CAPÍTULO 29
¡DEMASIADO LEJOS! ¡SU MUJER HABÍA IDO DEMASIADO LEJOS!
La consulta de Dante se parecía más un jardín de botánica que un lugar para recibir pacientes. Alins se había extralimitado en sus funciones. Otra vez. Dante miró atónito el cambio en el mobiliario. Seguía parado justo en el vestíbulo de la entrada que dividía las diferentes áreas de la consulta. Las paredes estaban pintadas en un suave color crema, y las sillas negras habían sido sustituidas por dos sillones de piel marrón claro.
Dante había estado de viaje por Edimburgo y, a su regreso, había encontrado su despacho dado vuelta. Todo cambiado. Nada quedaba de la sobriedad con la que él lo había decorado. Era demasiado tarde para cancelar a sus pacientes y reacomodar el lugar a como estaba antes. Los atendió uno a uno. Y uno a uno fue sorprendiéndose cuando ellos agradecían el cambio, cuando notaba que se abrían más y que las sesiones se hacían más profundas y relajadas a la vez.
Llamó a su casa para hablar con Alins. Beatriz atendió el teléfono.
—Mamá está ultimando los trámites de unos cuadros de Várese para Ricardo en la galería Palacios.
Dante se sentía frustrado. Nunca podía seguirle el rastro a su mujer. La llamó a su teléfono móvil.
— ¡Dante! ¿Cuándo has regresado? —La voz de Alins a través de la línea denotaba sorpresa.
—Esperaba verte en el aeropuerto —protestó él. No había podido evitar que su voz sonase un tanto decepcionada.
—Tengo un día de locos —dijo Alins y, luego, calló unos segundos. —Los cuadros de Várese han resultado un dolor de cabeza que ya he solucionado al fin.
—Deberías tomarte las cosas con más calma en tu estado —sugirió Dante.
La risa de Alins fue perfectamente audible desde el teléfono.
—Si sigo sin hacer nada, terminaré por hablarle a las piedras. Tanto ocio me parece contraproducente para mantener el juicio. —Dante iba a decir algo, pero Alins se le adelantó. —Tengo que dejarte. ¿Nos vemos esta noche? ¿Preparas la cena?
Dante terminó por asentir a regañadientes.
—Solo tienes que poner a hervir pasta; la salsa la he dejado preparada esta mañana.
Dante volvió a asentir.
—Asaltaré la bodega de tu padre para robarle una botella de vino tinto. Nos vemos, mi amor.
Alins colgó, y Dante se percató de que no había hecho ninguna referencia al cambio en su consultorio. Estaba perdiendo facultades o Alins era más astuta de lo que parecía. ¿Y por qué diablos tenía que preparar la cena después de un viaje largo y tedioso? Porque le gustaba. Ver a Alins sentada en el taburete de su cálida cocina tomando un vaso de vino mientras él preparaba algo para los tres lo relajaba, distendía sus músculos y le hacía olvidar el arduo día de trabajo. Alins siempre escuchaba con suma atención todas las cosas que él le decía y, en ocasiones, intervenía con comentarios agudos y llenos de humor que conseguían hacerlo reír. Su vida había cambiado por completo, pero, aún así, pensaba en no darle tregua esa noche. Estaba hambriento de ella: hacía dos semanas que no la veía.
Beatriz estaba inusualmente pensativa. Dante observó de qué forma jugaba con su comida sin apenas llevársela a la boca. Decidió iniciar una conversación ligera.
— ¿Qué tal el día, Beatriz?
La aludida negó con la cabeza y siguió en silencio.
— ¿No tienes hambre?
Nuevamente volvió a negar; Dante insistió.
—A veces surgen ocasiones en las que debemos meditar antes de tomar una decisión importante. A veces el corazón y la cabeza no se quieren poner de acuerdo. En esos casos, debemos buscar el asesoramiento de alguien que nos conozca lo suficiente para poder aconsejarnos sin que por ello debamos sentir que invade nuestro espacio personal. —Estaba casi dándole una discursillo: parecía su cháchara profesional. —Es importante elegir con acierto el conducto que va a canalizar nuestro deseo mediante una decisión acertada.
Tanto madre como hija miraron a Dante con la boca abierta.
