29 DE MARZO DE 2007
Ahora que no deseaba nada y que todo le era indiferente no había pueblo ni Lisboa, había una mosca entre la cara y la mano frotándose las patitas y no necesitaba nada de nada a no ser ella, una compañía, una socia, tuvo miedo de que la mosca lo abandonase, le apeteció pedirle
—Quédate conmigo
porque no le interesaban las visitas como no le interesaba lo que había sido o el futuro que podría tener, años en una casa de provincia desmoronándose piedra a piedra en el interior de la hiedra, la mosca en uno de los párpados y él aliviado con la mosca, algo que se quedaba con él
—Cada vez duerme más
y no dormía, veía pasar el tiempo aunque el tiempo inmóvil y sus órganos inmóviles, el cerebro probablemente trabajando todavía puesto que se veía corriendo bajo la lluvia de abril camino no se acordaba de dónde o escribiendo a Dios por Navidad y Dios le respondía, cuando lo del tren eléctrico delegó en su abuela
—A él le parece muy caro
y le sorprendió que Dios atento a los precios y echando cuentas como ella en un cuaderno del colegio con una niña con trenzas que giraba un aro en la portada y la tabla de multiplicar detrás, la mosca cambió el párpado por el lavabo frotándose las manos con la misma energía y el niño toda la noche
—Pan pan
bajo la terraza sin dejarlos dormir con su súplica monótona hasta que la abuela le dio un trozo y él seguía mirándola sin aceptarlo, se escondía entre las higueras y regresaba al ocaso, no estaba solamente bajo la terraza, estaba en el gallinero, en el trastero, en lo que había sido el lagar y además del niño otros rastros de personas, no las viejas del chal, siluetas que se movían sin ruido entre los matorrales, la abuela señalando a una de ellas
—Mi padrino
bebiendo agua del cubo del pozo
—Nunca me has hecho caso Ofélia
con el golpe de navaja de una desavenencia en la cara y un colmillo rompiendo casi el labio
—Soy un colmillo
mientras nidos de cigüeñas goteaban chimenea abajo, cuando murió el abuelo le emocionaron los objetos en la mesilla de noche, sobre todo una pata de conejo que le daba suerte a la habitación, el espejo sin saber qué hacer
—¿Y ahora qué reflejo?
y lo reflejaba a él, aquí gordo y allí delgado debido a los efectos del esmalte, examinándose a sí mismo
—Buenas tardes Antoninho
la pata de conejo en el llavero, él imaginándose qué abriría y con miedo a girarla, probablemente detrás de las cerraduras el abuelo
—Ya no estoy aquí ¿no te has dado cuenta?
escondiendo una zapatilla bajo la cómoda, sacando un billete, acordándose de que difunto y dejándolo encima a medida que pensaba en el dinero de los muertos, de qué forma lo ganan y quién acepta sus monedas, el padre y el tío usaban sus ropas pero ninguno leía el periódico en la terraza, el señor Hélio llegaba al primer escalón, se acordaba del funeral, lo abandonaba con maniobras complicadas tirando una maceta y se marchaba bajo los castaños huérfanos, lo encontraba en la plazoleta barajando dedos para un solitario de falanges, le preguntaba
—¿Quiere que charlemos un rato?
pero ya había dispuesto los dedos sobre el tablero y empezaba a darles la vuelta comprobando sus cartas, cómo se modifica el mundo cuando nos fijamos en él, todo se exalta, susurra, se transforma, no eran los enfermeros quienes se ocupaban de él, eran los susurros en la habitación del abuelo, un día se atrevió a entrar en el chalet abandonado del veterinario y encontró a una señora que hacía encajes en una mecedora
—Soy su nuera
llevó al tío, sortearon un estanque seco con un gorrión aún más seco rodeado de hormigas, eligieron la puerta de atrás a la que le faltaban cristales y un pasillo, un salón, muletas de inválido, subieron al primer piso por una escalera que huía de los dos
—Me están pisando
su tío consciente del sufrimiento de las cosas
—Perdone
con las que mantenía una intimidad que él envidió y una claraboya donde revoloteaban los murciélagos, un caballo de pasta probablemente del niño que pedía
—Pan pan
heces de gato aunque ningún gato, ninguna persona ha podido ver nunca un gato en la vida, creemos que nos pertenecen y en realidad nos los inventamos como me he inventado esta enfermedad que a su vez me inventa a mí igual que inventa el hospital, los médicos y la fantasía de morir, mi abuelo no murió, está en su habitación metiendo la pata de conejo en las cerraduras del aire, la gira y el despacho en el que trabajó en la ciudad con sus compañeros saludándolo
—Creímos que te habías jubilado
vuelve a girarla y su padre enseñándole un trozo de jarrón
—¿Me lo has roto?
