CAPÍTULO VII

VII Taller del Curador y Weyr de Fort, Pasada Presente, 3.11.43

Un estruendo resonó en la cabeza de Capiam y le despertó.

Una vez despierto, se cubrió el cráneo con las manos actitud de defensa. El ruido de los tambores incluso había perseguido en las pesadillas de su sueño. Pesadillas apenas recordadas pero sentidas como algo torturante. Su despertar fue una reacción contra el estruendo y contra ellas. Yacía en la cama, oprimido por la magnitud del conocimiento recobrado. El nuevo redoble de los tambores le forzó a poner la almohada sobre su cabeza.

¿Es que nunca iban a parar? Capiam se sintió sorprendido de que los tambores fueran tan infernalmente ruidosos. ¿Por qué no había reparado en ello hasta entonces? Realmente los curadores merecían tener un silencioso recinto particular. Capiam se tapó las orejas para aliviarlas de aquel ruido. Luego recordó los mensajes que había dejado para que fueran transmitidos a los principales Talleres y Fuertes. ¿Tanto tiempo estaba costando enviarlos? ¡Debía ser mediodía! ¿Acaso el maestro tambor no comprendía la importancia de una cuarentena? ¿O quizá algún vil e insignificante aprendiz había extraviado los mensajes y se había ido a dormir?

El dolor de su cabeza no se parecía a ningún otro que Capiam pudiera recordar. Y los latidos de su corazón se habían acelerado hasta alcanzar el ritmo de los tambores. ¡Su estado era anormal! Capiam yacía en la cama, parecía que iba a estallar y su corazón palpitaba de modo peculiar, no sincopado.

Los tambores, piadosos, cesaron en aquel momento, pero ni la cabeza ni el corazón de Capiam se dieron por enterados. Tras ponerse de costado, el curador intentó levantarse. Tenía que encontrar alivio a su dolor. Giró los pies hacia el suelo y los usó como palanca para alzar su cuerpo. Un gemido de agonía surgió de su interior cuando logró sentarse. Su dolor de cabeza se intensificó cuando caminó tambaleante hacia el armario.

Zumo de fellis. Unas gotas. Eso serviría. El zumo de fellis nunca le fallaba. Capiam midió la dosis, parpadeó para aclarar su confusa visión, añadió agua al zumo y tragó la mezcla. Volvió a la cama dando tumbos, incapaz de permanecer en posición vertical. El ligero esfuerzo le había hecho jadear, y Capiam comprendió que el frenético latido de su corazón se había acelerado y que el sudor cubría su cuerpo tras el esfuerzo.

Su amplia experiencia de noches en vela y apretados programas de trabajo le impedían atribuir su estado a tales cosas. Gimió de nuevo. No tenía tiempo para estar enfermo. No podía haber contraído la terrible enfermedad. Los curadores no enfermaban. Además, había tomado muchas precauciones y se había lavado con una solución de hierba roja después de examinar a los enfermos.

¿Por qué no daba resultados el zumo de fellis? El dolor de cabeza le impedía pensar. Pero tenía que pensar. Había mucho que hacer. Debía organizar sus notas, analizar el curso de la enfermedad y la probabilidad de peligrosas infecciones secundarias, como neumonía y otros trastornos respiratorios. Pero ¿cómo podía trabajar si era incapaz de mantener los ojos abiertos? Tras gruñir de nuevo por la injusticia de su estado, Capiam se apretó las sienes con las manos y luego se tocó la sudorosa frente. ¡Cáscaras! Estaba ardiendo de fiebre.

Notó la presencia de otra persona antes de oír el suave sonido de alguien que entraba en la habitación.

- No te acerques -dijo rápidamente, levantando una mano con suma brusquedad y lanzando otro grito de dolor cuando el imprudente gesto aumentó sus molestias.

- No lo haré.

- ¡Desdra! -Un exagerado suspiro brotó de sus labios.

- Ordené a un aprendiz que se pusiera junto a esta puerta, que estuviera atento a cualquier ruido, pero no he permitido que le molestaran hasta que hubiera despertado por sí mismo. -La calmada voz de la oficiala, que nunca se excitaba, tranquilizó a Capiam-. ¿Ha contraído esa fiebre?

