XX. EN LA MONTAÑA Y EN EL FUERTE DE RUATHA, 15.10.18 — 15.10.20
Jaxom no podía sentirse incómodo mirando la cara Este de la montaña. Se colocó, y colocó a Ruth y a Sharra de modo que no tuvieran que verla. Los otros cinco formaron un semicírculo en torno a Ruth.
Los diecisiete lagartos de fuego con banda —en el último momento Sebell y Brekke pidieron que se les dejara unirse al grupo— se instalaron sobre el lomo de Ruth. Cuanto más entrenados estén los lagartos de fuego, mejor, argumentó el Maestro Robinton, lo que, siguió diciendo, le daba la oportunidad de incluir a Zair.
La noticia de la ancestral colonia de la alta Meseta se había difundido por todo Pern con una celeridad que había dejado asombrado al propio Arpista. Todo el mundo estaba impaciente por ver aquel sitio. F’lar envió el mensaje de que, si Jaxom y Ruth iban a avivar los recuerdos de los lagartos de fuego, lo mejor sería que lo hicieran rápidamente, o no lo hicieran.
Una vez Ruth se hubo aposentado, los lagartos de fuego meridionales empezaron a llegar en enjambres, guiados por sus reinas, lanzándose hacia el dragón, que canturreó un saludo, tal como le había sugerido Jaxom que hiciera.
Les gusta verme, le dijo Ruth a Jaxom; y les hace felices ver que los hombres vuelven a este sitio.
—Pregúntales por la primera vez que vieron hombres. —Jaxom captó una imagen instantánea de Ruth: muchos dragones, llegando a la cima de la montaña—. Eso no es lo que quería decir.
Ya lo sé, se disculpó Ruth. Voy a volver a preguntar. No se trata de la época de los dragones, sino de hace mucho tiempo, antes de que la montaña entrara en erupción.
La reacción de los lagartos de fuego era predecible y desalentadora. Salieron volando, giraron en torno a Ruth y ejecutaron violentas danzas en el aire, trinado y dando chillidos de desaliento.
Disgustado, Jaxom se volvió y vio que Brekke había levantado la mano, mientras su rostro reflejaba una intensa concentración.
Se apoyó sobre Ruth para descansar, preguntándose qué había sido lo que había atraído la atención de ella. Menolly también levantó la mano. Estaba sentada cerca de Jaxom, y él pudo ver sus ojos, totalmente desorbitados. Beauty, que estaba sobre el hombro de ella, había adoptado una posición rígida y sus ojos centelleaban con un rojo violento. Por encima de ellos, los lagartos de fuego trinaban y continuaban realizando sus descontroladas circunvoluciones.
Es que están viendo las montañas encendidas, dijo Ruth. Ven a la gente corriendo, y el fuego que les persigue. Tienen miedo ahora, como lo tuvieron hace tanto tiempo. Es el mismo sueño que solíamos tener.
—¿Puedes ver los desniveles antes de que estuvieran cubiertos? —En su nerviosismo, Jaxom olvidó la situación y habló en voz alta.
Sólo veo gente corriendo de un lado para otro. No, están corriendo hacia… ¿hacia nosotros?
Ruth miró a su alrededor como si temiera ser arrollado; tan vividas eran las imágenes de los lagartos de fuego.
—Hacia nosotros, pero luego, ¿en qué dirección?
¡Hacia abajo, hacia el agua! Pero el propio Ruth no estaba seguro, y miró hacia el mar distante e invisible. Vuelven a tener miedo. No les gusta recordar eso de la montaña.
—No les gusta más que recordar a la Estrella Roja —dijo Jaxom imprudentemente. Y en un momento, todos los lagartos de fuego desaparecieron, incluso los que llevaban banda.
—Mira lo que has logrado, Jaxom —dijo Piemur con profundo disgusto—. No puedes mencionar a la maldita Estrella Roja delante de los lagartos de fuego. Se puede hablar de montañas que llamean, pero no de estrellas rojas.
—Innegablemente —dijo Sebell, con su voz profunda y tranquila— hay momentos que han quedado gravados a las mentes de nuestros amiguitos. Cuando empiezan a recordar, todo lo demás queda excluido.
—Eso es asociación —dijo Brekke.
—Entonces, lo que necesitamos —indicó Piemur— es mencionar otro sitio que no provoque recuerdos desagradables en ellos. Que sean… recuerdos… útiles… para nosotros, vamos.
—Bueno, quizá no necesitemos eso tanto —dijo Menolly, sopesando sus palabras cuidadosamente— como saber interpretarlos. He visto algo, y creo que no me equivoco… no era la gran montaña la que tuvo una erupción, era… —Se volvió, y señaló a la más pequeña de las tres—. ¡Esa es la que estalló en nuestros sueños!
—No, fue la grande —la contradijo Piemur, señalando hacia otro punto más elevado.
—Te equivocas, Piemur —dijo Brekke, con tranquila seguridad—. Era la más pequeña… todo queda a la izquierda de mis imágenes. La montaña grande es demasiado alta en comparación con la que estoy segura de haber visto.
—Sí, sí —dijo Menolly nerviosa—. El ángulo es importante. ¡Los lagartos de fuego no podían ver a aquella altura! Recordad que son mucho, mucho más pequeños. Y ved, el ángulo. ¡Es correcto! —Se puso de pie, haciendo gestos para ilustrar sus afirmaciones—. La gente venía desde allá, recorriendo este camino, escapando del volcán más pequeño. Venían de aquellos desniveles. ¡Los más grandes!
—Así lo vi yo —le apoyó Brekke—. ¡Fueron aquellos desniveles de allí!
—¿Empezamos con éstos? —preguntó F’lar, a la mañana siguiente, suspirando ante la perspectiva de tener que derribar un pequeño promontorio.
Lessa estaba a su lado, mirando los silenciosos desniveles, y con ella estaban el Maestro Herrero, el Maestro Minero Nicat, F’nor y N’ton. Jaxom, Piemur, Sharra y Menolly se habían quedado discretamente a un lado.
—¿Este grande? —preguntó. Pero sus ojos recorrieron las líneas paralelas, mirando con gesto de resignación.
—Podríamos estar cavando hasta que terminara la Pasada —dijo Lessa, golpeándose con sus guantes de montar en el muslo, mientras su mirada también recorrían cuidadosamente el conjunto de los anónimos montones de tierra.
—Es una superficie muy vasta —dijo Fandarel—, ¡muy vasta! Es una colonia más extensa que las de los Fuertes de Fort y Telgar juntos. —Alzó la vista en dirección a las Hermanas del Alba, y preguntó—: ¿Todos vinieron de allí? —Sacudió la cabeza, atónito por aquella idea—. ¿Dónde hay que empezar para conseguir los mejores resultados?
—¿Es que hoy va a venir todo Pern aquí? —preguntó Lessa, mientras un dragón bronce atravesaba el aire sobre sus cabezas—. ¡En el Tiroth de D’ram! ¿Con Toric?
—Dudo que pudiéramos excluirlo, aunque ese fuera nuestro deseo, y no sería prudente hacerlo —observó F’lar, en tono divertido.
—Cierto —replicó ella, sonriendo a su compañero de Weyr—. Me gusta bastante —añadió, un tanto sorprendida de su propia opinión.
—Es mi hermano quien hace de él una persona agradable —le dijo Sharra en voz baja a Jaxom, con una curiosa sonrisa en los labios—. Pero, ¿confiar en él? —Sacudió la cabeza lentamente, observando la cara de Jaxom—. ¡Es un hombre muy ambicioso!
—Está echando una buena ojeada, ¿verdad? —observó N’ton, observando el lento planear en círculos del dragón.
—Vale la pena hacerlo —replicó F’nor, escudriñando la amplia extensión de desniveles.
—¿Ese de ahí arriba es Toric? —preguntó el Maestro Nicat, cavando con la punta de su bota en el desnivel grande—. Me alegro de que haya venido. Me mandó llamar cuando encontró aquellas galerías mineras en la Cordillera Occidental.
—Había olvidado que ya tiene experiencia de los trabajos manuales que hacían los antepasados —dijo F’lar.
—Y también ha conseguido hombres expertos que nos ayudan sin que tengamos que volver a recurrir los Señores de los Fuertes —dijo N’ton, con una sonrisa, demostrando estar al día en ese punto.
—A los que no deseo ver demasiado interesados en estas tierras del Este —añadió Lessa con firmeza.
Cuando D’ram y Toric hubieron desmontado, Tiroth se deslizó hasta la llanura herbosa donde estaban los otros dragones, instalados sobre un saliente de roca caldeado por el sol.
Toric y el caballero bronce caminaban hacia ellos, y Jaxom miró al Meridional pensando en las observaciones de Sharra. Toric era un hombre alto y fuerte, tanto como el Maestro Fandarel. Su cabello aparecía veteado por el sol, su piel era de un moreno oscuro, y mostraba una ancha sonrisa. Había cierta arrogante seguridad de sí mismo en su modo de andar a largos pasos, que sugería que se consideraba igual a cualquiera de los que lo esperaban. Jaxom se preguntó qué efecto tendría esta actitud en los Caudillos del Weyr de Benden.
—Es cierto que has descubierto el Continente Meridional, ¿o no es así, Benden? —dijo, agarrando el brazo de F’lar, en un gesto de saludo, e inclinándose ante Lessa. Saludó con la cabeza y murmuró el nombre de los otros Caudillos y Maestros presentes, mirando más allá de ellos con mirada inquisitiva dirigida a la gente más joven.
Cuando Toric lo miró, Jaxom se dio cuenta de que lo había identificado. Al observar el modo en que la mirada de Toric se apartó de él, como si fuera alguien a quien se podía pasar por alto, se puso algo rígido. Luego sintió la mano de Sharra ligeramente sobre su brazo.
—Hace eso para mortificar —dijo ella en voz muy baja, en la que había un deje de su sana risa—. Casi siempre le da resultado.
—Me recuerda la manera en que mi hermano de leche solía molestarme delante de Lytol, cuando sabía que no podía defenderme —dijo Jaxom, sorprendiéndose a sí mismo con aquella comparación inesperada. Y vio la aprobación de ella en sus ojos.
—Lo malo es —dijo Toric, dirigiéndose a los presentes— que los antepasados no dejaron muchos restos tras de sí. No si podían llevárselos consigo y usarlos.
—¿Ah, sí? —La exclamación de F’lar fue una invitación a que Toric se explicara.
El Meridional se encogió de hombros.
—Hemos estado en las galerías de la mina que ellos abandonaron. Incluso quitaron los rieles de los carros del mineral. Y sacaron las abrazaderas en las que colgaban las luces. Había un lugar que tenía un refugio alargado en la salida —hizo un gesto, señalando hacia un desnivel pequeño cercano—, de más o menos estas dimensiones, cuidadosamente cerrado para evitar las influencias del tiempo, y completamente vacío por dentro. Y en otros lugares podríais ver que donde habían cosas amarradas al suelo, habían quitado incluso los soportes.
—Si ese sistema lo hubieran seguido también aquí —dijo Fandarel—, la única probabilidad de encontrar algo, estará seguramente en aquellos desniveles. —Señaló un grupo menor de tamaño, al borde de la colonia, muy próximo al río de lava—. Hubieran sido demasiado calurosos, o demasiado peligrosos, para acercarse durante una buena temporada.
—Pero si fue el calor, ¿qué te hace pensar que encontraremos algo tan intenso? —preguntó Toric.
—El hecho de que el desnivel siga existiendo en esta época —replicó Fandarel, como si fuera un asunto de pura lógica.
