III. MAÑANA EN EL FUERTE DE RUATHA, Y EN EL TALLER DEL MAESTRO HERRERO EN EL FUERTE DE TELGAR, PASADA PRESENTE, 15.5.9

Con una violencia que hizo temblar todas las tazas y platos, Jaxom descargó ambos puños sobre la pesada mesa de madera.

—¡Basta! —dijo, en medio de un silencio sepulcral.

Estaba de pie, con sus anchos y huesudos hombros hacia atrás a consecuencia del impacto que sus brazos habían recibido con los golpes descargados. Y repetía:

—¡Ya basta, ya basta!

No había gritado, y más tarde lo recordó con extraño placer, pero su voz había adquirido profundidad a causa de la furia largo tiempo contenida, y llegó claramente al fondo del Taller. El sirviente que traía otra jarra de klah caliente se detuvo confuso.

—Soy el Señor de este Fuerte —siguió diciendo Jaxom, fijando su mirada en Dorse, su hermano de leche—. Soy el caballero de Ruth. Y Ruth es sin lugar a dudas un dragón. —Jaxom miraba ahora a Brand, el jefe de los sirvientes, que había dejado caer la jarra por efecto de la sorpresa—. Y este dragón, como es habitual —y la mirada de Jaxom se dirigió rápidamente al rostro atónito e inexpresivo de Lytol—, sigue teniendo la misma excelente salud que tuvo desde el momento de su Eclosión. —Jaxom pasó por alto a los cuatro adoptivos, demasiado nuevos en el Fuerte de Ruatha para que empezaran a mofarse de él—. Y así es —dijo directamente a Deelan, su madre de leche, cuyo labio superior se agitaba ante la inquietante conducta de su hijo adoptivo—. Sí; éste es el día en que voy al Taller del Herrero, donde, como todos sabéis, se me servirá con los alimentos y modales que corresponden a mis necesidades y a mi posición. Y por tanto —su mirada recorrió ahora los rostros que estaban alrededor de la mesa—, los temas de la conversación de esta mañana no necesitan ser aireados nuevamente en mi presencia. ¿He sido lo suficientemente claro?

Y, sin esperar respuesta, se alejó del Taller, aliviado de haber hablado por fin, aunque con algún remordimiento por haber perdido el control de sus nervios. Oyó a Lytol que le llamaba por su nombre pero, por una vez, dicha llamada no le obligó a obedecer.

Esta vez no sería Jaxom, aunque joven, Señor del Fuerte de Ruatha, quien se disculparía por su conducta. La enorme acumulación de incidentes parecidos a aquel y que él se había tenido que tragar o hacer como si no le concernieran por muchas razones lógicas, marginaba ahora toda consideración que no fuera poner distancias entre él y su odiosa posición, su tutor excesivamente razonable y concienzudo y aquel desagradable grupo de gente que confundía la intimidad diaria con la licencia sin control.

Ruth, husmeando el disgusto de su caballero, se acercó saliendo del viejo establo que era su weyr en el Fuerte de Ruatha. Las alas, aparentemente frágiles, del dragón blanco estaban semiextendidas mientras apresuraba su paso para prestar a su compañero cualquier clase de asistencia que necesitara.

Dando un suspiro que casi era un sollozo, Jaxom se encaramó a lomos de Ruth y lo azuzó a salir del patio en el preciso momento en que Lytol se presentaba ante las macizas puertas del Fuerte. Jaxom apartó su mirada de él, de modo que más tarde pudiera decir de modo verosímil que no había visto los gestos de despedida de Lytol.

Ruth aleteó fuertemente hacia lo alto, y su masa, más ligera, se lanzó con mayor celeridad que la de los dragones de talla corriente.

—Eres el doble de grande que los otros dragones. ¡El doble! ¡Y eres el mejor en todo! ¡En todo! —Jaxom expresó su pensamiento con tal violencia, que Ruth emitió sones de protesta.

El dragón pardo y brillante que estaba de vigilancia los observó desde las alturas de fuego, y todos los lagartos de fuego del Fuerte se hicieron presentes en torno a Ruth, revoloteando, jaleando y graznando en una agitación llena de ecos.

Ruth se alejó de las alturas de fuego y apuntó hacia el inter, dirigiéndose sin la menor vacilación hacia el lago de alta montaña sobre el Fuerte, sitio que se había convertido ahora en su retiro especial.

El frío penetrante del inter, si bien fue un trayecto corto, calmó la furia de Jaxom. Empezó a temblar, porque sólo llevaba su túnica sin mangas, mientras Ruth se deslizaba descendiendo sin esfuerzo hacia el borde del agua.

—¡Es totalmente, extremadamente injusto! —iba diciendo, mientras se golpeaba con el puño derecho su propio muslo, tan fuerte que Ruth soltó un gruñido al sentir el impacto.

¿Qué te preocupa tanto hoy?, preguntó el dragón, mientras tomaba tierra con suavidad sobre la ribera.

—¡Todo…! ¡No… nada!

¿Quéee? Era lógico que Ruth deseara enterarse, y volvió la cabeza para mirar a su caballero.

Jaxom se deslizó desde aquel lomo blanco de piel suave, rodeó el cuello de su dragón con los brazos, y apretó aquella cabeza cuneiforme contra sí, para darse ánimos.

¿Cómo les dejas que te saquen de tus casillas?, preguntó Ruth, y sus ojos centellearon de afecto y sentimiento por los conflictos de su compañero de weyr.

—Es una buena pregunta —respondió Jaxom al cabo de un momento de reflexión—. Pero la cosa es que ellos saben bien cómo hacerlo… —y sonrió—. Aquí es justamente donde toda esa objetividad de que Robinton habla debería surtir sus efectos… pero no los surte.

El Arpista es honrado por su sabiduría.

La voz de Ruth sonaba insegura, y dicho tono hizo sonreír a Jaxom. Siempre le habían dicho que los dragones no eran seres dotados para entender los conceptos abstractos o las relaciones complejas. Pero con frecuencia, Ruth lo había sorprendido con observaciones que ponían en duda tales teorías, sobre los dragones. Los dragones, y Ruth en particular, según la opinión de Jaxom, podían percibir mucho más de lo que la gente los suponía capaces. Incluso Caudillos del Weyr como F’lar o Lessa, e incluso N’ton, se quedaban cortos en esta apreciación. Y al pensar en el Caudillo del Weyr de Fort, Jaxom recordó que tenía un motivo especial para acudir al Taller del Maestro Herrero aquella mañana. N’ton, que estaría allí para oír a Wansor, era el único caballero que, según creía Jaxom, estaría dispuesto a ayudarle.

—¡Cáscaras! —y Jaxom dio una furiosa patada a una piedra, observando los círculos concéntricos que formaba al chocar contra la superficie del lago, antes de hundirse en sus aguas.

A Robinton le gustaba utilizar la imagen de las ondas concéntricas para dar la idea de una acción que produce múltiples reacciones. Y Jaxom soltó un furioso bufido al preguntarse cuántas ondas de aquellas había ocasionado al precipitarse fuera del Taller. ¿Y por qué justamente esa mañana aquello había sido causa de preocupación para él?

