VI. FUERTE DE RUATHA Y FUERTE MERIDIONAL, 15.5.27 — 15.6.2

El día empezó en el Fuerte con el envío de lagartos de fuego con mensajes para todos los Fuertes más pequeños y para los grupos de trabajo, ordenando que todo lagarto de fuego fuera adecuadamente marcado y advertido individualmente sobre los riesgos de acercarse a cualquier Weyr.

Algunos de los colonos granjeros más próximos habían ido llegando durante la mañana para confirmar las irregulares noticias que los lagartos de fuego habían dado. Esto tuvo ocupados durante toda la jornada a Lytol, Jaxom y Brand.

Al día siguiente se esperaba una Caída de Hebras. Así ocurrió, precisamente en el momento en que Lytol había predicho que ocurriría. Ello causó a éste gran placer y a los colonos una fuerte sensación de seguridad.

Jaxom, con la mejor voluntad, se colocó en su puesto, con la gente que utilizaba el lanzallamas, para evitar que alguna Hebra escapara de los dragones del Weyr de Fort. Jaxom pensó, divertido que probablemente en la próxima Caída de Hebras él estaría en el aire, cabalgando a un Ruth que exhalara fuego.

Al tercer día de ocurrido el robo del huevo, Ruth se sintió hambriento y quiso ir de caza. Pero los lagartos de fuego llegaron con tales ganas de acompañarle, que sólo mató una vez y se comió todo el animal, incluidos los huesos y la piel.

No voy a matar para ellos le dijo Ruth a Jaxom, con tal fiereza, que éste se preguntó si Ruth sería capaz de llamear a los lagartos de fuego.

—¿Qué ocurre? Creí que te gustaban. —Jaxom salió al encuentro de su dragón, sobre la pendiente de hierbas, y empezó a acariciarlo con suavidad.

Me recuerdan haciendo algo que no recuerdo haber hecho. Que no hice. Los ojos de Ruth resplandecían con chispas rojas.

—¿Qué recuerdan que hiciste?

No lo he hecho. Había una cierta inseguridad temerosa en el tono de Ruth. Sé que no lo he hecho. Insistió una vez más: No podría hacer una cosa así… Soy un dragón. Soy Ruth. ¡Soy de Benden! Sus últimas palabras expresaban angustia.

—¿Qué recuerdan, Ruth? Tienes que contármelo.

Ruth inclinó la cabeza, como si quisiera ocultar aquello, pero volvió la mirada a Jaxom, gimiendo lastimeramente:

No me llevé el huevo de Ramoth. Sé que no lo hice. Estuve allí, junto al lago, todo el tiempo, contigo. Yo lo recuerdo. Tú lo recuerdas. Ellos saben dónde estuve. Pero, de algún modo, también recuerdan que yo me llevé el huevo de Ramoth.

Para evitar caerse, Jaxom tuvo que agarrarse al cuello de Ruth. Luego hizo varias inspiraciones muy profundas.

—Muéstrame las imágenes que ellos te han dado, Ruth.

Y Ruth lo hizo. Las proyecciones se hacían cada vez más claras y vividas, a medida que Ruth se calmaba en respuesta a los ánimos que le daba su caballero.

Esto es lo que recuerdan, dijo finalmente, dando un profundo suspiro de alivio.

Jaxom se propuso a sí mismo pensar con lógica, y dijo en voz alta:

—Los lagartos de fuego sólo pueden decir lo que han visto. Y tú dijiste que ellos se acuerdan. ¿Sabes cuándo recuerdan haberte visto llevándote el huevo de Ramoth?

Podría llevarte a ese cuándo.

—¿Estás seguro?

Hay dos reinas… me han molestado más que las otras porque recuerdan mejor.

—Pero no recordarían por la noche, cuando las estrellas ya se han apagado, ¿verdad?

Ruth, oyéndole, sacudió la cabeza:

No. Los lagartos de fuego no son lo bastante grandes para ver las suficientes estrellas… Entonces fue cuando recibieron las llamas. Los bronces que guardan el huevo masticaban pedernal. No quieren que ningún lagarto de fuego esté cerca de ellos.

—Eso es inteligente por su parte.

A ningún dragón le gustan ya los lagartos de fuego. Y si supieran lo que los lagartos de fuego recuerdan de mí, tampoco yo les gustaría.

—Entonces también será verdad que tú eres el único dragón que escuchará a los lagartos de fuego, ¿no es cierto?

