CAPÍTULO 18

QUERÍA PENSAR. NECESITABA TENER LA MENTE OCUPADA EN cientos de cosas para no pensar: regar las plantas, limpiar el patio, doblar la ropa, recoger las cosas tiradas por todos lados. Si tenía las manos ocupadas, la mente seguía el mismo derrotero. Cambió la planta de maceta, aún era un poco pronto para replantarla, pero ella había adelantado el trabajo. Llenó la maceta de terracota cocida con la tierra húmeda, tuvo cuidado de no estropear las raíces y volvió a llenarla con la tierra restante. Aprisionó suavemente los lados y recogió el resto de tierra que había caído en la mesa. Alzó su vista un momento hacia el hermoso patio interior que, aunque pequeño, albergaba una mesa, cuatro sillas y un columpio con un toldo que adoraba. La mayoría de las plantas ya habían sido replantadas, tan solo quedaba una...

—Por lo menos no se te mueren.

Alins volvió la cabeza a la voz de su hermana.

—Las plantas necesitan cuidados, amor y ellas te corresponden con su belleza —le respondió.

—Yo las quiero, pero se me mueren todas y cada una que planto.

—Puedes dar gracias de que no son maridos —le sonrió.

— ¡Eso no ha sido gracioso!

Alins miró la forma que tenía su hermana de usar el columpio: Sibila cruzó una pierna sobre otra y comenzó a mecerse con suavidad.

— ¿Cómo has podido ser tan estúpida?

"No ha me ha dejado contar ni hasta tres", pensó cuando la escuchó.

—Una de las dos tiene que ser la cabeza hueca para que se cumplan las estadísticas —soltó Alins irónica. Sibila bufó incrédula.

— ¡Demonios! Pero qué guapo es.

Alins alzó las cejas interrogante.

— ¿Con cuál te vas a quedar? —quiso saber Sibila. La pregunta no le hizo gracia en absoluto a Alins.

—Parece mentira que frivolices con algo tan serio.

La reprimenda no surtió el efecto que quería. Alins le hizo un gesto a su hermana para que se moderase, cuando vio que su hija traía una bandeja.

— ¡Odio el té! —dijo casi a los gritos Sibila. Siempre tenía que ser la nota discordante.

—Hermanita, estás en mi casa, en mi columpio y beberás lo que te ofrezca.

Sibila se reincorporó y ayudó a su sobrina a acercar la mesita con la merienda.

—Esta vez te has superado.

—Gracias, tía.

—Me refería a tu madre.

Alins explotó.

—No puedes mantener la boca cerrada, ¿verdad? —preguntó agriamente.

—Tu hija es una persona adulta y te puede ayudar a tomar la decisión correcta.

Alins comenzó a beber de su taza para no tener que replicarle.

— ¿Con cuál de los dos te quedarías, Beatriz? —preguntó Sibila, y Alins tosió estrepitosamente. Volvió los ojos furiosos hacia su hermana.

—Con Dante, sin lugar a dudas.

Alins miró a su hija con cautela.

—Pues para vuestra completa información, no pienso quedarme con ninguno.

Tanto tía como sobrina la miraron con un gesto cómico que decía: "¡Estás loca!"

—Yo también me quedaría con Dante, sin dudarlo.

Alins se moriría si mantenía la boca cerrada.

—Así me dejaría el camino libre con el menor —dijo Sibila con una sonrisa cómplice.

—Pero vas a tener un bebé, mamá.

Fue Sibila esta vez la que tosió hasta casi descomponerse. Alins miró a su hija con resignación ante lo que se avecinaba.

—De todas las estúpidas redomadas, bobas, pusilánimes tenía que ser mi hermana.

—Yo también te quiero —respondió Alins con acritud.

—Estamos en el siglo veintiuno. Parece mentira que hayas caído como una jovencita de quince años ante su primer amorío clandestino.

Alins siguió tomando el té sin inmutarse.

— ¿Acaso se habían terminado los preservativos en el mundo? ¿Habían declarado la píldora ilegal y su uso quedó penado de muerte?

Alins entrecerró los ojos un segundo:

—Me dijo que no podía tener hijos.

Tanto hija como hermana bufaron llenas de aprensión.

—El preservativo no solo es una protección para que no se produzcan embarazos. Podría haber tenido sida, sífilis o gonorrea —le espetó colérica.

—Bueno, reconozco que me precipité. Estaba tan concentrada planeando mi seducción que se me escaparon algunos detalles.

— ¿No te diste cuenta de que no era Yago?

Alins miró a su hija con vergüenza. Le daba mucho calor tener que contestar cosas tan íntimas delante de su hija. Pero ella ya no era una niña y podía entender.

—Desconecté la luz del interior del vehículo y le vendé los ojos; no le permití hablar; pasé a la acción tan rápido que en el camino me olvidé de preguntarle quién era. Además, yo no imaginaba a otra persona. Nunca supe que esa no era su dirección. Y son hermanos: es decir, son parecidos en su contextura física.

