CAPÍTULO 12

Comieron en silencio. Una de las ventajas del presente era que podía encerrarse en sí mismo sin sentirse por ello coaccionado. La comprensión era tan profunda que no necesitaba temer que interpretaran mal su estado de ánimo. Se iba convirtiendo en un gran adepto a la introspección y el autoanálisis, situación que consideraba mucho más positiva que todas las anteriormente experimentadas. No se trataba de darse vuelta y ponerse a rumiar los propios problemas en silencio, sino más bien de un replegarse, llegando hasta la esencia de la personalidad. Casi como transportarse a otra esfera. Toby observaba su propia maduración con mucho interés.

Se fastidiaba consigo mismo por hacer gala de una vulnerabilidad tan obvia como la que había desplegado esa mañana. ¿Por qué tendría que enojarse tanto? Las reacciones que demostró eran incompatibles con una personalidad madura y equilibrada. Él sabía que se iba a encontrar con cambios drásticos y, dada la explosión demográfica de comienzos del siglo XXI, no quedaba esperar otra cosa. Tan pronto como se enteró de que había habido una cataclísmica merma en la tasa de natalidad, podría haber previsto el curso exacto de los cambios en la urbanización.

Ahora, al hacer un balance, notaba que tenía demasiadas reservas mentales respecto de todo lo que veía o escuchaba. A nivel subconsciente, encaraba la situación como transitoria, como si estuviese pasando un insólito fin de semana en un mundo pseudo hollywoodense de los años treinta. Pero la razón le decía que en otra parte existía el mundo común, de todos los días, el verdadero mundo al cual regresaría a debido tiempo, y al que encontraría un poco distinto luego de su ausencia, pero no mucho. Una vez que volviera a Londres, a Nueva York o a Cabo Kennedy, podría establecer lazos visibles de unión. Aunque… ¿no había mencionado Raoul algo acerca de la destrucción de Cabo Kennedy? Tendría que preguntárselo.

Poco a poco, llegó a un acuerdo con la verdad y consigo mismo.

Antes de terminar la comida se impuso el aceptar la ineludibilidad de su posición, aceptar el presente y confiar en que éste lo aceptase a él, que le hiciera un lugarcito en su frío seno. A pesar de la afable presencia de las dos mujeres, el dolor de la soledad era agudo. Pensó en Mariana. No es que estuviese particularmente hambriento de sexo, pero anhelaba calidez humana, esa cosa que —temía— esta gente no pudiera darle. Deseó poder llegar pronto a un entendimiento con Mariana. Le vendría tan bien. Ella era el tipo de mujer que le atraía. Cuando estaba expresando su deseo, éste se interrumpió por el recuerdo de Adreena, helado, punzantemente agrio, que se hacía paso entre sus pensamientos.

No quería pensar en Adreena. Todo lo concerniente a esa relación venía cargado de dificultades. A la gente de hoy no le parecerían verdaderos problemas, pero para él, los obstáculos eran casi insuperables, profundamente enraizados en prejuicios, temor y sentimientos de culpa. Ella era tan joven. Y además, descendiente directa de él. ¿Estaría cometiendo incesto? ¿Lo habría ya cometido? Y además, ese extraño aspecto de muchachito. ¿Era ella totalmente mujer? ¿Era cualquiera de ellos totalmente algo? Dios mío —oró ante sí mismo—, obligándose a ver las cosas subjetivamente.

—No te preocupes —dijo, por fin, Shamira. Toby sabía que ella le había seguido el hilo de sus pensamientos—. ¿No quieres ir a nadar? ¿O prefieres salir a volar y recorrer un poco más el mundo?

—Prefiero nadar. —Ansiaba hacer algo de ejercicio.

Las dejó, y fue hacia su cuarto, para reunírseles luego junto a la piscina. Mientras atravesaba el jardín, comenzó a flaquearle la determinación de sacar el mejor partido de las circunstancias. «Este silencio espantoso… nunca me voy a acostumbrar a la falta de pájaros, de animales… nunca», pensó.

