VII. MAÑANA EN EL FUERTE DE RUATHA, 15.6.2

—Vine a anunciarte que tenemos invitados, Señor Jaxom: el Maestro Robinton, N’ton y Menolly están arriba; acaban de volver de la Eclosión. Pero primero, veamos cómo sigue Ruth.

—¿No fuiste a Benden para la Eclosión? —preguntó Jaxom.

Lytol negó con la cabeza mientras caminaba hacia el weyr de Ruth. El dragón blanco se disponía a iniciar una bien merecida siesta. Lytol le hizo una cortés reverencia antes de mirar de cerca las bien untadas cicatrices.

—Lo lavaste antes en el lago, supongo —Lytol miró el pelo mojado de Jaxom—. Ese agua es lo suficientemente pura y las hierbas silvestres le han sido aplicadas a tiempo. Volveremos a controlarle dentro de pocas horas. Pero creo que está bastante bien.

La mirada de Lytol se dirigió de nuevo a las heridas de Jaxom, bastante elocuentes.

—No vi ningún motivo para excusarte ante nuestros invitados. —Dio un suspiro—. Da las gracias a que arriba está N’ton, y no F’lar. Supongo que Menolly sabía a qué te dedicabas.

—No le dije a nadie lo que intentaba hacer, Señor Lytol —dijo Jaxom con cierta frialdad.

—Finalmente has aprendido discreción. —El Señor Tutor vaciló, mientras su mirada recorría la figura de su pupilo—. Ah, bueno; lo mejor será que le pida a N’ton que te tome para la práctica del aprendizaje del Weyr… es algo más seguro y, además, estarás con otros. Robinton adivinará lo que has estado haciendo, pero se enteraría de todos modos, hiciéramos lo que hiciéramos para evitarlo. Vamos, pues; no van a hacerte pasar demasiado mal rato por tus torpezas. Y no será porque merezcas otra cosa que un golpe de vara por haber querido hacer esta prueba con Ruth. Y precisamente ahora, en un momento en que el orden cae deshecho en pedazos…

—Quiero pedirte disculpas por haberte afligido, Señor Lytol…

El hombre concentró su ataque en otro sagaz escrutinio:

—No me has afligido, Señor Jaxom. Tengo presentes todas tus disculpas. Debiera haberme dado cuenta de que necesitabas probar las habilidades de Ruth. Quisiera que tuvieras unas cuantas Revoluciones más de edad y que las cosas estuvieran dispuestas de tal modo que pudiera dejarte al frente del Fuerte.

—Yo no deseo hacerme cargo del Fuerte ni ocupar tu puesto, Señor Lytol…

—De todos modos, no creo que me permitieran dejar mi puesto ahora, Jaxom, y supongo que ya te enterarás por ti mismo. Vamos, nuestros invitados llevan ya demasiado rato esperando.

N’ton estaba frente a la puerta del taller menor de Ruatha, el que se utilizaba cuando los invitados pedían privacidad para sus debates. El caballero bronce echó una ojeada al rostro de Jaxom y gruñó. Ante esta reacción, el Maestro Robinton se agitó en su silla. En sus cansados ojos se reflejó la sorpresa, y a Jaxom le pareció que también expresaba cierta aprobación.

—¡Has sido alcanzado por las Hebras, Jaxom! —gritó Menolly, con expresión de susto y alarma—. ¿Cómo pudiste correr ese riesgo en este momento? —le preguntó. Ella, que tanto se había burlado de él porque reflexionaba en lugar de actuar, ahora daba muestras de enojo.

—Yo debí haber imaginado que lo intentarías, joven Jaxom —dijo N’ton, dando un suspiro de cansancio y con una sonrisa lastimosa—, era inevitable que acabaras por escaparte, pero tu cálculo del tiempo es malísimo.

A Jaxom le hubiera gustado decirle que, a la hora de la verdad, su cálculo del tiempo había sido impecable. Pero N’ton siguió hablando:

—¿Ruth está herido?

—Sólo recibió un impacto en el muslo y la pata —replicó Lytol—. Y ha recibido un buen tratamiento.

—De veras que apruebo tus planes, Jaxom —dijo Robinton, en un tono inusualmente solemne—. Me refiero a volar sobre Ruth con los otros dragones. Pero debo aconsejarte que te lo tomes aún con paciencia.

—Yo diría que ha sido ahora cuando ha aprendido a montar debidamente a Ruth, Robinton. Con mis otros aprendices del Weyr —N’ton interrumpió inesperadamente su discurso, ganándose la gratitud de Jaxom—. Sobre todo si es lo bastante loco, o lo bastante valiente, para intentarlo en solitario y sin guía.