Toric se quedó mirando al Herrero algunos momentos, y le dio un golpecito en los hombros, ignorando la mirada atónita de Fandarel, al que todos tendían a tratar con respeto distante.
—Un punto a tu favor, Maestro Herrero —dijo Toric—. Cavaré gustosamente contigo, y naturalmente espero que tengas razón.
—Me gustaría ver qué contienen los montículos menores —dijo Lessa, señalando uno de ellos—. Hay una buena cantidad. Posiblemente los usaban como pequeños Fuertes. Con la necesidad que tuvieron de salir corriendo, algo debió quedar dentro de ellos.
—¿Qué guardarían en sitios tan grandes? —preguntó, dando una patada a un cúmulo de hierbas en el desnivel grande próximo a él.
—Hay manos suficientes… —Toric dio tres largas zancadas hacia la pila de herramientas de excavación— y abundancia de palas y picos, para que cualquiera haga una zanja junto al desnivel que le guste.
Y cogiendo una pala de mango largo, se la echó al Maestro Herrero, que la cogió en un movimiento reflejo, pues se había quedado con la vista fija en el enorme Meridional. Toric se echó al hombro otra pala, eligió dos picos y, sin entretenerse más, avanzó a zancadas hacia el conjunto de desniveles escogidos por el Herrero.
—Suponiendo que la teoría de Toric sea correcta, ¿vale la pena cavar aquí? —preguntó F’lar a su compañera de Weyr.
—Lo que encontramos en aquella sala tanto tiempo olvidada en el Weyr de Benden era evidentemente algo que desecharon los antepasados. En definitiva, era equipamiento para la excavación de minas, que hubieran podido usar en cualquier otro lugar. Pero quiero ver lo que hay aquí dentro —dijo Lessa, con tal determinación que F’lar se echó a reír.
—Me parece que yo también quiero. Y me pregunto en que empleaban los de ese tamaño. Tiene las suficientes dimensiones para servir de weyr a uno o dos dragones.
—Vamos a ayudarte, Lessa —dijo Sharra, indicando a Jaxom que cogiera una herramienta.
—Menolly, ¿vamos a ayudar a F’lar? —F’nor se llevó a la muchacha Arpista hacia las herramientas.
N’ton movió la cabeza, mientras cogía una azada y un pico.
—Maestro Nicat, ¿cuál es tu preferencia?
El Maestro Minero miró a su alrededor, pero su mirada se detuvo en los desniveles más próximos a la montaña hacia la cual Toric y Fandarel se dirigían.
—Creo que nuestro buen Maestro Herrero quizá tiene derecho a ello. Pero nosotros haremos un esfuerzo y probaremos con aquellos. —Y señaló con repentina decisión hacia el lado del mar de la Meseta, donde seis pequeños desniveles formaban un círculo abierto.
Aquel no era un trabajo al que estuvieran acostumbrados, a pesar de que el Maestro Nicat había empezado de aprendiz de minero en los pozos y el Maestro Fandarel todavía se daba largos paseos por las herrerías cuando estaba trabajando en algo particularmente complicado.
Jaxom, sudando por el rostro y por todo el cuerpo, tenía una clara sensación de estar siendo vigilado. Pero cuando se apoyaba en el pico para descansar, o levantaba colonias de gusanos dejándolos a salvo a un lado, no podía ver a nadie que mirara en aquella dirección. De modo que aquella sensación de estar vigilado le empezó a preocupar.
El grande te está vigilando, dijo Ruth de repente.
Echando una ojeada por debajo del brazo hacia el desnivel en que estaban trabajando Toric y el Maestro Fandarel, Jaxom tuvo la seguridad de que Toric estaba mirando en dirección a él.
A su lado, Lessa gruñó de repente, clavando su pala en las hierbas de duras raíces del desnivel. Se examinó las manos enrojecidas, que empezaban a llenarse de ampollas.
—Hacía tiempo que no trabajaba tan duramente —dijo.
—¿Y si usaras tus guantes de vuelo? —sugirió Sharra.
—A los pocos momentos de usarlas, mis manos nadarían en sudor —contestó Lessa, haciendo un gesto. Miró hacia las otras cuadrillas de trabajo y, riéndose de sí misma se volvió airosamente hacia el desnivel—. Por más que me disguste revelar este lugar a más gente de la necesaria, me parece que vamos a tener que reclutar unas cuantas manos y espaldas fuertes.
Y cogiendo con viveza una colonia de gusanos, los depositó a un lado, observándolos mientras volvían a introducirse en el rico suelo gris oscuro. Frotó algunas partículas de tierra entre los dedos pulgar e índice.
—Es como ceniza arenosa. Nunca pensé que volvería a ocuparme de cenizas. ¿Te conté alguna vez, Jaxom, que estaba limpiando la chimenea del Fuerte de Ruatha el día que llegó tu madre?
—No —dijo Jaxom, sorprendido ante aquella inesperada confidencia—, pero entonces poca gente mencionaba a mis padres delante de mí.
La expresión de Lessa se hizo dura.
—Ahora me pregunto por qué recordé a Fax… —dijo, mirando hacia Toric, y añadió, más para sí misma que para los demás— excepto que él también era ambicioso. Pero Fax cometió errores.
—Errores como privar a Ruatha de su Linaje correcto —dijo Jaxom, gruñendo, mientras volvía a asir el pico.
—Este fue su peor error —dijo Lessa con intensa satisfacción. Luego se dio cuenta de que Sharra la miraba, y añadió, sonriendo—. Cosa que yo rectifiqué. Oh, Jaxom, descansemos un momento. Tu entusiasmo me deja exhausta.
Se secó el sudor de la frente, y siguió hablando.
—Sí, pienso que aquí habrá que colocar algunas espaldas fuertes. ¡Al menos en mi desnivel! —Dio algunos golpes en el suelo, casi afectuosamente—. No hay manera de saber qué profundidad tiene la capa de cobertura. Es posible —aquel pensamiento la divirtió— que los desniveles no sean grandes en absoluto, y no haya más que la cubierta de lava. Y es posible que al final sólo encontremos el agujero que nosotros mismos hemos cavado.
Jaxom, consciente de la vigilancia de Toric, seguía cavando, aunque le dolían los hombros y sentía en las manos el ardor y la dureza de las ampollas.
En aquel momento, los dos lagartos de fuego de Sharra saltaron hacia los aires, trinando como si no entendieran lo que su amiga estaba haciendo. Se dejaron caer suavemente sobre el lugar en que Sharra acababa de clavar su pala, y, con tremendas energías, empezaron a cavar. Sus fuertes garras delanteras lanzaban los deshechos a ambos lados de la zanja, y sus cuartos traseros los apartaban aún más hacia atrás.
Ya habían hecho un túnel de casi un brazo de largo bajo la asombrada vigilancia de Lessa, Sharra y Jaxom, cuando éste último llamó a su dragón.
—¿Ruth? ¿Nos echarías una mano?
El dragón blanco se levantó obedientemente de su lugar soleado y se dirigió hacia su amigo, mientras sus ojos empezaban a centellear más rápidamente a causa de la curiosidad.
—¿Te importaría ponerte a cavar agujeros para nosotros, Ruth?
¿Dónde? ¿Aquí? Ruth señaló a un lugar a la izquierda de los lagartos de fuego, que no habían cesado un momento en sus esfuerzos.
—No creo que importe dónde. ¡Sólo tenemos que ver qué es lo que tapa la hierba!
Apenas los otros dragoneros vieron lo que Ruth hacía, llamaron a sus dragones. Incluso Ramoth se mostró dispuesta a prestar su ayuda, y Lessa la animó todo lo que pudo a ponerse manos a la obra.
—No lo hubiera creído —le dijo Sharra a Jaxom—. ¡Dragones cavando!
—Lessa no estaba demasiado orgullosa de hacerlo. ¿O sí?
—Nosotros somos personas, pero ellos son dragones.
Jaxom no pudo evitar reírse de su incredulidad:
—Por lo que veo, tu idea de los dragones es un poco pobre. Quizá se deba a que has vivido entre las perezosas bestias de los Antiguos. —La tomó por la cintura, atrayéndola hacia sí, y sintió cómo se ponía rígida. Miró en dirección a Toric—. No vigila, si es eso lo que te preocupa.
—Puede que no esté haciéndolo. —Ella señaló hacia lo alto—, pero sus lagartos de fuego sí. Me pregunto dónde habrán estado.
Un trío de lagartos de fuego, una reina dorada y dos bronces, estaban trazando círculos perezosamente por encima de Jaxom y de Sharra.
—¿Ah, sí? Bien, voy a hablar con el Maestro Robinton para que intervenga…
—Toric tiene otros planes para mí…
—¿Y yo no formo parte de sus planes? —preguntó Jaxom, experimentando un repentino impacto.
—Yo sé cómo eres y cuál es el por qué… nos amamos mutuamente mientras pude. —Los ojos de Sharra reflejaban su turbación.
—¿Entonces, por qué habría él de interferirse? Mi rango es… —Jaxom tomó las dos manos de ella entre las suyas, y las retuvo cuando ella intentó retirarlas.
—No tiene una buena opinión de los jóvenes del Septentrional, Jaxom, después de habérselas tenido que ver con enjambres de jóvenes hijos de colonos en las pasadas Revoluciones, jóvenes que ciertamente son —la voz de Sharra sonaba exasperada— verdaderas pruebas para la paciencia de un arpista. Yo sé que no eres como ellos, pero Toric…
—Ya me presentaré a él, no temas —Jaxom se llevó a los labios las manos de ella, reteniendo su mirada, decidido, por la fuerza de su voluntad, a barrer la tristeza de sus ojos—. Y lo voy a hacer como corresponde, por mediación de Lytol y del Maestro Robinton. Tú serás mi compañera, ¿quieres, Sharra?
—Sabes que lo seré, Jaxom, durante el tiempo que pueda…
—Durante el tiempo que vivamos… —corrigió él, tomándola de las manos con tal vehemencia que hizo que ella se sobresaltara.
—¡Jaxom! ¡Sharra! —gritó Lessa, hasta entonces demasiado embebida en el trabajo de Ramoth para darse cuenta de su susurrante conversación.
Jaxom sintió que Sharra pugnaba por desasir sus manos pero, tras haber decidido enfrentarse a la arrogancia de Toric no iba a ceder ante Lessa. Mantuvo la fuerte presión sobre Sharra mientras se volvían hacia la Dama del Weyr.
—Ven y mira. Ramoth ha topado con algo sólido. Y que no parece ser roca…
Jaxom empujó a Sharra hacia arriba, por la ligera rampa, hacia el lado que Lessa ocupaba en el desnivel. Ramoth estaba sentada sobre sus patas, de espaldas atisbando por encima de Lessa para mirar dentro del surco que había hecho con sus patas delanteras.
—No muevas la cabeza Ramoth. Me estás quitando la luz —dijo Lessa—. Toma mi pala, Jaxom, y ve a ver qué es. Sacad un poco más de desechos.
Jaxom saltó dentro de la zanja, que tenía una profundidad de medio muslo.
—Al tacto parece muy sólido —dijo, apretando aquello hacia abajo, y luego lo golpeó con la pala—. Suena como piedra, ¿no?
Pero no lo era. La pala retumbó produciéndose un eco. Rastrillando, para despejar una amplia zona, Jaxom se hizo a un lado para que todos lo vieran.
—¡F’lar, ven aquí! ¡Hemos encontrado algo!
—¡Así que habéis sido vosotros! —respondió triunfante el Caudillo del Weyr.
Había una mutua inspección desde una de las zanjas hasta la otra, en la cual había mucho de idéntico, excepto que, en la de F’lar, la sustancia rocosa tenía un panel ámbar colocado en la curva del desnivel. Por último, el Maestro Herrero alzó sus enormes brazos por encima de su cabeza, y pidió silencio.