Estaban todos allí, incluso Raoul, a quien Toby se alegró de ver. Su resignada aceptación del presente no incluía tolerar el papel predominante que jugaban hoy las mujeres. Ellas afirmaban no predominar, decían que ambos sexos eran iguales y que por pura casualidad se había encontrado con más mujeres que hombres, pero no estaba muy convencido. En sus tiempos, un visitante que llegara del más allá como lo había hecho él, habría sido propiedad indiscutible de los científicos, principalmente hombres. Claro que estas mujeres eran científicos también, pero no podía compaginar ese aspecto de indolencia desenfadada, con la imagen que él tenía de profundos estudios científicos: Las mujeres qué se dedicaban a la ciencia, Dios libre y guarde, tendían a ser personajes de guardapolvo blanco y anteojos, que sólo abandonaban el capullo de su eficiencia por la noche, para convertirse en mariposas hembras. Ahora no había capullos de eficiencia ni mariposas, sino sólo estas espléndidas y permanentemente lánguidas intelectuales.

Debía reconocer que Shamira, como descendiente suya, gozaba de un derecho especial, pero no podía dejar de sentirse un poco fastidiado por el ambiente general de informalidad.

Raoul estaba encaramado en una balaustrada baja, a cierta distancia del borde del agua. Toby lo observó, recordando su propia reacción ambivalente cuando lo había tocado, y se preguntó si Raoul sería homosexual. Era muy difícil afirmarlo; la personalidad de la gente era tan flexible ahora… parecían cambiar de un extremo a otro en cuestión de minutos. Sin duda que, en este momento, Raoul podría haber sido cualquier cosa, desde un furioso marica, hasta el Dios pan. Toby por poco esperaba ver brotar pelos de la parte inferior de las piernas de Raoul, y que los pies se le convirtieran en pezuñas. Se acercó para sentarse a su lado.

Hoy no había síntomas de esa tensión tan obvia de ayer entre Shamira y Raoul, y se alegró. Sus propias emociones humanas ya eran problemáticas de por sí, razón de más para no querer enfrentar batallas a nivel cósmico, entre dioses.

—¿Te vas acostumbrando más a nosotros? —Raoul lo miró con curiosidad. Tenía una manera oblicua de mirar de lado, muy similar a la de su hija. Toby pensó que tenía más sentido del humor que los demás, característica que provocaba cariño, y que curiosamente no había aún encontrado entre esta gente moderna.

—Creo que sí —respondió. Desde su asiento, alcanzó a ver a Adreena en la piscina, nadando por el fondo del agua, como siempre igual a un tiburón. Recordó la pose de «sirenita» de la noche anterior. Qué persona rara que era. Una mitad de ella constantemente femenina, pero la otra mitad cambiando todo el tiempo. A veces era un muchachito, un árbol, un pez, cualquier cosa. ¡Cuántas innumerables facetas tendría!…

Raoul le seguía los pensamientos, cosa que hizo avergonzar a Toby cuando cayó en la cuenta.

—Es un ser extraño —dijo Raoul—. No sólo bisexual, como la mayoría de nosotros, sino que pertenece a dos o más eras; es trascendental, atavística, arquetípica.

—¿Qué estás diciendo? —interrumpió Adreena, emergiendo del agua al sentir la señal como una criatura submarina, con el pelo negro adornado con ramitas de nenúfar.

—Que eres el monstruo de muchas cabezas —respondió Raoul. Toby captó en seguida un intercambio de destellos mentales, como de cargas eléctricas. Durante un rato, padre e hija conversaron, en una constante lucha intelectual. Eran tan hermosos, tan parecidos, tan magníficos y civilizados en grado sumo, que Toby comenzó a entender cosas que nunca habría percibido en sus tiempos. El reflujo subyacente y la afluencia de comunicación entre ambos era un rasgo característico casi palpable. La suma de las dos personalidades era más que una dualidad; se combinaban para constituir una fuerza inconmensurablemente mayor. Conversaron un rato; no podía aplicarse otro término a esos serios, airosos y mordaces intercambios; luego se apartaron. Toby se sintió defraudado, como si una estructura cristalina muy delicada, intrincadamente compuesta de palabras, se hubiese deshecho. Se sintió vacío. Le habían hecho ver un mundo encantado, adonde no tenía esperanzas de poder nunca entrar.

