V. MAÑANA EN EL TALLER DEL ARPISTA, FUERTE DE FORT. TARDE EN EL WEYR DE BENDEN. ÚLTIMA HORA DE LA TARDE EN EL TALLER DEL ARPISTA, 15.5.26
Antes de que Jaxom pudiera regresar al Fuerte de la Meseta, se produjo otra Caída de Hebras.
Al parecer, tenía más éxito con Corana que en sus esfuerzos por hacer que Ruth mantuviera una llama como era debido. La garganta del dragón blanco estaba casi quemada de retener los eructos cuando aparecían de repente lagartos de fuego en el momento más inoportuno.
Jaxom estaba seguro de que hasta el último habitante del Fuerte de Keroon los había visto. Con frecuencia la paciencia de Ruth era puesta a prueba y sólo contaban con seis horas de tiempo para que su ausencia en Ruatha no se la considerara excepcional. Y aquello los cansaba, según pudo comprobar Jaxom al caer dormido en la cama aquella noche, exhausto y frustrado.
Para empeorar más las cosas, tenía que ir al Taller del Maestro Arpista al día siguiente con Finder, ya que el Arpista de Ruatha se había inscrito para aprender cómo usar las ecuaciones estelares de Wansor. En realidad, todos los Arpistas debían dominar aquello, o al menos otra persona además del Señor del Fuerte, para poder hacer una comprobación a fondo de la Caída de las Hebras.
El Taller del Maestro Arpista formaba parte del complejo de residencias que se extendían por el interior y exterior del Fuerte de Fort. Cuando Jaxom y Finder, ambos montados sobre Ruth, irrumpieron por los aires sobre el Taller del Arpista, se encontraron con un verdadero caos.
A su alrededor, los lagartos de fuego descendían en picado dando alaridos en un arrebato de agitación. El dragón vigilante de las alturas de fuego del Fuerte de Fort estaba alzado sobre sus patas traseras, mostrando las garras, agitando las alas en toda su longitud y rugiendo de ira.
¡Furiosos! ¡Están furiosos!, exclamó Ruth, en su inimitable rugido de tenor.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Finder al oído de Jaxom.
—Que Ruth dice que están furiosos.
—¿Furiosos dices? ¡En mi vida he visto a un dragón tan furioso como éste!
Lleno de temores, Jaxom dirigió a Ruth hacia el patio del Taller del Arpista. Había tanta gente corriendo en todas direcciones, y tantos lagartos de fuego zigzagueando descontrolados por el lugar, que le costó trabajo encontrar un sitio despejado para posarse.
Apenas había aterrizado cuando una bandada de lagartos de fuego danzó sobre él emitiendo gritos y proyectando agitadas sensaciones que Ruth comunicó a Jaxom, aunque éste no consiguió entenderlas —tanto menos, cuanto que él las recibía de segunda mano, a través de Ruth—. Se dio cuenta de que aquellas eran las bestias de Menolly, enviadas para localizarle.
—¡Ya estás aquí! ¿Te llegó mi mensaje? —Menolly venía a la carrera, saliendo del Taller y dirigiéndose hacia ellos, tirando de sus atavíos de vuelo, mientras corría—. Hemos tenido que ir al Weyr de Benden. Han robado el huevo de la reina.
Se encaramó sobre el lomo de Ruth, detrás de Finder, disculpándose por abrumarle con su peso y dándole a Jaxom órdenes de seguir adelante en la marcha.
—¿Somos demasiados sobre Ruth? —preguntó Menolly, preocupada al ver que el dragón blanco parecía vacilar antes de despegar.
Nunca.
—¿Quién robó el huevo de Ramoth? ¿Cómo? ¿Cuándo? —preguntó Finder.
—Fue hace media hora. Están llamando a todos los bronces y a las otras reinas. Van a ir al Meridional a obligarles a devolver el huevo por la fuerza.
—¿Cómo saben que fueron ellos? —preguntó impaciente Jaxom.
—¿Quiénes si no otros necesitarían robar un huevo de reina?
Luego, toda la conversación quedó en suspenso cuando Ruth penetró delicadamente en el inter. Irrumpieron en el aire por encima de Benden, y de repente tres llameantes bronces se dirigieron como flechas hacia ellos. Ruth soltó un chillido y volvió al inter, surgiendo por encima del lago y gritando a sus posibles atacantes al máximo que daba su voz.
¡Soy Ruth! Soy Ruth. Soy Ruth.
—Este ha pasado bien cerca —dijo Finder, tragando saliva. Sus manos iban dando nerviosos pellizcos a los brazos de Jaxom.
Casi habéis rozado el borde de una de mis alas. ¡Soy Ruth!, dijo Ruth. Y añadió: Se han disculpado, en un tono de voz más calmado, dirigido a su caballero. Pero giró la punta de su ala para verla de cerca.
Menolly se disculpó.
—Olvidé decirte que teníamos que llegar chillando quienes éramos. Pensarías que al menos Ruth pasaría sin ser desafiado…
A medida que iba hablando, aparecían más dragones. Se dirigían con trompeteos a los tres bronces que custodiaban las alturas. Los recién llegados trazaban círculos cada vez más estrechos para aterrizar cerca de una muchedumbre reunida en torno a la entrada de la Sala de Eclosión. Jaxom, Finder y Menolly empezaron a caminar a lo largo del cuenco para unirse a ellos.
—Jaxom, ¿has visto alguna vez a tantos dragones juntos? —Menolly iba mirando a su alrededor, hacia el invadido Weyr, lleno hasta rebosar por la muchedumbre, hacia los dragones posados sobre los bordes de sus weyrs, todos ellos con las alas extendidas, listos para volar al instante—. Oh, Jaxom ¿qué pasaría si los dragones llegaran a combatir entre ellos? —El terror que reflejaba su tono de voz fue el eco de sus propios sentimientos, un eco perfecto.
—Estos locos Antiguos deben estar desesperados —dijo Finder amargamente.
—¿Cómo han podido tolerar semejante latrocinio a cara descubierta? —inquirió Jaxom—. Ramoth nunca abandona una nidada.
«No, al menos, desde el momento en que F’lessan y yo desordenamos sus huevos», añadió para sí, sintiéndose culpable.
—F’nor nos ha traído noticias —dijo Menolly—. Ha dicho que ella había ido a comer. La mitad de los lagartos de fuego de Benden estaban en la Sala. Siempre están ahí…
—Con uno o dos del Weyr Meridional que estuvieran allí, no hay duda alguna —añadió Finder.
Menolly afirmó con la cabeza.
—Esto es lo que ha dicho F’nor. De esa forma los Antiguos habrían podido saber que Ramoth no estaba. F’nor dijo que ella había acabado de matar cuando los tres bronces aparecieron, pasados los dragones vigilantes… Quiero decir, ¿por qué el dragón vigilante iba a disputar con los dragones bronce? Se metieron en el túnel superior de la Sala de Eclosión, Ramoth dio un alarido inmenso y se fue al inter. Lo siguiente que ocurrió fue que los tres bronces salieron volando desde la entrada superior. Habían oído gritar a Ramoth. Ella salió a la carga de la Sala de Eclosión, pero ellos ya estaban en el inter cuando ella aún no había logrado alzar del suelo ni la longitud de una de sus alas.
—¿Es que no enviaron dragones tras ellos?
—¡Ramoth sí fue! Con Mnementh, pero un aliento detrás de ella. De modo que no sirvió de nada.
—¿Por qué no?
—Los bronces fueron por el intertiempo.
—Y ni siquiera Ramoth supo a qué cuándo.
—Exactamente. Mnementh inspeccionó el Weyr Meridional y el Fuerte, y la mitad de las playas calientes.
—Ni siquiera los Antiguos serían tan estúpidos como para llevarse un huevo de reina directamente al Meridional.
—Pero a buen seguro que los Antiguos no saben —añadió Finder, fatigado por aquel asunto—, que sabemos que se llevaron el huevo.