—Esto no es hacer un uso eficiente del tiempo y la energía.
Toric soltó una fuerte risotada, casi presuntuosa.
—No tiene gracia —dijo el Herrero con su mayor serie-dad—. Nos concentraremos en el desnivel de Lessa, que es más pequeño. Luego, trabajaremos en el del Maestro Nicat, y luego…
Señaló hacia el desnivel elegido por él, y entonces Toric le interrumpió.
—¿Todo eso en un solo día? —preguntó, nuevamente en un tono de ironía que irritó a Jaxom.
—Haremos lo que podamos. ¡Empecemos ya!
Jaxom se dio cuenta de que el Herrero había determinado ignorar la actitud de Toric, y eso era un buen ejemplo que él debía seguir.
También se demostró que era poco efectivo tener a más de dos dragones trabajando en el pequeño desnivel de Lessa, cuya longitud era poco mayor que la de un dragón. Por tanto, F’lar y N’ton insistieron en que sus bronces ayudaran al Maestro Nicat.
Mediada la tarde, los lados curvos del desnivel de Lessa habían sido excavados hasta llegar al suelo originario. Seis paneles, tres sobre un arco de la cubierta curva, aparecían deteriorados, ya que su superficie, en otro tiempo indudablemente transparente, estaba ahora opaca y oscurecida. Los intentos que se hicieron por atisbar algo en su interior fueron en vano. No se encontraron aberturas de ninguna clase en los largos costados, por lo que se empezó a excavar uno de los extremos rápidamente.
Los dragones, a despecho del polvo gris y negro que oscurecía sus pieles, no daban señales de fatiga y sí de considerable interés en aquella problemática tarea. Y, poco después la entrada era descubierta.
Una puerta, hecha de una variedad opaca del mismo material usado en los paneles del tejado y colocada sobre unos rieles, protegía la abertura.
Las guías, obturadas por la suciedad, tuvieron que ser limpiadas, y se aplicó aceite del que se usaba para la piel de dragón a los goznes, tras lo cual la puerta pudo ser forzada lo suficiente para que permitiese la entrada. Lessa, dispuesta a ser la primera, fue retenida por la mano del Herrero.
—¡Espera! ¡El aire interior está enrarecido por el tiempo! ¡Muélelo! Dejemos que primero entre aire fresco. Este sitio ha estado cerrado, quién sabe durante cuántas Revoluciones.
El Herrero, Toric y N’ton apoyaron los hombros en la puerta y la empujaron hasta dejarla totalmente abierta. El aire que salió del interior era fétido, y Lessa hubo de retroceder unos pasos, estornudando y tosiendo.
Confusos rectángulos de luz caían sobre un suelo polvoriento sobre paredes desconchadas y con manchas de humedad. Cuando Lessa y F’lar, seguidos de los demás, iniciaron el camino de entrada en el pequeño refugio, el polvo se arremolinó bajo sus botas.
—¿Para qué servía esto? —preguntó Lessa en voz baja.
Toric, agachando la cabeza innecesariamente para pasar bajo el arco de la puerta, que excedía a su estatura el largo de un palmo, señaló hacia un rincón lejano, hacia los restos ahora visibles de un amplio bastidor de madera.
—Alguien debió dormir aquí —se volvió hacia la otra esquina y, con un súbito movimiento que hizo jadear a Lessa, se inclinó, y volvió a levantarse portando un objeto de cuya presentación hizo todo un espectáculo.
—¡Un tesoro de tiempos pasados!
—¡Es una cuchara! —dijo Lessa, manteniéndola en alto para que todos la vieran, y deslizando luego los dedos por su contorno—. Pero, ¿de qué está hecha? Es un metal que no he visto nunca. Es más bien, como… como los paneles y la puerta, pero transparente. Sin embargo, es fuerte —dijo, mientras intentaba doblarla.
El Herrero pidió examinar la cuchara.
—Parece, en efecto, del mismo material. Cucharas y ventanas, ¿eh?, Hum…
Sobreponiéndose al temor reverencial que les producía estar en un sitio semejante, todo el mundo empezó a examinar el interior. Habían existido estantes y armarios colgados de las paredes, como demostraban las marcas en las mismas. La disposición de las estancias había sido dividida en secciones, y había diferentes señales en el duro material de los suelos que indicaban que objetos grandes y estables habían descansado aquí y allá. En uno de los rincones, Fandarel descubrió desagües circulares que se dirigían hacia abajo. Cuando examinó la parte externa, llegó a la conclusión que las tuberías pasaban por la pared y por el subsuelo. Una, sostuvo, había sido indudablemente destinada al agua. Pero las otras cuatro le dejaron intrigado.
—¡Seguramente no estarán todos vacíos! —dijo Lessa en tono esperanzado, intentando ocultar la desilusión que los demás, pensó Jaxom, creían que experimentaba.
—Uno podría suponer —dijo Fandarel con voz jovial, cuando todos hubieron salido de la construcción— que la mayoría de los que tienen la misma extensión que este eran también viviendas de los antepasados. Y me parece que solían llevarse todas sus pertenencias personales consigo. Creo, pues, que deberíamos dedicar más esfuerzos a las dependencias mayores, o a las más pequeñas.
Y luego, sin esperar a ver si había alguien que compartiera su opinión, el Herrero se dirigió directamente hacia la interrumpida excavación del desnivel de Nicat. Se trataba de una construcción cuadrada y, una vez descubierta la parte superior aparecieron los mismos paneles del techo, concentraron sus esfuerzos en llegar al interior.
La noche tropical caía rápidamente cuando por fin llegaron a la entrada, pero no pudieron desatascar por completo las guías de la puerta y sólo pudieron descorrerla un poco, dejando una rendija, a través de la cual llegaron a divisar ciertos motivos de decoración en las paredes. A nadie se le había ocurrido llevar cestas de luz consigo, y este inconveniente minó las últimas energías que les quedaban, por lo que nadie sugirió siquiera que se enviaran a lagartos de fuego en busca de luces.
Apoyándose contra el panel medio abierto, Lessa soltó una cansada risa, mientras se contemplaba a sí misma, cubierta de polvo.
—Ramoth dice que está cansada y sucia, y que necesita darse un baño.
—No es la única —concedió rápidamente F’lar. Hizo un inútil esfuerzo por cerrar la puerta, y luego rió—. No creo que ocurra nada durante la noche. Volvamos al Fuerte de la Cala.
—¿Vendrás con nosotros, Toric? —preguntó Lessa, alzando la cabeza para mirar al enorme meridional.
—Creo que no podré esta noche, Lessa. Tengo a mi cargo el gobierno de un Fuerte, y no siempre puedo tomarme tiempo para mi placer —contestó.
Jaxom vio los ojos del meridional fijos en él. Las implicaciones de lo que había dicho estaban claras.
—Si todo sigue igual, volveré mañana un momento, a ver si el desnivel de Fandarel demuestra ser más provechoso. ¿Queréis que traiga más brazos fuertes y que os ahorre el trabajo de vuestros dragones?
—¿Ahorrarnos el trabajo de los dragones? ¡Si se están divirtiendo muchísimo! —dijo Lessa—. Yo necesito que me ayuden. ¿Qué te parece, F’lar? ¿O habremos de reclutar a algunos caballeros de Benden?
—Ya me doy cuenta de que te gustaría quedarte con esto para ti —siguió diciendo Toric en tono suave, con la vista fija en F’lar.
—Esta Meseta tendrá que quedar disponible para todos —dijo F’lar, ignorando la ironía de Toric—, y como a los dragones les divierte trajinar con la tierra…
—Me gustaría traerme a Benelek conmigo mañana, F’lar —dijo el Maestro Herrero, frotándose las manos cubiertas de un barro gris y sacudiendo los grumos secos de sus ropas—, y a dos muchachos más que tengan buena imaginación…
—¿Imaginación? Sí, vais a necesitar bastante para encontrarles sentido a las cosas que los antepasados dejaron —dijo Toric, y en su tono de voz había un debilísimo deje de burla—. ¿Cuando estarás listo, D’ram?
Por algún motivo desconocido, los modales de Toric en su relación con el viejo Caudillo del Weyr eran más respetuosos que los que tenía con los demás. Al menos, así era para los sensibles oídos de Jaxom. En su fuero interno estaba lleno de indignación por la insinuación de Toric de que, en lugar de gobernar su propio Fuerte, se estaba divirtiendo. En cierto modo sentía que aquella era una acusación válida. Pero, ¿por qué?, Jaxom intentaba consolarse a sí mismo, ¿por qué se hubiera podido esperar de él que volviera mansamente a Ruatha, próspera bajo el gobierno experto de Lytol, cuando toda la excitación del mundo estaba produciéndose allí? Sintió que los dedos de Sharra se enredaban en torno a su brazo, y se acordó de la analogía que había establecido entre Toric y Dorse.
—Voy a tener mucho trabajo limpiando a Ruth —dijo con un suspiro, mientras soltaba los dedos de Sharra de su brazo y los golpeaba levemente, llevándosela consigo hacia donde estaba su dragón.
Cuando los dragones salieron del inter, por encima de la Cala, la alta figura del Arpista se les hizo visible en la playa, y su impaciencia por oír noticias sobre las exploraciones fue coreada por los lagartos de fuego, que trazaron espirales a su alrededor. Al darse cuenta del estado en que llegaba el grupo y lo impacientes que estaban por nadar y lavarse, se despojó de sus ropas y sucesivamente nadó junto a cada uno de ellos, escuchando sus informes.
El grupo estaba totalmente desfallecido cuando se sentó en torno al fuego aquella noche.
—No hay ninguna seguridad —dijo el Arpista—, de que, incluso si tuviéramos fuerzas para excavar todos aquellos centenares de desniveles, encontráramos algo de valor que hubiera quedado allí.
Lessa levantó su cuchara riendo.
—No habrá nada que tenga valor en sí, pero de hecho me proporciona una tremenda emoción conservar algo que mis antepasados pueden haber usado miles de veces.
—Y además, cosas bien hechas —dijo Fandarel, tomando con cuidado el pequeño objeto y examinándolo de nuevo—. El material me fascina. —Se volvió hacia las llamas para observarlo con todo cuidado—. Si pudiera, aunque sólo fuera… —Y echó mano a su cuchillo.
—¡Oh, no, no lo hagas, Fandarel! —dijo Lessa alarmada, recuperando su objeto—. Había más fragmentos y piezas de la misma materia dispersos en mi construcción. Experimenta con ellos.
—¿Es esto todo lo que nos queda de los antepasados, fragmentos y piezas?
—Te recuerdo, F’lar —dijo Fandarel— que esas cosas, ya han demostrado tener un valor ilimitado. —Y el Herrero indicó el lugar en que había sido colocado el visor de Wansor—. Lo que los hombres aprendieron en una ocasión, puede ser reaprendido. Tomará tiempo y trabajo, pero…
—No hemos hecho sino empezar, amigos —dijo Nicat, cuyo entusiasmo no había cedido un ápice—, y como dice nuestro buen Herrero, podernos aprender incluso de sus fragmentos. Con vuestra licencia, Caudillos de los Weyrs, voy a permitirme recurrir a algunos equipos de gente especializada y proseguir las excavaciones metódicamente. Es posible que tuvieran buenos motivos para emplear el sistema de rangos. Cada una de las filas pertenecería, en ese caso, a un oficio diferente o…
—¿O sea, que no crees, como sugiere Toric, que se llevaran todas sus cosas con ellos? —preguntó F’lar.
