CAPÍTULO 10
Soñó, y aún en sueños soñaba que nunca había tenido esos sueños. Era una persona distinta. Vio colores desconocidos. Nunca había soñado en colores, y le sorprendía hacerlo ahora. Los colores no eran de este mundo, ni de ningún otro —que él supiese— y se extendían más allá del campo visual ordinario.
En sueños, estaba acostado con una mujer. Podía sentirla, sentía sus brazos, sus labios, su pelo, En vano trató de reconocerla. Era, simplemente, una mujer. Su añoranza llegó al extremo de la sublime agonía, y luego se disipó. Los sueños también se disiparon, mientras él se sumergía en una obscura felicidad. Después, sin que aparentemente transcurriera el tiempo, se encontró luchando por desvelarse. Un cómodo letargo lo sujetaba. Trató de vencerlo por instinto, aunque de hecho no quería despertar tan pronto de su fuga arrobadora. El sueño se evaporaría y él quedaría despierto, con su anhelo insatisfecho.
—Está bien. ¡Despierta! ¡Despierta!
La voz femenina, amable pero imperiosa, barrió las últimas nebulosas hilachas de sueño. ¿Se había imaginado todo? Se incorporó.
Adreena estaba sentada contra la cabecera de la cama. Su pose tenía curiosas reminiscencias de la Sirenita en su roca.
—¡Tú! —Fue lo único que pudo exclamar. Despierto, sus pensamientos pertenecían a Mariana, pero aún en sueños sabía que no soñaba con ella. No podía explicar el porqué, ni cómo lo sabía. Sencillamente, lo sabía. Esa experiencia exquisita, amarga, ácidamente penetrante sólo podría haber ocurrido con Adreena. O… Tuvo un involuntario pensamiento; por un instante recordó un incidente sucedido muchísimos años antes, en la escuela. Horrorizado, lo descartó. «No, no, eso no». Se dio cuenta de que había gritado en voz alta.
—¿No qué? —Adreena lo atravesaba con la mirada. Confió en que no le hubiera leído la mente; él se había negado a dar rienda suelta a ese recuerdo, así que quizás no lo hubiese captado.
Extendió una mano y la tocó ligeramente. ¿Desaparecería? Pero, su muslo permaneció tibio y firme bajo su mano. Al cabo de un momento, retiró el brazo. Una sensación muy parecida al pánico atemperó su alborozo. ¿Qué le había hecho a esta criatura, a esta niña, su descendiente? ¿Le habría hecho algo? ¿Era un sueño? Luego, con un criterio más práctico, comenzó a preocuparse por sí mismo. ¿Qué le haría Shamira? Él había presenciado su ira el día anterior, una ira que poseía una virtud divina. Si la dirigía contra él —como lo había hecho contra Raoul—, lo destruiría. Raoul podía resistir, pero seguro que él no.
Adreena iba siguiendo el hilo de sus pensamientos, mirándolo de cerca, como si fuese un sordo que trata de leer los labios de otra persona.
—Shamira no te va a hacer nada porque tú no me hiciste nada a mí. Yo soy mentalmente mucho más fuerte que tú —Shamira lo sabe—, y se enojaría si supiera que intenté dominar tu mente. Sólo las mentes son importantes.
—¿Estás segura de que yo… yo no…?
—¿No lo sabes? —Se burló. Tenía una manera de mirarlo de reojo que le daba un aire muy oriental. Toby se puso a pensar en la sangre que se había mezclado con la suya a través de las generaciones, produciendo esta personita extraña, y encantadora. Se sorprendió ante sí mismo. Iba a pensar en «niña encantadora», después cambió por «mujer», y terminó finalmente en «personita». ¿Por qué? Este proceso atravesó su cerebro con rapidez de computadora, sin darle tiempo a pensar en los motivos que tuvo para la elección de los términos.
¿Había cometido incesto? Pero sin duda, lo remoto del parentesco lo absolvería. Confió en que así fuera. Adreena era una experiencia totalmente nueva en su vida. No había, en su anterior existencia, un metro patrón por el cual pudiera medir a la gente de hoy. ¿Era ella poco común de acuerdo con los criterios del presente?
Los pensamientos se sucedían con tanta rapidez que, sin hacer una pausa, respondió al burlón «¿No lo sabes?» de ella, con un:
—Sí, creo que sí.
—¿Y estás contento? ¿O tendrás una sesión tenebrosa en la que te tirarás al piso para que la conciencia te castigue a latigazos?
