28 DE MARZO DE 2007
Dejó de ser persona sin darse cuenta, era un pez en un agua más espesa que el agua, que los demás llamaban aire y él también llamaba aire antes del dolor que no llegaba a dolor
—Le aseguro que no le va a doler
y por no llegar a dolor le molestaba más, quería su dolor allí, encontrarse vivo a través del sufrimiento y al final él un pez moviéndose de vez en cuando no un brazo o una pierna, una aleta suelta y abriendo la boca sin una palabra, los demás
—¿Qué ha dicho?
y no decía nada de nada salvo ampollas mudas, en las ampollas
—Denme mi dolor
y le negaban la dignidad del dolor, encima del agua el reflejo de las luces descomponiéndose y reconstruyéndose para descomponerse de nuevo, por un instante creyó que se había ahogado en el pozo y que la cuerda del cubo iría a buscarlo pero faltaban el olor de los pinos y el hálito de la sierra, el dolor se acercó para observarlo y desapareció sin tocarlo, otras formas en el agua además de él y del dolor, la extranjera rubia de la piscina alejándose y por qué nombre llamarla, si supiese su nombre ella como mucho un gesto y seguiría andando, intentó llegar a la superficie donde se encontraban las visitas y se acordó de un amigo del abuelo, el señor Hélio, luchando los domingos con los escalones, levantaba uno de los pies agarrado a la pared y conquistaba el primero con una dificultad temblorosa, no dejaba que lo ayudasen
—Lo hago solo
con el cuello sobrepasando la corbata y la nariz enorme, el domingo de Pascua cayó sobre el plato, en medio de la comida, como una pieza de ajedrez y el abuelo en la terraza en su torre de silencio, cuando la madre escribió la noticia le devolvió el papel que no leyó, solo lo atravesó, como hacía con el periódico, sin una sola alteración, callado, igual que él sin una sola alteración, callado, casi en la superficie del agua donde las luces daban lugar a personas, al levantar al señor Hélio del mantel la seguridad de que lo observaba como observaba los escalones estudiándolos enfadado y la madre sin atreverse a romper el papel por consideración a la muerte, muchos años después lo encontró en un cajón, a lápiz, con mayúsculas torcidas, entre botecitos de barniz, guantes y un tirador antiguo que no abría salones, abría más vacío en el vacío, cómo escribir la muerte a no ser con mayúsculas torcidas y la madre con el alma llena de murciélagos, quien insista en que los muertos no viven no conoce el mundo, el papel debe continuar entre las ruinas de la casa y el señor Hélio en frente valorando el esfuerzo, los gitanos ocuparán el patio y las viejas se harán dueñas de la cocina, una pariente le apretaba los dedos
—¿Les parece que entiende?
y entender el qué, el dolor, la extranjera rubia de la piscina, las manchas que ya no había, había secretitos detrás de las manos que no conseguía oír, el señor vicario traía la escopeta de los conejos y andaba por la sierra con ella, las criaturas del pueblo no pasaban de los fresnos por miedo a las aldeas desiertas y a los utensilios a la entrada de las casetas, sachos, cubos, esteras, sin confiar en el señor vicario porque volvía intacto con trozos de animales colgados del cinturón, cuélgueme del cinturón señor vicario y sáqueme del hospital, atraviese los pasillos mientras choco contra sus muslos y entrégueme a la gobernanta para que me desplume, al confesarse el señor vicario un esbozo de cruz y él recorriendo la lista de los pecados, gula, envidia y pereza era capaz de imaginárselo pero qué significa lujuria
—¿Qué significa lujuria?
la abuela que pelaba damascos también perpleja, le dio al cerrojo del tío con los hombros goteando antes de España o del pozo, indiferente a abejorros y sapos, mira los caramelos del señor Casimiro que se quedaban siglos entre los dientes y que la uña no era capaz de arrancar
—Déjame el diccionario
lo puso a la izquierda de los damascos, lujuria, palabras enigmáticas por las páginas, eritrocitosis, gramínea, lebrato, lujuria y la abuela recorriendo la lujuria recitando en voz alta vigor, magnificencia, comportamiento desordenado en relación a los placeres del sexo, lascivia, concupiscencia, superabundancia, lujo, exceso de ardor, demasiada fogosidad, ver sinonimia de indecencia y lubricidad, ver antonimia de inocencia y lo repitió todo en la iglesia añadiendo, por si acaso, la gramínea y el lebrato, el señor vicario inmerso en una cascada que le obstruía el razonamiento
—Reza un avemaría y márchate
al marcharse le escuchó
—Lebrato
con los conejos en la cabeza, hocicos sin descanso y pinzas acolchadas de patas, el Mondego bajaba en un hilito entre terrones de tierra, los esperaba a la salida de las madrigueras y el tiro se ampliaba de valle en valle volviendo los matorrales cóncavos, deletreando
—Lascivia
—Concupiscencia
—Fogosidad
desorientando a los grajos y los cuervos que salían disparados del maíz
—Exceso de ardor
bajando de golpe sorprendidos
—¿Cómo exceso de ardor?