—Eso es irrelevante —dijo Nicat, echando así por tierra las reservas de Toric—. La cama, por ejemplo, no sería necesaria, porque sabían que podían encontrar madera fueran a donde fueran. Y la cucharilla, otro ejemplo, porque podían hacer otras. Y esto podría ampliarse con otras piezas que no les sirvieran, y que puede ser muy bien los elementos que faltaban de los restos que nos llegaron, si bien en formas mutiladas. Sólo hay que pensar, amigos —Nicat alzó un dedo por delante de la nariz, guiñando un ojo a modo de conspiración— la enorme cantidad de cosas que tenían que llevarse de aquellas construcciones, después de la erupción. ¡Pero ya encontraremos esas cosas, no os preocupéis!
—Sí, tuvieron que llevarse enormes cargamentos de cosas de aquellas construcciones, tras la erupción —murmuró Fandarel, frunciendo el ceño y hundiendo la barbilla en el pecho en un momento de profunda reflexión—. ¿Dónde llevaron lo que poseían? A buen seguro que no se establecieron en el Fuerte de Fort inmediatamente.
—Sí, pero entonces, ¿dónde fueron? —preguntó F’lar, intrigado.
—Hasta donde pudimos ver por las imágenes de los lagartos de fuego, se pusieron en marcha en dirección al mar —dijo Jaxom.
—El mar no debía ser seguro —intervino Menolly.
—El mar quizá no lo fuera —dijo F’lar—, pero hay una gran extensión de tierra entre la Meseta y el mar. —Se quedó mirando a Jaxom fijamente por un momento—. ¿Puedes hacer que Ruth averigüe por los lagartos de fuego adónde fueron?
—Entonces ¿no puedo continuar las excavaciones? —preguntó Nicat, en un tono que parecía malhumorado.
—Claro que sí, si tienes los hombres suficientes.
—Los tengo —replicó Nicat, algo sombrío—, y tres minas ya excavadas.
—Creí que habías empezado a reabrir las galerías que Toric encontró en la Cordillera Occidental.
—Hemos estado examinándolas para estar seguros de que lo son, pero mi Taller aún no ha llegado a un acuerdo minero con Toric.
—¿Con Toric? ¿Es él quien posee esas tierras? Están lejos, al Sudoeste, mucho más allá del Fuerte Meridional —dijo F’lar en un acceso de ira.
—Fue un equipo de exploradores de Toric quien localizó las galerías —respondió Nicat. Su mirada iba del Caudillo del Weyr de Benden al Arpista, y de éste al Herrero.
—Ya te dije que mi hermano era ambicioso —le dijo Sharra a Jaxom, en voz baja.
—¿Un equipo de exploradores? —F’lar pareció tranquilizarse—. Esto no constituye una retención. En todo caso, las minas están bajo tu jurisdicción, Maestro Nicat. Y Benden apoyará tus decisiones al respecto. Hablaré de esto con Toric mañana.
—Creo que debemos hacerlo —dijo Lessa, tendiéndole la mano a F’lar para que la ayudara a salir de las arenas.
—Tenía la esperanza de que apoyarías a mi Taller —dijo el Minero, haciendo una reverencia de agradecimiento. Sus astutos ojos brillaban a la luz de la fogata.
—Yo diría que esta es una conversación largo tiempo esperada —observó el Arpista.
Los dragoneros se despidieron en seguida. N’ton tenía que llevar al Maestro Nicat al Fuerte de Crom, de donde lo recogerían a la mañana siguiente. Robinton se llevó al Maestro Fandarel consigo al Fuerte de la Cala. Piemur se fue con Menolly, montados en Estúpido, y Jaxom y Sharra se quedaron a apagar el fuego y limpiar la playa.
—Tu hermano no estará planeando apoderarse de todo el Sudoeste, ¿no? —preguntó Jaxom, cuando los otros ya se habían dispersado.
—Bueno, si no todo, tanto como pueda —contestó Sharra con una carcajada—. No soy desleal con él si te cuento esto, Jaxom. Tú tienes tu propio Fuerte. No quieres tierras meridionales. ¿O sí?
Jaxom reflexionó sobre ello.
—¿No quieres, verdad? —preguntó de nuevo Sharra, ansiosamente, poniendo su mano sobre el brazo de él.
—No, no quiero —contestó él—. No, pues, por mucho que me guste esta cala, no la necesito. Hoy, estando en la Meseta, hubiera dado cualquier cosa por la fresca brisa de la montaña de Ruatha, o por una zambullida en mi lago. Ruth y yo te llevaremos allí… ¡Es un sitio tan bello!… Sólo un dragón puede llegar fácilmente. —Cogiendo un canto rodado, lo lanzó sobre las tranquilas dunas que sobresalían de las blancas arenas de la playa—. No, Sharra, no deseo poseer un Fuerte Meridional. Yo nací en Ruatha, y fui educado allí. Lessa, indirectamente, me lo recordó esta tarde. Y también me recordó el precio de mi retención, y todo lo que ha hecho para asegurarse de que yo siga siendo Señor de Ruatha. ¿Te das cuenta de que su hijo, F’lessan, es un Media-sangre de Ruatha? Esto es más de lo que yo mismo soy.
—¡Pero es un dragonero!
—Sí, criado en un Weyr, por decisión de Lessa, para que yo siguiera siendo el Señor de Ruatha. ¡Lo mejor será que empiece a actuar como tal!
Y levantándose, hizo incorporarse a Sharra.
—Jaxom —había recelo en la voz de ella—, ¿qué vas a hacer?
Él puso las manos sobre sus brazos, mirándola directamente a los ojos.
—Yo también tengo un Fuerte que gobernar, tal como me recordó tu hermano…
—Pero es aquí donde te necesitan, aquí con Ruth. Él es el único ser que puede dar sentido a los mensajes de los lagartos de fuego…
—Y con Ruth puedo hacer frente a ambas responsabilidades. Gobernar mi Fuerte y hallar tiempo para mi propio placer. ¡Ya lo verás!
La acercó algo más a sí, para besarla, pero de repente ella se apartó bruscamente, señalando algo por encima de su hombro, y su rostro reflejaba dolor y miedo.
—¿Qué pasa? ¿Qué he hecho, Sharra?
Ella señaló un árbol en el que dos lagartos de fuego estaban observando intensamente.
—¡Esos son de Toric! ¡Me están observando! ¡Nos están observando a los dos!
—¡Estupendo! ¡Que se entere de mis intenciones respecto a ti!
La besó hasta sentir que el firme cuerpo de ella le respondía y hasta que la furiosa cerrazón de sus labios se transformaba en aquiescencia.
—Le daría ocasión de ver más, pero debo estar en el Fuerte de Ruatha esta misma noche.
Rápidamente, se puso sus correas de montar y llamó a Ruth.
—Volveré por la mañana, Sharra. Díselo a los demás, ¿quieres?
¿Hemos de irnos?, preguntó Ruth, mientras doblaba su pata delantera para que Jaxom pudiera montar.
—¡Volveremos muy pronto, Ruth! —Jaxom le hizo un saludo de despedida a Sharra, pensando en lo perdida que parecía ella, allí de pie a la luz de las estrellas.
Meer y Talla trazaron círculos en torno a Ruth, canturreando tan alegremente que él se dio cuenta de que Sharra había aceptado su precipitada salida.
Su brusca necesidad de volver a Ruatha y poner en marcha las formalidades de su confirmación como Señor del Fuerte no se debía en modo alguno a los punzantes comentarios de Toric. Su propio y reprimido sentido de la responsabilidad se había visto potenciado por la extraña nostalgia de Lessa en el desnivel. Pero también se le había ocurrido, estando junto al fuego, que un hombre de la vitalidad y experiencia de Lytol podría encontrar en los misterios de la Meseta un desafío lo suficientemente atrayente como para desplazar su interés por Ruatha. El regreso a su lugar de nacimiento tenía el mismo sentido inexorable que su decisión de rescatar el huevo.
Le pidió a Ruth que lo llevara a Ruatha. El agudo y desagradable frío del inter fue sustituido al instante por una frialdad húmeda y vaporosa cuando salieron a los cielos de Ruatha, plomizos y salpicados por una nieve ligera y fina, que debía haber estado cayendo desde hacía algún tiempo, a juzgar por los montones apilados en los rincones de los patios.
Me solía gustar la nieve, dijo Ruth, como si con ello se animara a aceptar el retorno.
Wilth trompeteó desde las alturas de fuego, en sorprendida bienvenida. La mitad de los lagartos de fuego del Fuerte salieron en violento tropel a su encuentro, soltando roncos saludos y quejándose de la nieve.
—No nos quedaremos mucho tiempo, amigo —le aseguró Jaxom a Ruth, estremeciéndose por el frío húmedo que le penetraba a través de sus ligeras ropas de vuelo. ¿Cómo había podido olvidar la estación que era allí?
Ruth aterrizó en el patio en el momento justo en que la gran puerta de la Sala se abría. Lytol, Brand y Finder se asomaron a las escaleras.
—¿Pasa algo malo, Jaxom? —gritó Lytol.
—Nada, Lytol, nada. ¿Se pueden encender fuegos en mis aposentos? Es que olvidé que aquí era invierno. ¡Y Ruth va a sentir la diferencia incluso a través de su piel de dragón!
—Sí, sí —dijo Brand, cruzando el patio hacia la cocina, y llamando a gritos a los sirvientes para que llevaran brasas, en tanto Lytol y Finder acompañaban apresuradamente a Jaxom escaleras arriba. Ruth siguió obedientemente al mayordomo.
—Vas a pescar un resfriado de climas así —iba diciendo Lytol—. ¿Cómo que no tomaste precauciones? ¿Qué te trae de vuelta por aquí?
—¿Es que no es el momento adecuado para volver? —preguntó Jaxom, avanzando a zancadas hacia la chimenea y quitándose los guantes de montar para calentarse las manos ante las llamas. Luego empezó a reír a carcajadas, mientras los otros hombres se unían a él en aquel lugar.
—Sí, en esta chimenea.
—¿Qué? ¿En esta chimenea? —preguntó Lytol, sirviéndole vino a su pupilo.
—Esta mañana, bajo el sofocante sol de la Meseta, mientras estábamos cavando en uno de los desniveles que los antepasados dejaron para desconcertarnos, Lessa me dijo que estaba limpiando las cenizas de esta chimenea el día en que mi nunca llorado padre, Fax, había escoltado a mi señora madre Gemma hasta este Fuerte.
Y alzó su copa en un brindis en memoria de una madre que nunca conoció.
—Lo que, indirectamente, te recordó que ahora eres Señor de Ruatha, ¿no? —preguntó Lytol, con una ligera elevación del ángulo de su boca. Y sus ojos, que hasta el momento le habían parecido inexpresivos a Jaxom, centellearon a la luz de la chimenea.
—Sí, y me enseñó el lugar en el que un hombre de tu talento podría hacer ahora mejor uso de él. Señor Lytol.
—Oh, cuéntame más al respecto —dijo Lytol, indicando con un gesto la silla tallada, que estaba junto a la chimenea.
—No permitas que ocupe tu silla —dijo Jaxom cortésmente, dándose cuenta de que los almohadones presentaban huellas recientes de haber sido usada.
—Sospecho que estás a punto de ocupar algo más que eso, Señor Jaxom.
—No sin la debida cortesía —dijo Jaxom, colocando un pequeño escabel reposapiés junto a su silla—, y sin que ello represente un desafío —se sintió aliviado ante la tranquila reacción de Lytol—. Señor, ¿estoy en situación de ser Señor de Ruatha ahora?
—¿Quieres decir si ya estás preparado?