—Ah, no, no es ésa mi intención. Pero ojalá no me hubieras hipnotizado. Cierto que lo hiciste, ¿no?
Asintió.
—¿Todavía no nos entiendes?
—No. —Habría deseado sentirse más masculino y dominante. En cambio, tenía la deprimente sensación de que ella era mucho mayor y más experimentada que él.
—Pero es que lo soy.
—¿Qué es lo que eres? —Se quedó perplejo.
—Mayor y más experimentada. Eso era lo que estabas pensando.
Hizo un esfuerzo por esconder sus pensamientos. Iba a ser difícil con Adreena. Antes, incluso, había notado que ella traspasaba sus defensas; ahora podría ser peor.
—Hoy en día no se oprime a los jóvenes. Reconocemos que, potencialmente, llevan la delantera. Y debe ser así porque pertenecen a una etapa posterior de evolución, aún cuando la diferencia sea muy pequeña. De manera que se estimula a los niños para que progresen, y no se los menosprecia ni reprime como en tus tiempos.
—¿Cómo puedes saber lo que se hacía en mis tiempos? —Toby estaba desconcertado. Quería llamarla chiquilla atrevida, pero no pudo. Tenía razón; le resultaba muy difícil conceder a los jóvenes derechos individuales. Pero las cosas ahora eran tan distintas. Trató de imaginarse a sí mismo haciendo el amor con una de las amigas de su hijo, y la sola idea le dio náuseas.
—Me hiciste una trampa desleal —dijo. No se molestó en explicar; se dio cuenta de que ella de nuevo le leía los pensamientos. Ridículamente sintió curiosidad por saber si sus pensamientos se moverían hacia arriba y abajo formando un diseño ondulado, al ver que los ojos de Adreena fluctuaban arriba y abajo, casi imperceptiblemente, cuando se concentraba en él.
—Estás haciendo líos por algo que carece de importancia. —Parecía una persona mayor, y él le prestó atención—. Nuestra vida ya no se rige por la conducta sexual. El sexo es una parte de nosotros, pero no lo consideremos la parte más importante. Tiene que haber sido difícil la vida cuando ustedes pensaban así.
—No pensábamos así —se apresuró a retrucarle.
—Claro que lo hacían. Por lo pronto existía esa cosa extraña llamada matrimonio. Imagínate, tener que decidir, partiendo de una atracción que todos saben que es transitoria, que vas a pasar el resto de tu vida con una persona.
—Sin embargo, funcionaba muy bien —Toby habría deseado no ponerse siempre a la defensiva.
—¿De veras? ¿Cómo funcionó en tu caso?
—Bueno… en mi caso… se enojó un poco… De cualquier modo, eso es asunto mío. La mayoría de los matrimonios andaban bien.
—Y estaban los aburridos, en los cuales una de las partes se daba por vencida, y dejaba que lo tragara la personalidad de la otra.
Apoyó la cabeza en el respaldo y lo miró desde arriba medio burlona, medio tierna. Toby sintió que le corría la sangre por la nuca.
Se controló a la fuerza.
—Cuando se está enamorado —dijo—, uno se alegra de poder abandonarse a la otra persona. No es una derrota, sino más bien una especie de gloriosa entrega.
—No hay nada de glorioso en entregar la propia personalidad —dijo Adreena ásperamente.
—Pero eso es lo que trato de decirte, que uno no rinde la personalidad ante otro ser.
—¿No? —La voz de la niña sonaba escéptica—. ¿Qué crees que se entrega si dos personas se someten a una vida en la que física y emocionalmente están unidos como hermanos siameses? Piensa en el impedimento físico de esa deformidad, que creo era común en tu época, e imagínate el equivalente psicológico.
—No es lo mismo. —Toby estaba seguro de que había un error en el argumento de Adreena—. Si uno está atado físicamente, no puede moverse como quiere. Las ataduras emocionales son distintas, te dejan libre… bueno, no del todo, sino bastante, pero…
Cuando titubeó, Adreena no vaciló en apremiarlo.
—Debido a que no hay nada tangible en esos compromisos psico-obligatorios con que se enredaban los de tu generación, dices que eras libre, y sin embargo, vivían abrumados por convencionalismos.
—No, de ninguna manera éramos esclavos de los convencionalismos —respondió Toby, sintiendo que éste era un razonamiento que había utilizado antes, y que lo ayudaría.
Adreena le aplastó el argumento moviendo graciosamente el dedo índice.
