Capítulo quince
―¿Quieres retroceder en el tiempo? ―preguntó Kira, enormemente sorprendida, mientras cerraba la puerta de la cabaña. La joven dejó sobre la mesa el lustroso Scotland Today mensual que había sacado de la biblioteca y miró fijamente a Aidan. La euforia inicial que había sentido al oírle decir que quería volver a su época se había transformado en una sensación de náusea y de boca seca, al pensárselo mejor. Algo había cambiado. Y no era nada bueno. Aidan ya no parecía el Aidan que estaba fuera de su elemento, sino el feroz señor de Wrath que ella había conocido tan bien en su época. Tenía la mandíbula apretada en una línea formidable y sus ojos echaban chispas. Y, lo más revelador: empuñaba a Invencible. Kira atravesó la pequeña sala de estar de la cabaña y lo abrazó. ¿Qué pasa? ¿Qué ha sucedido? ―le preguntó, sin sorprenderse cuando el highlander se zafó y se puso a pasear por la habitación―. ¿Por qué quieres volver ya? Sé que las cosas no son perfectas, pero acabamos de llegar.
―No es que yo desee regresar, aunque los dioses saben que así es ―dijo Aidan, volviéndose hacia ella con una expresión que le puso a Kira la piel de gallina―. Es que debemos hacerlo. De acuerdo con tus libros de historia, nuestra marcha causó la muerte de Tavish.
Kira entornó los ojos.
―¿Qué? ―exclamó, llevándose una mano al pecho, presa del pánico―. ¿Cómo es posible?
Estaba tan estupefacta, que no podía pensar con claridad. Aidan desapareció en la habitación y volvió al cabo de un rato, cargado de libros. Los dejó sobre el sillón de cuadros escoceses, levantó uno y empezó a pasar las páginas.
―¡Aquí! En las líneas que están en medio de la página ―dijo el highlander, girando el libro hacia ella y señalando un breve párrafo de la página 57―. Léelo y lo entenderás.
Kira bajó la vista hacia la clara letra negra de imprenta y el estómago se le revolvió mientras leía aquellas palabras.
―Dios mío ―dijo la joven, dejando el libro y sintiéndose enferma. Un terrible escalofrío recorrió su cuerpo y las piernas le fallaron. Miró a Aidan, aterrorizada―. ¿Conan Dearg asesinó a Tavish mientras se escapaba de las mazmorras? ¿Y luego se ahogó? ¿Con aquella mujer del clan MacLeod?
―Eso dice el libro ―afirmó Aidan, cruzándose de brazos―. Todos lo dicen. Hasta el de ese charlatán, el Pequeño Hughie. Algunos solo dicen que Conan Dearg mató al «señor de Wrath», pero el resultado es el mismo. Tras mi partida, Tavish ocupó mi lugar. Si nos hubiéramos quedado, él seguiría vivo.
―Y tú estarías muerto.
Aquella otra posibilidad tampoco le hacía ninguna gracia. Ninguna en absoluto. Aidan resopló.
―No. Conan Dearg habría muerto por una estocada de mi espada. No por ahogamiento.
Kira se dejó caer en una silla.
―No entiendo la parte del ahogamiento. Ni qué tiene que ver en todo eso aquella mujer horrible.
―Eso es porque no conoces a mi primo ni a Fenella MacLeod ―repuso Aidan, con una mirada altiva―. Yo no sería no de los señores de la guerra más respetados de las Highlands si la respuesta no estuviera tan clara para mí.
Kira lo observó. Para ella no estaba nada claro.
―Es fácil ―declaró el highlander, mientras alcanzaba el decantador con whisky de malta que Mara McDougall Douglas les había dejado para darles la bienvenida y se servía un generoso vaso. Luego se dispuso a servirle otro a ella, pero Kira hizo un gesto con la mano para impedírselo. Él se bebió el whisky de un trago y se limpió la boca―. Si conocieras a lady Fenella, lo entenderías. Devora hombres más rápido de lo que yo me he bebido el whisky. Seguramente, Conan Dearg la atrajo como un imán. Sobre todo porque estaba afligida por mí.
―¿No le gustabas? ―preguntó Kira, levantando una ceja.
―Le gustaba demasiado. Antes de que llegaras a Wrath, me visitó para ofrecerme a sus hombres y su flota de barcos para ayudarme a buscar a Conan Dearg ―le explicó Aidan, antes de hacer una pausa para pasarse los dedos por el pelo, con un gesto de repugnancia en la cara―. Y también me ofreció otros servicios. Puedes imaginarte de qué tipo. Cuando decliné su ofrecimiento, se marchó hecha una furia.
―¿Y crees que se lió con tu primo para vengarse?
Aidan asintió.
―Apostaría mi espada a que así fue. Debería haber pensado que eso podía suceder, pero estaba distraído.
Kira tragó saliva. Sabía que se refería a ella.
―Sigo sin entender lo del ahogamiento. Sobre todo si se supone que la mujer del clan MacLeod se ahogó con él.
―Es solo una hipótesis, pero apostaría a que lady Fenella lo ayudó a escapar durante el banquete e intentaron abandonar la bahía de Wrath en el barco de ella ―dijo Aidan, mientras se aproximaba a Kira y le ponía las manos sobre los hombros―. Tavish y yo sospechábamos que ella había dañado su propio barco para fondear en mi ensenada. Si su fuga con Conan Dearg causó tanto alboroto como imagino, si mis hombres los persiguieron, puede que con la urgencia de la huída zarpara en su propio barco en lugar de en uno de los míos, como debía haber planeado.