- En eso hay una justicia irónica, ¿sabes? -El sentido del humor raramente abandonaba a Capiam.

- Así sería si usted no fuera el hombre más buscado de Pern.

- ¿No es popular la cuarentena?

- Eso podría decirse. La gente está cercando la torre de los tambores. Fortine se las ha arreglado como ha podido.

- Llevo las notas en la mochila. Entréguelas a Fortine. ÉI es mejor organizador que diagnosticador. Dispondrá de todo lo que he descubierto respecto a esta epidemia.

Desdra pareció deslizarse sobre el suelo y luego sacó de la mochila la caja donde estaban las notas. La abrió.

- Que no es mucho.

- No, pero pronto comprenderé mejor lo que está pasando.

- Nada como la experiencia personal. ¿Qué le hace falta?

- ¡Nada! No, nada, no. Quiero agua, algún zumo fresco…

- La cuarentena interrumpió los suministros.

- En ese caso, el agua bastará. Nadie debe entrar en esta habitación, y no pasarás de la puerta. Todo cuanto yo pida se dejará en la mesa.

- Estoy completamente dispuesta a quedarme aquí en su compañía.

Capiam agitó la cabeza y se lamentó de haberlo hecho.

- No. Prefiero estar solo.

- Sufrir en silencio.

- No te burles, mujer. Esta enfermedad es muy contagiosa. ¿La ha contraído alguien más, en el Taller o en el Fuerte?

- Hasta hace media hora, no.

- ¿Y qué hora es? -Capiam era incapaz de ver el reloj.

- Primeras horas de la tarde. Las cuatro.

- Cualquier persona que estuviera en una de las dos Fiestas y vuelva aquí…

- Cosa que prohíbe el mensaje de los tambores…

- Algún imbécil pensará que eso no va por él… Cualquier persona que vuelva permanecerá aislada durante cuatro días. El período normal de incubación parece ser de dos días, a juzgar por los mejores informes…

- Y por el excelente estado de usted…

- La experiencia enseña. Aún no sé cuánto tiempo dura la infección en un enfermo, y por eso debemos ser doblemente precavidos.. Iré tomando notas sobre mis síntomas y el desarrollo de mi enfermedad. Estarán aquí… en caso de que…

- Vaya, estamos poniéndonos dramáticos.

- Tú siempre has asegurado que yo moriría por culpa de algo que seré incapaz de curar.

- ¡No hable así, Capiam! -Desdra reflejaba más enojo que temor-. El Maestro Fortine dispone de aprendices y oficiales que están trabajando día y noche en los Archivos.

- Lo sé. Oí sus ronquidos ayer por la noche.

- El Maestro Fortine tuvo que hacer conjeturas, nadie supo decirle cuándo había regresado usted. Por desgracia, el Maestro Fortine debió retirarse poco antes de su llegada, porque no volvió a su despacho hasta el mediodía. El querrá verle.

- El no debe entrar aquí.

- Es indudable que él preferiría no tener que hacerlo. ¿Por qué no sentía los efectos del zumo de fellis? ¡Las palpitaciones de su corazón eran impresionantes!

- Desdra, por favor, di a Fortine que las raíces dulces no son eficaces y no proporcionan ningún alivio. De hecho, creo que son contraproducentes. Las usaron en Igen y Keroon durante la primera fase de la enfermedad. Di a Fortine que haga pruebas con helechos pinados para reducir la fiebre. Dile que ensaye otros febrífugos.

- ¿Qué? ¿Todos con el mismo enfermo?

- Tendrá enfermos suficientes para todos los remedios. -Capiam estaba desesperadamente seguro-. Vete, Desdra. Mi cabeza es una torre de tambores.

Desdra fue lo bastante cruel para emitir una risita. ¿O quizá pensó con ello le daba ánimos? Nunca se sabía cuál iba a ser la reacción de Desdra. Eso formaba parte su encanto, pero nunca llegaría a Maestro basándose en ello. La oficiala hablaba con sinceridad y algunas veces un curador debía mostrarse diplomático y calmado, indudablemente ella no podría hacer gran cosa por Capiam. Pero éste sintió alivio al pensar que estaba bajo los cuidados de Desdra.