el padre de mi abuelo una postal en un cajón, vuelvo el jueves recuerdos, que el abuelo observaba con rencor, qué significa vuelvo el jueves recuerdos para que el abuelo así, la gota en el zapato mientras él pensaba en los mil lenguajes de las olas
—Se va yendo despacito pero no sufre tranquilos
y no sufría rumiando la postal, ahí estaba la tarjeta sin que envejeciese la tinta, recuerdos y por lo tanto vivo en algún sitio, llegando casi no se sabía de dónde, él los jueves en la estación de trenes en la que no se apeaba el padre de su abuelo, se apeaban los periódicos lanzados desde el vagón por brazos invisibles y le intrigaba que siguiesen moviéndose por el suelo con contracciones de tripas, el farmacéutico se apeaba con su traje nuevo comentándole al empleado que mandaba salir a las locomotoras moviendo la bandera
—Qué mujer
en un resplandor saciado y una muchacha luchando con un pato vivo en el brazo, a lo mejor la madre del abuelo antes que él en el apeadero hasta mucho después de que desapareciese el humo y de nuevo los abetos, ella y un perro que no le pertenecía en la plataforma desierta, los perros existen al contrario que los gatos, nos rondan, no nos dejan, para qué inventar gatos si siempre nos desprecian, desaparecen en los párpados y después los párpados desaparecen en sus propios pliegues, claro que nos los hemos inventado, nunca hubo, no hay, doña Irene convencida de que vivía con un gato
—Mi gato
para evitar el pánico de vivir sola, dejando un platito de leche y una cajita para sus necesidades en el mosaico, por la mañana veía el platito de la leche lleno y la cajita intacta creyendo tanto en el animal que en determinados momentos un hocico instantáneo en un ángulo del sillón, lo llamaba
—Gato
y solamente el sillón, no existen los gatos convénzanse, yo no miento, vuelvo el jueves recuerdos de modo que la madre de mi abuelo esperando con su vestido antiguo y la seguridad de que las personas vuelven, hoy, mañana, la semana que viene o tal vez que a final de cuentas también es una esperanza, el tío interesado en el caballo de pasta
—Cuéntame mejor esa historia de la nuera
que a lo mejor también creía en gatos y el tío con el mascullar que hace la gente en los sueños
—He conocido al veterinario
ha conocido al veterinario y ha conocido a la nuera toda encerrada en lutos a la que el señor vicario con Dios en el interior de una copa iba a darle la comunión al chalet, el capellán del hospital no daba ninguna comunión, le hacía con el pulgar un por la señal en la frente
—Desgracias
y consultaba a la gota en el zapato sobre la rodilla que tenía que levantar con poleas al incorporarse durante la eucaristía
—¿Qué puede ser esto doctor?
y la gota en el zapato, comprobando la cadencia del suero, sugerencias de masajes, la mosca tentó al capellán que la cogió con la mano, abrió el grifo del lavabo, la puso debajo del grifo y la mosca en el desagüe
—Maldita
de modo que él dudando del catecismo, su tío se quedó inmóvil en el chalet, con la actitud de los perdigueros en posición de arranque
—¿No sientes a gente aquí?
y no sentía a nadie, sentía las espinas en el jardín frotándose unas con otras, tenía miedo, tenía hambre, le pareció ver un unicornio que observaba desde una mesa camilla y se asustó con el unicornio, quería estar al lado de su madre, quería que su padre
—¿Sabes?
sin atreverse a tocarlo y menos mal que no lo tocaba, al devolver una pelota de tenis la cogía con la punta de los dedos de modo que la mano de su padre no rozase la suya y sin embargo hoy, si su padre siguiese vivo, le gustaría proponerle
—Tóqueme
aunque no fuese junto al manantial del Mondego, la parte donde la sierra ardió parda y la parte donde la sierra no ardió retamas narrando nuestra historia desde que nacemos, mi padre
—¿Sabes?
y por favor toque no al señor Antunes, a mí, dígame hijo, incluso antes de morir cuando todavía trataba a las personas por sus nombres no
—Hijo
el padre
—Tú
y en las entretelas del
—Tú
probablemente un
—Hijo
discreto, ojalá pudiera ir con usted al hotel de los ingleses, al pinar, a la huerta y mi cabeza a la altura de su pecho, si el padre estiraba el brazo para ayudarlo en una ladera fingía que no lo encontraba y se apartaba de él, el tío insistiendo
—¿No sientes a gente aquí?
