30 DE MARZO DE 2007
Por la noche apagaban las luces de la habitación menos la lamparita que la abuela dejaba encendida para protegerlo de la oscuridad y las ramas de la hiedra chocaban contra el cristal llamándolo aunque pronunciasen un nombre que no era el suyo, alguien que había ocupado la habitación antes o lo haría después cuando se lo llevasen de allí, cuántas veces al salir volvía a girar la llave en la cerradura, observaba desde el felpudo la casa sin él y todo le parecía cambiado, los muebles, el color de las paredes, hasta la forma del salón esperando a una persona que tenía que llegar, quién sabe si no estaría ya en la cocina o en la habitación y de hecho la impresión de pasos y cajones desordenados, todo esto junto al silencio pero presente, vivo, dudaba si entrar por miedo a que lo echasen de modo que se quedaba ceremonioso en el felpudo, angustiado, una de las visitas
—Hoy tiene mejor aspecto
y no lo tenía, en cualquier momento los pasos se aproximarían con una cadencia parecida a la mía y un desconocido tan inmóvil como él mirándolo con un abrigo que ya no le pertenecía, ropa que había dejado de ser suya, rasgos que había dejado de tener y él cerrando la puerta, bajando las escaleras, arrancando como de costumbre una hoja de la planta del vestíbulo, espiando la terraza desde la acera sintiendo las llaves de repente ajenas en el bolsillo, soltándolas culpable en uno de los contenedores seguro de que lo observaban desde arriba porque dos dedos apartaron una cortina y de quién son esos dedos, a dónde ir por la noche después de pasar por el edificio y ver a un sujeto colocando la cenefa y a una mujer en la galería él que vivía solo, los otros edificios también cambiados, la sucursal del banco donde el empleado que lo atendía no lo saluda, su silla en la terracita del bar ocupada, el niño con el avión de juguete que le sonreía siempre sin fijarse en él, qué nombre en su carnet de identidad y qué objetos en el bolsillo, las visitas al decir
—Hoy tiene mejor aspecto
a quién se referían, volvió atrás a buscar en el contenedor y no encontró las llaves, encontró las cosas de un extraño, quiso recordar la sierra y ninguna sierra en la cabeza, ningún pueblo, ningún río, ningún sollozo de arpa, ningún señor Casimiro metiendo el codo en el tarro de los caramelos
—¿Te has portado bien chico?
le pareció que la carreta de Virgílio en la vereda de las moras y una equivocación, una furgoneta del Ayuntamiento y trabajadores, uno de ellos con gafas, arreglando una boca de incendio, debo estar en Lisboa pero caramba en qué barrio, el semáforo por el que atravesaba alternando los colores con un ritmo incierto, la mujer colgaba pijamas de niño cogiendo pinzas de un cestito que no tenía y dónde duerme el niño, en el desván donde la cuna más pequeña es un estorbo, en el trastero, en un rincón del salón
—Hoy tiene mejor aspecto
cómo se atrevían a afirmar que mejor aspecto si no sabían quién era, la gota en el zapato
—Señor Antunes
equivocada en el nombre, se acabó Antunes, cuál es mi apellido, por qué razón estoy aquí, no se sentía enfermo, solo le costaba que apagasen las luces, recuerdos no suyos desviándole el pasado y ni trenes ni obispo, lo ataron a la cama con trozos de sábana
—Está perdiendo el norte
y del norte perdido le llegaban bandadas de imágenes, un chico en una tumbona tosiendo en un frasco, un sujeto con un saco al hombro desembarcando de un buque y cogiéndolo en brazos
—¿Es este mi sobrino Luísa?
existencias ajenas invadiendo la suya, episodios a los que no sabía enfrentarse, le vino al recuerdo la galería y la perdió, el chico de la tumbona le agradecía la visita
—Menos mal que has venido
él callado
—¿Menos mal que he venido?
y delante del chico un paisaje de encinas cuyo perfume los embalsamaba a ambos, qué bueno el olor de las encinas en mayo, seguro que era mayo y la tierra crecía, al volver una señora que arreglaba unas flores
—No me volviste a escribir Alfredo
respirándole al oído cuchicheos de crítica, si por lo menos la extranjera rubia del hotel de los ingleses respirase de esa forma, la señora engordando lamentos
—Te portaste mal conmigo
y la gota en el zapato estudiando análisis dibujando círculos en números
—Ponme más lento el suero
le preguntó a la señora también con un cuchicheo
—¿Quién vive en mi casa?