—Vamos, no te engañes: podías haberte acostado con el jardinero y no te habrías dado cuenta —opinó Sibila que, desde luego, sabía escupir veneno. —Cuando descubriste que te habías equivocado de hermano, ¿qué? —Sibila hizo la pregunta sin reparos.

—Casi me muero de la impresión. Me sentí estafada, como si hubiese sido víctima de un juego de ellos dos. Pero me sobrepuse. "A lo hecho pecho", es lo que nos solía decir papá.

— ¿Y ahora qué? —volvió a preguntar su hermana.

—Ahora aguantaré el chaparrón cuando venga.

Esa respuesta no convenció a ninguna de las dos. —Deberías pensar en él, o en ellos. La criatura tiene un padre, aunque tú no lo hayas elegido.

— ¡No! —gritó Alins, furiosa.

—Yo tampoco quiero, tía. Es la parte más emocionante de todo este lío. Imagínate: tener en casa un bebé sin las complicaciones del padre.

Alins miró a ambas, indecisa. Afirmaba con vehemencia, pero no estaba tan segura de lo que decía.

—Debes dejar de meterle esas ideas a mi sobrina —dijo Sibila con severidad.

—Esas ideas evitarán que cometa errores garrafales como los que comete la madre —respondió con mordacidad. —Tomé una decisión errónea, lo sé, pero no puedo retroceder —aseveró convencida.

—Hay otra parte implicada que olvidas.

Alins cabeceó pensativa para luego decir:

—No lo olvido. Solo sucede que no puedo considerarlo aún.

— ¿Sientes algo por Dante? —preguntó Sibila con cautela.

Alins meditó un momento antes de responder:

—Al principio, atracción inmediata junto con una enorme curiosidad. —Calló un momento. —Tiene ese gesto de pesar, como si algo lo afligiera permanentemente, pero, aun así, no pierde la sonrisa. Me encantan su seguridad y su aplomo. Sí; en un principio, me afectó físicamente. Tenéis que reconocer que es un hombre imponente, un modelo de revista. Sin embargo, luego, asumí la relación de psicólogo—paciente sin problemas.

—Deberías darle una oportunidad —le recomendó su hija con un hilo de voz.

— ¿Qué te hace pensar que la desea? —preguntó con tranquilidad.

— ¿Podrías llegar a enamorarte?

La pregunta de Sibila le hizo meditar en profundidad:

—Sí —reconoció con humildad. Sin embargo, enseguida agregó: —pero un hombre así solo puede hacer infeliz a una mujer.

— ¿Por qué, mamá?

—Porque, además de poseer un atractivo arrollador y ser rico e inteligente, es peligroso. Peligroso porque es y será perseguido por las mujeres toda su vida. —Calló un segundo. —Una siempre se preguntará si es la única en su vida.

—Tienes demasiados complejos —intervino Sibila y, luego, resopló con fastidio.

Alins miró a su hermana con cierta aspereza. Ella sabía lo que decía. También sabía que no era el tipo de mujer que le gustaba a Dante. No era el tipo de mujer que encajaría jamás en su familia. Recordaba perfectamente cómo era Isobel, la mujer del padre de los monster, como los había bautizado Beatriz, con su tailleur Valentino, su esbelta figura, su pelo perfectamente peinado y su perfume Dior de edición limitada.

— ¿Y qué me dices de Yago?

Alins al fin rió.

—Yago es perfecto para un revolcón de fin de semana —dijo entre risas.

Sibila se contagió y, por primera vez en la tarde, mostró los dientes, pero no para gruñir.

—La de cosas que le haría yo en un fin de semana —dijo cuando la carcajada menguó.

— ¿Y por qué Yago no te resulta peligroso? —quiso saber París.

Alins miró a su hija con interés tras la pregunta insólita por lo madura. Parecía ser la única que no bromeaba con la situación. Respondió con sinceridad:

—Yago tiene un carácter más afable, risueño. Quería, incluso, asumir la responsabilidad por el bebé cuando estaba exenta de ella.

Alins comenzó a reír por lo absurdo de la situación: una risa histérica y ausente de alegría, pero que no podía contener.

—Parece increíble que te rías de algo tan serio —dijo París y Alins volvió a estallar en carcajadas.

—Menos mal que Dante tuvo el atino suficiente de contarte la verdad.

Alins se retorcía ante cada palabra que le decían. Se estaba comportando como una demente, pero, por paradójico que les resultara a su hermana y a su hija, era la única forma de mantener la cordura.

— ¡Deja de reírte! —la amonestó Sibila, pero Alins no podía parar.

Sonó el timbre de la puerta, y Beatriz se levantó rauda.

— ¡Te voy a golpear con la tetera si sigues riéndote así!

Alins sabía que su hermana era capaz de eso y más, pero ella no dejó de reír hasta que vio la imponente presencia en el patio. Se le borró la sonrisa de inmediato. La traidora de su hermana y la compinche de su hija desaparecieron como por arte de magia. Alins entrecerró los ojos, como sí no quisiera ver y, a la vez, no quisiera perderse detalle. Dante ocupó la silla de Beatriz sin invitación.