Aquella deducción no fue muy del agrado, ni de Ruth, ni de Jaxom.

—Pero ¿por qué, si el huevo ya ha vuelto al Weyr de Benden, los lagartos de fuego siguen molestándote con ese tema?

Porque siguen sin recordar que yo haya ido.

Jaxom pensó que era mejor sentarse. Esta última declaración le provocaba una gran cantidad de reflexiones. No, se contradijo. F’lessan tenía razón: Pensamos y hablamos de cosas hasta la saciedad. Se preguntó si también Lessa y F’nor se habían visto poseídos por aquella irracional compulsión en el momento de tomar sus decisiones. Pero Jaxom, finalmente, decidió que era mejor no pensar tampoco en aquel asunto.

—¿Estás seguro de saber al cuándo que tenemos que ir? —volvió a preguntarle a Ruth.

Dos reinas se elevaron, aleteando y zumbando alegremente; una de ellas fue lo bastante atrevida para posarse sobre el brazo de Jaxom, mientras sus ojos resplandecían de alegría.

Ellos lo saben. Yo lo sé.

—Bien; me alegro de verlos dispuestos a llevarnos. Deseo fervientemente que hayan visto las estrellas.

Jaxom hizo otra inspiración profunda, y luego saltó sobre el cuello de Ruth y le ordenó que lo llevara a casa.

Una vez tomada la decisión de actuar, era asombroso lo fácil que le resultaba ponerse en marcha, sobre todo si no pensaba más en ello. Dispuso sus arreos de montura árabe, la cuerda, y un atavío de pieles para cubrir el huevo. Cortó algunos rollos de carne, se despidió de Brand y se precipitó fuera del Taller, contento de tener a mano la excusa de su supuesto idilio con Corana.

Más tiempo le costó lograr que Ruth se revolcara en el negro cieno de fondo del delta del río Telgar, pero Jaxom se las arregló para convencer a su compañero de Weyr de que un blanco era demasiado visible en la negra noche tropical, y a plena luz del día dentro de la Sala de Eclosión, donde habían pensado mantenerse en la negrura de la sombra.

A juzgar por las imágenes que Ruth había recibido de las dos reinas, Jaxom supuso que los Antiguos habían llevado el huevo hacia atrás en el tiempo, pero que lo habían alojado en el sitio más lógico y adecuado para esconder un huevo, es decir, en las arenas calientes de un viejo volcán que eventualmente se convertiría en un Weyr Meridional, en el momento adecuado.

Él ya había memorizado las posiciones de las estrellas de la noche meridional, de modo que probablemente podría decir en qué cuándo estaba, con el error de una o dos Revoluciones. Debería tener muy en cuenta la bravata de Ruth en cuanto a saber siempre en que cuándo estaba.

Los lagartos de fuego llegaron en enjambre al delta, y ayudaron entusiasmados a embadurnar la blanca piel de Ruth con el pegajoso limo negro. Jaxom también se puso en las manos y la cara, y en las partes brillantes de su vestido. Las pieles ya eran lo bastante negras.

En cierto modo, Jaxom no estaba del todo seguro de que aquello le estuviera ocurriendo a él, de que él pudiera verse involucrado en semejante aventura. Pero no le quedaba otro remedio. Se veía avanzando, predestinado, hacia un acontecimiento inevitable, y nada le podía detener ya. Por tanto, montó a Ruth tranquilamente, confiando como no lo había hecho antes en las habilidades de su dragón. Luego, hizo dos profundas inspiraciones.

—¡Tú sabes en que cuándo, Ruth. Es mejor que vayamos allá!

Fue sin duda el salto más largo y frío que había dado en su vida. Tenía una ventaja sobre Lessa, o al menos así lo esperaba. Pero eso no evitaba que el salto fuera espantosamente oscuro, ni aliviaba aquel silencio que era una ruidosa presión en sus oídos, ni podía alejar el frío, evitando que le golpeara los huesos. No podía volver ya con el huevo, así que tendría que tomar algunas medidas para calentarlo.

Ahora estaban sobre un mundo oscuro, húmedo y cálido, que olía a vegetación lujuriante y a frutos ligeramente marchitos. Por un momento, Jaxom tuvo la confusa sensación de que aquello era un sueño solar de los lagartos de fuego. Pero había algo en la misteriosa ruta que Ruth, recorría tan silenciosamente como le era posible, una parte del céfiro nocturno, que la hacía real e inmediata. Entonces vio el huevo, una mancha luminosa allí abajo, ligeramente a la derecha de la cabeza de Ruth, que oteaba el panorama.