olas turbias contra la muralla, manchas de aceite, pajitas, el médico ni señor Antunes ni Alfredo, preocupado por el suero
—Veinte gotas por minuto como máximo
que casi ni oyó porque el sujeto del suero le hacía daño, quiso hablarle a la señora enseñándole sus llaves nuevas
—¿Quién me las ha dado?
para que las tradujese una a una, la de la puerta de abajo y la de la puerta de arriba, la de la casa de la playa porque seguro una casa en la playa donde no llegaría el mar, el sonido de la bajamar no le dejaba dormirse y la boca de ella el rastro de un caracol en su pecho
—No vas a huir de nuevo ¿verdad?
esposándolo con una dulzura ansiosa que hacía nacer un vientre inesperado en su vientre, el broche de la señora le picaba, una pinza del pelo le picaba, la arista del anillo le picaba, el enfermero a la gota en el zapato
—No le encuentro la vena
y la arista del anillo
—No vas a huir de nuevo ¿verdad?
sintió el carrito de aluminio de las comidas en el pasillo del hospital con una de las ruedas más lenta y el tintineo de los platos, dónde se encontraba y a dónde escapar, no era capaz de acostumbrarse al pasado que le daban así que intentó traer el pueblo hasta él, consiguió una iglesia pero no era la misma iglesia, ningún cementerio al lado ni los enfermos del volframio en la plazoleta, buscó señales de los lobos y la iglesia y los enfermos del volframio formaron un remolino en el aire y los perdió, si le apeteciese su calle no la encontraría en Lisboa, daría con el jardincito y la tienda de los paquistaníes donde compraba la comida y lo demás ausente, la oficina de la aseguradora al lado de la agencia de viajes con las dependientas fumando en la acera, los rasgos de los pasajeros del autobús pintados en las ventanillas como los rasgos de los bomberos en el camión de bomberos de hoja con la escalera de emergencia rota que le regalaron de pequeño, de vez en cuando algunos rasgos se evaporaban en los marcos y bajaban a la parada transformados en personas, le extrañaba que tuviesen tronco, brazos, piernas y que pudiesen andar, un primer paso indeciso y después, ya acostumbradas, doblando una esquina, el taller mecánico también se había desvanecido y docenas de postigos en los que no se había fijado, el sujeto que desembarcó del buque lo dejó en el suelo
—Qué rápido crecen Luísa
y la que llamaba Luísa invisible, posiblemente un hombre acompañándola porque una cerilla, un cigarro y un vacío ardiendo, la gota en el zapato comprobaba en el reloj la cadencia del suero
—Déjalo así
como si estuviese en el hospital y claro que no estaba, oía arbustos salvajes y las olas enjuagándose, la señora que arreglaba las flores
—Gracias
agradeciendo el qué, intentó escuchar el rápido de la una de la mañana y los viajeros que en lugar de apearse se escondían, le dio pena el que estaba en su casa puesto que un cubo bajo la tubería rota del lavabo goteando a pesar de la arpillera que puso alrededor, dijo
—Madre
sin querer porque no pensaba en ella, pensaba en los milanos esperando que un pollo atravesara la red para caer en picado asustando a los perros, no mencionaba los gatos porque según había comprobado eran seres sin sustancia, piedrecitas de mica que se tomaban por ojos conduciendo a una sombra que se materializaba en los muros, fuera de los muros como mucho un meñique delicado en las teclas de piano del suelo o un escalofrío en las tejas pero las tejas podían ser lechuzas que perdieron el rumbo, el padre levantaba la nariz por un segundo y seguía comiendo, casi no cogía los cubiertos que se movían solos y en contrapartida se le resistían, la madre
—No hay manera de que tengas modales
y no era culpa suya, era la burla de las cosas, por ejemplo al coger el vaso tenía que repetir
—Voy a coger el vaso
y lo apretaba con fuerza para que no se le cayese, la sorpresa y el terror se prolongaron en dirección al pecho
—Voy a morirme
y lo dejaron por no ser el señor Antunes en un hospital de Lisboa y por no ser el señor Antunes continuaba eterno, docenas de semanas ante él meses, años, el chico de la tumbona
—¿No me crees curado?
