VIII. FUERTE DE RUATHA, WEYR DE FORT, FUERTE DE FIDELLO, 15.6.3 — 15.6.17
Jaxom estaba disgustado porque las tretas de Lytol no habían logrado sacarle al Arpista más datos sobre sus exploraciones en el Meridional. Y cuando, a causa de la fatiga, empezó a resultarle difícil mantener los ojos abiertos, se le ocurrió que Robinton, en realidad, había tenido éxito al conseguir el apoyo de Lytol y en mantener el deseo de N’ton de que el interés por el Meridional no disminuyera.
El último pensamiento que tuvo Jaxom antes de dormirse fue que el Arpista merecía su admiración por sus métodos evasivos. No era raro que no hubiera opuesto resistencia al entrenamiento de Jaxom con N’ton cuando vio que Lytol estaba a su favor. El Arpista necesitaba que aquel hombre mayor estuviera al frente de los destinos de Ruatha. Enseñar a Ruth a masticar pedernal hacía que el joven Señor no albergara deseos de ocupar el puesto que detentaba Lytol en el Fuerte.
A la mañana siguiente, Jaxom estaba seguro de que no hubiera podido moverse durante la noche. Todo él estaba rígido, la cara y el hombro le picaban fuertemente por el impacto de las Hebras y eso le recordó la herida sufrida por Ruth.
Sin tener en cuenta sus propias condiciones físicas abandonó las pieles que lo cubrían y, revolviendo en el bote de hierbas silvestres mientras iba saliendo, se dirigió al weyr de Ruth. El débil rumor que oyó al llegar le indicó que el dragón blanco seguía sumido en un profundo sueño. Parecía que tampoco se había movido, pues su pata seguía en la misma posición que la víspera. Esto facilitó a Jaxom la tarea de untar con una nueva capa de hierbas el borde de la herida. Entonces, se le ocurrió que él y Ruth quizá tendrían que esperar hasta haber sanado antes de poder unirse a los aprendices en el Weyr de Fort.
Pero Lytol no estuvo de acuerdo. El motivo de que Jaxom se trasladara al Weyr de Fort era evitar que fuera blanco de nuevos ataques y que aprendiera a cuidar de su dragón y de sí mismo durante la Caída de las Hebras. Si había tenido dificultades por no haberse escondido con la suficiente rapidez, se lo merecía. Y así fue como, tras tomar su desayuno Jaxom voló sobre Ruth hacia el Weyr.
Por suerte, dos de los muchachos que estaban aprendiendo allí eran casi de su misma edad, dieciocho Revoluciones, aunque a Jaxom no le hubiera importado ser mayor que los demás mientras pudiera preparar adecuadamente a Ruth. Tuvo que reprimir su insidiosa necesidad de explicar las heridas de Ruth con el motivo que realmente las había producido. Se refugiaba en el conocimiento de que él había realizado más cosas de las que ellos podían imaginar. Un pobre consuelo el suyo.
Su primer problema en la clase de los aprendices del weyr fue evitar las molestias que le producían a Ruth la infinidad de lagartos de fuego que se colocaban sobre él. Apenas había ahuyentado a un grupo, aparecía otro, con gran disgusto y exasperación de K’nebel, el maestro de los aprendices del weyr.
—¿Ocurre esto todo el día y dondequiera que estés? —preguntó, irritado, a Jaxom.
—Más o menos, sí. Es que ellos… bueno, acuden. Sobre todo desde… lo que pasó en el Weyr de Benden.
K’nebel expresó su disgusto dando bufidos, mientras asentía a lo que estaba escuchando.
—No me gusta dar crédito a esos rumores de que los dragones llamearon a los lagartos de fuego, pero no podrás lograr jamás que Ruth se ponga en marcha a menos que los lagartos de fuego lo dejen en paz. Y si no lo hacen, alguno de ellos se verá llameado.
Jaxom, entonces, dispuso que Ruth alejara a los lagartos de fuego tan rápidamente como fueran llegando. Pasó un buen rato antes de que Ruth pudiera estar en paz. Y cuando esto ocurrió, fue en parte porque todos los lagartos de fuego de la vecindad ya habían pasado por allí, y en parte porque Ruth demostró la suficiente firmeza como para que el resto de la clase matinal transcurriera sin interrupciones.
A despecho de todos estos problemas, K’nebel mantuvo a los aprendices del weyr trabajando hasta que llegó la llamada para la comida de mediodía. Jaxom fue invitado a compartirla y, en señal de reconocimiento a su rango, se le colocó en la larga mesa reservada para los dragoneros mayores.
La charla estuvo dominada por las continuas especulaciones sobre la devolución del huevo y sobre cuál de los jinetes de la reina lo había devuelto.
Las discusiones le sirvieron a Jaxom para reafirmarse en su decisión de seguir manteniendo su silencio. Advirtió de todo ello a Ruth, pero, al parecer, innecesariamente, pues el dragón blanco estaba más interesado en masticar pedernal y en evitar a las Hebras que en los sucesos pasados.
Los lagartos de fuego que le rodeaban habían perdido ya su anterior nerviosismo. Su principal preocupación era ahora la comida, y a continuación su propia piel, pues con la llegada del tiempo cálido habían empezado a cambiarla y estaban aquejados de picores. Las imágenes que le ofrecieron a Ruth ya no resultaban alarmantes.
Desde que estaba ocupado en el Weyr de Fort por las mañanas, Jaxom tuvo que abandonar las clases en los talleres del Arpista y del Herrero. Eso suponía que no tendría que soportar la manía de Menolly de hacerle preguntas, lo cual le agradaba.
Además, le divertía de veras el hecho de que Lytol le dejara algunas horas libres por las tardes. Su obligación consistía en viajar con Ruth, al Fuerte de la Meseta para ver cómo iba creciendo el nuevo cereal.
Corana estaba en el fuerte aquellos días, pues la esposa de su hermano estaba a punto de dar a luz. Cuando ella se interesó amablemente por el estado de las heridas de Jaxom, él no abusó de la opinión que ella se había formado de que las había recibido en una auténtica Caída, protegiendo al Fuerte de las Hebras. Ella le dio las gracias por esta protección de forma tal que le hizo sentirse avergonzado y a la vez, satisfecho. A él le hubiera gustado que tales elogios hubieran sido merecidos por una acción verídica. Pero no pudo enfadarse cuando, en la languidez que siguió a su placer mutuo, ella hizo algunas referencias a los lagartos de fuego y le preguntó si alguna vez había tenido ocasión de encontrar una nidada durante su combate con las Hebras.
—Todas las playas del Norte están valladas —le dijo él y, notando su disgusto, añadió—: Pero por supuesto, hay montones de playas desiertas en el Continente Meridional.
—¿Podrías ir volando en tu Ruth sin que los Antiguos lo supieran?
Estaba claro que Corana no sabía mucho de los acontecimientos más recientes, lo cual era un alivio para Jaxom, que ya se empezaba a aburrir de la preocupación del Weyr al respecto.
Volar sobre Ruth facilitaba bastante aquel asunto, sobre todo porque no soliviantaba a los lagartos de fuego forasteros, pues, al parecer, había hecho amistad con todos ellos.
