CAPÍTULO 19

Toby se dedicó con todo su empeño a la tarea de ocupar un lugar en el mundo de la ciencia moderna. Comenzó en el nivel más bajo, desmontando y analizando su propia cosmonave. Raoul y algunos otros científicos de Astro Control trabajaban con él aunque la palabra «trabajar» no fuese la más adecuada. Toby contaba con un grupo de robots cuidadosamente sincronizados a sus ondas de pensamiento, y por lo tanto, el trabajo delicado y preciso de desarmar y clasificar hasta la más mínima parte, era cumplido por ágiles dedos de metal, bajo la dirección de los cerebros interpretadores de las computadoras.

—Es fascinante —le dijo a Raoul, que estaba sentado junto a él, charlando en forma deshilvanada, pero sin perder detalle del trabajo.

—¿Qué cosa?

—El modo en que trabajan los robots. Y lo que me sorprende es que tienen el aspecto de implementos metálicos, que no se haya intentado hacerlos en nada parecidos a los seres humanos.

—¿Por qué te sorprende tanto? —dijo Raoul—. Sólo las mentes muy primitivas pueden haber pensado en construir los robots con forma humana. Un robot en todo momento debe ser visto y considerado como robot; no debe existir la más mínima tentación de atribuir cualidades humanas a las máquinas. De otro modo, podrían verse involucradas las emociones. Es concebible que la gente sienta un cierto afecto por un robot que, de alguna manera, sea humanoide. El afecto hacia otra persona puede ser ridículo, pero llegar a querer una maquinaria, por más compleja, por más extraordinarias que sean las posibilidades que ofrezca, sería fatal.

—La ciencia ficción de mis tiempos a menudo presentaba a los robots como hombres, e incluso pintaba un mundo controlado por los robots.

—Lo sé. —Raoul sonrió—. Me acuerdo que pensabas que yo era un robot cuando establecí el primer contacto contigo.

—No te das una idea de lo fría e impersonal que resultaba tu voz. Confieso que me aterrabas.

A medida que pasaban los días, Toby se iba imbuyendo más del pensamiento moderno. Disfrutaba de la experiencia. Sus días —y sus noches— eran plenos, y si había ocasionales momentos de recaída en el vacío de la extrema soledad, rápidamente se rescataba a sí mismo.

Ahora salía con mucha más gente, andaba de un lado a otro, y cada vez estaba menos con su familia. A Shamira la veía de vez en cuando, a Nadia casi no la veía, pero era Adreena la que estaba más lejos que cualquiera de los demás. No sólo no la veía, sino que ya no sentía su presencia mental, que tanto apoyo le había dado durante los primeros días. Valoraba esa ayuda al sentir la carencia de ella. Por algún motivo, la extrañaba, aunque se alegraba de que no estuviera. Le intrigaba saber si ella simplemente se alejaba de él, o si de veras se habría ido. No preguntó. Su atención se centraba en Mariana.

Sabía que la magia de ese viaje con Mariana había sido una situación aislada, con un principio y un fin, pero desde que regresaron, siguió viéndola y pasando tanto tiempo en casa de ella como en la de Shamira. Postergaba la elección de una casa propia —aunque podía hacerlo en cualquier momento— porque aún esperaba convencer a Mariana de que viviera con él. Le habría gustado establecer con ella una relación comparable al matrimonio de sus tiempos. Pero ella se mantenía firme. No quería atarse, ni siquiera a algo transitoriamente estable.

Toby sentía que la amistad se iba marchitando. Se cuidaba de no ser insistente, y no tenían peleas. Pero la intimidad, el entusiasmo, se habían borrado sin darse cuenta. Ella no se encerró en la helada reserva de los primeros días, pero Toby percibía que, poco a poco, lo iba alejando de su lado.

Durante la quinta semana, Toby la convenció de que hicieran otro viaje a Inglaterra. No salió bien. Ella estaba preocupada, y llovió incesantemente. Por más que lo intentara, no pudo recobrar la ternura y la novedad de la primera estadía.

—¿Qué pasa, Mariana? —le preguntó dulcemente.

Ella se mostró evasiva. Adujo un gran cúmulo de trabajo, y mencionó el inminente regreso de Geno.

A Toby le ofendió la mención de Geno. Por lo que había escuchado, Geno era un tipo raro y desdeñoso. Ella no podía estar muy apegada a él. Trató de forzarla a cambiar su estado de ánimo, pero fue en vano. Cuando ella sugirió volver a Tagoujalet antes de lo previsto, Toby no se opuso. Confiaba en que, más adelante, estaría más accesible. O acaso pudiese aclarar las cosas con Geno.

