CAPÍTULO 3

Teotihuacán, domingo 3 de marzo de 2012

A pesar del madrugón no consiguieron evitar el atasco que diariamente se producía en las carreteras de salida de la capital. Richard ya era uno más en aquel maremágnum de coches cambiando de carril sin orden, haciendo tronar sus cláxones a cada segundo y dedicándose todo tipo de gestos obscenos por la ventanilla. Aquel tipo de conducción tan arriesgada le recordaba su infancia en España y los famosos autos de choque en los que se montaba siempre que había una feria, aquellos cochecillos metálicos que iban soltando chispas en cada curva, los terribles golpazos de frente con los amigos, las atronadoras canciones de Los Chichos y, finalmente, alguna reyerta con los macarras que siempre estaban al acecho.

Marc y Rul apenas hablaban. Richard sabía que hasta que no se tomaran un café bien cargado no serían personas. Decidió parar a desayunar en una gasolinera a medio camino entre la capital y la famosa ciudad sagrada, que se encontraba a unos treinta kilómetros del D.F. Richard grabó cómo desayunaban sus compañeros; sin duda, sería un toque divertido para el making of final.

Con el estómago lleno, ya se dibujaban levemente en la cara de sus compañeros algunas muecas que, poco a poco, se fueron transformando en sonrisas. Richard arrancó el todoterreno y encendió la radio. En ese momento hablaban de la visita de Obama a México D.F.

Y se espera que el presidente americano se reúna también con un grupo de empresarios de nuestra capital. Todo está dispuesto para la visita, aunque algunos colectivos han comenzado a manifestarse contra la llegada de Obama recordando que, al mismo tiempo que visitó con anterioridad el presidente americano nuestro país, comenzó a brotar la gripe A, que tan malas consecuencias tuvo para el pueblo mexicano...

—¡Vaya chorrada! ¡Cómo somos los periodistas! Ahora intentando justificar la gripe A con la visita del presi... Bueno, esto lo arreglo yo con Los Tigres. —Sacó de la mochila unos cuantos CD que le había dejado Fernando. Puso el primero que cogió.

Que es lo que andaaaan pregonandoooo... rataaaas de mil agujeeeeros cuando se notaaaa la envidia se les sale por el cueroooo y para no envenenaaaarse tienen que hacer lo del perroooo... Dimeeee de lo que presumeeen y les diréééé qué careceeeen... el sol por más que calienta en las noches no apareceeee, pero aquellos vanidosos ni el diablo los favoreeeece...

La música de Los Tigres les acompañó hasta el recinto de Teotihuacán. Se acreditaron en la entrada y dejaron aparcado el todoterreno. A partir de ese momento, la jornada tendría que discurrir a pie. Antes de poder grabar nada, Richard se acercó hasta las oficinas para abonar el importe solicitado para las grabaciones.

—¿Cincuenta dólares por el trípode? ¿Qué pasa? ¿Me ves cara de turista o qué?

A Richard le indignaba que le sacaran dinero hasta por respirar.

—¡No se me altere, licenciado! ¡Son las normas! Yo cumplo órdenes. ¡Ah, se me olvidaba...! Les acompañará un funcionario para indicarles dónde pueden poner el tripié y dónde no, porque hay algunos lugares que se pueden deteriorar. Además, les hará de guía. —Sonrió socarrón—. ¡Y gratis!

Richard respiró... ¡y pagó! En la puerta de las oficinas les esperaba el joven que les acompañaría durante toda la jornada.

—¡Bueno, chicos, vamos a empezar! —Richard comenzó a organizar a su equipo—. En principio, he quedado con la arqueóloga a las once, por lo que tenemos tiempo para hacer una entradilla y unos cuantos recursos. Vamos a coger el material del coche y comenzamos antes de que apriete más el sol. Hoy va a ser un día duro.

Rul cargaba con el trípode y la mochila para el sonido, Marc con la cámara y Richard con su mochila, donde llevaba algunos apuntes sobre la ciudad sagrada, su videocámara y su inseparable Moleskine con sus dibujos. Comenzaron a caminar escoltados por el joven guía bajo un sol abrasador. A cada pisada se levantaba el polvo de la árida explanada y en sus ropas se empezaron a dibujar las marcas de sudor. Después de andar unos cuantos metros divisaron a lo lejos una de las pirámides escalonadas.

