II. WEYR DE BENDEN. PASADA PRESENTE, DECIMOTERCERA REVOLUCIÓN

La noche caía sobre el Weyr de Benden cuando Robinton ascendió por las escaleras que conducían al weyr de la reina, camino que ya había recorrido en muchas ocasiones anteriores, durante las pasadas trece Revoluciones. Hizo una parada suficientemente larga para tomar aliento y cambiar unas palabras con el hombre que venía inmediatamente detrás de él.

—Hemos calculado bien el tiempo, Toric. No sé de nadie que haya sido avisado de nuestra llegada, y a buen seguro que nadie preguntará a N’ton —dijo haciendo un gesto hacia el caudillo del Weyr de Fort al que se divisaba confusamente una vez cruzado el Cuenco en dirección a las iluminadas cavernas cocina.

Toric no le miraba. Tenía la mirada fija hacia lo alto, hacia la plataforma en la que el bronce Mnementh estaba sentado en cuclillas, esperando la llegada de nuevos huéspedes, con sus ojos brillantes chispeando en la escasa luz. El Zair de Robinton reaccionó agarrándose a la oreja del Arpista y rodeando y apretándole el cuello con su cola.

—No te hará daño, Zair —dijo Robinton, pero esperaba que el mensaje también satisfaría al hombre del Fuerte Meridional, cuyo rostro y actitud denotaban sorpresa.

—Es casi el doble de grande que cualquiera de los animales de los Antiguos —dijo Toric, con el tono de voz respetuosamente bajo—. ¡Y yo que creía que el Lioth de N’ton era grande!

—Creo que Mnementh es el bronce más grande que existe —dijo Robinton, y siguió subiendo los últimos escalones. Se sentía preocupado por aquella punzada en el pecho. Le había parecido que aquel descanso reciente e inesperado le aliviaría. Debía acordarse de hablarle al Maestro Oldive de ello.

—Buenas tardes, Mnementh —dijo al llegar al último escalón, haciendo una reverencia al gran bronce—. Me da la impresión de falta de respeto, pasar por aquí y no rendirle pleitesía —le dijo en un aparte a Toric—. Y este es mi amigo, Toric, al que Lessa y F’lar están esperando.

—Lo sé; ya les he dicho que has venido.

Robinton se aclaró la garganta. Nunca había esperado respuesta a sus cumplidos, pero siempre le había halagado en extremo que en tales ocasiones Mnementh le diera una respuesta. No obstante, no compartió con Toric el comentario del dragón. El hombre parecía y estaba ya lo bastante sereno.

Toric se adelantó rápidamente hacia el breve corredor, manteniendo a Robinton entre sí y el bronce Mnementh.

—Mejor será que te advierta —dijo Robinton, alejando cualquier tono de broma de su voz— de que Ramoth es más grande todavía.

La respuesta de Toric fue un susurro que se disolvió en jadeo a medida que el corredor se abría en la vasta cámara de roca que servía de vivienda a la reina de Benden. Esta dormía en su trono de piedra, cuyo respaldo en forma de cuña quedaba frente a los recién llegados, resplandeciendo en la luz dorada que iluminaba el weyr.

—Robinton, en verdad has vuelto sano y salvo —gritó Lessa, corriendo hacia él, con una amplia sonrisa que iluminaba su expresión—. ¡Y tan bronceado!

Para sorpresa y deleite del Arpista, ella le tendió los brazos, dándole un breve y totalmente inesperado abrazo.

—Debiera perderme más a menudo en la tormenta —pudo decir él en tono festivo, gesticulando lo más cómicamente que pudo y sintiendo latir su corazón en el pecho. ¡El cuerpo de Lessa había sido tan vibrante y ligero en contacto con el suyo!

—¡Más vale que no! —Ella le dirigió una mirada hecha de curiosidad, alivio y algo de ofensa. Luego, su expresivo rostro asumió una sonrisa más digna para el otro huésped—. Toric, sé muy bienvenido y recibe mi agradecimiento por haber rescatado a nuestro buen Maestro Arpista.