sin exigir la verdad, implorando mentiras para mentirse a sí mismo, qué raros los zapatos vacíos con los calcetines vacíos dentro, quién vive a escondidas en la ropa de las perchas, la apretamos y nadie, no la apretamos y gente, personas en el perchero unas al lado de otras, si volviese a casa, y no volvía a casa, las estanterías un paso atrás por la extrañeza
—¿Tú?
y él incapaz de orientarse en las estancias alteradas, un diván en el sitio de la consola, el mantel con una mancha tapada por un frasco y su teléfono sonando para intrusos, la señora de las flores
—No me volviste a escribir Alfredo
él que no escribía absolutamente a nadie, no nos responden a las cartas, encontraba en el correo prospectos que metía en los buzones de los vecinos y volvían al suyo, si le enviasen una postal, llego el jueves recuerdos, no lo creería y aunque un pasajero se apease del rápido de la una no caminaría hasta él, la señora de las flores
—Ven aquí Alfredo
y el rápido de la una ahogado entre pinos, el padre
—Ahora puedo contártelo
y en el instante en el que el padre empezaba a hablar despertaba con el enfermero dándole una pastilla
—Tómesela señor Antunes
después de la pastilla de nuevo la almohada y él exhausto, la señora de las flores almidonándole los pantalones
—Te preocupas tan poco de ti
tan satisfecha de cuidarlo que se notaba en los gestos, quitaba una pequeña costra y seguía almidonando, el sujeto del buque
—Has aprovechado mi ausencia para hacerte un hombre
y él sintiéndose culpable por hacerse hombre en medio de sacos y fardos, después del muelle la ciudad, no la carretera al hotel de los ingleses ni el camino de la sierra, avenidas y plazas cada vez menos claras mientras se dormía, la abuela perdida para siempre
—Antoninho
dándose cuenta de que se había equivocado y corrigiéndolo
—Alfredo
cabañas en una ladera, un viaducto, una carretera, el padre charlaba con él y el sueño no lo dejaba escuchar, respondió consciente de que ninguna sílaba
—Dígalo más alto padre
a medida que se hundía en un sopor poblado de formas descoloridas, el médico
—Es natural que se ausente
los órganos en la pantalla manchas vagas, los ojos percibían a la señora de las flores
—Ya falta poco espera
y por no depender de él no era capaz de esperar como no lo esperaron las suelas, caminaban hacia el pinar o la iglesia, no lo entendía con exactitud, el chico de la tumbona lo invitó a tomarle el pulso
—¿Qué te parece?
el solecito de las seis en el pueblo y un pinzón agitando la copa de un árbol, el primo de Virgílio los freía en el umbral, con la grasa escurriendo sobre una rebanada de pan y escupía los huesecitos en una lata vacía, notaba que su padre se explicaba sin que la explicación le satisficiese, no hay explicación para lo que quiera que sea, eso es, el chico dedos que subían por la manta hasta la barbilla deseando una protección que no venía, el viento forzaba las puertas en busca del sitio del que había salido, no quiero este pasado, quiero los castaños, los fresnos, mi tío en lugar del sujeto del buque él que no vendrá nunca de España, vareen el pozo y los dientes bajo el agua, sentía sus propios dientes apareciendo entre los telones de los labios y ellos se quedarán por mí, los únicos a los que no les han dado una pantalla para escribir su historia, la señora de las flores guardó la tabla y la plancha y colgó el delantal entre los paños de la loza
—Un momento Alfredo
la adivinó retocándose el pelo o abriendo la cajita de los pendientes dudando entre dos pares colocándoselos alternadamente para estudiar el efecto, construcciones de suburbio, un colegio, en el suyo el profesor no
—Antoninho
una rapidez de látigo
—Antunes
y después del Antunes
—Los afluentes del Tajo
no aquel sobre el que bajar camino de la desembocadura, a la derecha del colegio una criatura con bastón parecida al sujeto del buque
—Estaba viendo que no llegaban Luísa
a medida que él pensaba cómo sería Luísa, conocía su falda y la blusa pero el cuello demasiado lejos para alcanzar la cara, aunque amarrado a la cama lo sacaron del coche y no lo tumbaron en una camilla, lo pusieron de pie
—Está que se cae de fatiga
y cómo aclararles que no era fatiga, era el erizo creciendo, la gota en el zapato
—No vuelve a andar
y al final andaba, la sorpresa lo invadió y retrocedió con un encogimiento de bajamar dejando piedrecitas ácidas y un lamento de alga antes de que las gaviotas se la comieran, el mercancías de las once cruzó la terraza con los vagones cerrados, a veces en la estación entreveía terneros por una rendija de las tablas, la señora de las flores con un pendiente
—¿Puedes apretarme la rosca?