―¿Crees que su barco se hundió? ―preguntó Kira, parpadeando―. ¿Cuando intentaban huir?
―Me dijeron que cuando llegó había un gran agujero en el casco del barco. Si intentaron huir en dicha embarcación, no conseguirían salir de la isla de Wrath.
Kira se estremeció.
―Si eso es cierto, apuesto a que fue ella la que me envenenó.
―Yo he pensado lo mismo ―coincidió Aidan, volviendo a pasarse los dedos por el cabello―. Pero si ella consiguió entrar en Wrath para visitar a Conan Dearg, o para hacerte daño, alguien tuvo que ayudarla.
―Así debió de ser cómo tu primo se subió a la bóveda aquella noche ―dijo Kira, mordiéndose el labio, mientras una centena de pensamientos le venían a la mente―. Yo sospechaba que él, de alguna manera, se había enterado de mi existencia. Y de cómo había llegado allí. Alguien debió de ayudarle a huir de las mazmorras para que pudiera ir a examinar la bóveda.
―Cierto. Eres una muchachita muy sagaz ―señaló Aidan, con un toque de admiración que le encendió la mirada―. El pobre Kendrew debió de verlo y sufrió las consecuencias.
―Pero, ¿quién puede haber ayudado a tu primo? ―insistió Kira, sin poder dejar de darle vueltas―. Tus hombres no lo soportan. Y aquellas mujeres, las lavanderas… ―añadió la joven, hasta que se quedó callada por la sospecha―. ¿Crees que fue una de ellas?
Aidan frunció el ceño.
―¿La que ayudó a mi primo? ―el highlander se puso a pasear de nuevo, frotándose la nuca―. Es posible. Como te he dicho, Conan Dearg ejerce una influencia extraña sobre las mujeres. Pero no me imagina a ninguna lavandera haciéndole favores a lady Fenella ―comentó el hombre. Acto seguido, se detuvo al lado de la mesa y se sirvió otro vaso de whisky―. No importa, Kee-rah ―la tranquilizó Aidan, rezumando confianza. Si no supiera que era imposible, la muchacha juraría que el highlander había crecido varios centímetros. Y que sus poderosos hombros eran todavía más anchos. El hombre la miró, con expresión feroz―. Ahora que sé con qué debo ser cauto, llegaré al fondo del asunto cuando regresemos. Espero que podamos volver a la noche en la que partimos. Si es así, estoy seguro de que podré salvar a Tavish.
A Kira le dio un vuelco el corazón.
―Dios mío ―dijo la joven, casi segura de que las sombras del cuarto se habían vuelto más densas, haciendo que este se oscureciera tanto como la negrura que ella sentía cernirse sobre ella. Su mirada vagó hasta la pequeña mesa de pino que había al lado de la puerta. La colorida edición del Scotland Today estaba sobre la mesa―. No sé si conseguiremos volver ―declaró Kira. No quería decírselo, pero al oírlo hablar de salvar a su amigo, no pudo contenerse―. La bóveda de la entrada…
―Funcionó una vez y va a volver a funcionar ―le aseguró el highlander, mientras posaba el pequeño vaso de cristal―. Solo tienes que llevarnos de vuelta por la izquierda a Wrath. Partiremos por la mañana, en cuanto te hayas despedido de tu familia y tus amigos.
―No lo entiendes ―dijo Kira, apretando los dedos sobre la sien―. Da igual que volvamos a Skye. Aunque volviéramos, no conseguiríamos llegar a la bóveda. Ni siquiera a las ruinas de tu castillo.
Él la miró, sin entenderla.
―Están en obras ―intentó explicarle, mientras se levantaba para ir hacia la mesita que estaba al lado de la puerta, levantar el Scotland Today y agitarlo mirando para él―. Viene todo aquí. Hasta puedes ver las fotografías. Seguro que también lo pone en Internet. Durante los meses que hemos estado fuera, Wrath ha pasado a manos del Fondo Nacional por la Preservación Histórica de Escocia. Es una sociedad de conservación del patrimonio que está transformando las ruinas en una atracción turística. Ellos…
―¿En una qué? ―la interrumpió Aidan, mientras la sangre abandonaba su rostro―. ¿Te refieres a un lugar lleno de ameri-canes y autobuses turísticos?
Kira asintió, con el corazón roto por haber tenido que contárselo.
―Mi madre me dijo que intentaron ir allí hace semanas, cuando llegaron aquí, pero que estaba todo cerrado y protegido. Incluso por la noche. Nadie puede poner un pie en la propiedad.
―Entiendo ―dijo Aidan, mirando a Kira. Toda la luz de sus ojos había desaparecido―. Aparta eso de mi vista, Kee-rah ―le pidió el hombre, mirando hacia la revista que la joven tenía en la mano―. Y no te hagas con nada similar en esa Internet tuya, sea lo que fuere. No quiero ver las imágenes. Ahora no ―manifestó el highlander, mientras se dirigía hacia la ventana delantera de la cabaña. La que daba al túmulo conmemorativo de One Cairn Village, levantado por Mara McDougall Douglas. Sus piedras y su gran cruz celta brillaban con un tono azul plata bajo la pálida luz de aquella noche de final de verano. Su belleza le llegó a Kira al alma. Aidan parecía estar observando el túmulo, con los hombros cada vez más hundidos, mientras permanecía allí, firme y silencioso, con los brazos en jarras.
