CAPÍTULO 9
Terminaron de comer, y se quedaron sentados descansando. El ambiente contribuyó a tranquilizar la perturbada mente de Toby. Estos seres modernos tenían la virtud del sosiego, que transmitía una infinita paz. Al observar a las dos mujeres, al escuchar sus voces dulces y musicales, se maravillaba de su innata quietud, tan distinta de la interminable y bulliciosa agitación de sus tiempos. A menos que uno estuviese enfermo, habría sido inconcebible ver a tres adultos sentados en la mitad del día, hablando y dejando de hablar sosegadamente. Se tenía la idea de que aún los fines de semana había que estar ocupado, ocupado con los deportes, ocupado con amigos, pero siempre físicamente activo. Y pasar horas ociosas un día de trabajo habría producido un enorme complejo de culpa en cualquier persona.
Mirando retrospectivamente, qué extraño parecía todo. ¿Qué diablos era una persona normal? ¿Y cómo definir de hecho un día laborable? Desde el punto de vista abstracto, no significaba nada.
—¿Quieres hacer algo en particular esta tarde? —preguntó Shamira, interrumpiendo sus reflexiones.
—¡No! No, creo que no. Salvo que fuéramos a nadar más tarde. Todavía me canso con facilidad.
Mariana —que seguía de talante accesible y amistoso—, dijo:
—Vamos a ir al hospital por tus análisis, y después volvemos a la piscina.
En el hospital conoció a su hermana. Lottie, médica también, que se encargó de hacerle los análisis, y luego lo llevó a recorrer el edificio, que lo impresionó muchísimo.
No había salas. Cada paciente tenía una habitación amplia, y estaba rodeado por numerosos aparatos. «Como un escenario para una obra de ciencia ficción» —pensó.
Al principio se sentía cohibido. Conocer gente nueva lo fatigaba, y se dio cuenta de que para ellos, él constituía el fenómeno más raro de todos los tiempos.
Pronto olvidó su inhibición, mientras Lottie le explicaba las técnicas y procedimientos hospitalarios del presente. Un instinto perverso le hizo preguntar:
—¿Cómo es que en esta era de perfección las personas todavía se enferman y mueren?
Lottie lo tomó con calma. —Nunca habrá perfección; siempre existirá algo más, y las enfermedades de hoy responden a la época, del mismo modo que las de ustedes pertenecían al pasado. No morimos de problemas al corazón producidos por un exceso de comida o de trabajo. En cambio, morimos de una variedad de desórdenes, consecuencia indirecta de la radiactividad.
—En términos generales, ¿se ha prolongado la vida?
—No mucho. El promedio corriente son los setenta años, pero hay una diferencia. Más personas tienen la posibilidad de sobrepasar ese límite, y conservan mejor sus facultades físicas y mentales.
—Entonces, ¿por qué mueren?
—Al igual que tantas otras cosas, es una cuestión de voluntad. El hombre ahora se gobierna por la mente y la voluntad mucho más que en tus tiempos, aunque en cierto sentido es igual. El subconsciente con frecuencia inducía a enfermarse y morir cuando la persona entera estaba lista para ello. La diferencia de ahora es que, lo que en tu época se presentaba a nivel subconsciente, hoy es consciente, y lo que era profundo inconsciente, se ha desplazado mucho más a la zona iluminada, ha entrado en la personalidad que puede ser reconocida.
—¿Dices que la gente elige el momento de morir? —Su voz sonaba escéptica.
—Uno elige cuándo acostarse y dormir. Esto es muy parecido, sólo que más permanente cuando, con la edad, uno se halla más cansado.
Le resultaba muy difícil tratar el tema a fondo, de modo que lo cambió.
—¿Dónde está Mariana? —preguntó.
—Se fue. ¿Quieres que volvamos?
Lo invadió la desilusión pero cuando llegaron a la piscina unos minutos más tarde, Mariana estaba allí, con Shamira, Raoul, Adreena y Nadia, a quien Toby no había vuelto a ver desde la primera noche.
—Toda una reunión de familia —exclamó, saludando a Nadia con un beso. Le vino a la mente el ridículo pensamiento de que su chozna debía ser una niña, y no una solemne mujer de edad, de pelo blanco.