—Supongo que podría.
Lo que hizo vacilar a Jaxom era la dificultad de planificar una ausencia lo suficientemente larga para permitirle llegar al Meridional.
Corana interpretó mal sus palabras y, una vez más, él se sentía demasiado benigno y agradecido para corregirla.
Cuando él y Ruth volaban hacia casa desde la Meseta, Jaxom pensó que las consecuencias de su reciente arrebato inicial, seguían produciéndose. Por fin, había logrado que Ruth tuviera una preparación adecuada y, aunque no se hubiera hecho cargo del Fuerte, al menos ahora disfrutaba de muchas de las prerrogativas de un Señor del Fuerte.
Sonrió, saboreando las dulzuras de Corana. A juzgar por la cálida bienvenida de la hermana de ésta, supuso que el Fuerte de la Meseta no tendría nada que objetar a la llegada de sangre no totalmente pura. El éxito en aquella área le favorecería a los ojos de los Señores de los Fuertes. Pensó en llevar a Corana al Fuerte, pero finalmente decidió no hacerlo. Le parecía que esto no sería justo para con los adoptivos y causaría preocupaciones a Brand y Lytol. Además, teniendo a Ruth podía ir y venir a su antojo y a la velocidad que quisiera. Por otra parte, si se llevaba a Corana a sus aposentos, ella requeriría de él más atención de la que estaba dispuesto a prestarle, a costa de Ruth.
La tercera tarde que fue al Fuerte de la Meseta, la mujer de Fidello estaba de parto, y Corana estaba demasiado aturdida para hacer otra cosa que pedirle perdón por la confusión y excitación reinantes. Él preguntó si querían que viniera el médico del Fuerte, pero Fidello dijo que uno de sus hombres, que era hábil en aquellos menesteres, había asegurado que su esposa no tendría problemas en aquel trance.
Jaxom hizo todos los comentarios que correspondían al caso, y luego se fue, sintiéndose ligeramente inquieto por aquel obstáculo imprevisto en el camino de sus proyectos.
¿Por qué te ríes?, le preguntó Ruth mientras volvían al Fuerte.
—Porque soy un tonto, Ruth, soy un tonto.
No creo que lo seas. Ella hace que te sientas bien, y no como un tonto.
—Por eso soy un tonto ahora, dragón bobo. Fui allá con la esperanza… bueno, esperando sentirme bien, y ella está demasiado ocupada. Y apenas hace siete días no hubiera imaginado que estaría tan contento de verla y de estar junto a ella. Por eso soy un tonto ahora, Ruth.
Siempre te querré, replicó Ruth, que sentía que aquella era la respuesta que Jaxom necesitaba.
Este, en un gesto afectuoso, acarició el cuello de su dragón, pero no pudo evitar sentir cierta desaprobación por su autoconfianza. Cuando volvió al Fuerte se encontró con otro obstáculo. Lytol le informó de que el resto de la nidada de Ramoth eclosionaría probablemente al día siguiente, y Jaxom tendría que hacer acto de presencia en Benden. El Señor Tutor miró las heridas curadas de Jaxom, asintiendo con un movimiento de cabeza.
—Intenta, si puedes, mantenerte fuera de la vista de los Caudillos del Weyr. Con una ojeada se darían cuenta de lo que ha pasado —dijo Lytol; y añadió—: No tiene sentido propagar tus tonterías.
Jaxom pensaba que la herida le daba una apariencia más madura, pero le prometió a Lytol que se mantendría bien distante de Lessa y de F’lar.
A Jaxom le gustaban mucho las eclosiones, sobre todo cuando Lytol no estaba presente. Se sentía culpable por ello, pero sabía que en cada Eclosión el doloroso recuerdo del dragón de Lytol, Larth, torturaba a aquel hombre.
Las noticias de la inminente Eclosión llegaron al Weyr de Fort mientras Jaxom realizaba un vuelo inclinado durante las prácticas de Caída del aprendizaje del weyr. Terminó la maniobra, se excusó ante el Instructor, y se llevó a Ruth por el inter hacia Ruatha, a fin de poder vestirse adecuadamente. Lytol, con el Rocky de Menolly, lo alcanzó en aquel mismo momento y le pidió que recogiera a Menolly, pues Robinton ya estaba en el Weyr de Ista con el dragón y el caballero del Taller del Arpista.
Jaxom aceptó la petición con cortesía, pues no encontró ninguna excusa para negarse. Bien, la sacaría a toda prisa del Taller y la llevaría al Weyr tan rápidamente que no le quedaría tiempo para hacer preguntas.
Cuando llegaron al taller del Arpista, Ruth le gritó su nombre al dragón vigilante de las alturas de fuego. Jaxom empezó a ponerse furioso. Habían suficientes dragones del Weyr de Fort en la pradera como para tomar la mitad del Taller. ¿Por qué Menolly no había solicitado a cualquiera de ellos?
Estaba decidido a que no tuviera ninguna oportunidad de sermonearle, y le pidió a Ruth con urgencia que les dijera a sus lagartos de fuego que él había llegado y estaba esperando en la pradera. Apenas había dado forma a estas palabras en su mente, cuando Menolly salió del camino del porche en dirección a él. Sobre su cabeza revoloteaban en círculos Beauty, Rocky y Diver. Ella empezó a ponerse su chaquetilla de montar, jugando distraídamente con algo que se pasaba de una mano a otra.
—Baja, Jaxom —ordenó imperiosamente—. No puedo hacerlo si me das la espalda.
—¿Hacer qué?
—¡Esto! —y ella, alzando una mano, le enseñó un pequeño pote—. ¡Baja!
—¿Por qué?
—No seas pesado. Estás perdiendo tiempo. Es para cubrir la cicatriz. ¿No querrás que Lessa y F’lar la vean, verdad? ¿Ni querrás que hagan preguntas capciosas? ¡Baja!, o llegaremos tarde. Y se supone que no has de calcular tiempo, ¿o sí? —añadió como último comentario, al ver que él seguía vacilando no del todo seguro de su altruismo.
—Tengo el pelo cepillado.
—Olvídalo y échalo hacia atrás —dijo ella, indicándole cómo hacerlo, mientras desenroscaba la tapa del pote—. Conseguí que Oldive hiciera una pequeña cantidad sin esencias. Así. Sólo necesita unos toques.
Se lo aplicó a la cara, repasando luego la marca que había quedado en la muñeca, por encima del guante.
—¿Lo ves? Se absorbe. —Se quedó mirándole con expresión crítica—. Sí, este es el truco. Nadie podría saber nunca que has sido acertado. —Luego se rió entre dientes—. ¿Qué opina Corana de tu herida?
—¿Corana?
—No me mires tan indignado. Súbete a Ruth. Vamos a llegar tarde. Ha sido muy inteligente por tu parte, Jaxom, que hayas cultivado a Corana. Entre los dos, y con vuestros talentos, podríais haber hecho un buen Arpista.
Jaxom montó en su dragón, furioso con ella, pero decidido a no caer en su trampa. Era muy propio de su estilo decir tales cosas, para que él se ofendiera. Muy bien; no tendría el éxito que buscaba.