La mañana había empezado como cualquier otra, con los comentarios tan vulgares y trillados de Dorse sobre los lagartos de fuego de tamaño superior al normal, con la usual pregunta de Lytol sobre la salud de Ruth —como si el dragón fuera a perderla durante la noche— y con la historia mil veces repetida de Deelan sobre los visitantes que se morían de hambre en el Taller del Maestro Herrero. A buen seguro que el tono maternal de Deelan había acabado por poner furioso a Jaxom, y sobre todo cuando aquella persona tan amada se dedicaba a acariciarlo una y otra vez en presencia de su celoso hijo, Dorse. Toda la tradicional estupidez a la que dedicaba tanto tiempo, y con la que comenzaba el día, cada día, en el fuerte de Ruatha. Entonces, ¿por qué precisamente hoy aquello había sido motivo para apartarse de allí con un brusco impulso, alejándose del Taller del que, en teoría, era Señor, de gente que, teóricamente, estaba sometida a su control y poder?

Y no había nada que fallara en Ruth. Nada.

No. Estoy bien, dijo Ruth, y añadió en tono lastimero: salvo que no tuve tiempo de bañarme.

Jaxom acarició los suaves pliegues de los párpados del dragón, sonriendo con indulgencia:

—Vaya, siento haberte echado a perder la mañana.

No; si no has sido tú. Voy a nadar en el lago. Aquí se está más tranquilo, dijo Ruth, mientras iba acariciando con el hocico a Jaxom. Y también para ti es mejor que te quedes.

—Así lo espero. —El miedo era una emoción desconocida para Jaxom, y se resentía de la vehemencia de sus sentimientos íntimos y de los que le habían llevado a tal punto de descontrol y furia—. Es mejor que me ponga a nadar. Tenemos que seguir nuestro camino hacia el Taller del Maestro Herrero, ya sabes.

Apenas había extendido Ruth las alas para iniciar el vuelo, cuando una nidada de lagartos de fuego apareció en el aire por encima de él, graznando impetuosamente y difundiendo en voz fuerte sus sensaciones de satisfacción por la inteligencia demostrada al haberle encontrado. Uno le hacía señales de que saliera, y esto fue otro motivo de resentimiento para él. ¿Así que seguían su pista, eh? Tendría que dar órdenes al respecto cuando regresara al Fuerte. ¿Quién se pensaban que era él, un niño de pañales, o quizás un Antiguo?

Dio un suspiro de sentimiento. Por supuesto, estarían preocupados por él, al verle salir violentamente del Fuerte, como lo había hecho aquella vez. Y no era que pudiera irse a otro lado que no fuera el lago. Ni que su vuelo con Ruth pudiera ocasionarle algún daño. Tampoco era posible que él y Ruth se fueran a algún sitio de Pern donde los lagartos de fuego no pudieran encontrarles.

Y ahora, su resentimiento volvía a cobrar fuerza, esta vez contra los necios lagartos de fuego. ¿Por qué, de entre todos los dragones, era justamente Ruth por quien los lagartos de fuego sentían una curiosidad insaciable? Cada vez que se desplazaban a algún punto de Pern, no tardaba en aparecer algún lagarto de fuego de la vecindad, ávido de ver en detalle al dragón blanco. Este detalle solía divertir a Jaxom porque los lagartos de fuego le daban a Ruth las ideas más increíbles sobre cosas que ellos recordaban y Ruth, luego, le pasaba toda esa información a él. Pero hoy, como ocurría con todo, la diversión se había transformado en irritación.

«Analiza. —Lytol era aficionado a darle instrucciones a él—. Piensa objetivamente. No vas a poder mandar sobre otros hasta que no puedas mandar sobre ti mismo, tener una visión más amplia de las cosas y saber mirar hacia adelante.»

Jaxom hizo un par de profundas inspiraciones como Lytol recomendaba hacer, antes de tomar la palabra, para tener tiempo de organizar mentalmente lo que estaba proyectando decir.

Ruth había planeado sobre las aguas azul oscuro del pequeño lago, y los lagartos de fuego habían trazado el perfil de su graciosa figura en vuelo. De repente, plegó sus alas y se sumergió. Jaxom, mirándolo, se estremeció pensando cómo podía Ruth gozar de aquellas aguas tan horriblemente frías, procedentes de los picos cubiertos de nieve de las Altas Extensiones. Durante el calor asfixiante de mediados de verano Jaxom encontraba aquellas aguas refrescantes, pero ¿ahora, cuando apenas había acabado de pasar el invierno? Volvió a estremecerse al pensarlo. Bien, si los dragones no sentían el frío, tres veces más intenso, del inter, una inmersión en el agua helada del lago tampoco les debía importar demasiado.

Ruth salía a la superficie, y las olas chocaban contra la ribera a los pies de Jaxom. Este estaba perezosamente ocupado en despojar una rama de sus gruesos pinchos y lanzarlos uno tras otro a las ondas que iban acercándose. Bien, una onda de reacción a su acceso de aquella mañana había sido el envío de los lagartos de fuego para localizarle.

Otra cosa: la mirada de atónito espanto en el rostro de Dorse. Esto había ocurrido la primera vez que Jaxom se había enfrentado a su hermano de leche. Entonces sólo el pensamiento del disgusto de Lytol ante su pérdida del control había permitido a Jaxom dominarse. Dorse no conocía mejor modo de divertirse que burlándose de la falta de estatura de Ruth, enmascarando sus maliciosas insinuaciones bajo la apariencia de peleas fraternales, y sabiendo perfectamente que Jaxom no se tomaría una revancha sin sufrir una reprimenda de Lytol por haber observado una conducta inconveniente a su rango y condición. Por otra parte, ya hacía mucho que Jaxom había pasado de la edad en que necesitaba los mimos de Deelan, pero una gratitud innata hacia ella por la leche que había sido su alimento tras su nacimiento prematuro le había impedido largo tiempo el pedirle a Lytol que la apartara.

Entonces, ¿por qué todo esto había estallado precisamente hoy?

La cabeza de Ruth emergió del agua, las muchas facetas de sus ojos reflejaban la mañana luminosa y soleada con tonos verdes y azules, claros y brillantes. Los lagartos de fuego, con la piel ennegrecida por la humedad, se lanzaban contra su lomo, rascándole porciones diminutas de suciedad con sus ásperas lenguas y salpicándole con el agua de sus alas.

El verde se giró para golpear su nariz contra uno de los dos azules y pegó al pardo con el ala para que trabajara mejor. A pesar suyo, Jaxom tuvo que soltar una carcajada al verle reprender a los demás. Era el verde de Deelan, tan parecido en sus modos a su madre de leche, que hizo recordar a Jaxom la máxima del Weyr según la cual no hay dragón que sea mejor que quien lo monta.

En este sentido, Lytol no le había hecho un mal servicio a Jaxom. Ruth era el mejor dragón de todo Pern. Si es que Ruth —y ahora Jaxom reconoció la oculta causa de su rebelión— llegaba a ser admitido como tal. Todo el disgusto de la mañana volvió, enturbiando la pequeña dosis de objetividad que había conseguido en la plácida orilla del lago. Ni él, Jaxom, Señor de Ruatha, ni Ruth, el descendiente blanco de la carnada de Ramoth, eran admitidos como lo que realmente eran.

Jaxom era Señor del Fuerte, pero sólo de nombre, pues era Lytol quien lo administraba, tomaba todas las decisiones y hablaba en las reuniones del Consejo de Ruatha. Jaxom todavía debía ser confirmado por los otros Señores de los Fuertes en su dignidad de Señor de Ruatha. Era una simple cuestión formal, pues no existía ningún otro varón en Pern que tuviera Sangre de Ruatha. Además Lessa, la otra persona con pura sangre de Ruatha, había renunciado al derecho de su sangre, a favor de Jaxom, en el momento del nacimiento de éste.

