XVII. FUERTE DE FORT, WEYR DE BENDEN, EN EL FUERTE DE LA CALA Y EN EL MAR A BORDO DE LA HERMANA DEL ALBA, 15.10.1 — 15.10.2

Cuando los tres lagartos de fuego se hubieron saludado, los tres hombres, sonriendo ante el entusiasmo demostrado por sus amigos, se sentaron cómodamente en torno a la mesa situada en la pequeña habitación del Fuerte de Fort en el que el Señor Groghe celebraba sus encuentros privados.

Sebell había asistido a estos encuentros con frecuencia, pero nunca como portavoz de su Artesanado, ni tampoco habiendo convocado el Señor Groghe al Caudillo del Weyr de Fort, con motivo de un asunto de cierta importancia.

—No sé cómo debo empezar —dijo el Señor Groghe mientras servía el vino.

Sebell pensó que aquel era un modo bastante bueno de empezar, sobre todo teniendo en cuenta que el Señor del Fuerte les había honrado sirviéndoles vino de Benden.

—Quizá sea una metedura de pata. Bien… el problema es éste… yo apoyé a F’lar cuando combatió contra T’ron. —Groghe le hizo una señal con la cabeza al Caudillo del Weyr de Fort—… porque sé que tenía razón. Era acertado enviar al exilio a aquellos malhechores, donde no pudieran seguir haciendo mal alguno. Y mientras los Antiguos estaban en el Weyr Meridional, tenía sentido dejarlos solos, tanto tiempo como ellos nos habían dejado a nosotros, lo que hicieron en la mayoría de los casos.

El Señor Groghe miró primero a N’ton y luego a Sebell.

Ambos hombres tenían noticias de que se habían producido estragos ocasionales en el Fuerte de Fort, hechos que sólo podían ser atribuidos a los Antiguos disidentes, y asintieron con la cabeza reconociendo aquel hecho.

El Señor Groghe se aclaró la garganta y apoyó las manos sobre su grueso vientre.

—El asunto es que la mayoría de ellos han muerto ya o están a punto de morir. No van a ser ya ningún problema. Y D’ram, en su condición de algo así como un representante de F’lar, está llevando a los dragones de los otros Weyrs, para volver a hacer de aquel un Weyr adecuado, combatir a las Hebras y todo eso. ¡Yo, todo esto lo apruebo! —Y obsequió al Arpista y al Caudillo del Weyr con largas y significativas miradas—. Hum, bien, todo esto no está mal, ¿verdad? ¡Proteger el Meridional contra las Hebras! El objetivo principal, cuando el Weyr Meridional esté de nuevo en marcha, es que el Sur sea una tierra segura. Pues bien, sé que hay un Fuerte establecido allí. Es el del joven Toric. No desearía interferir en su propiedad. ¡De ningún modo! Se lo ha ganado. Pero un Weyr que funcione bien puede proteger bastante más que un pequeño Fuerte, ¿no es verdad?

Y fijó su mirada en N’ton, que procuró mantener una actitud de cordial interés, forzando al Señor Groghe a continuar sin ayuda alguna.

—Bien, humm, el problema es que preparas a un grupo de jóvenes cazadores para que sepan como colonizar adecuadamente y esto es lo que quieren hacer. ¡Colonizar! ¡Se dedican a disputar entre ellos! De poco sirve favorecerlos. Hay que favorecer a otros, mientras ellos se pelean y se entregan a sus disputas. ¡Abrásalo! Todos necesitan Fuertes de su propiedad.

Y diciendo esto, el Señor Groghe golpeó con el puño sobre la mesa, para recalcar sus palabras.

—No puedo seguir parcelando mi tierra ni debo hacerlo, y estoy colonizando cualquier terreno que no sea simple roca. No puedo expulsar de aquí a hombres que me han sido confiados, como lo fueron sus padres, abuelos y bisabuelos. No sería justo, por mi parte. Y además no quiero echarlos sólo para complacer a mis parientes. El asunto es que mientras los Antiguos estaban en el Meridional, nadie hubiera soñado con sugerirlo. Pero es el hombre de F’lar, y lo convertirá en un Weyr como es debido, para que puedan haber más propiedades. ¿O es que eso no es posible allí?

El Señor Groghe miró al Arpista y al Caudillo del Weyr como desafiándoles a que le contradijeran.