—Gracias por recordar el ungüento, Menolly —dijo él, cuando pudo controlar su voz.
—Hay que evitar que Lessa se moleste ahora y yo tengo que estar necesariamente en esta Eclosión.
—Tienes razón.
Su tono de voz era un tanto extraño, pero él no tuvo tiempo de reflexionar sobre eso, pues Ruth se los llevó hacia lo alto y, sin esperar más instrucciones, por el inter hacia el Weyr de Benden. No, él estaba decidido a no dejarse engañar. Pero era terriblemente astuta, esta chica Arpista.
Ruth salió del inter medio silabeando: …uth, soy Ruth, soy Ruth…
Con lo cual hizo recordar algo a Jaxom, que torció el cuello para mirar al hombro izquierdo de Menolly.
—No te preocupes. Estarán a salvo en el Weyr de Brekke.
—¿Todos ellos?
—¡Cáscaras, no, Jaxom! Solamente Beauty y los tres bronces. Es posible que ella se aparee pronto y que los muchachos no la dejen sola un momento. —Y Menolly volvió a reír entre dientes.
—¿Está toda la nidada comprometida?
—¿Qué? ¿Cuentas los huevos antes de que hayan sido puestos? ¡No, en absoluto! —El comentario de Menolly tenía un tono crítico.
—¿Por qué? No querrás uno, ¿o sí?
—Para mí no.
Menolly se puso a reír ante la réplica de Jaxom, y él gruñó. Bien, que se riera si quería.
—¿Para qué querría yo un lagarto de fuego? —siguió diciendo él para tranquilizarla—. Le prometí a Corana que intentaría conseguirle uno. Ha sido muy… amable conmigo, ya sabes.
Se sintió recompensado al oír que Menolly se atragantaba de la sorpresa. Entonces ella le golpeó en la espalda con el puño cerrado, y él se apartó un poco.
—¡Déjame, Menolly! Tengo otra herida en ese hombro. —Habló con mayor furia de la que quería expresar, y luego se maldijo a sí mismo por haberle recordado el tema que él evitaba mencionar.
—Lo siento mucho, Jaxom —dijo ella, con tal arrepentimiento, que él se sintió ablandado—. ¿Cuántas heridas recibiste?
—En la cara, el hombro y el muslo.
Ella le cogió por el otro hombro:
—¡Escucha! Están redoblando los tambores. Y mira, hay candidatos penetrando en la Sala de Eclosión. ¿Podemos entrar volando?
Jaxom dirigió a Ruth al interior pasando por la entrada de arriba de la Sala. Los bronces conducían a los visitantes a la Sala, y cuando Ruth entró, la mirada de Jaxom se dirigió inmediatamente al lugar cerca del pórtico adónde él y Ruth se habían trasladado para devolver el huevo. Al recordarlo, no pudo reprimir un repentino sentimiento de orgullo.
—Estoy viendo a Robinton, Jaxom, allá en la cuarta fila. Junto a los colores de Ista. ¿Te importaría sentarte con nosotros? —Había una súplica en el tono de su voz y un ligero énfasis que intrigó a Jaxom. ¿A quién no le gustaría sentarse con el Maestro Arpista de Pern?
Ruth se colocó en un ángulo cerca de la gradería, se agarró al borde con las garras y se agachó para que Menolly y Jaxom pudieran descender.
Mientras Jaxom arreglaba su túnica antes de sentarse, observó detenidamente al Maestro Robinton. Pudo entender entonces la súplica de Menolly. El Arpista parecía cambiado. Había saludado ceremoniosamente a Jaxom y Menolly, dedicando una sonrisa a su Ayudante y dando un afectuoso golpe a Jaxom; pero había vuelto a sus pensamientos que, a juzgar por su expresión, debían ser tristes.
El Maestro Arpista de Pern tenía la cara alargada, por lo general móvil, de expresiones y reacciones rápidas. Ahora, mientras observaba a los jóvenes aspirantes avanzando por las arenas calientes de la Sala, su rostro se tornó duro, sus ojos hundidos se oscurecieron por la fatiga y la preocupación y la piel de sus mejillas y de su mentón se arrugaba. Su aspecto era el de un anciano, cansado y ausente.
Jaxom, desconcertado, desvió rápidamente la mirada, evitando la de Menolly, ya que sus pensamientos debían ser demasiado evidentes para la muchacha Arpista, que en aquel momento le observaba.
¿Viejo, el Maestro Robinton? Cansado, preocupado, sí; pero, ¿envejecido? Un frío vacío asaltó a Jaxom por dentro. ¿Quedaría Pern privado del humor y del saber del Maestro Arpista? Incluso era difícil verlo sin su clara intuición y su ávida curiosidad. Y el resentimiento sustituyó a la sensación de pérdida cuando Jaxom se encontró a sí mismo, leal a los principios de Robinton, intentando racionalizar aquella oleada de reflexiones.
Una urgente llamada de tambores volvió a atraer su atención a la Sala de Eclosión. Había estado en suficientes eclosiones para darse cuenta de que la presencia de Ramoth, cuando no había un huevo-reina, era inusual. Además su actitud era intimidadora. Él no hubiera osado enfrentarse a sus rojos y brillantes ojos o a las arremetidas de su cabeza, con la que empujaba hacia delante a los candidatos que iban llegando.
En lugar de dispersarse de modo que pudieran acercarse por separado a los huevos, que ya se balanceaban, los muchachos formaban un apretado grupo, como si de este modo fueran a tener mayores posibilidades de librarse de sus atenciones.
—No los envidio —dijo Menolly a Jaxom en voz baja.
—¿Los dejará Impresionar, señor? —preguntó Jaxom al Arpista, olvidando momentáneamente sus pensamientos sobre la mortalidad de aquel hombre.
—¿Pensabas que iría mirándolos de uno en uno para ver si olían a Weyr Meridional, verdad? —contestó el Arpista, con un ligero tono divertido en la voz.
Jaxom lo miró, y se preguntó si no había algún fallo en la iluminación, pues veía que el Arpista gesticulaba burlonamente, más de lo acostumbrado.
—No estoy seguro de que me preocupara mucho una investigación sobre el asunto ahora —añadió, alzando la ceja izquierda.
Menolly tosía, y los ojos le bailaban. Jaxom suponía que habrían estado recientemente en el Meridional, y se preguntaba qué habrían descubierto durante la estancia.
«¡Cáscaras!», pensó, poseído por un repentino pánico que le hizo sudar. Los del Sur sabían que ninguno de ellos había devuelto el huevo. ¿Y si Robinton había averiguado eso?
Un murmullo de disgusto en la Sala de Eclosión produjo tal reacción entre los reunidos que Jaxom desvió rápidamente la atención hacia ellos. Uno de los huevos se abrió, pero Ramoth se había colocado sobre él, protegiéndolo, y ninguno de los candidatos se atrevió a acercarse. Mnementh bramaba desde la cornisa exterior, y dentro los bronces tocaban los tambores. Ramoth alzaba la cabeza, tendiendo sus alas, radiantes de oro y verde, y gorjeando una respuesta desafiante. Los otros bronces contestaron en tonos conciliadores, pero el bramido de Mnementh era claramente un mandato.