Jaxom sabía que nunca podría ser dragonero porque tenía que ser Señor del Fuerte de Ruatha. Y la única razón de que no fuera realmente Señor del Fuerte era que no podía subir a decirle a Lytol: «Ya tengo edad suficiente para hacerme cargo de la dignidad… ¡Adiós, y gracias!» Además, Lytol había trabajado demasiado duramente y durante bastante tiempo en pro de la prosperidad de Ruatha como para pasar a un segundo puesto ante un joven no experimentado. Lytol sólo vivía para Ruatha. Por ello había perdido mucho: primero, a su propio dragón; luego, a su pequeña familia, ante la codicia de Fax. Ahora, toda su vida estaba centrada en los campos de Ruatha, sus trigos, sus corredores, sus wherries, sus cosechas…

Así pues, en justicia, no le quedaba sino esperar a que Lytol, que gozaba de una vigorosa salud, muriera de muerte natural para poder iniciar él su mandato sobre Ruatha.

Pero Jaxom seguía el curso lógico de sus pensamientos: si Lytol se daba buena maña y hacía que el Fuerte de Ruatha no fuera objeto de disputa, ¿por qué no iban, él y Ruth, a ocupar su tiempo aprendiendo a ser un buen dragón y buen dragonero? Todos los dragones serían necesarios ahora que existía la posibilidad de una Caída de Hebras por sorpresa desde la Estrella Roja. ¿Para qué seguir merodeando por ahí con un lanzallamas, si podía combatir a las Hebras más efectivamente si a Ruth se le permitía mascar pedernal? Que Ruth tuviera la mitad del tamaño de los otros dragones no significaba que no fuera en todos los demás sentidos un auténtico dragón.

Por supuesto que lo soy, dijo Ruth desde el lago.

Jaxom hizo un gesto. Había estado intentando reflexionar en silencio.

Oí tus sentimientos, no tus pensamientos, siguió Ruth sosegadamente. Estás confuso y no eres feliz. Y salió del agua encorvado, para sacudir y secar sus alas, dirigiéndose, medio planeando, medio volando, hacia la orilla. Soy un dragón y tú eres mi caballero. No hay que pensar que alguien pueda cambiar eso. Sé lo que eres. Yo soy lo que soy.

—Pero de nada nos sirve. No nos van a dejar ser lo que somos —se lamentó Jaxom—. Están presionándome para que sea cualquier cosa menos un dragonero.

Eres un dragonero. Y eres también, Ruth dijo esto despacio, como si lo estuviera intentando entender él mismo, eres un Señor del Fuerte. Eres estudiante con el Maestro Herrero y el Arpista. Eres amigo de Menolly, Mirrim, F’lessan y N’ton. Ramoth conoce tu nombre. También Mnementh. Y todos ellos me conocen a mí. Has de ser un montón de gente a la vez, y esto es difícil.

Jaxom miró fijamente a Ruth, que dio una sacudida final a sus alas y las plegó con meticulosidad atravesándolas sobre el lomo.

Estoy limpio y me siento bien, dijo el dragón, como si aquello fuera a resolver todas las dudas personales de Jaxom.

—Ruth, ¿qué iba a hacer sin ti?

No sé… N’ton viene a verte. Había ido a Ruatha. El pequeño pardo que me sigue vio a N’ton.

Jaxom retuvo el aliento, nervioso. Confiaba en Ruth para saber de quién era aquel lagarto de fuego. Él había visto al pardo con alguien en el Fuerte de Ruatha.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

A toda prisa, Jaxom se dispuso a montar sobre Ruth. Tenía una urgencia máxima en ver a N’ton y necesitaba con la misma urgencia conservar su favor. A buen seguro que el Caudillo del Weyr no tendría mucho tiempo libre para charlar.

Es que necesitaba mi baño, se disculpó Ruth. Llegaremos a tiempo.

Apenas Jaxom se hubo situado sobre su lomo, Ruth se alzó del suelo.

No vamos a hacer esperar a N’ton. Y antes de que Jaxom pudiera recordarle a Ruth que no debían ir por el intertiempo, ya estaban en él.

—Ruth, ¿qué pasará si N’ton se da cuenta de que hemos llegado ahora? —dijo Jaxom, hablando entre dientes mientras salían del inter y entraban en el ardoroso sol de media mañana de Telgar, volando sobre el Taller del Maestro Herrero.

No preguntará.

Jaxom hubiera querido que Ruth no se mostrara tan seguro. Pero si era así, el dragón blanco no tendría por qué sufrir las reprimendas de N’ton. ¡Aplazar la entrevista era terriblemente peligroso!

Yo siempre sé adonde voy, siguió Ruth, imperturbable. Es algo que pocos dragones pueden decir.

Llegaron a la circunferencia de aterrizaje situada sobre el complejo del Taller del Maestro Herrero antes de que Lioth, el gran bronce de N’ton, irrumpiera por los aires, por encima de ellos dos.

—Nunca sabré cómo logras calcular el tiempo con tanta exactitud —iba diciendo Jaxom.

Bah, contestó Ruth quitándole importancia, oí cuando el pardo volvía a N’ton y no hice sino llegar a su vez.

Jaxom sabía que los dragones no saben reír, pero la reacción de Ruth esta vez fue algo tan parecido a la risa que la diferencia era prácticamente nula.

Lioth pasó lo suficientemente cerca de Jaxom y Ruth como para que el joven Señor viera en la expresión del rostro del caballero bronce, una sonrisa de contento. Jaxom creyó que Ruth había dicho que N’ton había estado primero en Ruatha. Luego se dio cuenta de que N’ton había levantado la mano y que llevaba algo que sólo podía ser la chaqueta de montar de Jaxom.

A medida que iban descendiendo en círculos, Jaxom vio que no eran los primeros en llegar. Contó hasta cinco dragones, incluyendo el bronce Golanth, de F’lessan, y el verde Path, de Mirrim, que les hizo una señal de saludo.

Ruth aterrizó suavemente sobre la pradera, delante del Taller del Maestro Herrero. Lioth lo hizo un momento después. Y cuando N’ton se deslizó del lomo del bronce, su lagarto de fuego pardo, Tris, hizo su aparición colocándose impertinentemente sobre el punto más alto del cuerpo de Ruth, graznando con aires de suficiencia.

—Deelan dijo que habíais salido de viaje sin esto —comentó N’ton, tirándole la chaqueta a Jaxom—. Bueno, supongo que no te resientes del frío del modo como lo hacen mis viejos huesos. ¿O es que practicas técnicas de supervivencia?

—¡Ah, N’ton, vamos! ¿Tú también…?

—¿Qué significa «tú también», joven?

—Ya sabes…

—No, no sé nada. —La mirada de N’ton se hizo más insistente—. ¿O es que la charlatanería de Deelan esta mañana significaba algo?

—¿No viste a Lytol?

—No. No hice más que preguntar a la primera persona que vi en el Fuerte dónde estabas. Deelan estaba acongojada porque te habías ido de viaje sin tu chaqueta. —Y N’ton, burlonamente, hacía descender su labio inferior imitando los pucheros de Deelan—. No soporto a las mujeres que lloran —al menos a mujeres de esa edad—, así que agarré la chaqueta, juré por el Huevo de mi dragón que te la embutiría por fuerza en el cuerpo, envié a Tris a buscar a Ruth, y aquí estamos. Dime ¿ha ocurrido algo imprevisto esta mañana? Ruth tiene buen aspecto.