y sin gafas de cerca no era capaz, la señora encendió la lámpara y giró la oreja hacia la luz, dio con el ojo de un ternero en la rendija de las tablas y se apartó de un salto, el empleado de la estación
—Te lo vas a comer la semana que viene chico
y durante meses en cuanto llegaba la bandeja hurgaba el plato con el tenedor, la abuela
—¿Qué pasa niño?
y cómo convencer a la abuela de que no se mastica a un amigo, la rosca casi se le escapó entre los dedos pero cogió el pendiente y consiguió meterla, si se encontrase un ojo en el plato se desmayaba seguro, el médico observando la pantalla
—Aquí se ha producido un espasmito
y claro que se ha producido un espasmito, qué sorpresa un espasmito, por poco no mordía un soslayo, el profesor
—¿Ni un río?
mientras el compañero gordo enumeraba catorce, quería ser deshollinador o ministro y no fue deshollinador ni ministro, heredó la mercería de su padre y quitando el manantial del Montego nunca visitó ningún río hasta que los nombres de los ríos se vaciaron de sentido, palabras que guardó toda su vida del mismo modo que se conservan tubos de medicinas sin pastillas, para qué tanto río y medir terciopelo robando unos centímetros con un metro de palo, la señora de las flores apagó la luz asegurándose de que el pendiente estaba seguro
—No eres muy habilidoso ¿verdad?
y el ojo del ternero no se le iba de la cabeza en medio de dorsos y colas, trozos de heno roídos en un vagar sin tiempo, se los tragaban y los traían a la lengua para tragárselos de nuevo, catorce ríos, en serio, quién es capaz de catorce ríos en esta vida, la criatura del bastón
—Lo que he rezado para tener conmigo a mi familia
un saloncito más pequeño que el suyo con una vitrina de miniaturas de animales conseguidas con los paquetes de cereales, un cocodrilo con las mandíbulas tremendas, hipopótamos, elefantes y una concertina en un gancho, lo obligaron a una gota de licor que sabía a insomnio y el médico alarmándose
—Otro espasmito señores
al mismo tiempo que la criatura del bastón
—Tu hijo parece no entusiasmarse con el digestivo Luísa
la fotografía del chico en la tumbona juraba
—Lo peor ya ha pasado
con la tos deformándole la cara, sospechó que algunos vagones del tren de mercancías llenos de chicos en tumbonas anunciando
—Lo peor ya ha pasado
de modo que al volver al pueblo se asomaría por las rendijas de las tablas convencido de que una petición de ayuda, le preguntó al hombre de la bandera
—¿A dónde los llevan señor Liberto?
y el señor Liberto mudo, un día de estos desconectan las pantallas y también él en un vagón fijándose en el paso de los pinares y en el niño
—Pan pan
las visitas despiojaban carruajes buscándolo
—Antoninho
en la plataforma del pueblo, se imaginó que por la noche, cuando solo se tranquilizaba con la lamparita que la abuela le dejaba encendida, la hiedra pronunciando un nombre que no era el suyo, ni
—Antoninho
ni
—Alfredo
tal vez el del hombre que vivía en su casa y él en el felpudo como un extraño, se imaginó que por la noche metían a los enfermos del volframio en los vagones porque menos gorras arrugándose al sol, aunque la mina cerrada una fosforescencia de túneles y un minero perdido cerca o lejos con el cazo de la comida en la mano, se desprendían del carruaje en el matadero, nos llamaban no por el apellido que no tenían, cuál el apellido de los pobres, picándolos con una vara
—Vamos
y las gorras cayendo una a una sin protestas, nadie protesta en el pueblo, estamos de acuerdo, qué se gana con no obedecer a quien manda en nosotros, gritó a la mesa
—No me den el plato
siempre que un tren allí abajo se escondía en la despensa y volvía a aparecer poquito a poco, la nariz, una rodilla, él entero por fin y la señora de las flores
—¿Dónde has estado Alfredo?