El que le regulaba el suero a un compañero suyo que él no veía
—¿Entiendes lo que dice este idiota?
como si fuese posible entender a alguien en esta vida, siempre que volvía a la confesión el señor vicario lo apartaba con una cruz rapidísima
—Estás listo para el cielo desaparece
la abuela le gritó al tío sin atreverse a coger el diccionario como tampoco se atrevía a coger un alacrán
—Llévate este monstruo de la cocina
desorientada con miles de palabras cuyo uso ignoraba, artefacto, diégesis, iconoclasta, neonatología, el universo mucho más amplio de lo que creía y lo que no conocía, por ejemplo parafernalia, escondido en algún punto de la casa con las mandíbulas abiertas, existirían iconoclastas y artefactos en el pueblo, qué hacer si una diégesis
—Ven
la sala erizada de términos que no le querían y él en la superficie del agua más espesa que el agua que los demás llamaban aire y que él también llamaba aire pensando en el dolor que le habían quitado, no sabía qué en el cuerpo del cuerpo palpitando en la playa por la mañana de qué estaba hecho porque ninguna señal de persona, los primeros pájaros, los primeros detritus, una sonrisa
—Antoninho
pero qué persona y dónde, la mujer que traía la leche, la esposa del señor Casimiro, la contorsionista del Circo Ambulante Internacional encontrada y perdida a los dieciséis años, todo lo que había sido ahora cerca de él, la abuela le pidió a la criada que quemase el diccionario en el fogón, creyó habitar una mañana idéntica a la de la playa, el mar pálido a lo lejos, la espuma violeta, gorriones, en el mar no hay gorriones, albatros, no en plural, un solo albatros estirado en la brisa o un milano que encontró una cría de perdiz entre las retamas, el médico
—Mejoran y empeoran y así se van definiendo poco a poco
si al menos el milano se lo llevase en las alas pegado a las plumas como un trocito de tierra, la criada enseñándole el diccionario
—No cabe en el fogón
y por consiguiente la lujuria un pecado gigante, se hace una hoguera y se echa a ella la diégesis y el iconoclasta, qué trastorno es este tan pesado y tan ligero en los eucaliptos, son los ángeles enviados por Dios para corregir nuestros errores, tocan la trompeta en las estampitas, ponen una aureola sobre santa Maria Egipcíaca y combaten a los dragones, las páginas grises del diccionario se enrollaban y la cola del lomo se abría, le pareció que el tío mirando desde la ventana pero la cortina derecha, me confieso del pecado de lujuria señor vicario y el señor vicario sin escucharme despachando una bendición
—Te he dicho que te vayas ¿no?
con la sierra llena de conejos esperando y de vez en cuando un jabalí corriendo sobre sus patas minúsculas, lobos de los que solo se sabía por un tejón destripado como él destripado en la cama, quién me ha matado al llegar aquí y me sigue matando, vuelven con el pretexto de un caldo
—Solo tres cucharas señor Antunes
sin abrir la boca antes que él como hacía el abuelo ni darle ratoncitos de chocolate por el hilito de la cola, cuántos días el dolor esperando a ser dolor engañándome en relación a los erizos, no los noto y existen, fíjense soy un árbol, mandan a dos campesinos talarme como a un castaño y un vacío de barranco entre el pilar de granito y la casa, intentamos un paso y nos caemos solo no estoy seguro de hasta dónde, tiene que existir el otro lado y en el otro lado el mar por la mañana, grajos, fresnos, en el mar no hay grajos ni fresnos, en el otro lado olas y una cuna en la arena, el tío colocaba la maleta en la colcha sacando la ropa del armario para poder seguir hacia España, estos enfermos mejoran y empeoran y así se definían poco a poco, noches observando la ventana atento a los ruidos del hospital, un timbre mezclado con el sonido de un grifo y la sonrisa de sus dieciséis años dándole valor
—¿Qué tal?
