!
- ¿Doce? -Capiam se incorporó, calculando las enormes pérdidas y la cifra de cabalgadores enfermos de Igen-. Es imposible que Igen haya llevado doce escuadrillas al combate.
- ¡Los dragones deben volar cuando hay Hebras en el cielo! -La vibrante voz de Tirone reflejaba orgullo y alegría.
Capiam le miró, consciente únicamente de su profundo desconcierto. ¿Por qué no había comprendido el significado de la prohibición conjunta del Continente Meridional, por parte de los Caudillos, mencionada por Tirone? Los Caudillos tenían que unir los Weyrs para hacer frente a la Caída.
- ¡La lucha contra las Hebras la llevan en la sangre! Pese a sus crueles pérdidas, ellos siempre emprenden el vuelo para defender el continente…
Tirone estaba inmerso en lo que Capiam denominaba desdeñosamente «un trance lírico». ¡No era momento de componer sagas y baladas! Pero aquellas rimbombantes frases revivieron un recuerdo relegado durante mucho tiempo.
- Calma, Tirone. ¡Tengo que pensar! O no quedará un solo cabalgador para combatir a las Hebras. ¡Váyase!
¡En la sangre!, había dicho Tirone. ¡La llevan en la sangre! ¡Sangre! Capiam golpeó sus sienes con el borde de sus manos como si así pudiera despertar al recuerdo dormido. Casi podía oír la cascada voz del viejo Maestro Gallardy. Sí, él estaba preparando su examen de oficial y el viejo Gallardy no cesaba de hablar sobre técnicas anormales y anticuadas. Algo relacionado con la sangre. Gallardy hablaba de las propiedades curativas de algo relacionado con la sangre… algo sanguíneo… ¡Suero sanguíneo! ¡Eso era!
El suero sanguíneo como extremo remedio para una enfermedad contagiosa o virulenta.
- ¿Capiam? -Era Desdra, y su voz reflejaba incertidumbre-. ¿Está bien? Me ha dicho Tirone…
- ¡Estoy estupendamente! ¡Estoy muy bien! ¿Qué era eso que tantas veces me has dicho? Lo que no puede curarse debe soportarse. Bien, hay otro camino: Acostumbrarse. Inmunización. ¡Y está en la sangre! No es una corteza de árbol, no son polvos, no son hojas, es la sangre. ¡Y el factor impeditivo está en mi sangre ahora mismo! Porque yo he sobrevivido a la plaga.
- ¡Maestro Capiam! -Desdra se acercó, vacilante, recordando las precauciones de los últimos cinco días.
- Creo que ya no puedo contagiar a nadie, mi valerosa Desdra. ¡Yo soy el remedio! O al menos, pienso que lo soy.
Tal era su excitación que el curador había salido de la cama y estaba quitándose de encima las pieles con que se tapaba en ella para llegar hasta la caja donde guardaba los apuntes de su época como aprendiz y oficial.
- ¡Capiam! ¡Se va a caer!
Capiam se tambaleó y se agarró a la silla que había dejado Tirone para evitarlo. No tenía fuerza suficiente para llegar a los estantes.
- Coge mis notas. Las más antiguas, en la parte de arriba a la izquierda. -Se sentó bruscamente en la silla, temblando de debilidad-. Debo tener razón. Debo estar en lo cierto. «La sangre de un enfermo que se ha repuesto evita que otras personas contraigan la enfermedad.»
- Su sangre, mi buen y débil amigo -dijo agriamente Desdra, quitando el polvo de las notas antes de entregarlas al curador-, es escasa y carece de fuerza. Y volverá a meterse en la cama.
- Sí, sí, ahora mismo.
Capiam hojeó rápidamente las finas hojas de piel, esforzándose en no romper con su precipitación el quebradizo material y en recordar con exactitud cuándo el Maestro Gallardy había dado aquellas conferencias sobre «técnicas anormales». En la primavera. La primavera. Capiam buscó en las últimas notas. En primavera, porque él había permitido que su pensamiento se dejara llevar más por instintos primaverales que por procedimientos clásicos. Capiam notó que Desdra le tocaba el hombro.
- Me ha hecho perder dos horas disponiendo cestas de fulgor para tener luz en la cama, y ahora está leyendo en el rincón más oscuro de la habitación. ¡Vuelva a la cama! No me he cuidado de usted desde que empezó la plaga para verle morir delante de mí por culpa de un resfriado… rumiando a oscuras como si fuera un dragón incubando los huevos.
- Y tráeme el estuche de instrumentos… por favor.
