2 DE ABRIL DE 2007
Alguien ha muerto en el hospital, él u otro porque más voces en el pasillo, más pasos y la puerta cerrada con un con permiso apresurado dándole la sensación de que nadie la volvería a abrir, se quedaba solo sin pastillas ni visitas, de pequeño su madre cantaba delante de la máquina de coser y él viendo cómo los dedos empujaban la tela, motorizadas alrededor del pinar con los hijos de los mineros que trabajaban en la resina, por qué la sangre de los árboles tan lenta y no roja ni marrón, blanca, habrá más mundos en el interior de este y si los hay quién vive en ellos que no lo veía, alguien ha muerto puesto que docenas de criaturas en el hospital aunque empezase a creer que él solo, la señora de la bata amarilla que subía la persiana por la mañana dirigiéndose no adivinaba a qué enfermo
—Ay doña Lurdes doña Lurdes ha vertido el té
y las disculpas de doña Lurdes un hilo avergonzado, por lo menos doña Lurdes con él suponía que bajo luces idénticas y la lluvia en los marcos hacia el mismo futuro de golondrinas o entonces una maniobra para engañarlo, una mujer haciendo de señora con una bata amarilla y una segunda mujer haciendo de doña Lurdes, ni una gota de té ni una pizca de consideración, risitas de burla, si girase la cabeza las distinguiría dándose codazos
—Qué tonto
sin entender que no lo engañaban, pedir al que lo observaba que mandase una nota a Virgílio y la carreta esperándolo abajo, cuál la distancia de Lisboa al pueblo, cuánto tiempo del hospital a casa soltando patatas por la carretera, la espalda de Virgílio, no la boca, hablando
—No se ponga nervioso que ya llegamos chico
y el dolor en la habitación vacía para que el médico lo repartiese entre los enfermos, no se salía del hospital con él, no hay dolor para todos, al dar el alta revisaban los bolsillos
—¿Dónde está el dolor?
anunciando
—Lo que ha gastado del dolor va en la cuenta
a lo mejor el futuro de las golondrinas también pagado y el miedo a morir carísimo, hasta la lluvia les debía, el responsable de las nubes preguntando a su compañero
—¿Cuántos litros de lluvia para la cama once?
el compañero buscando en la libreta
—Por lo menos uno y medio tengo que confirmarlo en el higrómetro
él que perdonaba la lluvia, qué haría con gotas que no había usado y si las tocase no gotas, una serosidad en la que casi no reparaba, una tarde el abuelo surgió del periódico y en el párpado de abajo también una serosidad, dónde la ha comprado que no es capaz de escuchar los castaños ni los insectos de la viña, es posible que se escuche a sí mismo pero qué palabras dice, la abuela le traducía el silencio
—Quiere repetir cocido
y entonces entendí que el Mondego una melancolía costosa luchando por expresarse, a aquello lo llaman río y vamos sobre él con la esperanza de que en dirección al mar cuando ningún mar, pinares, ganas de conocer a doña Lurdes y preguntarle por educación
—¿De qué va a morir?
con la hija respondiendo por ella
—Un problema en la aorta
los dientes de doña Lurdes todos al aire, inútiles, la nariz un diente que sorbía mordiendo el aire al azar, muerda el aire doña Lurdes, muérdase a sí misma, devórese mientras su hija le agarra el brazo dejando ahí la manga, le apetece que la ayude a devorarse como hago yo misma, ya me he comido el cartílago que se mueve bajo la piel al darme las medicinas
—Una pastilla buena para un niño bueno
y el niño bueno aceptándola porque aceptarla es parte de los niños buenos, no contradicen las órdenes, tenía economía para dos o tres golondrinas que a finales de mes no son fáciles, no le den una bandada, el abuelo detrás del periódico
—¿Y ahora?
y ahora se va distrayendo con los paseos por la viña y siga alineando los cuadros midiendo el espacio entre los marcos y los muebles, tachando una sinalefa a lápiz para acertar mejor, al equivocarse se pasaba el dedo por la lengua de modo que en lugar de la sinalefa una mancha, la abuela
—Por lo menos se entretiene
y no se entretenía porque los gestos sin alma, en cada uno
—¿Y ahora?