el carrito de la cena en el pasillo del hospital le daba miedo con la rueda defectuosa vacilando y siguiendo, bandejas de aluminio chocando unas con otras, quejidos de personas
—¿Por qué me han elegido a mí?
y para qué enfadarte, te han elegido y punto, a todos nos llega nuestra hora, te liberas antes, paseas por ahí con los demás difuntos buscando lo que dejaste de tener y de qué vale buscar si no lo encuentras, lo que te perteneció ha desaparecido o se hace polvo en el sótano, la señora de las flores dándole los pantalones
—Por lo menos que vayas guapo Alfredo
sin perfume ni pintura, vestido de luto, devuélvanme lo que es mío, denme un mes o dos que un mes es eterno, digo
—Gracias
a la señora de las flores como mi madre en la tienda del señor Casimiro
—¿No das las gracias?
y el señor Casimiro disculpándolo
—Chavales
qué designación tan poco apropiada en relación a él, chaval, desde que tiene memoria se consideraba adulto, si le apeteciese leería el periódico, jugaría al tenis en el hotel de los ingleses, se casaría con la extranjera rubia y se arrepentía de no haberse casado, le enseñó a la abuela la alianza comprada en la feria
—Me he casado
la abuela estudiando la alianza
—No es de oro es de latón
y qué diferencia si latón, se la enseñó a la cocinera y la cocinera con respeto
—Sí señor
mientras le ataba la servilleta al cuello
—Ahora que se ha casado no vaya a ensuciarse
qué culpa tenía él de que el arroz en la cuchara gotease sin quedarse en la mano, la extranjera rubia ninguna alianza y sin embargo el matrimonio obvio, los eucaliptos lo sabían, los fresnos lo sabían y el hecho de que los eucaliptos y los fresnos lo supiesen ya era suficiente, previno a Virgílio
—No soy un niño soy un señor
y Virgílio con una expresión que prefirió no descifrar
—Señor
sin consentirle coger las riendas ni colocarse en el asiento
—Métase ahí atrás con las patatas que este trasto se vuelca
se consoló pensando que el señor obispo atrás en el coche, era un diácono sin importancia quien iba delante, el señor obispo daba su guante a besar en las pausas de las bendiciones mientras las viejas de luto
—Eminencia
y las campanas con un repique festivo, le pusieron más licor entre hipopótamos y cocodrilos
—Otra gota chico no todos los días se junta la familia
y un mareo, un peso, el sujeto del buque elogiándolo
—Aguanta como un almirante
la salita a la izquierda y a la derecha imitando las mareas, el sujeto del buque
—Ya se ve que tenemos la misma sangre se ríe del alcohol como yo
y se reía del alcohol encogido en el sofá donde un muelle perverso le torturaba la espalda, el enfermero
—Ni una manchita en el pañal
y sangre fuerte, segura, la mujer que se llamaba Luísa rodeándole los hombros
—Creo que el pobre se ha dormido
y mentira, veía las traseras de los edificios, barro invernal, un patio, pensó pertenezco a este lugar o al pueblo, para alegría de la madre dijo
—Gracias
al señor Casimiro y a su esposa que se enternecía con el mundo
—Qué gracias tan bonitas
su madre orgullosa de que las gracias tan bonitas
—Cuando quiere es adorable
sin notar que el amor en un carromato de ganado asomándose por las rendijas de las tablas, sin notar que un ojo suyo
—Madre
cuando el señor Liberto agitó la bandera y el tren se marchó, la gota en el zapato
—Mírame el corazón
el apeadero encogió y solamente árboles, el límite del pueblo perdido, la señora de las flores
—Alfredo
y él observándola minúsculo, incapaz de responder.