—Eso, también, pero estaba pensando en si han cambiado las circunstancias que aconsejaron dejar Ruatha a tu cargo.
—Así es, en efecto.
Jaxom observó a Lytol, para ver si había algo forzado en sus modales al dar aquella respuesta.
—Las circunstancias, por supuesto, han cambiado durante las dos últimas estaciones —Lytol casi reía—, gracias a ti, en gran parte.
—¿A mí? ¡Ah, la maldita enfermedad! Bien, ¿hay aún algún obstáculo a mi confirmación como Señor del Fuerte?
—No veo ninguno.
Jaxom oyó el suave aliento del Arpista, pero siguió observando a Lytol.
—Bien —Lytol sonrió—, ¿puedo saber el motivo de tanta prisa? A buen seguro no habrá sido el hecho de que las presiones se hayan aliviado en el Norte, ¿no? ¿O ha sido aquella bonita chica… esa que se llama Sharra?
Jaxom rió.
—A ella se debe en buena parte —dijo, recalcando ligeramente la última palabra, y captó la sonrisa de Finder por el rabillo del ojo.
—¿Es hermana de Toric del Fuerte Meridional? ¿no? —Lytol siguió con el tema, sondeando las aptitudes de su interlocutor.
—Así es. Y dime, Lytol ¿ha habido algún intento de confirmar a Toric como Señor del Fuerte?
—No, ni hay ningún rumor de que él haya solicitado tal cosa. —Lytol frunció el ceño, mientras reflexionaba sobre el particular.
—¿Qué opinión tienes de Toric, Señor Lytol?
—¿Por qué me lo preguntas? Por supuesto, la alianza es adecuada aunque él no tenga el rango, incluso suficiente para ser tu igual.
—No necesita rango. Tiene ambiciones —dijo Jaxom, con el suficiente rencor para atraer la atención de ambos, Tutor y Arpista, y se hizo un silencio.
—Desde que D’ram llegó a ser Caudillo del Weyr Meridional —observó Finder, interrumpiendo el silencio—, he oído decir que no ha habido ningún hombre sin propiedad que haya vuelto.
—¿Acaso les da el derecho de retener lo que puedan? —preguntó Jaxom, volviéndose tan rápidamente hacia Finder, que el Arpista parpadeó sorprendido.
—No estoy seguro…
—Dos de los hijos del Señor Groghe han ido allí —dijo Lytol, tirándose del labio inferior pensativo—, y lo que sé por él es que se quedarán. Por supuesto, conservarán su rango natal de Señores. Brand, ¿qué le prometieron a Dorse? —preguntó, al entrar el mayordomo en la sala.
—¿A Dorse? ¿Es que ha ido al Meridional en busca de un Fuerte? —preguntó Jaxom, riendo entre dientes de alivio y de asombro.
—No vi motivo alguno para negarle esa oportunidad —replicó Lytol tranquilamente—. No me imaginé que tuvieras algo que objetar. Brand, ¿qué le prometieron?
—Creo que le dijeron que podría tener toda la tierra que quisiera. No creo que la palabra «Fuerte» entrara en la propuesta. Pero en aquella ocasión la oferta le fue hecha por uno de los comerciantes meridionales, y no directamente por Toric.
—Pues bien, si un hombre te ofreciera tierras, le estarías agradecido, y le apoyarías en contra de aquellos que te hubieran negado tierras, ¿verdad? —preguntó Jaxom.
—Sí, la gratitud se expresaría en forma de lealtad. —Lytol se movió inquieto, considerando otro aspecto de la situación—. No obstante, se corroboro claramente que las mejores tierras quedaban demasiado lejos de la protección del Weyr. Yo le di a Dorse uno de nuestros lanzallamas más viejos, bien reparado, por supuesto, con boquilla y manguera de repuesto —añadió Lytol.
—Daría cualquier cosa por poder observar a Dorse en campo abierto durante una Caída de Hebras y sin un dragonero a la vista —dijo Jaxom.
—Si Toric es tan astuto como parece —observó Lytol—, eso debía ser la consideración que decidiera a quién podría otorgársele tierras.
—Señor —Jaxom se levantó, acabando el resto de su vino—, volveré esta noche. Nuestra sangre no está todavía lo bastante fuerte como para soportar una tormenta de nieve en el Fuerte de Ruatha. Y hay una tarea que Ruth y yo tenemos que realizar mañana. ¿Tendrías la amabilidad de volver al Meridional? ¿Podría Brand hacerse cargo de los asuntos del Fuerte en nuestra ausencia?
—En esta época del año, el sol me sentaría bien —dijo Lytol.
Brand murmuró que estaba en situación de hacerse cargo de los asuntos del Fuerte.
Jaxom y Ruth volvieron al Fuerte de la Cala, gozosos por el calor balsámico de la estrellada noche tropical. Jaxom estaba más seguro que nunca de que Lytol no pondría difícil el cambio. Mientras Ruth estaba trazando todavía círculos para aterrizar, él se sintió relajado en aquel aire cálido.
Había estado muy tenso en Ruatha… tensión en su intento de no ofender a Lytol y, a la vez, lograr sus propios fines. Y estaba preocupado por el informe sobre las astutas intrigas de Toric.
Se deslizó por el lomo de Ruth sobre la fina arena, precisamente en el mismo sitio en que había besado a Sharra poco tiempo antes. Le resultó agradable pensar en ella. Esperó hasta que Ruth se hubo echado en la arena, aún tibia, y luego se puso en camino hacia la construcción entrando de puntillas, y sorprendiéndose al ver que incluso la alcoba del Arpista estaba oscura. Debía de ser más tarde de lo que había creído en aquella parte del mundo.
Se deslizó dentro de su cama, oyendo a Piemur murmurar algo en sueños. Farli, enroscado junto a su amigo, abrió un ojo para mirarle, y volvió a dormirse. Jaxom se tapó con la ligera sábana. Pensó en las nieves de Ruatha, y cayó agradablemente en un profundo sueño.
Despertó de repente, creyendo que alguien había pronunciado su nombre. Piemur y Farli seguían inmóviles bajo la luz cenital que pregonaba por corto tiempo la llegada del alba. Jaxom contuvo la respiración, esperando que se repitiese aquella llamada, pero no se repitió. ¿El Arpista? No era probable, pues Menolly estaba mucho más acostumbrada a su voz, de modo que a la llamada de él, despertaba en el acto. Sondeó la mente de Ruth, y supo que el dragón estaba despertándose en aquel momento.
Jaxom estaba rígido. Quizás era eso lo que le había despertado, pues sus hombros parecían agarrotados y los largos músculos de sus brazos y su tórax le dolían por el trabajo de cavar del día anterior. La espalda le ardía a consecuencia del sol de la Meseta.
Era demasiado pronto para levantarse. Trató de conciliar el sueño de nuevo, pero las molestias de sus músculos y de su piel eran lo bastante intensas para mantenerle despierto. Se levantó en silencio, teniendo cuidado de no molestar a Piemur y no ser oído por Sharra. Un baño suavizaría sus músculos y calmaría el escozor de sus quemaduras.
Se acercó hasta donde estaba Ruth, y encontró el dragón blanco ya despierto, deseoso de bañarse con él, pues Ruth sentía que no todo el barro de su piel había sido eliminado con el lavado de la víspera.
Las Hermanas del Alba centelleaban claramente ante un sol aún invisible sobre el lejano horizonte. ¿Podría ser que los antepasados se hubieran marchado allí, buscando un refugio ante la erupción? ¿Cómo?
Vadeando, con agua hasta la cintura, la tranquila cala, Jaxom se zambulló y nadó bajo el agua, misteriosamente oscura sin el sol que alumbrara sus profundidades. Después emergió con ímpetu a la superficie. No, tenía que haber existido algún otro refugio entre la colonia y el mar. La huida había sido encauzada en una sola dirección.
Llamó a Ruth, recordándole que el sol debía ser mucho más cálido en la Meseta. Recogió sus correas de vuelo y se aprovisionó con algunos rollos de carne fría de la despensa, escuchando un momento para saber si se había levantado alguien más. Probablemente comprobaría su teoría y los sorprendería a todos con buenas noticias al amanecer. Eso era lo que esperaba.
Estuvieron en el aire en el momento preciso en que el sol se hizo visible en el horizonte, iluminando un cielo claro y sin nubes con su luz amarilla, y dorando con ella la cara benigna de la distante montaña cónica.
Ruth saltó al inter, y luego, a petición de Jaxom, trazó amplios y perezosos círculos por encima de la Meseta. Iban a formarse desniveles nuevos, pensó Jaxom divertido, con los escombros que los dragones habían sacado de las dos construcciones de los antepasados.
Le pidió a Ruth tomara la dirección del mar. Aquel recorrido le hubiera costado un día largo de marcha a un pueblo que huía. Decidió no llamar a los lagartos de fuego para clarificar ese punto; no harían sino excitarse repitiendo sus recuerdos de la erupción. Tenía que llevarlos a algún lugar en el que sus memorias asociativas recordaran un momento menos frenético. Seguramente tendrían algo que recordar de sus hombres fuera cual fuera el refugio en el que los fugitivos se hubieran detenido.
¿Quizás habían existido establos para los animales y wherries, construidos a alguna distancia de la colonia? Considerando la escala en la que operaban los antepasados, tales establos podían haber tenido capacidad suficiente para proteger a cientos de la lluvia de fuego procedente de un volcán en erupción.
Le pidió a Ruth que planeara hacia el mar, en la dirección que debieron tomar los antepasados azuzados por el pánico. Una vez dejado atrás el prado, los matojos empezaban a crecer en el suelo de ceniza, dando paso luego a árboles más grandes y a una vegetación más espesa. Estaba a punto de pedirle a Ruth que volviera atrás y volara en otra dirección, cuando divisó un claro en la selva.
Planearon por encima de una larga zona sin vegetación, de algunas longitudes de dragón de ancha, y varios centenares de larga. Árboles y matorrales se alineaban a ambos lados, como si lucharan por encontrar suelo bajo sus raíces. Bandas de agua brillaban en el extremo más distante del claro, semejando una curiosa cicatriz y en forma de charcos incomunicados entre sí.
Fue precisamente entonces cuando el sol salió sobre la Meseta y, volviendo la cabeza a la izquierda para evitar su brillo, Jaxom vio las tres sombras alargadas que se alzaban en el extremo del claro donde estaba el agua.
Nervioso, ordenó de inmediato a Ruth que se dirigiera hacia aquel lugar, trazando círculos hasta estar seguro de que aquellas supuestas colinas no eran colinas y además su estructura era diferente a las otras construcciones de los antepasados.
Su situación era tan antinatural como su forma. Una tenía siete longitudes de dragón o más que las otras dos, y habría unas diez longitudes de dragón entre ellas.
Hizo volar a Ruth por encima y se percibió la curiosa conformación: una masa mayor se hizo visible a un extremo, mientras el otro se estrechaba levemente hacia abajo; diferencia perceptible a pesar de la hierba, la tierra y los pequeños matorrales que cubrían aquellas supuestas colinas.
Tan excitado como él, Ruth fue a descansar entre las dos primeras. La anormalidad de las colinas no era tan obvia sobre el terreno, pero le hubieran parecido extrañas incluso a alguien que llegara a pie.
Apenas había ordenado a Ruth que aterrizara, cuando surgieron varios lagartos de fuego a su alrededor, chillando de violenta excitación e increíble alegría.
—¿Qué dicen, Ruth? Tratemos de que se mantengan en calma para podernos aclarar. ¿Tienen imágenes sobre estas colinas?
