XV. ATARDECER EN LA CALA DE JAXOM Y ÚLTIMA HORA DE LA TARDE EN EL WEYR DE ISTA, 15.8.28
Sharra estaba enseñando a Brekke y a Jaxom un juego infantil en la arena, con guijarros y palos, cuando Ruth, que dormía a cierta distancia de donde estaban ellos, en compañía de los lagartos de fuego, despertó de repente.
Avanzó un poco, se sentó y, estirando el cuello, emitió un largo y penetrante lamento que indicaba que un dragón había muerto.
—¡Oh, no! —exclamó Brekke, reaccionando tan sólo un instante antes que Jaxom—. Salth se ha ido.
—¿Salth? —Jaxom se preguntó quién era.
—¡Salth! —el color desapareció de la cara de Sharra—. ¡Pregúntale a Ruth como fue!
—Canth le ha dicho que estaba intentando cubrir a Caylith en vuelo, y su corazón estalló —respondió Brekke. Sus hombros se encogieron en un nuevo gesto de dolor ante una tragedia intensamente recordada.
—¡El loco! Debió darse cuenta que los dragones jóvenes eran más rápidos y más fuertes que el viejo Salth.
—¡Eso le está bien empleado a T’kul! Y no trates de regañarme, Brekke. —Los ojos de Sharra relampaguearon cuando Brekke quiso reprenderla—. Recuerda que he tenido que vérmelas con T’kul y con el resto de esos Antiguos. Y que no son como vuestros dragoneros del Norte, en absoluto… ¡Son gente imposible! Podría contarte cada cosa… Si T’kul estaba lo bastante loco como para llevar a su bronce a cubrir a una joven reina, con la competencia que había por el caudillaje del Weyr de Ista, entonces es que merece perder a su bestia. Lo siento. Son palabras duras para vosotros Brekke, Jaxom, pero es que yo sé qué clase de gente son esos meridionales. ¡Y vosotros no!
—Yo pensaba que habrían problemas más tarde o más temprano, exiliándoles de esa manera —dijo Brekke lentamente—, pero…
—Por lo que he oído, Brekke —dijo Jaxom, intentando borrar la desolación de la cara de ella—, esa era la única manera de actuar con ellos. No estaban haciendo honor a sus responsabilidades frente a la gente que les había sido confiada. Eran voraces, y sus diezmos rebasaban lo establecido. Además… —y sacó a la luz su argumento más decisivo— además he oído a Lytol criticar muchas veces a esos dragoneros.
—Ya lo sé, Jaxom, ya sé todo eso. Pero ten en cuenta que salieron de su propio tiempo para salvar a Pern…
Jaxom se preguntó si ella se daría cuenta de que estaba apretándose las manos hasta el punto de tener los nudillos blancos.
—Para salvar a Pern, sí, pero luego exigieron que recordáramos eso cada vez que respirábamos en su presencia —dijo Jaxom, rememorando con toda claridad la manera arrogante y presuntuosa con que T’ron había tratado a Lytol.
—Ignoramos a los Antiguos —dijo Sharra, encogiendo los hombros—, y solucionamos nuestros propios asuntos. Mantenemos nuestro Fuerte limpio y verde, encerramos en corrales a nuestros animales durante la Caída, y luego hacemos un rápido recorrido con los lanzallamas para asegurarnos de que los gusanos han cumplido con su tarea.
—¿Pero es que ellos no salen cuando hay una Caída? —preguntó Brekke sorprendida.
—Sí, una y otra vez. Si les apetece o si sus dragones están demasiado alterados.
El desprecio de Sharra era tajante. Pero luego se dio cuenta de la expresión de desánimo en las caras de sus interlocutores continuó hablando:
—Vamos, lo que ha ocurrido no ha sido culpa de los dragones, eso es lo que quiero decir. Y tampoco creo que lo sea de sus caballeros. Lo que yo pienso es que al menos deberían intentar actuar como lo que son. Se puede asegurar que la mayoría de los Antiguos se quedó en el Norte. Son sólo unos pocos los que están dando a los dragoneros una reputación tan pobre en el Meridional. Todavía… si pudiésemos encontrarnos a mitad del camino… les echaríamos una mano.
—Creo que debería ir —dijo Brekke, levantándose y mirando hacia el Oeste—. T’kul es ahora medio hombre. Y yo sé lo que se siente en estos casos…
Su voz fue apagándose y su rostro perdió todo su color. Mirando fijamente hacia el Oeste, sus ojos se fueron agrandando hasta que un grito de horror estalló en sus labios.
—¡Oh, no!
Se llevó la mano a la garganta, y volvió la palma hacia afuera, como si rechazara un ataque.
—Brekke ¿qué te pasa? —Sharra saltó a su lado, rodeándola con sus brazos.
Ruth empezó a sollozar, empujando el codo de Jaxom en busca de seguridad.
Ella tiene mucho miedo. Está hablando con Canth. Es muy desgraciada. Es terrible. Hay otro dragón que está muy débil. Canth está con él. Ahora es Mnementh el que está hablando. ¡T’kul está luchando con F’lar!