—Hay gran abundancia de terrenos sin propietario en el Meridional, ¿no es verdad? Nadie sabe en realidad que extensión hay. Pero oí decir al Maestro Pescador Idarolan que uno de sus barcos tardó varios días en recorrer la línea de la costa. Hum, sí, bueno…

De repente, empezó a reír entre dientes, y su regocijo se convirtió en una tremenda hilaridad que sacudió el enorme cuerpo del Señor del Fuerte. La risa le impedía hablar, y en su impotencia, señalaba con el dedo primero a uno y luego a otro, intentando explicar por gestos lo que sus carcajadas le impedían expresar con palabras.

N’ton y Sebell, perplejos, intercambiaron una sonrisa y se encogieron de hombros, incapaces de adivinar qué era lo que divertía a Groghe o qué era lo que les intentaba decir. Aquella tremenda hilaridad fue cediendo poco a poco, dejando al Señor Groghe tan debilitado que tuvo de enjugarse las lágrimas de sus ojos.

—¡Bien preparados! ¡Así es como estáis vosotros dos! ¡Bien preparados!

Respiró dificultosamente, golpeándose el pecho con el puño para detener sus risotadas. Estuvo largo rato tosiendo y luego, tan bruscamente como había empezado a reír, se puso serio.

—No puedo ofenderos a ninguno de vosotros. No lo voy a hacer. Tampoco puedo revelar por las buenas los secretos del Weyr. Tenéis que comprenderlo. Hacedme un favor: contádselo a F’lar, Recordadle que es mejor atacar que defenderse. ¡Como si no lo supiera! Me parece —y el Señor Groghe se tocó el pecho con el dedo pulgar— que lo mejor que puede hacer es estar preparado… y pronto. Hay problemas. Todo el mundo en Pern sabe que el Maestro Arpista va al Meridional a recobrarse de su enfermedad. Todo el mundo le desea al Maestro Robinton la mejor suerte. Pero todos empiezan a pensar en ese Continente Meridional que ahora ya no está cerrado.

—El Meridional es demasiado grande para estar bien protegido contra las Hebras, que siguen cayendo allí —dijo N’ton.

El Señor Groghe asintió con la cabeza, farfullando que eso ya lo sabía.

—El asunto es que la gente cree que se puede vivir sin Fuertes y sobrevivir a la Caída de las Hebras. —Los ojos del Señor del Fuerte se achicaron, mientras miraba a Sebell—. ¡Esa muchacha vuestra, Menolly, lo hizo! Oí decir a Toric que tuvo muy poca ayuda de los Antiguos durante las Caídas.

—Dime, Señor Groghe —preguntó Sebell, con tono tranquilo—. ¿Has estado alguna vez afuera durante una Caída?

El Señor Groghe se estremeció ligeramente:

—Una vez. Oh, bueno, sí, me hago cargo de tu punto de vista, Arpista: apaciguar un camino que separa a los muchachos de los hombres. —Hizo un claro gesto afirmativo con la cabeza—. Esa es mi idea: ¡separar a los muchachos de los hombres! —Miró a N’ton, y su mirada tenía un aire astuto, aunque su expresión seguía siendo benévola—. ¿O es que los Weyrs no quieren que los muchachos estén separados?

N’ton se rió, ante la sorpresa del Señor.

—Ya es hora de que separemos algo más que a los muchachos, Señor Groghe.

—¿Eh?…

—Le pasaremos tu mensaje a F’lar hoy mismo.

Y el jefe del Weyr de Fort alzó su copa ante el Señor del Fuerte, como un signo de su promesa.

—No he podido expresarme más claramente… ¿Qué nuevas hay, Maestro Sebell, del Maestro Robinton?

Los ojos de Sebell brillaban divertidos.

—Está pasando cuatro días fuera del Fuerte de Ista, descansando con tranquilidad.

—¡Ja!

El Señor Groghe dio a entender que no se lo creía.

—Bien, me han dicho que está tranquilo —replicó Sebell.

—¿Se va a aquel pequeño refugio en el que está encerrado el joven Jaxom, no?

—¿Encerrado? —Sebell miró al Señor Groghe con un horror burlesco—. No está encerrado. Sólo se le ha prohibido que vuele por el inter durante cierto tiempo.

—Y está en aquella cala. ¡Perfecto! ¿Dónde, exactamente?

—En el Meridional —contestó Sebell.

—Hum. Muy bien, ¿no quieres hablar? ¡No hablarás! No te culpo. Un hermoso sitio. Y ahora, dejemos eso, y comunícale a F’lar lo que he dicho. No pienses que seré el último, pero esto sería una ayuda para ser el primero. Ayúdale a él, y ayúdame a mí. ¡Malditos hijos míos que me están llevando a la bebida!

El Señor del Fuerte se levantó, y los dos jóvenes le imitaron.

—Dile a tu Maestro que he preguntado por él cuando le veas la próxima vez, Sebell.

