EPÍLOGO

La primavera había llegado al Norte de Pern y al Fuerte de Ruatha. Una vez hubieron sido reparados los daños del invierno, y sembradas las primeras cosechas, se desarrolló una gran actividad en el Fuerte, dirigida a dejar aquel viejo lugar en la mejor condición posible, aquella mañana de primavera en que las ecuaciones de Wansor dijeron que no caerían Hebras en ninguna parte, salvo muy lejos, hacia el Oeste, sobre el mar.

Las murallas de Ruatha fueron limpiadas, y el pavimento, brillantemente pulido. Se colgaron banderolas de todas las ventanas sin postigos, y las flores cubrieron todos los rincones de los patios y de la Sala. Las enredaderas del Meridional habían sido entretejidas la noche anterior para adornar las alturas de fuego. Las anchas praderas de más abajo del Fuerte quedaron cubiertas de tiendas para los invitados, y se establecieron cercas para las bestias de carreras.

Los dragones empezaron a llegar, saludados por el viejo dragón vigilante pardo, Wilth, que a buen seguro acabaría afónico de tanto bramar bienvenidas antes de que empezaran las ceremonias.

Los lagartos de fuego alborotaban por todas partes, y hubo que llamarlos al orden por parte de los dragones y sus amigos. Pero el ambiente estaba tan distendido y jubiloso, que las travesuras y las bromas, de humanos o de criaturas, eran toleradas amigablemente.

Para proveer a tantos invitados, medio Pern, de Norte a Sur, se había presentado, y el Fuerte y Weyr de Fort, así como Benden, habían unido su personal de cocinas al de Ruatha. Toric se había visto obligado a enviar algunos dragones al Meridional, a buscar fruta fresca, pescado y wherries, cuya carne era apreciada por su blandura y buen gusto, tan distinto de las del Norte. Los grandes asadores y fosos de hervir habían estado funcionando desde la noche anterior, y los aromas que desprendían hacían la boca agua.

La noche anterior habían habido fiestas, danzas y cantos hasta la madrugada, para los comerciantes que habían llegado, sin que nadie se percatara de lo especial de la ocasión. Ahora, seguía llegando más gente por los caminos, o descendiendo de los cielos, a medida que se acercaba la hora de la ceremoniosa confirmación del joven Señor del Fuerte de Ruatha.

El Arpista viene, le dijo Ruth a Jaxom y a Sharra, mientras abría de un empujón las puertas de su weyr y salía al patio.

Jaxom y Sharra, en la Sala principal de su vivienda, oyeron los alegres vítores de bienvenida, como si no le hubieran dado las buenas noches al Arpista a primera hora de la mañana.

Lioth dice que esperes aquí. El Arpista y N’ton quieren hablarte a solas.

Jaxom se volvió a Sharra, sorprendido.

—Oh, no puede ser nada malo, Jaxom —dijo ella, sonriendo—. El Maestro Robinton nos lo hubiera dicho anoche. Y yo sigo pensando que llevas la túnica demasiado apretada sobre el pecho.

—Toda la primavera cavando el Prado de la Nave, amor mío, —dijo Jaxom, inhalando el aire de modo que su túnica quedó aún más apretada.

—¡Si la rompes, la tendrás que llevar remendada! —Ella sonrió al reñirle, y luego lo besó.

Los besos de Sharra debían ser gozados siempre que fuera posible, por lo que él la apretó contra sí.

—¡Jaxom! No voy a ir llena de arrugas a tu confirmación.

Ramoth y Mnementh han llegado. Ruth se alzó sobre sus patas para bramar un saludo adecuado.

—Uno creería que es él quien va a ser confirmado como Señor del Fuerte —dijo Sharra, cuya hermosa voz estaba rebosante de alegría.

—Ha sido un esfuerzo conjunto —dijo Jaxom, sonriendo La estrechó rápidamente una vez más, aliviado de que la incertidumbre del invierno hubiera cedido paso a la primavera.

Nunca había estado tan ocupado como ahora: administrando el Fuerte y sondeando en las profundidades de los misterios ancestrales de la Meseta y del Prado de la Nave, cada vez que podía disponer de algunas horas. Lytol, como Jaxom esperaba, se había interesado enormemente en las excavaciones, pasando cada vez más tiempo con el Arpista en el Fuerte de la Cala. Y ahora que su confirmación era inminente, Jaxom había sido admitido en los consejos secretos de los Señores de los Fuertes, tanto por su alianza con Toric como por su propio rango.