Demasiadas. Ruth alzó la cabeza, canturreando suavemente a los lagartos de fuego. Ellos se lanzaban en picado y salían disparados por todo el contorno, tan desordenadamente que Jaxom abandonó los intentos de ver si llevaban banda.
Son felices. Se alegran de que hayas vuelto. ¡Ha pasado tanto tiempo!
—¿Cuándo estuve aquí por primera vez? —preguntó Jaxom a Ruth, pues había aprendido a no confundir a los lagartos de fuego habiéndoles de anteriores generaciones—. ¿Lo pueden recordar?
¿Cuándo viniste por el cielo en cosas largas y grises? Ruth parecía confuso, por el tono de la respuesta.
Jaxom se apoyó en Ruth, dando apenas crédito a lo que había sido.
—¡Enséñamelo!
Las imágenes brillantes y confusas lo dejaron atónito, desenfocadas al principio, pero luego resolviéndose en una clara imagen final, cuando Ruth fue separando todas aquellas visiones hasta reducirlas a una sola visión coherente.
Los cilindros eran grisáceos, con gruesas alas que parecían pobres imitaciones de las graciosas alas de los dragones. En uno de sus extremos, llevaban una serie de tubos menores, mientras que al otro estaba provisto de una especie de nariz puntiaguda. De repente se produjo una abertura aproximadamente a un tercio del largo desde el final del tubo de la primera nave. Hombres y mujeres descendieron por la rampa. Una sucesión de imágenes centelleó por la mente de Jaxom: gente corriendo, abrazándose unos a otros, y saltando arriba y abajo. Luego, las imágenes que Ruth obtuvo de los chillones lagartos de fuego se disolvieron en el caos, como si cada lagarto de fuego por separado hubiera seguido a una persona y cada uno estuviera intentando dar a Ruth su imagen individual, más que una visión objetiva del aterrizaje y los sucesos subsiguientes.
Jaxom no tuvo ninguna duda de que aquel era el sitio en el que los antepasados se habían refugiado del desastre volcánico, y las naves eran aquellas que les habían llevado desde las Hermanas del Alba hasta Pern. Y las naves seguían allí porque, por algún motivo, no pudieron volver al trío estelar.
La abertura de entrada en la nave ¿había estado a un tercio del largo desde el extremo del tubo? Mientras los lagartos de fuego hacían acrobacias por encima de su cabeza, Jaxom recorrió la hierba que cubría el cilindro hasta que le pareció haber llegado al sitio adecuado.
Dicen que lo has encontrado, avisó Ruth, dándole un golpecito disimulado para que siguiera avanzando. Sus grandes ojos brillaban con un fuerte tono amarillo.
Para apoyar aquella afirmación, un enjambre de lagartos de fuego se colocó sobre el lugar cubierto de arbustos, empezando a arrancar la vegetación.
—Debería volver al Fuerte y comunicarlo —murmuró Jaxom para sí.
Están durmiendo. Benden duerme. ¡Somos los únicos seres despiertos del mundo!
Jaxom tuvo que admitir que aquello era muy probable.
Cavé ayer. Puedo cavar hoy. Podemos cavar hasta que despierten y vengan a ayudarnos.
—Tú tienes garras, pero yo no. Vamos a buscar algunas herramientas a la Meseta.
Fueron acompañados, tanto en la ida como en la vuelta, por lagartos de fuego felices y excitados.
Utilizando una pala, Jaxom señaló el área aproximada en la que había que cavar para llegar a la puerta de la nave. Luego, sólo tendría que supervisar a Ruth, así como la ayuda, aunque a veces un obstáculo, de los lagartos de fuego. Empezaron por arrancar la tenaz hierba de la tierra, que los lagartos de fuego fueron depositando en las matas, más allá del claro. Por fortuna, su superficie estaba sólidamente envuelta por el polvo acumulado sobre el área de aterrizaje en el curso de miles de Revoluciones. Y además, la lluvia y el sol habían endurecido aquella espesa cobertura.
Cuando le empezaron a doler los hombros, Jaxom se permitió un descanso. Comió un rollo de pan, mientras ocasionalmente ordenaba a unos lagartos de fuego en disputa que volvieran al trabajo.
Las garras de Ruth rascaron sobre algo.
¡No es roca!
Jaxom saltó hacia el lugar, metiendo la pala a través de la capa de escombros. El borde dio en una superficie dura, que no cedió, Jaxom soltó un grito salvaje que hizo que todos los lagartos de fuego empezaran a girar a media altura.
Apartando hasta el último de los escombros con sus propias manos, fijó su mirada en lo que quedaba al descubierto. Sus cuidadosos dedos tocaron una extraña superficie. No era metal, ni tampoco el material de los desniveles, más bien, por improbable que pareciera, era algo así como cristal opaco. ¡Pero no había cristal que fuera tan duro!
—Ruth, ¿Canth estará despierto ya?
No. Menolly y Piemur sí lo están. Se preguntan dónde nos hemos metido.
Jaxom gritó triunfante:
—¡Creo que iremos a decírselo!
El Arpista, Menolly y Piemur estaban esperándolos a él y a Ruth cuando salieron del inter por encima del Fuerte de la Cala. Pasando por alto sus preguntas sobre su marcha a Ruatha la noche anterior, Jaxom intentó explicar lo que había descubierto. El Arpista tuvo que acallar la charla con un fuerte grito que dejó atónitos a todos los lagartos de fuego y los ahuyentó al inter. Y una vez hecho el silencio, el Arpista aspiró profundamente.
—¿Quién va a poder pensar u oír con este jaleo? Bueno, Menolly, ¡tráenos algo de comer! Piemur, trae material para hacer bocetos. Zair, ven aquí, granujilla. Tienes que llevar un mensaje a Benden. Y si es necesario, le muerdes la nariz a Mnementh para que se despierte. Sí, ya sé que tienes el suficiente valor para luchar con ese ser tremendo. ¡Pero no luches! ¡Sólo despiértale! ¡Ya sería hora de que esos perezosos patanes de Benden se levantaran de cualquier modo!
El Arpista estaba de excelente humor; la cabeza alta, los ojos brillantes y la sonrisa amplia.
—¡Por la Gran Cáscara, Jaxom! ¡Has empezado un día duro con una brillante promesa! Me había quedado en cama porque no había nada que justificara levantarse, salvo más disgustos.
—Puede que estén tan vacíos…
—¿Y dices que los lagartos de fuego imaginaron el aterrizaje? Aquellos cilindros podrían estar tan vacíos como el olvido, pero en todo caso, vale la pena verlo. ¡Las naves que trajeron a nuestros antepasados de las Hermanas del Alba a Pern!
El Arpista respiró lentamente, con los ojos brillantes de excitación.
—¿No estarás demasiado animado. Maestro Robinton? —preguntó Jaxom, mirando a su alrededor en busca de Sharra—. ¿Dónde está Sharra? —Vio a Menolly y a Piemur realizando sus encargos. A buen seguro que Sharra ya no dormía. Miró a los lagartos de fuego, intentando encontrar a Meer y a Talla.
—Un dragonero vino a buscar a Sharra anoche. Hay algunos enfermos en el Meridional y la necesitaban urgentemente allí. He sido egoísta, supongo, manteniéndola conmigo cuando la necesidad real estaba fuera. En verdad —siguió diciendo el Arpista— estoy sorprendido de encontrarte aquí, y de que no te hayas quedado en Ruatha. —Las cejas de Robinton se arquearon, en una invitación a que Jaxom se explicara.
—Ya hace algún tiempo que debía haber estado de regreso en mi Fuerte, Maestro Robinton —admitió Jaxom en tono contrito. Luego se encogió de hombros ante su desgana por salir de la Cala—. Además, cuando llegué estaba nevando. El Señor Lytol y yo tuvimos un largo coloquio…
—No habría ninguna oposición a que te hicieras cargo de un Fuerte ahora —dijo el Arpista con una carcajada—, y se habrían acabado los problemas respecto a las tierras y lo de si eres o no dragonero. —Los ojos del Arpista chispearon al imitar los tonos agudos del Señor Sangel. Luego, su rostro se puso serio y colocó la mano sobre el hombro de Jaxom—. ¿Cómo reaccionó Lytol?
—No se sorprendió —dijo Jaxom, y su alivio y asombro dieron animación a su voz—, y yo he pensado, señor, que si Nicat sigue excavando las construcciones de la Meseta, alguien con la capacidad de organización de Lytol…
—Mi opinión es la misma, Jaxom —dijo el Arpista, dándole otro golpecito en el hombro en señal de acuerdo—. El pasado es la ocupación adecuada para dos hombres viejos…
—Señor —exclamó Jaxom en tono ofendido—, ¡tú no serás nunca viejo! ¡Ni tampoco Lytol!
—Muy amable por tu parte que pienses así, Jaxom, pero ya he recibido un aviso. ¡Ah, ahí viene un dragón, y a menos que me confunda por el brillo del sol me parece que es Canth! —Y Robinton puso la mano a modo de pantalla sobre sus ojos.
El brillo del sol quizá podría explicar el ceño fruncido de la cara de F’nor, mientras avanzaba a largos pasos por la playa en dirección a ellos.
Zair le había proporcionado unas imágenes confusas, que habían excitado a Berd, Grall y a todos los lagartos de fuego del Weyr de Benden, hasta el punto de que Lessa le había ordenado a Ramoth que alejara a todo el enjambre. En consecuencia, el aire de encima de la Cala estaba lleno de lagartos de fuego, que producían un estruendo terrible.
—Ruth, diles que desciendan —le pidió Jaxom a su dragón—. No vamos a poder ver ni oír nada con tantos lagartos de fuego.
Ruth emitió tal bramido que se sobresaltó a sí mismo, e incluso provocó un brillo de susto en los ojos de Canth. El silencio que siguió se vio roto por un chillido de miedo. Y el cielo quedó libre de los lagartos de fuego, que fueron a posarse en los árboles que rodeaban la playa.
Me han obedecido. La voz de Ruth sonó asombrada y bravucona.
Este despliegue de poder tuvo la virtud de poner a F’nor de mucho mejor humor.
—Bueno, ahora cuéntame para que te has levantado tan pronto esta mañana, Jaxom —preguntó F’nor, mientras se aflojaba el cinturón de vuelo y el yelmo—. Las cosas se están poniendo de tal modo que Benden no puede ni mover un dedo sin que Ruatha tenga que ayudarle.
Jaxom sorprendido, miró intensamente a F’nor pero el caballero pardo se la devolvió de tal forma que Jaxom se dio cuenta de que F’nor estaba manteniendo una postura desacostumbradamente crítica. ¿Podía estar aludiendo al maldito huevo? ¿Es que Brekke le había mencionado algo?
—¿Por qué no? —dijo, a modo de respuesta—. Benden y Ruatha están ligados por los lazos más estrechos, F’nor. Son lazos tanto de sangre como de intereses mutuos.
La expresión de F’nor se tornó de desanimada en alegre. Le dio a Jaxom un apretón en un hombro, lo bastante fuerte como para hacerle perder el equilibrio.
—¡Bien dicho, Ruatha, bien dicho! Bien, ¿qué fue lo que descubriste hoy?
Con no poca satisfacción, Jaxom volvió a relatar su trabajo matinal, mientras los ojos de F’nor se agrandaban de entusiasmo.
—¿Dices que son las naves con las que aterrizaron? ¡Vamos! —apretó su cinturón, se aseguró el yelmo y le indicó a Jaxom que se apresurara en vestirse—. Tenemos una Caída de Hebras mañana en Benden. Pero, si es como tú dices…
—Yo también voy —anunció el Arpista.
Ni el más descarado de los lagartos de fuego se atrevió a romper el silencio que siguió a esta observación.