—Bah, si nacieron con convencionalismos, vivieron como encajonados; nunca pudieron escaparse. Lo único que hicieron fue ser convencionalmente no convencionales.
—No sé. Si de veras se ponía muy mal el asunto, uno podía divorciarse. —Toby dio un respingo al recordar su propio divorcio, tan sórdido, tan doloroso. No podía negar que estos modernos habían arribado a algo importante; quizás fuese más digno encarar las relaciones con total libertad.
El recuerdo de su fallido matrimonio lo oprimió. Se quedó en silencio.
—Querido antepasado, no te pongas triste.
Sensible ante su estado de ánimo, en un instante Adreena pasó de torturadora, a femeninamente cálida.
—Hace tanto tiempo que sucedió —dijo.
«Soy un tonto por recordar el pasado» —pensó y se echó a reír, tratando de que su risa fuese amarga, pero ella también lo hizo, con una risa alegre y musical que le cambió el espíritu. La risa fue un lazo amistoso entre los dos.
Ahora la veía más cerca, como persona, no como a una niña ni como a una condenada criatura del futuro. Reparó en las perfectas facciones, la impecable piel translúcida, los tonos aceitunados y rosáceos sobre los pómulos. Parecía imposible que este ser maravilloso descendiera de él. Aliviado —si bien momentáneamente— de la inhibidora sensación de culpa que le provocaba su juventud, pudo admirarla con todas sus ganas. En su presencia, experimentaba algo parecido al sobrecogimiento. Quizás porque vagamente advirtiera la idea de que ella tuviera un contacto con él no desmerecía la imagen de Adreena. ¿Se habría acostado con ella? Qué extraño el no estar seguro.
Hasta ahora, siempre había experimentado con las mujeres una verdadera sensación de «antes» y «después», un aspecto ambivalente en su trato con mujeres, que nunca había podido vencer. La posesión le provocaba algo similar al desprecio. Por supuesto que no con Rosemary. Ella había sido distinta. Pero también se había negado hasta después del matrimonio, y él la admiraba secretamente por su pureza y sus firmes principios. O siempre pensó que la admiraba. Ahora que no tenía la obligación de ser caballero, debía admitir que la luna de miel fue frustrante.
—Era una perra ¿no? —dijo Adreena, en tono severo.
—¿Qué? —Se asustó al oír que ella expresaba con palabras el mismo sentimiento que él trataba de evitar esquivándolo, como siempre había hecho, y encontrando cualquier pretexto para justificar el trato que le daba Rosemary.
—Bueno, entonces lo era, ¿no? Estabas por decirlo. —Adreena había seguido sus pensamientos, y lo desafiaba a que los negase.
—Si, tal vez estuviera por decirlo, aunque por lo general trato de ser caritativo. Pero, ¿cómo es que tú dices «perra»? Si no existen los animales, mal pueden existir las perras, y se me ocurre que la gente no sigue empleando términos que no tienen relación con la vida corriente.
—No los empleamos —dijo Adreena—. Es un dicho del pasado que además, nunca fue verdad; los animales no poseían ese tipo de entendimiento, o sea que uno no puede realmente ser cruel con otras personas si carece de entendimiento.
—No quiero pensar en Rosemary. —Toby se sorprendió al decirlo—. Quiero pensar en el presente.
—¿En qué quieres pensar, en particular? —Adreena se acomodó hacia atrás—. ¿Hay alguna cosa especial que todavía no comprendas?
—Sería más fácil decir lo que sí comprendo; es tanto menos…
Claro que, al otro día Shamira y tal vez Mariana seguirían con el relato de los años intermedios. Confió en que volviera Mariana; por un momento pensó en ella con añoranza y dejó de ver a Adreena, pero sólo por un momento. Tirando de un piolín invisible, la niña consiguió rescatar su atención.
Ahora que estaba aquí, las cosas que más le interesaban no eran los grandes hechos históricos que se habían desencadenado apocalípticamente sobre el mundo, sino los pequeños detalles de la vida cotidiana. ¿Podría tener una casa propia? ¿Estaría mentalmente pertrechado como para encontrar un cierto grado de felicidad? Trabajo, diversión, viajes, amigos que no fueran descendientes suyos. ¿Mariana o Adreena? ¿Cuál de las dos? ¿Ninguna? Y, perturbándolo desde el fondo de la mente, Geno. ¿Qué pasaría con él?
Su estado de ánimo, tan inestable en este medio, se precipitó hacia un abismo.
—¿Qué me va a pasar, Adreena? ¿Qué me va a pasar? Estoy fuera de mi elemento natural. —Agitó la cabeza.