El complejo azteca estaba dominado por dos grandes pirámides: la del Sol y la de la Luna, separadas por una gran avenida de unos cuatro kilómetros, llamada avenida de los Muertos. A ambos lados de la amplia calle había diseminadas decenas de construcciones de lo que debieron de ser en tiempos pequeños templos de piedra. Richard ya había visitado en un par de ocasiones el impresionante complejo. Ahora miraba divertido la cara de sorpresa de sus compañeros. Teotihuacán realmente fascinaba cuando se visitaba por primera vez. Sobre todo, llamaba la atención el laborioso trabajo de conservación que durante años se había llevado a cabo en la ciudad sagrada. Pocos monumentos antiguos en el mundo se encontraban en tan buen estado.

—Disculpe, licenciado. —El guía se acercó hasta Richard—. Si ustedes quieren tener una buena toma de toda la ciudad, ahorita mismo yo les puedo llevar hasta allí enfrente. Ese elevado es el mejor lugar para que ustedes puedan reportear.

—¡Pues hale! —dijo Richard, divertido—. ¡Vamos allí a reportear!

El guía había acertado. Desde el pequeño alto se divisaba por completo todo el complejo azteca con claridad. Richard recorrió con la mirada las construcciones de piedra, que seguían intactas a pesar de que por ellas habían discurrido miles de años. A esas horas ya deambulaban bastantes grupos de turistas que se afanaban en superar los elevados escalones de las dos pirámides deseosos de llegar a la cima y librarse así de los insistentes vendedores ambulantes. Muchos de los que allí subían se quedaban exhaustos a los pocos escalones: la medida de los peldaños y la altitud hacían que la ascensión se convirtiera en toda una proeza.

Richard observó durante unos segundos más la impresionante construcción. «Seguramente, por estas inclinadas pendientes habrán rodado cientos de cabezas arrancadas para los rituales que en su día se celebraron aquí», pensó. De repente, se le presentó la imagen de los corazones palpitantes de su terrible sueño.

—Marc, ¿te parece si montamos aquí el trípode y hago una entradilla con las dos pirámides de fondo?

—¡Me parece perfecto! —Marc se giró para preguntar al guía—: ¿Aquí se puede instalar el trípode? —El joven contestó afirmativamente con la cabeza.

Richard repasó sus notas mientras se colocaba bien la ropa y se peinaba con los dedos su frondoso pelo castaño, que siempre, como buen reportero televisivo, llevaba arreglado lo suficiente para tenerlo largo pero que, a la vez, no necesitara mucho peine. Trucos de televisión. Rul le colocó el micrófono inalámbrico mientras Marc buscaba el mejor plano. El cámara pidió a su ayudante que cogiera un reflector para captar mejor la potente luz que el sol les regalaba. Cuando todo estuvo preparado, comenzaron a grabar.

Richard se situó justo donde le señaló el cámara. Marc levantó la mano.

—¡A mi señal cuentas cinco y dentro!

Richard contó mentalmente hasta cinco y comenzó.

—¡Bienvenidos a Teotihuacán, la llamada morada de los dioses por la civilización azteca! Por esta avenida de los Muertos paseará en breve nuestro presidente, al igual que hace dos mil años lo hicieran los habitantes de una civilización desaparecida misteriosamente, un enigma que aún, hoy en día, siguen investigando infinidad de arqueólogos llegados de todos los lugares del mundo.

»Justo detrás de mí se pueden distinguir dos impresionantes pirámides: la del Sol y la de la Luna. Todos los años se acercan hasta este recinto sagrado miles de personas para recibir el solsticio de verano e invierno. Todos los que recorren estas antiguas calles lo describen como algo mágico, una sensación que seguramente también vivieron sus primeros pobladores.

»Pero en este año que ha comenzado, este recinto también está acogiendo decenas de ceremonias sagradas que realizan los más estrafalarios chamanes anunciando, apoyándose en el famoso calendario maya, la llegada inminente del fin del mundo.