Ramoth está muy disgustada, le dijo Ruth a Jaxom. El dragón blanco se había retirado discretamente a un rincón soleado junto al lago del Cuenco, pero su ausencia no le impidió saber lo que ocurría dentro de la Sala.
Mnementh le dice que está haciendo tonterías. Los huevos han de eclosionar; la nidada debe ser Impresionada. Entonces no tendrá que preocuparse más de ellos. Estarán seguros con los hombres.
El canturreo de los bronces se hizo más intenso, y Ramoth, aún protestando ante el inevitable ciclo de la vida, fue distanciándose a pasos lentos de los huevos. Al verla, uno de los muchachos mayores, que habían encabezado valientemente la primera fila, le hizo una solemne reverencia y luego dio unos pasos hacia el huevo partido del que estaba saliendo un joven bronce, gimiendo mientras trataba de mantener el equilibrio sobre sus temblorosas patas.
—Ese muchacho tiene buena presencia de ánimo —dijo Robinton, que había estado observando la escena, aprobando con una inclinación de cabeza. Y añadió—: Esa cortesía es justo lo que Ramoth necesitaba. Los movimientos de sus ojos se aquietan y está retrayendo las alas. ¡Bien… bien!…
Siguiendo aquel ejemplo, dos más de los candidatos mayores hicieron una inclinación ante Ramoth y se dirigieron rápidamente hacia los huevos que habían empezado a agitarse violentamente con los esfuerzos de la Eclosión al intentar romper los cascarones. Aunque las siguientes reverencias fueron grotescas o demasiado parcas, Ramoth se fue apaciguando, aunque emitió curiosos pequeños ladridos cuando cada uno de los dragoncitos hizo su Impresión.
—Mira, ¡ha conseguido el bronce! ¡Lo merecía! —dijo Robinton, aplaudiendo a la pareja recientemente unida, que ahora se dirigía hacia la entrada de la Sala.
—¿Quién es ese muchacho? —preguntó Menolly.
—Es uno del Fuerte de Telgar. Ha adquirido la figura y el color del viejo Señor… y sus dotes.
—El joven Kirnety del Fuerte de Fort ha conseguido otro bronce —informó Menolly entusiasmada—. Ya te dije que lo haría.
—He estado equivocado antes de ahora y lo volveré a estar de nuevo, mi querida niña. La infalibilidad sería una lata —replicó el Maestro Robinton tranquilamente—. ¿Hay aquí muchachos de Ruatha, Jaxom?
—Dos, pero no los puedo distinguir desde este ángulo.
—Es una Eclosión de buen tamaño —dijo Robinton—. Hay abundancia de donde escoger.
Jaxom observó a cinco muchachos que habían rodeado un gran huevo cubierto de manchas verdes. Contuvo el aliento cuando la cabeza del pequeño dragón emergió, volviéndose a mirar a cada uno de los muchachos mientras se sacudía los fragmentos de caparazón del cuerpo.
—Y muchos muchachos desilusionados —dijo Jaxom, cuando el pequeño dragón pardo avanzó, pasando a los cinco candidatos, y salió a las arenas, canturreando lastimeramente, mientras agitaba la cabeza de un lado a otro. «¿Qué hubiera pasado —pensó Jaxom, sintiendo que la sangre se le helaba en las venas— si Ruth no me hubiera encontrado conveniente?» Casi todos los candidatos habían salido ya de la Sala cuando él liberó a Ruth de aquel caparazón tan duro.
El pequeño dragón se cayó de bruces, y su nariz se enterró en la arena cálida. Se alzó, estornudó y volvió a gritar. Ramoth dio un grito de advertencia, y los muchachos que estaban junto a ella se retiraron a toda prisa. Uno de cabellos oscuros y piernas largas, con unas rodillas huesudas y cubiertas de cicatrices, estuvo a punto de caer sobre el pequeño pardo. Logró mantenerse en pie sacudiendo violentamente los brazos, empezó a retroceder y luego se detuvo, mirando fijamente al dragón. La Impresión se produjo.
Fue aquí. Tú estabas allí. Ahora estamos juntos, dijo Ruth, en respuesta a la emoción de Jaxom ante aquella escena. Y Jaxom hubo de parpadear para contener las lágrimas que asomaron a sus ojos ante aquella reafirmación del nexo que le unía con Ruth.
—Todo va a terminar pronto —dijo Menolly, con voz lastimera—. ¡Me gustaría tanto que durara más!
—Yo diría que nos hemos pasado toda una tarde en esto —afirmó Robinton, señalando a Ramoth.
La reina miraba ahora con expresión iracunda a las parejas que iban saliendo, balanceándose de lado a lado.
—¿Crees que ahora que todos han eclosionado y han sido Impresionados su humor mejorará? —preguntó Menolly.
—Y el de Lessa también. —Los labios de Robinton se crisparon—. Sin duda que, una vez que Ramoth pueda ser convencida de que ha de comer, ambas serán más benévolas.
—Eso espero.
La respuesta de Menolly fue en voz baja y anhelante, y a Jaxom le pareció que no estaba destinada a ser oída por Robinton, pues el Arpista se había vuelto para mirar hacia el fondo de las gradas, evidentemente buscando a alguien.
Sin embargo, Robinton la había oído, y dedicó a su Ayudante una cálida sonrisa.
—Es una lástima que no podamos aplazar este encuentro hasta que se haya producido la feliz restauración.
—¿No podré acompañarte?
—¿Para protegerme, Menolly? —Y el Arpista la cogió por un hombro, sonriendo afectuosamente—. No. Es una reunión privada, y no puedo desentonar incluyéndote en ella.
—Pero él sí puede ir… —Menolly señaló a Jaxom con el pulgar, mirándole resentida.
—Puedo… ¿qué?
—¿Es que no te ha dicho Lytol que se ha convocado un encuentro después de la Impresión? —preguntó el Arpista—. Ruatha debe asistir.
—No te podrían excluir en tu calidad de Maestro Arpista —dijo Menolly en voz baja.
—¿Por qué habrían de hacerlo? —preguntó Jaxom, sorprendido por aquella actitud defensiva tan poco habitual en ella.
—Por que tu brillo se ha apagado…
—Ya basta, Menolly. Te agradezco tu preocupación, pero todas las cosas tienen que pasar, en la plenitud del tiempo. Mi mente no es ni sanguinaria, ni servil. Una vez Ramoth haya matado, tampoco tendré miedo de luchar contra un dragón. —Robinton le dio cariñosamente una palmada en el hombro.
La reina se dirigió hacia el exterior de la Sala y, mientras la observaban, emprendió el vuelo.
—¡Mira! Se va a comer —dijo el Arpista—. Ya no tengo nada que temer.
Menolly le dirigió una mirada larga y sardónica:
—Todo lo que deseo es poder estar contigo. Eso es todo.
—Ya lo sé… ¡Ah, Fandarel! —El Arpista se levantó gesticulando para atraer la atención del corpulento Maestro Herrero—. Ven, Señor Jaxom; tenemos asuntos que ventilar en la Cámara del Consejo.