—Así lo haré, señor.

La pequeña reina del Señor Groghe, Merga, canturreó ante el Kimi de Sebell y el Tris de N’ton mientras los tres hombres caminaban hacia la puerta de salida. El mensaje que captó Sebell fue que el Señor Groghe estaba muy complacido con la entrevista.

Ninguno de los hombres hizo comentario alguno hasta que hubieron llegado abajo, descendiendo por la amplia rampa que iba del patio del Fuerte de Fort hasta la carretera principal y pavimentada del complejo del Fuerte.

—¿Qué ha resultado?

Entonces, N’ton oyó la risa satisfecha y suave de Sebell.

—Ha resultado, N’ton, ha resultado.

—El Señor del Fuerte está pidiendo permiso a los Caudillos del Weyr para ir al Meridional.

—¿Por qué no habría de hacerlo? —N’ton parecía perplejo.

Sebell le sonrió abiertamente a su amigo.

—¡Por el Huevo, también ha resultado contigo! ¿Tienes tiempo para llevarme al Weyr de Benden? El Señor tiene razón. Puede ser el primero, aunque lo dudo, conociendo los métodos del Señor Gorman, pero en todo caso no será el último.

—¿Qué es lo que ha resultado conmigo, Sebell?

La sonrisa de Sebell se hizo más amplia y sus ojos pardos brillaron.

—Ahora estoy bien entrenado en no revelar los secretos importantes, amigo.

N’ton hizo un gesto de impaciencia y de disgusto, y se detuvo en medio del empolvado pavimento.

—Explícate, o no vendrás conmigo.

—Si está muy claro, N’ton. Vamos, reflexiona mientras me llevas a Benden. Si no has averiguado qué es lo que quiero decir, te lo diré cuando lleguemos. Tendré que informar a F’lar, de todos modos.

—¿El Señor Groghe también, eh?

F’lar se quedó mirando a los dos jóvenes de modo reflexivo.

Acababa de regresar de combatir a las Hebras sobre Keroon, y de una inesperada entrevista después de la Caída con el Señor Gorman, amenizada por los diversos ruidos producidos por la larga y perpetuamente goteante nariz del Señor.

—¿Ha habido Caída de Hebras sobre Keroon hoy? —preguntó Sebell y, cuando F’lar asintió con un gesto amargo, el joven Maestro Artesano le sonrió a N’ton.

—¡El Señor Groghe no fue el primero!

Demostrando visiblemente la irritación que sentía, F’lar arrojó sus guantes de montar sobre la mesa.

—Pido disculpas por esta irrupción, cuando debes estar deseando reposar, Caudillo de Weyr —dijo Sebell—, pero si el Señor Groghe ha pensado en aquellas tierras desérticas del Meridional, hay otros que también lo han hecho. Así que ha sugerido que sería mejor que estuvieras sobre aviso.

—¿Sobre aviso, eh? —F’lar apartó el rizo de sus cabellos que le tapaba los ojos, y se sirvió sonriente una copa de vino. Pero, recordando sus deberes de cortesía, les sirvió también a N’ton y Sebell.

—Señor, este asunto no está aún fuera de nuestras manos.

—Hay un montón de gente sin propiedades, que desean acudir en enjambres al Meridional, ¿y el asunto no está aún fuera de nuestras manos?

—¡Pero primero han de pedir permiso a Benden!

F’lar estaba bebiendo su vino, y casi se ahogó de la sorpresa.

—¿Pedirle permiso a Benden? ¿Cómo se entiende eso?

—El Maestro Robinton se está encargando de ello —dijo N’ton, con una sonrisa de oreja a oreja.

—Excúsame, pero me parece que no te sigo bien —dijo F’lar, sentándose, mientras se limpiaba las gotas de vino que tenía en los labios—. ¿Qué tiene que hacer el Maestro Robinton, que, según creo, está cómodo y seguro en el mar, con Groghe, Gorman, y quién sabe quienes más que deseen terrenos en el Meridional para sus muchos hijos?

—Señor, ¿sabes que yo he sido enviado por todo el Norte y Sur de Pern por el Maestro Arpista? Pues bien: últimamente he tenido que cumplir dos importantes tareas que han excedido mis deberes habituales. La primera ha consistido en sondear el ambiente que hay en cada uno de los Fuertes pequeños, en lo tocante a los deberes del Fuerte respecto al Weyr. En segundo lugar, he tratado de reforzar la creencia de que todo el mundo en Pern debe mirar al Weyr de Benden.

F’lar parpadeó, movió la cabeza como si tratara de aclarar sus ideas, y luego se inclinó hacia Sebell:

—Sigue. Eso es muy interesante.