Capiam yacía en posición supina, esforzándose en no apoyar mucho la cabeza en la almohada que, al parecer, se había transformado en piedra. Ansiaba el cese del dolor, ansiaba que el zumo de fellis le dispensara su entumecedora magia. El corazón le seguía latiendo aceleradamente. Numerosos enfermos habían hablado de latidos irregulares. Capiam no había imaginado que los síntomas fueran tan notorios. Esperó que los latidos se calmaran en cuanto el zumo de fellis le hiciera efecto.

Permaneció inmóvil durante lo que le pareció mucho tiempo y, aunque el dolor de cabeza menguó notablemente, las palpitaciones continuaron. Si tan sólo recobrara el pulso normal y pudiera dormir… Notaba perfectamente el cansancio que le llegaba hasta los huesos, y que no había disminuido con su anterior sueño repleto de pesadillas. Repasó las hierbas convenientes para aliviar palpitaciones: espino blanco, adonis, tanaceto, aconitina… y se decidió por la última, una vieja raíz siempre digna de confianza.

El acto de levantarse de la cama fue acompañado por grandes esfuerzos y sofocados gemidos… sofocados porque Capiam no deseaba que los oídos de un aprendiz captaran la debilidad de un maestro. Ya era suficiente con que el Maestro Curador hubiera sucumbido en lo esencial; no había que pregonar los oscuros detalles de su congoja.

Dos gotas bastarían. Se trataba de una droga fuerte que siempre debía administrarse con prudencia. Capiam se acordó de coger una piel para escribir, buscó tinta y pluma y volvió con todo a la cama, donde dispuso la banqueta como escritorio. Mientras seguían los veloces latidos de su corazón, Capiam redactó las primeras notas, anotando cuidadosamente el día y la hora exacta.

Fue un placer volver a tumbarse. Se concentró en su respiración, hizo que fuera más lenta y ansió poder hacer lo mismo con el corazón. Durante algún momento del ejercicio, el sueño se apoderó de él.

Holth está nervioso. Enojado, igual que Leri. El tono preocupado, aunque también de disculpa, de Orlith despertó a Moreta de un pesado sueño.

- ¿Por qué no duerme y deja que yo me ocupe del orden del Weyr?

Dice que Leri es muy vieja para volar, y que la plaga mata primero a los viejos.

- ¡Que se abrase! ¡Esta maldita epidemia le ha trastornado los sentidos!

Moreta se vistió con rapidez, haciendo una mueca de desagrado al meter los pies en las pegajosas botas.

Leri dice que debe hablar con la gente de tierra, en especial en un momento como este, para averiguar quién ha enfermado y difundir la noticia. Dice que puede hacerlo sin innecesarios contactos físicos.

- Claro que puede hacerlo.

Leri nunca había tenido la costumbre de desmontar para recibir informes de la gente de tierra. No era una mujer alta y quedándose a lomos de su reina disponía de numerosas ventajas.

Moreta corrió escaleras arriba entre la espesa niebla. Oyó los agitados gruñidos de Holth al llegar a la entrada del weyr. La colérica voz de Sh'gall la obligó a forzar el paso, de tal modo que Moreta entró en el weyr de forma precipitada.

- ¿Cómo te atreves a entrometerte en la escuadrilla de reinas? -preguntó, permitiendo que el impulso la llevara directamente hacia el Caudillo.

Sh'gall dio media vuelta y, con ambas manos extendidas para mantener a Moreta a cierta distancia, retrocedió. Parpadeando de inquietud, Holth movió la cabeza ansiosamente por encima de Leri. Un Caudillo de Weyr era una probable fuente de peligro para su cabalgadura.

- ¿Cómo te atreves a molestar a Holth y a Leri? -gritó Moreta.

- ¡Aún no estoy tan decrépita, puedo entendérmelas yo sola con un cabalgador de bronce histérico! -replicó Leri, con los ojos ardiendo de ira.

- ¡Las reinas os unís -replicó Sh'gall- contra la lógica y la razón!

Holth rugió y, en el weyr inferior, Orlith berreó. Luego las dudas de otros dragones se expresaron en la niebla.

- ¡Calma, Sh'gall! ¡O el Weyr va a convertirse en un tumulto!