Ese debía ser por el que Lytol le había insistido en que asistiera a la Eclosión. Pero ¿Lytol no tendría que estar allí, si el encuentro era tan importante como había dicho Menolly? A Jaxom le halagó la confianza de su tutor.
Los dos Maestros se encontraron en las gradas de abajo, se unieron a otros Maestros Artesanos que hacían inclinaciones de cabeza, saludando con mayor solemnidad de la que era habitual en una sesión de Eclosión. La insinuación de Menolly de que aquel iba a ser un encuentro poco usual, parecía confirmarse. Jaxom se asombró nuevamente de que Lytol no estuviera presente. Había estado de acuerdo, y Jaxom lo sabía, en apoyar a Robinton.
—Por un momento, pensé que Ramoth iba a impedir la Impresión —dijo Fandarel, saludando a Jaxom con una inclinación de cabeza—. Veo que me has abandonado a cambio de tu pasatiempo favorito, ¿eh, muchacho?
—Simple entrenamiento, Maestro Fandarel. Todos los dragones deben aprender a masticar pedernal.
—¡Por mi alma! —exclamó el Maestro Minero Nicat—. Nunca hubiera pensado que viviría lo suficiente para hacer esto.
Jaxom captó la expresión de advertencia del Maestro Arpista cuando estaba a punto de replicar con cierto enojo, justo a tiempo de volver a pensar su respuesta.
—Ruth es muy bueno en esos menesteres, gracias.
—Uno olvida a veces el paso del tiempo, Maestro Nicat —dijo Robinton con suavidad—, y que el crecimiento y la madurez también se dan en los que aún recordamos como niños. ¡Ah, Andemon!, ¿cómo te encuentras hoy?
El Arpista indicó al Maestro Granjero que se uniera a ellos, mientras caminaban por las arenas calientes.
Nicat se colocó detrás de Jaxom, riendo entre dientes.
—¿Enseñar al pequeño blanco a masticar pedernal? ¿No será esa la causa por la que algunas de nuestras reservas parecen haber disminuido por la mañana?
—Maestro Nicat, estoy entrenando en el Weyr de Fort, y tengo todo el pedernal que Ruth necesita allí mismo.
—¿Entrenando en el Weyr de Fort, dices? —La sonrisa de Nicat se ensanchó y su mirada cayó como un látigo sobre la mejilla de Jaxom—. ¿Con dragoneros, eh, Señor Jaxom?
Fue solamente la entonación que puso en aquel título… Nicat miró delante de sí, a los escalones que iban al weyr de la reina y a la cornisa donde Mnementh solía colocarse.
El bronce había ido a ver a su reina comer en la pradera de abajo. Jaxom buscó la blanca piel de Ruth junto al lago, y sintió la presencia mental de su dragón.
—Una buena Eclosión, con una pequeña dificultad para los principiantes, ¿eh? —dijo Nicat con ánimo de charla.
—¿Enviaste a tus muchachos a la Sala hoy? —preguntó Jaxom cortésmente.
—Sólo a uno esta vez. Dos muchachos ya habían ido a Telgar, a la última Eclosión, así que no hubo quejas. Aunque, si tienes una nidada de huevos de lagarto de fuego que se te está estropeando, yo no diría que no a una pareja.
La mirada de Nicat era franca, y ciertamente no sería ningún problema si Jaxom decidiera enseñar a Ruth a masticar pedernal y tuviera los sacos suficientes en las minas.
—En este momento no tenemos ninguna, pero nunca se puede saber cuando se encuentra una nidada.
—Sólo lo digo por si acaso. Son los peores enemigos para las siniestras y ruinosas culebras de túnel, por no hablar de la inteligencia que requiere descubrir bolsas de gas que nosotros ni siquiera olemos. Y a esas bolsas es a lo que dedicamos casi todas nuestras excavaciones actualmente.
El Maestro Minero parecía, por sus palabras, deprimido y preocupado. Jaxom se preguntó qué había en el ambiente aquellos días, qué producía aquella atmósfera general de ansiedad y tristeza.
Siempre le había caído bien el Maestro Nicat y, durante sus lecciones en la Mina, había adquirido respeto por aquel Maestro Artesano bajo y vigoroso, que tenía la cara cubierta de manchas negras procedentes de su trabajo de aprendiz bajo el suelo.
Mientras iban subiendo los escalones de piedra que conducían al Weyr de la reina, Jaxom volvió a desear no haber hecho a N’ton la promesa de no calcular tiempos. Tenía demasiadas gestiones que hacer durante el día para arriesgar una escapada por el inter a las playas del Meridional, aunque a Ruth le habría complacido localizar una nidada.
Le hubiera gustado satisfacer al Maestro Nicat y encontrar también un huevo para Corana. Tampoco estaría mal favorecer al desafortunado Tegger, que ya debía haber aprendido cómo criar un lagarto de fuego. Pero no había manera, tenía las horas del día tan ocupadas que no podía realizar un viaje al Meridional precisamente ahora.
En el preciso momento en que llegaron a la entrada, un dragón bronce apareció rugiendo por encima de las Piedras Estelares. El dragón vigilante respondió. Y Jaxom observó que todos se habían detenido, escuchando aquel cambio de saludos. ¡Cáscaras, pero qué nerviosos eran los de Benden! Se preguntó quién acababa de llegar.
El caudillo del Weyr de Ista, le informó Ruth.
¿D’ram? No era raro que los otros Caudillos del Weyr asistieran a las eclosiones, si bien, por lo general, a menos que hubiera una inminente Caída de Hebras en su propia área, venían especialmente a Benden. Jaxom ya había reconocido a N’ton, R’mart del Weyr de Telgar, G’narish de Igen, y T’bor de las Altas Extensiones, entre los reunidos. Luego recordó la conversación del Maestro Arpista sobre la Dama del Weyr de D’ram, Fanna. ¿Es que ella estaba peor?
Cuando llegaron a la Sala del Consejo, Nicat se apartó de él. Jaxom fijó su mirada en Lessa, sentada en la pesada silla de piedra de la Dama del Weyr, con expresión ceñuda, y se dirigió rápidamente a un rincón de la sala. A aquella distancia, los sagaces ojos de ella no podrían distinguir la cicatriz en su cara.
El Arpista había dicho que aquel no iba a ser un encuentro largo. Jaxom observó a los artesanos formar en fila, a los otros Caudillos de los Weyrs y a los Señores de los Fuertes mayores, pero no vio a ninguna de las Damas del Weyr, ni a ningún Lugarteniente, salvo a Brekke y F’nor.
D’ram llegó acompañado de F’lar y de un hombre más joven al que Jaxom no reconoció, aunque llevaba los colores de un Lugarteniente. Si a Jaxom le había trastornado el envejecimiento del Maestro Arpista, más le asombró el cambio experimentado en la apariencia de D’ram. Aquel hombre parecía haberse hundido en la pasada Revolución, y haberse convertido en un ser hosco, seco y frágil. El andar del Caudillo del Weyr de Ista era vacilante, y sus hombros caídos.