Al llegar a este punto de la conversación, se encontraron ya en los límites de la muchedumbre, donde los dragoneros de los otros Weyrs, los Señores de los Fuertes y los Maestros Artesanos ya se habían reunido. Lessa seguía en el borde de su weyr. F’lar estaba a su lado, junto con Fandarel y Robinton, y los dos últimos tenían una expresión preocupada y nerviosa.
N’ton, por su parte, se había detenido a medio camino bajo los escalones, hablando gravemente y con gestos de disgusto a otros dos caballeros bronce. Algo apartadas a un lado estaban las tres mujeres restantes del Weyr de Benden, y otras mujeres que debían ser jinetes de las reinas de los otros Weyrs. El ambiente de ofensa y frustración era opresivo. Ramoth dominaba toda la escena, paseando arriba y abajo por delante de la Sala de Eclosión, y deteniéndose de vez en cuando para atisbar los huevos que quedaban en las ardientes arenas. Agitaba su cola, dando azotes y lanzaba rugidos de enfado, impidiendo oír los debates que seguían produciéndose por encima de ella.
—Es peligroso llevarse un huevo por el inter —dijo alguien delante de Jaxom y de Menolly.
—Supongo que podría resultar, si el huevo fuera bueno y estuviera caliente, y no hubiera recibido ningún golpe.
—Deberíamos montar y expulsar a esos Antiguos del Weyr.
—¿Y dejar que los dragones luchen entre sí? Eres tan malvado como los mismos Antiguos.
—¡Pero no podemos tolerar que los dragones roben nuestros huevos-reina! Esta es la peor afrenta que Benden jamás hubo de sufrir de los Antiguos. Y yo insisto en que hay que hacérselo pagar.
—El Weyr Meridional está desesperado —dijo Menolly en voz baja a Jaxom—. Ninguna de sus reinas ha llegado a ser consorte. Los bronces se van muriendo, y no tiene ningún verde joven.
En aquel preciso instante, Ramoth dio un grito de lamento, alzando bruscamente la cabeza en dirección a Lessa.
No hubo dragón en todo el Weyr que no contestara a aquel grito, ensordeciendo a los humanos. Jaxom pudo ver a Lessa apoyada en el reborde, con una mano tendida hacia la desesperada reina. Luego, debido a que su cabeza sobresalía bastante por encima de la gente y además miraba precisamente en aquella dirección, Jaxom pudo ver algo oscuro que aleteaba en la Sala de Eclosión. Oyó un grito de pánico contenido.
—¡Mira! ¿Qué es eso? ¡En el terreno de crianza!
Sólo los que estaban cerca de él oyeron la exclamación o vieron hacia dónde señalaba. Todo lo que pudo pensar fue que si los bronces Meridionales se estaban muriendo realmente, los Antiguos aprovecharían la confusión para intentar robar también un huevo de bronce.
Se puso inmediatamente en marcha, seguido por Menolly y por Finder, pero un repentino acceso de debilidad le obligó a detenerse. Algo parecía estar minando sus fuerzas, pero Jaxom no tenía ni idea de qué podría ser aquella extraña debilidad.
—¿Qué te ocurre, Jaxom?
—Nada.
Jaxom apartó las manos de Menolly, que le había cogido del brazo, empujándola hacia la Sala al tiempo que gritaba:
—¡Los huevos, los huevos!
Su exclamación quedó ahogada por un rugido de Ramoth, que expresaba desconcierto y nerviosismo.
—¡El huevo! ¡El huevo-reina!
En aquel momento, Jaxom empezaba a recobrarse de su inexplicable vértigo y llegaba a la Sala de Eclosión, mientras todos los presentes miraban aliviados al huevo-reina, que ahora estaba nuevamente seguro entre las patas delanteras de Ramoth.
Un lagarto de fuego en un acceso de audaz curiosidad, pudo introducirse la longitud de un ala dentro de la Sala pero el rugido de furia de Ramoth lo puso rápidamente en fuga.
La gente aliviada, empezó a parlotear mientras retrocedía, saliendo de la Sala de Eclosión hacia la zona en que la arena no era tan incómoda bajo sus pies. Algunos sugirieron que era posible que el huevo sólo hubiera rodado, pero Ramoth siguió creyendo que había sido sustraído. Y eran demasiados los que habían visto el sitio vacío en el que la ausencia del huevo-reina era demasiado patente. Además, ¿qué había pasado con aquellos tres extraños bronces que habían salido precipitadamente por la alta entrada de la Sala? Nada estaba claro. Más probable era la idea de que los Antiguos hubieran reflexionado sobre aquel robo y que, ellos también, dudaran ante la posibilidad de lanzar a unos dragones contra otros.
Lessa se había quedado en la Sala, intentando persuadir a Ramoth de que la dejara ver si el huevo había sufrido algún daño. No tardó en llegar a toda prisa, saliendo de la Sala y dirigiéndose a F’lar y a Robinton.
—Es el mismo huevo, pero más antiguo y fuerte. Ahora está a punto para la Eclosión. Hay que traer a las muchachas.
Por tercera vez en aquella mañana, el Weyr de Benden se hallaba en un estado de gran excitación… más afortunado, más feliz, pero sumergido en un gran caos. Jaxom y Menolly procuraban mantenerse fuera del camino, pero lo suficientemente cerca para oír lo que ocurría.
—Fuera quien fuera el que se llevó este huevo, lo guardó consigo al menos diez días o más —oyeron decir a Lessa, disgustada. Y añadió—: Esto no puede quedar así.
—Ese huevo está de nuevo aquí y está seguro —dijo Robinton, tratando de calmarla.
—¿Es que somos unos cobardes para pasar por alto esta afrenta? —preguntó ella a los otros dragoneros, sin hacer caso de las palabras tranquilizadoras de Robinton.
—Si ser valiente —Robinton recalcó «valiente» con tono de burla— equivale a una lucha de dragón contra dragón yo prefiero ser un cobarde.
El furor de Lessa se calmó visiblemente.
Dragón contra dragón. Las palabras iban repitiéndose entre la multitud presente. La idea rebotaba obsesivamente en la mente de Jaxom y pudo sentir que Menolly, a su lado, rechazaba las implicaciones de un conflicto de aquel tipo.
—El huevo estuvo ya el suficiente tiempo en algún cuando para que lo pudieran acercar a la sensibilidad de la Eclosión —siguió diciendo Lessa, con el temor reflejado en el rostro—. Es probable que haya sido manipulado por sus raptores. Podría haber sido suficientemente influido para que la cría no fuera Impresionada aquí.
—Nadie ha podido probar nunca hasta qué punto un huevo está influido por el contacto previo a la Eclosión —dijo Robinton, con su tono de voz más persuasivo—. O al menos, eso es lo que me habéis oído decir muchas veces. Por mucho que haga el raptor sobre el huevo mientras eclosiona no puedo concebir que sus manejos puedan aprovecharle o dañar al huevo.
La multitud de dragones reunidos seguía aún muy tensa, pero el primer impulso de alzarse en vuelo y lanzarse a destruir el Weyr Meridional se había enfriado considerablemente con la devolución del huevo, aunque dicha devolución seguía siendo un verdadero misterio.
—Bien; está claro que no podemos seguir siendo tolerantes —dijo F’lar, mirando hacia arriba, a los dragones vigilantes—, ni confiar en la indestructibilidad de inviolabilidad de la Sala de Eclosión, de cualquier Sala de Eclosión. —Se apartó nerviosamente el pelo de la frente—. ¡Por el Primer Huevo! Tienen muchas agallas al intentar robar uno de los huevos de Ramoth.
—El primer paso para asegurar este Weyr contra todo peligro es expulsar a todos estos chismosos lagartos de fuego —dijo Lessa acaloradamente—. Son una pandilla de enredones, peores que los inútiles.
—No todos, Lessa —repuso Brekke, avanzando hacia la Dama del Weyr—. Algunos de ellos vienen aquí con propósitos genuinos y nos prestan una gran ayuda.