Kira fue hacia él, pero se detuvo a medio camino, con los ojos fijos en el túmulo. Una sonrisa le iluminó el rostro cuando llegó a cierta conclusión.
―¡Dios mío! ―gritó la joven, echándose a temblar―. ¡Ya sé qué podemos hacer!
Aidan dio media vuelta y su ánimo se elevó al ver la esperanza dibujada en el rostro de Kira.
―¿Conoces otro portal del tiempo, Kee-rah? ¿Otra forma de hacernos regresar?
―Es posible ―respuso la joven. No le podía mentir―. Digamos que hay una posibilidad. ¡Si vamos aquí! ―exclamó, alcanzando el libro del Pequeño Hughie que estaba en la silla para hojearlo hasta encontrar lo que buscaba―. ¡Vamos a ir aquí! ¡A Na Tri Shean!
Aidan alzó las cejas.
―¿Al lugar maldito?
Kira asintió.
―Mi jefe, Dan Hillard, tenía sus razones para creer que las piedras que hay allí no son simples montículos de las hadas, sino una puerta para el Otro Mundo y para todos los lugares que están más allá y entremedias. Un portal del tiempo, sí ―respondió la joven, poniéndole el libro a Aidan debajo de la nariz para obligarlo a mirar la foto en blanco y negro de los tres montículos de piedras sobre las colinas―. Si vamos hasta allí, talvez, solo talvez, podríamos regresar a Wrath.
―Cnoc Freiceadain, el Na Tri Shean, está lejos de aquí, Kee-rah ―declaró el hombre, frotándose la frente―. Llegar hasta allí implica atravesar casi toda Escocia.
―¿Y qué? ―replicó la joven, dejando a un lado el libro para abrazar con fuerza a Aidan―. Es nuestra única opción.
Él respiró hondo, abrazándola.
―Entonces debemos aprovecharla. Es lo mínimo que le debo a Tavish.
―Los dos se lo debemos ―dijo Kira, recostando la cabeza sobre su hombro, consciente de que tenía razón―. Estoy deseando ver su cara cuando te vea.
El hecho de que no pudiera hacerlo no entraba dentro de sus planes. Al fin y al cabo, como Mara McDougall Douglas había dicho, Escocia era tierra de milagros.
* * *
La noche ya había caído al día siguiente, cuando pasaron por la pequeña aldea de Shebster, en el extremo norte de Escocia, y finalmente llegaron a la colina cubierta de altas hierbas que albergaba los tres grandes túmulos conocidos como Na Tri Shean. Un consistente desayuno escocés, una rápida pero emotiva despedida de George y Blanche Bedwell y de sus anfitriones de Ravenscraig, junto con mucha esperanza, fuerza de voluntad y varias estrechas y sinuosas carretera interminables de las Highlands los habían llevado hasta allí. Pero cuando Kira apagó finalmente el motor del coche, tuvo que esforzarse en ocultar su decepción. El supuesto portal temporal sin igual de Dan resultó ser realmente insulso. Era poco más que una colina sin árboles, perfilada por la extraña luz de una noche de verano. Encima de la colina se encontraban los susodichos montículos de las hadas, que supuestamente databan del tercer milenio antes de Cristo. Pero, en lugar de los túmulos bien definidos que Kira esperaba, solo había un montón de peñascos y piedras dispersos que daban fe de que allí nunca había habido nada demasiado significativo. La joven bajó del coche, echó los hombros hacia atrás y miró a Aidan.
―No es muy espectacular, ¿no? Lo siento. Creí que…
―Piensas como una mujer que ya no cree en la magia, Kee-rah ―dijo Aidan y, echando a un lado el tartán, desenvainó a invencible y elevó su filo hacia el suave cielo plateado de la noche. A la vez, la luz combinada de la noche, el resplandor de la luna y el pálido sol del norte alcanzaron la punta de la espada, haciendo que su acero frío y sólido brillara como si estuviera vivo―. El poder de un lugar como este permanece a través de los tiempos y de la eternidad. Poco importa que los túmulos hechos por la mano del hombre se transformen en ruinas ―le aseguró el highlander, tomándola de la mano para ir colina arriba―. Además, las piedras no eran más que meras señalizadoras de lo que tenían debajo. Es ahí, a las entrañas de la tierra, adonde debemos ir. ―¿Bajo tierra? ―preguntó Kira, parándose en seco. De pronto aquella enorme colina cubierta de hierba ya no le parecía tan inofensiva―. ¿A qué te refieres?
Aidan la miró con sus oscuros ojos brillando bajo aquella extraña luz plateada.
―Creía que sabías lo que eran estos túmulos ―dijo el hombre. Kira tragó saliva, negándose a admitir que no le había prestado demasiada atención a aquel asunto. Al menos, no hasta el punto de meterse entre las piedras y bajar a las profundidades de la fría tierra―. Yo estaré contigo, Kee-rah. No tienes nada que temer ―la tranquilizó el highlander, mientras le acariciaba la curva de la mejilla con los nudillos―. Vamos. Saca tu linterna, o como se llame eso, y ayúdame a buscar una entrada. Debería haber tres. Estarán en el suelo, puede que ocultas entre las piedras o los arbustos. Dudo que tenga importancia en cuál entremos. La magia será poderosa en todas ellas.