Azorado, Jaxom apartó la vista de la inquisidora mirada que le dirigía el Caudillo del Weyr de Fort concediéndose a sí mismo algo más del tiempo necesario para embutirse la chaqueta.

—Les dije la verdad a todos los del Fuerte esta misma mañana.

—Ya le advertí a Lytol que esto no podía durar.

—¿Qué?

—¿Cuál fue la gota de agua que colmó el vaso? ¿La cháchara de Deelan?

—¡Ruth es un dragón!

—Por supuesto que lo es —N’ton contestó con tal énfasis que Lioth volvió la cabeza para escuchar—. ¿Quién dice lo contrario?

—Ellos. En Ruatha. ¡En todas partes!… Dicen que no es mas que un lagarto de fuego de tamaño mayor que el normal. Y tú sabes que lo han dicho.

Lioth soltó un silbido. Tris retiró un ala, asustado. Pero Ruth gorjeaba complacido y los otros callaban.

—Ya sé que se ha dicho —contestó N’ton, asiendo a Jaxom por los hombros—, pero no hay un sólo dragonero que yo conozca que no haya enmendado la plana al charlatán… incluso terminantemente en alguna ocasión.

—Si lo consideras un dragón, ¿por qué no puede actuar como tal?

—¡Ya lo hace! —y N’ton miró con atención a Ruth, como si la criatura, de algún modo, hubiera cambiado en los últimos momentos.

—Quiero decir, como todos los dragones de combate.

—¡Ah! —N’ton hizo una mueca—. Con que eso es… Mira, muchacho…

—¿Es Lytol, no? Él ha sido quien te ha dicho que no me dejes luchar contra las Hebras montado en Ruth. Y por eso no me dejas que enseñe a Ruth a mascar pedernal.

—No es eso, Jaxom.

—Entonces, ¿qué es? No hay sitio en Pern donde no podamos ir en un vuelo, directamente. Ruth es pequeño, pero más rápido que otros, gira con más rapidez en pleno vuelo, es menor la masa que tiene que desplazar…

—No es cuestión de habilidad, Jaxom —dijo N’ton, levantando algo la voz para que Jaxom pudiera oír bien lo que tenía que decirle—, se trata de qué es lo prudente.

—Más excusas.

—¡No! —La decidida negativa de N’ton cortó de raíz el rencor de Jaxom—. Volar con un dragón de combate durante la Caída de las Hebras es mortalmente peligroso, muchacho. No discuto tu valor, pero, desgraciadamente, por muy audaz que seas, por muy rápido y astuto que sea Ruth, serías un estorbo para un dragón de combate. No tienes la preparación, la disciplina…

—Si no es más que el entrenamiento…

N’ton cogió con fuerza a Jaxom por los hombros, para acabar con sus objeciones.

—No lo es. —N’ton aspiró profundamente—. Ya te dije que no se trata de las cualidades de Ruth o de las tuyas, sino sólo de lo que es aconsejable. Y Pern no se puede permitir perder a ninguno de los dos, ni a ti, joven Señor de Ruatha, ni a Ruth, que es único.

—¡Pero si no soy Señor de Ruatha! ¡Todavía no! Lytol lo es. Es él quien toma todas las decisiones… Y yo sólo escucho y bajo la cabeza como un wherry castigado por los rayos solares. —Y aquí Jaxom dejó de insistir en el tema, dándose cuenta de que estaba mezclando en sus palabras una crítica a Lytol—. Quiero decir que ya me doy cuenta de que Lytol ha de arreglarse solo hasta que los Señores de los Fuertes me confirmen… y que yo, en realidad, no deseo que Lytol se vaya del Fuerte de Ruatha. Pero eso no ocurriría si yo fuera un dragonero. ¿Lo ves? —Pero cuando Jaxom vio la expresión de los ojos de N’ton, los hombros le bajaron en señal de derrota—. Lo ves, pero la respuesta sigue siendo no. Esto no haría sino traer complicaciones de otra clase, ¿no? Así que no me quedará más remedio que resignarme más tiempo, en espera de que algo pase mientras tanto. No soy ni dueño de mi cargo de Señor auténtico, ni tampoco un auténtico dragonero… nada real, exceptuando un problema para todos. ¡Un problema real para todos!

No para mí, dijo Ruth claramente y, para acentuar sus palabras, acarició a su jinete con el morro.

—No es que seas un problema, Jaxom, pero tienes uno a cuestas. —Las palabras de N’ton estaban llenas de serena simpatía—. Si fuera cosa mía, yo diría que para ti sería todo un mundo de felicidad lanzarte a volar y enseñar a Ruth a mascar pedernal. No habría otro Señor que pudiera competir contigo en conocimientos de primera clase.

Por un momento, Jaxom tuvo la esperanzadora impresión de que N’ton le estaba ofreciendo la oportunidad que tanto deseaba.

—He dicho que eso sería si yo pudiera tomar la decisión, Jaxom, pero ni es, ni puede ser así —N’ton hizo una pausa antes de seguir—. Pero… —y sus ojos buscaban la expresión de la cara de Jaxom— pero… esta cuestión es mejor que sea sometida a debate. Tienes edad suficiente para que te confirmen como Señor del Fuerte o bien para que te dediques a algo igualmente constructivo. Tengo intención de hablar con Lytol y F’lar, en apoyo tuyo.

—Lytol dirá que soy Señor del Fuerte, y F’lar dirá que Ruth no tiene suficiente envergadura para combatir.

—Y yo no diré nada si veo que actúas como un niño sin conocimiento…

Un bramido sobre sus cabezas interrumpió la conversación. Otros dos dragones estaban trazando círculos sobre ellos, para indicar que querían tomar tierra. N’ton les hizo señales de asentimiento y luego él y Jaxom se dirigieron hacia el Taller del Maestro Herrero. Cuando ya estaban a punto de entrar, N’ton le retuvo.

—No lo olvidaré, Jaxom; sólo que… —N’ton sonrió maliciosamente—… sólo que, por amor del Primer Huevo, no dejes que nadie te pesque dándole pedernal a Ruth. ¡Y ten todo el cuidado del mundo cuando vayas!

Sumido en un estado de suave sobresalto, Jaxom fijó sus ojos en N’ton, mientras el Caudillo del Weyr saludaba a un amigo dentro del edificio. N’ton había entendido. Y la depresión de Jaxom cedió al instante.

Mientras cruzaba el umbral del Taller del Maestro Herrero vaciló, adaptando sus ojos a la oscuridad interior tras el brillante sol de aquella mañana de primavera. Absorto con sus propios problemas, había olvidado la importancia de la sesión que se iba a celebrar. El Maestro Arpista Robinton estaba sentado en la larga mesa de trabajo, despejada, para la ocasión, del montón de objetos desordenados que había usualmente sobre ella. F’lar, el Caudillo del Weyr de Benden, estaba a su lado.

Jaxom reconoció entre los presentes a otros tres Caudillos y al nuevo Maestro Ganadero Briaret. Más de la mitad de los presentes eran caballeros bronces, Señores de los Fuertes, jefes de herrerías y arpistas, a juzgar por el color de las túnicas, llevadas por hombres que él no reconoció en el primer momento.