—Todas las edades son difíciles, pero aquella en la que se entremezclan el ansia por crecer y la añoranza por dejar la niñez es la más peligrosa de todas, aunque la más elemental. —Las dos seguían calladas. —Estás poco comunicativa esta noche. Algo insólito en ti y me pregunto, sin que por ello creas que estoy invadiendo tu terreno, si puedo decir algo que mejore la comunicación en la mesa y haga que te sientas mejor.
Alins estaba a punto de dejar caer una lágrima por las palabras que escuchaba, le parecía sumamente conmovedor el interés que Dante mostraba por la preocupación de Beatriz. Sin embargo, decidió ponerle un poco de humor a la charla.
—Si estás pensando perder la virginidad con Pedro, he de hacerte una advertencia: ingresarás en un convento de clausura en Toledo. Si, por el contrario, has fallado en algún examen por mirar la televisión en vez de estudiar, tienes el piano prohibido durante toda la semana.
— ¡Mamá! —Beatriz terminó por reír ante las amenazas. Dante escudriñó a Alins aún con la sorpresa dibujada en el rostro. Acababa de tirar por la borda años de estudio psicológico sobre la forma de abordar el comportamiento humano ante las dudas y las decisiones difíciles. Alins entendió perfectamente la mirada de él.
—Advertencias directas, querido Dante. Suelen disuadir de tomar decisiones apresuradas.
Dante seguía callado analizando la explicación de su esposa.
—Lo tendré en cuenta para la próxima vez que decidas hacer algo sin mi consentimiento —dijo aludiendo a los cambios en su consulta.
Alins comprobaba cómo sus palabras, incluso en broma, podían volvérsele en contra.
—Funciona con los niños, no con los adultos, mi amor —se excusó.
— ¡Mamá! ¡Ya no soy una niña!
—Disculpa, Beatriz, en ocasiones olvido lo rápido que creces.
Dante las miraba con un brillo de humor en sus ojos.
—El abuelo Ricardo me ha hecho aceptar algo. Y sé que te va a hacer enfadar mucho.
Alins detuvo el tenedor a medio camino de la boca al escucharla. ¿Desde cuándo su suegro se había convertido en el abuelo de su hija? Beatriz supo lo que pensaba su madre, aun sin que pronunciara palabra.
—Es muy bonito tener un abuelo.
Dante seguía callado esperando no sabía qué.
— ¿Lo crees conveniente? —preguntó Alins.
Beatriz asintió con una sonrisa que borró el ceño fruncido de su madre. Ambas pisaban un terreno peligroso, y Alins decidió tener cuidado.
—Él mismo me pidió el favor de llamarlo así. No pude resistirme.
—Si es lo que realmente deseas... —Dejó la frase sin concluir para que Beatriz siguiera con su confesión.
—Desea regalarme por mi cumpleaños un Steinway & Sons de cola.
Tanto Dante como Alins se miraron al unísono: un piano Stemway & Sons de cola podía costar como mínimo unos veinte mil euros.
—No puedes aceptar un regalo tan caro —dijo Alins.
La desilusión en el rostro de su hija resultaba evidente, pero no la conmovió.
—Deberíamos analizar los pros y los contras de una decisión así —intervino Dante, conciliador.
Alins comenzó a tamborilear los dedos en la mesa antes de decir:
—Es un detalle por parte de tu padre querer obsequiar a una niña de que va cumplir quince años. Sin embargo, es un regalo excesivamente caro que, de ningún modo, Beatriz podrá apreciar hasta que no aprenda lo que cuesta ganar el dinero.
Dante la escuchaba en silencio, sin perder detalle. Miró subrepticiamente a Beatriz y le indicó con un gesto casi inadvertido que no interviniese.
—No es que nos mostremos desagradecidas —continuó Alins con firmeza, —pero hay que poner un límite. Mi hija debe aprender a valorar lo que ya tiene. El piano que usa se lo he comprado con mucho esfuerzo y trabajo hace menos de dos años. Antes tenía que practicar en el instituto.
Beatriz empañó sus ojos y apretó su boca preparándose para replicar. Dante sabía que, de un momento a otro, iba a comenzar una discusión sin precedentes entre madre e hija. Quiso mediar para calmar las aguas.
—Dejaremos esta conversación para otro día más apropiado. La cena es el momento que ansío durante todo el día para disfrutar de las mujeres más hermosas del mundo.
Tanto madre como hija lo miraron con recelo, pero secundaron su sugerencia.
—Esta pasta me ha salido soberbia —afirmó Dante.
Ambas rieron al escucharlo tan pedante, y la cena retomó su cauce.