René Avilés Fabila

SUGERENCIA PARA PRINCIPIAR UN LIBRO

Vivió en tiempos muy malos: cuando los hombres estaban divididos por fronteras, idiomas, religiones, por colores.

René Avilés Fabila, La desaparición de Hollywood (y otras sugerencias para principiar un libro).

SUS ÚLTIMAS LECTURAS

Solo y aterrado, en una noche lluviosa, falleció de un ataque cardiaco mientras leía. Alrededor del sillón de lectura estaban desparramadas las obras completas de Edgar Allan Poe, de H. P. Lovecraft, de Bram Stoker. Durante el entierro, con muy escasa concurrencia, el orador fúnebre hizo notar que el muerto fue sin duda el más sensible crítico literario que jamás haya existido, un espíritu fino. Los crujidos del ataúd cuando era devorado por la tierra parecieron confirmar las palabras.

René Avilés Fabila, La desaparición de Hollywood (y otras sugerencias para principiar un libro).

LOS FANTASMAS Y YO

Siempre estuve acosado por el temor a los fantasmas, hasta que distraídamente pasé de una habitación a otra sin utilizar los medios comunes.

René Avilés Fabila, La desaparición de Hollywood (y otras sugerencias para principiar un libro).

SOBRE TIRANOS

El tirano subió las escalerillas del avión; una orquesta militar interpretaba el himno nacional: generales, ministros y banqueros, con lágrimas en los ojos y enseñas patrias en las manos, lo cantaban.

El tirano se detuvo a contemplar el patriótico espectáculo. También él lloraba. A lo lejos se escuchaban disparos y exclamaciones libertarias. Cuando la música hubo concluido, el tirano quiso dirigirse por última vez a los suyos y con voz de Júpiter tonante y acentos oratorios de plazuela, en pose heroica, dijo:

—¡Sálvese el que pueda! —antes de abordar apresuradamente el avión.

René Avilés Fabila, Pueblo en sombras.

LOS DOLIENTES

Otro ser humano destruido por el cáncer; su agonía fue lenta, dolorosa. El velorio, aunque muy concurrido, careció de brillo fúnebre. En domingo inhumaron a la mujer víctima de la enfermedad. Regresando del cementerio, hubo reunión de los parientes más allegados a la que fuera centro familiar (hijos exclusivamente); tenían los ojos húmedos, los rostros compungidos. Subieron casi sin ruido a la habitación de la difunta: sólo se escuchaba el roce producido por varios pares de zapatos. De súbito, la habitación fue invadida por figuras luctuosas. Ocasionalmente se oían murmullos, apenas perceptibles, que intentaban ser rezos, pero nada más. Por fin, el hijo mayor, después de visibles esfuerzos para tranquilizarse, habló con voz hueca: respetemos la memoria de nuestra madre que en paz descanse. No debemos llorarla. Recuerden que ella, en su bondad, nunca quiso que sufriéramos. Los hermanos asintieron. Después, también siguiendo las indicaciones del mayor, todos comenzaron a hurgar en cajones de roperos y cómodas, entre los libros, debajo de los muebles, en el colchón y en las cobijas. Nadie lloraba.

René Avilés Fabila, Hacia el fin del mundo.

FRANZ KAFKA

Al despertar Franz Kafka una mañana, tras un sueño intranquilo, se dirigió hacia el espejo y horrorizado pudo comprobar que:

a, seguía siendo Kafka.

b, no estaba convertido en un monstruoso insecto.

c, su figura era todavía humana.

Seleccione el final que más le agrade marcándolo con una equis.

René Avilés Fabila, Cuentos y descuentos.

CORRECCIÓN CINEMATOGRÁFICA

Cuando el aterrado público esperaba ver al inmenso King-Kong tomar entre sus manazas a la hermosa Fray Wray, el gorila con paso firme salió de la pantalla, y pisoteando gente que no atinaba a ponerse a salvo, buscó por las calles neoyorquinas hasta que por fin dio con una película de Tarzán. Sin titubeos —y sin comprar boleto—, con toda fiereza, destrozando butacas y matando espectadores, se introdujo en el film y una vez dentro, ansiosamente buscó su verdadero amor: Chita.

René Avilés Fabila, Cuentos y descuentos.

EL FLAUTISTA ELECTRÓNICO DE HAMELIN

Como no quisieron pagarle sus servicios, el flautista, furioso, decidió vengarse raptando a los niños de aquel ingrato pueblo. Los conduciría por espesos bosques y altas montañas para finalmente despeñarlos en un precipicio. Sus padres jamás volverían a verlos. Para ello no era suficiente su flauta mágica, sino algo más poderoso. Optó, entonces, por prender el aparato televisor: los niños encantados lo siguieron hacia su perdición.

René Avilés Fabila, Cuentos y descuentos.

EL CRIMEN PERFECTO

El crimen perfecto —dijo a la concurrencia el escritor de novelas policíacas— es aquel donde no hay a quien perseguir, donde el culpable queda sin castigo; es, desde luego, el suicidio.

René Avilés Fabila, Los oficios perdidos.

Tuvo que esperar la muerte después de setenta años de inquietud para comprobar que no era inmortal.

René Avilés Fabila, Los oficios perdidos.

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