CAPÍTULO 4
París, domingo 3 de marzo de 2012
Paula colgó el teléfono. Lo dejó apoyado sobre la repisa del baño, alejado de las posibles salpicaduras de agua. Abrió uno de los numerosos botes que abarrotaban la encimera de mármol y comenzó a extenderse una refrescante crema hidratante. Mientras el cosmético iba penetrando en su piel, la periodista daba vueltas a la conversación que acababa de mantener con su marido. Su instinto le decía que Richard sospechaba de su comportamiento esquivo de los últimos meses. Hacía días que no se veían, semanas que no hacían el amor, pero eso no le preocupaba, lo que verdaderamente la tenía inquieta es que no lo echara de menos. Hace un par de años hubiera peleado como una leona en la redacción de su revista para que sus viajes no duraran más de un par de días. Ahora era ella quien los alargaba inventándose las más variopintas excusas.
Observó su rostro en el espejo, comprobando que no hubiera manchas de crema. Se quitó el albornoz y lo dejó colgado en una de las perchas del baño. Esta vez eligió una crema nutritiva de aceite de oliva. Los numerosos viajes a España con Richard la habían hecho adicta a algunos productos españoles.
Colocó uno de sus desnudos pies sobre la encimera y comenzó a extender la crema por la pierna. La piel iba absorbiendo con rapidez el bálsamo. Paula escuchó cómo se abría la puerta del baño y por el espejo observó que entraba James. Iba cubierto con el batín del hotel y, en cuanto la vio desnuda, la abrazó fuertemente por la espalda.
—¡Estás resplandeciente! —le susurró al oído.
Comenzó a besarla suavemente por el cuello. Sin prisas, fue subiendo hasta encontrarse con su boca mientras sus manos agarraban sus pechos suaves y calientes. Paula se dejó llevar. Trató de incorporarse bajando el pie de la encimera, lo que provocó que uno de los tarros se cayera al suelo derramando todo su contenido en el suelo del baño.
Paula pensó automáticamente en Richard. Seguramente en esa situación habría utilizado su frase favorita: «¡Ya te lo había advertido...!».