—¿T’kul luchando con F’lar? —Jaxom perdió el equilibrio y se apoyó en el lomo de Ruth.
Los lagartos de fuego manifestaban su nerviosismo volando en picado, chillando con tal violencia que Jaxom tuvo que pedirles silencio agitando los brazos hacia ellos.
—Es horrible, Jaxom —dijo Brekke—. Tengo que irme. Han de darse cuenta de que T’kul no es responsable de lo que hace. ¿Por qué no le dan más poderes? ¡Alguien debe tener algo de cabeza en Ista! ¿Qué hace D’ram? Voy a buscar mi equipo de vuelo.
Y volvió corriendo al refugio.
—Jaxom —Sharra se volvió hacia él, con una mano alzada, pidiéndole protección—. T’kul odia a F’lar. Siempre lo ha culpado de todo lo que sucedía en el Meridional. Ahora que T’kul se ha quedado sin su dragón, enloquecerá. ¡Matará a F’lar!
Jaxom acercó hacia sí a la muchacha, preguntándose cuál de ellos dos necesitaba más protección. ¿T’kul intentaba matar a F’lar? Le pidió a Ruth que escuchara con toda su atención.
No oigo nada. Canth está en el inter. Sólo oigo jaleo. Ramoth llega…
—¿Aquí?
No, donde están ellos. Los ojos de Ruth adquirieron un color púrpura de preocupación. No me gusta esto.
—¿Qué, Ruth?
—Oh, por favor, Jaxom, ¿qué dice? Estoy terriblemente espantada.
—Y él también. Y yo.
Brekke volvió por el bosque, con su equipo de vuelo en una mano, y en la otra su pequeño paquete de medicamentos, reforzadamente cerrado para evitar que cayera su contenido. Se detuvo justo antes de pisar la arena, parpadeó, y frunció el ceño con rabia e impaciencia.
—¡No puedo ir allí! Canth tiene que quedarse con Ramith, el de B’zon. No podemos perder dos bronces en un día.
Y miró a su alrededor por la playa, como si lo que veía pudiera ofrecerle la solución a su problema. Se mordió el labio inferior, y luego exclamó desesperada.
—¡Tengo que irme!
Pero otra mala noticia afectó a Brekke y a Jaxom, al mismo tiempo que Ruth bramaba de miedo.
—¡Robinton!
Brekke vaciló, y hubiera caído si Sharra y Jaxom no hubieran acudido a sujetarla.
—¡Oh, no! ¿Es Robinton? ¿Cómo?
El Maestro Arpista.
—¿Está muerto? —gritó Sharra.
El Maestro Arpista está muy enfermo. Pero no le dejarán irse. Tendrá que quedarse, como hiciste tú.
—Te llevaré, Brekke. Sobre Ruth. Sólo tengo que coger mis arreos de montar.
Las dos mujeres intentaron retenerle.
—No puedes volar aún, Jaxom. ¡No puedes ir por el inter!
El temor que reflejaban los ojos de Brekke era ahora por él.
—No puedes hacer eso, Jaxom —dijo Sharra, moviendo la cabeza con los ojos implorantes—. El frío del inter… y todavía no estás lo suficientemente restablecido… ¡Por favor!…
Temen por ti, dijo Ruth, y su voz sonó confusa. Temen mucho. No sé por qué no es bueno que me montes, pero es así.
—Tiene razón, Jaxom, sería un desastre —dijo Brekke, y relajó todo su cuerpo, sintiéndose derrotada. Fatigada, se llevó la mano a la cabeza y se quitó el yelmo, ahora innecesario.
—No debes ir por el inter hasta dentro de otro mes o seis semanas más. Si lo haces, te arriesgas a tener dolores de cabeza para el resto de tu vida, y es posible que te quedes ciego…
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Jaxom, furioso por que le habían ocultado aquella limitación, y frustrado por no poder ayudar ni a Brekke ni al Arpista.
—Lo sé —dijo Sharra, volviendo su rostro hacia Jaxom—. Uno de los dragoneros del Meridional tuvo «cabeza de fuego». No sabíamos los peligros de ir por el inter. Primero se quedó ciego. Luego, enloqueció del dolor de cabeza… y murió. Y su dragón también.
Su voz se apagó, recordando la tragedia, y sus ojos se empañaron de lágrimas.
Jaxom se quedó mirándola, perplejo:
—¿Por qué no me lo dijisteis antes?
—No había motivos para hacerlo —respondió Sharra, sin apartar su mirada de la de él, en un mudo ruego de comprensión.
—Cada día te pones más fuerte. Para cuando te dieras cuenta de las limitaciones que existen, quizá ya no sería necesario decírtelo.
—¿Otras cuatro o seis semanas? —Fue recalcando las palabras, consciente de que estaba apretando los puños y de que los músculos de su mandíbula le dolían por el esfuerzo de controlar su furia.
Sharra afirmó con la cabeza, lentamente, y su rostro estaba desprovisto de toda expresión.