Alguien estaba llamándole por su nombre en un susurro apremiante y áspero. Mirando a su izquierda, Jaxom vio que F’lessan y los otros estudiantes regulares se habían reunido cerca de la ventana más apartada, y que las muchachas estaban encaramadas en sus taburetes.

—Medio Pern está aquí —observó F’lessan, mientras se apretaba contra la pared trasera, para que pasara Jaxom.

Este hizo una inclinación de cabeza hacia los otros, que parecían mucho más interesados en observar a los que iban llegando.

—¿No te imaginabas que habría tanta gente interesada en las estrellas y los números de Wansor? —le decía en voz baja Jaxom a F’lessan.

—¿Qué? ¿Perder una oportunidad de cabalgar un lomo de dragón? —preguntó F’lessan con natural ingenuidad—. Yo mismo traje a cuatro de ellos.

—Ha habido un montón de gente que ha ayudado a Wansor a cotejar el material —aclaró Benelek con su habitual tono didáctico—. Y naturalmente quieren saber qué uso se ha hecho de su tiempo y de su esfuerzo.

—Seguramente no han venido por la comida —dijo F’lessan con una risita disimulada.

Jaxom se preguntaba: «¿Cómo es que ahora la observación de F’lessan no me molesta?»

—Tonterías, F’lessan —observó Benelek, que era demasiado formalista para darse cuenta de cuando alguien hacía un chiste—. La comida es muy buena aquí. Y tú comes bastante.

—Soy como Fandarel —dijo F’lessan—. Hago un uso eficiente de lo que es comestible. ¡Zas! Aquí le tenemos. —El joven caballero bronce hizo un gesto de asco—: ¿Es que nadie ha podido lograr que se cambiara de ropa?

—Como si la ropa tuviera importancia, para un hombre como Wansor —replicó Benelek en un tono de voz que desbordaba desprecio hacia F’lessan.

—Hoy y siempre, Wansor debería mostrarse aseado —dijo Jaxom—. Esto es lo que quiere decir F’lessan.

Benelek soltó un gruñido, pero no siguió con el tema. Y entonces F’lessan dio un codazo en las costillas de Jaxom para hacerle notar la reacción de Benelek.

Al cruzar la puerta, Wansor se dio cuenta de que el taller estaba lleno. Se detuvo y miró a su alrededor, primero tímidamente. Luego, al reconocer una de las caras presentes, movió la cabeza y sonrió dudoso. De todos lados le llegaban sonrisas de ánimo y murmullos de saludo, y gestos de que continuara avanzando hacia dentro.

—Bueno, mi, mi… ¿todos por mis estrellas? Mis estrellas, mis, mis… —Esta reacción produjo un murmullo de hilaridad en todo el taller—. Esto es muy agradable. No tenía yo idea… agradabilísimo. Robinton, estás aquí

—¿Dónde si no iba yo a estar? La cara del Maestro Arpista, alargada, tenía la seriedad conveniente, pero a Jaxom le pareció ver que los labios del hombre se plegaban en un esfuerzo por evitar una sonrisa.

Y entonces Robinton guió, casi empujó, a Wansor hacia la plataforma situada al final del taller.

—Vamos, Wansor —dijo Fandarel, en su tono arrastrado.

—Ah, sí; lo siento tanto. No quería hacerte esperar. Ah, además está el Señor Asgenar. Qué amable por su parte haber venido. Y yo me pregunto: ¿N’ton está también aquí?

Wansor trazó un círculo completo. Siendo, como era, miope, tenía que mirar muy de cerca las caras de los presentes, en su deseo de localizar a N’ton.

—En verdad, tendría que estar aquí…

—Aquí me tienes, Wansor. —N’ton alzó el brazo para ser reconocido.

—Aaah —y la preocupación se borró de la redonda faz del «Herrero de Estrellas», como Menolly le había apodado, descaradamente pero con acierto—. Mi estimado N’ton, ven arriba. Has trabajado demasiado, vigilando y mirando en las horas más terribles de la noche… Ven, tienes que…

—¡Wansor! —Fandarel se alzó a medias para lanzar su rugido de mando—. No puedes ponerlos a todos arriba y que lo vigilen todo. Precisamente están aquí para ver qué objeto tenía su vigilancia. Ahora levántate de ahí y sigue adelante. Estás perdiendo el tiempo. Es pura ineficiencia.

Wansor iba murmurando protestas y disculpas a medida que avanzaba hacia la plataforma, situada a poca distancia. En verdad que, según observó Jaxom, parecía haber estado durmiendo metido en aquellas ropas. Probablemente no se había mudado desde la última Caída de las Hebras, a juzgar por la profundidad de las arrugas que se veían en la espalda de su túnica.

Pero no había nada improvisado en las cartas de posición astral que Wansor iba clavando ahora en la pared. ¿De dónde sacaría Wansor aquel color rojizo brillante con que marcaba la Estrella Roja, un color que casi traspasaba el papel? En su exposición oral no había habido nada vacilante. Por respeto y consideración hacia Wansor, Jaxom intentó prestar la mayor atención, pero lo que escuchaba lo había oído ya anteriormente y su atención volvió inexorablemente al cañonazo de despedida de N’ton: «¡Que nadie te sorprenda dándole pedernal a Ruth!»

Como si él fuera tan loco. Y al llegar a este punto, Jaxom vaciló. Aunque conocía en teoría los porqués y los comos de enseñar a un dragón a mascar pedernal, también había aprendido en sus clases que entre la teoría y la práctica podía ocurrir cualquier cosa. ¿Sería posible contar con la ayuda de F’lessan?

Miró hacia su amigo de la infancia, que había Impresionado un bronce dos Revoluciones antes. En su ingenuidad, Jaxom no tenía a F’lessan más que por un muchacho y por supuesto no le suponía la suficiente seriedad en lo tocante a sus responsabilidades de caballero bronce. Estaba agradecido de que F’lessan no le hubiera contado a nadie que Jaxom había tocado realmente el huevo de Ruth cuando estaba aún en la Sala de Eclosión. Por supuesto, esto hubiera sido una seria ofensa contra el Weyr. Era difícil que F’lessan considerara que enseñar a un dragón a mascar pedernal fuera algo que mereciera atención.

¿Y Mirrim? Jaxom dirigió su mirada hacia la muchacha. El sol de la mañana se reflejaba en su cabello castaño, desprendiendo resplandores dorados que no había percibido anteriormente. Y ella estaba embebida en las palabras de Wansor y no tenía oídos sino para ellas. Probablemente le daría a Jaxom argumentos en pro de evitar crear nuevos problemas al Weyr, y luego pondría a uno de sus lagartos de fuego tras él para estar segura de que no se incendiaría a sí mismo.

Jaxom estaba íntimamente convencido de que T’ran, el otro caballero bronce del Weyr de Ista, creía que Ruth era esencialmente un lagarto de fuego mayor de lo normal. No cabía esperar que su ayuda fuera mayor que la de F’lessan.

Benelek tampoco contaba. Ignoraba a los dragones y a los lagartos de fuego tanto como ellos a él. Se podría dar a Benelek un diagrama o una máquina, o incluso las piezas sueltas de una máquina encontrada en los viejos fuertes y weyrs, y pasaría días enteros intentando encontrar una explicación de lo que pudo ser o hacer. Generalmente, era capaz de hacer trabajar a una máquina, incluso si tenía que desmontarla totalmente para averiguar porque no funcionaba. Benelek y Fandarel se entendían perfectamente.