—Sólo el Weyr de Benden podía valorar los cambios que se habían producido en el Fuerte y el Artesanado durante el Intervalo Largo, porque sólo Benden había cambiado con las Revoluciones. Tú, en tu calidad de Caudillo del Weyr de Benden, salvaste a Pern de las Hebras cuando ya nadie creía que volverían a caer. Y tú también protegiste a tu Tiempo de los excesos de los Antiguos, que no podían aceptar los cambios graduales de los Fuertes y los Artesanados. Fuiste tú quien hizo respetar los derechos de ambos contra tu propia gente, y exiliaste a aquellos que no contaron contigo para el liderazgo.

—Hum, nunca oí decir tales cosas respecto a ese asunto —dijo F’lar.

Para regocijo de N’ton, el Caudillo del Weyr de Benden hizo una mueca, en parte de embarazo, pero sobre todo de complacencia por aquella alusión.

—¡Y así es como el Meridional acabó siendo acotado!

—No precisamente acotado —dijo F’lar—. La gente de Toric siguió yendo y viniendo por allí. —Y sonrió al recordar las repercusiones actuales de aquellas libertades.

—Vinieron hasta el Norte, es cierto, pero los comerciantes o cualquier otro sólo fueron al Meridional con el permiso del Weyr de Benden.

—¡Yo no recuerdo haber dicho esto en el Fuerte de Telgar el día en que luché contra T’ron! —F’lar hizo esfuerzos para recordar claramente lo que había ocurrido aquel día, pero sólo lograba recordar una boda, un combate y una Caída de Hebras.

—La verdad es que no lo dijiste con tantas palabras —replicó Sebell—, pero solicitaste y recibiste el apoyo de otros tres Caudillos de los Weyrs y de todos los Señores de los Fuertes y Maestros Artesanos.

—¿Y el Maestro Robinton interpretó esto en el sentido de que Benden da todas las órdenes referentes al Meridional?

—Más o menos —admitió cautelosamente Sebell.

—Pero no con tantas palabras, ¿eh, Sebell? —preguntó F’lar, percibiendo inmediatamente la tortuosa mente del Arpista.

—Sí, señor. Este parecía ser el camino a seguir, considerando tus propios deseos de asegurarte parte del Continente Meridional para los dragones, durante el próximo Intervalo.

—No tenía ni idea de que el Maestro Robinton había tomado tan en serio una observación casual mía.

—El Maestro Robinton siempre ha tenido muy en cuenta todo lo referente a los Weyrs.

Sombríamente, F’lar pensó en el doloroso alejamiento que se había producido desde la intervención del Arpista el día en que fue robado el huevo. Pero una vez más, aunque no pareció ser así en su momento, el Arpista había actuado favoreciendo los intereses de Pern. Si Lessa hubiera llevado a cabo su idea de lanzar a los dragones del Norte contra las pobres bestias del Meridional…

—Tenemos una gran deuda con el Maestro Arpista.

—Sin los Weyrs… —Sebell extendió las manos a lo ancho, queriendo indicar que no existía ninguna otra opción.

—No todos los Fuertes estarían de acuerdo con eso —dijo F’lar—. Se continúa pensando que si los Weyrs no destruyen a la Estrella Roja, es porque el final de las Hebras supondría el final de su dominio en Pern. ¿O acaso el Maestro Robinton ha logrado cambiar esta idea?

—El Maestro Robinton no tuvo que hacerlo —dijo Sebell, con una sonrisa—, no después de que F’nor y Canth intentaran llegar a la Estrella Roja. La idea es que los dragoneros alzan el vuelo cuando las Hebras están en el cielo.

—¿No es acaso algo sabido —F’lar intentaba suprimir el desprecio en el tono de su voz—, que los meridionales rara vez se han animado a volar contra las Hebras?

—Esto, como sabes, es ahora un hecho conocido. Pero, señor, me parece que no te das cuenta de que una cosa es pensar, en estar desprotegido durante una Caída, y otra muy distinta es vivirlo.

—¿Ha sido ese tu caso? —preguntó F’lar.

—Lo ha sido —dijo Sebell, con expresión solemne—, hubiera preferido, más que ninguna otra cosa, haber estado dentro de un Fuerte. —Se encogió de hombros—. Ya sé que sería cuestión de cambiar las costumbres adquiridas en los primeros años de mi vida, pero yo, definitivamente, prefiero estar en un refugio durante la Caída. Y para mí, esto equivale a la protección de los dragones.

—Así que, en definitiva, ¿el problema de los meridionales me vuelve a caer encima?