—Dos estaban haciendo ese papel —dijo Robinton sobriamente.
Menolly dio unas palmadas en la espalda de Jaxom, recordándole que los lagartos de fuego del Taller del Arpista, inclusive los suyos, estaban prestando una gran ayuda.
—A mí no me importa —dijo Lessa a Brekke, y miró a su alrededor, hacia los reunidos, buscando a los lagartos de fuego—. No quiero verlos por aquí. No es justo que Ramoth se vea incomodada por esas bestias desagradables. Hay que hacer algo para que se queden en su lugar.
—¡Márcalos con sus propios colores! —respondió Brekke con presteza—. Márcalos, y enséñales a decir su nombre y origen como lo hacen los dragones. Son muy capaces de adquirir educación. Al menos, los que vinieron enviados a Benden con una orden.
—Que te informen a ti, Brekke, o a Mirrim —sugirió Robinton.
—Basta con que los mantengas alejados de Ramoth y de mí —y al decir esto, Lessa miró a Ramoth y luego a su alrededor—. Y que alguien traiga el wherry que Ramoth no se comió. Donde mejor puede estar es en su panza. Más tarde nos ocuparemos de debatir detalladamente esta violación de nuestro Weyr.
F’lar ordenó que algunos dragoneros trajeran el wherry, y dio las gracias cortésmente al resto de los reunidos por la rápida respuesta a sus solicitudes. Luego, pidió a algunos de los Caudillos de los Weyrs y a Robinton que se unieran a él en el weyr de arriba.
—No hay ningún lagarto de fuego a la vista —dijo Menolly a Jaxom—. Ya le dije a Beauty que se mantuviera lejos. Me respondió con tal pánico que temblaba hasta el último de sus huesos.
—Eso mismo le pasa a Ruth —dijo Jaxom mientras cruzaban el Cuenco en dirección al dragón—. Casi se ha puesto gris.
Ruth estaba más que espantado y temblaba de horror.
Hay algo que va mal. Algo no está bien, le dijo a su caballero. Y añadió: No me siento bien. Ruth se levantaba sobre sus patas traseras, y luego se apoyaba de nuevo sobre las cuatro, haciendo crujir las alas.
—¿Te han herido en un ala?
No. En el ala, no. Algo no marcha bien en mi cabeza.
—¿Es porque todos los lagartos de fuego se han marchado? ¿O por lo del huevo de Ramoth?
Ruth le respondió que habían sido ambas cosas y ninguna de ellas. Todos los lagartos de fuego estaban espantados y le recordaban algo que le asustaba a él.
—¿Recordar? ¡Bah!
A Jaxom le desesperaban los lagartos de fuego y sus memorias asociativas, así como su ridículo aspecto cuando hacían sufrir al sensible Ruth.
—¿Jaxom?
Era Menolly, que volvía de las Cavernas Inferiores para compartir con él el puñado de rollos de carne que había logrado de los cocineros.
—Finder dice que Robinton quiere que yo vuelva al Taller del Arpista y les comunique a ellos y al Fuerte de Fort lo que ha ocurrido. Además tengo que empezar a marcar a mis lagartos de fuego. ¡Mira!
Señaló hacia el límite del Weyr y hacia las Piedras Estelares.
—El dragón de vigilancia está masticando pedernal. ¡Oh, Jaxom!
—Dragón contra dragón. —Y él se puso a temblar violentamente.
—Jaxom, no es posible que se llegue a esto —dijo ella con voz ahogada.
Ninguno de los dos pudo acabar sus rollos de carne. En silencio, montaron sobre Ruth, que se los llevó por los aires.
A medida que iba subiendo los escalones que conducían al weyr de la reina, Robinton seguía el hilo de sus pensamientos a la mayor velocidad con que lo había hecho nunca. Era demasiado lo que iba a depender de lo que ocurriera ahora —todo el futuro curso del planeta, si era correcta la lectura de las reacciones que él había hecho—. Él sabía más de lo que debiera respecto a las condiciones del Weyr Meridional, pero sus conocimientos de nada le habían servido en una jornada como la que acababa de transcurrir. Se reprochaba a sí mismo su exceso de ingenuidad, tan cerril y obtuso como cualquier dragonero en su creencia-superstición en la inviolabilidad de los Weyrs y en que una Sala de Eclosión era intocable.
Era verdad que había recibido advertencias de Piemur, pero no había dado a la información el valor que tenía. No obstante, a la luz de lo ocurrido en aquella jornada, debió haber llegado a la lógica conclusión de que los Meridionales, desesperados, emprenderían aquel aventurado intento de revivir su Weyr con la sangre de una nueva reina.
Incluso en el caso de haber llegado a aquella conclusión, Robinton pensó con tristeza que él no hubiera sido capaz de persuadir a Lessa y a F’lar de que aquello era lo que los Meridionales planeaban. Los Caudillos del Weyr habrían tenido la lógica reacción de burla ante una idea tan ridícula.
Pero ahora no había nadie que riera. Nadie en absoluto.
Era extraño que tanta gente hubiera supuesto que los Antiguos aceptarían su exilio con humildad, quedándose dócilmente en su continente. No habían sido objeto de violencia durante su acomodación, sólo en sus esperanzas de futuro. T’kul debió ser el desencadenante de todo aquello… T’ron había perdido todo su vigor e iniciativa después del duelo con F’lar.
Por otra parte Robinton tenía motivos para estar seguro de que las dos mujeres del Weyr, Merika y Mardra, no habían tenido nada que ver en el plan; no les hubiera gustado verse depuestas por una joven reina y su jinete. ¿Había sido una de ellas quien había devuelto el huevo?
No, pensaba Robinton. Había tenido que ser alguien que conociera a fondo el Weyr de Benden y su Sala de Eclosión… o alguien que tuviera la increíble buena suerte y la habilidad de entrar y salir de la caverna por el inter. Y Robinton, pensando en esto, revivía por momentos el tremendo terror que había experimentado mientras el huevo permanecía perdido. Dio un respingo al recordar la furia que Lessa había demostrado. Y aún seguía dispuesta a sublevar a los dragoneros septentrionales.
Era totalmente capaz de seguir posesa de la increíble dosis de locura que había dominado los acontecimientos de la mañana. Y si ella seguía pidiendo venganza contra los culpables meridionales, podría desencadenarse un desastre tan tremendo para todo Pern como lo había sido la primera Caída de las Hebras.
El huevo había sido devuelto. Debía valorar este hecho, pues estaba claro que no todos los meridionales habían tenido parte en aquella odiosa acción. Algunos Antiguos seguían honrando el viejo código de conducta. No había duda de que al menos uno de ellos había sido lo suficientemente intuitivo como para adivinar la acción punitiva que se emprendería contra los criminales, y había deseado, tan fervientemente como Robinton, evitar una confrontación de tal alcance.
—Este es en verdad un momento bien negro —dijo alguien con voz profunda y triste.
El Arpista se volvió, agradecido del apoyo que le brindaba el Maestro Herrero. Los sólidos rasgos de Fandarel estaban marcados por la pena y, por primera vez, Robinton se dio cuenta de que la edad ablandaba los rasgos de aquel hombre, amarilleándole los ojos.
—Una perfidia así merece castigo. ¡Y sin embargo, no se puede aplicar!
La idea de dragones en lucha contra otros dragones hirió de nuevo la mente de Robinton con su huella de terror.
—Sería demasiado lo que se perdería —le dijo a Fandarel.
—Ellos ya habían perdido todo lo que tenían al ser enviados al exilio. A menudo me he preguntado cómo es que no se rebelaron contra eso en ocasiones anteriores.
—Lo han hecho ahora. Han tomado venganza.
—Una venganza que acarreará otras venganzas. Amigo mío, es preciso que nos mantengamos ahora más alerta que nunca. Temo que Lessa se muestre poco razonable y menos reflexiva. Ya le ha ocurrido otras veces; se ha dejado dominar por la emoción, perdiendo el sentido común. —El Herrero señaló el refuerzo de cuero en el hombro de Robinton donde solía posarse su lagarto de fuego, Zair—. ¿Dónde está tu amiguito ahora?