Esta vez, nada se dijo de hacer el regreso en etapas. Volaron directo a Tagoujalet.

A su arribo al aeropuerto, los recibieron con la noticia de que la flotilla de Marte había ganado tiempo y llegaría esa misma tarde. Toby sentía curiosidad, pero una curiosidad matizada por un poco de su antiguo temor. Pensaba que Geno era responsable del estado de ánimo de Mariana y, a pesar de creer que ésta no podía sentir mucho afecto por Geno, no podía descartar de plano la posibilidad de que él tuviese influencia sobre ella. No estaba dispuesto a tomarse al pie de la letra el argumento de que ya nadie tenía influencia sobre nadie.

No bien aterrizaron, Mariana partió para su casa. Toby, sintiéndose rechazado, fue a casa de Shamira, y la encontró mirando por televisión la flotilla distante, que se aproximaba a la tierra. Parecía preocupada, y mucho más vieja. Nadia también se encontraba allí, e inesperadamente Adreena entró y se sentó junto a Toby. De inmediato desapareció la sensación de no ser querido, pero supo por instinto —debido a un extraño lazo que lo unía con Adreena, cuando ésta se dignaba conectarse—, que ella también estaba afligida.

Toby observaba las reacciones en las personas que lo rodeaban, sin sentirse demasiado involucrado en ellas. Raoul llegó en seguida, e invitó a Toby para que lo acompañara más tarde al Centro a presenciar el descenso de la flotilla.

—El espectáculo te va a impresionar la primera vez —dijo.

Toby estaba inquieto. Cuando los demás pasaron a la habitación principal a comer, se disculpó y salió, iría a lo de Mariana, y pasaría una o dos horas con ella antes de que llegara Geno. Presentía vagamente que Geno era una amenaza para su nueva y dolorosamente adquirida adaptación a esta vida, y quería volver a sentir la confianza de que, con Mariana, tendría cierto dominio sobre el presente.

Al acercarse a la casa, vio a Lottie afuera en el patio. Esto lo sorprendió porque, aunque sabía que las dos hermanas eran muy unidas, nunca se había encontrado con Lottie en sus muchas visitas a Mariana. Si es que lo había pensado, se imaginó que ella no aparecía por delicadeza.

Cuando aterrizó, se le acercó Lottie.

—Toby —le dijo—. Debes irte. Mariana no puede verte; está trabajando. Había algo de firme e inabordable en ella, algo que le impedía pasar por la fuerza.

—¿Qué ocurre? —preguntó. Era la primera vez que se sentía obstaculizado, y empezó a crecer su enojo. Con esfuerzo, se controló. Vio que Lottie lo miraba fijo y que probablemente le estuviera leyendo los pensamientos. Sospechó que la ira disminuía su capacidad de cerrar la mente.

—No te sientas así, Toby —le dijo con dulzura, apoyándole una mano en el brazo—. Hay muchas cosas que aún no llegas a comprender. Tienes que vivir con nuestros principios, que son pocos y se los impone uno mismo, pero son muy estrictos. Ahora debes irte y no intentar ponerte en contacto con Mariana, a menos que ella se comunique contigo.

—Pero esto es un disparate —exclamó Toby—. ¿Qué hice yo?…

—No es un disparate sino que tiene un sentido, y no es culpa tuya. Aun así, debes hacer lo que se te pide. Ya eres libre, no estás más bajo el cuidado de la familia; no abuses de tu libertad.

Pensó que todo este asunto era una locura. A pesar de Lottie, trató de comunicarse mentalmente con Mariana, pero la línea parecía estar desconectada.

Dio media vuelta y, con un desabrido adiós a Lottie, regresó a su casa. Seguía temblando de furia cuando se bajó del volador. Adreena lo esperaba, con un brazo levantado sobre la cabeza, para proteger sus ojos de sol. El enojo de Toby se evaporó. Qué encantadora que era… como una bailarina hindú.

—¿No vas a recibir a la flotilla? —le preguntó. En presencia de Adreena se sentía mejor a cada instante; iba recobrando la compostura.

—Sí —respondió ella—, pero no hay apuro. No entran en la atmósfera hasta dentro de media hora; o sea, la primera nave, porque las demás vienen tres o cuatro horas después.

—¿Geno llega en la primera? —preguntó Toby, aunque ya lo sabía.

—Sí. —Y añadió: te estuve esperando para que vayamos en mi volador. Quería prevenirte.