—Dudo que Benden nos diera su aprobación —dijo Robinton, moviendo negativamente la cabeza.

Yo sí la doy —replicó Lytol, con voz firme y expresión decidida—. Yo soy el guía del Señor Jaxom, y no F’lar, ni Lessa. Que ella se ocupe de sus propios asuntos. El Señor Jaxom está a mi cargo. Con los aprendices del Weyr de Fort es poco probable que corra grandes riesgos. —Lytol miró a Jaxom con orgullo—. Y estará de acuerdo en no someter su enseñanza a prueba sin consultárnoslo. ¿Estás dispuesto a cumplir con esto, Señor Jaxom?

Jaxom se encontraba en un estado de ánimo lo suficientemente relajado para darse cuenta de que los Caudillos del Weyr de Benden no serían consultados al respecto. Por ello aceptó unas condiciones que, en realidad, hubieran podido ser menos estrictas. Inclinó la cabeza, y se vio asaltado por emociones contradictorias: El ver que todos habían aceptado lo obvio y lo rutinario le divertía, pues, habiendo logrado tanto, se veía reducido al nivel de un simple aprendiz.

… Sin embargo, sus experiencias en Keroon habían evidenciado cuánto le quedaba aún por aprender sobre el modo de combatir a las Hebras si quería mantener intactas su piel y la de su dragón.

A todo esto, N’ton había estado mirando a Jaxom con gran atención, frunciendo el entrecejo de tal modo que, durante un momento, Jaxom se preguntó si N’ton habría adivinado de algún modo lo que él y Ruth estaban haciendo realmente cuando fueron atacados por las Hebras. Si se enteraban de ello alguna vez, Jaxom se vería coartado por limitaciones adicionales a las que ya sufría.

—Creo que necesito otra promesa tuya, Jaxom —dijo el caballero bronce—. No más cálculos de tiempo. Ya has estado haciéndolo demasiado últimamente. Lo adivino en tus ojos.

Lytol, perplejo, examinó la cara de su pupilo más de cerca.

—No corro peligro cuando monto a Ruth, N’ton —dijo Jaxom, aliviado al verse acusado de una transgresión menor de la que esperaba—. Ruth siempre sabe cuándo está.

N’ton admitió aquella habilidad, respondiendo con impaciencia:

—Es posible. Pero el peligro está en la mente del caballero. Una señal de tiempo que haya pasado desapercibida puede poner a ambos, caballero y montura, en apuros. Acercarse demasiado a sí mismo en el tiempo subjetivo es peligroso. Además, es agotador tanto para el dragón como para el dragonero. No es necesario que lo hagas, joven Jaxom. Ya tendrás suficiente tiempo para todo lo que necesitas hacer.

Las palabras de N’ton le hicieron revivir la inexplicable debilidad que había sentido en la Sala de Eclosión. ¿Era posible que en aquel preciso momento?…

—No creo que te hayas dado cuenta, Jaxom —empezó a decir Robinton, anticipándose a los pensamientos de Jaxom— de hasta qué punto es crítica la situación de Pern en este momento. Y deberías saberlo.

—Si te refieres a lo del robo del huevo, Maestro Robinton, y a lo cerca que estuvimos de que los dragones lucharan entre ellos, yo estaba en el Weyr de Benden aquella mañana.

—¿De veras? —Robinton, levemente sorprendido, movió la cabeza como si se reprochara haberlo olvidado—. Entonces podrás figurarte, viendo el humor de Lessa… lo que hubiera pasado si aquel huevo no hubiera eclosionado debidamente…

—Pero el huevo fue devuelto, Maestro Robinton —Jaxom estaba perplejo: ¿por qué seguía Lessa de tan mal humor?

—Sí —replicó el Arpista—. Al parecer, nadie en el Meridional llegó al extremo de ignorar las consecuencias del robo. Pero Lessa no se ha calmado.

—Se ha agraviado al Weyr de Benden, a Ramoth y a Lessa —dijo N’ton.

—¡Los dragones no pueden luchar contra los dragones! —Jaxom estaba aterrorizado—. ¡Por eso fue devuelto el huevo!

Si el peligro corrido por él y por Ruth había sido inútil…

—Nuestra Lessa es mujer de fuertes emociones, Jaxom; y la venganza es una de las más desarrolladas en ella. ¿Recuerdas cómo llegaste a ser Señor aquí? —La expresión de Robinton dejó traslucir lo que lamentaba recordar a Jaxom su origen—. No estoy infravalorando a la Dama del Weyr de Benden cuando digo esto. Su resistencia ante los peligros más increíbles es digna de alabanza. Pero su tenacidad al insistir en lo de sus agravios podría tener efectos desastrosos para todo Pern. Hasta el momento, el sentido común se ha impuesto, pero este equilibrio aún sigue siendo frágil, frágil de veras.