Jaxom aspiró profundamente, forzándose a controlar sus emociones.
—Esto pone las cosas muy mal, de veras, porque es precisamente ahora cuando necesitamos un dragonero.
Miró a Brekke. La cabeza de ella estaba ligeramente vuelta hacia el Oeste. Jaxom pudo sentir la urgencia que tenía por estar allí donde se la necesitaba y, el esfuerzo por controlarse ante la patética llamada de Canth pidiendo ayuda.
—¡Tenemos un dragonero! —exclamó él, gritando—. Ruth, ¿llevarías a Brekke a Ista sin que yo vaya?
A Brekke la llevaría donde fuera. Y el pequeño dragón blanco alzó la cabeza. Sus ojos centellearon rápidamente mientras avanzaba hacia Brekke.
La cara de ella perdió repentinamente la expresión de tristeza y de impotencia.
—¡Oh, Jaxom! ¿De veras me dejarías?
Él se sintió más que recompensado por la abrumadora gratitud que había en aquella pregunta, hecha casi sin aliento.
La tomó del brazo, llevándola a toda prisa hasta el costado de Ruth.
—Debes partir… si el Maestro Robinton…
Jaxom no pudo terminar la frase, pues el pánico ante aquel pensamiento ahogó la voz en su garganta.
—Oh, gracias, Jaxom. Gracias, Ruth.
Brekke empezó a atar torpemente la correa de su yelmo. Luchó con su chaqueta, hasta que pudo meter los brazos por las mangas, y sujetó el cinturón de montar en su sitio. Cuando estuvo lista, Ruth inclinó su lomo para que Brekke montara, y luego volvió la cabeza para asegurarse de que estaba bien sentada.
—Enviaré a Ruth de vuelta en cuanto llegue, Jaxom… ¡No dejéis que se venga! ¡No le permitáis dormir! —Las dos últimas frases iban dirigidas a una mente muy distante de allí.
Nosotros no permitiremos que se vaya, dijo Ruth, acariciando suavemente el hombro de Jaxom con su hocico. Luego se incorporó, llamando a su amigo y a Sharra. Cuando sólo estaba a un ala de altura sobre las olas, hizo un gesto de despedida.
—¿Jaxom?
La voz de Sharra era tan insegura que él se volvió hacia ella, preocupado.
—¿Qué puede haber pasado? T’kul no puede haber estado tan loco para atacar también al Arpista.
—Si yo le conozco bien, el Arpista puede haber intentando detener la pelea. ¿Tú conoces al Maestro Robinton?
—Lo que conozco de él —dijo ella, mordiéndose el labio inferior y suspirando profundamente, en un esfuerzo por controlar sus temores— es a través de Piemur y de Menolly. Lo he visto, por supuesto, en nuestro Fuerte, y además le he oído cantar. Es un hombre maravilloso. ¡Oh, Jaxom! Todos esos meridionales se han vuelto locos ¡Locos! ¡Están enfermos, enajenados, perdidos!
Y ella apoyó su cabeza sobre el hombro de él, rendida ante su propia angustia. Tiernamente, él la apretó contra sí.
¡Vive!
La seguridad con que habló Ruth se manifestó débil pero clara en su mente.
—Ruth dice que él vive, Sharra.
—Debe seguir viviendo, Jaxom. ¡Debe hacerlo! ¡Debe hacerlo!
Los puños de ella le golpeaban el pecho con insistencia.
Jaxom la tomó de las manos, haciendo que las abriera y sonriendo a aquellos brillantes ojos.
—Vivirá. Estoy seguro de que vivirá, si nosotros lo creemos.
Jaxom percibió intensamente, en aquel momento tan poco adecuado, el vibrante cuerpo de Sharra pegado al suyo. Podía sentir el calor de ella a través de su delgada blusa. Se apretaba contra los de él, mientras sentía la fragancia de su cabello perfumado por el sol y una flor que se había colocado sobre la oreja.
La atónita expresión que había en su cara, le dijo que ella, también ella, se daba cuenta de la intimidad de sus posiciones; y que, por primera vez desde que él la había conocido, estaba confusa.
El alivio, la presión que ejercía sobre sus manos, dispuesto a soltarlas si era necesario. Sharra no era Corana, no era una simple muchacha del Fuerte, obediente a su Señor. Sharra no era una compañera de lecho para un capricho pasajero del deseo. Era demasiado importante para él, y no quería arriesgarse a destruir aquella relación con una demostración a destiempo. Y él también se dio cuenta de que Sharra pensaba que sus sentimientos hacia ella procedían de una natural gratitud por los cuidados que le había dispensado. Él había tenido en cuenta aquella posibilidad en su fuero interno, pero había decidido que era equivocada. Eran demasiadas las cosas que le gustaban de ella, desde el sonido de su maravillosa voz hasta el contacto de sus manos; manos que él ansiaba que lo acariciaran. Había aprendido muchas cosas de ella durante aquellos días, pero sentía una gran curiosidad por saber mucho, mucho más.