—¿Prevenirme? —Toby estaba sorprendido—. ¿De qué?

—No sé exactamente. De todo y de nada. Escucha, tienes ahora una percepción mucho más intensa que en tu vida anterior, y debes utilizarla. No te enceguezcas. Si te complicas demasiado con la gente, pierdes la facultad de percibir.

Toby pensó que se refería indirectamente a su obsesión por Mariana.

—A todos nos intriga —prosiguió Adreena, al parecer cambiando de tema—, cómo se llevarán Geno y tú.

—Supongo que muy bien. Él no puede sentir nada por mí, yo no he vivido en esta época, y en lo que a él respecta, no puedo afectarlo de ninguna manera hasta tanto no nos conozcamos.

—No estés tan seguro —acotó Adreena, con aire enigmático—. Creo que así te pones obtuso. Por el solo hecho de la presencia aquí, has cambiado todo. Todos hemos cambiado un poco, y a Geno no le gustan los cambios. Va a tener la impresión de que hay menos para él.

—Eso es ridículo. ¿Cómo puedo yo quitarle algo a Geno? ¿O es que te refieres a Mariana? Pero es distinto; la gente ya no actúa así. Él no puede sentir por Mariana lo mismo que yo. Es imposible que reaccione de ese modo, y Mariana no puede sentir por él lo mismo que siente por mí. De eso estoy bien seguro.

—¿Bien seguro? —repitió Adreena.

—Sí. —Estaba tan afligido por la futura situación con Mariana, tan ansioso por confirmar que podía existir una muerte de estabilidad, que por un momento no pensó en Adreena como persona. Luego vio que se le nublaba el rostro y se dio cuenta de que quizás ella no fuese tan indiferente como había presumido. Era tan joven que, moderna o no, podía muy bien ser vulnerable. Toby se maldijo a sí mismo por imbécil.

—Perdóname —dijo, mordiéndose la lengua.

—¿Por qué? Si no has hecho nada. —Adreena tiró la trenza hacia atrás, en un gesto muy de ella—. No —agregó—, Geno no puede sentir lo mismo que tú por Mariana, pero puede ser peligroso.

—¿Peligroso? —Toby repitió incrédulo la palabra—. ¿Es que hay algo peligroso en este mundo tan bien regido? Desagradable tal vez, pero sin duda no peligroso. Eso implicaría emociones de por medio, y no creo que ninguno de ustedes sepa lo que son las emociones.

Adreena lo escudriñó de reojo, y Toby sintió que se reía de él. Un sexto o séptimo sentido, en su fuero más profundo, le hizo advertir que podría estar destruyendo una ilusión. Tal vez fuese desatinado el tener tanta fe en la infalibilidad del hombre moderno.

—Vamos —dijo, serio.

Se encontraron con Shamira y los demás en el Centro de Control. Estaban observando en las gigantescas pantallas cómo la primera cosmonave aparecía, flotaba como un pájaro del otro lado de la atmósfera, y luego lentamente se abría camino. Toby se maravilló ante la regulación de la velocidad y la potencia de los mecanismos propulsores que permitían que estas ciudades flotantes cayeran sobre la tierra con la suavidad de un copo de nieve.

Una vez que bajó y que se accionaron los dispositivos de aterrizaje, todos abandonaron el Centro, dirigiéndose al aeropuerto. Llegaron hasta el pie de uno de los ascensores móviles justo en el momento en que empezaban a descender las personas.

—Puedes darte cuenta de quiénes estuvieron viviendo en Marte; son los que tienen ese color verde azulado —dijo Adreena—. Les va a llevar varias semanas volver a aclimatarse a la tierra.

—¿Y eso no es insalubre? —A Toby le desagradó el aspecto lívido de muchas de las personas que descendían de la nave.

—Venus es peor. Y los que tienen un aspecto normal son los que han hecho el viaje de ida y vuelta, y la tripulación, desde luego.

De pronto, Geno estuvo con ellos. Toby no lo había visto llegar, y estaba paseando la vista, intrigado por saber cuál sería Geno, cuando oyó que Shamira decía «Éste es Toby». Por fuera, el saludo fue intrascendente, casi amistoso. Pero por dentro, sintió que el otro tanteaba el terreno, tratando de formarse una idea de él. Toby había oído antes que ciertas personas tienen ojos azules fríos, pero ésta era la primera vez que veía unos ojos como éstos: negros, categóricos, y fríos como la piedra.

Tuvo el impulso de darle la mano, pero se reprimió. Ya no se usaba.