Esperando que tuviera razón, Kira sacó la linterna de la mochila y dejó que Aidan la llevara a lo alto de la colina cubierta de hierba. Encontraron una de las entradas con asombrosa facilidad. La abertura baja y oscura parecía observarlos. Era un agujero negro de aspecto impenetrable horadado en la ladera de la colina, con los bordes suavizados por la densa vegetación que crecía a su alrededor. Además, era increíblemente pequeña. Como la madriguera de un conejo. Kira dudaba que cualquiera de los dos consiguiera entrar en ella. Con un nudo en el estómago, la chica apuntó con la linterna hacia la oscuridad. Algunos peldaños de piedra cubiertos de musgo brillaban tímidamente bajo el estrecho haz de luz. No se distinguía nada más, además de la estrechez de la húmeda entrada de techo bajo.
―No creo que nadie de más de un metro de alto pueda bajar por esas escaleras ―comentó Kira, volviéndose hacia Aidan, segura de que estaría de acuerdo con ella―. Y mucho menos tú.
Para su sorpresa, él se limitó a envainar a Invencible y a estirar los brazos, flexionando los dedos.
―Tras cruzar las escaleras y arrastrarnos por el largo pasadizo, llegaremos a la cámara interior, Kee-rah. Allí podremos levantarnos. Ya verás. No será tan penoso ―le aseguró el hombre, acercándola a él para estrecharla entre sus brazos, antes de soltarla y quitarle la linterna―. Ven ―dijo, agachándose para adentrarse en la oscuridad―. Sígueme de cerca y no levantes la cabeza. No te endereces hasta que yo te avise.
Dicho lo cual, desapareció. La oscuridad se lo tragó mientras bajaba las escaleras.
―Dios mío ―exclamó Kira, antes de mirar por última vez hacia el coche de alquiler aparcado. Acto seguido, bajó la cabeza y se apresuró a seguirlo.
El frío, la humedad y el silencio la rodearon, así como el olor a tierra y a piedra vieja.
La chica alcanzó a Aidan y se agarró al extremo de su tartán. Necesitaba toda su concentración para no resbalar sobre las inclinadas escaleras llenas de musgo. Entonces, antes de darse cuenta, llegaron al final y se arrastraron por un pasadizo estrecho cuyas paredes se acercaban cada vez más a medida que avanzaban.
―Ya casi estamos, Kee-rah ―resonó la voz de Aidan en la oscuridad―. No temas ―la reconfortó el highlander, antes de enderezarse y ponerse de pie. Luego le rodeó la cintura con su fuerte brazo, sujetándola muy cerca de él. Estaban en una cámara pequeña, oval, con paredes de losas de piedra y una bóveda escalonada a modo de techo. A Kira le pareció ver algunas urnas volcadas y los restos de una chimenea antigua pero, antes de que pudiera certificarlo, Aidan apagó la linterna―. No me parece sensato usar tu luz ahora, querida. Este era un lugar sagrado para los Ancestros ―dijo Aidan. El hombre la tomó de la mano para guiarla hasta el suelo de fría piedra, a su lado. Allí se juntaron, con los dedos fuertemente entrelazados―. Sentémonos aquí a pensar en Wrath y esperemos a que la magia surta efecto.
En el silencio, ella oyó el suave silbido de Invencible abandonando su vaina y luego el frufrú del tartán de Aidan, mientras posaba la enorme espada sobre las rodillas. La piedra de su pomo brilló en la oscuridad con un color rojo apagado, pero todo lo demás era negrura. Una oscuridad profunda y opresiva que de pronto se arremolinó sobre ellos para luego retroceder y explotar en un vórtice giratorio, lleno de vivos colores cegadores. Un viento helado los azotó y el suelo tembló, girando tan rápidamente como el viento de un tornado. Las sayas de Kira se le levantaron hasta la cabeza y le taparon la cara hasta que ella las apartó.
―¡Aidan, mi ropa! ―exclamó la joven, agarrándole el brazo y clavando los dedos en él―. ¡Mi ropa medieval ha vuelto! ―dijo la chica, esforzándose para verlo. Pero en el lugar donde él debería estar solamente vio un valle salvaje y oscuro, de aquellos que podrían estar habitados por brujas y demonios. Los relámpagos estallaban y siseaban por el techo de la cámara, reventándole los oídos con su ruido atronador―. ¿Qué…? ―gritó la muchacha, pero la imagen desapareció instantáneamente y fue sustituida por la de una muchacha con ropas de campesina, con un cesto de mimbre apoyado en la cadera. La joven también desapareció, antes de que Kira pudiera verla con claridad. Aparecieron otras imágenes, todas ellas girando a la velocidad de la luz, dando vueltas y más vueltas, mientras los colores y el rugido del viento la mareaban.