—No hice casi nada —dijo Toric, sorprendido—. Todo lo que ocurrió fue que tuvo un golpe de buena suerte, pura buena suerte. De no haber sido así, se hubiera ahogado en aquella tempestad.

—Por algo Menolly es hija de un Fuerte marino —dijo el Arpista, aclarándose la garganta mientras rememoraba aquellas terribles horas pasadas—. Ella fue quien nos mantuvo a flote. ¡Aunque hubo un momento en que no estuve del todo seguro de querer seguir con vida!

—Entonces, ¿no eres un buen marino, Robinton? —preguntó F’lar, soltando una risotada. Y tomó el brazo del Meridional al saludarle, dándole con la mano izquierda un afectuoso golpe.

Robinton se dio cuenta de repente de que su aventura había tenido repercusiones perturbadoras en este Weyr. Por ello sentía agrado y tristeza a la vez. Ciertamente, en el momento de la tormenta había estado demasiado ocupado con su revuelto estómago para pensar en algo más que en sobrevivir a la siguiente ola que se estrellaba contra su pequeño esquife. La habilidad de Menolly no le había permitido darse cuenta del grave peligro en que estaban todos ellos. Posteriormente, llegó a percatarse de su situación y se preguntó si Menolly había contenido su propio miedo para no perder estima ante él. La muchacha había hecho acopio de sus dotes marineras y se las ingenió para salvar casi todo el cable roto por la ventisca, echar un ancla al mar y atarle a él al mástil cuando se sintió débil por las náuseas y el esfuerzo realizado durante la tormenta.

—No, F’lar, no soy un marinero —reconoció ahora Robinton, con un estremecimiento—. Todo eso se lo dejo a los que han nacido para desenvolverse en ese medio.

—Y sigue sus consejos —advirtió Toric algo rudamente. Y, volviéndose a los caudillos del Weyr—: Tampoco tiene sentido de la meteorología… Y por supuesto, Menolly no se dio cuenta de la violencia de la Corriente Occidental en esta época del año. —Y diciendo esto, alzó los hombros para expresar su falta de recursos ante tamaña ignorancia.

—¿Fue por ello por lo que te viste arrastrado tan lejos del Continente Meridional? —preguntó F’lar, haciendo una señal a los recién llegados para que se sentaran a la mesa redonda dispuesta en el rincón de la enorme sala.

—Así es como me informaron —dijo Robinton, haciendo un gesto de resignación al recordar las largas explicaciones recibidas sobre corrientes, mareas, derivas y vientos. Sabía más de lo que nunca le hubiera preocupado saber sobre todos esos aspectos de la vida marinera.

Lessa, riéndose de su divertido tono de voz, escanció el vino.

—¿Te diste cuenta —preguntó él, haciendo girar el vaso entre sus dedos— de que no había una gota de vino a bordo?

—¡Oh, no! —gritó Lessa, fingiendo un cómico desmayo. Y la risa de F’lar vino a unirse a la de ella—. ¡Qué terrible deficiencia!

Entonces Robinton abordó el motivo de aquella visita.

—A pesar de lo ocurrido, fue un accidente afortunado. Hay, mis queridos Caudillos del Weyr, una cantidad mucho mayor del Continente Meridional por explorar, de la que jamás pudimos tener idea. —Y diciendo esto miró hacia Toric, que sacó el croquis que había copiado a toda prisa del mapa grande de su Fuerte. F’lar y Lessa sujetaron atentamente las esquinas del mapa para que quedara estirado.

Delante de ellos se extendía todo el Continente Septentrional con sus detalles, así como la porción conocida del Continente Meridional. Robinton señaló la península Meridional, en la que estaban el Weyr Meridional y el Fuerte de Toric. Luego hizo un gesto hacia la derecha e izquierda de la frontera, donde la línea de la costa y buena parte del interior, delimitada por dos ríos, habían sido detallados topográficamente.