Jaxom asintió a estas palabras, inclinando la cabeza. Se dio cuenta de que nunca iba a admitir su participación en todo aquello, y se sintió aliviado por no haber confesado su aventura a Lytol. Nadie debía saber que había sido él, Jaxom, quien había devuelto el huevo. Y Lessa menos que nadie. Le dio una orden silenciosa a Ruth, que contestó soñoliento que se sentía demasiado cansado para hablar a nadie de nada, y luego le preguntó si iba a dejarlo dormir.

—Sí —dijo Jaxom, en respuesta a Robinton—. Me doy perfecta cuenta de lo necesaria que es la discreción.

—Hay otro suceso —Robinton cambió la expresión de su cara, expresando preocupación, mientras buscaba la palabra adecuada—, un suceso que pronto formará parte de nuestros problemas —y miró a N’ton—: Es D’ram.

—Creo que tienes razón, Robinton —dijo el caballero bronce—. Es poco probable que siga siendo Caudillo del Weyr, si Fanna fallece.

—¿Si qué?… Me temo que deberíamos decir cuándo. Y, según el Maestro Oldive me ha contado, cuanto antes suceda, mejor será.

—No sabía que Fanna estaba enferma —dijo Jaxom, pensando con tristeza que la reina de Fanna, Mirath, se suicidaría cuando la Dama del Weyr muriera. La muerte de una reina conmovería a todos los dragones… y también a Lessa y a Ramoth.

La cara de Lytol adquirió una pálida expresión, como solía ocurrir cada vez que algo le recordaba la muerte de su propio dragón.

Jaxom se tragó el resto del orgullo y el temor que había sentido ante la perspectiva de tener que recibir enseñanzas como un aprendiz del Weyr. No volvería a correr el riesgo de que Ruth fuera herido.

—Fanna se ha ido desmejorando gradualmente —dijo Robinton—. Es una enfermedad agotadora a la que nada parece detener. El Maestro Oldive está en Ista con ella.

—Sí, su lagarto de fuego me llamará cuando esté lista para partir. Quiero estar a disposición de D’ram —dijo N’ton.

—Lagartos de fuego, sí… hummm… —dijo Robinton pensativo—. Otro tema problemático en el Weyr de Benden —mientras hablaba miraba a su bronce, colgado tranquilamente de su hombro—. Sin Zair, en aquella Eclosión, me sentí como desnudo ¡os doy mi palabra! —Miró fijamente a su soñoliento bronce, y luego a Tris, el de N’ton, que reposaba con los ojos semicerrados, sobre el brazo del caballero—. ¡Vaya! Ya se han tranquilizado.

—Ruth está aquí —dijo N’ton, acariciando a Tris—. Ellos se sienten seguros cuando está él.

—No, no es eso —dijo Menolly, deteniendo su mirada en el rostro de Jaxom—. Estando Ruth aquí, también se sentían preocupados. Pero aquella inquietud se les ha pasado. ¡Ya no sufren visiones del huevo! —y al decir esto, miró a su pequeña reina—. Supongo que es comprensible. Ha eclosionado y está sano. Sea lo que fuere lo que les preocupaba, no ha ocurrido. ¿O es que… —de repente, miró fijamente a Jaxom—… O es que ha sucedido?

Jaxom expresó sorpresa y confusión.

—¿Les preocupaba la Eclosión del huevo, Menolly? —preguntó Robinton—. Es una lástima no poder contarle a Lessa lo preocupados que han estado todos ellos. Eso podría devolverles su afecto.

—Creo que ya es hora de que se haga algo con los lagartos de fuego —dijo Menolly gravemente.

—Querida niña… —replicó Robinton desconcertado.

—No aludo a los vuestros, Maestro Robinton. Han dado pruebas de ser extremadamente útiles. Pero mucha gente lo da por supuesto y no se toma la molestia de entrenarlos —soltó una extraña risa—. Jaxom puede atestiguarlo. Se reúnen donde quiera que vaya Ruth hasta que se ve obligado a marcharse al inter por sus excesivas atenciones. ¿No es así, Jaxom?

Había algo extraño en su mirada, que lo dejó intrigado.

—Yo diría que generalmente no le molesta, Menolly —replicó él fríamente, estirando las piernas por debajo de la mesa—, pero todo el mundo necesita tiempo para sí mismo, ya sabes.