Leri hablaba con voz tensa aunque controlada, sujetando y reteniendo al Caudillo con los ojos. Ya no era Dama del Weyr en funciones, pero en esos instantes exudaba la inconfundible autoridad de sus numerosas Revoluciones ocupando ese cargo. Cuando Sh'gall desvió la mirada, Leri miró severamente a Moreta. La Dama del Weyr más joven habló tranquilizadoramente a Orlith y el furor del exterior del weyr cesó. Holth interrumpió su agitado movimiento de cabeza.

- ¡Muy bien! -Leri cruzó los brazos sobre el voluminoso archivo que se esforzaba en sostener en su estrecho regazo-. Buen momento para discutir sobre cosas insignificantes. El Weyr precisa una dirección fuerte. Ahora más que nunca; ahora que tenemos que superar dos amenazas a la vez. Así que déjame decirte algunas cosas, Sh'gall, que al parecer has pasado por alto en tu loable preocupación por proteger el Weyr de esta plaga de Capiam. Con las Fiestas de ayer no puede haber muchos cabalgadores que no hayan estado expuestos a la enfermedad. En realidad, tú eres el portador más probable, ya que estuviste en el dispensario de la Vaina Meridional y en, Ista, viendo a esa pobre bestia.

- No entré en el dispensario y no toqué al felino. Me lavé con mucho cuidado en el Lago Helado antes de volver al Weyr.

- Por eso tienes los sentidos atrofiados… ¡Qué pena que tu lengua haya sido lo primero en deshelarse! ¡Espera, Caudillo del Weyr! -El vigoroso tono de Leri, y la severidad de su semblante, ahogaron la réplica en los labios del cabalgador de bronce-. Bien, mientras tú dormías, Moreta ha estado muy ocupada. Igual que yo. -Levantó el pesado Archivo de su regazo-. Todos los centinelas saben que han de negar la entrada al Weyr, aunque se supone que nadie volará con esta niebla después de dos Fiestas. Las torres de los tambores del Fuerte de Fort han sido un estruendo durante todo el día. Peterpar ha examinado los rebaños en busca de síntomas de enfermedad, cosa poco probable porque el último hato llegó de Tillek. Nesso ha estado muy atareada, hablando con la gente que estaba lo bastante sobria para absorber información. K'lon sigue mejorando. Moreta, ¿qué piensas exactamente que le ocurre a Berchar?

Moreta nunca había dudado de que Leri siempre estaba alerta a todo cuanto sucedía fuera de su weyr, pero la ex Dama del Weyr era demasiado discreta para hacer gala de sus conocimientos.

- ¿Berchar? -exclamó Sh'gall-. ¿Qué le ocurre?

- Seguramente lo mismo que a K'lon. Siguiendo instrucciones de Berchar, S'gor le ha incomunicado y él mismo permanecerá recluido en su weyr.

Sh'gall empezó a farfullar las preguntas que deseaba formular.

- Si K'lon se ha recobrado, Berchar lo hará también -continuó lógicamente Moreta.

- ¡Dos enfermos! -La mano de Sh'gall fue hacia su cuello, luego a su frente.

- Si Capiam dice que pasan de dos a cuatro días antes de que aparezca la enfermedad, todavía no tendrías que sentirte mal -afirmó Leri, contundente aunque no con rudeza-. Estarás al mando en la Caída de mañana. Holth y yo volaremos con la escuadrilla de reinas y, siguiendo la costumbre, yo recibiré los informes de las unidades de tierra… es decir, si encuentro alguna. No es probable que Nabol y Crom se dejen llevar por el pánico. La enfermedad tendría que ser francamente rápida para causar víctimas en esos apartados fuertes. Siguiendo mi costumbre, me quedaré a lomos de Holth, para reducir al mínimo la posibilidad de contagio. Es esencial en las tareas principales de los Weyrs que se mantenga contacto con la gente de los fuertes. Sin unidades de tierra que nos ayudaran, tendríamos doble trabajo. ¿No estás de acuerdo, Caudillo?

A juzgar por la consternación que reflejaba, Sh'gall aún no había considerado la posibilidad de no recibir el adecuado apoyo por parte de las unidades de tierra.