¿Y Menolly? Menolly era la persona indicada, si es que necesitaba a alguien, a pesar de su predilección por dar a todo lo que oía un sentido musical, manía que a veces era motivo de auténtico perjuicio. Pero tenía un talento que hacía de ella una excelente Arpista; de hecho, era la primera muchacha, que se recordara, que había llegado a serlo. Dejó reposar largamente la mirada sobre ella. Sus labios estaban vibrando ligeramente, y se preguntó si ella estaría ya poniendo música a las estrellas de Wansor.

—Las estrellas nos marcan el tiempo en cada Revolución y nos ayudan a distinguir una de otra —iba diciendo Wansor. Jaxom hubo de hacer un esfuerzo para dirigir de nuevo su atención hacia el que hablaba—. Fueron ellas quienes guiaron a Lessa en su valeroso viaje de vuelta a través del tiempo para traer a los Antiguos. —Wansor se aclaró la garganta al hacer esta alusión un tanto desafortunada a las dos facciones de dragoneros—. Y serán las estrellas quienes se constituyan en nuestras constantes guías en Revoluciones futuras. Tierras, mares, pueblos y lugares pueden cambiar, pero las estrellas están ya fijas en sus trayectorias y en ellas han de continuar.

Al oírle, Jaxom fue recordando ciertas conversaciones sobre una posible alteración del curso de la Estrella Roja con el objeto de alejarla de Pern. ¿Es que Wansor acababa de probar que esto era imposible?

Wansor siguió insistiendo en que una vez conocida la órbita básica y la velocidad de una estrella dada, era posible conocer su posición en los cielos, siempre que se calculara también el efecto de sus vecinas más próximas en cada momento.

—Así, nosotros no albergamos ninguna duda de que es posible predecir meticulosamente la Caída de las Hebras, según la posición de la Estrella Roja cuando está en conjunción con nuestras otras vecinas de los cielos.

A Jaxom le divertía observar que, cada vez que Wansor hacía una exposición básica, decía «nosotros», pero cuando hablaba para anunciar un descubrimiento, decía «yo».

—Creemos que tan pronto como esta estrella azul se vea liberada de la influencia de la amarilla en nuestro cielo de primavera y salte hacia el Alto Este, la Caída de las Hebras volverá a cumplir la regla que observó F’lar en tiempos pasados.

—Con esta ecuación —Wansor fue trazando a toda prisa las cifras en la pizarra, con lo que Jaxom volvió a darse cuenta de que, para ser una persona descuidada, sus anotaciones eran convencionalmente precisas—, podemos calcular conjunciones posteriores que afectarán a la Caída de las Hebras durante esta Pasada. De hecho, ahora podemos señalar la situación de diversas estrellas en el pasado y la que tendrán en cualquier momento del futuro.

Iba escribiendo ecuaciones a un ritmo furioso y explicando qué estrellas estaban afectadas y por qué ecuaciones. Luego se volvió; su cara redonda se había estabilizado en una expresión muy grave y seria.

—Nos es posible incluso predecir, basándonos en nuestros conocimientos, el momento exacto en que empezará la próxima Pasada. Por supuesto que esto se producirá dentro de tantas Revoluciones, que a ninguno de nosotros le causa hoy preocupación. Pero creo que es tranquilizador saberlo, a pesar de todo.

Risitas aisladas le hicieron parpadear y sonreír vacilantemente, como si se diera cuenta de haber dicho algo que sonara divertido.

—Además, hemos de asegurarnos de que nadie olvide, durante el largo Intervalo, esta época —dijo el Maestro Herrero Fandarel, con su voz de bajo que resultaba chocante a los presentes, aún habituados a la voz de tenor ligero de Wansor—. De esto es de lo que se trata en esta reunión, ya lo sabéis —añadió Fandarel, dirigiéndose a los reunidos.

Algunas Revoluciones antes, cuando la expectativa de vida de Ruth era corta, Jaxom había concebido una teoría particular, egocéntrica, según la cual las sesiones del Taller del Maestro Herrero habían sido iniciadas para darle a él un interés alternativo por la vida, para el caso de que Ruth muriera. La reunión ponía en evidencia la falsedad de tal teoría y Jaxom dio un bufido recordando aquel egocéntrico capricho.

Cuanta más gente en cada Fuerte y en los Weyrs supiera qué se hacía en cada uno de los Talleres por los Maestros Artesanos y los técnicos, menor sería la posibilidad de que los ambiciosos planes de preservar todo Pern de los ataques de las Hebras volvieran a malograrse.

Jaxom, F’lessan, Benelek, Mirrim, Menolly, T’ran, Piemur, varios posibles sucesores de los Señores de los Fuertes y los artesanos jóvenes más aventajados, formaban el núcleo de los habituales alumnos en los Talleres del Herrero y del Arpista. Cada alumno aprendía a conocer las otras artesanías.

«La comunicación es esencial.» Este era uno de los lemas de Robinton. Siempre estaba diciendo: «Intercambiad información, aprended a conversar con tacto sobre cualquier tema, aprended a expresar vuestros pensamientos, aceptad los nuevos, examinadlos, analizadlos. Pensad objetivamente, pensad en el futuro.»

Jaxom dejó que su mirada recorriera la estancia, preguntándose cuántos de los reunidos podían aceptar todas las explicaciones de Wansor. Era cierto que, aun siendo tantos, muchos habían observado las estrellas cuando seguían y volvían a seguir sus pautas, noche tras noche, estación tras estación, hasta que aquellas majestuosas reglas habían podido ser reducidas a los esclarecedores diagramas y cifras de Wansor.

Pero lo malo era que todo el mundo estaba ahora en aquella estancia porque deseaba escuchar ideas nuevas y aceptar nuevos pensamientos. Aquellos que necesitaban ser influidos eran los que no habían escuchado… por ejemplo, los Antiguos, ahora exiliados en el Continente Meridional.

Jaxom supuso que alguna clase de vigilancia discreta se habría mantenido sobre los acontecimientos de allí. N’ton había hecho, en cierta ocasión, una referencia indirecta al Fuerte Meridional. Los estudiantes tenían un mapa muy detallado de la tierra circundante al Fuerte y de algunas de las áreas cercanas, que indicaba que el Continente Meridional se extendía mucho más hacia los mares del sur de lo que nadie había supuesto cinco Revoluciones antes.

Durante una de sus conversaciones con Lytol, Robinton había dejado deslizar algo que hizo que Jaxom creyera que el Maestro Arpista había estado recientemente en las tierras del Sur. A Jaxom le divertía hacerse la pregunta de cuánto sabrían los Antiguos acerca de lo ocurrido en el continente. Habían tenido lugar algunos cambios obvios, como tendrían que admitir incluso los de mente más cerril, puesto que los tendrían a la vista. ¿Qué sabrían de las extensiones crecientes de bosques, causa de las protestas de los Antiguos, extensiones ahora protegidas por los gusanos horadadores que los granjeros habían intentado exterminar, pensando equivocadamente que eran su ruina, en lugar de verlos como un vehículo de prosperidad y de protección?

La atención de Jaxom se vio reclamada por el patear de pies y el batir de palmas. Se apresuró a añadir las suyas al aplauso general, preguntándose si se habría perdido algo realmente importante durante sus reflexiones. Ya se lo preguntaría a Menolly, más tarde. Ella sí que lo recordaría todo.