―¡Kee-rah! ¡Aguanta, muchacha! ―gritó Aidan, por encima de aquel caos. Kira notó el brazo del highlander alrededor de ella, casi dejándola sin respiración, cuando un escuadrón vociferante de vikingos tocados con casco pasaron a toda velocidad al lado de ellos, seguidos inmediatamente por la rápida imagen de un esplendoroso salón victoriano, con sus oscuras paredes paneladas adornadas con cabezas de venado, armas y retratos enmarcados. Acto seguido, llegó un remolino de nubes y niebla, y luego enorme páramo cubierto de brezos y retama. Luego un campo de narcisos, que dieron paso al súbito estruendo de unas gaitas, mientras un ejército de highlanders coronaba una colina, con las espadas brillando bajo el sol y las banderas entregadas al viento. Después, regresaron las nubes y la niebla, y el sonido de las gaitas se fundió con la oscuridad, dejando paso únicamente al frío y al silencio, al brillo rojizo y suave de Invencible y a los aullidos distantes de un perro―. ¡Por mi alma, si es Ferlie! ―exclamó Aidan, levantándose y arrastrando a Kira tras él―. Kee-rah, amor mío, ha finalizado. Lo hemos conseguido. Estamos en la bóveda.
Kira seguía agarrando su brazo con fuerza, con el corazón desbocado.
―¡Gracias a Dios! ―exclamó la muchacha, mirándolo agradecida y aliviada―. Pero, ¿crees que es real? ¿No será como las imágenes que acaban de pasar?
―Sin duda esto es Wrath ―repuso Aidan, riendo―. Tan cierto como que estoy aquí de pie. Hasta puedo ver a mis hombres patrullando por el borde del paramento. Y la escalera todavía continúa aquí, apoyada a la casa del guarda, tal y como la dejamos. Kira tragó saliva, con todo el cuerpo tembloroso de alivio. La alegría se apoderó de ella, al seguir la mirada de Aidan. En efecto, la parte superior de la escalera sobresalía hacia la bóveda. Y sí, había dos corpulentos guardas paseando por el paramento de enfrente. Ross y Geordie, si no estaba equivocada. Invencible yacía sobre la piedra tersa de la bóveda y el brillo rojizo de su pomo era comparable ahora al fulgor rojo-anaranjado de las hogueras de las casas de ahumado que se veían allá abajo, en la playa de atraque. Estaban en casa―. Vamos, muchacha, tengo cuentas que ajustar ―dijo Aidan, alzando la espada para envainarla, antes de volverse hacia la escalera―. Esperemos que no hayamos llegado demasiado tarde ―señaló el highlander. El hombre empezó a bajar por la escalera y estiró los brazos para ayudarla. Le echó un rápido vistazo a la niebla y luego al castillo, aliviado al ver la luz de las antorchas brillando entre las rendijas de las ventanas. Con suerte, la fiesta todavía estaría en pleno apogeo y su primo seguiría encerrado en las mazmorras. Corrieron sobre los adoquines y entraron en el salón. Aidan se paró en seco, sin creer lo que veían sus ojos. El corazón le dio un vuelco. En lugar de estar lleno de agitación y tumulto, de gritos y carcajadas, el salón estaba vacío. No había nadie en las mesas. En el estrado, su silla señorial tirada en el suelo y un banco volcado eran indicio de una salida precipitada. Así como las bandejas llenas de jarras de cerveza y las velas ardiendo en los candelabros de plata. A Aidan se le heló la sangre. Ahora entendía por qué la puerta del salón estaba abierta de par en par y por qué el pobre Ferlie aullaba en algún lugar de las entrañas del castillo. Los otros perros habían desaparecido aunque, si aguzaba el oído, lograba oírlos. Sus distantes ladridos estaban acompañados por los gritos ahogados de sus hombres. Entonces oyó de repente el lamento desgarrador de una mujer y aquel sonido hizo que se le revolvieran las tripas―. ¡Por todos los dioses! ¡Está sucediendo! ―exclamó el highlander, tomando a Kira de la mano para arrastrarla fuera del salón y correr hacia la puerta de arco bajo que conducía a las mazmorras―. ¡Tavish! ―bramaba y gritaba mientras corrían―. ¡Aguanta, amigo mío! ¡Ya vamos!
Pero cuando acabaron de bajar a todo correr la oscura y estrecha escalera, y llegaron a la celda de Conan Dearg, la pesada puerta de hierro estaba rota. El charco de sangre fresca que había al lado del umbral no dejaba lugar a dudas de lo que había sucedido.
―¡Oh, no-o-o! ―exclamó Kira, a su lado, llevándose una mano al cuello y empalideciendo al ver la sangre―. Hemos llegado demasiado tarde.
―¡No! ¡No digas eso! ―replicó Aidan, volviéndose hacia ella para ponerle la mano sobre los labios―. ¡Podría ser la sangre de mi primo! Tiene que serlo. ¡No aceptaré otra cosa!
Kira lo miró con un nudo en el estómago.
―Entonces, estarán en la costa: será la parte del ahogamiento.
―Debe de ser eso ―coincidió el highlander, ya corriendo por el fétido pasadizo―. Reza para que lleguemos a tiempo ―le dijo a Kira. Siguiéndolo como un rayo, la joven se llevó una mano al pecho, temiendo que el corazón se le saliera por la boca. Aidan casi le daba miedo. Nunca lo había visto con una actitud tan salvaje. Tan mortífera. El hombre salió disparado escaleras arriba y cruzó el salón a una velocidad de vértigo, agarrando con fuerza el puño de la espada mientras corría, sin alterar el paso hasta que cruzaron el patio y se acercaron a la pequeña puerta de la fachada. Al igual que la puerta de la celda de Conan Dearg, también esa estaba entreabierta. Ferlie iba de aquí para allá aullando y lamentándose. Las patas traseras rengas del can le impedían bajar las escaleras del acantilado para ir a la playa del fondeadero―. No está muerto, Ferlie, amigo mío ―le dijo Aidan al perro, para tranquilizarlo, deteniéndose apenas lo suficiente para darle la mano a Kira―. ¡Puedo verlos! A Tavish y a mi primo ―le aseguró a la muchacha, con una mirada salvaje y llameante―. Están en la orilla del mar, luchando.