Jaxom le hizo volar un poco más lejos para poder ver el extremo este del Weyr, el punto por el que quería entrar a la mayor velocidad posible, a primera hora del amanecer. Entonces le dijo a Ruth que cambiara y pareció que no hubiera existido el tiempo pasado en el inter.

Una vez que el sol naciente empezó a calentarles las espaldas. Ruth inició repentinamente un vuelo bajo y rápido por encima de los bronces y de sus adormecidos caballeros. Un rápido vuelo en picado; Ruth agarró el huevo con sus firmes patas delanteras, aspiró al máximo y, antes de que los atónitos bronces pudieran ponerse en pie, el pequeño dragón blanco ya tenía el suficiente aire para volver a ir por el inter. Ruth estaba aún a la longitud de un ala por encima del Weyr cuando salieron del inter, una Revolución después de la zambullida de Ruth a la salida del sol.

Apenas le quedaban fuerzas en las patas delanteras y en las alas para dejar caer el huevo cuidadosamente sobre las cálidas arenas.

Jaxom se apresuró a descender del cuello de su dragón para comprobar el huevo, por si tenía alguna rajadura. Pero le pareció que estaba en perfecto estado. De hecho, seguía siendo lo suficientemente duro y aún estaba caliente. Cogió arena con sus manos enguantadas y la fue echando sobre el huevo. Era arena aún caliente por el sol. Hecho esto, se detuvo, al igual que Ruth, para tomar aliento.

—No debemos detenernos mucho tiempo. Es posible que ellos lo intenten día tras día. Deben saber que no podemos llevarnos el huevo lejos de una vez.

Ruth asintió con la cabeza. Su respiración aún no se había regularizado. De pronto se quedó escuchando tenso, hasta que Jaxom inició la alarma.

Dos lagartos de fuego, un dorado y un bronce, los estaban vigilando desde el borde del Weyr. Durante la breve visión que Jaxom tuvo de ellos, antes de que huyeran, no vio cintas de colores en torno a sus cuellos.

—¿Los conocemos?

No.

—¿De dónde son esas dos reinas?

Me mostraron el cuándo. Eso es todo lo que necesitabas.

Jaxom se sintió despojado de su frágil orientación, y pensó que había sido un estúpido al no pedirles que se quedaran.

Hay pedernal, dijo Ruth, y señales de llama. Los bronces echaron llamas a los lagartos de fuego, aquí. Hace ya tiempo. La señal se está cubriendo de yerbajos.

«Dragones contra dragones»; la aprensión roía la conciencia de Jaxom. No se sentía seguro allí. Sólo se sentiría seguro en el momento en que depositaran el huevo en Benden, cuando finalmente lo tuvieran allí, en su lugar adecuado.

—Vamos, Ruth, hemos de dar otro salto… No nos conviene quedarnos aquí.

Con decisión, soltó el lazo de la cuerda que rodeaba su cintura y empezó a hacer una burda bolsa con su manta de piel. Ruth se hubiera cansado menos si hubiera sujetado el huevo entre sus patas traseras. Acababa de terminar la bolsa cuando oyó un fuerte crujido.

—¡Ruth! ¿No irás a echar llamas sobre los dragones?

No, claro que no. Pero, ¿se me acercarán si me ven echando llamas?

Jaxom estaba lo bastante intranquilo para no protestar. Cuando Ruth tuvo el buche lleno, lo llamó y, poniendo el huevo en la bolsa, ató la cuerda sobre los hombros de Ruth, equilibrando el peso y procurando que no le molestara. Empezó a comprobar los nudos otra vez y, entonces, sintió una fuerte sensación de peligro y montó inmediatamente.

—Volveremos cinco Revoluciones más tarde a Keroon, a nuestro sitio allí. ¿Conoces el cuándo?

Ruth pensó un momento y luego dijo que sabía cuándo.

En el inter, Jaxom se preguntó si estaba dando los saltos de tiempo demasiado largos para mantener el huevo caliente. En la actualidad, no había eclosionado antes de que él se fuera. Quizás hubiera debido esperar para saber si el huevo había eclosionado debidamente: eso les hubiera dado la pauta para calcular los saltos adelante. Incluso era posible que hubiera matado a la pequeña reina en su intento por salvarla. Su mente vacilaba al compás del inter y de las paradojas. La acción más importante, devolver el huevo-reina, estaba ya en marcha. Y los dragones no habían luchado contra los dragones.