—En el Weyr de Brekka, con Grall y Berd. Necesitaba que volviera al Taller del Arpista con Menolly, pero se negó.
Y el Herrero sacudió nuevamente su cabeza gris, en movimientos tristes y lentos, mientras los dos hombres penetraban en la Cámara del Consejo.
—Yo no tengo un lagarto de fuego, pero todo lo que sé de estas criaturas es bueno. Nunca se me ocurrió que pudieran constituir una amenaza para alguien.
—¿Me apoyarás por lo tanto en este punto, Fandarel? —preguntó Brekke, que había entrado detrás de ellos, en compañía de F’nor—. Lessa está fuera de sí. Ciertamente puedo entender su nerviosismo, pero no se le puede permitir que perjudique a todos los lagartos de fuego a causa del desaguisado cometido por sólo unos pocos.
—¿Desaguisado? —preguntó F’nor, furioso—. Procura que Lessa no oiga que a aquello le llamas desaguisado. ¿Desaguisado? ¿Así llamas nada menos que al robo de un huevo-reina?
—Bien… la parte del lagarto de fuego sí lo fue… quiero decir, penetrar en la Cala de Ramoth como han hecho tantos otros desde que los huevos fueron puestos. —Brekke habló con mayor retintín de lo que solía, y la rigidez en los ojos y boca de F’nor hizo pensar a Robinton que aquella pareja no estaba de acuerdo—. Los lagartos de fuego no tienen el sentido de lo que está bien y de lo que no lo está.
—Pues tendrán que aprenderlo… —empezó a decir F’nor, poniendo más calor en sus palabras que discreción.
—Me temo que nosotros, que no tenemos dragones —Robinton intervino apresuradamente para evitar que aquel suceso agrietara el nexo entre los dos amantes—, hemos tenido en demasiada consideración a nuestros pequeños amigos, cargando con ellos adonde quiera que íbamos, dotándolos como padres a un hijo tardío y permitiéndoles demasiadas libertades de conducta. No obstante, una posible actitud más restringida hacia los lagartos de fuego en nuestro medio es un asunto de menor consideración en las órdenes del día.
F’nor había suavizado su irritación. Ahora inclinaba la cabeza en dirección al Arpista.
—Supongamos que el huevo no hubiera sido devuelto, Robinton…
Sus hombros se agitaron en un movimiento convulso mientras su entrecejo se fruncía, como tratando de eliminar todo recuerdo de aquella escena.
—Si el huevo no hubiera sido devuelto —respondió Robinton implacablemente—, los dragones hubieran combatido unos contra otros.
Fue diciendo estas palabras espaciadamente, poniendo toda la intensidad y disgusto que podía en su tono de voz.
Pero F’nor sacudió la cabeza, negando aquella posibilidad:
—No, no hubiera pasado eso, Robinton. Fuiste prudente…
—¿Prudente? —La palabra, lanzada como un escupitajo por la furibunda Dama del Weyr, fue cortante como un cuchillo.
Lessa estaba en la entrada de la Sala del Consejo. Su cara, lívida de cólera reflejada aún las emociones de aquella mañana.
—¿Prudente? —insistió Lessa—. ¿Te parece prudente dejarlos escapar después de haber cometido un crimen semejante? ¿Dejarlos planear traiciones aún mayores que ésa? ¿Cómo pude llegar a pensar que era necesario ayudarles a mejorar? ¡Cuando recuerdo que apelé ante el excrecente de T’ron para que viniera a ayudarnos!… ¿Ayudarnos?… ¡Él se ayuda a sí mismo! ¡Por mi huevo-reina! ¡Si pudiera ahora anular los efectos de mi estupidez…!
—Tu estupidez está en continuar con este malhumor —dijo el Arpista fríamente, sabedor de que lo que tenía que decir ante los Caudillos de los Weyrs y los Maestros Artesanos reunidos en la Sala del Consejo bien podría sacarles a todos de quicio—. El huevo ha sido devuelto…
—Sí, y cuando yo…
—Eso era lo que querías hace media hora o hace una hora, ¿verdad? —fue Robinton quien hizo la pregunta, elevando la voz con tono imperativo—. Querías que devolvieran el huevo. Para conseguir este fin estabas en tu derecho de enviar a unos dragones contra otros, y nadie podía oponérsete. Pero el huevo ha sido devuelto. ¿Acaso quieres enfrentar a los dragones como revancha? Ah, no, Lessa. No tienes ningún derecho a obrar así. No como revancha. Si crees que necesitas la revancha para satisfacer a tu reina y a tu furia, piensa esto: fueron ellos quienes fracasaron. No tienen ese hueco. Sus acciones han puesto a todos los Weyrs en guardia, y por tanto jamás podrán salirse con la suya por segunda vez. Han perdido su única oportunidad, Lessa. Su única esperanza de revivir a sus bronces moribundos ha fracasado. Han sido descubiertos, y sus planes desbaratados. Y ahora están enfrentados… a nada. No tienen futuro, ni esperanza alguna. No puedes hacerles nada peor, Lessa. Así, al haber sido devuelto el huevo, ya no tienes derecho alguno a los ojos del resto de Pern para hacer nada más.
—Tengo el derecho de vengar esta afrenta que se me ha hecho, a mí y a mi reina. Y ¡a mi Weyr!
—¿Afrenta? —Robinton soltó una risa que sonó como un breve ladrido—. Mi querida Lessa: esto no ha sido ninguna afrenta. ¡Ha sido un homenaje de lo más elevado!
Su inesperada carcajada, así como su asombrosa interpretación sumergieron a Lessa en el silencio.
—¿Cuántos huevos-reina fueron puestos en la pasada Revolución? —preguntó Robinton a los otros Caudillos de Weyr—. Y en Weyrs que los Antiguos conocían mejor que el de Benden. No; ¡querían una reina de la nidada de Ramoth! Es decir, lo mejor que Pern puede producir. —Robinton, en aquel momento, prefirió no continuar con su argumentación—. Vamos, Lessa —dijo, con gran simpatía y compasión—. Todos estamos trastornados por este terrible acontecimiento. Ninguno de nosotros está en situación de pensar con claridad… —Se pasó la mano por la cara, sudoroso por el esfuerzo que había hecho para calmar los ánimos de la mayoría de los presentes—. Nos estamos dejando llevar por las emociones. Y tú has provocado este estallido, Lessa.
Y tomando del brazo a aquella mujer desconcertada que no ofrecía resistencia, la condujo hacia su silla, sentándola en ella con gran deferencia y cuidado.
—Imagino que la reacción de Ramoth te ha dejado algo trastornada. Pero ahora ella está más calmada, ¿no es verdad?
Lessa, desconcertada, seguía mirando fijamente a Robinton con los ojos y la boca abiertos de par en par. Finalmente, asintió con la cabeza, cerrando la boca y humedeciéndose los labios.
—Esto te ayudará a encontrarte mejor —dijo Robinton, sirviéndole una taza de vino.
Aún perpleja por la desconcertante actitud de él, Lessa apenas bebió algo de la taza.
—Además, te ayudará a darte cuenta de cuál es la peor catástrofe que puede asolar nuestro mundo: la lucha de los dragones entre sí.
Lessa dejó la taza, derramando el vino sobre la mesa de piedra.
—Tú… con tus inteligentes argumentos… —dijo señalando a Robinton y saltando de su asiento como accionada por un resorte—. Tú…
—Tiene razón, Lessa —dijo F’lar, desde la entrada, donde había estado siguiendo el desarrollo de la escena. Luego penetró en la habitación y se dirigió hacia la mesa junto a la cual Lessa estaba sentada—. La única causa que justificaba que invadiéramos el Meridional era la búsqueda del huevo, que era nuestro. Una vez devuelto, todo Pern se hubiera vuelto contra nosotros, de haber seguido buscando venganza. —Al decir esto se dirigió a ella, pero su mirada había pasado por todos y cada uno de los Caudillos de los Weyrs y Maestros Artesanos, observando sus reacciones—. Una vez los dragones se han lanzando unos contra otros, y sea cual sea el motivo que los haya impulsado —su gesto descartó cualquier objeción sobre el tema—, nosotros, los dragoneros de Pern, perdemos el resto de Pern.