Capiam siguió leyendo aunque sin oponerse a que la oficiala le condujera a la cama. Desdra apretó tanto las pieles al pie de la cama que el curador no pudo doblar las rodillas para apoyar las notas. Con un tirón y una patada, Capiam deshizo la obra de la mujer.
- ¡Capiam! -Al volver con el estuche, Desdra se puso furiosa por el renovado desorden.
La oficiala le agarró por el hombro y le puso una mano en la frente. Capiam apartó la mano, tratando de no dar muestras de la irritación que sentía por tantas interrupciones.
- Estoy bien. Estoy bien.
- Tirone cree que usted sufrirá una recaída por su forma de actuar. No es propio de usted, ¿sabe?, gritar «sangre, sangre, la llevan en la sangre». O en su sangre, es igual.
Capiam apenas prestó atención porque había encontrado la serie de charlas que él había anotado aquella primavera, hacía treinta Revoluciones, cuando le interesaban mucho más los problemas urgentes como heridas de Hebra, infecciones, dosis preventivas y nutrición.
- Está en mi sangre. ¡Eso dice aquí! -gritó Capiam con aire de triunfo-. «El suero claro que sube hasta el borde del recipiente después de coagularse la sangre produce la globulina esencial que inhibirá la enfermedad. Inyectado intravenosamente, el suero sanguíneo provee protección durante al menos catorce días, tiempo normalmente suficiente para que una enfermedad epidémica llegue al final de su curso.»
Capiam siguió leyendo con avidez. Podía separar los componentes de la sangre mediante fuerza centrífuga. El Maestro Gallardy explicó que los Antiguos disponían de aparatos especiales para lograr la separación, pero Capiam podía recurrir a medios domésticos.
- «El suero introduce la enfermedad en el organismo en un estado tan debilitado que despierta las defensas y evita así la enfermedad en su forma más virulenta.»
Capiam se recostó en las almohadas y cerró los ojos para superar la momentánea debilidad producto tanto del esfuerzo como del triunfo. Incluso recordaba que se había rebelado contra la obligación de anotar tediosamente una técnica que podía salvar la vida a miles de personas. ¡Y a los cabalgadores!
Desdra le contemplaba con expresión de curiosidad en su semblante.
- ¡Pero eso no tiene sentido! Aparte de que se inyecta directamente en la vena.
- El organismo lo absorbe con rapidez, y de este modo es más eficaz. Necesitamos un tratamiento eficaz. Desdra, ¿cuántos cabalgadores están enfermos?
- No lo sabemos, Capiam. Ya no hay datos sobre las cifras. Los tambores han dicho que doce escuadrillas combatieron a las Hebras en Igen, pero el último informe que conozco, el de K'lon, decía que ciento setenta y cinco cabalgadores están enfermos, entre ellos una cabalgadora de reina. L'bol perdió dos hijos en los primeros días.
- ¿Ciento setenta y cinco enfermos? ¿Hay infecciones secundarias?
- No lo han dicho. Pero tampoco lo hemos preguntado…
- ¿En Telgar? ¿En el Weyr de Fort?
- Hemos pensado más en los miles de moribundos que en los cabalgadores de dragón -admitió Desdra en voz alta apagada, con las manos apretadas tan fuerte que los nudillos estaban blancos.
- Sí, bueno, dependemos de esos dos mil y pico cabalgadores. Así que no me distraigas más y tráeme lo necesario para preparar el suero. Y cuando venga K'lon, quiero verle inmediatamente. ¿Hay alguien más aquí, en los Talleres o en el Fuerte, que se repusiera de esta enfermedad?
- Nadie que se haya recobrado.
- No importa. ¿K'lon llegará pronto?
- Le esperamos. Está transportando medicinas y curadores.
- Bien. Veamos, necesitaré mucho esterilizante, recipientes de vidrio de dos litros con tapones de rosca, cuerda fuerte, tallos de calla de un palmo… tengo espinos de aguja… hierbarroja y… ¡ah!, pon a hervir la jeringuilla que los cocineros usan para lardear la carne. Hay por ahí algunas de vidrio soplado que el Maestro Clargesh me hizo, pero ni siquiera puedo imaginar donde las dejé. Puedes irte. Ah, Desdra, necesito licor que haya pasado por dos destilaciones y otro tazón de ese caldo restaurador que tú preparas.
- Comprendo que necesite licor -dijo la oficiala desde la puerta, con expresión irónica-. Pero ¿quiere ese caldo que tanto le desagrada?