Lytol lanzó un bufido, dando a entender a Jaxom que Brand había tenido unas palabras con el Tutor, con respecto a Corana.

—¿Por qué? ¿Por haber masticado pedernal? —preguntó N’ton, sonriente.

—¿Fue eso lo que estuviste haciendo con tu… tiempo, Jaxom? —le preguntó Menolly, con los ojos muy abiertos, aparentemente sin malicia.

—Eso lo dices tú.

—¿Es que los lagartos de fuego te crean problemas? —preguntó Robinton—. Quiero decir, con su predilección por la compañía de Ruth.

—Bueno, señor —contestó Jaxom—, vayamos donde vayamos, no hay lagarto de fuego en los alrededores que no se acerque a ver a Ruth. Por lo general, no son un estorbo, pues suelen distraer a Ruth mientras yo estoy ocupado con los asuntos del Fuerte.

—¿Y… no le contarían el motivo por el que estaban preocupados? ¿O conocías esas imágenes? —preguntó Robinton, inclinándose hacia adelante, ansioso por oír la respuesta de Jaxom.

—¿Te refieres a los lagartos de fuego atacados con llamas? ¿La nada negra y el huevo? Ah, sí, al final han vuelto frenético a Ruth con esas tonterías —dijo Jaxom, mirando ceñudamente a su amigo como si le hubiera enojado con su pregunta, y procurando no mirar en la dirección de Menolly—. Pero eso parece haber pasado ya. Es posible que estas molestias tuvieran algo que ver con el asunto del huevo robado. Ahora que ya ha eclosionado no están ni mucho menos tan nerviosos como antes, y dejan a Ruth dormir de nuevo.

—¿Dónde estabas cuando el huevo eclosionó? —Menolly le disparó la pregunta con tal rapidez que Robinton y N’ton la miraron con sorpresa.

—Bueno… —Jaxom soltó una risa, tocándose la mejilla herida—. Intentaba quemar a las Hebras.

Su rápida respuesta provocó una silenciosa confusión en Menolly, mientras Robinton, Lytol y N’ton se interesaban por aquel aspecto de sus andanzas relacionado con su audacia imprudente. Sufrió la reprimenda, aliviado porque aquello evitaba que Menolly le molestara. Después de todo, ella acabaría sospechando. Le hubiera gustado decirle la verdad pues, de toda la gente de Pern, ella era la única persona en la que él podía confiar, sobre todo ahora que consideraba más prudente dejar que todos los demás creyeran que había sido un dragonero del Meridional quien había devuelto el huevo. Aunque él hubiera preferido poder contarle a alguien lo que había hecho.

Les sirvieron comida, y continuaron con el debate, discutiendo acerca de si los lagartos de fuego eran más útiles que perjudiciales hasta que Jaxom hizo notar que todos los que estaban sentados a la mesa estaban de acuerdo. Lo único que necesitaban era encontrar el modo de apaciguar a Lessa y a Ramoth.

—Ramoth olvidará pronto su agravio —dijo N’ton.

—Pero Lessa no, y yo debería tener poderosas razones, sin ningún género de dudas, para decidirme a enviar a Zair al Weyr de Benden.

Mientras N’ton y Lytol apoyaban con firmeza al Arpista, Jaxom se dio cuenta de que había algo extraño en aquel hombre, un tono raro en su voz, cuando mencionaba a Benden o a las Dama del Weyr. Robinton no estaba preocupado sólo por que Lessa hubiera prohibido los lagartos de fuego en Benden.

—Hay otro aspecto de este asunto que me da mucho que pensar —dijo Robinton—. Este asunto ha hecho que la atención de todo el mundo se centre en el Meridional.

—¿Y por qué es eso un problema? —preguntó Lytol.

Robinton sorbió brevemente su vino, aplazando su respuesta mientras saboreaba la bebida:

—Precisamente porque los recientes acontecimientos han hecho que todo el mundo se dé cuenta de que ese enorme continente está poblado sólo por un puñado de individuos.

—¿Ah, sí?

—Conozco a algunos inquietos Señores de los Fuertes, cuyos talleres están repletos de gente, y cuyas cabañas están atiborradas. Y los Weyrs, en lugar de proteger la inviolabilidad del Continente Meridional, fueron reclutados para forzar su entrada en él. ¿Qué se puede argumentar para evitar que los Señores de los Fuertes tomen la iniciativa y reivindiquen algunas zonas del continente?

—Que no habría suficientes dragones para proteger un área tan vasta, eso es —dijo Lytol—. Los Antiguos seguramente no podrían evitarlo.

—La verdad es que no necesitan dragoneros en el Meridional —dijo Robinton despacio— Lytol le miró fijamente, alarmado por sus palabras.