Mientras hablaba, lanzó sobre Lessa una mirada larga y dura que ella le devolvió con una helada violencia. Entonces, él se dirigió directamente a los reunidos en la sala:
—Deseo de todo corazón que hubiera habido cualquier otra solución aquel día en Telgar, para T’ron y T’kul. La medida adecuada parecía ser enviarlos al Continente Meridional. Dejándolas allí se podía lograr que Pern superara los daños sufridos.
—No, sólo nosotros, sólo Benden. —Las palabras de Lessa estaban cargadas de amargura—. ¡Se trata de T’ron y Mardra que están intentando volver contigo y conmigo!
—Mardra no ayudará a que una reina la deponga —dijo Brekke, que no se apartó cuando Lessa giró sobre sus talones.
—Brekke tiene razón, Lessa —dijo F’lar, colocando la mano sobre el hombro de Lessa—. A Mardra no le gustaría la competencia.
Robinton podía ver cómo la presión de los dedos del Caudillo del Weyr blanqueaba sus nudillos, aunque Lessa parecía no darse cuenta.
—Tampoco a Merika, la Dama del Weyr de T’kul —dijo D’ram, el Caudillo del Weyr de Ista—, y la conozco lo suficiente como para estar seguro.
Robinton, más que cualquier otro de los presentes, creía que el Antiguo sentía más agudamente todos aquellos acontecimientos. D’ram era un hombre honesto, leal y franco. Se había visto obligado a apoyar a F’lar contra los de su propia Época. Con este apoyo había influido sobre R’mart y G’narish, también Caudillos de Weyrs Antiguos, para pactar con el Weyr de Benden en el Fuerte de Telgar.
Robinton pensaba, a la vista de todo aquello, que eran muchas las corrientes de fondo y las presiones sutiles que se daban en aquella Sala. Fuera quien fuera el que había concebido la idea de raptar el huevo-reina, probablemente no hubiera tenido éxito con su estratagema, pero sí había logrado minar la firme solidaridad de los dragoneros.
—No tengo palabras para expresar lo mal que me sienta todo esto, Lessa —continuó diciendo D’ram, moviendo la cabeza—. Cuando lo oí, no lo pude creer. Y sigo sin poder entender para qué diablos serviría una acción semejante. T’kul es más viejo que yo. Su Salth no podría cubrir a una reina de Benden. Por este motivo, ninguno de los dragones del Sur podría cubrir a una reina de Benden.
El confuso comentario de D’ram hizo tanto como las agudas observaciones de Robinton para aliviar las tensiones de la Sala del Consejo. Sin darse cuenta, D’ram había apoyado el argumento de Robinton de que, en realidad, se había hecho un cumplido al Weyr de Benden.
—Por tanto, para cuando la nueva reina estuviera ya en edad de hacer su vuelo de apareamiento —añadió D’ram, como si acabara de darse cuenta de ello—, sus bronces es probable que ya estuvieran muertos. Ocho dragones del Meridional han fallecido durante la pasada Revolución. Todos los sabemos. De modo que el intento de robar el huevo fue vano… —Y al decir esto, su rostro adquirió una trágica expresión de lástima.
—No ha sido en vano —dijo Fandarel, con voz grave por la tristeza de sus palabras—. Y si no, mira lo que ha ocurrido con nosotros, que hemos sido amigos y aliados durante… ¿cuántas Revoluciones han sido?… Vosotros, dragoneros —y su dedo índice les señaló—, estuvisteis a punto de lanzar a vuestros animales contra los viejos animales del Meridional. —Fandarel movió la cabeza lentamente de un lado a otro—. Esta ha sido una jornada terrible, terrible de veras. Y lo siento por todos vosotros.
Su mirada se detuvo por largo tiempo en Lessa. Y añadió:
—Pero creo que lo siento más por mí mismo y por Pern, si vuestra furia no se enfría y vuestro buen sentido no vuelve a aparecer, os dejaré ahora mismo.
Y con gran dignidad se inclinó ante cada uno de los Caudillos de los Weyrs y sus mujeres, ante Brekke, y por último ante Lessa, intentando retener su mirada. Al no conseguirlo, dio un breve suspiro y salió de la sala.
Fandarel había comprobado claramente lo que Robinton deseaba que Lessa oyera y entendiera: Que los dragoneros estaban en grave peligro de perder el control sobre el Fuerte y el Artesanado si dejaban que su agravio e indignación se apoderara de ellos.
La opinión general era que ya se había hablado demasiado, dentro de la vehemencia del momento, frente a aquellos señores reunidos en el Weyr durante la crisis. Si no se iba a tomar ninguna otra medida, ahora que el huevo había sido devuelto, ninguno de los Señores o Maestros Artesanos podría criticar a Benden.
Pero, ¿quién iba a convencer a aquella terca de Lessa, que seguía sentada allí bufando de furia y decidida a seguir en su catastrófico plan vengativo? Por primera vez en su larga Revolución de Maestro Arpista de Pern, Robinton sentía que le faltaban las palabras. ¡Ya era suficiente que hubiera perdido el favor de Lessa! ¿Cómo hacerla entrar en razón?
—Fandarel me ha recordado que los dragoneros no pueden permitirse las querellas privadas sin que por ello se produzcan repercusiones de largo alcance —dijo F’lar. Y añadió—: En una ocasión permití que la agresión se impusiera al sentido común. Y hoy hemos visto a qué tipo de fatales resultados ha conducido mi tolerancia.
D’ram levantó la vista y miró fijamente a F’lar, sacudiendo luego la cabeza con fuerza. Se produjeron murmullos de rechazo por parte de los otros dragoneros, para los cuales F’lar había actuado con toda honorabilidad durante el suceso de Telgar.
—Tonterías, F’lar —dijo Lessa, saliendo de su impasibilidad—. Aquello no fueron combates de tipo privado; aquel día tenías que luchar contra T’ron para mantener unido a Pern.
—¡Y hoy no puedo luchar contra él o contra los otros meridionales, porque si lo hiciera no mantendría unido a Pern!
Lessa se quedó mirando fijamente a F’lar durante un largo intervalo, y luego se encogió de hombros aceptando, no sin resistencia, aquella distinción.
—Pero… si el huevo no eclosiona, o si la pequeña reina recibe algún daño…
—Si tal cosa ocurre, está claro que revisaremos la situación —le prometió F’lar, alzando la mano derecha para hacer honor a lo dicho.
Robinton, por su parte, rogaba con todo fervor a los cielos para que la pequeña cría del huevo viniera al mundo sin dificultad, fuerte y vigorosa, aunque por otra parte temía que ocurriera lo peor. Durante la Eclosión, debería obtener alguna información que le permitiera aplacar la furia de Lessa y salvaguardar el comprometido honor de F’lar.
—Ahora debo volver con Ramoth —anunció Lessa—. Ella me necesita.
Y diciendo esto, salió rápidamente de la sala, pasando ante los dragoneros, que se apartaron respetuosamente cediéndole el paso.
Robinton miró la taza de vino que le había servido a Lessa, la tomó y vació su contenido de un solo trago. Le temblaba la mano y, mientras levantaba la taza, su mirada se encontró con la de F’lar.
—Todos nosotros podríamos tomar una taza —dijo F’lar, indicando a los demás que acudieran, mientras Brekke, acerándose a toda prisa, empezó a servir a los presentes—. Esperaremos hasta la Eclosión —siguió diciendo el Caudillo del Weyr de Benden—. No creo que sea preciso advertiros de que todos vosotros toméis medidas para evitar sucesos de este tipo.