Jaxom dudaba de que Toric siguiera tolerando el conservadurismo que dominaba en las actitudes de algunos Señores de los Fuertes. Larad de Fuerte Telgar, Asgenar de Lemos, Begamon y Sigomel parecían más cerca de la opinión de Toric, y Jaxom prefirió alinearse con ellos más que con Groghe, Sangel y algunos otros de los mayores. Algunos de los Señores, ya viejos, sencillamente no entendían las necesidades del momento, ni la llamada de las vastas tierras del Meridional, con su infinita variedad y desafío.

Las formalidades del día eran motivo y excusa para una reunión de Weyrs, Artesanados y Fuertes, una fiesta celebrando el fin de los fríos meses de la Revolución, una feliz jornada en la que no caerían Hebras en todo Pern.

Lioth aterrizó en el patio de la pequeña cocina, y Ruth retrocedió a su aposento para dejar al gran dragón bronce espacio suficiente. El Arpista se deslizó de su lomo, blandiendo un grueso rollo, y la sonrisa en la cara de N’ton indicó que llevaban noticias de gran importancia.

—Lessa y F’lar deben oír nuestras noticias también —dijo N’ton, cuando, junto con el Arpista, se hubo unido a los jóvenes colonos—. Precisamente ahí. —Y señaló a Lioth las alturas de fuego.

Los dos hombres se quitaron las chaquetas de vuelo, aunque Robinton siguió sujetando el rollo. Observaron con creciente impaciencia mientras, primero el dorado Ramoth, y luego, el bronce Mnementh, descargaron a sus pasajeros y subieron a las alturas de fuego para unirse a Lioth.

—Bien, Arpista. Mnementh dice que revientas por contarnos noticias —dijo F’lar, pasándole a Jaxom sus ropas de volar, mientras Sharra atendía a Lessa.

—Así es, Benden —el Arpista exageró cada sílaba, agitando visiblemente su rollo.

—Bien, ¿qué llevas ahí? —preguntó Lessa.

—¡No es sino la clave de aquel mapa coloreado de la nave! —dijo el Arpista, sonriendo—. Piemur lo transcribió, trabajando con Nicat, porque teníamos la sensación de que tenía algo que ver con la configuración del terreno. Y así es. La roca bajo la tierra, para ser exacto. —Empezó a desenrollar el mapa, mientras Lessa y F’lar le ayudaban a sujetar los extremos—. Estas manchas color pardo oscuro indican una roca muy antigua, en sitios en que nunca han habido terremotos o acción volcánica. No han habido cambios entre este mapa y los nuestros actuales. La Meseta, coloreada aquí de amarillo, tuvo que ser abandonada por la erupción. Ved, aquí y allá, al Sur, y en Tillek, tenemos la misma coloración. Mis queridos amigos, los antepasados llegaron al Norte, a Fort, Ruatha, Benden y Telgar, porque eran tierras más seguras ante la posibilidad de desastres naturales.

—¿Es que las Hebras eran un desastre no natural? —preguntó Lessa con burla en la voz.

—Prefiero tratar mis desastres de uno en uno —dijo F’lar—. ¡Verse atacado desde el suelo y desde el aire ya es demasiado!

—Luego, Nicat y Piemur han deducido también dónde los antepasados encontraron metales, agua negra y piedra negra. Los depósitos están claramente marcados en ambas zonas, Norte y Sur. Ya hemos trabajado muchas de las minas del Septentrional.

—¿Hay más en el Meridional? —preguntó F’lar, demostrando un gran interés—. ¡Enséñamelo!

Robinton señaló media docena de pequeñas señales.

—Todavía no se sabe cuál es la riqueza de los depósitos, pero estoy seguro de que Nicat nos lo dirá pronto. Él y Piemur forman un excelente equipo.

—¿Cuántas minas hay en el Fuerte de Toric? —preguntó F’lar.

N’ton rió entre dientes:

—No más de las que ya ha descubierto y explotado. Hay muchas inexploradas en las tierras de los dragoneros —dijo, dando unos golpecitos en la zona Sudoeste—. ¡Cuando haya terminado esta Pasada, creo que me haré minero!