—¿Cuál es ahora el problema de los meridionales? —preguntó Lessa, que entraba en el Weyr en aquel preciso instante—. Creí que estaba claro que nosotros tenemos privilegios sobre el Meridional.

—Ese —F’lar rió entre dientes— parece que no es el problema. En absoluto. Y gracias al Maestro Robinton.

—Entonces, ¿cuál es el problema? —dijo ella, saludando con una inclinación de la cabeza a Sebell y a N’ton, para mirar luego con dureza a su compañero de Weyr, en espera de una respuesta.

—Simplemente, que parte del Continente Meridional abriremos para los hijos más jóvenes del Norte que no tienen propiedad, antes de que ellos mismos se conviertan en uno.

—Ya os vi hablando. Francamente, me preguntaba cuándo saldría este tema, ahora que hemos tenido que intervenir nuevamente en la acción de los Antiguos.

Lessa aflojó su cinturón de montar, y suspiró.

—Me gustaría estar mejor informada. ¿Es que Jaxom no ha aprovechado el tiempo, allá abajo en la cala?

Sebell extrajo un voluminoso paquete de su túnica.

—En realidad, ha estado trabajando. Es posible que esto te aclare algo las ideas, Lessa.

Con aire de sereno triunfo, Sebell desplegó las hojas cuidadosamente dispuestas de una enorme carta de navegación, que tenía aún varias partes en blanco. Una línea de costa claramente perfilada que se expandía ocasionalmente hacia el interior, con áreas coloreadas y áreas sombreadas. En las márgenes había anotadas fechas y los nombres de los que habían revisado las diversas secciones. El saliente de tierra señalado en Punta Nerat estaba lleno de anotaciones, y era tan conocido del Caudillo del Weyr como el Weyr y el Fuerte Meridional. A ambos lados de esta frontera había una increíble extensión de tierra, limitada al Oeste por un amplio desierto de arena a ambos lados de una enorme bahía. Al Este, más lejos aún de la influencia del Meridional, aparecía una línea de costa aún más larga que bajaba bruscamente hacia el Sur, señalada en su punto más oriental por el perfil de una montaña alta y simétrica, y de una cala pequeña de forma estrellada.

—Esto es lo que conocemos del Continente Meridional —dijo Sebell, tras un largo intervalo en el que los dragoneros se quedaron mirándolo—. Como ves, todavía no hemos logrado cartografiar toda la costa, y mucho menos el interior. Y hacer todo esto nos ha costado tres Revoluciones enteras de discretas observaciones.

—¿Quién se ha encargado de ellas? —preguntó Lessa, ahora profundamente interesada.

—Mucha gente: yo mismo, N’ton, los colonos de Toric; pero la mayoría del trabajo ha corrido a cargo de un joven Arpista llamado Piemur.

—Así que eso es lo que le ocurrió cuando cambió su voz —dijo Lessa sorprendida.

—Según la escala de este mapa —dijo F’lar lentamente—, podríamos situar el Norte de Pern en la mitad occidental de la Bahía.

Sebell colocó su pulgar izquierdo sobre la protuberancia, y apoyó el resto de la mano, con los dedos desplegados, sobre la parte Oeste del mapa.

—Este sector podría ser ocupado fácilmente por los Señores de los Fuertes. —Oyó la nerviosa respiración de Lessa, y le sonrió, extendiendo la mano derecha sobre la parte Este—. Pero esta parte, me ha dicho Piemur que es la mejor del Meridional.

—¿Cerca de la montaña? —preguntó Lessa.

—¡Sí, cerca de la montaña!

Piemur, dirigiendo a Estúpido mientras Farli trazaba círculos sobre su cabeza, volvió a salir del bosque en el momento en que la oscuridad caía sobre la cala. Balanceando en la mano una ristra de fruta madura, la tiró al suelo, a los pies de Sharra.

—¡Ahí tienes! Hay que prepararla para servirla por la mañana —dijo, con una sonrisa de tanteo en el rostro, mientras se ponía en cuclillas—. Estúpido no fue el único que se asustó de la chusma de esta mañana. —Se secó muy ceremoniosamente la frente—. No había visto a tanta gente desde… la última reunión a la que asistí en el Cuenco Meridional. ¡Hace ya dos Revoluciones! ¡Llegué a creer que nunca se irían! ¿Volverán mañana?

Jaxom sonrió ante la lastimera pregunta, y asintió con la cabeza:

—Yo no tuve mucha más suerte que tú, Piemur. Me fui porque tenía que cazar. Y entonces seguí por aquella senda hacia abajo, y me pasé la tarde aparejando una red de pescar. —Hizo un gesto, señalando la siguiente cala.