—Ninguno de nosotros tiene nidadas que estén consolidándose en estos momentos, F’lar —repuso R’mart, del Weyr de Telgar—, ¡y ninguno de nosotros tiene reinas de Benden!
Al decir esto miró al Arpista, y en sus ojos se percibió un ligero guiño.
—Y si ocho de sus animales murieron en la pasada Revolución, tengo por seguro que ahora hay doscientos cuarenta y ocho dragoneros de más y tan sólo cinco bronces. ¿Quién devolvió el huevo?
—El huevo ha sido devuelto. Eso es lo importante —dijo F’lar, dejando su taza medio vacía al primer trago—. Aunque le estoy profundamente agradecido a ese caballero.
—Podríamos averiguarlo —dijo N’ton tranquilamente.
F’lar sacudió la cabeza:
—No estoy seguro de querer saberlo. Ni creo que necesitemos saberlo… al menos hasta que ese huevo eclosione una reina viva.
—Fandarel tiene mano en el asunto —dijo Brekke, moviéndose con ligereza para volver a llenar las tazas—. Si no, mira lo que les ha ocurrido a aquellos de nosotros que han sido amigos y aliados durante muchas Revoluciones. Esto es lo que yo lamento más que ninguna otra cosa —miró a todos los presentes uno por uno—. También lamento la actitud contra los lagartos de fuego sólo porque unos pocos, que no hicieron sino guardar lealtad a sus amigos, tuvieron parte en este engañoso asunto. Ya sé que tengo mis manías —añadió torvamente—, pero tengo muchos motivos para estar agradecida a nuestros pequeños amigos. Y me gustaría que, en lo que a ellos se refiere, también se impusiera el sentido común.
—Tendremos que actuar con mucho tacto en este asunto, Brekke —dijo F’lar—, pero estoy de acuerdo con tu punto de vista. Se han dicho muchas cosas esta mañana en el calor de la discusión, pero nada de eso ha de prevalecer.
—Así lo espero. De veras —dijo Brekke—. Berd sigue diciéndome que los dragones llamearon a los lagartos de fuego.
Robinton dejó escapar una exclamación de sorpresa:
—Zair me dio la misma noticia antes de que le enviara a vuestro Weyr. Pero aquí no hubo ningún dragón que echara fuego…
Y diciendo esto, miró a los otros Caudillos de los Weyrs, algunos de los cuales manifestaron su conformidad con la observación de Brekke, en tanto otros expresaban su preocupación por una ocurrencia tan poco probable.
—Todavía no —dijo Brekke, señalando significativamente hacia el weyr de Ramoth.
—Entonces debemos asegurarnos de que la reina ya no está preocupada por la presencia de lagartos de fuego —respondió F’lar, mientras su mirada recorría toda la sala, buscando el apoyo general—. De momento —añadió, alzando una mano para contener las protestas que estaban surgiendo—, lo mejor que pueden hacer si son listos es no dejarse ver u oír por ahora. Ya sé que han sido útiles, y algunos están demostrando ser muy dignos de confianza como mensajeros. Y sé que muchos de vosotros los tenéis. Pero dirigidlos a Brekke si es absolutamente necesario enviarlos aquí.
Y miró directamente a Robinton.
—Los lagartos de fuego no van donde no son bien recibidos —dijo entonces Brekke. Y añadió con una sonrisa irónica, al objeto de sacarle la acritud a su comentario—: En todo caso, ellos están asustados ahora, en cualquier sitio.
—Así pues, ¿no debemos hacer nada hasta que el huevo haya eclosionado? —preguntó N’ton.
—Nada, excepto reunir a las muchachas halladas en la Búsqueda. Lessa las necesitará aquí lo más pronto posible, para que Ramoth se acostumbre a su presencia. Nos volveremos a reunir todos para la Eclosión, Caudillos de los Weyrs.
—¡Por una buena Eclosión! —brindó D’ram, con un entusiasmo que fue sinceramente secundado por todos los presentes.
Robinton había tenido la esperanza de que F’lar le retuviera mientras los demás se marchaban. Pero F’lar estaba hablando con D’ram y Robinton se dio cuenta con tristeza que le agradecerían que se fuera. Le reprimía estar a mal con los Caudillos del Weyr, y se sentía decepcionado mientras se dirigía a la entrada del Weyr. Claro que F’lar había apoyado su solicitud de que se deliberase. Cuando llegó a la última vuelta del corredor, vio la masa del bronce Mnementh en la cornisa, y vaciló, resistiéndose de repente a acercarse al compañero de Ramoth.
—No te enojes así, Robinton —dijo N’ton, colocándose a su lado y tocándole el brazo—. Has sido muy clarividente y sabio al hablar como lo has hecho, y probablemente eres el único capaz de poner freno a la insensatez de Lessa. Y F’lar lo sabe muy bien. —N’ton sonreía burlonamente—. Pero todavía tiene que enfrentarse a Lessa.
—Maestro Robinton —la voz de F’nor era baja, como si no deseara ser oído—, por favor, reúnete conmigo y con Brekke en mi weyr. Y tú, N’ton, también, a menos que tengas prisa en volver al Weyr de Fort.
—Por supuesto; dispongo de todo el tiempo que necesites —replicó el joven caballero bronce con alegre complacencia.
—Brekke estará satisfecha.
Entonces se dirigieron al segundo paso del camino que cruzaba el Cuenco, donde reinaba un silencio poco natural, a excepción del eco de los gruñidos y gemidos de Ramoth, en la Sala de Eclosión. Sobre su cornisa, Mnementh balanceaba constantemente su enorme cabeza, de modo que ninguna parte del saliente escapaba a su vigilancia.
Pero apenas aquellos hombres entraron en el weyr, fueron asaltados por cuatro lagartos de fuego histéricos, que hubieron de ser tranquilizados con caricias frente a su temor de que un dragón les echara sus llamas, temor que, al parecer, se había generalizado entre ellos.
—¿Qué es esta enorme oscuridad que me producen las imágenes de Zair? —preguntó Robinton mientras acariciaba a su pequeño bronce en un intento de apaciguarlo. Zair estaba temblando, y cada vez que los agradables golpecitos del Arpista se detenían, el bronce empujaba con vehemencia la mano negligente.
Entre tanto, Berd y Grall se encaramaron a los hombros de F’nor, apretándose fuertemente contra su mejilla, con los ojos brillantes de ansiedad y temblando todavía frenéticamente.
—Cuando estén más tranquilos, Brekke y yo vamos a intentar aclarar todo este asunto. Tengo la impresión de que están recordando algo.
—¿No será algo así como la Estrella Roja? —preguntó N’ton. Y ante esta alusión tan poco afortunada, Tris, que hasta el momento había estado echado tranquilamente sobre su antebrazo, empezó a batir las alas y los otros se estremecieron de espanto.
—Lo siento. Cálmate, Tris.
—No, no es nada de eso —dijo F’nor—. Es sólo algo… algo que ellos recuerdan.
—Ciertamente sabemos que se comunican instantáneamente entre sí, y al parecer se transmiten cualquier cosa vista o sentida como experiencia fuerte —dijo Robinton, escogiendo las palabras a medida que expresaba sus pensamientos—. O sea, que esto podría ser la prueba de una reacción masiva. Pero, ¿qué lagarto o lagartos de fuego han captado eso? En todo caso, ni Berd, ni Grall, ni ninguna otra criatura de las de Meron podrían haber sabido por alguien de su propia especie que… bien, ya sabéis qué… era peligroso para ellos. Por tanto, la cuestión es: ¿cómo lo supieron hasta el punto de ponerse histéricos? ¿Cómo pudo ser algo que ellos recordaban?
—Los animales corredores parecen conocer la forma de evitar un terreno movedizo… —sugirió N’ton.
—Cosa de instinto —ponderó Robinton—. Podría serlo. —Y luego movió la cabeza—. No, evitar un terreno movedizo no es lo mismo que un miedo instintivo: es algo general. La E-S-T-R-E-L-L-A R-O-J-A —deletreó— es específica.