—No te preocupes —respondió ella con voz fría, matizada sólo por un leve toque de compasión—. Sabemos que eres capaz de adaptarte, pero tienes que hacerlo tú mismo; nadie te puede ayudar. Si hubiese habido alguna duda, no se te habría permitido vivir.
—¿Por qué no?
—Porque sería infinitamente cruel si no fueras capaz de amoldarte a esta nueva vida. Sería como permitir que viva un chico deforme.
—¿Nacen muchos chicos deformes? —preguntó, apartándose momentáneamente del tema.
—No muchos.
—¿Y no los dejan vivir? —No podía conciliar la idea de un mundo tan respetuoso por el individuo, con la necesidad de matar a un ser humano, por más deforme que fuese.
—¡No! —exclamó Adreena y, como había ido siguiendo el hilo de sus pensamientos, agregó:
—La madre lo destruye cuando técnicamente todavía forma parte de ella, muy al comienzo.
—Es decir, igual que si amputara un miembro gangrenoso. —Sintió un poco de asco. Tenía la escrupulosa actitud protectora hacia los animales y los niños pequeños característica de sus tiempos, la cual, según le decía la razón, era compensada por las crueldades atroces que uno aceptaba sin pensar porque no le tocaban muy de cerca.
—Sí —dijo con sencillez Adreena, mirándolo fríamente a través de sus ojos oblicuos, semicerrados.
Toby advirtió que no había perdido uno solo de sus pensamientos, y que despreciaba su época histórica por lo ambivalente.
—Bueno, de cualquier modo me alegro de que me considerasen apto para vivir —dijo.
—No seas cáustico, antepasado. —Percibió ironía en su voz—. Habría sido terrible para ti si fueras un hombre de ideas rígidas y estrechas, y torpe de entendimiento. En tal caso, bien te valdría desear que te hubiésemos destruido.
Tenía razón. Él ya había dudado acerca de los placeres de la vida en medio de personas similares por fuera, pero que se hallaban en una longitud de onda mental completamente distinta. ¿Cómo se podía vivir sin poder comunicarse?
—Háblame de la gente —dijo—. ¿Cómo organizan su vida privada? ¿No existen las relaciones permanentes? ¿La vida es sólo una larga serie de amistades truncadas? ¿La gente siempre está sola? Esto podrá ser Utopía, pero a mí me parece una Utopía bastante triste. —Levantó los ojos y le miró la cara, que cambió con tanta rapidez, como un paisaje de octubre en que la luna y el sol se espantan uno a otro, sobre las colinas. La punzante aspereza, la fría valoración, por un momento dieron paso a una profunda y festiva ternura. A Toby se le trabó la lengua, y se olvidó de lo que iba a decir—. Al menos —prosiguió, desviando la mirada para poder pensar con calma—, en mis tiempos embrollábamos desastrosamente las cosas, pero éramos afectivos, humanos, amábamos y sufríamos. ¿Ya nadie ama ni sufre?
—A veces. —Su tono había vuelto a cambiar—. Y esto no es Utopía. Pero cuando miramos hacia atrás, hasta tus tiempos, vemos que las personas fingían muchísimo. Nada era real, ni siquiera ese amor del que me hablas. ¿Qué era? La literatura de la época está llena de conceptos realistas, cuando de hecho todos ustedes eran deshonestos en las relaciones materiales, y completamente no realistas en las humanas.
—La historia no siempre es fidedigna —dijo Toby, lacónico—. Debes tomarla un poco con pinzas. —Se sintió tonto al decirlo, y advirtió que ella también lo consideraba realmente tonto.
Adreena se recostó, apretándose las largas manos. Este gesto la transformó, de Sirenita en santa medieval. Toby esperaba que le apareciera un halo áureo detrás de la cabeza.
—Querido antepasado. —El enojo de la voz chocaba con su postura, y disipaba la aureola—, no sigas fingiendo; no defiendas un modo de vida indefendible, y que demostró ser un fracaso. Yo no me guío sólo por la historia escrita, aunque con ella es más que suficiente. No soy historiadora; mi especialidad es la literatura. He leído la literatura de tu época, de antes y de después, en muchos idiomas, y presenta una imagen mucho más clara que cualquier cantidad de documentales o archivos en microfilm.