Lessa se levantó, con gesto rápido y gracioso, y salió al encuentro del de Ista, con las manos extendidas y una expresión inesperadamente compasiva. A Jaxom le pareció que ella había estado totalmente inmersa en sus reflexiones. Pero ahora, toda su atención se centraba en D’ram.
—Estamos todos reunidos, tal como pediste, D’ram —dijo Lessa, llevándole a la silla contigua a la suya y sirviéndole una taza de vino.
D’ram dio las gracias por el vino y por la bienvenida. Tomó un sorbo, pero, luego en lugar de sentarse, se volvió para dirigirse a los reunidos. Jaxom pudo ver entonces, en su rostro, las arrugas de la fatiga y los surcos de vejez.
—La mayoría de vosotros ya conocéis mi situación y la enfermedad de Fanna… —dijo, con voz baja y vacilante. Se aclaró la garganta e inspiró profundamente—. Deseo dimitir de mi cargo de Caudillo del Weyr de Ista. A ninguna de nuestras reinas les falta compañero, pero no tengo ánimos para seguir por más tiempo. Mi Weyr está de acuerdo. G’dened —D’ram señaló a uno de los hombres que le habían acompañado— ha ejercido las funciones de Caudillo durante las diez últimas Revoluciones, montado en su Barnath. Debía haber dimitido antes, pero… —sacudió la cabeza, sonriendo tristemente, y añadió—: Esperábamos que la enfermedad pasara. —Alzó los hombros con esfuerzo—. Caylith es la reina de más edad y Cosira es una buena Dama del Weyr. Barnath ya ha cubierto en vuelo a Caylith y ha habido una Eclosión fuerte y prolífica que les ha servido de prueba. —Vaciló, mirando fatigado a Lessa—. Era costumbre en la Época Antigua, cuando un Weyr se quedaba sin caudillo, dejar libre el primer vuelo de apareamiento de la reina en dicho Weyr a todos los jóvenes bronces. De este modo se podía elegir justamente a un nuevo caudillo. Yo me permito ahora invocar esta vieja costumbre.
Dijo todo esto en un tono casi beligerante, y no obstante su tono respecto a Lessa era suplicante.
—Entonces debe estar muy seguro del Barnath de G’dened —dijo R’mart, del Weyr de Telgar, en un tono de disgusto que se impuso a los murmullos de asombro.
G’dened, con una amplia sonrisa, intentaba no ser el blanco de todas las miradas.
—Deseo para Ista el mejor Caudillo —dijo D’ram ceremoniosamente, pesaroso por el comentario de R’mart sobre el vuelo de prueba—. G’dened, a mi juicio, ha probado su competencia; pero deberá probarla ante todos los presentes.
—Eso es hablar como es debido. —F’lar se levantó, alzando las manos para pedir silencio—. No pongo en duda que G’dened tiene grandes posibilidades, R’mart, pero la oferta de D’ram es excesivamente generosa en este momento crítico. Informaré a todos mis caballeros bronces, pero yo, por mi parte, sólo dejaré participar a aquellos cuyos dragones aún no hayan tenido la oportunidad de aparearse con una reina. No creo que sea justo crearle tantos inconvenientes a Barnath ahora. ¿Qué os parece?
—¿Caylith no es una reina procedente de Benden? —preguntó el Señor Gorman, del Fuerte de Keroon.
—No; es miembro del séquito de Mirath. Pirath es la reina criada en Benden.
—¿Caylith es una reina Antigua?
—Caylith es reina de Ista —dijo F’lar rápidamente, con tono firme.
—¿Y G’dened?
—Yo nací en la Época Antigua —dijo éste con voz tranquila, pero la expresión con la que miró al Señor Gorman no tenía nada de amable.
—O sea, que es hijo de D’ram —afirmó el Señor Warbret de Ista, dirigiéndose directamente al Señor Gorman, como si tal cualidad fuera a destruir la tácita objeción del Señor del Fuerte.
—Gran hombre y gran estirpe —replicó Gorman, sin alterarse en absoluto.
—Es su caudillaje lo que está en cuestión, no su estirpe, —dijo F’lar—. La costumbre es buena…
Jaxom oyó claramente murmurar a alguien que aquella era la única costumbre buena de los Antiguos de la que él había oído hablar, y confió en que aquellos murmullos no se hubieran oído demasiado.
—D’ram quedaría en su derecho de seguir en el Weyr en espera del liderazgo —continuó F’lar, dirigiéndose a los Maestros Artesanos y a los Señores de los Fuertes—. Yo, por mi parte, le agradezco mucho su oferta y la buena disposición del Weyr de convocar al vuelo de apareamiento.
—Yo, todo lo que quiero es el mejor caudillo para mi Weyr —repitió D’ram—. Esta es la única manera de estar seguro de que Ista lo consigue. La única manera, la única adecuada.
Jaxom, conteniendo sus ganas de aplaudir aquellas palabras, echó una ojeada por toda la sala buscando reacciones favorables en los presentes. Al parecer, todos los Caudillos de los Weyrs estaban de acuerdo. Era lógico, pues cualquiera de sus caballeros podía resultar beneficiado por aquella propuesta.
Jaxom creía que el Barnath de G’dened cubriría a Caylith de un modo u otro. Así se demostraría que los Antiguos más jóvenes estaban hechos de buena madera. Nadie podría decir nada en contra del Caudillo de Ista una vez éste se hubiera sometido a la prueba de una competición.
—He manifestado cuál es la intención de Ista —dijo D’ram, elevando su cansada voz sobre el murmullo de las conversaciones—. Es voluntad de mi Weyr. Y ahora, debo volver. Señores, Maestros, Caudillos de los Weyrs, todos los presentes…
Hizo una rápida inclinación de cabeza a todos los reunidos, y una reverencia más ceremoniosa ante Lessa, que se levantó, le tocó el brazo en señal de simpatía y le cedió el paso.
Para sorpresa y desconcierto de Jaxom, todo el mundo se levantó cuando D’ram salió, pero el Caudillo del Weyr de Ista mantuvo la cabeza baja. Jaxom se preguntó si se habría dado cuenta del gesto espontáneo de respeto general, y sentía un nudo en su garganta.
—Yo también me despediré, a no ser que se me necesite —dijo G’dened, haciendo una solemne reverencia ante los Caudillos de Benden y luego ante los otros Caudillos.
—¿G’dened? —Al pronunciar su nombre, Lessa incorporó todo tipo de preguntas.
El hombre sacudió lentamente la cabeza.
—Informaré a todos los Weyrs cuando Caylith esté dispuesta para el vuelo. —Y siguió a D’ram a toda prisa.
Cuando el sonido de sus pasos se perdió en el corredor, empezaron a surgir voces. Los Señores de los Fuertes no estaban seguros de aprobar tal innovación. Los Maestros Artesanos al parecer, estaban divididos, si bien Jaxom se inclinaba a creer que Robinton había sabido de antemano la decisión de D’ram y que era neutral al respecto. Los Caudillos de los Weyrs expresaron su total aprobación.