Richard se mantuvo unos segundos más frente a la cámara sin moverse.

—¡Bien, por mí vale! Si queréis, podéis ir grabando algunos recursos mientras voy a buscar a la arqueóloga.

Cogió su mochila, sacó su videocámara y comenzó a filmar a sus compañeros mientras se alejaban cargando el material ladera abajo, rumbo a la famosa avenida de los Muertos.

Richard regresó hasta la caseta de entrada y allí preguntó por el equipo del doctor Cabrera. Al parecer, estaban trabajando a unos cuantos metros de la ciudad sagrada, en un enclave donde se habían encontrado restos enterrados de lo que podía ser un asentamiento de antiguos pobladores mexicas.

A pesar de que aún no era mediodía, el sol comenzaba a brillar con fuerza. Richard se bebió de un trago una botella de agua. Se secó el sudor con un pañuelo y respiró profundamente. Distinguió a lo lejos a un grupo de personas arrodilladas trabajando alrededor de una excavación, seguramente en ese grupo estaría Rosa, el contacto buscado por Fernando para que les hablara de los habitantes de Teotihuacán.

Richard se acercó a un joven vestido de Coronel Tapiocca que limpiaba con un cepillo lo que a primera vista parecía un trozo de cerámica.

—¡Disculpe! ¿La arqueóloga Rosa Velarde?

El hombre, sin levantar apenas la cabeza, le señaló una morena que trabajaba a unos pocos metros.

Según se iba acercando, Richard comprendió por qué Fernando, al hablar de la arqueóloga, le había guiñado un ojo cómplice. Rosa se encontraba dibujando en una polvorienta libreta una pieza que en su origen debió de ser un jarrón. Las formas que se perfilaban bajo la camiseta verde de tirantes llamaron inevitablemente la atención del periodista. Poco a poco, fue bajando la vista para recorrer el resto del cuerpo. Rosa llevaba un pantalón corto caqui y enseñaba sus piernas torneadas y morenas. Carraspeó para que la arqueóloga le prestara atención.

Rosa levantó la mirada. Sus grandes ojos marrones dejaron de mirar los apuntes para centrarse en el extraño que se acercaba. Su rostro era aniñado, aunque se vislumbraba en él la huella que deja el paso de la vida. Richard calculó que tendría unos treinta y cinco años. Lucía una frondosa melena rizada oscura y unos insinuantes y gruesos labios la hacían, si cabe, más sensual.

—¿Rosa Velarde?

—¡Sí, soy yo!

—¿Qué tal? —Richard extendió su mano para saludarla—. ¡Buenos días, soy Richard Cappa, de CNN! Creo que Fernando de Televisa habló contigo para solicitarte una entrevista.

—Sí, sí... Te estaba esperando. ¿Has venido solo? —A Rosa le extrañó que no hubiera más equipo para grabar.

—No, tengo a mi cámara y al ayudante en la avenida de los Muertos grabando unas tomas. Si te parece, nos acercamos a buscarlos y te grabamos unas cuantas preguntas.

—¡Me parece estupendo!

Rosa se colocó un sombrero vaquero y golpeó con fuerza su ropa para sacudirse el polvo acumulado. A Richard le gustó ese toque de coquetería.

—Me comentó Fernando que eres toda una eminencia en la antigua cultura mexica, ¿llevas mucho tiempo trabajando en la excavación?

—Fernando es un poco exagerado, aquí el verdadero experto es el doctor Cabrera, el resto, simplemente, le ayudamos. Y sí, he podido estudiar bastante esta sociedad, aunque, curiosamente, cuanto más aprendemos, más incógnitas descubrimos.

Rosa tenía una voz cálida y sus años de estudiante en diversas ciudades europeas habían suavizado su acento mexicano. De pronto, interrumpió sus explicaciones y miró a Richard directamente a los ojos.

—¿No hablas muy bien nuestro idioma para ser gringo?

Richard sonrió divertido por lo directo de la pregunta.

—¿Parezco gringo? ¡Dios, todo se pega! Llevo muchos años en Nueva York, pero soy español.