Al menos, todavía no.

El calor febril del desierto de Keroon caldeó su vacilante espíritu tanto como su cuerpo. Bajo el barro negro, Ruth tenía el aspecto de una sombra fantasmal.

Jaxom soltó la cuerda y dejó bajar el huevo hasta la arena. Ruth le ayudó a taparlo. Era ya media mañana, y no faltaba mucho tiempo para la hora en que el huevo debía estar de vuelta, pero había al menos seis Revoluciones de diferencia.

Ruth preguntó si se podía lavar el lodo en el mar, pero Jaxom le dijo que tendría que esperar hasta que hubieran devuelto el huevo sano y salvo. Entonces, nadie sabría quién lo había hecho, nadie debía conocer nada de la empresa, y la manera más segura de que así fuera era evitar se viera su blanca piel.

¿Por los lagartos de fuego?

Sí, el tema había preocupado a Jaxom, pero creía haber encontrado la solución:

—No sabían quién había devuelto el huevo aquel día. No había ninguno de ellos en la Sala de Eclosión, así que no sabrán de algo que no han visto.

Y Jaxom decidió no seguir preocupándose del asunto. Se sentía muy cansado y se apoyó en el tibio costado de Ruth. Iban a descansar un momento y dejar que el huevo se calentara al sol de media mañana, antes de emprender aquel último y difícil salto.

La cuestión era que debían colocarse de modo que pudieran aterrizar justamente dentro de la Sala de Eclosión, donde el arco de la entrada descendía bruscamente, tapando la vista de cualquiera que mirara desde el Cuenco al interior de la Sala. De hecho, en el lugar opuesto al que había ocupado la mirilla y la rendija que F’lessan y él habían usado muchas Revoluciones antes.

Era una suerte que Ruth fuera lo suficientemente pequeño para arriesgarse a pasar por el inter dentro de la Sala, pero además aquella había sido su propia Sala de Eclosión, de manera que su instinto al respecto era en él innato. Por otra parte, había vivido lo suficiente para poder fanfarronear con buena razón de que siempre sabía cuándo estaba yendo.

Incluso en las ardientes llanuras desiertas de Kerson había algunos ruidos. Eran producidos por el arrastrarse de infinidad de insectos, las ardientes brisas que movían las hierbas ya muertas, serpientes que escarbaban en la arena, el rumor distante del agua de la playa…

El cese súbito de estos ruidos podía convertirse en algo tan notable como el estampido de un trueno, y así fue que la extrema paz y un cambio de presión de aire durante un minuto sacaron a Jaxom y a Ruth de su soñolencia, alarmándolos.

Jaxom miró a lo alto, esperando que los dragones de bronce aparecieran y reclamaran su premio. El cielo, por encima de ellos, estaba claro y ardiente. Miró a su alrededor, y entonces vio el peligro: la neblina plateada de las Hebras que descendían a lo largo del desierto. Se dirigió a toda prisa hacia el huevo. Ruth estaba a su lado, y ambos lo sacaron de la arena, empujándolo dentro de la bolsa, intentando desesperadamente apreciar el borde conductor de la Caída, con el temor de que los cielos estuvieran llenos de dragones en lucha.

Por más prisa que se dieron en asegurar la preciosa carga para que Ruth la pudiera tomar en vuelo, no tuvieron la suficiente rapidez y el borde conductor de la Caída de las Hebras cayó siseando sobre la arena, a su alrededor, en el momento en que Jaxom alcanzaba el cuello de Ruth y le dirigía hacia lo alto.

Ruth, soltando su aliento de llamas, enfiló las alturas intentando abrirse un camino lo bastante lejos del suelo para ir por el inter.

Una cinta de fuego cortó la mejilla de Jaxom, alcanzando su hombro derecho a través de la túnica, su antebrazo y su muslo. Sintió más que oyó el rugido de dolor de Ruth, que se perdió en la oscuridad del inter.

De algún modo, Jaxom pudo mantener la atención fija en dónde y cuándo debían estar. Finalmente, estaban en la Sala de Eclosión. Ramoth rugía fuera. Ruth no pudo reprimir totalmente un grito de dolor, cuando la arena ardiente rozó la parte herida de su pata trasera. Y Jaxom se mordió los labios para contener el dolor, mientras luchaba con la cuerda.