La reacción de ella ante los meridionales le había sorprendido. Era frecuente que ella le sorprendiera. Parte del atractivo que ejercía sobre él era debido justamente a que rara vez adivinaba lo que ella diría, o cómo lo diría.
De repente, él deshizo aquel abrazo y, rodeando ligeramente los hombros de ella, la llevó hacia las esteras donde ambos habían estado jugando a un juego infantil. Puso ambas manos sobre sus hombros, y la empujó suavemente hacia el suelo.
—Es posible que tengamos que esperar mucho, Sharra, antes de saber con certeza que el Arpista está bien.
—¡Me gustaría que todo hubiese sido un error! Si ese T’kul ha dañado a nuestro Arpista…
—¿Y si ha dañado a F’lar?
—No conozco a F’lar, pero naturalmente me entristecería mucho saber que había sido herido por T’kul. —Distraídamente, ella dobló las piernas, sentándose a su lado, tan cerca de él que sus hombros casi se tocaban—. En cierto sentido, F’lar tenía que luchar contra T’kul. Después de todo, fue él quien envió a los Antiguos al exilio, así que también él debía ponerle fin.
—¿Y acabar matando a T’kul?
—O siendo muerto por él.
—Eso sería llevar demasiado lejos las cosas —replicó Jaxom, con mayor vehemencia de la que hubiera querido, ante el desinterés con que ella trataba el destino de F’lar—, asesinar al Caudillo del Weyr de Benden. ¡Él es Pern!
—¿De veras?
Sharra deseaba ser convencida:
—No lo he visto nunca…
Hay muchos dragones aquí, y mucha gente, le comunicó Ruth, con su tono aún débil pero claro. Sebell viene. Menolly no puede.
—¿Te está hablando Ruth? —preguntó Sharra ansiosamente, inclinándose hacia adelante y cogiendo el brazo de Jaxom. El puso su mano sobre la de ella, pidiéndole silencio con aquel gesto.
Ella se mordió el labio inferior y escrutó la cara de Jaxom, que intentó tranquilizarla con enfáticos asentimientos de cabeza.
Los lagartos de fuego de Menolly están aquí. El Arpista está durmiendo. El Maestro Oldive también está con él. Ellos esperan fuera. No le dejaremos irse. ¿Tengo que volver ahora contigo?
—¿Quiénes son ellos? —preguntó Jaxom, aunque sabía bien quiénes eran.
Lessa y F’lar. El hombre que atacó a F’lar está muerto.
—T’kul está muerto. Y F’lar, ¿no está herido?
—Pregúntale qué le pasa al Arpista —susurró Sharra.
Jaxom quería saberlo también, pero se produjo una larga pausa antes de que Ruth contestara, y el pequeño dragón dio la impresión de estar confuso.
Mnementh dice que Robinton estaba herido en el pecho y que quería dormir. El vino le ha confortado, Mnementh y Ramoth sabían que no dormiría. Iba a irse. ¿Puedo volver ahora?
—¿Te necesita Brekke?
Hay muchos dragones aquí.
—¡Ven a casa, amigo mío!
¡Allá voy!
—¿Tiene el pecho herido? —repitió Sharra, cuando Jaxom le contó lo que había dicho Ruth. Ella frunció el entrecejo.
—Podría ser el corazón. El Arpista ya no es un hombre joven, y trabaja mucho. —Miró a su alrededor, buscando a sus lagartos de fuego—. Podría enviar a Meer…
—Ruth dice que hay un montón de gente y de dragones en Ista en este momento. Creo que es mejor que esperemos.
—Ya sé. —Y Sharra dio un largo suspiro. Cogió un puñado de arena y la dejó resbalar entre sus dedos. Luego le sonrió a Jaxom.
—Ya sé cómo esperar, pero eso no significa que me guste hacerlo.
—Sabemos que está vivo, y F’lar… —Jaxom echó una rápida ojeada hacia ella.
—No quise dar a entender que no respetaba a tu Caudillo del Weyr, Jaxom. Quiero que sepas que…
Jaxom rió: había conseguido picarla. Ella dejó escapar una exclamación de fastidio, y le tiró el puñado de arena, pero él se agachó y la arena pasó sobre sus hombros, para caer finalmente sobre las suaves olas que rozaban la playa.
Barrida la arena por la siguiente ola, no quedó rastro en el agua. Había una falacia en la analogía hecha por el Arpista, pensó Jaxom, divertido por aquel pensamiento irrelevante.
Meer y Talla empezaron a chillar de repente, los dos con las cabezas vueltas hacia la zona Oeste de la cala. Alzaron las alas y se agacharon, listos para saltar al aire.
—¿Qué pasa?
Los dos lagartos de fuego se calmaron tan rápidamente como se habían alertado. Meer empezó a acicalarse un ala, como si un momento antes no hubiera estado sobresaltada.
—¿Viene alguien? —preguntó Sharra, volviéndose a Jaxom asustada.
Jaxom se puso de pie de un salto, mirando hacia arriba.
—No. No habrían reaccionado de esta forma si fuera Ruth quien viniera…
—Debe de ser alguien que conocen.