—¿Español? —Rosa puso cara de sorpresa. Ciertamente, Richard podía pasar perfectamente por estadounidense o inglés. No era excesivamente moreno, en cuanto le daba el sol se le dibujaban algunos reflejos dorados en el pelo y era de una altura superior a la media española.

—¡Pues yo estudié algunos años en España! Hice un curso de historia antigua en la Universidad Complutense de Madrid. España es un país realmente maravilloso, aunque, en general, a los mexicanos no les gustan muchos los españoles. Ya sabes, aún perduran los recuerdos históricos.

—Sí, sí, comprendo.

A Richard le encantó la soltura de Rosa. En unos minutos, sin apenas darse cuenta, ya se encontraban atravesando la avenida de los Muertos, abarrotada de turistas. Richard iba pensando en que sería difícil encontrar un plano para su reportaje sin gente molestando.

A los pocos metros distinguió a Marc y Rul, que grababan una toma lejana de la pirámide del Sol. Se acercaron y Richard les presentó a la arqueóloga.

—Bueno, Marc, tú me dirás dónde vamos a grabar, porque hay gente por todas partes. —Se volvió hacia Rosa—: ¿Tanto turista es normal?

—Hombre, hoy es domingo y eso influye. Pero últimamente hay más visitantes que nunca. Todo lo que se está hablando del fin del mundo pronosticado por los mayas está haciendo que acudan a la ciudad más turistas de lo habitual. La verdad es que da un poco de pena ver a grupos de personas venidas de todas partes del mundo acercarse hasta las pirámides y realizar extraños rituales intentando conseguir que el mundo no se termine. Y mucha culpa de todo esto la tenéis los medios de comunicación, que sois los primeros especuladores.

—¡Tienes razón! Por eso nosotros hemos querido venir hasta aquí para documentarnos con la persona que más sabe. —El periodista le regaló una sonrisa embaucadora—. Pero... ¿qué hay de realidad en todas esas predicciones? ¿Tenemos que estar asustados?

Mientras Richard y Rosa charlaban, Marc y Rul seguían tomando imágenes de la pirámide.

—Es cierto que los mayas fueron una cultura muy adelantada a su época y unos grandes observadores del universo. Crearon el famoso calendario maya, que, en realidad, eran tres calendarios diferentes que se complementaban para predecir cambios de ciclos, de estaciones, de periodos... Ese calendario se convirtió en el centro de sus vidas y le adjudicaron un día cero. A partir de ese momento, a lo largo de la historia, se han contado ininterrumpidamente los días y gracias a ese ordenamiento del tiempo se han podido pronosticar acontecimientos futuros.

—Pero ¿alguna vez han acertado?

—Sí. Por ejemplo, la llegada de los conquistadores españoles ya se había reflejado en los libros del Chilam Balam, unos textos mayas que se tradujeron a caracteres latinos tiempo después de que llegaran los conquistadores. Hay que tener en cuenta que los sacerdotes mayas lo apuntaban todo, desde los títulos de propiedad de las tierras hasta las oraciones y rituales que se debían seguir. En estos textos sagrados del Chilam Balam se anunció la llegada de unos hombres blancos que revolucionarían su existencia, y creo que no se equivocaron.

Richard estaba hipnotizado escuchando a la arqueóloga. Marc les interrumpió.

—Está bien, ya he terminado estos planos. Si os parece, vamos a caminar hacia la parte de atrás de la pirámide. He encontrado un sitio tranquilo donde podemos hacer la entrevista.

—Rosa, perdona si te estamos quitando mucho tiempo. Van a ser tan sólo unos cuantos minutos más.

—¡Ni te preocupes! Dentro de nuestro trabajo también está atender a los medios. ¡Al revés! Ya nos gustaría que hubiera más gente interesada en conocer más nuestra cultura.

El equipo preparó todo lo necesario para la entrevista y colocaron los micrófonos a Rosa y a Richard. A Rosa la sentaron en una gran piedra. A sus espaldas aparecía en el plano la gran pirámide del Sol. Richard se colocó a un lado de la cámara.

—¿Todo preparado?

Marc estaba a punto de comenzar la grabación.

—Cuando quieras, Richard.