acabados los cuadros nos miraba con extrañeza, por qué están aquí, porque estoy yo aquí, a lo mejor exagero puesto que no me acuerdo bien de él, tengo idea del lápiz, tengo idea de los cuadros, el del naufragio, el de los caballos, el del gatito blanco y el gatito negro jugando con un ovillo, tengo idea que el abuelo
—Buenas noches
no a nosotros, a una persona que lo cuidó de pequeño, lo tranquilizó
—Me quedo aquí
sin alejarse de la cama, estaba con él hasta que se dormía y si se despertaba allí estaba en la oscuridad, la abuela
—Juraría que una criatura con nosotros en la habitación
y en verdad una criatura señora, la sentía entre la terraza y el armario y creía que una mujer pero qué mujer, una pariente, la madrina o el ama que ignoraba si tuvo y si la tuvo ni una fotografía rota, no preguntaba
—¿Quién la ha dejado entrar?
porque era evidente que el abuelo abría la puerta de atrás cuando ella en misa, preguntó al señor Liberto si se la había encontrado en la estación y el señor Liberto un círculo con la bandera
—Hace semanas que no viene nadie
el farmacéutico apartando espectros
—No puede ser
Virgílio ofendido
—En la carreta patatas
o sea el mundo entero conspirando contra él y sin embargo una voz de una época que no era la suya como en la casa donde se suicidó el dueño de la fábrica hace ochenta años y en la que hasta a las viejas les daba miedo entrar, una casa con balconcitos y paneles de azulejo a la que le faltaban rombos, los campesinos se cambiaban de acera para no pisar su sombra conscientes de que la muerte esperando en un desván, una cuerda colgada de una cenefa y acuarelas de sujetos que no borboteaban ni en el cementerio, la abuela una niña espiando el jardín hasta que su madre con gran agitación
—Vete de ahí
porque quien se acercó está lleno de pelo y anda a cuatro patas por la sierra o salía de un seto para clavarse descalzo delante de nosotros
—Pan pan
la gota en el zapato
—A partir de un momento determinado el cerebro divaga
y es verdad, divaga, no sufren, pierden el interés, no se preocupan, se enajenan, confunden el hospital con una casa, planean marcharse como si marcharse fuese fácil, nadie se marcha ni siquiera nosotros los saludables, echamos raíces suponiendo que nos desplazamos y si nos desplazamos todo se desplaza con nosotros, mi esposa o la deuda con el banco que no logré saldar, el sujeto del mostrador
—Dos meses más y un embargo piénselo usted
con la tos de mi padre
—Ay de ti como te ensucies
solo que en el caso de mi padre un lento desdén
—Y esto quiere ser médico
muchos años después, ya la gota en el zapato dirigía la enfermería, cuando la próstata del padre empezó a multiplicarse y la gota en el zapato intentó ayudarlo el desdén de vuelta
—¿Qué entiendes tú de enfermedades?
no el padre debilitado, el padre de antes, lo recordaba recortándose los pelos de la nariz con unas tijeritas que se limpiaba en los pantalones, le ofrecía las orejas a la madre
—Córtame todo lo que salga de ahí
la madre metida hasta los hombros en dos agujeros negros
—Si te mueves te corto
el padre incluso en el nicho, con media docena de claveles en un vasito de hierro, no dejaba de perseguirlo
—Seguro que matas a todos los desgraciados que caen en tus manos
y por lo tanto él un desgraciado que cayó en manos de la gota en el zapato, un dolor que no esperaba en la cadera, una especie de vértigo, una especie de mareo, el enfermero, no el de costumbre, un mulato, enseñando el pañal
—Sangre
y las golondrinas sin venir, tal vez marzo, no abril cuando la abuela anunciaba
—Han llegado las golondrinas
y la hiedra de casa se llenaba de moscardones, por qué tanta excitación con las golondrinas abuela, hacen nidos con porquerías, manchan los escalones, lo estropean todo, en cuanto la gota en el zapato
—Moco y sangre
el padre desde el nicho, feroz
—¿Qué sabes tú de eso?