—Los lagartos de fuego tienen esencialmente las mismas facultades que los dragones. Pero los dragones, sin embargo, no tienen memoria.
—Lo que nos permite esperar fervientemente —dijo F’nor, alzando la vista hacia el techo— que puedan olvidar por completo lo que ha ocurrido hoy.
—Ah; Lessa no tiene esa carencia —dijo Robinton, con un profundo suspiro.
—Tampoco es una estúpida, Maestro Arpista —dijo N’ton, afirmando su respeto por el portador del título mencionado—. Tampoco F’lar lo es. Están preocupados. Ambos consideran y agradecen tu intervención de hoy.
Luego, N’ton se aclaró la garganta y miró al Maestro Arpista directamente a los ojos:
—¿Sabes quién se llevó el huevo?
—Yo había oído que se estaba tramando algo. Yo sabía algo que resulta obvio para cualquiera que cuente mis Revoluciones, y es que los Meridionales y sus dragones se hacen lentos con la edad y eso les desespera. Yo sólo he tenido la experiencia de Zair. —Robinton hizo una pausa, sintiendo el pasmoso revivir de unos deseos que él creía olvidados ya—. Se encogió de hombros y encontró un guiño de comprensión en los ojos de N’ton. —Esto me permite valorar las presiones que los dragones pardos y bronces pueden ejercer sobre sus caballeros. Para esto serviría incluso un verde bien dispuesto, lo bastante joven para ser contado…
Y al decir esto, miró interrogativamente a los dos dragoneros.
—No podrán seguir ejerciendo tales presiones a partir de hoy —dijo F’nor con énfasis—. Si se hubieran dirigido a uno de los Weyrs… a D’ram, por ejemplo —dirigió una mirada a N’ton en busca de apoyo—, quizás un verde hubiera ido, aunque sólo fuera para evitar un desastre. Pero me pregunto: ¿qué sacaban con intentar solventar sus problemas raptando un huevo? —dijo, frunciendo el ceño.
—¿Qué sabes, Robinton, de lo que está ocurriendo en el Weyr Meridional? Yo te di todos los mapas que había hecho cuando estuve calculando tiempos en el Sur.
—Francamente, sé algo más sobre los acontecimientos en el Fuerte. Hace poco me llegó un mensaje del Piemur, según el cual los dragoneros habían sido últimamente más discretos de lo que es habitual en ellos. Normalmente, no se mezclaban mucho con los colonos, siguiendo en eso el patrón de su propia Época, pero se permitían algunas idas y venidas en el Weyr. Pero esto cesó de repente; ya no se permitió a los colonos que permanecieran cerca del Weyr, por ningún motivo. Tampoco se volaba mucho. Piemur me dijo que los dragones fueron vistos a una altura media y que, entonces pasaron al inter. No hubo círculos, ni travesías; fueron directamente al inter.
—Calculando el tiempo… —dijo F’nor pensativamente.
Zair daba suspiros lastimosos, y Robinton lo consolaba. El animal volvía a introducir en su imaginación la escena de los dragones incendiando a los lagartos de fuego, la nada negra y la visión repentina de un huevo.
—¿Conseguisteis esa imagen de vuestros amigos? —preguntó Robinton, aunque su expresión perpleja hacía la pregunta innecesaria. Le insistió a Zair para que aclarara más la imagen y le diera una idea de dónde estaba el huevo, pero no logró sacarle nada que no fuera la impresión de llamas y terror.
—Me gustaría que tuviera algo más de sentido común —dijo Robinton, conteniendo su irritación. Era torturante no poder averiguar nada más por lo limitado de la percepción del lagarto de fuego.
—Es que siguen desmoralizados —dijo F’nor—. Probaré con Grall y Berd más tarde. Me pregunto si Menolly está consiguiendo los mismos resultados. Sería bueno que se lo preguntaras cuando vuelvas al Taller del Arpista, Maestro Robinton. Con diez lagartos de fuego, es posible que ella obtenga mucha más información.
Robinton asintió mientras se levantaba, pero tenía una última pregunta en la cabeza:
—N’ton, ¿no estabas entre los bronces que fueron al Weyr Meridional a ver si el huevo había sido llevado allí?
—Sí, estuve. Pero el Weyr estaba desierto. No había ni siquiera un dragón viejo. Estaba totalmente desierto.
—Sí, eso es lo que después debió ocurrir, ¿verdad?
Cuando Jaxom y Menolly, montados sobre Ruth, ascendieron en el aire por encima del Fuerte de Fort, Ruth llamó por su nombre al dragón vigilante e inmediatamente se vieron rodeados por un enjambre de lagartos de fuego. Aquella invasión casi impedía avanzar a Ruth, de modo que tuvo que descender unas cuantas longitudes para dar espacio a sus alas. Cuando tomó tierra, los lagartos de fuego aletearon su alrededor y alrededor de sus caballeros acosándolos con ansiedad.
Menolly trató de tranquilizarlos, cuando los lagartos de fuego se colgaron de su vestimenta y se le enredaron en su cabello. Dos de ellos estaban intentando sentarse en la cabeza de Jaxom, algunos habían enrollado sus colas en torno a su cuello, mientras otros daban frenéticos aletazos en un esfuerzo por mantenerse a la altura de sus ojos.
—¿Qué diablos les pasa?
—Están aterrorizados. Hay dragones que respiran fuego y se lo echan encima —le gritó Menolly—. Pero ninguno de nosotros os hace eso, bobos. Lo único que tenéis que hacer es manteneros alejados de los Weyrs durante algún tiempo.
Algunos arpistas, atraídos por el jaleo, se acercaron a rescatarlos, bien alejando físicamente a los lagartos de fuego de Jaxom y de Menolly, o bien regañando severamente, de uno en uno, a los que les miraban.
Cuando Jaxom quiso alejar a los que molestaban a Ruth, el dragón le dijo que no se preocupara, que él mismo se ocuparía de calmar su agitación. Estaban asustados simplemente porque recordaban haber sido alcanzados por el fuego de los dragones, y, dado que los arpistas estaban pidiendo a gritos noticias de Benden, Jaxom decidió dejar que Ruth se ocupara de los lagartos de fuego.
Los arpistas habían recibido algunas imágenes muy distorsionadas de los lagartos de fuego que habían vuelto, aterrorizados, al Taller del Arpista: Benden estaba lleno de inmensos dragones, que despedían fuego con su aliento, listos para el combate y Ramoth actuaba como un vigilante enloquecido por la sangre. Además, de las curiosas imágenes del huevo-reina solitario en la arena. Pero lo que más había atemorizado a los arpistas había sido la visión de los dragones llameando sobre los lagartos de fuego.
—Los dragones de Benden no llamearon, a ningún lagarto de fuego —dijeron a la vez Jaxom y Menolly.
—Pero los lagartos de fuego deben mantenerse lejos de Benden, a menos que se les envíe, ya sea a Brekke o a Mirrim —añadió Menolly con seguridad—, y tenemos que marcar a todos los que parezcan arpistas con colores de arpista.
Jaxom y Menolly fueron anunciados en el interior del Taller del Arpista, y se les sirvió vino y sopa caliente. Aunque ninguno de los dos se la pudo tomar caliente, pues apenas les hubieron servido llegaron algunos hombres del Fuerte pidiendo noticias.
Menolly volvió a contar casi todo lo sucedido, pues ella era la arpista más capacitada. El respeto de Jaxom por la muchacha iba en aumento al escucharla, evocando las emociones del día con voz fluctuante, apropiada a cada una de las partes de su relato, sin desorbitar nada de lo que él sabía que había pasado. Uno de los arpistas mayores, mientras consolaba al lagarto de fuego azul que llevaba en su brazo, iba asintiendo con la cabeza, como si encontrara bien el uso que ella había hecho de los trucos de los arpistas.