—Espero que Fanna no fallezca hoy —oyó Jaxom que comentaba uno de los Maestros Artesanos con su vecino—. Una muerte ocurrida durante una Eclosión es mala señal.
—Además estropearía la fiesta. Me pregunto qué fuerza tiene el bronce de G’dened. Si ahora un caballero bronce de Benden entraba en Ista…
Al oír hablar de la fiesta, Jaxom sintió que su estómago ronroneaba por falta de alimento. Se había levantado temprano para su entrenamiento, como siempre, y sólo había tenido tiempo para vestirse convenientemente en su Fuerte. Así pues, empezó a deslizarse hacia la salida. Siempre podría obtener un rollo de carne o un pan dulce de alguna de las mujeres de las Cavernas Inferiores, y con ello calmar el hambre.
—¿Esto es todo lo que había que hablar en el encuentro? —preguntó el Señor Begamon del Fuerte de Nerat. Su voz rasposa cayó en un momentáneo silencio. Después continuó malhumorada—: ¿Es que los Weyrs todavía no se han enterado de quién se llevó el huevo? ¿Ni de quién lo devolvió? ¡Esto es lo que suponía que íbamos a escuchar hoy!
—El huevo fue devuelto. Señor Begamon —dijo F’lar, y tendió la mano a Lessa, instándola a levantarse.
—Ya sé que fue devuelto. Yo estaba aquí cuando ocurrió. También estuve cuando eclosionó.
F’lar, llevando a Lessa, cruzó la sala.
—Esta es otra Eclosión, Señor Begamon —dijo F’lar—. Una ceremonia feliz para todos nosotros. Habrá vino abajo.
Y los dos Caudillos del Weyr salieron de la sala.
—No lo entiendo. —Begamon se volvió, confuso, hacia el hombre que tenía a su lado—. Creí que hoy sabríamos algo nuevo.
—Tú sí —dijo F’nor, llevando a Brekke tras él—. Supiste que D’ram dimitía como Caudillo del Weyr de Ista.
—Eso no es asunto mío. —Begamon iba disgustándose cada vez más con las respuestas que oía.
—Eso es más asunto tuyo que cualquier especulación relacionada con el asunto del huevo —dijo F’nor, mientras salía de la sala con Brekke.
—Creo que esta es la única respuesta que vas a conseguir —le dijo Robinton a Begamon, con una triste sonrisa en el rostro.
—Pero… ¿Es que no van a hacer nada al respecto? ¿Van a dejar que los Antiguos los ofendan de este modo sin hacer nada?…
—A diferencia de los Señores de los Fuertes —explicó N’ton, avanzando hacia sus oyentes—, los dragoneros no pueden permitirse dar libre curso a sus pasiones u honores a costa de su principal deber, que es proteger a todo Pern de los ataques de las Hebras. Esta es la ocupación más importante de los dragoneros, Señor Begamon.
—Vamos, Begamon —dijo el Señor Groghe del Fuerte de Fort, cogiéndolo del brazo—. Es asunto del Weyr, y no nuestro, ya lo sabes. No podemos interferir. No debemos. Saben lo que están haciendo. Y el huevo fue devuelto… Mal asunto, lo de la esposa de D’ram. Me ha disgustado verlo marchar Es muy sensible… F’lar no lo dijo, pero este debe ser vino de Benden.
Jaxom vio al Señor Groghe escrutando las caras de los que le rodeaban.
—Ah, Arpista. ¿El vino debe ser de aquí, de Benden?
El Arpista asintió, y salió de la Sala del Consejo en compañía de los dos Señores, mientras Begamon seguía protestando por la falta de información. Jaxom los siguió, pues la sala iba quedando desierta. Y cuando llegó a la base de las gradas del Weyr, Menolly se le acercó de repente.
—Bien, ¿qué ha pasado? ¿Le hablaron finalmente?
—¿Quién tenía que hablar con quién?
—¿F’lar y Lessa, se dirigieron al Arpista?
—No había motivo para que lo hicieran.
—Pero sí lo había para que no lo hicieran. Bien, ¿qué sucedió?
Jaxom suspiró, como pidiéndole un poco de paciencia, mientras revisaba mentalmente lo que había ocurrido.
—D’ram vino para preguntar… no, para informar de que iba a dimitir como Caudillo del Weyr de Ista…
Menolly asintió, animándole a seguir su relato, como si todo aquello no fuera nuevo para ella.
—Dijo que iba a invocar una costumbre de los Antiguos para dejar abierto a todos los bronces el vuelo de apareamiento de la reina.
Los ojos y la boca de Menolly se abrieron de par en par, con una expresión de sorpresa.
—Esto los tiene que haber puesto en vilo. ¿Hubo protestas?
—Sí, por parte de los Señores de los Fuertes —Jaxom sonrió—. Por parte de los Caudillos de los Weyrs, no. Excepto R’mart, que hizo una observación, de pasada, sobre G’dened: dijo que, dado su gran vigor, no habría quien compitiera con él.
—No conozco a G’dened, pero sé que es hijo de D’ram.
—Eso no siempre es significativo.
—Es verdad.
—D’ram siguió diciendo que deseaba el mejor Caudillo para Ista, y que éste era el mejor procedimiento para conseguirlo.
—Pobre D’ram…
—Querrás decir «pobre Fanna».
—No, pobre D’ram. Pobres de nosotros. Era un Caudillo muy fuerte. ¿Y el Maestro Robinton, no dijo nada? —Menolly dejó de lado sus reflexiones sobre D’ram, para ocuparse de asuntos más importantes para ella.
—Habló con Begamon.
—¿Y con los Caudillos de los Weyrs, no?
—No tenía motivo. ¿Por qué?
—Bueno… han sido amigos tan íntimos durante tanto tiempo… y son injustos al respecto. Él tenía que haberse explicado. Los dragones no pueden luchar contra los dragones.
Jaxom asintió calurosamente. Su comentario fue coreado por un ruido en su estómago tan audible que Menolly lo miró fijamente. Jaxom se sintió dividido entre el embarazo y la diversión ante tal traición interna.
Finalmente triunfó la risa y, aunque pidió disculpas a Menolly, él pudo darse cuenta de que aquel incidente había triturado su sentido del ridículo.
—Vamos. No puedo obtener sentido común de ti hasta que no hayas gozado de una buena comida.
La comida no era lo más importante de las fiestas de la Eclosión ni lo más memorable. Los dragoneros se mostraron muy moderados. Jaxom no intentó adivinar hasta qué punto había influido la dimisión de D’ram o el robo del huevo. Prefirió no pensar más en todo aquello. Se sentía incómodo en compañía de Menolly, pues tenía el presentimiento de que ella sabía que había sido él quien había devuelto el huevo. El hecho de que ella no dijera nada sobre sus sospechas aún le preocupaba más, porque se daba cuenta de que ella lo hacía a propósito para dejarle en la incertidumbre. Tampoco tenía especial interés en compartir una mesa con F’lessan y Mirrim, pues podían darse cuenta de sus cicatrices de Hebras. Benelek no era para él una compañía agradable en ningún momento, y a buen seguro no hubiera estado a gusto tomando asiento en las mesas principales, a las que su rango le daba derecho.