y claro que sentía gente, no solo la señora en la mecedora, más presencias, el farmacéutico con su traje nuevo al empleado que daba la orden para que partieran las locomotoras
—Qué mujer
extraños que murieron antes de su nacimiento charlando sobre los lobos en el colegio durante la blancura sucia del invierno, de noche los sonidos lejanísimos se convertían en vecinos y el eje por aceitar de la tierra se sobreponía a los relojes anulando el tiempo, por qué no nos mandó una postal tío, llego el jueves recuerdos, creía verlo acercarse a la almohada
—Tengo abajo tu bicicleta
le faltaba una rueda, el faro no funcionaba pero servía qué alivio, él dando pedales y el tío con la mano en el sillín hasta que se quedaba atrás y lo perdía, no vaya al pozo tío, no vaya a España, en qué parte del Mondego empezarán los peces, en qué parte de los peces empezarán las gaviotas, en qué parte de las gaviotas empezarán los barcos que se reflejan no en el agua, en el aire, qué pretenden las personas del chalet que las escuchaba preguntándose
—¿Te dice algo el chaval?
la lluvia de marzo en la ventana y los órganos que seguían escribiendo en su idioma cifrado parecido al de los adultos a la mesa que solo entendía cuando le corregían los modales
—No se mete la barbilla en el plato
su padre sin corregirle nada
—¿No metes a tu hijo en vereda?
y no metía a su hijo en vereda, siempre lo conoció pensando en otra cosa sin que supiese cuál, enmendaba el pomar y fabricaba manzanas redondeando las manos, las levantaba vacías y al separarlas un fruto, metía el dedo en la tierra y cogía un grillo, una pena que no haya manzanas ni grillos en el hospital, un hueco esperando y a las tres de la tarde los parientes de los demás intimidados por el silencio que envainaba los sonidos y donde dolores que no se sabía bien de quién eran palpitaban despacio
—¿Sabes?
la última vez que llegó hasta él redondeó las manos y en lugar de construir una manzana o presentar un grillo las separó vacías
—Ya no soy capaz
y él pensando si olvidó una pelota de tenis en los matorrales, hasta hoy que todo le resultaba indiferente pensaba si olvidó una pelota de tenis en los matorrales intentando acordarse de cada seto, de cada hoyo, de cada melena de hierbas y encontraba saltamontes, escarabajos, babosas, lo que creyó un sapo y no un sapo, una piedra o si no un sapo al que le faltaban patas, él y la piedra mirándose, lo abolló con la puntera y nada, si no estuviese en el hospital se la metería en el bolsillo para observarla con asombro, la madre
—¿Juntas piedras chico?
y juntaba piedras como juntaba cuerpos de moscardones, clavos torcidos, capullos de seda, maravillas con las que fabricaba el mundo, no era su padre quien le inquietaba, era la ausencia de la pelota, la sospecha de que su padre
—Hijo
y cuál la importancia del
—Hijo
y qué hacer con él, traiga la mecedora del chalet y quédese bailando adelante y atrás jurando
—Soy tu padre
las veces que le apetezca, no me molesta, en el hospital escuchaba
—Hijo
la gota en el zapato
—De vez en cuando se le agita el corazón
y el corazón mentira, frases sueltas en unos restos de memoria
—Qué mujer
el barbero inclinándole la mejilla con los dedos tibios y él viendo cómo el pelo caía en la toalla
—Tienes lana para caer malo
y hoy hilillos en la piel amarilla, el barbero
—¿Dónde ha ido la lana?
indignado con su descuido recogiendo los instrumentos cojeando con su bata, pasaba por delante de la tienda imitándolo mientras el hombre, no le venía el nombre, le arreglaba el bigote al señor Hélio con toquecitos precisos, el bigote varios colores empezando por el marrón y volviéndose claro en dirección a la nariz, el barbero disimulando el color marrón
—Si no hubiese dejado de fumar ahora parecería una cacerola al fuego
con un pincel de pintura blanca, se fijaba en mí y cojeaba dando tropezones hacia la navaja
—Te corto el cuello canalla
él corriendo para casa sin sentir a doña Lucrécia
—Chico
en cuanto el desfile de tórtolas se los llevase a todos cojearía solo por el pueblo entre las palomas de la plaza y no la lluvia de marzo en el hospital, los olores de agosto que echaba de menos, el enfermero al compañero que lo ayudaba a cambiar la bolsa de la sonda
—¿Qué hacía él antes de estar aquí?