Aquella posibilidad le parecía tan remota a Sharra como a Jaxom.
—¡No viene volando!
Ambos oyeron el ruido de algo grande que avanzaba por el bosque hacia aquel punto. Una maldición entre dientes les indicó que el visitante era humano, pero la cabeza que asomó entre el espeso follaje era innegablemente la de un animal. El cuerpo al que pertenecía la cabeza era el del animal corredor más pequeño que Jaxom había visto en su vida.
Los juramentos apagados se fueron transformando en palabras inteligibles.
—Deja ya de echarme las ramas en la cara, dragón para carnada, nariz de cuerno, pies planos, trozo de piel. ¡Bueno, Sharra, así que aquí es donde te habías metido! ¡Ya me lo contaron, pero empezaba a tener mis dudas! Oí que habías estado enfermo, Jaxom. ¡Ahora no lo pareces!
—¿Piemur?
Aunque la visita del joven Arpista era la menos probable de todas, no había ninguna duda ante aquel tipo peculiar, de figura baja y compacta, que descendía alegremente por la playa.
—¡Piemur! ¿Qué haces por aquí?
—Buscándote, por supuesto. ¿Tienes idea de cuántas Calas a lo largo de esta tierra de nadie responden a la descripción que me dio el Maestro Robinton?
—Bueno, ¡el Weyr está organizado! —le dijo F’lar a Lessa en voz baja, cuando se unió a ella en la antecámara del weyr que había sido evacuado a toda prisa para que el Maestro Arpista de Pern pudiera ser acomodado en él—. El Maestro Oldive no quiere que se le mueva ni siquiera para trasladarlo hasta el Fuerte de Ista. El médico y Brekke están ahora con él en la alcoba interior, mientras duerme, tendido en la cama. Zair está apoyado sobre él, y sus brillantes ojos no se apartan del rostro de su amigo ni un solo instante.
Lessa tenía la mano extendida, pues necesitaba del contacto de su compañero de Weyr. Empujó una silla junto a la suya, le dio un breve beso y se sirvió una taza de vino.
—D’ram ha organizado a la gente del Weyr. Ha enviado a los bronces más viejos para que ayuden a Canth y a F’nor a traer a Ramith. El pobre viejo sólo vivirá unas pocas Revoluciones más… si B’zon vive.
—¡Sólo falta otra muerte hoy!
F’lar sacudió la cabeza.
—No, sólo está profundamente dormido. Hemos conseguido que los caballeros bronces, disgustados, se emborrachen como aprendices de vinateros y, por lo que parece, Cosira y G’dened están… tan ocupados que no tienen ni idea de que otra cosa ha ocurrido en Ista.
—Eso está bien —contestó Lessa, con una sonrisa de oreja a oreja.
F’lar le acarició la mejilla, devolviéndole la sonrisa.
—Bien, ¿cuándo volverá a levantarse Ramoth, corazón?
—¡Ya te lo comunicaré! —Y al ver a F’lar mirar en dirección a la alcoba interior, añadió—: ¡Se pondrá muy bien!
—¿No era Oldive el que ponía peros a su completa recuperación?
—¿Cómo iba a ser él? ¿Con todos los dragones de Pern escuchándole? Bueno, eso… —Hizo una pausa, mientras reflexionaba—… era totalmente inesperado. Yo sé que los dragones le llaman por su nombre, pero… ¿comunicándose?
—Más increíble me resultó a mí ver a Brekke llegar sobre Ruth, ¡y sola!
—¿Por qué no? —preguntó Lessa, un tanto ofendida—. ¡Ella siempre fue jinete! Y siempre ha tenido una relación muy especial con los dragones, desde el mismo día en que perdió a Wirenth.
—No puedo entender que pudieras ofrecer a Ramoth en una situación parecida. Pero ahora no trates de imponerme tus opiniones, Lessa. Esto ha sido una cortesía de Jaxom. Brekke me dijo que él no sabía hasta aquel momento que no podía volar por el inter. Debe haber sido un descubrimiento muy desagradable para él, y ha hecho honor al prestigio de que goza actuando tan generosamente.
—Sí, ya veo lo que quieres decir. Además, es un alivio tenerla aquí. —Lessa miró hacia la cortina, y suspiró—. Yo podría llegar a encontrar casi agradables a los lagartos de fuego, después de un día como hoy.
—¿Qué es lo que ha producido este cambio? —F’lar se quedó mirándola sorprendido.
—Yo no he dicho que haya cambiado. He dicho que, casi casi, podría. —Lessa miró a Brekke dirigir a Grall, a Berd llevándole cosas, y a aquel pequeño bronce de Robinton—. Estas criaturas pueden enloquecer si sus amigos son heridos, pero éste sólo se arrodilló allí, observando la cara de Robinton y canturreando hasta que creí que se quedaría en los huesos. No quiero decir que su actitud no me contagiara a mí misma. Cuando pienso…
Y Lessa perdió el control, con la cara cubierta de lágrimas.
—No pienses en eso, corazón. —F’lar apretó su mano—. No ocurrió.