él abrochándose el abrigo con miedo
—No soy capaz no sé
y en la terraza un edificio con la bandera sin fuerza a lo largo del mástil, la gota en el zapato señaló la pantalla con el meñique
—El corazón se ha alterado
con una caligrafía sin nexo para el médico y con nexo para él
—¿Qué hago ahora?
la cocinera enterró las cenizas del diccionario en la cuba tras las viñas para no estropear la cosecha, el señor Hélio desde hace siglos en el tercer escalón meneando la cabeza, cuando muriese le darían un papel a la madre y la madre incapaz de descifrarlo
—¿Qué es esto?
no es nada señora, no ha pasado nada, el padre con la ropa del tenis
—Por favor no se lo cuentes a mi mujer
quiso decir
—Padre
pidió
—Padre
y lo perdió, dónde está que no se sienta a mi lado
—¿Sabes?
qué pretendía contarme, mira un arpegio de doña Irene, mira la gota en el zapato
—Está mejor
y como estoy mejor aproveche, aunque me hunda en el agua más espesa que el agua consigo oírlo, el doctor más para sí mismo que para los demás
—Estas cosas a veces
mientras disminuía el oxígeno porque una manecilla roja del treinta al veinte, el dolor hizo referencia a pegarse y se detuvo deliberando ataco, no ataco, se echó atrás y ahora sí, se creía capaz de hablar, no necesitaba que le cambiasen el pañal, él se lo cambiaba, no quería que le quitasen las sábanas y los expusiesen a la luz, el señor Hélio en el quinto escalón
—Lo he conseguido
qué me persigue desde la ventana y no son personas ni árboles, era él mismo espiando como espiaba el tío a la secretaria con las mejillas entre las manos
—No soy hombre
y ningún sapo le satisfacía, un sábado su tío
—No aguanto el pueblo
y él asombrado porque le gustaban los trenes y la serenidad de mayo cuando los relojes inmóviles
—¿Qué hora es?
pasada una eternidad él de nuevo
—¿Qué hora es?
la abuela como la primera vez
—Las cuatro
y por lo tanto no eran los relojes sin cuerda, era el tiempo olvidado, hasta el tiempo se olvida como el abuelo se olvidaba de comer con el tenedor pegado a la boca, la abuela
—¿Qué tal?
y quién le aseguraba que después del
—¿Sabes?
el padre no se olvidaría también, no se atrevió a preguntar
—¿Sabes qué papaíto?
nunca lo trató por
—Papaíto
y sin embargo hubo ocasiones en que en su interior
—Papaíto
y él enfadado con el
—Papaíto
acordándose de la historia de la criada
—Por favor no se lo cuentes a mi mujer
y odiándolo con furia, por qué diablos vibran las estanterías y los tarros, la sonrisa
—Te ayudo
y enseguida ningún tarro y ninguna estantería, no he pecado señor vicario, no le molesto más con la lujuria que la abuela recorría con la nariz en la página, vigor, magnificencia, siglo XIV lujuria, siglo XIV lujurya, siglo XV lijuria, siglo XV llujuria, verbo lujuriar, ser, dar, producir con abundancia, echar follaje lujurioso, el señor vicario echándolo
—No reces ni un avemaría solo cállate chico
y en su cabeza no lujuria
—Lebrato
y trozos de animales balanceándose en el cinturón camino de la iglesia, el señor Hélio
—Tengo que conseguirlo
y el conejo levantándose a sacudidas, una vez de vuelta del Mondego un niño casi desnudo
—Pan pan
le sorprendió el miedo de su padre tropezando con las raíces, la abuela
—Allí no vive nadie ¿entiendes?
subía por los matorrales con una facilidad sin peso
—Pan
y mi padre y yo cada vez más nerviosos camino del pueblo sin encontrar la vereda, la abuela
—Ahí no vive nadie ¿entiendes?