Piemur asintió con la cabeza.

—Gracioso, esto de no tener necesidad de estar entre la gente. Me sentía como si no pudiera respirar, con tantas personas usando las mismas reservas de aire. Y esto es ni más ni menos que una locura. —Miró a su alrededor, hacia los negros bultos de provisiones que se apilaban en la cala—. No estamos apretados en un Fuerte, con los ventiladores en marcha —sacudió la cabeza—. Y yo, Piemur, el Arpista, un hombre sociable, ahora doy media vuelta y huyo de la gente… ¡con más rapidez de lo que lo hizo Estúpido!

Soltó un bufido, y luego una risotada.

—Si os hace sentiros mejor, os diré que yo también me sentí algo abrumada —dijo Sharra—. Gracias por la fruta, Piemur. Es que… aquella multitud se comió todo lo que teníamos. Creo que ha quedado algo de wherry asado, y algunas costillas del macho.

—Podría comerme a Estúpido, pero estaría demasiado correoso.

Piemur dio un suspiro de alivio, y se acomodó sobre la arena.

Sharra rió disimuladamente, y fue a buscarle algo de comer.

—No me gusta que haya mucha gente aquí —le dijo Jaxom a Piemur.

—Ya sé qué quieres decir —dijo el joven Arpista sonriendo—. Jaxom, ¿te das cuenta de que he estado en sitios en los que ningún hombre había estado antes? He estado en sitios que me han producido un tremendo espanto, y en otros he tenido dificultades para irme por lo hermosos que eran. —Dio un suspiro de resignación—. Bueno, yo llegué allí primero.

De repente se incorporó, señalando hacia el cielo.

—¡Allí están! ¡Ah, si tuviera un aparato de mirar a distancia!

—¿Quiénes son?

Y Jaxom miró hacia donde señalaba Piemur, esperando ver dragoneros.

—Son las llamadas Hermanas del Alba. Sólo se las ve en el crepúsculo y al amanecer, desde aquí abajo, y mucho más altas desde el vuelo. ¡Mira esos tres puntos tan brillantes! ¡Las he usado de guía muchas veces!

Jaxom difícilmente las hubiera perdido de vista, pues las tres estrellas resplandecían con una luz casi constante. Y se preguntó cómo no las había visto antes.

—Pronto se apagarán —dijo Piemur—, a menos que salga una de las lunas. Y entonces las volverás a ver poco antes del amanecer. Debo preguntarle a Wansor sobre ellas, cuando lo vea. Son cuerpos celestes que no actúan propiamente como estrellas. ¿El Astrónomo ha sido llamado para ayudar a construir el Fuerte del Arpista?

—Es uno de los pocos que no —replicó Jaxom—. ¡Animo, Piemur! Tal como han trabajado hoy, no tardarán mucho en terminar el Fuerte. ¿Y qué decías de las Hermanas del Alba?

—No actúan propiamente como estrellas. ¿Nunca te has fijado?

—No, aunque hemos estado en la mayor parte de los crepúsculos y ciertamente en bastantes amaneceres.

Piemur señaló con varios ademanes de su brazo derecho hacia las Hermanas del Alba.

—La mayoría de las estrellas cambian de posición. Ellas, no cambian.

—Seguro que sí. En Ruatha, son casi invisibles en el horizonte.

Piemur negó con la cabeza.

—Son de posición constante. Eso es lo que quiero decir. En cada estación que he pasado aquí, han estado siempre en el mismo lugar.

—¡No puede ser! ¡Es imposible! Wansor dice que las estrellas tienen rutas en el cielo, igual que…

—Pues están fijas. Siempre están en la misma posición.

—Y yo te digo que eso es imposible.

—¿Qué es imposible? No os tratéis a berridos —dijo Sharra, que volvía con una fuente llena de comida y un pellejo de vino colgado de sus hombros. Le dio la comida a Piemur, y llenó las copas de los presentes.

Piemur rió a carcajadas, mientras cogía una costilla de macho.

—Bueno, voy a enviarle un mensaje a Wansor. ¡Y le diré que tienen una conducta malditamente extraña en unas estrellas!

Un cambio de viento despertó al Maestro Arpista. Zair graznó suavemente, sobre la almohada, más arriba de la oreja de Robinton. Un toldo protector había sido colocado sobre la cabeza del Arpista para protegerlo del sol, pero había sido el calor y la falta de aire lo que le había despertado.