—Bien, Rosa, lo primero es conocer la opinión de un experto. ¿Qué es exactamente la ciudad de Teotihuacán?

—Teotihuacán es una de las zonas arqueológicas más importantes de nuestro país. Se trata de una ciudad sagrada construida por una civilización descendiente de los antiguos mayas. Sus monumentos más importantes son las pirámides del Sol y la Luna, que se alzan junto a la avenida que los aztecas llamaron la avenida de los Muertos. Las construcciones, tal y como las vemos ahora, fueron restauradas a finales del siglo XX, pero aún se sigue trabajando en yacimientos cercanos para intentar conocer algo más de esta enigmática civilización.

—¿Sabemos cómo era la ciudad en sus orígenes?

—Sí. Teotihuacán, en su época de mayor esplendor, era una ciudad sagrada dedicada a la adoración de los dioses en la que los sacerdotes ejercían el poder. Aquí se adoraba a diversos dioses, como el Sol, la Luna, la Lluvia o la Tierra. El resto de la sociedad teotihuacana estaba dedicada a realizar las ocupaciones cotidianas. Tenemos constancia de que existieron comerciantes, agricultores, alfareros... pero no vivían dentro de la ciudad, ésta estaba reservada sólo a los sacerdotes y nobles. El resto de habitantes vivían en las afueras, en casas hechas de adobe y madera divididas en barrios que agrupaban a los diferentes oficios.

—La sociedad teotihuacana desapareció misteriosamente. ¿Sabemos en la actualidad a qué se debió aquel drástico final?

—Los expertos manejamos varias hipótesis. Por un lado, podemos especular que fue debido a una mala gestión del entorno por parte de los gobernantes. Poco a poco, fueron destruyendo sus recursos, talando árboles, aniquilando la flora y la fauna. Todos estos excesos provocaron una larga sequía que terminó por acabar con la población. La otra hipótesis es que tal vez fueran devastados por alguna invasión de pueblos nómadas del norte o incluso que ellos mismos, tras varias revueltas provocadas por la falta de alimentos, hubieran destruido la ciudad.

—Y por último... ¿se han encontrado restos que documenten que en esta ciudad se realizaban sacrificios humanos?

—Sí. En un principio se especuló con que la sociedad teotihuacana era pacífica, pero el doctor Cabrera ha descubierto numerosos cuerpos decapitados que atestiguan lo contrario. Precisamente, en el año 2004, se realizaron varias pruebas de ADN a más de cincuenta restos humanos encontrados y se comprobó que aquellas víctimas fueron capturadas en poblaciones lejanas mayas, de culturas del Pacífico y del Atlántico, para ofrendarlas a los dioses. También en algunas esculturas y pinturas hemos encontrado representaciones de corazones sangrantes atravesados por cuchillos de obsidiana que confirman que en los sacrificios se extraían los corazones palpitantes de las víctimas, algo que coincide con el resto de rituales de aquella época.

Richard esperó unos segundos y dio por terminada la entrevista.

—¡Perfecto! Parece que has hecho televisión toda la vida.

—¡Eres muy amable! Pero no será para tanto. Lo que pasa es que, a base de hacer entrevistas, una empieza a cogerle el aire.

Marc comprobó que la grabación estaba correcta antes de despedirse de la arqueóloga.

—¡Todo perfecto! Los totales están bien de imagen y de sonido. ¡Nos valen!

Rosa y Richard comenzaron a quitarse los micrófonos.

—Rosa, ¿te apetece tomar algo frío? Déjame invitarte a un refresco o a una cerveza por las molestias ocasionadas.

La arqueóloga se tomó su tiempo para contestar.

—¡Venga!

Richard se dirigió a su equipo.

—¿Qué hacéis vosotros? ¿Os venís a tomar algo o termináis de sacar recursos?

A Rul se le veía cara de quererse escapar a beber algo, pero Marc miró el reloj y comprobó que era la una de la tarde. Todavía les quedaba un buen rato para aprovechar la luz del mediodía, así que decidió que se quedaban a grabar.

—¿Qué os traigo?

—Unas cuantas botellas de agua y un aire acondicionado portátil, por favor. —A Marc ya le caían a chorros los goterones de sudor.

