CATORCE
LAS PRIMERAS BATALLAS MÁGICAS O DE CÓMO AL GORDO LOS DIABLOS LO EMPIEZAN A TIRONEAR DE LAS PATAS PARA LLEVÁRSELO
(Las tentaciones de San Sotelo)
El gordo, cuando volvió a su sector —pasado ya el entretenimiento de la inspección psiquiátrica—, otra vez cayó en la desesperanza. El planchuelazo que le dio al bancario no le había hecho avanzar un centímetro desde el punto de vista teológico. Estaba igual que antes. «Si hubiese golpeado con el ser, el otro no habría podido escaparse. Todo lo hago a medias. Como cuando quemé mi aguinaldo. Ni siquiera tuve un combate a muerte con la policía, cuando menos. Bajo, bajo para intentarlo, una vez y otra, pero siempre reboto uno o dos metros antes de llegar a la cuenca oceánica. —En ese momento uno de los internos lanzó una risita; Sotelo no prestó atención y siguió razonando—: Tengo que descender del todo: por una vez, el coraje final. Si no, no habrá solución —se escuchó otra risita y un chasquido sarcástico, pero proferidos por un interno distinto del anterior—. De alguna forma tengo que detener la progresión de destrucción que inicié —justo ahí dijo Don Martínez, mientras tomaba mate en su sector: “Hay que parar la mano, Eduardito”. Eduardito se limitó a contestarle con un críptico: “Chororínarono”. “Me parece que usted no tiene seriedá pa’ nada, Eduardito. Se quiere ir pero no tiene seriedá”. “Teclasílagori”. “No, usted no es una persona seria, Eduardito. ¿Así cómo quiere parar la mano?”. “Cucaráchorogo”. “¿Cucaracha? ¿Qué dijo de la cucaracha?”. Xisto, el de la cara aindiada, por su parte, tres camas más allá de la de Sotelo, declaró algo muy extraño: “Se van si yo lo permito. El poder de las sombras tiene más fuerza porque es la verdadera luz. Así siempre ha sido y así siempre será. Aquí no cuenta el reino del Otro”. “¡Julia! ¡Julia!”, gritó alguien; el mismo que el gordo escuchó la primera noche. Eduardito se burló: “¡Julia! ¡Julia! ¿Dónde estás? —él y Don Martínez se morían de risa—. Es al pedo que la llames, Flores: Julia no vuelve”. Un fiaquito sin dientes se unió a las burlas: “Julia está ahora mismo encamada con otro. Desde aquí escucho los gritos de alegría que larga. Ja, ja, ja”. En realidad toda aquella malevolencia era inútil puesto que Flores estaba tan deteriorado que no podía oírlos. Repitió una vez más, monótonamente, sin conciencia y dentro de un sufrimiento mecánico: “¡Julia!”. Se agregó Chacón, pero no dirigiéndose a Flores ni a nadie en particular: “¡Pelota! Jodé nomás. Ya vassaver lo que es bueno. Chileno’e mierda”. Cisto: “Yo les voy a enseñar. Están creídos que pueden decir mentiras y engatusarme. A mí, tan luego, que llevo miles de años y de siglos en esta lucha. Quieran o no se van a convencer. Ya sabrán quién manda”. —Sotelo empezó a extrañarse—: Qué curioso: todo lo que estos locos dicen, de alguna manera tiene correspondencia con lo que estoy pensando. Es una casualidad, por supuesto —se escuchó una risa sardónica. Sotelo sonrió: aquello, sin duda, era otra casualidad. Se dijo, eléctrico y chistoso—: Si se refieren a mí, si de veras se están comunicando, que se escuche una tos. —Con falso despotismo y en realidad con terror—: Ya mismo: sin falta —alguien tosió con fuerza. El gordo quedó helado. Pero aún no se convencía (o no quería convencerse)—: Pero no. No puede ser. —Nueva tos. ¿Ha visto?: tosen porque sí. Entonces en la Sala 2 estalló una verdadera bomba sónica; a todos les dio por toser al mismo tiempo, carraspear, decir “ejem”, etcétera. Aquello parecía una protesta. Sotelo, cada vez con más espanto—: Parece que es cierto. A ver: si es verdad que se escuche una tos. —Oyóse a un tosedor solitario—. Si es mentira que se escuche otra tos. —Silencio absoluto—. Si es verdad que se escuchen varias. —Dos, tres e incluso una cuarta. Ahí supo; con la misma certeza que cuando recibió la descarga eléctrica en el mostrador de El Pino—. ¿Pero cómo es posible?: si muy pocas personas tienen el don del intercambio mental. No puede ser que tipos encerrados y locos se comporten como esoteristas».
Luego comprendió: De Quevedo estaba detrás de todo ello. Es decir: De Quevedo y él mismo, al compartir sus poderes mediante unión astral. Sotelo no podía saber cuándo razonaba por su cuenta y cuánto se trataba de una sugerencia telepática. A veces, en cambio, no cabían dudas. Oyó, muy clara, la voz de su Maestro: «Como te di un fragmento de mi poder, ahora éste se propaga a ellos. Es parte de la Progresión. La lucha teológica ya abarca a tus compañeros de encierro. Es una reacción en cadena. A ellos todavía los tengo bajo control, pero cada vez me cuesta más. Yo estoy íntegro, pero fallo por tu lado. Como me encuentro unido a vos no puedo impedir tu agujero negro, y por allí se escapa la energía. El Anti-ser aprovecha, aunque a la larga no le sirva más que para destruirse. Es malo y estúpido, y siempre viene cuando lo invocan. Ciego y deforme no resiste la tentación de aniquilar el universo, aunque el precio que pague sea caer para siempre en la nada de la cual lo saqué. Hablo del Anti-ser, que también sos vos. Quedan sólo dos posibilidades: o el Anti-ser, a través tuyo, cambia y se transforma en Dios del Bien, o te desenganchás del arquetipo maléfico y volver a ser Sotelo; vale decir: una criatura humana. De cualquiera de las dos formas tanto vos como yo nos salvaremos. Caso contrario ya sabés lo que nos espera. A todo esto yo lo vi en astral hace mucho, pero igual tenía que darte la oportunidad de crecer, aunque leí el futuro con toda claridad». «Por otra parte me desconcierta que… si pudiste ver quiere decir que todo está determinado». «No. La gente se equivoca. En realidad no hay determinación ni libre albedrío. Hay libre determinación. Pasado, presente y futuro forman un todo, una única masa plástica. En ella uno determina libremente, segundo por segundo, y lo que puso queda. Yo pude leer tu futuro no porque éste se encontrara determinado, sino porque vos determinaste y así se propagó hasta hoy, desde el pasado y hasta lo que aún no ha sido pero ya es, a causa de tu decisión ser o de tu decisión Anti-ser». «¿Queda alguna esperanza?», preguntó el mísero. «Conozco lo que pasará de aquí en adelante porque lo leí, pero decírtelo está por completo fuera de cuestión. Habrá o no esperanza, según la esperanza, o no, que has determinado, que determinás en este preciso instante, y que después determinará tu decisión». La voz de De Quevedo se apagó y Sotelo quedó librado a los terrores de Sala 2.