o sea vive demasiada gente para que te lo pueda contar, el autobús de línea vacío y los trenes vacíos porque los pasajeros, y no se trata de pasajeros, lo aprenderás más tarde, se apean en el camino que lleva a los peñascos, la gota en el zapato tomándole el pulso
—Está subiendo
y trepan con sus fardos hacia las luces que descubrimos en la terraza por la noche, por qué crees que te mantienen en la enfermería sino para protegerte de la sierra, no es tu enfermedad lo que importa, son las nubes que llegan y el pozo donde el lodo se comunica con nosotros, castaños de mala muerte que si fuese por mí los cortábamos y tu abuelo haciéndose el sordo porque forma parte de esa gente, vino de la montaña con gran ceremonia y venias y no me atreví a decirle que no como mis padres tampoco se atrevieron a decirle que no de modo que se instaló en mi vida para transformarme en uno de ellos, intento huir sin que parezca que huyo, alejarme sin que parezca que me alejo, servirle para que se distraiga, quién te imaginas que pidió
—Pan pan
sino los hijos que tuve antes de tener hijos míos o los nietos que nacieron antes de que nacieras, qué supones que pretende tu padre al preguntarte
—¿Sabes?
tú no eres de mi sangre, eres de la sangre de la gente del autobús de línea, fíjate en las viejas con sus chales
—Un día te vendrás con nosotros
y un día me iré con ellas y con doña Irene, el señor vicario, todos, tu tío haciendo la maleta en su habitación el imbécil imaginándose que era posible viajar hasta España, nadie escapa del pueblo, no tenemos sangre, no tenemos carne, nos hemos secado, fíjate en mi piel, mis manos, en el vestido demasiado ancho porque los huesos menguaban, el enfermero sujetándole las piernas
—¿Otra vez se ha ensuciado?
no lo creas, no te ilusiones, no lo esperes, el padre y él cada vez más nerviosos y la iglesia y los cipreses balanceándose sin fin, cuándo habrán empezado a balancearse los cipreses, el señor Hélio en el felpudo
—Ya estoy aquí
y la bolsa de guijarros que arrastraba en el abrigo convirtiéndosele en cuerpo, qué escribía el corazón en la pantalla al verme
—Eres Antoninho ¿verdad?
desordenando las palabras mientras yo intentaba encontrarme con el dolor, ya que había perdido lo que tenía al menos que no perdiese el dolor, el padre
—¿Sabes?
no, el padre
—Más deprisa
y él sin bajar con los ríos, bajaban las hojitas, bajaban los huevos de saltamontes, una rama de sauce bajaba dando vueltas, nosotros no bajamos padre, el señor Hélio y el abuelo en la terraza y no creía que la abuela aceptara al abuelo por miedo
—Siga preparando los damascos no mienta
creía que iba a vivir y los médicos, satisfechos
—Enhorabuena enhorabuena
él no en pijama, con la ropa de la salud, un poco pálido es verdad, un poco cansado es verdad pero saludable, me lo he imaginado todo, me lo he inventado todo, me he curado, vivo en una casa en Lisboa, en septiembre voy al pueblo que ha cambiado tanto Dios mío, fábricas, rotondas, una iglesia más grande, gente que pregunta a los vecinos
—¿Te acuerdas de ese?
otro cura en lugar del señor vicario, unos veladores, un lago, la sierra es verdad pero cómplice, amiga, la gota en el zapato a las visitas
—El pobre tiene momentos de lucidez
y qué momentos de lucidez, la enfermedad ha desaparecido, el señor Hélio ya dueño de las palabras
—Estás creciendo chico
más alto que su padre y sin embargo el
—¿Sabes?
perturbándolo siempre, la gota en el zapato
—Momentos de lucidez pero menos
y su ignorancia, movió una pierna fuera de la cama y el enfermero colocándola en el colchón
—Qué manía
intentó responder que lo esperaban en el pueblo, que el niño
—Pan pan
y por culpa del niño tenía que despedirse y en su lugar el señor Hélio
—Eres Antoninho ¿verdad?
tengo que conquistar cada escalón, no caigo sobre el mantel ni escriben que he fallecido en mayúsculas torcidas y la madre mirando el papel sin atreverse a romperlo, no lo dejaba en la mesa, no lo dejaba en la cómoda
—¿Dónde pongo el papel?
no, la madre de ahora tanteando el aire
—¿Quién eres?
rozándole la cara con la punta de los dedos, la gota en el zapato
—Por ejemplo en este instante se ha ausentado otra vez
y realmente se había ausentado en un agua más espesa que el agua y allí encima el reflejo de las luces descomponiéndose y reconstruyéndose para descomponerse de nuevo, intentó sentarse en la bicicleta pero fallaron los pedales, colocó el erizo en el muro para aplastarlo con una piedra y la cocinera
—Se va a hacer daño chico
al mismo tiempo que la sonrisa
—No ha sido difícil ¿verdad?