A Menolly se la había llevado Oharan, el Arpista del Weyr, y los oyó cantar. Si hubiera sido música nueva se hubiera quedado con ellos, sólo por formar parte de algún grupo. Pero los Señores de los Fuertes estaban pidiendo sus canciones favoritas, y lo mismo hacían los orgullosos padres de los muchachos que habían Impresionado.
Ruth estaba gozando con la emocionante fiesta de los dragones recientemente eclosionados, pero echó de menos los servicios de los lagartos de fuego.
No les gusta estar encerrados en el Weyr de Brekke, le dijo a su caballero. ¿Por qué no pueden salir? Ramoth está dormida y tiene la tripa llena. Ni siquiera se daría cuenta…
—No estés tan seguro de eso —le contestó Jaxom levantando la vista hacia Mnementh, que estaba sobre la cornisa de la reina, con sus brillantes ojos fijos en el otro lado del cada vez más oscuro Cuenco del Weyr.
Finalmente, Jaxom y Ruth se fueron de la fiesta tan pronto como la cortesía les permitió hacerlo.
Mientras iban trazando círculos hacia el Fuerte de Ruatha, Jaxom empezó a preocuparse por Lytol. Su tutor quedaría muy trastornado, cuando Fanna muriera y la reina se suicidara. Hubiera querido no tener que llevar la noticia de la dimisión de D’ram. Sabía que Lytol tenía un gran respeto al Antiguo. Se preguntó cuál sería la reacción de Lytol ante el asunto del vuelo de apareamiento.
Lytol no hizo sino gruñir, mover enérgicamente la cabeza, y preguntar a Jaxom si se había debatido algo más respecto al asunto del robo del huevo. Ante el relato de Jaxom sobre la queja del Señor Begamon, Lytol emitió otro gruñido desganado y despectivo. Luego preguntó si había huevos de lagarto de fuego disponibles. Dos colonos más le habían pedido huevos con insistencia. Jaxom dijo que le preguntaría a N’ton por la mañana.
—Teniendo en cuenta el mal olor de los lagartos de fuego, me pregunto quién los necesita —observó el Caudillo del Weyr de Fort, al día siguiente, cuando Jaxom le transmitió el recado—. O quizá por eso, precisamente, por lo que hay tanta demanda… Todos están convencidos de que nadie más los va a necesitar, y por eso ahora los piden. No, no tengo ninguno… Pero quería hablar contigo. El Weyr de Fort vuela mañana con el Weyr de las Altas Extensiones durante la Caída más septentrional. Si fuera sobre Ruatha, te pediría que te unieras al ala de aprendices del Weyr. Pero, tal como están las cosas, creo que es mejor que no lo haga. ¿Lo comprendes?
Jaxom asintió, pero dio a entender a N’ton que podría combatir con Ruth la próxima vez que las Hebras cayeran sobre Ruatha.
—Lo discutí con Lytol —dijo sonriente N’ton, cuyos ojos centelleaban—. El razonamiento de Lytol es que estarías muy arriba sobre la tierra, y nadie en Ruatha se daría cuenta de que el Señor del Fuerte estaba arriesgando su vida; por tanto, nada de ello se sabría en Benden.
—Arriesgo mi vida y mi cuerpo mucho más en Tierra con la cuadrilla del lanzallamas.
—Es muy probable, pero seguimos sin desear que alguien le cuente la verdad a Lessa y a F’lar. He recibido un buen informe tuyo de K’nebel. Ruth es todo lo que me dijiste que podría ser: rápido, inteligente y desacostumbradamente veloz en el aire. —N’ton volvió a sonreír—. Entre tú y yo; K’nebel dice que la pequeña bestia cambia la dirección con la cola. Su principal preocupación es que algunos lleguen a creer que sus dragones pueden hacer lo mismo, con lo cual tendríamos montones de caballeros accidentados.
Así fue como, a la mañana siguiente, mientras el Weyr combatía la Caída de las Hebras, Jaxom buscó a Ruth y se dirigieron hacia el lago para darse un buen chapuzón y nadar.
Los lagartos de fuego limpiaron las crestas del cuello de Ruth y Jaxom lavó cuidadosamente la cicatriz de su pierna. De repente, el dragón blanco empezó a sollozar. Alarmándose, Jaxom miró a su alrededor y vio que los lagartos de fuego habían suspendido sus trabajos. Todos tenían las cabezas alzadas, como si estuvieran oyendo algo que Jaxom no podía oír.
—¿Qué pasa, Ruth?
La mujer se está muriendo.
—Llévame de vuelta al Fuerte, Ruth. Date prisa.
Los dientes de Jaxom rechinaron cuando la ropa mojada rozó su cuerpo en el frío del inter. Luego, miró hacia el dragón vigilante en las alturas de fuego. Era muy extraño, pero la bestia estaba tranquilamente tomando el sol, y se podía suponer que estaba enterado de la noticia de la muerte.
Es que ahora todavía no está muriendo, dijo Ruth.
A Jaxom le tomó un momento darse cuenta de que Ruth, actuando por propia iniciativa, había retrocedido en el tiempo a poco antes de que los lagartos de fuego les avisaran junto al lago.
—Prometimos no viajar en el tiempo, Ruth. —Jaxom podía darse cuenta de las circunstancias, pero no le gustaba la idea de faltar a su palabra, fuera por el motivo que fuera.
Fuiste tú quien lo prometió. Yo no. Lytol te necesitará a tiempo.
Ruth dejó a Jaxom en el patio, y el joven Señor se lanzó escaleras arriba hacia la sala principal. Sorprendió al sirviente que estaba barriendo el comedor, preguntándole por el paradero de Lytol.
El sirviente creía que el Señor Lytol estaba con el Maestro Brand. Jaxom sabía que Brand guardaba vino en su oficina, pero entró en la despensa, cogió un pellejo de vino y dos tazas, y avanzó a zancadas hacia la sala interior, subiendo los escalones de dos en dos. Empujando la pesada puerta con sus fuertes hombros, accionó la aldaba con el codo derecho y continuó, sin detener apenas su marcha, corredor abajo hacia las habitaciones de Brand.
En el preciso instante en que abría la puerta de golpe, el pequeño lagarto de fuego azul de Brand iniciaba aquella misma pose de atención que había alertado a Jaxom en el lago.
—¿Qué ocurre, Señor Jaxom? —gritó Brand, poniéndose en pie.
El rostro de Lytol mostró su desaprobación por aquel modo ineducado de presentarse, e iba a comenzar a hablar cuando Jaxom señaló al lagarto de fuego.
El azul había vuelto rápidamente a sentarse sobre sus patas, abrió las alas e inició el estridente y fuerte ulular característico de los lagartos de fuego. El rostro de Lytol perdió todo su color, y entonces los presentes oyeron los gritos, igualmente penetrantes pero más profundos, del dragón vigilante y de Ruth, anunciando ambos el paso de un dragón reina.
Jaxom sirvió vino en una taza y se la tendió a Lytol.
—No sirve para evitar el dolor, ya lo sé —dijo en tono brusco—, pero te puedes emborrachar lo suficiente para no oír ni recordar nada.