—Yo también voy —repitió el Maestro Robinton en un tono de voz firme y razonable, para imponerse a la protesta que leía en todas las caras—. Ya me he perdido demasiadas cosas. ¡Esto de estar en tensión es muy malo para mí! —Se llevó la mano dramáticamente al pecho—. Mi corazón late con más fuerza cada vez que me veo obligado a esperar hasta que decidís informarme de las cosas que ocurren y de sus detalles.
Menolly recuperó su presencia de ánimo e hizo gesto de ir a hablar, pero él alzó la mano y siguió.
—No excavaré. ¡Me limitaré a mirar! Pero os aseguro que la vejación, por no mencionar la soledad y la tensión a que he sido sometido mientras vosotros estáis recopilando datos, puede repercutir de forma innecesaria y peligrosa en mi pobre corazón, ¿qué sentiríais si sucumbiera estando aquí solo, sin nadie?
—Maestro Robinton, si Brekke se entera… —la protesta de Menolly resultó muy débil.
F’nor se tapó los ojos con una mano, y movió la cabeza ante las tácticas del Arpista.
—Dadle a un hombre como éste un dedo, y se tomará toda la mano. —Luego, levantó la mirada y agitó un dedo en dirección a Robinton—. Si mueves un solo músculo levantas un puñado de escombros. Yo… yo…
—Permaneceré junto a él —terminó Menolly la frase, echando a su Maestro una mirada tan fiera, que él simuló no haberla captado.
—Tráeme mis correas de montar dragones, Menolly, sé una buena chica. —Y el Arpista, con una expresión jovial, la empujó suavemente hacia el Fuerte—. Ah, y la caja de escritura que está en la mesa de trabajo de mi estudio. Yo, de verdad, voy a portarme bien, F’nor, y estoy seguro de que no me pasará nada en un viaje tan corto por el inter. Menolly. —Su voz se alzó hasta convertirse en un trueno—. ¡No olvidéis el medio pellejo de vino que ha de ir en mi silla! ¡Bastante malo fue que ayer no pudiera ver las construcciones de la Meseta!
Tan pronto Menolly volvió con lo solicitado, llevando el pellejo de vino balanceándose sobre su espalda, la discusión quedó zanjada. F’nor montó al Arpista y a Piemur sobre Canth, dejando a Jaxom que colocara a Menolly tras él sobre Ruth.
Él deseó ardientemente que Sharra estuviese allí. Se preguntó si Ruth podría contarle cómo le había ido su viaje al Meridional pero luego contuvo el impulso de preguntárselo.
La luz del sol todavía no llegaba al Oeste. Los dos dragones ascendieron escoltados por numerosos lagartos de fuego. Ruth le dio las coordenadas a Canth y, mientras Jaxom, preocupado, pensaba aún en lo precipitado de la actuación del Arpista, ya habían atravesado el inter y estaban planeando en dirección a las tres peculiares colinas.
Jaxom sonrió alegre, pensando en la reacción que había producido su descubrimiento. Los brazos de Menolly le asieron con más fuerza, y la muchacha soltó un agudo arpegio a causa de su nerviosismo.
Él pudo ver al Arpista gesticulando descontroladamente, y esperó que estuviera bien sujeto con el cinturón de F’nor. Canth, sin separar ni un momento la vista del agujero de la colina, viró para aterrizar tan cerca como le fue posible. Dejaron al Arpista en el lugar más cercano a la sombra, y le dijeron a Jaxom que llamara a los lagartos de fuego del lugar para que le transmitieran imágenes a Zair, y de este modo Robinton pudiera ver sus trabajos.
Ante el griterío de los lagartos de fuego, los otros empezaron a cavar. Ruth se quedó a un lado, pues Canth podía remover más tierra que él, y sólo había sitio para un dragón. Jaxom sintió una excitación interior que no había sentido en la Meseta.
Cavaron perpendicularmente, ya que Jaxom había desenterrado la parte superior del vehículo. El entusiasmo de Canth manchó a menudo al Arpista con salpicaduras de suciedad, mientras descubrían la zona de la puerta. Poco después la huella de la puerta, una leve marca en la lisa superficie, se les hizo presente.
F’nor pidió a Canth que desplazara el ángulo de excavación ligeramente a la derecha, y al cabo de un rato, todo el borde superior de la abertura quedó al descubierto.
Muy animados, los lagartos de fuego se unieron a Canth y a los caballeros, y los escombros saltaron por todas partes.
Cuando la abertura estuvo completamente despejada, quedó también al descubierto el borde redondeado de una de las gruesas alas, demostrando, como el Arpista se apresuró a señalar, que los lagartos de fuego habían recordado puntualmente lo que sus antepasados habían visto. Una vez se había logrado hacerlos recordar, claro está.
La entrada quedó despejada, y los trabajadores se hicieron a un lado para que el Arpista pudiera acercarse a examinarla.
—Creo que en realidad deberíamos ponernos en contacto con Lessa y F’lar, ahora. Y que sería muy poco delicado dejar de lado al Maestro Fandarel. Incluso es posible que él pueda decirnos de qué material está construida esta nave.
—Ya hay bastante gente enterada de esto —dijo F’nor, antes de que el Arpista pudiera incluir más nombres—. Yo mismo iré a buscar al Maestro Herrero. Así ahorraremos tiempo y evitaremos habladurías. Y que Canth se lo diga a Ramoth. —Se limpió el sudor de la cara y cuello, y las manchas más visibles de sus manos, antes de embutirse sus ropas de vuelo—. ¡Que nadie haga nada mientras yo esté fuera! —añadió, mirando a todos los presentes uno a uno, y al Arpista con la mayor firmeza.
—No sabría qué hacer —dijo el Arpista en tono de reproche—. Vamos a tomarnos un descanso —añadió, buscando el pellejo de vino e invitando a los demás a que se sentaran a su alrededor.
Los excavadores agradecieron este respiro y la ocasión de contemplar la maravilla que estaban desenterrando.
—Si es verdad que volaban en estas cosas…
—Dices «si», mi querido Piemur. No hay duda. Ellos lo hicieron. Los lagartos de fuego vieron aterrizar estas naves —afirmó el Maestro Robinton.
—Iba a decir que, si volaban en estas cosas, ¿cómo no se alejaron de la Meseta, después de la erupción?
—Una buena, muy buena pregunta.
—Bien, ¿y?
—Quizá nos la pueda responder Fandarel, pues yo, desde luego, no estoy en situación de hacerlo —dijo Robinton sinceramente, mirando a la puerta con cierta tristeza.
—Es posible que necesitaran despegar desde cierta altura, como lo hace un dragón perezoso —sugirió Menolly, echando una mirada rápida a Jaxom.
—¿Cuánto tiempo le lleva a F’nor ir por el inter? —preguntó el Arpista, con un suspiro, mirando hacia el brillante firmamento en busca de alguna señal del regreso de los dragones—. Cuesta más tiempo despegar y aterrizar.
Los Caudillos del Weyr de Benden llegaron primero, y Canth, con F’nor y Fandarel, sólo unos alientos después de ellos, de modo que los tres dragones aterrizaron a la vez. El Herrero fue el primero en bajar de Canth, corriendo a toda prisa hacia la nueva maravilla para deslizar sus manos sobre aquella curiosa superficie, murmurando en voz baja mientras lo hacía. F’lar y Lessa cruzaron rápidamente las altas hierbas, abriéndose camino entre la suciedad esparcida por los dragones, sin apartar la vista de la entrada, envuelta en un suave resplandor.
—¡Ajá! —gritó el Herrero en súbito triunfo, mirando a los presentes. Había estado examinando el borde de la entrada durante unos minutos—. Es posible que esté pensando para moverse. —Se puso de rodillas frente al ángulo inferior derecho—. Sí, si descubrimos toda la nave, probablemente esto tendría la altura de un hombre. Creo que debería apretar…
Y uniendo la acción a la palabra, abrió un pequeño panel situado a un lado de la puerta principal. Dejó al descubierto un espacio ocupado por varios círculos de colores. Todo el mundo se arremolinó a su alrededor mientras sus grandes dedos merodeaban sobre la fila de arriba, de círculos verdes. Los del fondo eran rojos.
—El rojo siempre ha significado peligro, convicción que sin duda aprendimos de los antepasados —dijo—. El verde será, por tanto, el que probemos primero.
Y su grueso índice dudó un momento más, para abalanzarse luego sobre el botón verde.
Al principio, no ocurrió nada. Jaxom sintió como si una mano fría se posara sobre su estómago, el inicio de un intenso malestar.
—¡Mira, se está abriendo! —Los agudos ojos de Piemur captaron la primera rendija perceptible en la puerta.
—Es viejo —dijo el Herrero respetuosamente—. Un mecanismo muy antiguo —añadió cuando todos oyeron la débil queja del movimiento.
Lentamente, la puerta se abrió hacia dentro y luego, sorprendentemente, hacia un lado, hacia el casco de la nave. Una oleada de aire fétido les hizo retroceder, tambaleándose y tosiendo. Cuando volvieron a mirar, la puerta estaba abierta del todo y la luz solar entraba a raudales en el pasillo, de un color más oscuro que el casco de la nave, aunque, cuando el Herrero lo golpeó con los nudillos, comprobó que era del mismo extraño material.
—¡Esperad! —Fandarel los retuvo impidiéndoles entrar—. Dejad primero que entre aire fresco. ¿Alguien ha pensado en traer luces?
—Hay alguna en la Cala —dijo Jaxom, cogiendo sus arreos de volar y ajustándose el yelmo en la cabeza mientras corría hacia Ruth. No se preocupó de sujetarse el cinturón, y el frío del inter fue un fresco alivio después del ejercicio que suponía excavar. Cogió tantos cestos de luz como pudo llevar. A su regreso, se dio cuenta de que nadie parecía haberse movido durante su corta ausencia. El temor ante lo desconocido más allá de la gran entrada había contenido sus pasos. Temor, y quizá, pensó Jaxom, vacilación ante la posibilidad de que se repitiera el desengaño sufrido en la Meseta.
—Bueno, no vamos a descubrir nada si nos quedamos aquí fuera como bobos —dijo Robinton, cogiendo una cesta de luz de las llevadas por Jaxom y quitándole la pantalla, mientras avanzaba a zancadas hacia el interior de la nave.
Era adecuado, pensó Jaxom, mientras repartía los otros cestos, que el Maestro Arpista tuviera el honor de entrar allí el primero. En cuanto a Fandarel, F’lar, F’nor y Lessa, entraron, uno detrás de otro, por la abertura. Jaxom sonrió a Piemur y a Menolly cuando penetraron tras él.
Otra gran puerta, con una rueda dentada para cerrar las gruesas barras en el techo y el suelo, estaba invitadoramente abierta. El Maestro Fandarel murmuraba expresiones inarticuladas de elogio y admiración mientras palpaba las paredes y miraba lo que parecían ser palancas de control y más círculos coloreados. Mas al interior, se encontraron con otras dos puertas; una abierta, a la izquierda, y la otra, cerrada, a la derecha, que conduciría, Fandarel estaba seguro, hacia la parte trasera, el fondo de la nave, lleno de tubos. ¿Cómo era posible que aquellos tubos hicieran que algo tan voluminoso y de alas tan cortas como aquello volara? Tendría que llevar a Benelek allí, si no había nadie más que pudiese estudiar aquello.
Luego giraron a la izquierda y entraron en un largo y estrecho corredor. Sus botas producían un sonido apagado sobre el suelo no metálico.