—Cuando Mnementh me llamó, creo que no me moví con mucha rapidez; prácticamente me tiré desde la cornisa sobre la espalda de Ramoth. Ya fue bastante la angustia que sentí al intentar llegar aquí antes de que T’kul tratara de matarte, pero encontrar a Robinton… Si hubieras matado a T’ron en el fuerte de Telgar…
—¡Lessa! —Y él apretó sus dedos tanto, que ella gimió—. El Fidranth de T’ron estaba muy vivo en el Fuerte de Telgar. No podía ocasionar su muerte; no importaba la afrenta que T’ron me hubiera infligido. En cambio a T’kul lo podía matar incluso con placer. Aunque admito que faltó muy poco para que fuera él quien me matara a mí. Nuestro Arpista no es el único que se está haciendo viejo.
—No. Gracias a la bondad infinita también lo son los Antiguos que han quedado del Meridional. Y ahora ¿qué vamos a hacer con ellos?
—Yo iré al Meridional y me haré cargo del Weyr —dijo D’ram. Había entrado, silencioso y cansado, mientras ellos hablaban—. Yo, después de todo, soy un Antiguo… —Suspiró profundamente—. De mí aceptarán lo que no soportarían de ti, F’lar.
El Caudillo del Weyr de Benden vaciló, aunque la oferta era tentadora.
—Ya sé que querrías, D’ram, pero si va a rebasar…
D’ram alzó la mano para interrumpir el resto de la frase.
—Estoy más en forma de lo que pensaba. Aquellos días de tranquilidad en la cala han hecho un milagro. Necesitaré ayuda…
—¡Tendrás toda la que te podamos prestar!
—Te tomo la palabra. Necesitaré algunos verdes, preferiblemente el de R’mart en Telgar, o el de G’narish en Igen, pues no se debe ahorrar ninguno en este momento. Si ellos también son Antiguos, será más fácil para los Meridionales. Necesitaré dos bronces más jóvenes, y suficiente azules y pardos para formar dos escuadrillas de combate.
—Los dragoneros del Meridional no han luchado contra las Hebras durante Revoluciones —dijo F’lar con suficiencia.
—Ya lo sé. Pero ya es hora de que lo hagan. Eso les dará a los dragones que se marquen una meta y la fuerza para alcanzarla. Y a sus caballeros, esperanza y una tarea a la que dedicarse. —El rostro de D’ram estaba serio—. Me he enterado por B’zon de cosas que me preocupan. He estado tan ciego…
—La culpa no ha sido tuya, D’ram. Mía fue la decisión de enviarles al Meridional.
—Respeté esa decisión porque era la adecuada, F’lar. Cuando… cuando Fanna murió… —Las palabras le salieron todas de golpe— yo hubiera debido irme a un Weyr del Meridional. No hubiera sido desleal a ti si lo hubiera hecho y hubiera sido…
—Lo dudo —dijo Lessa, furiosa de que D’ram se acusara a sí mismo—, después de que T’kul intentara robar el huevo reina…
Y ella expresó con gestos su condena de la acción de aquel hombre.
—Si se hubiera venido a ti…
La dureza de la expresión de Lessa no cambió:
—Dudo de que T’kul hubiera venido —dijo lentamente.
Una expresión de disgusto atravesó sus móviles facciones, e hizo un gesto de fastidio antes de mirar de nuevo a D’ram. Esta vez, su expresión era de arrepentimiento.
—Y probablemente yo le habría enviado al infierno, pero tú… —y señaló con el dedo a D’ram— no lo hubieras hecho. Y me imagino que F’lar hubiera sido también más tolerante. —Ella le sonrió a su compañero de Weyr—: No estaba en la naturaleza de T’kul eso de suplicar —siguió diciendo, ahora más animada—. ¡Ni tampoco en la mía olvidar! ¡Jamás les perdonaré a los meridionales que hayan robado el huevo de Ramoth! ¡Cuando pienso que me llevaron al extremo de desear enfrentar a unos dragones contra otros! ¡Eso no lo podré olvidar jamás!
D’ram se levantó.
—¿No estás conforme, Dama del Weyr, con mi ofrecimiento de ir al Meridional?
—¡Por el Gran Huevo, no! —dijo atónita, y luego movió la cabeza—: No, D’ram. Creo que eres sabio y bueno, más generoso de lo que yo hubiera sido jamás. ¡Vamos! ¡Aquel idiota de T’kul hubiera podido matar a F’lar hoy!… No, debes ir. Tienes toda la razón al suponer que ellos te aceptarán. No creo que me haya dado nunca verdadera cuenta de lo que puede estar pasando en el Meridional. ¡Tampoco lo necesité!
Añadió estas últimas palabras como un ingenuo reconocimiento de sus propias limitaciones.
—¿Entonces puedo invitar a otros caballeros a que se unan a mí? —D’ram la miró primero a ella, y luego a F’lar.
—Pídeselo a todos los que necesites de Benden, excepto a F’nor. No sería justo pedirle a Brekke que volviera al Meridional.