Y así era. Kira también los veía. Los hombres de Aidan y una jauría de perros enloquecidos que ladraban sin parar atestaban la minúscula playa, mientras Tavish y Conan Dearg se abalanzaban el uno sobre el otro en un pequeño claro. También se dio cuenta de que el brillo rojizo anaranjado en el que se había fijado desde la bóveda procedía de las innumerables antorchas que los hombres sujetaban por encima de sus cabezas. Las llamas le aportaban a la escena un aire infernal, y los gritos de los hombres y el ruido del metal de las espadas la aterrorizaban.
En la bahía de Wrath, una galera solitaria se hacía a la mar, con la bandera de los colores del clan MacLeod izada, mientras la viuda se aferraba a la baranda con la cara tan roja como las antorchas. Sus negros cabellos volaban al viento de la noche y su galera ya se perdía de vista, escorada hacia un lado, mientras se aproximaba a las rocas de la isla de Wrath.
―¡Dios santo! ―gritó Kira, mientras bajaban volando por las empinadas escaleras del acantilado―. ¡Es tal y como dijiste! El barco va a chocar contra las rocas de un momento a otro y Tavish…
―…está aguantando y yo me dispongo a salvarlo ―exclamó Aidan, jadeante, cuando llegaron al final de las escaleras y saltó a la playa rocosa. El highlander desenvainó a Invencible. Los hombres se apartaban para abrirle camino, mientras él avanzaba, con la espada erguida, y los ojos rebosantes de furia. Delante de él, Tavish y Conan Dearg se cercaban el uno al otro, haciendo entrechocar sus espadas, ambos ensangrentados y sudados. Con la espada ya en el aire, Aidan se abalanzó sobre su primo, haciendo girar a Invencible en un enorme movimiento sobrecogedor―. ¡Conan Dearg! ―bramó―. ¡Ha llegado el momento de ajustar cuentas!
―¡Gracias a Dios! ―exclamó Tavish, con los ojos entornados, volviéndose hacia él―. ¡Aidan! ―gritó el joven, claramente aliviado―. ¡Estás aquí! ¡No me lo puedo creer!
Pero aquella distracción le salió cara. Rápido como un rayo, Conan Dearg dibujó un amplio arco con la espada que le habría cortado al medio la cabeza, si Aidan no se hubiera girado y lo hubiera empujado de una patada contra la pared de hombres reunidos. Por el rabillo del ojo, el highlander vio cómo Mundy lo sujetaba, le quitaba la espada y la tiraba a un lado. Luego, rápidamente, le pasó el brazo a Tavish alrededor de la cintura, sujetándolo para que no pudiera volver al círculo.
―¡Ahora todo depende de nosotros! ―lo provocó Conan Dearg, olvidándose de Tavish―. ¡He esperado largo tiempo este día!
―Es el día de tu muerte, primo ―declaró Aidan, arremetiendo contra él para hacerle un primer corte a Conan Dearg en el brazo―. Exhala tu último aliento mientras puedas ―dijo el highlander―. Conan Dearg se rió y se abalanzó sobre él, con la espada brillando bajo la luz de las antorchas mientras chocaba contra la de Aidan con un sonoro golpe. Con expresión feroz, este le devolvió la estocada, gruñendo de satisfacción, cuando Conan Dearg perdió el equilibrio sobre las piedras y a punto estuvo de perder la espada. Aidan sonrió, avanzando hacia su primo, antes de que a este le diera tiempo a enderezarse―. Estás cansado, zote. ¡Vamos, deja que te ayude a descansar!
―¡Que el diablo te lleve! ―bramó Conan Dearg, trastabillando―. Vas a arder en…
―¿Por qué no habré hecho esto hace años? ―dijo Aidan, poniendo fin a aquello enterrando a Invencible en el pecho de su primo―. Espero que el diablo sea una buena compañía ―masculló el highlander, izándolo en el aire―. Conan Dearg lo miró con los ojos fuera de las órbitas, mientras un hilillo de sangre brotaba de sus labios. Observándolo, Aidan recuperó la espada y volvió a envainarla, sujetando a su primo antes de que este cayera al suelo. Empujándolo con fuerza, lo tiró hacia las olas y se limpió las manos mientras Conan Dearg aterrizaba ruidosamente en el agua, con un hilo de vida todavía brillando en sus ojos. El hombre lo miró. Morirás ahogado ―añadió Aidan, acercándose a la orilla―, como aseguran los libros de historia.
―¿Los libros de historia? ―repitió Tavish por encima de su hombro, mientras observaba cómo Conan Dearg se iba quedando sin vida y cómo sus ojos se volvían vidriosos mientras la marea lo reclamaba.
Aidan respiró hondo y le pasó un brazo por los hombros a su amigo, acercándolo a él.