—¿Sigue resultándote difícil ubicarte en nuestra época? —preguntó perceptivamente Nadia, devolviéndole el saludo con dignidad. Por un instante, se quedó helado. ¿No le caía bien a ella? Había algo, y no sabía qué era. Se sintió estúpido y torpe al no poder reconocer o percibir ese algo. Una indefinible corriente mental subterránea produjo un clima de discordia, pero en un instante desapareció.
—Me cuesta comprender… cosas. Pero me siento más cómodo, como si mentalmente ya estuviera a mitad de camino hacia aquí. Pronto habré llegado del todo, y dejaré de maravillarme.
Miró a Mariana, que estaba parada algo más lejos, a una distancia desde donde todavía podía divisarla. Su estado de ánimo sumiso gradualmente se disipaba en presencia de otros. Debía tener cuidado de no presionar en nada el delgado hilo de la relación que se iba estableciendo.
Con cierto aire lánguido, se dirigieron a la piscina. Obscurecía, y el agua formaba pequeñas ondas donde se reflejaban, distorsionadas, las estrellas. Todos se quitaron las ropas y se zambulleron. Luego de un momento de vacilación, Toby los imitó.
La noche era muy similar a su primera noche, sólo que él no se sentía tan vulnerable. En parte, porque ya lo trataban con más naturalidad. Al dejar de ser el centro de atención, se sintió más libre, más capaz de advertir cosas. Escuchando hablar a todos, podía empezar a armar el rompecabezas de la dinámica comunitaria aunque tenía aún enormes y obscuras lagunas.
Todavía no estaba seguro del principio según el cual se regían las ciudades. Advirtió la falta de comercio, pero la distribución del trabajo o de las tareas necesarias —evidentemente no era trabajo como se lo entendía en el siglo veinte—, seguía siendo un misterio. ¿Cómo lograban que funcionaran regularmente los inmensos centros de investigación y demás organismos estatales? Decían ser anarquistas. ¿Se referían a lo que él consideraba anarquismo? En tal caso, ¿cómo compaginar la cohesión tan obvia en todo lo que hasta ahora había visto, con el viejo concepto de anarquía?
Pensó que avanzaba demasiado lento. Trataba de apremiar a su cerebro para poder captar más cosas y con más rapidez. Las explicaciones que Shamira le dio sobre el caos le ayudaron mucho, pero creía que si pudiera salir más, conocer otras personas, asimilaría los principios básicos sin tanto esfuerzo.
Y el insólito mutismo en torno de Geno. Anhelaba preguntar por su tatara-tatara-tataranieto, pero la conspiración de silencio lo incluía a él también. Su propia lengua sufría el maleficio, negándose a formular las preguntas que se agitaban en su cabeza.
Entretanto, superando toda otra consideración, debía vérselas con las diferencias en la personalidad. Este era el aspecto donde se habían producido los cambios más notables. No sólo la gente tenía mejores casas, comía mejor, era más capaz, y disfrutaba de infinito tiempo de ocio y de la habilidad de llevar una vida físicamente inactiva sin por ello corroerse. Había algo más. La humanidad había cambiado de manera fundamental. Tal vez hubiese sido siempre así. Tal vez, un hombre de la edad media trasplantado al siglo dieciocho habría sentido la misma alienación, la misma incapacidad de ubicarse y enfocar bien las cosas, pero Toby creía que estas «invisibles diferencias» —como las llamaba, a falta de una más correcta definición—, eran algo totalmente nuevo. El mismo ser humano —pensó—, había trabajado afanosamente durante 200.000 años —o más—, y luego, en el curso de unas pocas décadas, se había agregado otro elemento, algo que alteró la estructura básica de la humanidad de un modo muy leve, pero incuestionable. Existía, por ejemplo, este don para comunicarse a nivel mental. Shamira dijo que estuvo latente en los hombres durante miles de años. ¿Tendría razón? Comenzaba a desarrollar en sí mismo esa facultad, y ello parecería confirmar su aseveración, pero también notaba su cerebro algo sobrecargado. Es como si yo fuera un foquito de luz de pocos voltios, conectado de pronto a una estación generadora mucho más poderosa. Por unos momentos, la lámpara soporta el fluir de la energía y da una luz brillante; luego, explota. ¿Explotaré yo también?
