Marco Denevi
RECTIFICACIÓN DE UNA FALSA HISTORIA
Con su gusto por el melodrama, ese chambón de Victoriano Sardou echó a perder una hermosa historia. La verdad es que Flora Tosca no le arrancó a Scarpia más que el permiso para una impostura: decirle a Mario Cavaradossi que el fusilamiento sería simulado.
Cavaradossi era un cobarde. Gracias a Flora Tosca enfrentó al pelotón con la sonrisa en los labios. Cuando se enteró de la verdad, no tuvo tiempo de temblar: estaba muerto.
Marco Denevi, Los amores, el amor.
FÁBULA EN MINIATURA
Los lobos, disfrazados de corderos, entraron en el redil y empezaron a murmurar al oído de las ovejas:
«Hemos sabido, de muy buena fuente, que el perro es un lobo disfrazado».
Marco Denevi, Brevedades.
EL PRECURSOR DE CERVANTES
Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchelo, sastre, y de su mujer Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosísimas novelas de estas de caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar Doña Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besasen la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía no menos de treinta años y las señales de la viruela en la cara. También inventó un galán, al que dio el nombre de don Quijote de la Mancha. Decía que don Quijote había partido hacía lejanos reinos en busca de aventuras, lances y peligros, al modo de Amadís de Gaula y Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día asomada a la ventana de su casa, esperando la vuelta de su enamorado. Un hidalgüelo de los alrededores, que la amaba, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario caballero. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Aldonza Lorenzo había muerto de tercianas.
Marco Denevi, Falsificaciones.
EL PORVENIR DE LA HUMANIDAD
De golpe se le despertaron recuerdos de hechos que no había vivido (recuerdos quizá heredados de sus padres y abuelos) o que había vivido y después olvidado. Esas bruscas, extrañas, maravillosas iluminaciones de la memoria la colmaron de azoramiento y terror. No podía dar un paso. Debió tenderse en tierra y cerrar los ojos. Pero las imágenes seguían desfilando por su cerebro. ¿Estaré volviéndome loca?, pensó.
Recordaba nítidamente unas casitas pintadas de azul, cada una con su jardín y su chimenea, avenidas arboladas, el movimiento de los transeúntes, la animación del tránsito de carruajes, niños que jugaban (¡que jugaban!) en una plaza, los cafés con mesitas en las veredas y alrededor de cada mesa los parroquianos alegres que bebían y cantaban.
Luego —un recuerdo arrastraba a otro— evocó una fiesta de boda, una fiesta de cumpleaños, veraneos a la orilla del mar, bailes populares alrededor de las fogatas, los días en que las personas mayores se reunían para, ¿para qué?, para elegir a los gobernantes (¡Dios mío, los elegían!), la noche en que los más jóvenes se rebelaron, una noche en que hubo luchas callejeras y aparecieron los soldados y después vino alguien, alguien que…
Un capataz, se le acercó, látigo en mano:
—¿Qué haces ahí, haraganeando como una cigarra?
Esa voz ruda le borró instantáneamente los recuerdos.
Entonces se puso de pie y caminó en fila india junto a las demás hormigas.
Marco Denevi, Ejercicios de literatura menor.