La ovación continuó lo suficiente para hacer que Wansor se sonrojara con complacido embarazo, hasta que Fandarel se levantó extendiendo sus brazos para pedir silencio.

Pero apenas Fandarel había abierto la boca para hablar, cuando uno de los observadores del Fuerte de Ista se empinó para pedir a Wansor que aclarara una anomalía concerniente a la posición del trío de estrellas conocido como Hermanas del Día. Pero antes de que Wansor pudiera responder, alguien más informó a aquel hombre de que no existía anomalía alguna, y así empezó una sutil argumentación.

—Sería maravilloso poder emplear las ecuaciones de Wansor para avanzar en el tiempo con seguridad —dijo F’lessan, como si meditara en voz alta.

—¡Aguafiestas! ¡No puedes ir hacia un tiempo que no ha sido! —respondió tajante Mirrim, que se adelantó así a la reacción de los demás—. ¿Cómo sabrías lo que pasa allí? ¡Acabarías en una roca, o entre la muchedumbre, o rodeado de Hebras! Ya es bastante peligroso retroceder en el tiempo, y al menos puedes controlar lo que ha ocurrido o quién estuvo allí. Incluso en tal caso, podrías provocar y provocarías grandes embrollos. ¡Olvídalo, F’lessan!

—Seguir adelante podría proporcionar consecuencias ilógicas —observó Benelek en su estilo sentencioso.

—Sería gracioso —dijo F’lessan—. Algo así como conocer lo que proyectan los Antiguos. F’lar está seguro de que van a hacer algo. Han estado demasiado callados allá abajo.

—Cierra el pico, F’lessan. Eso es asunto del Weyr —dijo Mirrim, con voz cortante, mirando con nerviosismo a su alrededor por temor de que algunos de los adultos hubieran oído por casualidad su indiscreta observación.

—¡Comunicaos! ¡Compartid vuestros pensamientos! —declamó F’lessan, volviendo al viejo lema de Robinton.

—Pero… hay una diferencia entre la comunicación y la cháchara —dijo Jaxom.

F’lessan dedicó a su amigo de la infancia una mirada cuidadosa.

—Ya sabes que yo solía pensar que esta idea de colegial era buena. Ahora pienso que no ha hecho sino volvernos a todos unos charlatanes que no hacen nada. ¡Simples pensadores! —Y diciendo esto, entornó sus ojos, expresando su disgusto—. Hablamos y lo pensamos todo hasta la muerte. Pero nunca actuamos. Al menos, yo tengo que actuar primero y pensar luego cuando lucho contra las Hebras. —Dio una vuelta sobre sus talones y entonces anunció, radiante—: Ea, por ahí viene la comida. —Y empezó a avanzar a través de la muchedumbre hacia las puertas, donde unas bandejas pesadamente cargadas se iban pasando de uno a otro, hacia la mesa central.

Jaxom sabía que las observaciones de F’lessan habían sido bastante generales, pero el joven Señor sentía agudamente el impacto de la mofa alusiva a la lucha contra las Hebras.

—¡Ese F’lessan! —decía Menolly a su oído—. Lo que quiere es que la gloria siga siendo cosa de sangre. Un poco de fanfarroneo… —Y sus ojos azul marino brillaron de risa cuando añadió—: ¡Y espera que le coja el hilo! —Luego dio un suspiro—. Pero lo malo es que no da la talla. Es de esos tipos que no piensan más allá de sí mismos. Pero tiene buen corazón. ¡Vamos! Es mejor que echemos una mano en lo de la comida.

—¡Actuemos! —El chiste de Jaxom recibió de Menolly una sonrisa de apreciación.

Había aspectos positivos en ambos puntos de vista. Así lo decidió Jaxom, mientras aliviaba a una mujer sobrecargada con una bandeja de humeantes rollos de carne; pero volvería a pensar sobre el tema más adelante.

La cocina del Maestro Herrero estaba preparada para atender a una reunión numerosa y además de los suculentos rollos de carne había bolas de pescado, pan cortado y los buenos quesos de la Alta Cordillera; y dos enormes ollas llenas de klah.

Mientras distribuía la comida a su alrededor, Jaxom se iba dando cuenta de que había otra cosa que le había molestado. Los restantes Señores de los Fuertes y Maestros Artesanos eran todos cordiales, preguntaban cortésmente por Ruth y Lytol. Todos ellos parecían muy bien dispuestos a intercambiar bromas con él, pero no a discutir las teorías de Wansor. Jaxom pensaba, algo cínicamente, que quizá era debido a que no habían entendido lo que Wansor había dicho y les daba vergüenza dar muestras de tal ignorancia ante la gente más joven. Jaxom suspiró. ¿Llegaría el día en que él mismo tuviera edad suficiente para considerar las cosas en términos similares?

—Eh, Jaxom deja esto —F’lessan lo cogió por la manga—. Tengo algo que enseñarte.

Creyendo haber cumplido con su obligación, Jaxom empujó su bandeja sobre la mesa y siguió a su joven amigo al exterior. F’lessan siguió su marcha, sonriendo como un bobo, y luego giró sobre sus talones para señalar el tejado del Taller del Maestro Herrero.

El Taller era un edificio enorme, con unos tejados muy empinados. Ahora, el tejado ofrecía un panorama lleno de movimiento, vibrando de ruidos. Una verdadera feria de lagartos de fuego se colgaba de las grises molduras, graznando y rugiéndose unos a otros en grave conversación… una parodia perfecta del intento de diálogo que tenía lugar en el interior del edificio. Jaxom se puso a reír.

—Parece imposible que haya tantos lagartos de fuego mirando a la gente de dentro —dijo a Menolly, que acababa de darles alcance—. ¿Es que has adquirido una pareja más de crianza?

Pero ella, con los ojos llenos de lágrimas por un acceso de risa, lo negó.

—No tengo sino los diez, y salen por cuenta propia, a veces días enteros. No creo que pudiera mantener a más de dos, además de Beauty, mi reina. Siempre la llevo conmigo. Ya lo sabes. —Y volvió hacia él un rostro de expresión seria—. Están convirtiéndose en un problema. No mío, porque yo ya procuro que los míos se porten bien, sino de esos otros. —Y señaló hacia el tejado cubierto—. Son unos terribles chismosos. Apostaría a que la mayoría ni miran a la gente de dentro. Lo que les ha atraído son los dragones, y tu Ruth en particular.

—Allí donde vayamos Ruth y yo, siempre se junta esta multitud —dijo Jaxom, un poco amargado.

Menolly miraba hacia el valle donde estaba Ruth, echado en la soleada ribera del río con otros tres dragones y la usual compañía de dos de los lagartos de fuego encargados de atenderle.

—¿Le afecta eso a Ruth?

—No. —La sonrisa de Jaxom era ahora de tolerancia—. Yo incluso diría que le divierte. Le dan compañía cuando tengo que estar separado de él, debido a los asuntos del Fuerte. Dice que tienen toda clase de imágenes fascinantes y diferentes en sus mentes. Y le gusta mirarlas… lo hace muchas veces. Pero en ocasiones, eso le aburre… dice que se los lleven.

—¿Cómo es posible? —Menolly mostró bruscamente sus dudas—. No tienen mucha imaginación, en realidad. Sólo hablan de lo que ven.

—¿O quizá de lo que creen ver?