D’ram asintió con la cabeza:
—Creo que los otros Caudillos de los Weyrs nos ayudarán. Este asunto afecta al honor de todos los dragoneros. Y… —F’lar interrumpió su discurso y se aclaró la garganta—. Y no queremos que los Señores de los Fuertes se hagan cargo precipitadamente de los terrenos del Meridional cuando nosotros no podemos mantener el orden en los Weyrs.
—Ellos nunca… —empezó a decir D’ram, frunciendo el ceño indignado.
—Pueden perfectamente. Por otras razones muy válidas… para su modo de pensar —replicó F’lar—. Ya sé —hizo una pausa para recalcar su seguridad— que los Meridionales, bajo las órdenes de T’kul y T’ron, nunca permitieron que los Señores de los Fuertes extendieran sus fortalezas ni una sola longitud de dragón. La colonia de Toric ha estado creciendo constantemente en las últimas Revoluciones, gracias a la gente que ha llegado: artesanos descontentos, unos cuantos jóvenes hijos de Señores sin esperanza de obtener tierra en el Norte. Todos han sido muy cautos, para no alarmar a los Antiguos.
F’lar se levantó paseando inquieto.
—Eso no es del dominio público…
—Yo sabía que habían comerciantes del norte al sur —dijo D’ram.
—Sí, es parte del problema. Los comerciantes hablan, y así se ha extendido la información de que hay mucha tierra en el Sur. De acuerdo que en parte puede ser exageración, pero tengo motivos para creer que el Continente Meridional es tan grande como este, y además está protegido contra las Hebras por los gusanos. —Hizo una nueva pausa, frotando su dedo índice con su pulgar, rascándose, distraídamente bajo la barbilla—. Ahora D’ram, los dragoneros elegirán sus tierras por primera vez. En el próximo Intervalo no habrá ningún dragonero que necesite de la donación de un Fuerte o un Artesanado. Tendremos nuestras propias tierras y yo, por mi parte, no pediré jamás vino, pan o carne a nadie.
D’ram escuchó, al principio con sorpresa, y luego con un atisbo de placer en sus cansados ojos. Se encogió de hombros y, con una breve inclinación de cabeza, miró al Caudillo del Weyr de Benden directamente a los ojos.
—Puedes confiar en mí, F’lar, para asegurarte el Meridional para estos fines. ¡Unos grandes fines! ¡Por el Primer Huevo es una idea soberbia! ¡Esta maravillosa tierra convertida en un territorio de dragoneros!
F’lar cogió del brazo a D’ram, para reafirmar su confianza en él. Luego, su rostro se distendió en una leve sonrisa.
—Si no te hubieras presentado voluntario para ir al Meridional, D’ram, te lo hubiera sugerido yo. Eres el único hombre capaz de controlar la situación. ¡Y no te envidio!
D’ram sonrió ante la confianza del Caudillo del Weyr de su expresión se hizo más franca.
—He estado afligido por mi compañera de Weyr, como corresponde. Pero yo sigo vivo. Me gustó estar en aquella cala, pero no bastaba. Sentí un gran alivio cuando viniste a buscarme y me mantuviste ocupado, F’lar. No sería una respuesta abandonar la única clase de vida que he conocido. Y no podría. «Los dragoneros alzan el vuelo cuando las Hebras están en el cielo.»
Y volvió a suspirar, inclinando la cabeza respetuosamente ante Lessa. Luego, dando media vuelta con agilidad, se alejó a zancadas del Weyr, con paso firme y orgullosa prestancia.
—¿Crees que sabrá salir del paso, F’lar?
—Es la persona que sabrá sacar mejor partido de la situación, mejor que cualquier otro… excepto, quizá, F’nor. Pero a él no se lo puedo pedir. ¡Y tampoco a Brekke!
—¡Creo que no! —dijo ella, con voz aguda y algo llorosa, como si lamentara su aspereza, y corrió a abrazarle. Él rodeó su cuerpo con los brazos, acariciando su cabello con mirada ausente.
Hay muchas arrugas en su rostro, pensó Lessa, arrugas en las que ella no había reparado antes. Los ojos de él estaban tristes, y sus labios apretados, por la preocupación que sentía por D’ram. Pero los músculos de su brazo eran tan fuertes como siempre, y su cuerpo, ágil y curtido por la vida activa que llevaba. Estaba en la suficiente buena forma como para salvar su piel del ataque de un loco. La debilidad sólo había asustado a F’lar en una ocasión. Justamente después de un combate a cuchillo en Telgar, en el que había recibido una herida de lenta curación, y había enfermado con fiebre. Entonces, delegó algunas de sus funciones en F’nor y T’gellan en Benden, y a N’ton y R’mart en Pern, e incluso en la propia Lessa.
Sensible ante su profunda necesidad de él, Lessa abrazó a F’lar con fuerza.
Ante este súbito arranque de ella, él sonrió y las arrugas del cansancio se borraron de su rostro.
—Estoy contigo, corazón, no te preocupes.
Él la besó, con suficiente vigor para no dejarle ninguna duda sobre su vitalidad.