—Al parecer, Toric no ha perdido el tiempo. Podéis ver cómo ha ido aumentando los conocimientos del terreno más allá de lo que pudo hacer F’nor durante su expedición al sur.

—Le pedí permiso a T’ron para continuar la exploración —la expresión del Meridional indicaba desprecio y disgusto—, pero me escuchó con poca atención y dijo que hiciera lo que quisiera siempre que el Weyr estuviera debidamente abastecido de venado y fruta fresca.

—¿Abastecido? —exclamó F’lar—. Sólo tenían que caminar unas pocas longitudes de dragón desde los weyrs, para encontrar y coger lo que necesitaran.

—A veces lo hacen. Pero casi siempre me parece más fácil hacer que mis hombres los abastezcan. Así no nos molestan.

—¿Os molestan? —había indignación en la voz de Lessa.

—Eso es lo que he dicho —contestó Toric, con un tono acerado; y se volvió hacia el mapa—. Mis hombres han podido penetrar hasta aquí en el interior. Es una marcha muy difícil. La jungla crece tan espesa que deja roma la cuchilla más aguda en una hora de camino. ¡Nunca vi tal vegetación! Sabemos que hay colinas cerca de aquí y una cordillera más lejos, allá atrás —y diciendo esto, golpeaba el área de referencia en el mapa—. Pero no me atrevo a imaginar que sea posible abrirse camino ahí, trecho a trecho. Por tanto, exploramos a lo largo de la costa, encontramos estos dos ríos, y seguimos corriente arriba, hasta donde pudimos. El río del oeste termina en un lago liso y pantanoso; el del sudeste, en unas cataratas de seis o siete dragones de altura. —Y Toric se irguió, mirando la pequeña zona de terreno explorado con disgusto—. Me atrevería a afirmar que esa zona más al sur de esta línea es el doble de grande que el Boll Meridional o Tillek.

—¿Y los Antiguos no están interesados en explorar lo que tienen? —F’lar encontraba aquella actitud desagradable, según pudo darse cuenta Robinton.

—No, Caudillo del Weyr, no lo están. Y, francamente, sin disponer de alguna vía de penetración más fácil a través de la vegetación —Toric golpeó la zona—, no tengo los hombres, ni mucho menos la energía para ocuparme de esto. Tengo toda la tierra que puedo retener ahora para proteger mi pueblo de las Hebras.

Hizo una pausa. Aunque Robinton tenía una idea bastante acertada de cuál era la causa de su vacilación, el Arpista quería que los Caudillos del Weyr conocieran de primera mano lo que opinaba aquel dinámico Meridional.

Los dragoneros tampoco se ocupan de esta tarea casi nunca.

—¿Cómo? —estalló Lessa; pero F’lar le tocó el hombro.

—Me he preguntado por qué, Toric.

—¿Cómo se atreven? —siguió diciendo Lessa, mientras sus ojos grises centelleaban. Ramoth se revolvió sobre su lecho.

—Pues se atreven —dijo Toric, mirando nervioso hacia la reina. No obstante, Robinton pudo ver que la reacción de Lessa frente al delito de los Antiguos agradaba a aquel hombre.

—Pero… pero… —balbuceó indignada Lessa.

—¿Serías capaz de actuar, Toric? —preguntó F’lar, tranquilizando con mano firme a su compañera de weyr.

—Es algo que he aprendido —dijo—. Tenemos abundancia de lanzallamas; F’nor se aseguró de que quedaran bajo mi custodia. Mantenemos nuestros Fuertes libres de hierba y a las bestias las guardamos en los establos de piedra durante la Caída. —Y encogiéndose de hombros tímidamente, hizo luego un ligero gesto ante la expresión de indignación de la Dama del Weyr—. No nos infligen ningún daño, Lessa, aunque tampoco nos hacen bien alguno. No te preocupes. Nos ocuparemos de ellos.