Hablaba con una sinceridad tan intensa que Toby se avergonzó de su aire de petulancia. De cualquier manera, tenía un profundo deseo de aprender más esas ideas. Era con las ideas de hoy con las que tendría que vivir, no con los hechos del pasado. Debería conocer las normas y aprender a vivir de acuerdo con ellas. No podía regresar a sus tiempos por más que anhelase hacerlo y, al mirar a Adreena, pensó que había compensaciones incluso en este presente aséptico y falto de amigos.
Dijo, dócilmente:
—Entonces háblame de cómo viven con ustedes mismos, qué espera uno del otro.
—¿Hombres y mujeres, por ejemplo? —Lo miró con aire sutil.
—Hombres y mujeres en especial —respondió, tratando por todos los medios de no pensar en el sueño, si es que había sido un sueño—. ¿Qué sucede cuando las personas se enamoran? Sin duda eso debe ocurrir, aunque sea muy de cuando en cuando.
—No hablamos de «enamorarnos», sino de llegar a amar, y no usamos la palabra a la ligera. Creemos que el amor es algo mucho más amplio, mucho más grandioso y, a pesar de que puede nacer de una atracción sexual, puede que no. A menudo eso no ocurre. De modo que aceptamos como natural que este tipo de atracción se encienda y se extinga, para que otra persona pueda luego volver a prender la chispa. Ocasionalmente, una relación dura mucho tiempo, pero no se lo considera bueno.
—¿Por qué no?
—Inhibe la personalidad. La variedad siempre enriquece, en una relación estática, la pareja no avanza sino que se neutraliza el uno al otro, y el ideal de hoy es que cada persona individualmente se desarrolle al máximo.
—Sin duda que el amor no inhibe la personalidad.
—Tal vez él amor no, pero las restricciones que se aplicaban en nombre del amor, con frecuencia la inhibían. Y de cualquier modo, ¿quién puede decir lo que es el amor? Es sólo un estado mental indefinido, como la felicidad o la perfección. Nunca lo puedes ver, y únicamente lo adviertes por contraste con lo opuesto.
—Eso parece terriblemente sombrío y desolado. No sé si llego a entender, ni aún si quiero entender; ¿cómo es posible que tú sepas tanto? —Iba a agregar «a tu edad», pero se contuvo a tiempo.
—Ya te dije que soy mayor; yo comencé mucho después que tú abandonaras… cinco generaciones pasadas es mucho tiempo.
—Todo me parece completamente amoral —dijo Toby—. ¿Es que nada dura? ¿Qué pasa con los hijos? Sin embargo, me da la impresión de que existe una especie de esquema en esta familia tuya y mía. —Toby se alegró de poder decir eso porque le daba una sensación de pertenencia que le hacía imperiosa falta. No habría soportado el subsistir, de no haber tenido algún pariente en este mundo nuevo y desafiante.
—Eres observador. Sí, hay un esquema, pero es elástico, cómodo, a veces incluye más, a veces menos personas, pero nunca se le permite que imponga limitaciones. Siempre son las personas las que importan.
—¿Qué pasa con Shamira y Raoul? —preguntó—. Sin duda existe una cierta continuidad en su relación. —Demasiado tarde se le ocurrió que incluso en este mundo de avanzada era de mal gusto preguntarle por los padres a una niña de doce años. Pero era tan difícil recordar que Adreena tenía sólo doce años. Parecía no tener edad, y estaba más que a la par con él en muchos sentidos. Si en sus tiempos una niña como ella hubiese expresado las opiniones y sentimientos que Adreena le había expuesto, las palabras habrían contenido un toque invalidante de precocidad, y el asunto habría resultado algo ridículo. Pero ninguna de sus ideas sonaba en lo más mínimo de segunda mano. Y además, estaba el sueño…
—¿Sí, qué pasa con Shamira y Raoul? —repitió Adreena.
—Hace ya mucho tiempo que naciste —dijo Toby, tanteando el terreno con cuidado—, pero Raoul sigue cerca.
—Ah, eso se debe en parte a mi tío Geno, el hermano de Shamira.
—¿A Geno? —Se despertó un agudo interés en Toby, justo con una cierta perplejidad.
—Sí, Raoul se siente enormemente atraído por Geno, y ya hace años de esto. Cuando Geno se va de viaje a los planetas, Raoul vuelve con nosotros. Él tiene su propia casa, desde luego, igual que todos, y mamá —Shamira— no se alegra mucho cada vez que regresa, especialmente desde que se dio cuenta de que era por mí por quien volvía.