—Qué tal —dijo en cambio, haciendo acopio de valor para mantener la mirada fija de Geno, y tratar a su vez de formarse una idea de él.

Vio un hombre tan parecido a sí mismo que sintió unas ganas bárbaras de hacer algún gesto para ver si la otra cara lo reflejaba también. Realmente extraordinario. Si no fuese por el color, podrían haber sido mellizos, mellizos idénticos. Geno incluso se paraba con un pie levemente en ángulo, salvo que no era el pie que aumentaría la ilusión de estar viendo su propio reflejo. Toby quiso irse a casa y mirarse en un espejo para recobrar la confianza.

—Así que llegaste… y vivo —dijo Geno—. No pensé que lo harías, y por eso me fui a Marte como siempre.

—Tengo entendido que adelantaste tu regreso, y me siento halagado. —Toby estaba incómodo. Había tendencias encontradas de antagonismo que desmentían la aparente amistosidad de Geno.

—Eso no fue necesariamente para verte a ti —dijo con frialdad—. Me intrigaban ciertas noticias que recibí. Nosotros estamos en contacto permanente, aún en el espacio.

Las palabras sonaron ásperas y desagradables en sus oídos. Toby creyó percibir una amenaza profunda y, por algún motivo, se sintió culpable, como si le hubiese puesto los cuernos a Geno. Aunque, cómo podía uno poner cuernos a nadie en un mundo donde no existía el matrimonio ni ninguna clase de relación constante.

—¿Contento de estar aquí? ¿Te resultó fácil adaptarte? —Toby advirtió que Geno le había seguido los pensamientos, que, de hecho, lo había estado exprimiendo mentalmente para arrancárselos, y ahora tenía la información que deseaba.

—Sí, contento, muy contento. Al principio tenía ciertas reservas, pero ahora la vida me parece muy interesante… y ya estoy trabajando.

—¿Cómo anda tu vida personal? ¿Te has hecho de amigos?

«¿Qué es esto, una inquisición?» —pensó. En lo profundo de su ser, comenzaron a sonar alarmas previniéndolo, ¿pero contra qué?

—¿Esta noche cenas con nosotros? —intervino Shamira, con algo de ansiedad en la voz al dirigirse a Geno.

—Sí. Estoy ansioso por conocer más a mi antepasado. ¿Sigue viviendo contigo?

—Sí —respondió Shamira, quizás con demasiado énfasis—. ¿Traerás a Mariana y a Lottie?

—Si quieren… ¿Lottie está con ella? —El tono de Geno era incrédulo y burlón.

—Sí —intervino Raoul—. Pero si prefieres, puedes venir a mi casa.

—No —respondió Geno secamente y, con una inclinación de cabeza y un «te veo luego» para Toby, se alejó.

La mayoría de la gente se había retirado del aeropuerto, y las grandes lámparas de arco alumbraban la escena a raudales. Toby, fuera de foco y medio atontado, fue con el resto de la familia hasta el volador. Sentía que debía readaptar muchas de sus ideas. Evidentemente existían grandes lagunas en su comprensión de la vida moderna.

Justo cuando llegaban al aparato, sintió que lo tomaban del codo y lo separaban del grupo. Era Adreena, que lo condujo hasta su propio volador al cual, aparentemente, había hecho venir a propósito. Volaron en la obscuridad, muy lindo gesto de su parte ya que necesitaba el manto de las sombras para recobrar el semblante y la compostura. Había sufrido dos choques emocionales el mismo día, y se sentía incompetente y sin futuro. Primero, el rechazo de Mariana que le resultaba inexplicable, y ahora esta amenaza nueva e imprecisa. ¿Por qué habría Geno de amenazarlo? ¿Y cómo?

Adreena, iba sentada a su lado pero sin tocarlo ni hablarle. Sin embargo, de ella emanaba una compasión que lo reconfortaba.

No aterrizaron en el patio como siempre; en cambio, lo hicieron en el césped, frente a los aposentos de Adreena, adónde Toby no había entrado nunca. Ella le había mostrado las ventanas desde afuera cuando lo llevó a conocer la casa, diciendo «ésa es mi pieza», pero no lo había invitado a pasar. Ahora, la pared divisoria de vidrio se deslizó hacia atrás para dejarlos entrar, cerrándose luego con un suave ruido de postigos que caían.

Por un momento la tristeza dio paso a la curiosidad. Al igual que el resto de las habitaciones, ésta era muy amplia para el criterio del siglo veinte. Sin embargo, mientras la pieza de Shamira era de un color blanco desnudo, y los otros cuartos neutros, los tonos de ésta eran intensos, fuertes, casi chillones, pero no chocaban. Predominaban los rojos y los negros que, en un cuarto más pequeño habrían resultado opresivos, pero en este lugar de hermosas proporciones, daban una impresión de tremenda vitalidad y distancia disimuladas.