—¡Vale, vale! Ahora llamo a Charlie y que os lo envíe. —Al fin Richard pudo centrar toda su atención en Rosa—. ¿Quieres que vayamos a algún sitio en especial? En sus anteriores visitas, había salido del recinto para comer o beber.

—Pues como estamos aquí, si te parece, te voy a llevar a un restaurante que está a diez minutos andando, se llama La Gruta y creo que te va a sorprender.

¡Y vaya si le sorprendió! No recordaba que junto a la ciudad sagrada se encontrara tal oferta gastronómica. Era un restaurante curioso, porque, fiel a su nombre, se encontraba ubicado dentro de una gruta natural.

—¡Qué sorpresa! —Richard estaba realmente impresionado ante aquel dispositivo culinario. En la gruta había más de cien mesas decoradas con coloridos manteles y atestadas de turistas. Un pequeño escenario en un lateral ponía el ambiente necesario para disfrutar de una buena gastronomía al ritmo de rancheras y corridos mexicanos. Los turistas, enrojecidos por el sol y por la alta dosis de picante, cantaban apasionados en un ininteligible castellano inventado. Rosa disfrutaba con la cara de sorpresa de Richard.

—Bueno ¿Qué te parece?

—¡Esto es purita dinamita!

—Esta gruta seguramente debió de formarse a la vez que el resto del valle —le explicó Rosa—, a causa de una erupción volcánica. Se cree que los toltecas, con posterioridad, fueron cavando en la roca para aumentarla y, en la época de mayor esplendor de la ciudad, seguramente se utilizó como un gran almacén de provisiones. Date cuenta de la temperatura y la humedad que hay aquí.

Richard y Rosa llegaron a una pequeña barra que estaba pegada a una de las paredes. Un trajeado camarero les saludó.

—¡Buenos días, doctora Velarde! ¡Qué placer tenerla por aquí de nuevo!

—Lo mismo digo, Francisco. ¿Todo bien?

—Pues ahorita mucho mejor con su presencia, señorita. —Rosa sonrió divertida.

—¿Qué te apetece tomar, Richard?

—La una de la tarde... creo que es la hora genial para tomarse una cerveza.

—¡Venga! ¡Tienes razón! ¡Que sean dos cervezas y algo de picar! ¿Te gusta la comida mexicana?

—Sí, me apasiona.

Richard ya escuchaba los sonidos de su estómago reclamándole calorías.

—¡Francisco! Ponnos también un mole de pollo.

A los pocos minutos llegó un gran plato con trozos de pollo sumergidos en una salsa oscura acompañados de arroz y fríjoles. Richard miraba extasiado la comida.

—¡Cómo nos vamos a poner! —El periodista olfateó el delicioso aroma que desprendía el guiso.

—Éste es uno de los platos más famosos de nuestro país. Se hace fundamentalmente con pollo y una salsa a base de mole, chile, cebolla, ajo, pan, tortilla, canela y chocolate.

—¡Qué curiosa mezcla! —Richard hizo como si jamás hubiera comido aquel plato, le encantaban las explicaciones de Rosa.

—Sí, además hay una historia, muy graciosa, asociada a la elaboración de este guiso.

—¡Soy todo oídos!

—Cuenta la leyenda que el virrey de la Nueva España y arzobispo de Puebla, Juan de Palafox, visitó su diócesis. Obviamente, el convento rápidamente organizó un gran banquete para agasajar a tan ilustre invitado... La cocina del monasterio la llevaba un fraile llamado Pascual que, agobiado por la visita, corría de un lado a otro de la cocina dando órdenes para que todo estuviera en su punto. Se encontraba realmente enfadado porque en aquella sala era todo un desorden. Comenzó a amontonar todos los platos que allí se encontró para guardarlos en la despensa cuando se tropezó justo enfrente de la cazuela donde se cocinaba el guiso de pollo que ese día se comería el virrey.

Richard escuchaba embobado la historia mientras daba grandes tragos a su botella de cerveza fría.