—¡No me digas! ¿Está celosa? —Toby se alegró de descubrir una reacción que parecía humana. A veces, las madres se ponían celosas de la influencia del padre sobre los hijos… las madres posesivas. Por lo tanto, presumió que Shamira debía ser así.
Se sentía relajado, y podía discurrir abiertamente. Adreena le iba siguiendo los pensamientos, y respondió a toda su idea, más que a su pregunta.
—No. Shamira no es posesiva. Ella me concede todas las nuevas libertades y derechos en el momento debido, y en algunos casos, antes. No es la influencia de Raoul como padre lo que le disgusta; es porque él y yo somos muy parecidos y sentimos una mutua atracción, no como padre e hija, sino como dos personas cualesquiera.
Toby buscó palabras. Intentó no horrorizarse por lo que creía que Adreena había querido decir, aunque se dio cuenta de que podía haberle entendido mal.
—¿Por qué te sorprende? —le preguntó ella, siguiéndole los pensamientos—. En tus tiempos había ese tipo de relaciones. Sé que se hicieron más corrientes después de tu partida, durante el caos, pero no tiene por qué sorprenderte.
—No me sorprende todo lo que dijiste. Yo ya había captado que Raoul tenía algo de extraño, pero pensé que sería alguna otra cosa. No sé lo que pensé. —Hizo una pausa—. Lo que no entiendo es cómo Shamira tolera esa relación tan desnaturalizada entre Raoul y tú; después de todo, hasta en las sociedades más primitivas…
—Pero la nuestra no es una sociedad primitiva, sino todo lo contrario —lo interrumpió—. De cualquier manera, no hay nada de «desnaturalizado», como dices. Supongo que te refieres al sexo. En tu época, todo se resumía en eso, pero para nosotros lo sexual no es el factor dominante. Podría haber ocurrido con Raoul, quizás, pero no habría sido muy importante, y ahora no creo que ocurra; la atracción se disipó.
Toby pensó que el motivo era que él había logrado acaparar su atención. Debería tener cuidado; ya comenzaba a aceptar la naturaleza transitoria de lo que él aún debía denominar «amor» en su propia terminología, y estaría satisfecho con disfrutar de esta niña encantadora en las condiciones que ella pusiese, por más pasajera que resultase la relación.
Adreena retomaba la palabra.
—Shamira se opone porque teme que Raoul pueda influir sobre mi personalidad, desviándola de su curso. Yo todavía soy lo suficientemente joven como para sufrir poderosas influencias. Tú has influido sobre mí, y me gusta porque tu mundo me parece interesante. Además, no creo que Shamira ponga reparos porque, a la vez, tú tienes que ponerte al día, y pronto deberás partir y hacer tu propia vida.
Toby se quedó reflexionando sobre esto. Se sentía extrañamente conmovido porque Adreena hubiese admitido que él la influía, pero también se daba cuenta que, según el código actual de vida, esto no significaba nada en particular. La gente era abierta, franca, y le pareció que no se consideraría muy atractivo en una mujer, el jueguito de demostrar una timidez esquiva y artificial. También lo preocupaba de una manera indefinible la implicación subyacente en las palabras de la niña. Que ella y Raoul eran de la misma especie. La miró. ¿Sería?
Con gracia, Adreena se puso de pie y se desperezó. Parecía una maravillosa bailarina de ballet. Los brazos agarrados en alto, el pelo que le caía hacia atrás, cual crines de caballo. Su cuerpo así estirado tenía más de muchacho que de chica. Toby pensó en la palabra «andrógino». Vista de este modo, tan espigada y llena de vigor, podía ser cualquier cosa. ¡Pero ese sueño, ese imposible y maravilloso sueño!
—Buenas noches, querido antepasado. —Los brazos cimbreños le rodearon el cuello, fríos, impersonales, algo inflexibles. ¿Podían éstos ser el mismo par de brazos que lo habían sujetado tan ardiente, tan apasionadamente en sueños? El sueño comenzaba a desaparecer. Tenía que alegrarse de que sólo fuese un sueño, de no haber abusado de la ingenuidad de esta criatura virginal, pero la idea de que pudiera ser cierto lo dejaba triste.
—No me has hablado del resto de la familia. —Quería quedarse con ella un ratito más por miedo de que, la mañana siguiente, este primer contacto humano, realmente humano, desde su llegada, se evaporara.
—Quiero irme a dormir —dijo ella, como al descuido, como una niña—. Tú también debes dormir. Otro día te cuento. O a lo mejor, Shamira o Mariana te cuentan.
Suave, calladamente, se alejó, y desapareció.