si pudiese no enfadarse, ordenarle
—Déjeme en paz señor
deseando que los pelos de las orejas no dejasen de crecer mientras la madre sin tijeras en otro nicho, el dolor de la cadera se extendió a la rodilla, relampagueó en la tibia, se detuvo, qué rollo golondrinas, despertar con el aleteo y él sobresaltado
—Me ha llamado el dueño de la fábrica
caminando hacia la cuerda arrastrando una silla, subiéndose a la silla, ajustándose el nudo, empujando la silla y ninguna enfermedad, ninguna gota en el zapato
—A partir de un momento determinado divagan
se acabaron la abuela, la madre y la extranjera rubia del hotel de los ingleses, queda una pelota de tenis saltando sobre la valla, no pisen la sombra de la casa que echo a correr por el pasillo cubierto de pelo o salgo de una esquina
—Pan pan
con garras afiladísimas y una grupa de lobo, la abuela al encontrarme a gatas en el salón
—¿Qué escenita es esta?
y no es una escenita, soy yo, estrangulo gente, apártese, la gota en el zapato vencida por el padre pensando en el nicho donde una caja pequeña, la madre sentada a la máquina de coser cantando y al oírla el dolor menguaba y el corazón tranquilo, el padre de la gota en el zapato detrás de su media docena de flores
—¿Al menos ya te bañas?
el dueño de la fábrica con unas botas de charol cansadas de balancearse a medio metro del suelo
—Naciste siglos después que yo
comprobando con curiosidad que la especie humana ha evolucionado y no ha evolucionado ni esto, la esposa dando vueltas con el corpiño aplastando la grasa
—Ay Mateus
y el señor Mateus entendiendo la vida y sin gustarle lo que entendía
—No soporto esta miseria
cogía por sorpresa a la contable y la dejaba recomponiéndose, el hijo en la Marina Mercante trayendo arcas de alcanfor que es lo que se planta en las olas como en el pueblo eucaliptos, la hija casada con un agrónomo enumerando las cucharas de la cubertería celosa de su herencia
—Faltan dos mamá
y no faltaban dos, faltaban cinco, quién ha tocado los estuches, alguien ha muerto en el hospital, él u otro porque más voces en el pasillo, más pasos y la puerta cerrada con un con permiso apresurado dándole la sensación de que nadie la volvería a abrir, se quedaría solo sin pastillas ni visitas, una vez durante la cena preguntó al tío
—¿Usted es hombre?
la abuela torturando la servilleta y la madre pellizcándolo con fuerza por debajo del mantel, el señor Mateus encontró la cuerda en el último arca de alcanfor que trajo su hijo, chinos con falda conduciendo búfalos jorobados, al tapiar la mina de los ingleses desaparecieron y el hotel empezó a descomponerse de arriba abajo, chimeneas que se ablandaban y el desplumar del tejado, la gota en el zapato pensó en cambiar las flores del nicho sustituyéndolas por rosas amarillas pero tuvo miedo de que la caja
—Rosas amarillas el tonto
y por consiguiente rosas amarillas no, violetas, la abuela señalando el periódico
—¿No parece raro tu abuelo?
y no parecía raro, solo que no hablaba con ellos salvo el
—Buenas noches
destinado a una pariente, la madrina, el ama que la abuela ignoraba si tuvo y si la tuvo ni una fotografía rota, estaba con él hasta que se dormía, no se alejaba de la cama y si se despertaba allí estaba en la oscuridad, la abuela
—Juraría que una criatura con nosotros en la habitación
y en verdad una criatura señora, creía que una mujer porque de vez en cuando el abuelo
—Adelina
abría la puerta de atrás cuando la abuela en misa, el padre de la gota en el zapato con docenas de próstatas y la memoria escapándose hacia regiones privadas donde una señora de edad abría un libro de imágenes con palabras debajo, Árbol, Yegua, Iglesia, Huevo, Oso
—¿Qué tiene de malo divagar tú nunca divagas?