—A la olla cayeron los chiles, el chocolate y varias especias. A fray Pascual se le cayó el mundo encima y, automáticamente, se arrodilló y comenzó a rezar implorando a Dios que el guiso estuviera bueno. —Rosa sonrió satisfecha al ver al periodista absorto en sus explicaciones. Continuó después de dar un nuevo trago a su cerveza—: El sacerdote no salía de su asombro cuando la comitiva española pidió que se felicitara al cocinero por su exquisito plato. Esa curiosa mezcla ha seguido elaborándose igual hasta nuestros días y se ha convertido en uno de nuestros mejores platos. De hecho, todavía en muchas casas, cuando algo no sale bien en la cocina, se sigue rezando: «San Pascual Bailón, atiza mi fogón».

—Desde luego... ¡Qué sorpresa! ¡La de historias que sabes! —Richard cogió el cuchillo y el tenedor y probó el guiso. Por las caras que puso después del primer bocado, a Rosa no le quedaron dudas de que le había resultado exquisito. De pronto, la mochila del periodista comenzó a vibrar anunciando que alguna llamada telefónica quería interrumpir aquel momento tan placentero.

Richard abrió su mochila, cogió el móvil y miró la pantalla: Paula.

—Si me disculpas un segundo, voy a contestar.

—No te preocupes. Espero.

Richard se alejó unos metros.

—¡Hola!

—¿Qué tal, Richard? ¿Cómo estás?

—Yo bien. ¿Y tú?

—Yo sigo en Europa, al final se ha complicado el reportaje y estaré algunos días más. ¿Tú cuándo regresas?

—Por mí no te preocupes. Yo tengo aquí para quince días.

—Ah, mucho mejor. Así puedo alargar el viaje todo lo que necesite.

—Vale, Paula, luego te llamo. Te dejo, que estoy en pleno reportaje. —Richard intuía que Paula le estaba ocultando algo y no era el mejor momento para averiguar el qué.

—¡Muy bien! Llámame cuando puedas. Besos.

Richard colgó e inmediatamente una extraña sensación de angustia le recorrió el estómago, el aire se negaba a acudir a sus pulmones. Intentó relajarse, respiró con energía y cambió su rostro forzando una agradable sonrisa. Volvió con Rosa.

—¿Qué? ¿Alguna mujer reclamando tu atención?

Richard tardó algunos segundos en contestar.

—¡No! ¡Qué va! Los pesados de la oficina.

Rosa soltó un suspiro y su preciosa sonrisa volvió a iluminarle la cara.

Después de devorar el plato de mole y de tomar varias cervezas decidieron regresar a la explanada. Richard pidió la cuenta. Cuando fue a pagar, Rosa protestó.

—¡De ninguna manera! No puedo permitir que me invites.

—¡Qué menos por las molestias que te hemos ocasionado! —Richard arrancó la factura de la mano de la arqueóloga—. Si te parece, y para que no te vayas enfadada, te dejo que tú me invites una noche a cenar en algún restaurante que yo no conozca.

Rosa soltó una carcajada ante la divertida estrategia del periodista para volver a quedar con ella.

—¡Vale, perfecto! Si te parece, nos intercambiamos los teléfonos y nos llamamos mañana para concretar. Ahora me voy corriendo que llevo toda la mañana perdida. ¡Hasta pronto!

Rosa se alejó intuyendo que Richard observaba cómo se marchaba. Se dio la vuelta y le pilló en pleno éxtasis. No pudo evitar volver a sonreír y mandarle, moviendo la mano, un saludo de despedida.

El equipo regresó al hotel después de volver a atravesar el infernal tráfico. Para integrarse plenamente con los conductores locales, estuvieron a punto de chocarse en varias ocasiones. Llegaron al Majestic a las siete de la tarde, los chicos se fueron a descansar y Richard subió a darse una ducha.

El agua caliente comenzó a relajar todo su cuerpo. Apoyó las manos contra la pared y dejó que el chorro recorriera cada músculo. Con la fuerza del agua, uno de los botes de champú se cayó dentro de la bañera. Richard lo cogió y lo estampó con violencia contra la pared. Era consciente de que cuando regresara a Nueva York tendría que poner muchas cosas en orden, aunque la sonrisa de Rosa mientras le observaba desde la distancia hacía que el resto de problemas perdieran importancia.