—¿Te iniciaron ya en los misterios de nuestra vida, o sigues nadando en medio del caos? —La voz de Raoul interrumpió los pensamientos de Toby, diseminándolos.

—Me parece que seguimos nadando en el caos. —Echó una mirada como pidiendo disculpas a Shamira.

—Tal vez tenga yo que iniciarte —dijo Raoul.

—Me encantaría. Creo que hay tantas cosas que puedes explicarme. —Toby quiso agregar «mejor que Shamira porque ella es mujer y por lo tanto incapaz de comprender todo desde el punto de vista masculino», pero tuvo miedo de ofenderla. Sin embargo, los dos dieron muestras de entender, y asintieron conformes—. Pienso —continuó Toby, alentado a proseguir—, que ahora ya capto mucho más. Sin ir más lejos hoy, de pronto, me di cuenta de un montón de cosas, de que me quedo aquí para siempre. O de cualquier manera, mientras pueda sobrevivir. No me había desayunado del todo.

—¿Desayunado? —Raoul levantó una ceja con expresión interrogatoria.

—Es un dicho de los viejos tiempos que quiere decir que uno todavía no entiende, no se da cuenta ni interpreta el porqué de algo.

—Qué curioso —dijo Raoul—. Debes pensar en función del presente; no te conviene hacerlo en términos del pasado.

Los conceptos de antes no se aplican ya, y sólo sirven para confundirte.

—Ésa es precisamente la conclusión a la que arribé. De ahora en adelante estoy aquí, y ya no queda nada de mi antigua manera de ser.

—Puede que no te resulte tan sencillo como piensas —dijo Raoul—. Pero veo que vas amoldándote muy rápido. ¿Te gustaría venir a ver algunos de nuestros proyectos científicos?

—Sí, y también quiero visitar otros lugares, Londres y algunas zonas de Norteamérica que conocía.

Raoul lo miró con ojos penetrantes.

—Ya viste películas del Londres de hoy, ¿no? Toby asintió.

—¿Te impresionó mucho?

—Mucho. Me vi involucrado de una manera tan personal en la desintegración de la ciudad, que me olvidé de preguntar por los progresos culturales, comerciales o sociales. Políticamente, supongo que la organización es universal. Pero dime, ¿para qué existe Londres ahora? Todos los motivos por los cuales alguna vez existió, parecen carecer ya de importancia. No puede haber una «Ciudad» en tanto y en cuanto no exista dinero. Me imagino que las actividades marítimas deben haberse extinguido hace mucho, ya que las mercaderías se transportan por aire, desde el centro de producción al consumidor. Ya no debe ser útil la industria naviera ni los puertos.

—No. Todo eso desapareció tiempo ha —respondió Raoul—. Alguna vez tienes que contarme acerca de los barcos; siempre pensé que el hombre primitivo debe haber sido increíblemente valiente. El mar embravecido es tan peligroso. Pero aún en tu época alcanzaste a viajar por mar, ¿no? Me parece un derroche tremendo de esfuerzo y de vida humana. Increíble el hecho de que flotaran sobre la superficie del mar en medio de una tormenta, sin poder elevarse y volar por encima de él.

—¿A qué se dedica la gente ahora en Londres? ¿Viven ahí pero sin ningún fin en particular? ¿Qué hacen?