Capiam levantó una almohada y Desdra se echó a reír antes de cerrar la puerta tras ella. Capiam pasó páginas hasta el principio de la conferencia del Maestro Gallardy.
«En caso de aparición de una enfermedad contagiosa, ha demostrado ser eficaz el uso de un suero preparado a partir de la sangre de un paciente que se haya repuesto de la misma enfermedad. En los lugares donde la población esté sana, una inyección de suero sanguíneo evitará el mal. Si se administra a un enfermo, el suero mitiga la virulencia. Mucho antes de las Travesías, se eliminaron mediante vacunación plagas tales como la varicela, difteria, gripe, rubéola, rubéola epidémica, tifus, poliomielitis, tuberculosis, hepatitis, herpes, gonorrea, etc..»
El tifus y la fiebre tifoidea eran enfermedades bien conocidas por Capiam, porque se habían producido brotes de ambas a consecuencia de una higiene ineficaz. Él y el resto de curadores habían temido que se originaran en la aglomeración de gente que estaba produciendo. La difteria y la escarlatina habían hecho esporádicas apariciones en los últimos centenares de Revoluciones, las suficientes para que los síntomas y el tratamiento formaran parte de la instrucción de Capiam. Desconocía el resto de enfermedades, sólo le eran familiares las raíces que eran muy, muy antiguas. Tendría que buscar esos términos en el diccionario etimológico del Taller del Arpista.
Continuó leyendo las recomendaciones del Maestro Gallardy. Podía extraerse litro y medio de sangre de un enfermo que se hubiera recobrado, y esa sangre, centrifugada, proporcionaba una pequeña cantidad de suero para inmunizar. La cantidad inyectable variaba entre dos y veinte centésimas del suero así obtenido, según Gallardy, aunque no había más concreción en cuanto a qué cantidad debía inyectarse según la clase de enfermedad. Capiam pensó con tristeza en las apasionadas palabras que había dirigido a Tirone sobre la pérdida de diversas técnicas. ¿Acaso él mismo era culpable por no haber prestado más atención a las clases del Maestro Gallardy?
Capiam no precisaba grandes cálculos para comprender la enormidad de la tarea de obtener inmunización aunque solo fuera para los vitales millares de cabalgadores de dragón, Señores de los Fuertes, y los Maestros Artesanos, sin olvidar a los curadores que debían atender a los enfermos y preparar y administrar la vacuna.
La puerta se abrió ante una Desdra aturdida por primera vez desde que Capiam la conocía. La oficiala llevaba una cesta de junco y cerró la puerta con un hábil movimiento de su pie.
- Traigo sus encargos y he encontrado las jeringuillas de vidrio que el Maestro Soplador Genjón hizo para usted. Había tres rotas, pero he visto las restantes.
Desdra dejó cuidadosamente la cesta junto a la cama. Puso la mesita en el lugar acostumbrado y, en ella, dejó, el recipiente de hierbarroja (la solución más fuerte que podía prepararse), un montón de cañas, espinos de aguja atados con hojas, una humeante bandeja de acero que había tapado la olla y que contenía un pequeño recipiente de vidrio, un tapón y las jeringuillas de Genjón. De su bolsillo, Desdra sacó un trozo de cuerda fuerte y bien trenzada.
- ¡Ya está!
- Esto no es un recipiente de dos litros.
- No, pero usted no tiene fuerza suficiente para que le saque dos litros de sangre. Medio litro es todo lo que puede perder. K'lon volverá pronto.
Desdra frotó vigorosamente el brazo del curador con la hierbarroja y luego le ató la cuerda mientras Capiam apretaba la mano para que sobresaliera la arteria, viscosa y azul bajo una carne que parecía excesivamente blanca. Con unas pinzas, Desdra sacó el recipiente de vidrio del agua hervida. Desató el montón de cañas, luego los espinos, cogió una caña y un espino y ajustó la aguja al extremo de la caña.
- Conozco la técnica pero no tengo excesiva experiencia.
- ¡Deberías tenerla! ¡Me tiembla la mano!