Pensó que el dormitorio le sentaba a Adreena, que reflejaba su personalidad. Las paredes terminaban en colores plutonianos, al tiempo que evitaban una fúnebre lobreguez. El efecto era de una profundidad reparadora, igual que una caverna subterránea, fría y misteriosa.

—Quédate, y te vistes. Haré que te traigan tu ropa. —Lo condujo hasta un diván, y se sentó a su lado.

—¿Pero…? —La mente de Toby estaba llena de «peros». Se preguntaba si habría otros obscuros convencionalismos que, involuntariamente, pudiera violar. Sabía que había estropeado las cosas con Mariana, y quería evitar futuras complicaciones. Afortunadamente no tuvo que explicar, ni siquiera hablar. Estaba cansado y bajó la guardia mental para que Adreena pudiese escarbar en sus pensamientos. Estos eran tan confusos que casi no sabía ni él mismo lo que pensaba, y quedaban a disposición de Adreena para que hiciese lo que quisiera con ellos.

—Querido antepasado, yo soy completamente libre como lo puedes ser tú, si te lo permitieras. —Lo rodeó con sus brazos largos entrelazados. Era como verse envuelto por una anaconda. Toby nunca dejaba de maravillarse de su fortaleza, pero ahora se alegraba por ello. La firmeza misma de su tacto le proporcionaba esa tan añorada sensación de seguridad. Lo acarició, pero adrede no estimuló sus deseos, cosa que él le agradeció desde lo más íntimo. En cambio, incongruentemente tuvo un recuerdo de su temprana niñez, el recuerdo de los brazos de su madre que lo sujetaban con fuerza. Al instante, Adreena dijo:

—Será mejor que nos bañemos, o se nos hará tarde. —Lo condujo hacia la puerta de lo que presumió sería su baño. Pensaba que ya nada podía sorprenderlo, pero tuvo que contener el aliento. La pieza era grande, tanto como el dormitorio, y en lugar de la bañera y ducha habituales, había una piscina profunda, de material moderno negro, semejante al mármol. Aunque pequeña comparada con el tamaño que tenían las piscinas de hoy, era sin embargo muy grande como rasgo notable de un baño.

Adreena, siguiendo el hilo de sus pensamientos, dijo:

—Es especial, muy especial…, debido a mi temperamento. Siempre me gustó pasar mucho tiempo en el agua. Creo que mi atavismo debe remontarse a la época en que los hombres eran peces. Si estoy cansada o afligida, no descanso en la cama o en una silla; me meto en el agua y floto, o nado, horas de horas. A veces incluso me duermo haciendo la plancha. No puedo aguantar debajo del agua tanto como me gustaría, pero resisto mucho más que cualquiera.

Mientras hablaba, lo ayudó a sacarse la ropa y, sin darle tiempo a notar qué le estaba haciendo, le dio un empujoncito y lo mandó al agua, tirándose ella luego. Durante un rato dieron muchas vueltas nadando; después se quedaron flotando indolentemente de espaldas. El cielo raso alto era transparente; se podían ver las estrellas del otro lado. Puso las manos debajo de la cabeza, y dormitó. Sospechó que Adreena lo estaba hipnotizando suavemente, y se abandonó sin oponer resistencia. Se sentía seguro con ella, a pesar de su temperamento raro que por momentos parecía maligno y aterrador.

Adreena se sumergió de nuevo en el agua con mucha gracia, como un delfín. Toby se puso a pensar en delfines, Y sintió una de sus ya poco frecuentes punzadas de añoranza por la vida animal extinguida en el planeta. Se preguntó si los seres acuáticos habrían sobrevivido.

—¿Existen todavía los delfines? —preguntó, confiado en que Adreena entraba y salía de su mente con entera libertad, y no pensaría que era una pregunta extravagante.

—Únicamente en los museos y en las películas —respondió—. Deben haber sido muy lindos… y qué hábiles que eran. Es una pena. Pero si aún existiesen formas inferiores de vida, el hombre seguiría siendo cruel con ellas. Es mejor así.

—Supongo que sí —concordó Toby, sintiéndose él mismo una forma muy inferior de vida—. Pero no vivir en absoluto debe ser peor que todo. —Se extrañó de decirlo, pero en compañía de Adreena, su pena por Mariana no era tan total.