—Creo que es el mismo material que usaron para los apuntalamientos de la mina —dijo Fandarel, apretando los dedos contra el suelo—. ¿Qué habría aquí? —preguntó, pasando la mano por unas repisas que ahora estaban vacías—. ¡Fascinante! ¡Y no hay ni una mota de polvo!
—No ha habido aire que lo introdujera aquí quién sabe durante cuánto tiempo —observó F’lar con tono tranquilo—, como en las habitaciones que descubrimos en el Weyr de Benden.
Iban avanzando por un corredor con puertas, algunas abiertas, otras cerradas. Pero ninguna estaba cerrada con llave, lo que permitió a Piemur y Jaxom atisbar en el interior de los cubículos vacíos. Unas señales en el suelo y en las paredes interiores probaban que habían habido accesorios instalados.
—¡Eh, venid todos aquí! —sonó nerviosa, la voz del Arpista, que se había adelantado a los demás.
—¡No, aquí! —llamó F’nor desde más lejos de donde estaba el Arpista—. Aquí está el sitio desde donde debieron controlar la nave.
—F’nor, ¡esto sí que es importante para nosotros!
Y F’lar secundó la vibrante llamada del Arpista.
Cuando todos se unieron a ellos dos, añadiendo sus cestas de luz a la iluminación, vieron qué era lo que había atraído su atención. Las paredes estaban cubiertas de mapas. Los contornos familiares del Norte de Pern, y los del Continente Meridional, no tan familiares, habían sido trazados detalladamente sobre la pared de modo que pudieran ser borrados.
Dando un fuerte grito, que fue también un gemido, Piemur tocó el mapa, señalando con su dedo índice la costa que había recorrido tan arduamente, pero que era sólo una pequeña parte del total de la línea costera.
—Mira, El Maestro Idarolan puede navegar casi hasta la Cordillera Oriental… y no es la misma cordillera que yo vi en el Oeste. Y…
—Bueno, pero, ¿qué representaría este mapa? —preguntó F’nor, interrumpiendo a Piemur en sus nerviosos comentarios. Estaba a un lado, con su cesto de luz iluminando otro mapa de Pern. Los contornos eran los mismos, pero unas bandas de diversos colores cubrían los contornos en misteriosas configuraciones. Los mares estaban representados en diversos matices de azul.
—Esto indicaría la profundidad de las aguas —dijo Menolly, recorriendo con los dedos lo que conocía como la Sima de Nerat, coloreada allí de un azul claro.
—Mira, aquí hay flechas que indican la Gran Corriente Meridional, y aquí está la Corriente Occidental.
—Si es así —dijo el Arpista lentamente—, entonces, ¿esto debería indicar la altura de las tierras? No, porque aquí donde deberían estar las montañas del fuerte de Crom, Benden y Telgar, el color es el mismo que el de esta parte de las Llanuras de Telgar. Es desconcertante. ¿Qué pueden haber querido significar con esto los antepasados? —Y miró desde la esfera Septentrional a la Meridional—. Y ninguno de estos matices, excepto este pequeño sector de aquí, aparece en la parte inferior del planeta. ¡Desconcertante! ¡Tendré que estudiar todo esto!
Tanteó, buscando los bordes del mapa, pero era evidente que había sido trazado sobre la pared misma.
—Aquí hay algo que alegraría la vista al Maestro Wansor —dijo Fandarel, aparentemente tan embebido en lo que estaba estudiando, que no había escuchado las palabras de Robinton.
Piemur y Jaxom volvieron sus cestas de luz hacia el Herrero.
—¡Un mapa estelar! —gritó el joven Arpista.
—No exactamente —dijo el Herrero.
—¿Es un mapa de nuestras estrellas? —preguntó Jaxom.
El largo dedo del Herrero rozó el círculo mayor, de un anaranjado brillante, con dibujos que representaban llamas.
—Esto es nuestro sol. Y esta debe ser la Estrella Roja. —Su dedo describió la órbita en torno al sol, que había sido señalada por el viajero. Y luego señaló el tercer círculo, muy pequeño—. ¡Este es nuestro Pern! —Sonrió a los demás por el humilde tamaño de su mundo.
—Bien, entonces, ¿qué es esto? —preguntó Piemur, colocando el dedo sobre un mundo de colores oscuros al otro lado del sol, lejos de los otros planetas y de sus líneas orbitales descritas.
—No lo sé. Debería estar a este lado del sol, tal como están los otros planetas.
—¿Y qué significan estas líneas? —preguntó Jaxom, que había seguido las líneas de flechas desde el fondo del mapa hasta la Estrella Roja, y luego seguían, interrumpiéndose en el borde derecho del mapa.
—¡Fascinante! —fue todo lo que comentó el Maestro Herrero, que se frotaba la barbilla mientras miraba absorto los enigmáticos diseños.
—Prefiero este mapa —dijo Lessa, sonriendo con gran satisfacción ante los dos continentes.
—¿De veras? —preguntó F’lar, apartándose del mapa estelar—. Ah, estoy de acuerdo contigo —dijo, observando que la mano de ella cubría la sección occidental. Y luego rió—. Sí, sí, estoy totalmente de acuerdo, Lessa. Muy instructivo.
—¿Cómo puede ser? —preguntó Piemur, con algo de burla en la voz—. No es un mapa exacto. Mira, no hay volcanes marinos más allá de las rocas de la Meseta. Y hay demasiada costa en esta sección del Meridional. Y no está la Gran Bahía. No es así como es ahora. Yo lo sé; lo he recorrido.
—No, el mapa ya no es exacto —dijo el Arpista, antes de que Lessa pudiera objetar algo a lo dicho por Piemur—. Fíjate bien, Tillek. Hay una buena extensión más de la península Septentrional de lo que debiera haber. Y no está señalizado el volcán de la costa Meridional. —Y añadió con una amplia sonrisa—: pero supongo que el mapa era exacto cuando fue trazado.
—Por cierto que sí —dijo Lessa en un grito de triunfo—. Todas las Pasadas han puesto en tensión a nuestro pobre mundo, ocasionando levantamientos y destrucciones…
—¿Ves esta lengua de tierra, donde están ahora las Piedras del Dragón? —gritó Menolly—. ¡Mi bisabuelo recuerda que la tierra se hundió en el mar!
—No importa que hayan habido cambios de poca importancia —dijo Fandarel, descartándolos sin mayor detenimiento—. Los mapas son un descubrimiento espléndido. —Volvió a fruncir el entrecejo, mirando el mapa que tenía matices anómalos—. Este color pardo señala nuestras primeras colonias del Norte. Ved el Fuerte de Fort, luego Ruatha, Benden, Telgar —miró a F’lar y a Lessa—, y los Weyrs. Todos están coloreados con el mismo tono. ¿Es eso lo que significan, quizá? ¿Sitios donde establecerse?
—Pero primero se establecieron en la Meseta y no tiene el mismo tono pardo —observó Piemur, disgustado.
—Tenemos que pedirles su opinión al Maestro Wansor y al Maestro Nicat.
—Quisiera hacer venir a Benelek, para que les echara una ojeada a los controles de las puertas e investigara la parte de atrás de la nave —dijo F’nor.
—Mi querido caballero pardo —dijo el Herrero—, Benelek es muy inteligente en asuntos de mecánica, pero esto…
Y su amplio gesto quiso indicar que la tecnología, altamente desarrollada, de la nave, quedaba bastante lejos de sus conocimientos.
—Es posible que un día sepamos lo suficiente para penetrar en todos esos misterios de la nave —dijo F’lar sonriendo con gran placer mientras daba golpecitos sobre los mapas—. Pero estos… están al día y son muy valiosos para nosotros y para Pern. —Hizo una pausa para sonreír al Maestro Robinton, que inclinó la cabeza en señal de comprensión, y a Lessa, que también sonrió. Los ojos de ella brillaban con una expresión de complicidad que sólo ellos tres parecían compartir—. Y, de momento, no hay que hacer la menor alusión a ellos —dijo ahora en tono severo, y alzó la mano cuando Fandarel empezó a protestar—. Un momento, Fandarel. Tengo una razón muy buena. Wansor debe ver estas ecuaciones y diseños. Y Benelek puede descifrar lo que quiera. Y como sólo trata con objetos inanimados, no hay peligro de que divulgue el secreto. Tengo la impresión de que debemos guardar secreto respecto a estas naves. En canto a Menolly y a Piemur, están ligados al Arpista. Y tú ya has probado tu discreción y tus capacidades, Jaxom.
La mirada de F’lar, directa e intensa, produjo en Jaxom una conmoción interior, pues estaba seguro de que el Caudillo del Weyr de Benden sabía de su episodio con la devolución del huevo.
—Van a ser bastante las cosas que confundan a Fuertes, Artesanados y Weyrs, en esta Meseta, sin necesidad de añadir los enigmas recientes.
Su mirada volvió hacia la ancha extensión del Continente Meridional, mientras movía suavemente la cabeza. Su sonrisa, la del Arpista y la de Lessa se hicieron más marcadas. De repente, una expresión de disgusto asomó a su rostro, y alzó la vista.
—¡Toric! ¡Dijo que hoy estaría aquí para ayudar a cavar!
—Sí, y N’ton iba a recogerme —dijo Fandarel—, pero todavía no, sino dentro de una o dos horas. A mí me sacó de la cama F’nor…
—Y el Meridional está dentro del área de tiempo de Telgar. ¡Bien! No obstante, necesito una copia de este mapa. ¿Quién de vosotros puede dedicarse a esto hoy? —preguntó.
—¡Jaxom! —dijo el Arpista rápidamente—. Copia con mucha precisión. Además, cuando vino el dragonero a buscar a Sharra ayer noche, él se había ido a Ruatha. Por tanto, no lo echará de menos. Por otra parte, es prudente mantener a Ruth aparte. Los lagartos de fuego locales le harán compañía, y así no charlarán con el trío de Toric.
El asunto fue decidido rápidamente, y dejaron a Jaxom provisto de materiales de copia y de todas las cestas de luz. Se colocó una pantalla de ramas, para disimular la abertura ante cualquier observador casual. A Ruth se le pidió que se llevara consigo a los lagartos de fuego locales y, si le era posible, que les hiciera dormir la siesta. Y como los trabajos matinales habían fatigado a Ruth, se sintió muy contento de poder tumbarse bajo el sol y dormir un poco. Los otros partieron hacia el Fuerte de la Cala, y Jaxom empezó a copiar aquel mapa tan importante.
Mientras trabajaba, intentaba averiguar por qué les había entusiasmado tanto el mapa a los Caudillos del Weyr y al Maestro Robinton. A buen seguro, era todo un regalo conocer la extensión del Meridional sin tener que recorrerlo.
Pero, ¿era este el motivo? Por supuesto. ¡Toric no sabía cuál era la extensión del Continente Meridional! Y ahora, los Caudillos del Weyr sí lo sabían. Jaxom miró la península del Fuerte, calculando qué extensión de tierra habrían podido explorar Toric y sus hombres sin propiedad. Toric nunca hubiera podido explorar aquel vasto continente, ni siquiera llevando a toda la gente de su Fuerte, engrosado por los jóvenes hijos de todos los Fuertes y propiedades de Pern Septentrional. Por que, incluso si intentaba llegar hasta la Cordillera Occidental en el Sur, o hasta la Gran Bahía en el Oeste… Jaxom sonrió tan complacido de sus deducciones, que casi estropeó la línea que estaba trazando. ¿Marcaría la Gran Bahía tal como se la conocía hoy, o copiaría el viejo mapa fielmente? Sí, eso era lo único que importaba. Y cuando Toric, finalmente, lo viera… Jaxom rió entre dientes con intenso placer, pensando en el disgusto de Toric cuando tuviera ocasión de verlo.