Había una novedad: nadie le estaba velando. Aquel respiro en la vigilancia le agradó. Le había complacido la preocupación que todos demostraban, pero a veces tantas atenciones llegaban casi a sofocarlo. Y al final, su impaciencia había llegado al máximo. No tenía elección. Estaba demasiado débil y cansado para resistirse a las medicaciones. Hoy debían hacerle otra observación sobre su mejoría, y la hacían dejándolo solo. Se sintió bien en su soledad. Delante de él, la hoja de medicación se balanceaba, y podía oír la vela mayor tras él, a popa, runruneando por la ausencia de viento.

Las suaves olas parecían ser lo único que daba impulso al navío. Olas con rizos de espuma en sus crestas, que tenían un ritmo hipnotizante, y tuvo que sacudir la cabeza enérgicamente para romper aquella fascinación. Levantó la vista y sólo vio agua por todas partes. Era normal. No verían tierra durante días enteros, ya lo sabía, aunque el Maestro Idarolan había dicho que iban a una buena velocidad en su ruta hacia el Sudeste, ahora que habían entrado en la Gran Corriente Del Sur.

El Maestro Pescador estaba tan complacido con la expedición como cualquiera de sus acompañantes. Robinton resopló, divertido. Al parecer, todo el mundo estaba sacando provecho de su enfermedad.

Bueno, bueno —Robinton se reprendió a sí mismo—, no te amargues la vida. ¿Por qué pasarse tanto tiempo preparando a Sebell, si no para que se hiciese cargo del Taller cuando fuera necesario? Solamente, pensó Robinton, que nunca había esperado que eso ocurriera. Se preguntó si Menolly le informaba fielmente de los mensajes diarios de Sebell. Podía ocurrir que ella y Brekke se hubieran puesto de acuerdo para mantenerlo al margen de cualquier problema serio que surgiera.

Zair rozó su cabeza con la de él. Era la mejor reserva de buen humor que podía tener un ser humano. El lagarto de fuego sabía, con un instinto que superaba a su propio sentido del entorno, cuál era el clima emocional de los que rodeaban a Robinton.

Le hubiera gustado poder superar su languidez y emplear el tiempo del viaje en hacerse cargo de los asuntos del Artesanado, ocuparse de las canciones que tenía en la mente para escribir, y de todos aquellos proyectos que la presión de las preocupaciones inmediatas había ido posponiendo una y otra vez.

Pero Robinton no tenía ambiciones en aquel momento. Se sentía satisfecho de estar en la cubierta del veloz navío del Maestro Idarolan, y de no hacer nada. Las Hermanas del Alba, con aquel bello nombre las llamaba Idarolan, le recordaron que tenía que pedir aquella tarde que le prestaran el aparato de mirar a distancia del Marino.

Había algo extraño en esas Hermanas del Alba. Eran visibles en el cielo, más altas que lo que debieran estar, al amanecer y también al anochecer. Claro que no le permitirían levantarse al amanecer para observarlas. Pero podría hacerlo al ponerse el sol. Él no creía que las estrellas actuaran así normalmente. Tenía que acordarse de escribirle una nota a Wansor.

Sintió que Zair se movía. Le oyó graznar un saludo complacido, antes de oír unos pasos suaves detrás de él. La imaginación de Zair pensó en Menolly.

—No te acerques a mí tan sigilosamente —dijo, con más displicencia de la que hubiera querido.

—Pensé que estabas dormido.

—Lo estaba. ¿Qué otra cosa voy a hacer durante todo el día? —dijo, sonriendo para quitarles petulancia a sus palabras.

Ella sonrió, y le ofreció una copa de jugo de fruta mezclado con un poco de vino. Sabía que era más conveniente que el vino solo.

—Parece que estás mejor.

—¿Parezco mejor? ¡Estoy tan quisquilloso como un viejo abuelo! ¡Debes estar cansada de mi malhumor!

Ella se dejó caer a su lado, poniendo su mano sobre el antebrazo de él.

—Estoy contenta de que puedas enojarte —dijo.

Robinton se sintió perplejo al ver el brillo de las lágrimas en los ojos de la muchacha.

—Mi querida Menolly… —empezó a decir, colocando su mano sobre la de ella.

Ella apoyó la cabeza sobre la colchoneta, y apartó su cara de la de él, mirando hacia otro lado. Zair graznó preocupado, y sus ojos empezaron a centellear con mayor rapidez. Beauty saltó al aire por encima de la cabeza de Menolly, graznando con una ruidosa angustia. Robinton dejó su copa sobre la mesa, incorporándose sobre uno de sus codos, y se inclinó solícito hacia la muchacha.

—Menolly, yo estoy bien. Me levantaré y caminaré uno de estos días, según dice Brekke —el Arpista se tomó la libertad de acariciarle los cabellos—. ¡No llores, no llores ahora!