—Cuando haya terminado esta Pasada… —F’lar se hizo eco de aquellas palabras, y su mirada captó la del Arpista: probablemente ninguno de los dos verían aquel momento.

—Cuando haya terminado esta Pasada —dijo Jaxom ansioso, mientras sus ojos escrutaban a aquel hombre—, la gente podrá empezar a concentrarse también en lo que hemos encontrado en la Meseta y en esas naves. ¡Podemos redescubrir el Meridional! Quizás incluso resolver el misterio de las naves… y el de cómo conseguir que los dragones crucen el vacío sin aire hasta las Hermanas del Alba… —Jaxom miró hacia el Sudeste, hacia las guías ahora ocultas a su vista.

—Y cómo eliminar para siempre la amenaza de las Hebras desde la propia Estrella Roja —dijo Sharra, en un susurro.

F’lar soltó una triste risita, apartando de su frente un rizo de pelo, ahora surcado de cabellos grises, que le caía sobre los ojos.

—Una vez soñé con llegar hasta la Estrella Roja. Es posible que vosotros, la gente joven, lleguéis a lograrlo, una vez hayamos aprendido lo que sabían nuestros antepasados.

—No desprecies tus logros, F’lar —dijo Robinton gravemente—. Has mantenido a Pern libre de Hebras y unido… ¡a pesar del propio Pern!

—Bien, ¡pero de no haber sido por ti —dijo Lessa, mirando a su alrededor, mientras sus ojos brillaban furiosamente por la infravaloración que F’lar hacía de sí mismo— nada de esto hubiera sucedido!

Hizo un gesto, dando a entender que Ruatha no luciría banderas durante una feliz jornada ni estaría segura en el conocimiento de ninguna Hebra enturbiaría aquel acontecimiento en ninguna parte.

—¡SEÑOR JAXOM! —El alarido de Lytol llegó claramente desde una ventana de arriba del Fuerte.

—¿Señor?

—¿Benden? ¿Fort? ¡Los otros Caudillos de los Weyrs y todos los Señores de los Fuertes de Pern Norte y Sur están ya reunidos!

Jaxom agitó la mano, dándose por enterado de la convocatoria. F’lar enrolló el mapa y se lo volvió a entregar a Robinton, con una inclinación de cabeza.

—Más tarde lo examinaré con bastante detenimiento, Robinton.

Jaxom ofreció el brazo a su Señora Sharra, e hizo un gesto a los dragoneros y al Maestro Arpista para que le precedieran.

—Sin lugar a dudas, esta es tu jornada, Señor Jaxom del Fuerte de Ruatha —dijo el Arpista, e hizo una profunda reverencia, alzando el brazo, para indicar que era Jaxom quien debía precederles.

Jaxom y Sharra, sonriendo, salieron al patio, y N’ton y Robinton detrás de ellos. F’lar ofreció su brazo a Lessa, pero ella había vuelto la vista hacia el pequeño patio de la cocina, y no fue difícil para el caballero bronce adivinar sus pensamientos.

—También es éste tu día, Lessa —dijo él, llevándose la mano a los labios—. ¡Un día que tu determinación y valor han hecho posible! —Volvió a tomarla del brazo y dirigió una mirada hacia lo alto.

—¡La Sangre de los de Ruatha poseerá las tierras de Ruatha en este día!

—Lo que demuestra —dijo ella, intentando mostrarse altanera, aunque su cuerpo estaba pegado al de él— que si lo intentas con suficiente fuerza y trabajas el tiempo que sea preciso, puedes conseguir lo que deseas.

—Espero que tengas razón —dijo F’lar, volviendo la vista hacia la Estrella Roja—. ¡Un día, los dragoneros conquistarán esa estrella!

—¡BENDEN! —El rugido del Arpista detuvo aquel momento de triunfo privado.

Sonrientes como niños, Lessa y F’lar atravesaron el patio de la cocina y subieron por las escaleras de la Sala Principal. Los dragones, en las alturas de fuego, se pusieron en pie sobre sus patas, bramando de júbilo por aquel feliz día, mientras que los lagartos de fuego ejecutaron sus habituales acrobacias en el cielo libre de Hebras.