- Y no es que tenga excesiva importancia que yo contraiga esta plaga de Capiam. Tan cierto como que soy vieja -Leri lanzó una maliciosa mirada a Sh'gall-, es que soy la cabalgadora más inútil.

Holth y Orlith berrearon alarmadas. Incluso Kadith habló mientras Moreta corría a abrazar a Leri, con la garganta repentinamente seca después de la casual observación.

- ¡No eres inútil! ¡No! Eres la cabalgadora de reina más valiente de Pern.

Leri se deshizo amablemente del fuerte abrazo de Moreta y despidió imperiosamente a Sh'gall.

- Vete. Todo cuanto podía hacerse ya está hecho.

- Tranquilizaré a Kadith -dijo el Caudillo, y se fue como si alguien le persiguiera.

- Y tranquilízate tú también -dijo Leri a Moreta-. No merezco lágrimas de nadie. Además, es cierto. Soy inútil. Creo que a Holth le gustaría descansar, y no podrá hasta que descanse yo, ¿sabes?

- ¡Leri! ¡No digas esas cosas! ¿Qué haría yo sin ti?

Leri le dedicó una incierta mirada, con los ojos muy brillantes.

- Bien, hija mía, harías lo que tuvieras que hacer. Siempre. Pero yo te echaría de menos. Bueno, será mejor que bajes a la Caverna. Todos habrán oído los berridos de las reinas y el sobresalto de Kadith. Hay que tranquilizar a la gente.

Moreta se apartó del lecho de Holth y de Leri, avergonzada por la intensidad de sus sentimientos.

- No estarás preocupada porque tocaste a ese corredor en Ruatha, ¿eh?

- No en particular. -Moreta hizo un tímido encogimiento de hombros-. Pero lo toqué y eso no tiene remedio. Mis imprudencias siempre preocupan a L'mal…

- Pero le complacía mucho más tu habilidad para tratar a dragones heridos. Vete ahora mismo, antes de que la gente tenga tiempo de asustarse en exceso. ¡Ah! ¿Me harás el favor de llevar esta pieza de la silla a T'ral, para que la arregle? -Echó a Moreta un rollo de correa-. Qué desastre si me cayera de mi reina, ¿no te parece? ¡Qué final tan vergonzoso! Vete, muchacha. Y comprueba tu silla de montar… La rutina proporciona tranquilidad en ocasiones como esta. ¡Quiero continuar mi fascinante lectura!

Leri hizo un cómico gesto mientras ponía el tomo del Archivo en posición más cómoda.

Moreta salió del weyr de Leri, con los dedos palpando el trozo suelto de correa. Lo enrolló. Deprimida, revisó atentamente su silla de montar, que había limpiado después de la última Caída y estaba colgada de unos ganchos.

No quería despertarte, pero Holth me lo pidió y lo hice.

- Hiciste lo que debías.

Holth es una gran reina. Los ojos de Orlith se agitaban luminosamente.

- Y Leri también es grande. -Moreta se acercó a su reina, que bajó la cabeza para aceptar las caricias de la mujer-. ¡Va a ser tu última Caída durante algún tiempo! -agregó, valorando el bulto de la panza de Orlith.

Volaré mañana. Y puedo volar siempre que sea preciso.

- ¡No me digas que estás irritada porque Malth me ha llevado unos segundos!

No. Quiero que sepas que siempre puedo llevarte.

- No puede haber urgencia tan importante como para apartarte de tus huevos, cariño. -Moreta acarició el bulto apreciativamente-. Buena nidada, creo.

Lo sé. Cierta presumida satisfacción matizaba el tono del dragón.

- Será mejor que baje a las Cavernas Inferiores.

Moreta enderezó sus hombros, preparándose para la tensión. Luego recordó que la gente de los Weyrs era fuerte, no sólo física sino también mentalmente. Cuando llegaba una Caída se enfrentaban a la certeza de que algunos resultarían heridos, quizá muertos. Soportaban esa certeza con entereza y valor. ¿Por qué iban a asustarse de una nueva complicación transitoria? ¿Por qué una cosa invisible iba a parecerles más peligrosa que las visibles Hebras que combatían?