dentro del nicho aprendiendo de nuevo las vocales, el señor Liberto en la estación
—Hace semanas que no llega nadie
con el horario de los trenes deshecho en la pared y el rápido de la una sin pararse, desierto, estamos todos aquí menos su nieto en el hospital en Lisboa bajo tres luces fijas esperando que en las pantallas una línea continua, el enfermero dudaba si quitarle los tubos, el capellán con una gota de aceite
—No vamos a tiempo pero no viene mal
hace semanas que no llega nadie de modo que solamente viejas con chal, algunas gallinas moviéndose por la plazoleta gracias a la palanca del cuello y la carreta de Virgílio en la vereda de las moras, el padre de la gota en el zapato, abandonando las vocales
—¿Al menos sabes leer?
y el olor de la vereda tranquilizándolo, tenía seis, siete años, veía los grajos en la huerta observándolo de lado y sus voces de gente sin simpatizar con él, no simpatizaban con el universo entero menos con el sacristán que les dejaba cortezas de pan con la esperanza de juntarlas al arroz de la comida, intentó descubrir si anidaban en un olmo, en el suelo o en los matorrales de la sierra entre cabañas caídas, llegó a las mimosas donde empiezan las rocas y se paró por el miedo, la gota en el zapato mirando alrededor para comprender si los enfermeros lo habían oído
—Creo que lo sé señor
sin que la pulsera de la muñeca lo protegiese del padre e indignándose con la pulsera, si tuviese a mano una navaja la cortaría, pisaría el pedal del cubo y tiraría dentro aquella cuerda inútil, el dueño de la fábrica subió los escalones del sótano con las botas de charol, la izquierda haciendo ruido y la derecha muda, qué pasa con la bota, al atravesar la cocina la nuca de la cocinera lo emocionó por su olor a arbustos y el dueño de la fábrica luchando con el olor y escribiendo despedidas en la salita donde otra arca de alcanfor reforzó su decisión, cuántos chinos con falda, cuántos búfalos jorobados en los arrozales del mueble, la caligrafía tan difícil como la del corazón en la pantalla, presintió a su esposa luchando con el corpiño triturando las costillas y la nuca de la cocinera volvió por unos segundos aunque ningún olor, en el primer piso la habitación de las cenefas moradas donde recibían al obispo y el dueño de la fábrica no examinando las cortinas, examinándose a sí mismo
—No soporto esta miseria
mientras su hija rondaba las platas fijándose en todas las minucias, cada bandeja, cada azucarero, cada candelabro y el marido apuntando las porcelanas en la agenda
—¿Los ceniceros de Limoges están bien?
el dueño de la fábrica
—Ay Mateus
y el
—Ay Mateus
le hizo decidirse, calculó la resistencia de la cenefa sin gritar puesto que en el hospital no se grita, se estudia el cuerpo calculando infortunios, la madre cantaba frente a la máquina de coser y él acompañándola en la enfermería, recordaba unos versos, no recordaba otros, cuando no los recordaba iba tarareándolos con la boca cerrada, por ejemplo Quién quiere ver la barca bonita se lo sabía pero la madre casi nunca la barca bonita, Quién quiere ver la barca bonita que se va a acostar al mar Nuestra Señora va en ella los ángeles remando van, versos piadosos que le gustaban a la abuela, ¿se acuerda de la barca bonita señora?