—Es verdad —continuó—. Esa Zona está totalmente minada por los gusanos. Los comerciantes me han contado que prácticamente ignoran las Caídas. El Fuerte de Toric puede proteger a todo el mundo, y en él todos los productos están a cubierto.

—Llegará un tiempo en que tampoco se necesitarán dragoneros en el Norte —dijo N’ton, aumentando con sus palabras el susto de Lytol.

—Los dragoneros siempre serán necesarios en Pern, mientras haya Hebras —Lytol reafirmó su convicción dando un fuerte golpe con el puño sobre la mesa.

—Al menos mientras vivamos —dijo Robinton conciliador—. Pero hubiera deseado menos interés por el Meridional. Piénsalo bien, Lytol.

—¿Es esta otra de tus profecías, Robinton? —preguntó Lytol, con una nota amarga en su voz y una expresión de envidia en su rostro.

—Es mucho más constructivo mirar hacia el futuro que hacia el pasado —respondió Robinton, alzando su puño cerrado—. Los hechos estaban en mi mano, pero las olas me impedían ver el agua.

—¿Has estado a menudo en el Continente Meridional, Maestro Arpista?

Robinton miró largamente a Lytol con expresión meditabunda:

—Así es. Y ha sido discretamente, te lo aseguro. Hay cosas que es necesario haber visto para poderlas creer.

—¿Qué cosas?

Robinton acariciaba descuidadamente a Zair y miraba hacia afuera, por encima de la cabeza de Lytol, a algún punto distante.

—Pensad que hay veces en que mirar hacia el pasado puede servir de algo —dijo, volviéndose hacia el Señor Tutor—. ¿Te has parado a pensar en que nosotros, todos nosotros, procedemos originariamente del Continente Meridional?

La expresión de sorpresa de Lytol ante el giro tan inesperado de la conversación se confundió con su ceño meditabundo.

—Sí, eso parecen indicar las anotaciones más antiguas que tenemos.

—A menudo me he preguntado si no las hay más antiguas, enmoheciéndose en alguna parte, en el Meridional.

Lytol soltó un bufido ante aquella idea:

—Enmohecerse es precisamente la palabra adecuada. No habrá quedado nada de ellas, después de tantas miles de Revoluciones como han pasado.

—Aquellos antepasados nuestros conocían procedimientos para templar los metales, que los hacían resistentes a la herrumbre y al desgaste del uso. Los platos encontrados en el Weyr de Fort, los instrumentos, como aquel catalejo de larga distancia que tanto fascina a Wansor y a Fandarel… Yo no creo que el tiempo haya borrado todos los rastros de la existencia de un pueblo tan inteligente.

Jaxom dirigió una mirada a Menolly, reclamando su atención sobre detalles que ella había pasado por alto. Los ojos de ella brillaban de excitación. Sabía algo que el Arpista no había mencionado. Jaxom miró entonces al Caudillo del Weyr y se dio cuenta de que N’ton lo sabía todo al respecto.

—El Continente Meridional fue cedido a los Antiguos que eran disidentes —dijo Lytol con lentitud.

—Y ellos han roto con la parte del contrato que les correspondía respetar —dijo N’ton.

—¿Es eso motivo para que nosotros rompamos con la nuestra? —preguntó Lytol, echando los hombros hacia atrás y mirando ceñudo al Caudillo del Weyr y al Arpista.

—Ellos sólo ocupan una delgada franja de tierra junto al Mar Meridional —dijo Robinton, con los suaves modales habituales en él—. No han sabido ejercer ninguna actividad en otra parte.

—¿Has estado ya explorando el Meridional?

—Prudentemente, prudentemente.

—Y… ¿nadie pudo descubrir esas prudentes intrusiones?

—No —respondió Robinton con rapidez—, pero pronto las haré públicas. No quiero que cualquier aprendiz de tres al cuarto o cualquier pequeño colono de los expulsados recorra esas tierras sin control y destruya lo que debe ser preservado, sólo porque no ha tenido el talento suficiente para entender qué tenía entre manos.

—¿Qué has descubierto hasta ahora?

—Antiguos trabajos de minería, realizados con un material ligero como el aire, pero tan duradero que ha resistido hasta hoy en tan perfecto estado como el día en que fue colocado en las galerías. Herramientas impulsadas por quién sabe qué mecanismos, y piezas que ni siquiera el diestro Benelek puede montar.

Hubo un largo silencio que Lytol rompió con un bufido:

—¡Arpistas! Los Arpistas están para instruir a la juventud.

—Y sobre todo, y en primer lugar, para preservar nuestra herencia.