Absorto en sus pensamientos, no advirtió que los demás habían dejado de hablar, y lo miraban.
—¿Estás triste, Toby? —La voz de Shamira denotaba ansiedad.
—Perdónenme —respondió—. Estaba pensando, preguntándome…
—¿Si vivirías mucho tiempo? —Fue Raoul quien habló. Toby era profundamente consciente de las distintas actitudes mentales de cada uno hacia él que al concentrarse de un modo casi tangible, en su persona lo afectaban mucho.
—Sí, me queda esa duda, debido a que hay tanta más radiactividad hoy en día.
—Probablemente te aclimates. —La voz provenía de Mariana. Toby quiso adivinar un toque de ternura en ella, pero no estaba seguro. Por fin, llegó a la conclusión de que era Mariana médico, y no Mariana mujer, la que se interesaba por él.
—No morirás… Yo no lo voy a permitir. —Adreena habló con intensidad, y por un instante su poder mental neutralizó el de los demás.
Toby se sintió incómodo, como solía ocurrirle cuando ella andaba por allí. Adreena tenía una personalidad más fuerte que la de cualquiera de los otros.
—¿Cómo me salvarías? —preguntó Toby, pero su pregunta no tradujo el paternalismo que quería demostrar. Se lo impidió algo dentro de sí, algo que no alcanzaba a entender. Cronológicamente ella podría tener doce años, pero era mucho mayor que él en una variedad de sentidos incomprensibles.
—Ya lo verás —dijo, y retiró su influencia tan de golpe, que Toby se sintió caer en un vacío mental. Fue Raoul quien consiguió sacarlo de ese clima de lucha interior en que se debatía.
—No te aflijas, mi amigo. No puedes contar tu vida en años porque lo que vale es la experiencia. Y haber conocido el futuro, aunque brevemente, merece que hayas viajado tantos años, y que sufras un poco de tristeza en esta nueva existencia.
—¿Cómo puedes estar seguro? ¿Cómo sabes qué es lo que yo considero valioso? —A pesar de sí mismo, Toby sentía la atracción por Raoul, que se había manifestado la primera vez por medio de «la voz». Luego, cuando lo conoció en persona, lo halló curiosamente negativo, como si Raoul mismo hubiese puesto empeño en mostrarse distinto, tan grande era el contraste entre el impacto de la voz y el consiguiente impacto del hombre. Ahora, en este instante, se descubrían las virtudes de la voz. Pero de inmediato, Raoul se convertía en una persona distinta, casi incandescente. Toby se avergonzaba de los sentimientos que surgían en él. Recordaba la sensación que tuviera cuando Raoul le pasó la tintura por la espalda. Hizo un supremo esfuerzo por controlarse. Que él, Toby Varney, fuese capaz de experimentar tales pensamientos y emociones… Debía estar enfermo, o loco.
En medio de la batalla de mentes y personalidades, Adreena vino en su rescate. No dijo ni una palabra, pero Toby se dio cuenta de su presencia, advirtió que captaba su atención separándolo de su padre, y obligándolo a mirarla. Intentó zafarse de su arrastre, pero le fue imposible. Mientras la miraba, por fuera cortésmente interrogativo, pero hirviendo de rabia en su interior al verse así dominado, comenzó a percibirla. La crisálida se convertía en mariposa. Donde había existido la vaga forma de una niña, con unos ojazos preciosos y una trenza que le caía sobre el hombro, notó que, además de los ojos, había una boca ancha y sensual que sé curvaba delicadamente, y un mentón firme. Siguió bajando la vista para mirarle la figura frágil y con aire de muchacho, pero no demasiado. Los pechos pequeños, la delgada cintura y las piernas largas y estilizadas eran enloquecedoramente deseables.