―Te lo explicaré más tarde ―le dijo Aidan, jadeante, antes de soltarlo para limpiarse la frente con la manga―. Cuando descubra quién intentó envenenar a Kee-rah ―añadió, mirando a sus hombres y levantando la voz cuando estos se acercaron más, ensordeciéndolo con sus gritos y sus vítores―. ¿Crees que fue Conan Dearg? ¿O tal vez Fenella?
―Eso no importa ―declaró Kira, que finalmente había logrado abrirse paso entre el círculo de hombres y que corría hacia los brazos de Aidan―. Lo importante es que hemos vuelto y que Tavish está sano y salvo.
Tavish profirió una enorme carcajada.
―¿Yo? ¿Sano y salvo? ―preguntó, riendo, con los brazos en jarras―. Yo podría decir lo mismo de vosotros. Por el amor de Dios, cuán preocupado me teníais.
―Estamos bien ―lo tranquilizó Aidan, estrechando a Kira contra él y separándole el cabello de la cara―. Ha sido un simple viaje de un día. Nada más ―dijo el highlander, bajando la vista hacia ella para darle un beso en la frente―. ¿No es cierto, muchacha?
―Ha habido sus momentos ―repuso la chica, recostándose contra él y acariciándole la mejilla―. Estoy tan contenta de que hayamos vuelto.
Tavish le dio una palmada en el hombro a Aidan.
―En cualquier caso, quiero que me relatéis todo.
Pero Aidan no le respondió y apartó la vista para sondear la multitud, buscando caras. Le faltaban dos. Nils, cuyo feroz aspecto de vikingo y altura debería sobresalir por encima del resto de cabezas y hombros, y Maili, notablemente ausente del grupo en el que las otras dos lavanderas se encontraban junto con los ayudantes de cocina. Una oscura sospecha le hizo apretar la mandíbula.
―Por todos los rayos ―dijo el highlander, mirando a Tavish por encima de la cabeza de Kira―. No me digas que Nils o Maili tienen algo que ver con esto.
―Nils no ―repuso Tavish, dejando de sonreír―. Fue Maili. Ella los ayudó, aunque deberías saber que también me advirtió de su fuga cuando Fenella desapareció del salón no mucho después de que os marcharais. Maili la siguió y...
―¿Maili? ―lo interrumpió Aidan, boquiabierto―. Si nos ayudó a escabullirnos al tirar las ostras y el arenque sobre el regazo de Fenella ―comentó el hombre, estremeciéndose mientras miraba hacia el mar. La galera de los MacLeod casi había desaparecido y sus restos brillaban, sombríos, entre las agitadas olas―. No puedo creer que Maili…
―Lo hizo por amor ―explicó Tavish, incómodo―. Al parecer, se quedó prendada de uno de los hombres de Fenella. La viuda le prometió que organizaría un casamiento entre ellos, a cambio de que Maili le ayudara a entrar y salir de Wrath. Y, sí, a servirle el vino envenenado a Kira.
Aidan sacudió la cabeza.
―Pero ella te ayudó ―repitió el highlander, confuso.
―Ciertamente ―dijo Tavish―. También se enfrentó a la viuda días antes del banquete, exigiéndole noticias sobre el supuesto matrimonio pactado. Fenella se rió de ella, alegando que ningún MacLeod se rebajaría a casarse con una lavandera.
―Ya veo ―repuso Aidan, asintiendo―. ¿Dónde se encuentra ahora?
―En tu solana, con Nils. Él se está haciendo cargo de ella ―declaró Tavish, pasándose una mano por el pelo, al tiempo que exhalaba un suspiro―. Maili siguió a Fenella a las mazmorras y tuvieron una discusión. Fenella la apuñaló en las costillas, delante de la celda de Conan Dearg. Fue el grito de Maili lo que nos alertó de la huida. Luego nos lo relató todo, antes de perder la consciencia.
Aidan frunció el ceño.
―¿Vivirá?
Tavish se encogió de hombros.
―Nils dice que existe dicha posibilidad. Pero precisa de cuidados. Tal vez no desees que…
―Tratadla lo mejor posible ―dijo Kira, zafándose de los brazos de Aidan. La mujer levantó la vista hacia el castillo, que se alzaba en lo alto del acantilado. Cuando se volvió hacia el highlander, enderezó la espalda y echó los hombros hacia atrás―. Al final, a mí no me pasó nada. Y ella nos ayudó a escapar.
―¿No te importa, Kee-rah? El matalobos podía haber acabado contigo.
―Pero no lo hizo ―repuso la joven, sonriendo, y guiñándole un ojo. Se le estaba nublando la vista y empezaba a formársele un nudo en la garganta―. Dudo que vuelva a hacer algo así. Además, puedo entender la desesperación de una mujer por defender al hombre al que ama ―añadió la chica, alzando la barbilla, mientras se pasaba una mano por la mejilla―. Yo habría sido capaz de hacer lo mismo, si creyera que era la única forma de ganarme tu corazón.
―Ay, muchacha ―dijo Aidan, acercándose a ella, para estrecharla contra su cuerpo―. Yo te entregué mi corazón aquel día en que te vi en lo alto de las escaleras de la torre, como ya te dije.
―Ejem ―lo interrumpió Tavish, al tiempo que le daba unos golpecitos en el hombro, cuando Aidan estaba a punto de besar a Kira―. Hay algo más.
