Luis Mateo Diez
DESTINO
Recuerdo un viaje a Buenos Aires que terminó en Nueva York, otro a Lima que concluyó en Atenas, y uno a Roma que finalizó en Berlín. Todos los aviones que tomo van a donde no deben, pero ya estoy acostumbrado porque, con frecuencia, salgo de casa hacia la oficina y me paso la mañana metido en un taxi que va y viene sin que yo pueda aventurar una dirección exacta. Cuando regreso, por la tarde, nadie sabe nada de mi mujer ni de mis hijos y, cansado de seguir buscando mi propio rastro, me voy a dormir a un hotel. Menos mal que, en esas ocasiones, es mi padre el que me encuentra. No sé lo que será de mí el día que me falte.
Luis Mateo Diez, Piezas sueltas.
EL VIAJE
Ella sube al autobús en la misma parada, siempre a la misma hora, y una sonrisa mutua, que ya no recuerdo de cuándo procede, nos une en el viaje trivial, en la monotonía de nuestra costumbre. Se baja en la parada anterior a la mía y otra sonrisa furtiva marca la muda despedida hasta el día siguiente. Cuando algunas veces no coincidimos, soy un ser desgraciado que se interna en la rutina de la mañana como en un bosque oscuro. Entonces el día se desploma hecho pedazos y la noche es una larga y nerviosa vigilia hasta que vuelvo a verla.
Luis Mateo Diez, Piezas sueltas.
REALISMO
Mi disertación sobre el realismo aburrió a las piedras. Aquellos universitarios no tenían el mínimo interés en escucharme, y el profesor que me invitó a la Facultad tampoco estuvo demasiado atento. Un mal día lo tiene cualquiera y muchos malos días también. Más solo que la una, cuando aquello concluyó, me fui al bar y, entre el bullicio estudiantil y el lastrado aroma de comedor barato que recordaba de mis tiempos juveniles, me metí tres whiskies seguidos para el cuerpo. El estómago vacío me hizo una de las muchas malas pasadas a que acostumbra. Busqué el retrete y me encerré en él para aliviar mi desgracia. Media hora larga para reponerme. Entre las obscenas e insidiosas inscripciones grabadas en la puerta, una me sorprendió vivamente: «Sé realista, llámame», un número de teléfono y un nombre femenino. Había superado el mareo, pero no el malestar y, en ocasiones así, recurro a un cuarto whisky que, generalmente, logra sedimentarme. Del malestar pasé a la euforia y, al sexto whisky, ya estaba cogido al teléfono, marcando el dichoso número y mencionando el nombre en cuestión. «Soy realista» dije, cuando una voz femenina certificó que era ella, y en seguida me dio la dirección y dijo que me aguardaba. Un grado medio de borrachera suelo disimularlo bien y, además, me hace muy ocurrente y cariñoso. Mis disertaciones sobre el realismo siempre resultan decepcionantes y jamás, en ningún sitio, me han llamado dos veces para dar una conferencia, pero son variadas las circunstancias fortuitas, nunca académicas, que me ayudan a mantener firmes mis convicciones.
Luis Mateo Diez, Piezas sueltas.
AMANTES
No pude creerlo hasta que les descubrí. Muchos me lo habían advertido. En aquel momento ella, asustada, dejó de maullar, pero él, que no se daba cuenta de que les estaba mirando, todavía siguió ladrando un rato.
Luis Mateo Diez, Piezas sueltas.
PERSECUCIÓN
Enciendo un pitillo, miro por la ventana y vuelvo a verle. Tantos años persiguiéndome. Un acoso que se mantiene insoslayable, de la mañana a la noche, como si el perseguidor se confundiese con mi sombra. Saber que es él no me importa, pero estar convencido de que esto puede durar toda la vida, es terrible. Si al menos no vistiera como yo, si no usara mi gabardina y mi sombrero, y abandonase esa costumbre de saludarme cuando le miro.
Luis Mateo Diez, Piezas sueltas.
EN EL MAR
El mar estaba quieto en la noche que envolvía la luna con su resplandor helado. Desde cubierta lo veía extenderse como una infinita pradera. Todos habían muerto y a todos los había ido arrojando por la borda, según las instrucciones del capitán. Los que vayáis quedando, había dicho, deshaceros inmediatamente de los cadáveres, hay que procurar evitar el contagio, aunque ya debe ser demasiado tarde. Yo era un grumete en un barco a la deriva, y en esas noches quietas aprendí a tocar la armónica y me hice un hombre.
Luis Mateo Diez, Piezas sueltas.
EL SUEÑO
Soñé que un niño me comía. Desperté sobresaltado. Mi madre me estaba lamiendo. El rabo todavía me tembló durante un rato.
Luis Mateo Diez, Piezas sueltas.
EL POZO
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después, mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en su interior. Este es un mundo como otro cualquiera, decía el mensaje.
Luis Mateo Diez, Piezas sueltas.
UN CRIMEN
Bajo la luz del flexo, la mosca se quedó quieta. Alargué con cuidado el dedo índice de la mano derecha. Poco antes de aplastarla se oyó el grito, después el golpe del cuerpo que caía. Enseguida llamaron a la puerta de mi habitación. La he matado, dijo mi vecino. Yo también, musité para mí sin comprenderle.
Luis Mateo Diez, Piezas sueltas.
LA CARTA
Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolio y, antes de comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace seis años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio.
Luis Mateo Diez, Piezas sueltas.