El sonido de los talones de unas botas, avanzando rápidamente por el corto pasillo, los interrumpió. Sebell, con el rostro congestionado por la carrera, entró apresuradamente en la sala, moderando su andar ante un gesto de Lessa indicándole que se tranquilizara.
—¿Está bien del todo?
—Ahora está durmiendo, pero míralo tú mismo, Sebell —replicó Lessa, señalando hacia la cortina del dormitorio.
Sebell se balanceó sobre sus talones, deseoso de comprobar el estado de su maestro, pero a la vez temeroso ante la posibilidad de molestarlo.
—Sigue adelante, hombre —F’lar le indicó que siguiera avanzando—. Pero no hagas ruido.
Dos lagartos de fuego aletearon dentro de la sala, chillando al ver a Lessa, y luego desaparecieron.
—No sabía que tenía dos reinas.
—No las tengo —dijo Sebell, mirando para averiguar adonde habían ido—. La otra es de Menolly. No tenía permiso para venir.
Y su gesto les hizo adivinar a los dos Caudillos de Weyr el modo en que Menolly había reaccionado ante aquella prohibición.
—Diles que vuelvan. ¡No me como a los lagartos de fuego! —dijo Lessa, moderando su irritación—. No sabía bien qué le fastidiaba más, si los propios lagartos de fuego, o la forma en que la gente reaccionaba ante ella cada vez que aparecía uno. —El pequeño bronce de Robinton ha dado muestras hoy de cierto sentido común. Así que dile a la reina de Menolly que vuelva. ¡Ella creerá lo que el lagarto de fuego vea!
Sonriendo con gran alivio, Sebell levantó el brazo. Las dos reinas entraron, y sus enormes y brillantes ojos centellearon de nerviosismo. Una de ellas, Lessa no supo cuál, pues eran muy parecidas, gorjeó de agradecimiento. Entonces Sebell, con gran cuidado de no romper su armonía y hacerlas chillar, avanzó con exagerada lentitud hacia la habitación del enfermo.
—¿Sebell va a hacerse cargo del Taller del Arpista? —preguntó Lessa.
—En realidad, podría hacerlo perfectamente.
—Si este hombre hubiera tenido el buen sentido de delegar más funciones en Sebell antes de esto…
—Eso es en parte culpa mía, Lessa. Benden le ha pedido mucho al Taller del Arpista.
F’lar se sirvió una taza de vino, mirando a Lessa para ver si también quería beber, y le sirvió otra taza cuando la vio asentir con la cabeza. Luego, hicieron un brindis.
—¡Vino de Benden!
—¡El que le mantuvo vivo!
—¿Perderse una copa de vino? ¡Ese no sería Robinton! —Y ella bebió rápidamente para aliviar la opresión que sentía en la garganta.
—Y aún ha de beber mucho más.
Fue la tranquila voz del Maestro Oldive la que se oyó. Se deslizó hacia la mesa. Su silueta ofrecía un curioso aspecto, pues sus brazos y piernas eran demasiado largos en proporción a su torso, hasta que su espalda se hizo visible por su joroba. Con rostro apuesto y sereno se sirvió una taza de vino, admirando su rico color carmesí antes de levantar la taza, como había hecho Lessa, y bebérselo.
—Tal como dijiste, esto le mantuvo vivo. ¡Es curioso que el vicio de un hombre le conserve la vida en el cuerpo!
—¿El Maestro Robinton se pondrá bien?
—Sí, con cuidados y reposo. Se ha recuperado bien. Su pulso y su corazón laten ya de modo regular, aunque lentamente. No se le debe alterar con ninguna preocupación. Ya le advertí repetidamente que redujera sus actividades, pero no me hice ilusiones de que me hiciera caso. Sebell, Silvina y Menolly han hecho todo lo posible por ayudar, pero luego Menolly se ha puesto enferma… ¡Y hay tanto que hacer por el Taller y por Pern!
Oldive sonrió. Su rostro alargado se iluminó amablemente y, tomando la mano de Lessa, la colocó sobre la de F’lar.
—Ya no podéis hacer más aquí, Caudillos del Weyr. Sebell esperará que Robinton despierte para tranquilizarlo diciéndole que todo va bien en el Taller. Brekke y yo, y la buena gente de este Weyr, nos ocuparemos de cuidar al Maestro Arpista. Vosotros dos también necesitáis descansar. Volved a vuestro Weyr. Hoy ha sido un día muy duro para todos. ¡Marchaos! —Y al decir esto, les empujó suavemente hacia el pasillo—. ¡Marchaos ahora!
Les hablaba como si fueran niños tercos, pero Lessa estaba lo suficientemente cansada para obedecerle y lo bastante preocupada para desoír las objeciones que veía asomar en los ojos de F’lar.
No vamos a dejar al Arpista solo, dijo Ramoth mientras F’lar ayudaba a Lessa a montar en su reina. Nos quedamos con él.
Todos nosotros estamos con él, dijo Mnementh, y sus ojos adquirieron lentamente una expresión de sosiego.