Aidan lo miró.
―¡Por todos los dioses vivientes! ¿De qué se trata?
―De esto ―respondió su amigo y, volviendo a sonreír, metió la mano debajo del tartán y sacó un pequeño objeto negro. Dos rollos cilíndricos, coronados por dos círculos de cristal transparente―. Lo encontré enterrado entre las pajas del suelo, en la celda de Conan Dearg. No sé lo que es, pero...
―¡Los prismáticos de mi padre! ―exclamó Kira, arrebatándoselos con el corazón acelerado―. ¡Aidan! Conan Dearg debió encontrarlos en la bóveda. La noche que Kendrew lo vio merodeando por allí. Deben de ser…
―El «extraño objeto» que usó para golpear en la cabeza a Kendrew ―la interrumpió Aidan, arrebatándoselos para observarlos con curiosidad. Al fijarse en las partes de cristal, los dejó caer―. ¡Que el diablo me lleve! ―exclamó el highlander, inclinándose para volver a levantarlos del suelo e inspeccionarlos nuevamente. Esa vez, sonrió―. Otro misterio resuelto ―dijo el hombre, entregándoselos a Tavish―. Ahora ya sabemos lo que quería decir Conan Dearg al asegurar que «vería acercarse a sus enemigos antes del inicio de cualquier batalla».
Tavish asintió, igualmente complacido.
―Yo pensé lo mismo cuando los encontré. Ahora nosotros disfrutaremos de dicha ventaja. ¡Ay de nuestros enemigos!
―¡Y ay de mis hombres, si no abandonan rápidamente la playa y regresan al banquete! ―exclamó Aidan, tomando a Kira de la mano y entrelazando sus dedos con los de ella―. Disfrutaré de unos instantes a solas con mi amada antes de reunirme con vosotros.
―Como desees ―asintió Tavish, sonriendo de oreja a oreja al ver sus dos anillos a juego―. ¿Puedo atreverme a pensar que la celebración se deba a algo más que a la muerte de Conan Dearg?
―Tal vez ―replicó bruscamente Aidan, con voz grave y ronca―. Ahora, guía a los hombres de vuelta al castillo antes de que pierda la paciencia.
Tavish se echó a reír, pero hizo lo que este le pidió.
Cuando finalmente estuvieron solos, Aidan respiró hondo.
―Bueno, muchacha… ―dijo el highlander, levantando la mano de Kira para besarle la palma―. ¿Les daremos a mis valientes hombres un motivo de celebración? ―preguntó el hombre. Kira parpadeó. El nudo que tenía en la garganta le impedía articular palabra―. ¿Y bien? ―insistió el hombre, mirando a la joven―. ¿No me digas que quieres alargar el cortejo? Después de todo lo que hemos pasado juntos.
Kira tragó saliva.
―Aidan MacDonald, si me estás pidiendo que me case contigo, sabes que no hay nada que desee más, pero…
―¿Pero? ―la interrumpió Aidan, frunciendo el ceño―. Esa es otra cosa que deberías saber. No me interesan los «peros». Aunque algo me dice que debería escuchar este ―añadió el highlander, al tiempo que retrocedía y cruzaba los brazos, adquiriendo de nuevo el aspecto de temible señor.
Kira bajó la mirada, mientras removía los cantos rodados con el dedo gordo del pie.
―Es solo que… ―la joven dejó que sus palabras se apagaran y miró a Aidan. La preocupación le oprimía el alma y le hacía difícil hablar―. Bueno, sabes que siempre he tenido la sensación de haber sido enviada a esta época para salvarte, ¿verdad? ―añadió la muchacha, intentándolo de nuevo.
Él asintió.
―Pues ahora que lo he conseguido y que todo está bien, me pregunto si me mandarán de vuelta a mi época.
―Kee-rah ―dijo Aidan, frunciendo más el ceño, al tiempo que le levantaba la barbilla―. Eso no sucederá. Tu lugar está aquí, conmigo. Estoy seguro.
―¿Cómo puedes saberlo?
El highlander sonrió.
―Porque tú eres mi tamhasg.
Kira alzó las cejas.
―¿Tu qué?
―Ay, muchacha ―repuso Aidan, volviendo a estrecharla entre sus brazos para besarla―. Yo nunca creí que te hubieran enviado para salvarme. Eso también te lo he dicho. Los hombres del clan McDonald no necesitamos que ninguna muchachita nos rescate. Estamos juntos porque ese es nuestro destino. Eso es una tamhasg.
Esa vez, Kira frunció el ceño.
―No lo entiendo.
El highlander se echó a reír y la besó de nuevo, esa vez con un beso largo e intenso.
―Entonces, hablaré más claramente ―señaló el hombre, finalmente, retrocediendo y sonriendo―. Un tamhasg es la visión de una futura esposa o esposo. Yo sabía que eras mía no mucho después de verte por vez primera. Siempre lo supe y por eso sé que el tiempo no te va a alejar de mí.
―Oh, Aidan ―suspiró Kira, pestañeando, incapaz de decir nada más. Aunque tampoco era necesario. Veía en los ojos de él que era consciente de lo feliz que la hacía. Demostrándoselo, Aidan se rió y le ofreció el brazo.
―Ven, querida, ¿vamos a compartir la buena nueva con mis hombres?
Kira asintió, incapaz de decir que no.