—Es una tontería mía, ya lo sé, porque te estás poniendo bien, y ya cuidaremos de que no vuelvas nunca a hacer esfuerzos innecesarios…

Menolly se enjugó los ojos con el dorso de la mano, y sollozó.

Su actitud tenía un encanto infantil. Su cara, que ahora estaba sucia por el llanto, se volvió de repente tan vulnerable, que Robinton sintió latir su corazón con más fuerza por el asombro. Él le sonrió tiernamente, apartando con una caricia los cabellos que cubrían su rostro. Sujetando su mejilla, se la besó. Y él sintió la mano de ella apretando convulsivamente su brazo, la sintió apretándose contra sus labios en un impulso que hizo que los dos lagartos de fuego empezaran a hacer zumbidos. Posiblemente fue aquella reacción de sus amigos o su propia perplejidad lo que le hizo endurecerse, pero Menolly se apartaba ahora de él.

—Lo siento —dijo ella, inclinando la cabeza y encogiendo los hombros.

—Yo también, mi querida Menolly —dijo el Arpista, cuando pudo hablar.

En aquel momento se dolió de su edad, de la juventud de ella, de lo mucho que la amaba, del hecho de no haberse atrevido, y de la debilidad que le había llevado a admitir todo esto. Ella se volvió, dándole la espalda, y sus ojos reflejaban la intensidad de su emoción.

Él liberó su mano, vio el dolor en los ojos de ella, y con una simple presión de sus dedos se dio por enterado de todo lo que ella hubiera querido decir. Luego suspiró, cerrando los ojos para no ver los de ella, llenos de afecto. De repente se sintió agotado por aquel intercambio de sentimientos que se había producido en un instante. Tan rápido como una Impresión, pensó, y tan duradero. Él siempre había intuido la peligrosa ambivalencia de sus sentimientos hacia aquella muchacha, educada en un Fuerte Marino, y cuyo talento él había desarrollado.

Sintió la ironía de tener que admitir ante sí mismo y ante ella todo eso, en un momento tan terrible como aquél. Pensó que había sido una torpeza por su parte no haberse dado cuenta de la intensidad y calidad de los sentimientos de Menolly hacía él. Y sin embargo, ella le había parecido bastante satisfecha con Sebell. Seguramente, gozaban de una profunda relación emocional y física. Robinton había hecho todo lo que estaba en su mano para asegurar aquello. Sebell era el hijo que él nunca había tenido. ¡Tanto mejor así!

—Sebell… —empezó a decir él, pero se detuvo cuando sintió los dedos de ella cerrarse sobre los suyos.

—Yo te amé a ti antes, Maestro.

—Tú has sido para mí como una hija —dijo él, esforzándose por creerlo. Y apretó los dedos de ella en un brusco acceso, que interrumpió incorporándose sobre los codos, volvió a coger la copa que había dejado y tomó un largo trago.

Luego, se sintió capaz de sonreírle, a despecho del agudo dolor que sentía en la garganta por lo que nunca podía haber pasado. Y ella logró esbozar una sonrisa en respuesta a su gesto.

Zair voló hacia lo alto, más allá del toldo de protección solar, aunque Robinton no pudo imaginar por qué la proximidad del Maestro Pescador había espantado a la criatura.

—Bien, ¿ya estás despierto? ¿Has descansado, mi buen amigo? —preguntó el Maestro Marino.

—Eres precisamente la persona a quien yo necesitaba ver aquí, Maestro Idarolan. ¿Has podido ver las Hermanas del Alba en la penumbra del atardecer? ¿O es que mi vista se ha deteriorado junto con el resto de mi persona?

—Bah, tus ojos no han perdido nada en absoluto, Maestro Robinton. Ya he enviado un mensaje al Maestro Wansor al respecto. Te confieso que nunca he llegado tan lejos en mis navegaciones por estas aguas Meridionales, y por tanto nunca había observado el fenómeno hasta ahora. Pero creo que realmente hay algo especial en las posiciones de estas tres estrellas.

—Si se me permite quedarme levantado esta tarde hasta después de que oscurezca —el Arpista miró significativamente a Menolly—, ¿me dejarías usar tu aparato de mirar a distancia?

—Por supuesto que sí, Maestro Robinton. Y tendré en cuenta tus observaciones. Ya sé que has tenido mucho tiempo para estudiar las ecuaciones del Maestro Wansor. Es posible que, entre los dos podamos encontrar alguna explicación de esta conducta errática de los astros.

—Nada me complacería más. Y mientras tanto, acabemos el juego que hemos empezado esta mañana. Menolly, ¿tienes a mano el tablero?