Los temores de Sh'gall estaban afectándola traicioneramente. Ni siquiera existía la seguridad de que el contacto transmitiera la enfermedad. ¿K'Ion y Berchar? Bien, podía tratarse de una simple coincidencia; K'lon iba con frecuencia a Igen, a visitar a A'murry. En cuanto eso, Moreta tenía más posibilidades de enfermar que Sh'gall, después de haber socorrido al corredor moribundo.

Moreta cogió la correa de Leri y acto seguido, tras volverse para mirar a Orlith, que estaba buscando la posición más cómoda posible, salió del weyr. La niebla parecía estar aclarándose, remolineaba con mayor libertad alrededor de Moreta y podía verse el tramo de escalones más próximo, aunque las Cavernas Inferiores no fueron visibles hasta que la Dama del Weyr llegó a la parte central del Cuenco.

Al llegar pudo ver que las Cavernas Inferiores estaban muy concurridas. En realidad, casi todo el Weyr se reunía allí. A juzgar por la confusión de platos y vasos que permanecían sobre las mesas, acababa de concluir una sabrosa comida. Mujeres y weyrlings iban y venían entre los comensales con jarras de klah en las manos, aunque no se veían demasiados odres. Otras cabalgadoras de reina (Lidora, Haura y Kamiana) ocupaban la mesa elevada a un lado del comedor, con los compañeros de weyr sentados junto a ellas.

La presencia de Moreta no pasó desapercibida, y las conversaciones cesaron durante unos instantes. Moreta localizó a T'ral, ocupado en remendar cuero, y cruzó la caverna, saludando y sonriendo a los cabalgadores y demás asistentes. Se tranquilizó cuando empezó a apreciar el talante de los reunidos.

- La correa de Leri precisa reparación, T'ral.

- ¡No podemos perder a Leri! -dijo el cabalgador de i ido. Cogió la correa y pospuso el resto de su trabajo.

- ¿Hemos entendido mal a los tambores? -dijo un jovencísimo cabalgador de pardo en voz repentinamente potente y ronca.

- Depende de la intensidad de tu dolor de cabeza matutino -dijo Moreta, riéndose; y su risa produjo una serie de ecos a las paredes.

- ¿Klah o vino? -preguntó Haura a Moreta cuando ésta subió al tablado.

- Vino -dijo decididamente Moreta. Su elección fue bien acogida por los que estaban cerca.

- Para que no se le doblen las piernas -sugirió alguien.

- Buen baile en Ruatha, ¿eh? -Moreta tomó su vino y contempló las caras que se volvían hacia ella-. ¿Quién no se ha enterado aún del mensaje de los tambores?

- Los que estaban durmiendo se enteraron por Nesso a la hora del desayuno -observó alguien en el centro del recinto. Nesso agitó el cucharón en aquella dirección.

- Entonces todos sabéis lo mismo que yo. Una epidemia se ha desatado en Pern, causada por esa bestia tan rara que los marineros rescataron en la Corriente entre Igen y la isla de Ista. Hay bestias corredoras enfermas, pero el Maestro Capiam dice que los whers vigilantes, los wherries y los dragones no son susceptibles de contraer la enfermedad. El Maestro Capiam aún no ha identificado la enfermedad, pero si es originaria del Continente Meridional, lo más probable es que se la mencione en los Archivos…

- Como a cualquier otra cosa -aseguró un sabelotodo.

- Por lo tanto, encontrar su tratamiento es simple cuestión de tiempo. No obstante -Moreta dio gravedad a su voz- el Maestro Capiam advierte que no debe haber reuniones…

Eso debió decirlo ayer…

- De acuerdo. Aunque tengamos una Caída mañana, no quiero héroes. El dolor de cabeza, acompañado de fiebre, son los síntomas.

- Entonces, ¿K'lon está enfermo de eso?

- Es posible, pero se está recobrando.

Una voz preocupada surgió en la parte este de la caverna.

- ¿Qué nos dices de Berchar?

- Es más que probable que se contagiara de K'lon, pero él y S'gor están incomunicados, como seguramente debéis saber.

- ¿Y Sh'gall?

Un murmullo de inquietud recorrió la caverna.

- Estaba bien hace diez minutos -dijo secamente Moreta-. Mañana combatirá a las Hebras. Como todos nosotros.