Cuando Menolly cesó de hablar, un respetuoso murmullo de agradecimiento se extendió por toda la sala. Luego, los que habían escuchado empezaron a hablar comentando las noticias, preguntándose quién habría devuelto el huevo cómo y por qué. Cuestiones que seguían siendo el tema principal que preocupaba a los reunidos. ¿Cómo iban a protegerse los Weyrs? ¿Los Fuertes principales estaban en peligro? ¿Hasta dónde podían llegar los Antiguos, si habían robado un huevo de Benden? Se había recibido información reciente sobre ciertos hechos, insignificantes en sí mismos, pero altamente sospechosos en su conjunto.
Los arpistas opinaban que todo aquello debía ser comunicado al Weyr de Benden. Aquella misteriosa escasez de las minas de hierro, por ejemplo. ¿Y qué ocurría con las muchachas que eran evacuadas sin que se supiera adónde? ¿No sería que los Antiguos buscaban algo más que huevos de dragón?
Menolly se abrió paso, separándose de los reunidos, y le hizo una seña a Jaxom para que la siguiera.
—He hablado hasta quedarme seca —le dijo con un profundo suspiro, conduciéndole corredor abajo hacia el inmenso departamento de copias en el que montones de registros eran transcritos antes de que su contenido se perdiera para siempre. De repente aparecieron los lagartos de Menolly y ella les indicó que aterrizaran sobre una de las mesas.
—Todos vosotros estáis a punto de llevar el último modelo de lagartos de fuego.
Ella se puso a revolver en el cajón de la mesa.
—Ayúdame a encontrar el blanco y el amarillo, Jaxom. Esta lata está seca.
Y diciendo esto, tiró la lata con fuerza a una papelera del rincón.
—¿Y cuál es tu diseño para los lagartos de fuego?
—Veamos… este de aquí es blanco. Azul de arpista con azul brillante de oficial, separados por blanco y enmarcados con el amarillo del Fuerte de Fort. Esta debería ser la coloración adecuada para marcarlos, ¿no te parece?
Jaxom estuvo de acuerdo, y ella le pidió ayuda para sujetar a los lagartos de fuego por el cuello de modo que se mantuvieran quietos. Pero esta misión se veía dificultada porque los animales parecían desear mirarle a él directamente a los ojos.
—Si tratan de decirme algo, no logro captar el mensaje —le dijo Jaxom a Menolly, mientras soportaba pacientemente por quinta vez la mirada expresiva de los animales.
—Sospecho —dijo Menolly, hablando de modo inconexo mientras aplicaba cuidadosamente los colores— que tienes… sujétalo aún, Jaxom… el único… dragón en Pern… que… no está… sujétalo… tontamente asustado. Ruth… después de todo… no mastica pedernal…
Jaxom suspiró al ver que la súbita popularidad de Ruth iba a echar por tierra sus planes privados. Además de lo poco que le gustaba hacer aquello, iba a tener que calcular el tiempo, porque si los lagartos de fuego no sabían a qué cuándo iban, no le podrían seguir. Aquello le recordó su antiguo errar por el Taller del Arpista.
—Esta mañana he empezado la tarea de comprender las ecuaciones de Wansor…
—Hummmm, sí —dijo Menolly, haciéndole una mueca por encima de un lagarto de fuego azul que se revolvía—. Esto parece cosa de Revoluciones atrás. Bueno, sólo vamos a parchear de blanco a Uncle y te lo pasaré. También he conseguido algunos mapas de la temporada de invierno-verano, que probablemente habrás visto ya que has estado ayudando en ello. Piemur todavía no ha trazado muchos.
Un lagarto de fuego azul entró, dando zumbidos, en la sala de pintura, y gorjeó con alegría cuando vio a Jaxom.
Es el azul del hombre grueso, dijo Ruth desde fuera.
—Sólo tengo un lagarto azul y ya lo hemos pintado. ¿No es así? —preguntó Menolly sorprendida, mirando a los otros.
—Es de Brand. Es mejor que yo vuelva al Fuerte de Ruatha. Debería haber regresado hace horas.
—Bueno, no seas loco y encuéntrate a ti mismo cuando vuelvas —dijo ella riendo—. Esta vez has estado ocupado por motivos legítimos.
Dominando una risita, Jaxom atrapó el rollo de mapas que ella le lanzó. Ella no podía saber cuáles eran sus intenciones. Y él era demasiado sensible a las observaciones casuales de ella. Señal de conciencia culpable.
—¿O sea, que serás mi coartada ante Lytol?
—¡Siempre, Jaxom!
Al volver al Fuerte de Ruatha, Jaxom tuvo que repetir toda la historia ante un auditorio tan atónito, ansioso y aliviado como los arpistas y los Señores del Fort. Sin darse cuenta se encontró usando los mismos giros que Menolly cuanto tiempo tardaría ella en hacer una balada de aquel suceso.
Al acabar, ordenó que todo el que tuviera un lagarto de fuego lo marcara con los colores de Ruatha: marrón con cuadros rojos, y con bandas en negro y blanco.
Cuando acabó de organizar esta tarea se dio cuenta de que Lytol seguía sentado en su pesada silla, acariciándose el labio superior con una mano, y con los ojos fijos en algún punto indefinido del suelo.
—¿Lytol?
El Señor Tutor volvió al presente con un esfuerzo, y frunció el entrecejo mirando a Jaxom. Luego, suspiró.
—Siempre tuve el temor de que este conflicto derivara en una lucha de dragones contra dragones.
—No ha ocurrido así, Lytol —dijo Jaxom tranquilamente, y tan persuasivamente como pudo.
Lytol miró a Jaxom a los ojos.
—Hubiera podido ocurrir, muchacho. Hubiera podido ocurrir fácilmente. Y tú y yo le debemos mucho a Benden ¿Debo ir ahora allá?
—Finder se ha quedado.
Lytol inclinó la cabeza, y Jaxom se preguntó si el Señor Tutor se daría cuenta de que la habían menospreciado.
—Tanto mejor para Finder que viaja a lomos de dragón —dijo, y se pasó la mano por los ojos, moviendo la cabeza.
—No estás bien, Lytol. ¿Deseas una taza de vino?
—No, pronto estaré muy bien, muchacho —y diciendo esto, Lytol se incorporó vigorosamente.
—Supongo que, con todo este jaleo, no recordarás para qué viniste al Taller del Arpista.
Muy aliviado al oír a Lytol expresarse como de costumbre, Jaxom anunció con viveza que no sólo tenía las ecuaciones de Wansor, sino también algunos mapas con los que operar. Desde aquel momento hasta la cena, Jaxom deseó no haberse mostrado tan precavido, ya que Lytol lo puso a instruir a Brand y a sí mismo en la tarea de calcular cuidadosamente los tiempos de la Caída de las Hebras.
Enseñar a alguien un método dado es una manera estupenda de facilitarse el aprendizaje uno mismo. Jaxom se dio cuenta de esto más tarde, cuando tuvo que trabajar sobre algunas de sus propias ecuaciones, cubriendo de puntos el mapa sin elaborar que tenía del Continente Meridional. Era demasiada la actividad que había en todo Pern para que él fuera a un cuando alterno con toda seguridad. Y, dado que iba a calcular el tiempo, podría también retroceder doce Revoluciones, época en la cual todavía nadie había utilizado el Continente Meridional.
Sabía dónde estaban las minas en las que se podía obtener pedernales así que no habría problemas para abastecer a Ruth. Y las estrellas nocturnas estaban ya e medio camino de la mañana anterior a que él sintiera que podía encontrar su camino al entonces que quería encontrar.
Poco antes de que amaneciera lo despertó el sollozar de Ruth. Se desprendió de sus pieles y se lanzó descalzo sobre las frías piedras, frotándose los ojos soñolientos. Ruth movía sus patas delanteras, y las articulaciones de sus alas se agitaban a causa de algún sueño que lo intranquilizaba. Había lagartos de fuego merodeando a su alrededor pero la mayoría de ellos no llevaban los colores de Ruatha. Espantó a aquellas criaturas, y Ruth, suspirando, cayó en un sueño más profundo y tranquilo.