—Ya no tengo edad para eso pequeño
y qué edad tendría, sentía el cambio de las estaciones en el agua de los huesos
—Ha llegado el otoño porque se me ha agarrado a la pierna
y una zapatilla arrastrándose, el abuelo
—Adelina
y ella
—¿Adelina?
metiendo los dedos en el baúl de la memoria y ninguna Adelina, tulipas de gasa, una linterna sin pilas, el señor Castelo que le sacaba monedas de la nariz
—No me imaginaba que eras tan rica
le acercaba la mano a la cara y al abrirla un puñado de monedas, probaba sola y ni un céntimo de muestra, el señor Castelo le daba una de las más pequeñas y sepultaba el resto en el bolsillo
—No quiero que te enriquezcas demasiado
no se las daba, le robaba, pensaba que las monedas le daban picores al salir y equivocado, tan fácil, si fuese capaz de sacar dinero de sí misma compraría un cisne de cobre en la feria, con el cuello parecido a los anzuelos de las perchas y una verruga en la base del pico, el abuelo ya enfermo no a ella, a una mujer invisible
—No me dejes
con una voz idéntica a la de la barca bonita pero sin arrugar las palabras, el farmacéutico
—¿Adelina?
y en la cara del abuelo lo que tal vez fuese una sonrisa, el enfermero en el hospital
—Parece contento el canalla
tras la muerte del abuelo una marca de un cuerpo en una esquina de la colcha intrigando a la abuela y el señor Liberto con la bandera enrollada entre el pecho y el brazo
—No ha vuelto a haber pasajeros señora
porque o no había trenes o no paraban allí, nubes de vapor sin vagones y un silbido sin origen que daba escalofríos a los pinos, el autobús seguía en la plazoleta con el afinador imaginando que avanzaba a lo largo de la carretera, la gota en el zapato incapaz de decidir entre las violetas y las rosas temiendo la ira del padre
—Flores qué mariconada
ultrajado por el perfume, habrá más mundos dentro del nuestro y si los hay quién vive en ellos, hay momentos en los que se adivinan presencias, la jarra por la noche vertiendo agua, se baja a la cocina y el recipiente vacío, señales que dejan las manos al coger las cosas, habrá más gente en el hospital o él el único y doña Lurdes una comedia, cómo cayó en la tontería de permitir que lo operasen, el padre de la gota en el zapato
—¿Ha creído a mi hijo?
falsificaron los análisis, le metieron la angustia en las gotas del suero y las manchas en la radiografía qué demuestran, en las películas no faltan manchas, los dolores no le pertenecían, lo obligaban a comprarlos, el trabajador del hospital
—¿Cuántas le hemos vendido esta semana?
sacando golondrinas de sus paquetes de cartón y reduciéndoles la capacidad de volar, quítenme el problema de la columna que tampoco es mío, me lo han impuesto por cuatro perras al contrario que la primavera que es cara, el enfermero al apretarlo contra la almohada
—No me obligue a hacerle daño amigo
le pareció que un tordo y no tordo, un pétalo pegado a los marcos, el dueño de la fábrica amarró la cuerda a la cenefa, primero un nudo, después otro, la agitó, la dobló, se colgó de ella y aguantaba, hizo un lazo y se aseguró de que se deslizaba, metió el cuello
—Ay Mateus
y perfecto, el trabajador a su compañero
—En principio media docena de golondrinas son suficientes
y alguien ha muerto en el hospital, él u otro porque más voces en el pasillo, más pasos y la puerta cerrada con un con permiso apresurado dando la sensación de que nadie la volvería a abrir, se quedaría solo sin pastillas ni visitas, el dueño de la fábrica con la nuca de la cocinera en la memoria y el corpiño horrible de su esposa
—No soporto esta miseria
como él en la enfermería porque ahora todo se revolvía, los pulmones, el esófago, algo latiendo en la barriga, la abuela de niña espiando el jardín hasta que su madre con una gran agitación
—Vete de ahí
porque quien se acercó está lleno de pelo y anda a cuatro patas por la sierra o salía de un seto para clavarse descalzo delante de nosotros
—Pan pan
con una monotonía sin fin, la gota en el zapato a visitas que no conocía, conocía al abuelo
—Adelina
la gota en el zapato
—A partir de un momento determinado el cerebro divaga
y con el cerebro divagando el dueño de la fábrica se apretó el lazo, oyó
—Ay doña Lurdes doña Lurdes ha vertido el té
y una risa de escarnio que enmudeció de repente sustituida por el susurro de los fresnos.