—Pero si no se trata de eso —dijo Lessa disgustada—. Son dragoneros, juramentados para realizar una labor de protección…

—Los enviaste al sur porque no lo eran —le recordó Toric—. Así que no pudieron ofender a nadie de aquí.

—Pero eso tampoco les da ningún derecho a…

—Ya te dije, Lessa, que no nos hacen ningún mal. ¡Nos las podemos arreglar muy bien sin ellos!

Una especie de desafío en la voz de Toric hizo contener el aliento a Robinton. El temperamento de Lessa era impulsivo.

—¿Hay algo que necesitéis del Norte? —preguntó F’lar, en una especie de disculpa indirecta.

—Esperaba que lo preguntases —dijo el meridional sonriendo—. Ya sé que no puedes poner tu honor en entredicho interfiriendo en los asuntos de los Antiguos del Sur. Tampoco quiero decir que tengas que hacerlo —se apresuró a añadir cuando vio que Lessa se disponía a protestar de nuevo—. Pero nos estamos quedando sin algunas cosas, como metal forjado para mi Herrería, y piezas de lanzallamas que, según dice, sólo Fandarel puede fabricar.

—Ya veré la manera de que las tengas.

—Y me gustaría que una joven hermana mía, Sharra, estudiara con el curandero de que me habló el Arpista, un tal Maestro Oldive. Estamos sufriendo algunas extrañas modalidades de fiebres y raras infecciones.

—Naturalmente, nos complacerá tenerla entre nosotros —dijo Lessa apresuradamente—. Y nuestra Manora es experta en brebajes e infusiones.

—Y además… —Toric vaciló un momento mirando a Robinton, el cual se apresuró a darle ánimos con una sonrisa y un gesto alentador— si hubiera algunos hombres y mujeres aventureros interesados en trabajar en mi Fuerte, creo que podría emplearlos sin que los Antiguos lo supieran. Me refiero a unos pocos, pues, aunque tenemos todo el espacio del mundo, hay gente que se queda sin alojamiento cuando, durante la Caída de las Hebras, no hay dragones en el cielo.

—Bueno, pues sí —dijo F’lar con más falta de entusiasmo que hizo que Robinton se pusiera a reír—. Creo que hay unas cuantas almas audaces que estarían dispuestas a seguirte.

—Bien. Si tengo lo necesario, podré estudiar la posibilidad de extenderme más allá de los ríos durante la próxima estación fría. —El alivio que experimentó Toric fue evidente.

—Creí que habías dicho que era imposible… —empezó a decir F’lar.

—Imposible no, sólo difícil —replicó Toric. Y añadió con una sonrisa—. Dispongo de unos cuantos hombres audaces capaces de continuar a pesar de las dificultades y quisiera saber qué es lo que hay por allí.

—Eso mismo queremos nosotros —dijo Lessa—. Además los Antiguos no estarán ahí para siempre.

—Este es un detalle que a menudo me da ánimos —replicó Toric—. Pero aun hay algo más… —Hizo una pausa, mirando con los ojos entrecerrados a los dos Caudillos del Weyr de Benden.

Hasta el momento, la audacia de Toric había divertido a Robinton. El Arpista estaba muy complacido del resultado de su presión para que pidiera justamente aquello que el Norte más necesitaba: un lugar donde enviar a aquellos hombres independientes y capaces que, sin embargo, no tenían posibilidades de conseguir fuertes en el Norte. Los modos del corpulento meridional eran una súbita novedad para los Caudillos del Weyr de Benden: no era ni servil ni evasivo, ni agresivo en sus demandas. Toric se había hecho independiente a fuerza de no tener ni dragoneros, ni Maestros Artesanos, ni Señores de los Fuertes a quienes recurrir. Y al haber sobrevivido, se había convertido en una persona segura de sí misma que sabía bien lo que quería y cómo podía conseguirlo. Por eso se dirigía a F’lar y a Lessa como si ambos fueran sus iguales.

—Hay todavía un asunto —continuó—, que también quisiera dejar claro.