Había tan poco tiempo, y la tarea de aflojar la bolsa llevaba siglos… Ruth bajó el huevo a la arena, pero rodó por la leve pendiente desde el rincón de sombra donde se hallaban. No pudieron esperar. Ruth saltó hacia el alto techo y pasó al inter.

¡Los dragones no lucharían contra los dragones!

Para Jaxom no fue ninguna sorpresa ver que Ruth salía del inter por encima del lago junto a la montaña. Estaba demasiado preocupado por su dragón para tener en cuenta el cuándo relativo en aquel momento. Ruth se quejaba del dolor de su pata y pie, y todo lo que deseaba era calmar los efectos del fuego de las Hebras. Jaxom bajó de su cuello, y empezó a echar agua sobre la sudorosa piel gris, dándose a todos los demonios al recordar que el yerbal más próximo estaba en el Fuerte de Ruatha. Ah, era tan listo, tan inteligente, que nunca se le había ocurrido que uno de ellos dos pudiera resultar herido y necesitar aquellas hierbas.

El agua fría del lago sirvió para mitigar la picazón de las quemaduras de las Hebras, pero a Jaxom le preocupaba la posibilidad de que el barro le produjera una infección a su amigo. A buen seguro que hubiera podido usar algo menos peligroso que limo del río. No se atrevió a restañar las heridas con arena: hubiera sido demasiado doloroso para Ruth, y además era posible que frotando metiera aún más el maldito lodo dentro de las heridas.

Por primera vez en muchos días, Jaxom lamentó la total ausencia de los lagartos de fuego, que le hubieran podido ayudar a limpiar a su dragón. Una vez más, tuvo ocasión de preguntarse cuándo, ya pasado el mediodía, estaban ellos.

Es el día después de la tarde en que nos fuimos, le anunció Ruth, y añadió: Yo siempre sé cuándo estoy.

Lo dijo con un orgullo plenamente justificado. Tengo una terrible picazón a lo largo del costado izquierdo. Has dejado algo de lodo ahí.

Jaxom usó arena para limpiar el resto de la piel de Ruth, logrando ignorar cómo aquello le escocía en sus heridas. Se sentía terriblemente fatigado y dolorido cuando Ruth se decidió a admitir que ya estaba lo suficientemente limpio para darse un chapuzón en la parte honda del lago. Los borbotones de agua que envolvían sus empapados tobillos recordaron a Jaxom el día, aún cercano, de su rebelión.

—Bien —dijo con una autocompasiva sonrisa—. Entre otras cosas, hemos tenido que combatir en vuelo.

Y una funesta muestra había quedado como evidencia patente sobre sus pieles.

No estábamos prestando, que digamos, la debida atención al peligro de las Hebras, recordó Ruth, con un dejo de reproche en la voz. Ahora ya sé cómo es. Y en la próxima ocasión, lo haremos mucho mejor. Soy más rápido que cualquiera de los otros dragones mayores. Puedo girar sobre mi cola y puedo ir al inter a una sola longitud del suelo.

Jaxom le dijo a Ruth, con entusiasmo y gratitud, que era sin duda el animal mejor dotado, más rápido y más inteligente de todo Pern, al norte y al sur. Los ojos de Ruth centellearon de placer y empezó a nadar hacia la playa, con las alas extendidas para que se le secaran.

Estás cogiendo frío y tienes hambre, sufres una herida y yo tengo daño en una pata. Vámonos a casa.

Jaxom sabía que aquello era lo más prudente; tenía que buscar hierbas silvestres para ponerlas sobre la pata de Ruth y sobre sus propias heridas. Pero las incisiones habían sido innegablemente causadas por las Hebras. ¿Cómo, en nombre del Primer Huevo, iba a explicar todo aquello a Lytol?

¿Por qué explicar nada?, preguntó Ruth. Lo único que hicimos fue lo que teníamos que hacer.

—Vaya, piensas con lógica, ¿eh? —replicó Jaxom con una carcajada, y le dio una palmada a Ruth en el cuello antes de que éste lo alzara. Y, no sin cierta vacilación y aprensión, le pidió a Ruth que lo llevara a casa.

El dragón-vigilante canturreó un saludo, y sólo media docena de lagartos de fuego, todos ellos con los colores del Fuerte, se alzó en vuelo para escoltar a Ruth hasta el patio del weyr.

