Anónimo
Una señora francesa, leyendo una novela romántica, no pudo acabar la lectura de un capítulo en que dos enamorados se decían ternezas. Y arrojó el libro diciendo: «¡Tanto hablar estando solos…! ¿Qué diablo esperan?».
Anónimo, Los titanes del ingenio.
El mismo Sarmiento refería que se había hecho tan general la creencia en su locura que visitando el Manicomio de Buenos Aires y llegando a un patio donde se hallaban los locos, se produjo un movimiento extraordinario entre ellos, idas, venidas, conciliábulos, hasta que uno se apartó del grupo, visiblemente delegado por los demás, y acercándose al Presidente con los brazos abiertos, exclamó:
—¡Al fin, señor Sarmiento, entre nosotros…!
Anónimo, Los titanes del ingenio.
Pelissón, preso de Estado en la Bastilla, no tenía más diversión que una araña domesticada por él. Lo supo el gobernador de aquella fortaleza y le mató la araña. Acción cruel, que fue reprobada hasta por Luis XIV, cuando tuvo conocimiento de ella.
Anónimo, Los titanes del ingenio.
En Venezuela un ermitaño quiso hipnotizar a un tigre para demostrar sus poderes sobrenaturales y fue devorado.
Anónimo, La Razón (Buenos Aires, 2, marzo, 1974).
RARO EJEMPLO DE UN SONÁMBULO
En Nueva York soñó una persona que estaba cogiendo pájaros. Por la mañana al levantarse halló en su cama un nido de golondrinas. Las había cogido la noche pasada en las vigas de su casa donde subió por una escala muy alta.
Anónimo, Papel Periódico de la Havana.
LA CASA ENCANTADA
Una joven soñó una noche que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín. Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle, despertó. Todos los detalles de este sueño permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a empezar su conversación con el anciano.
Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a Litchfield, donde se realizaba una fiesta de fin de semana. De pronto tironeó la manga del conductor y le pidió que detuviera el automóvil. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.
—Espéreme un momento —suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente. Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondió a su impaciente llamado.
—Dígame —dijo ella—, ¿se vende esta casa?
—Sí —respondió el hombre—, pero no le aconsejo que la compre. ¡Esta casa, hija mía, está frecuentada por un fantasma!
—Un fantasma —repitió la muchacha—. Santo Dios, ¿y quién es?
—Usted, dijo el anciano y cerró suavemente la puerta.
Anónimo recogido por Edmundo Valadés en El libro de la imaginación.