y si pudiese responder le diría
—Estuve esperando al padre de mi abuelo en la estación
llego el jueves recuerdos y no llegó, la sorpresa y el terror habían desaparecido hacía días y en las pausas del sueño buscaba quién había sido, por la mañana una extrañeza
—Soy yo
este pijama, esta cara, se imaginaba sin cuerpo y de repente aquello y en aquello molestias, cansancio, el asombro de que le pusieran un nombre y hablasen con él, la abuela
—¿Quieres probar la mermelada?
antes de llenar los frascos cogiendo las cosas sin mirarlas o las cosas, obedientes, venían a usted, no le molestaba que le cambiasen el pañal ni que las intimidades al aire, limpiaban a otra persona, no a él, él solo viéndolo, el enfermero detrás del dolor
—Todo limpito el artista
como la madre detrás del delantal secándolo después del baño en la tina, junto a la cocina la bomba del pozo, la madre hace cuarenta años sin secarlo
—¿Falta mucho doctor?
los mineros del volframio en el atrio de la iglesia, metidos en sus gorras, no parecían sufrir, por qué motivo desde que enfermó el pueblo no lo soltaba, ahí está la criada cogiendo huevos en el gallinero apartando a las gallinas, los ponía sobre su mano y calientes, ahí está la helada en febrero y la pereza de la nieve alargando sus ecos, no era Lisboa lo que se le aparecía, era el pueblo, dos o tres solares y los pajares de los pobres, qué me mantiene amarrado a esto y qué me hace volver, sin que me dé cuenta, a lo que creía olvidado, la bata de la abuela en un clavo, un borracho encontrándose las manos en los bolsillos, desembarazándose de ellas y siguiendo con las mangas vacías, el enfermero
—No piensa en nada
y no pensaba en nada, veía la lluvia en la ventana y a la abuela quejándose de octubre porque el agua le silbaba en los huesos, veía el hotel de los ingleses donde empezaba a faltar el tejado y el césped de la piscina sustituido por hierbas aunque la extranjera rubia siguiese allí cogiendo la toalla, no veía el hospital ni la gota en el zapato
—Si quieren que sea franco no es una situación fácil
tan sencillo decirlo para quien estaba fuera de la situación difícil pero no se fijaba en el hombre, se fijaba en la pulsera que traía en la muñeca y lo que él esperaba de la pulsera, la gota en el zapato animándolo
—Hoy día tenemos más recursos
la pulsera medio rota que probablemente el médico creía que lo protegía de un erizo como el suyo, una de las chimeneas del hotel se descomponía en el parterre y los cuervos gritando con crueldad, en otoño se desplazaban de copa en copa con un esfuerzo pesado, la cocinera les dejaba las sobras de la comida que los
—Hoy día tenemos más recursos
perros les disputaban en un remolino de plumas
—Si quieren que sea franco no es una situación fácil
y sonrió ante la idea de que el barbero no tuviese que pintarle el bigote ni lo descubrieran jugando solitarios con los dedos, el señor Hélio había dirigido en tiempos la Cooperativa y si lo mencionaban una meditación incrédula
—¿Cooperativa?
la palabra Cooperativa familiar sin que entendiese cómo, una oficina, barricas, bueyes con la papada mustia esperando, todo tan difuso, tan pálido, una mujer que lo trataba por
—Padre
y él sin distraerse de los dedos, la mujer que lo trataba por
—Padre
a una criatura con gafas
—Tenemos que pensar en ingresarlo señora
en un piso en el que dormitaban seres informes en sillas ortopédicas, doña Lurdes, doña Amália, el ingeniero Oliveira, se espabiló con la pulsera de la gota en el zapato, se rompe, no se rompe, una mano en su hombro
—Va a salir todo bien señor Antunes
y claro que va a salir todo bien amigo aunque los perros me lleven trozo a trozo, ya va todo bien no lo ve, el corazón y el hígado dudan pero empiezan de nuevo, el dolor olisquea si me distraigo pero no me molesta, se rinde, estamos en enero amigo, no en marzo, las farolas encendidas a las cuatro de la tarde y alrededor de las farolas la noche, la gota en el zapato devolviéndole el hombro
—Al contrario de lo que pueda pensar no estoy desilusionado
y gracias a Dios que ninguno de nosotros se desilusiona amigo, no estamos en octubre como en el pueblo y el agua no silba en los huesos de mi abuela ni la hiedra empieza a perder las gavillas, los lobos abandonan el colegio y yo en el hospital sin sentir el cuerpo vacío, como usted ha dicho mirando a otro lado no hacia mí
—Hoy día tenemos más recursos
y tenemos el autobús de línea y el pozo, nos asomamos y ni un brillo en el lodo, el perfil de la piedra primero y después la oscuridad, mi tío
—¿Sigues sabiendo hacer ochos?
y no hay un solo pilar de granito que me impida marcharme.