Uno de los sirvientes llegó a toda prisa, saliendo de la cocina, con los ojos dilatados por la excitación.

—Señor Jaxom, ha habido una Eclosión. El huevo de la reina ha eclosionado. Se le envió a buscar, pero nadie pudo encontrarle.

—Tenía otros asuntos pendientes. Id a traerme algunas hierbas silvestres.

—¿Hierbas silvestres? —El sirviente abrió los ojos desconcertado.

—Sí, hierbas silvestres. Estoy quemado por el sol.

Muy contento por los muchos recursos de que disponía, aunque aún estaba temblando en sus ropas mojadas, Jaxom vio a Ruth cómodamente instalado en su weyr, con su pata herida debidamente apoyada. A Jaxom le causaba dolor la túnica sobre sus hombros, pues las Hebras le habían acertado justo debajo del músculo, llegándole a la muñeca y continuando en una larga herida muslo abajo.

Un tímido roce sobre la puerta de la vivienda principal anunció el retorno increíblemente rápido del sirviente. Jaxom entreabrió la puerta para coger el jarro de jugo de hierbas silvestres, procurando que nadie viera las heridas de las Hebras.

—Gracias. Además querría algo caliente para comer. Sopa, klah, cualquier cosa de las que están al fuego.

Jaxom cerró la puerta, se enrolló una toalla de baño y se fue a ver a Ruth. Esparció un puñado del preparado de hierbas silvestres sobre la pata de su dragón, y sonrió ante el gesto de alivio de Ruth, pues el ungüento le hizo efecto inmediatamente.

Jaxom compartió aquel alivio mientras se embadurnaba las propias heridas. Benditas, benditas hierbas silvestres. Nunca más se olvidaría de recoger aquellas verdes matas llenas de pinchos, de las que se obtenía aquel bálsamo increíble. Se miró al espejo mientras se trataba de disimular el corte de su cara. Le quedaría una cicatriz de un dedo de larga. No tenía remedio. Y ahora, si podía apaciguar la cólera de Lytol…

—¡Jaxom!

Lytol penetró en la habitación, tras haber llamado a la puerta demasiado enérgicamente.

—Te has perdido la Eclosión en el Weyr de Benden y…

Al ver a Jaxom, Lytol se detuvo a la mitad de su camino tan en seco que dio un balanceo hacia atrás sobre sus talones. Jaxom llevaba sólo una toalla de baño, y las marcas en sus hombros y su cara eran totalmente visibles.

—Así pues, el huevo eclosionó con toda normalidad, ¿no? Bien… —respondió Jaxom, cogiendo su túnica con una indiferencia que no respondía a sus emociones—. Yo… —y se detuvo, tanto porque la voz se le ahogaba al ponerse la túnica, como porque había estado a punto de explicar con su acostumbrada ingenuidad su pintoresco trabajo nocturno. Pero se resistía a ello. Posiblemente Ruth tenía razón y sólo habían hecho lo que tenían que hacer. Era algo así como un asunto privado suyo y de Ruth. Podría decirse que su acción era el reflejo de su deseo inconsciente de expiar la violación de la Sala de Eclosión de Ramoth cuando era un muchacho. Se pasó la camisa sobre la cabeza con una mueca de dolor al rozar el tejido en su mejilla.

—Había oído en Benden —dijo entonces— que les preocupaba la cuestión de si eclosionaría después de todo ese ir y venir por el inter.

Lytol se acercó despacio a Jaxom, con la mirada fija en la cara del joven, implorándole una respuesta.

Jaxom se puso la túnica, se ajustó el cinturón y luego frotó las hierbas silvestres en el interior del corte una vez más. No sabía qué decir.

—Ah, Lytol, ¿te importaría echar una ojeada a la pata de Ruth? Mira a ver si la he curado convenientemente.

Jaxom se quedó esperando, mirando tranquilamente a Lytol. Se dio cuenta, con tristeza de lo inevitable de aquel momento de reserva, de que los ojos de Lytol se ensombrecían por la emoción. ¡Le debía tanto a aquel hombre, y más en aquel momento…! Se asombró de haber pensado en alguna vez que Lytol era un hombre frío, duro y sin sentimientos.

—Hay un truco para eludir las Hebras —dijo serenamente Lytol— que hubiera sido mejor que le enseñaras a Ruth, señor Jaxom.

—Te agradecería que me lo explicases, Señor Lytol…