Los labios de Desdra formaron una línea recta al apretarse. La oficiala metió los dedos en la hierbarroja, dejó eI recipiente de vidrio en el suelo, junto a la cama, puso eI otro extremo de la caña en el mismo y cogió el espino. La punta de un espino de aguja es tan fina que su pinchazo es casi invisible. Desdra pinchó la piel del curador y, con suave presión, introdujo la aguja en la hinchada vena antes de soltar el torniquete. Capiam cerró los ojos para soportar el ligero mareo que empezó a sentir cuando descendió su presión sanguínea; la sangre fluyó por el espino y la caña y cayó al recipiente. Superado el mareo, Capiam abrió los ojos y quedó totalmente fascinado por la sangre que caía al frasco. Apretó el puño y el goteo aumentó hasta convertirse en fino flujo. De modo extraño, impersonalmente, Capiam creyó notar el fluido que abandonaba su cuerpo, recogido de sus extremidades e incluso del torso, y pensó que el drenaje afectaba a todo su organismo, no simplemente al líquido que circulaba por la arteria. Notó eI latido más fuerte de su corazón, que se adaptaba al flujo. Pero eso era absurdo. Ya empezaba a sentirse un poco angustiado cuando los dedos de Desdra pusieron un suave tapón mojado en hierbarroja sobre la punta del espino, antes de arrancar éste con un hábil tirón.
- Es suficiente, Maestro Capiam. Casi tres cuartos de litro. Está pálido. Veamos. Apriete con fuerza y no se mueva. Bébase el licor.
Desdra le puso la bebida en la mano izquierda y él, mecánicamente, sostuvo la compresa con la derecha. El fuerte licor pareció ocupar el espacio abandonado por la sangre que le había abandonado. Pero esa idea era sumamente fantasiosa para un curador que conocía muy bien la ruta que sigue cualquier cosa ingerida.
- ¿Y ahora qué hacemos? -preguntó Desdra, sosteniendo el recipiente cerrado que contenía la sangre.
- ¿Has cerrado bien el recipiente? -Cuando la oficiala demostró que así era, Capiam agregó-: Ata la cuerda al tapón y haz un nudo muy fuerte. Excelente. Dámelo.
- ¿Qué piensa hacer ahora? -El semblante de la oficiala reflejaba dureza, su mirada terquedad. Para ser una mujer que tantas veces predicaba la indiferencia, su comportamiento era sumamente apasionado.
- Gallardy dice que la fuerza centrífuga, es decir, dar vueltas al recipiente, separa los componentes de la sangre y da lugar al suero útil.
- Muy bien.
Desdra se apartó de la cama, se aseguró de que disponía de espacio suficiente para realizar la operación y empezó a dar vueltas al recipiente por encima de su cabeza.
Capiam, al observar aquel esfuerzo, se alegró de que Desdra se hubiera ofrecido. Dudaba de que él fuera capaz de hacerlo.
- Podríamos preparar algo similar con las carnes del asador. Habría que azuzar a los animales para mantener constante la velocidad. Hace falta velocidad constante. O quizá un dispositivo más pequeño, con una manivela para controlar la velocidad de rotación…
- ¿Por qué? ¿Tenemos… que hacer esto… muchas veces?
- Si mi teoría es correcta, necesitamos mucho suero. ¿Dejaste dicho que K'lon venga aquí en cuanto llegue?
- Sí. ¿Cuánto rato… hay que seguir… así?
Capiam no podía ordenarle que desistiera tan pronto. Pero ¿qué decía el Maestro Gallardy? Capiam observó su escritura más atentamente ¿«Muy poco tiempo» o acaso él se había equivocado al copiar? Siendo ya un curador serio con treinta Revoluciones de oficio a sus espaldas, Capiam maldijo mudamente la timidez del joven aprendiz afectado por la primavera que él había sido.
- Eso debería bastar, Desdra. ¡Gracias!
Falta de aliento, Desdra redujo la velocidad de giro del recipiente y lo cogió para dejarlo en la mesa. Capiam se inclinó hacia adelante sin levantarse de la cama mientras Desdra, asombrada, examinaba las diversas capas.
- ¿Esto -la oficiala señaló inciertamente el blancuzco fluido que ocupaba la parte superior- es el remedio?
- No es exactamente el remedio. Un inmunizante. -Capiam pronunció lentamente la palabra.
- ¿Hay que beberlo? -La voz de Desdra era neutra a causa del rechazo.
- No, aunque me atrevo a decir que no tendría peor sabor que los brebajes que insistes en darme. No, esto hay que inyectarlo en la vena.
Desdra le miró larga y pensativamente.
- Por eso necesita las jeringuillas. -La oficiala movió un poco la cabeza-. No tenemos suficientes. Y creo que será mejor que vea al Maestro Fortine.
- ¿No confías en mí? -Capiam se sentía herido por aquella actitud.
- Confío completamente. Por eso sugiero que vaya a ver al Maestro Fortine. Y que vaya con el suero. El Maestro ha hecho muchas visitas al campamento de nuestro precavido Señor de Fuerte. Fortine ha contraído la enfermedad.