—¿Y bien…? —le apremió F’lar.

—¿Qué nos pasará a los meridionales, a mis hombres y a mí mismo, cuando el último de los Antiguos se haya ido?

—Yo diría que tendrá más de lo que permite el derecho a la retención —dijo F’lar lentamente, con un acento inconfundible al acabar la frase—, más de lo que has podido obtener de esa jungla.

—¡Bien! —Toric hizo un decisivo gesto de asentimiento con la cabeza, sin que su mirada dejara de apartarse por un momento de la de F’lar. Y luego, de repente, su cara, curtida por el sol, se distendió en una sonrisa—. Había olvidado hasta dónde podéis llegar los septentrionales. Envíame algunos más.

—¿Retendrán lo que han obtenido de la jungla? —preguntó Robinton rápidamente.

—Que retengan lo que tienen —replicó Toric con todo severo.

—Pero no me inundéis de gente. Tengo que introducirlos de contrabando cuando los Antiguos no se fijen.

—¿A cuántos puedes introducir de contrabando… cómodamente? —preguntó F’lar.

—Bueno, seis u ocho, la primera vez. Y luego, cuando ya tengamos fuertes, repetiremos la misma cantidad. —Hizo un gesto—. Los primeros construirán para sí mismos antes de que lleguen los demás. En el Sur hay muchísimo espacio.

—Esto es muy alentador porque yo mismo tengo planes para el Sur —dijo F’lar—. A propósito, Robinton, quería preguntarte hasta dónde llegasteis tú y Menolly por el este.

—Me gustaría poder darte la información que me pides. Sólo sé hasta dónde habíamos llegado cuando estalló la tormenta. El sitio más hermoso que jamás he visto, un semicírculo perfecto de playa de arena blanca, con una enorme montaña cónica en la lejanía, en el centro mismo de la ensenada.

—Pero volvisteis recorriendo la costa, ¿no? —insistió F’lar impaciente—. ¿Qué aspecto tenía todo aquello?

—Era tal como he dicho —respondió Robinton por decir algo—. Esto es todo lo que puedo decir… —Y lanzó una mirada a Toric, que reía silenciosamente ante su desgana—. Tuvimos que decidirnos entre navegar junto a la costa, cosa que a Menolly le parecía imposible, ya que no sabíamos cuál era la profundidad, o mantenernos en mar abierto, más allá de la Corriente Oriental que, evidentemente, nos hubiera llevado de nuevo a la ensenada. Era un lugar, repito de una gran belleza, pero me alegró poder alejarme de allí por algún tiempo. Y por eso, nunca estuvimos lo suficientemente cerca de tierra como para efectuar una buena exploración.

—Mala cosa… —F’lar parecía acongojado.

—Sí y no —replicó Robinton—. Nos llevó nueve días navegar de vuelta a lo largo de aquella costa. Esto significa una gran extensión de tierra a explorar por Toric.

—Estoy dispuesto. Y estaré listo cuando consiga los repuestos que necesito.

—¿Cómo trasportaremos lo que necesitas, Toric? —preguntó F’lar—. No se te ocurra enviarlo a lomos de un dragón, aunque esto sería lo mejor y más fácil, desde mi punto de vista.

Robinton soltó una risita e hizo un amplio gesto hacia los demás.

—En cuanto a eso, si por azar otra nave se viera desplazada de su ruta a causa de los vientos al sur del Fuerte de Ista… Tuve una breve conversación con el Maestro Idarolan no hace mucho, y me comentó lo malas que han sido las tormentas esta última Revolución.

—¿Fue así como tuviste la suerte de llegar al sur en primer lugar? —preguntó Lessa.

—¿Y de qué otro modo si no? —dijo Robinton, adoptando una expresión inocente—. Menolly estaba intentando enseñarme a navegar, cuando una tormenta estalló inesperadamente y nos llevó directamente al puerto de Toric. ¿No fue así, Toric?

—¡Si tú lo dices, Arpista!