Menolly se detuvo a pensar en ello.

—Bueno, lo que ven, por lo general, es bastante de fiar. Yo sé de casos… —Pero se calló; pareció perder el hilo.

—No importa —dijo Jaxom—. Sería más duro de mollera que una puerta del Fuerte, si no me diera cuenta de que los Arpistas hacéis que el Sur siga activo. —Y diciendo esto, Jaxom se volvió en redondo para decirle algo a F’lessan, que no se veía por parte alguna.

—Voy a decirte algo, Jaxom —Menolly dejó caer solemnemente sus palabras—: F’lessan tenía razón. Algo está pasando allá abajo en el Sur. Alguno de los míos ha estado muy nervioso. Tengo la visión de un huevo aislado, pero no está en un weyr cerrado. Pensé que quizá mi Beauty había escondido otra nidada. A veces lo hace. Pero luego tuve la impresión de que lo que ella veía ya hacía tiempo que había ocurrido. Y Beauty no tiene más edad que Ruth, así que, ¿cómo pudo recordar algo que sucedió hace más de cinco Revoluciones?

—¿Te refieres a lagartos de fuego con pretensiones de haber encontrado el Primer Huevo? —preguntó Jaxom.

—La verdad, no puedo tomar a risa sus recuerdos. Conocen las cosas más extrañas. ¿Recuerdas que Grall de F’nor no quería ir a la Estrella Roja? Pues por este motivo, todos los lagartos de fuego están aterrorizados de la Estrella.

—¿No lo estamos todos?

—Ellos lo sabían, Jaxom, lo sabían antes de que el resto de Pern tuviera la menor idea.

Instintivamente, los dos se volvieron hacia el Este. Hacia la malevolente Estrella Roja.

—¿O sea? —preguntó Menolly crípticamente.

—¿O sea, qué?

—O sea que los lagartos de fuego tienen memoria.

—Ah, déjalo, Menolly. No puedes pedirme que crea que los lagartos de fuego pueden recordar cosas que los hombres no pueden retener.

—¿Puedes darme otra explicación? —preguntó Menolly agresivamente.

—No, pero eso no significa que no haya alguna. —Jaxom sonrió. Pero en seguida la sonrisa se transformó en alarma—. Dime, ¿qué pasaría si uno de esos seres de allá arriba fuera del Fuerte Meridional?

—No me preocupa. Los lagartos de fuego están fuera, por un lado. Y por el otro, sólo pueden visualizar lo que han entendido. —Y Menolly sonrió, una costumbre en la que Jaxom encontraba una agradable diferencia con respecto a las risitas de las muchachas del Fuerte—. ¿Puedes imaginarte las tonterías que alguien como T’kul podría hacer con las ecuaciones de Wansor? ¿Has visto por los ojos de los lagartos?

Los recuerdos personales que Jaxom tenía del Antiguo Caudillo del Weyr de las Altas Extensiones eran escasos. Pero había oído de labios de Lytol y de N’ton lo suficiente para saber que la mente del hombre estaba cerrada a todo lo nuevo. Claro que casi seis Revoluciones arreglándoselas solo en el Continente Meridional podían haber ampliado sus puntos de vista.

—Mira, no soy yo sola quien se preocupa —siguió diciendo Menolly—. Mirrim también lo hace. Y si alguien hoy día entiende a los lagartos de fuego, es Mirrim.

—Tú tampoco lo haces mal… para ser una simple Arpista.

—Bueno, gracias, mi Señor del Fuerte. —Y ella le hizo un saludo humorístico—. Mira, ¿quieres averiguar qué le están diciendo los lagartos de fuego a Ruth?

—¿No están hablando con el dragón verde de Mirrim? —Jaxom se resistía a tener algo que ver con los lagartos de fuego en aquel momento, fuera de lo absolutamente necesario.

—Los dragones no recuerdan las cosas. Ya lo sabes. Pero Ruth es diferente. Me he dado cuenta…

—Muy diferente…

Menolly había captado la nota amarga en la voz de él.

—¿Qué te ha hecho volver hoy? ¿O es que el Señor Groghe ha venido a ver a Lytol?

—¿El Señor Groghe? ¿Para qué?

Los ojos de Menolly brillaron diabólicamente y le hizo una seña a Jaxom para que se acercara más, como si alguien estuviera lo bastante cerca para oír lo que estaban diciendo.

—Creo que Lord Groghe está fantaseando contigo para esa tercera hija suya del demonio.

Jaxom soltó un gruñido de espanto.

—No te preocupes, Jaxom. Robinton rechazó la idea. No te haría una mala pasada en esto. Por supuesto. —Menolly le miró con el rabillo de sus ojos risueños—. Si tienes a alguien más en perspectiva, ahora es el momento de decirlo.

Jaxom estaba furioso, no con Menolly, sino con las novedades que ella le comunicaba, pero le resultaba difícil separar a las noticias de su portadora.

—La única cosa que ahora no necesito es una esposa.

—¿Eh? ¿Andas cuidándote en este punto?

—¡Menolly!

—No pongas esta cara de espanto. Nosotras las Arpistas entendemos las debilidades de la carne humana. Y eres alto y guapo, Jaxom. Y Lytol es de esperar que te esté enseñando todas las artes…

—¡Menolly!

—¡Jaxom! —Menolly imitaba a la perfección el tono de él—. ¿Es que nunca te dejó Lytol que te divirtieras a tu manera? ¿O es que solamente piensas en ello? Sinceramente, Jaxom —el tono de ella se hizo acre y su expresión manifestó ahora impaciencia—, creo que entre Robinton, aunque le estimo, y Lytol, F’lar, Lessa y Fandarel, te han vuelto un eco pálido de todos ellos. ¿Y dónde queda Jaxom?

Antes de que él pudiera encontrar la respuesta adecuada a aquella impertinencia, Menolly le lanzó una mirada penetrante a través de sus ojos ligeramente cerrados.

—Dicen en verdad que el dragón es como quien lo cabalga. ¡Quizá por eso Ruth es tan diferente! —Y después de hacer aquella observación tan críptica, ella se levantó y regresó con los demás.

Jaxom estaba medio decidido a llamar a Ruth y marcharse si todo lo que iba a conseguir quedándose eran ofensas e indirectas. «¡Como un niño travieso!», la observación de N’ton volvía ahora a su memoria. Suspirando, volvió a tenderse en la hierba. No, no saldría de allí a toda prisa, huyendo de una escena desagradable por segunda vez en aquella mañana. No actuaría de forma inmadura. No daría a Menolly la satisfacción de dejarle entender que sus comentarios provocativos le habían causado la menor preocupación.

Fijó, complacido, la mirada río abajo, donde estaba jugando su querido compañero. ¿Por qué Ruth es diferente? ¿Es el dragón como el cabalgador? A buen seguro que, si Ruth era diferente, él lo sería también. Su nacimiento había sido tan irregular como el de Ruth: él, del cuerpo muerto de su madre, y Ruth, de una cáscara de huevo demasiado dura para ser rota por un pico de mediano tamaño. Ruth era un dragón, pero no nacido en el weyr. Y él era Señor del Fuerte, pero no confirmado todavía en su rango.

Bien, pues entonces, probar lo uno sería probar lo otro, y bienvenida la diferencia.

—«¡Que nadie te atrape dándole pedernal a Ruth!», había dicho N’ton.

¡Pues bien, ese sería su primer objetivo!