Adreena aflojó por un instante su poder de atracción; Toby sacudió la cabeza con violencia y se maldijo por sus pensamientos. Primero Raoul, y ahora esto, con su propia descendiente. ¿Acaso no sería incesto? De cualquier modo, era a Mariana a quien deseaba, pero Mariana no lo quería a él. Trató de analizar sus sentimientos y llegó a la conclusión de que se hallaba emocionalmente confundido, y atemorizado por completo. Justo cuando pensaba que había encontrado un equilibrio en este mundo del futuro —por un momento se forzó a considerarlo el futuro y no su presente—, justo cuando la gente adquiría una cierta substancialidad y comenzaba a darse cuenta de que eran reales, de carne y hueso igual que él, todos se adelantaban un paso, y lo dejaban atrás.
En un momento de intuición comprendió que estas personas habían estado resguardándolo de ellos mismos. Lo trataban, como si fuese un invitado de honor, disimulando los aspectos obscuros o demasiado brillantes de su moderna personalidad por temor a matarlo. Ahora, por un rato volvían a su natural modo de ser, y él se sentía como un niño amedrentado en medio del fuego de dos poderosos ejércitos.
Adreena se apartó de él para atacar a Raoul. Padre e hija se trabaron en intenso duelo. No se pronunció ni una palabra, y eso era lo espantoso. Le parecía estar presenciando una tormenta eléctrica en el trópico. El choque de las dos personalidades encendía el ambiente. Toby pensó cómo, siquiera por un momento, pudo considerar a Raoul un personaje negativo. El rostro obscuro y movedizo se veía hermoso por la rabia y otras emociones que no alcanzaba a detectar. Adreena, por su parte, era más que un contendiente para Raoul. Intuyó que la niña había tenido lo que se dice un «metejón» con su padre, y se sonrojó al pensar que se le cruzaba tal definición por la mente. Siempre se había preciado de su amplitud de criterio, y estaba dispuesto a aceptar que la gente de hoy era pagana y amoral, pero ese tipo de sentimiento entre Adreena y su padre escapaba a su comprensión, e incluso a su imaginación. Los extremos de amor y odio cubrían el lapso entre su época y ésta.
Espió furtivamente a Shamira para ver cómo reaccionaba. Pensó que ella conocía la atracción poderosa y anormal —para Toby— que existía entre su hija y el padre de su hija, y que no la aprobaba. Pero lo tomó por sorpresa la intensidad del odio que demostraba por Raoul. La Shamira dulce, amable y maternal se transformó, ante sus ojos, en una diosa vengativa de la mitología. De manera irracional, pensó que quizás ella fuese exactamente eso. El odio hacia el antiguo compañero —la palabra «amante» le pareció anacrónica— sin duda lo destruiría. Miró ansiosamente a Raoul, casi esperando verlo disolverse como metal al rojo.
Pero por fuera no pasó nada. No se dijo nada. No se hizo ningún gesto. El grupo podría haber sido cualquier grupo de personas de cualquier época.
Mariana y Lottie se mantuvieron mentalmente aparte durante la feroz batalla, y Nadia se había retirado antes. Fue Shamira quien, en tono normal y con su característica expresión calma, puso fin al encuentro.
—Toby está cansado —dijo—. Creo que debería ir a descansar; nos olvidamos de que no está acostumbrado a nuestro ritmo de vida.
En el acto, todos se pusieron de pie. Lottie y Mariana saludaron y se fueron juntas, mientras Toby las seguía añorante, con la mirada. Se convenció de que Mariana era inasequible por completo. La experiencia de esta noche —si no se la había imaginado toda— lo había dejado perplejo. Apenas comenzaba a conocer el mundo al cual volvía. Adreena y Raoul, como al descuido, partieron en direcciones opuestas. Sólo Shamira permaneció y dijo, con un tono que podría haber sido el de su madre:
—Vamos, Toby. Ahora debes descansar.
No estaba cansado físicamente, pero se sentía mental y emocionalmente exhausto. Se tiró en la cama y trató de disminuir la velocidad de sus pensamientos hasta alcanzar un ritmo que le permitiera dormir.
Poco a poco fue relajando la tensión y consiguió serenarse, pero había algo de malo en esa calma. Se preguntaba si lo habrían dopado, y luego reconoció la sensación de adormecimiento y sopor que había experimentado en la nave espacial cuando iba llegando, y Raoul le decía «ahora te haremos dormir». Intentó despertarse. ¿Quién podría estar hipnotizándolo? ¿Sería Raoul? ¿Sería…?