- ¿Moreta? -T'nure, el cabalgador del verde Tapeth, se levantó de la mesa para hablar-. ¿Cuánto durará esta situación de cuarentena?

- Hasta que el Maestro Capiam la anule. -Moreta percibió rebeldía en la mirada de T'nure-. ¡El Weyr de Fort obedecerá!

Antes de que concluyera su orden, se oyó el inconfundible berrido de las reinas. Ningún dragón inferior desobedecía a una reina. Moreta agradeció a Orlith el oportuno comentario.

- Bien, dada la indisposición de Berchar, Declan, tú y Maylone compartiréis la responsabilidad del herido. Nesso, tú y tu grupo debéis estar listas para colaborar. S'peren, ¿puedo confiar en tu ayuda?

- En cualquier momento, Dama del Weyr.

- ¿Haura? -La cabalgadora de reina asintió, siempre entusiasta-. Bien, ¿hay otros asuntos que discutir?

- ¿Volará Holth? -preguntó tranquilamente Haura.

- ¡Volará! -fue la perentoria respuesta de Moreta. Nadie disputaría ese derecho a Holth-. Leri, siguiendo su costumbre, hablará con la gente de tierra, a los lomos de Holth y a cierta distancia.

- ¿Moreta? -Era T'ral-. ¿Qué me dices de la gente de tierra? Sé que Nabol y Crom saldrán mañana a combatir, pero… ¿qué sucederá durante la próxima Caída, en Tillek y después en Ruatha, si esta plaga se extiende y nos quedamos sin unidades de tierra?

- Hay tiempo suficiente para preocuparse de eso hasta la próxima Caída -dijo rápidamente Moreta, con una despreocupada sonrisa. ¡Ruatha! ¡Con todos los asistentes a la Fiesta allí, apiñados!-. Los fuertes cumplirán con su obligación del mismo modo que los Weyrs cumplen con la suya.

Un aplauso de aprobación aprobó las palabras de Moreta mientras ésta tomaba asiento, indicando que la discusión había concluido. Nesso subió al estrado con una bandeja de comida.

- Creo que deberías saber -le dijo en voz baja- que lodos los mensajes de los tambores indican a Fortine como remitente en estos momentos.

- ¿No a Capiam?

Nesso movió lentamente la cabeza de un lado a otro.

- No, desde el primer mensaje que se oyó a mediodía.

- ¿Alguien más ha reparado en eso?

Nesso aspiró por la nariz creyéndose ofendida en su dignidad.

- Yo también conozco mis obligaciones, Dama del Weyr.

El dolor de cabeza no sabía adonde irse, pensó Capiam mientras ensayaba otra posición que mitigara el dolor y la fiebre de su cuerpo. El tiempo corría muy despacio: aún faltaba otra hora para que pudiera tomar la cuarta dosis de zumo de fellis. El pulso del Curador era más regular gracias a la aconitina. Con sumo cuidado, Capiam se volvió de lado. Hizo un esfuerzo para relajar los músculos del cuello, dejó que su cabeza se hundiera en la almohada rellena de fibras. Estaba seguro de poder contar todas esas fibras simplemente por la presión que ejercían sobre la sensible piel de su cráneo.

Para aumentar su malestar, la torre de tambores empezó a transmitir un mensaje urgente. ¿A esa hora? ¿Estaban tocando los tambores siguiendo un programa constante, de veinticuatro horas? ¿Cuándo iba a poder dormir? Capiam se dio cuenta de que el mensaje iba dirigido al Weyr de Telgar, pero sólo eso pudo captar dado su bajo límite de concentración.

¿Sólo faltaba una hora para otra toma de zumo de fellis? Su obligación para con Pern era comportarse racionalmente mientras la enfermedad seguía su curso en el resistente organismo que él poseía. A veces cumplir una obligación era una tarea muy difícil.

Capiam suspiró de nuevo, ansiando que cesara el horrible dolor de cabeza. Debía haber prestado atención al mensaje de Telgar. ¿Cómo sino iba a saber lo que ocurría en Pern? ¿La forma en que estaba desarrollándose la enfermedad? ¿La línea que debía seguir su pensamiento?