esto en Lisboa o en el pueblo, no se acordaba con seguridad, se acordaba del médico
—Vamos a tener que operarlo
y él encogiéndose de terror, el mundo extraño a su alrededor y en la cabeza
—A lo mejor es sencillo
le preguntó al padre muerto
—No ha sido difícil ¿verdad?
pensando han cambiado los resultados, se han equivocado, se refieren a un sujeto cualquiera, no a mí, soy Antoninho, tengo dos dientes postizos, aprendí a montar en bicicleta a los siete años, hay momentos en los que estoy contento cuando mi padre
—¿Sabes?
tal vez queriendo avisarlo, en el manantial del Mondego ranas minúsculas en guijarros, el médico esperando y le sorprendió que su vida dependiese de un fulano vulgarísimo que pedía
—Un momento
para responder al teléfono
—Lo llamo más tarde pero en principio de acuerdo
y él entendiendo que ya no formaba parte de la vida, los dedos del médico paseaban sin destino por la mesa creando objetos que no había antes de tocarlos y él
—Mira una grapadora
un mochuelo con un estetoscopio
—¿De dónde ha salido este mochuelo?
una agenda de argollas en un día ya pasado y ganas de corregirla, por qué motivo las agendas de argollas insistiendo en lo que fue, también tenía una agenda y no la hojeaba, para qué, no diga
—¿Sabes?
padre, cállese, no es que no me guste su ayuda, es que no puede un pito por mí, el médico cogió el bolígrafo y lo soltó
—¿Quiere una semana para pensárselo?
pensar el qué, cómo, volver a casa en el interior de un cuerpo que aunque conociese no le pertenecía, se miró las manos, dijo
—Manos
y a qué manos hablaba, a las del médico, a las suyas, se acordó de la sonrisa animándolo y le volvió la cara a la sonrisa, qué mes tan raro marzo, qué primavera vacilante, la carreta de Virgílio en una esquina, el tío ayudando al señor Hélio a bajar los escalones y la madre
—Como un joven
una semana Dios mío, siete páginas de la agenda de argollas que dejaría en blanco y el corazón escribiendo un lamento sin fin, pidió
—No me interrumpan
cuando no le interrumpían, no llamaban a su puerta, no lo buscaban salvo el niño de la sierra
—Pan pan
sintió el eco de una pedrera donde golpeaban los canteros y doña Irene trayendo el arpa y masajeándose las falanges
—Cuántos años hace que no toco
en la superficie del agua más espesa que el agua el reflejo de las luces, tiene momentos de lucidez pero cada vez menos, la gota en el zapato
—Por lo general estos enfermos
y dejó de oírlo, oía el abismo de la enfermería y al señor vicario
—Lebrato
el tío pasando a su lado
—Antoninho
el señor obispo bendecía las jaras y ningún súbdito allí, la gobernanta del señor vicario ofreciéndole un racimo
—Para que te acuerdes de nosotros cuando te vayas
y suelas esperando en el portón preparadas para empezar a andar, le vino a la memoria una culebra en la huerta, buscó un trozo de ladrillo para matarla y la culebra se escapó, la primera nota del arpa bajó hasta él mezclada con el dolor que no llegaba a dolor
—Le aseguro que no le va a doler
y no le importaba el dolor, le importaba la sonrisa de sus dieciséis años
—¿Qué tal?
y él abrochándose el abrigo con miedo
—No soy capaz no sé
en la terraza un edificio con la bandera sin fuerza a lo largo del mástil, alféizares desde donde lo espiaban y la seguridad de que sabían quién era
—Antoninho ¿verdad?
el médico
—Señor Antunes
y él sorprendido con el
—Señor Antunes
porque no se trata por señor Antunes a un chico de dieciséis años, se le trata por
—Chaval
por
—Chico
engorda con un suspiro
—Ojalá tuviera tu edad
y se distraen de nosotros de modo que sin que se den cuenta le quitamos la aguja del suero, los pañales, la sonda, buscamos la ropa, corremos por la estación donde montones de periódicos de muchos meses esperando a que mi abuelo los leyese y no los leía, rodeamos la base de la sierra, las avispas nos persiguen por un momento y se rinden y aunque nuestro padre junto al manantial del Mondego
—¿Sabes?
y un niño
—Pan pan
no nos sentamos con ellos, abrimos los brazos como los milanos y giramos, sin peso, en una curva sin fin.