—En primer lugar —respondió Raoul—, ya no se considera a Londres como una zona separada, sino que forma parte de un todo, que constituye una sola entidad —lo que ustedes denominaban el Reino Unido—, y que incluye la parte norte —Escocia, le decían—, y la isla grande del oeste. El grupo entero y todas las islitas se llaman ahora «La Isla». Y la actividad principal de sus habitantes es el estudio, ya que se trata de uno de los grandes centros de aprendizaje. Algunos de los mejores y más importantes laboratorios se encuentran allí, y en un lugar denominado Oxford —que era una famosa universidad en tus tiempos—, está ubicada la Facultad de Idiomas para todo el mundo.

—¿Quieres decir que las personas permanecen como eternos alumnos? ¿O se trata de una población que rota en forma constante?

—Ninguna de las cosas exactamente. Hoy en día, el aprendizaje es un proceso continuo. Hasta el momento de la muerte, nadie considera que ha terminado sus estudios, sino que, de manera alternada, uno aprende, aporta sus propias contribuciones sobre la materia, aplica sus conocimientos, y aprende más.

—Pero si no hay ciclos de enseñanza, títulos ni doctorados, ¿cómo pueden las personas juzgar cuáles son las contribuciones valiosas? ¿Cómo determinan lo que hay que descartar? En mis tiempos, se dejaba de lado mucho material y, a la larga, sólo una muy pequeña parte era de utilidad, o lo suficientemente importante como para influir sobre el pensamiento en una generación posterior.

—Hay etapas en el aprendizaje, pero la gente se las aplica a sí misma, la autocrítica es una de las características más profundamente desarrolladas. El hombre o mujer que sea mediocre en cierta disciplina, cambiará y volverá a cambiar hasta que encuentre el campo de su interés. Pueden seguir cambiando toda la vida. Esto no significa ninguna pérdida material ni pone en peligro el prestigio, de manera que todos se sienten libres como para ser absolutamente honestos y lo son.

—Pero Mariana es médica —dijo Toby, y se dio cuenta de que traída de los cabellos aparecía su constante obsesión. Ella nunca se apartaba mucho de sus pensamientos.

—Eso es un vestigio de tu época. A todos los que se dedican a la investigación médica y al tratamiento de los enfermos, se los llama doctores. La idoneidad que poseen es muy superior a la que podían obtener los médicos en tus tiempos, pero no es por esa razón que se los llama así.

Toby se quedó pensando en ello, con una sonrisa. Sintió curiosidad por su propia especialidad científica. ¿Cómo haría para ponerse al día?

—¿La gente escribe trabajos sobre su materia? —preguntó.

—Sí, pero no en el sentido que crees. No se escribe con la mano, sino que se preparan informes con los pensamientos.

—¿Cómo?

—Te voy a mostrar cuando vayamos a un centro de investigación. Pero en pocas palabras, te ubicas frente a una pantalla sensible registradora, y te concentras. Puede que tú no tengas todavía el suficiente desarrollo mental como para hacerlo de entrada, pero aún si tu energía inicial es débil, mejorarás con la práctica. La placa graba tus pensamientos en letras y en microfilm simultáneamente. Sin embargo, la palabra escrita rara vez se emplea, sino que se guarda como material de estudio para posibles futuros investigadores lingüísticos.

—O sea que nadie se molesta en leer.

—No mucho, pero eso no es malo, así que no adoptes ese aire de superioridad. —El rostro obscuro de Raoul se iluminó divertido.

—Yo no lo adopto —respondió Toby, consciente de que había reaccionado como solía hacerlo con Robin cuando éste le decía que prefería ver televisión, antes que leer.

—Claro que sí, no me quieras engañar —dijo Raoul alegremente—, y tienes que admitir que no es ninguna virtud el hacer las cosas de la manera más difícil. La idea principal de la humanidad es que, día a día, hagamos todo con menos esfuerzo. Cuanto más fáciles sean, más tiempo habrá para lo realmente importante, como por ejemplo, el adquirir conocimientos y elaborar ideas originales sobre el universo, sobre la humanidad, sobre cualquier cosa.

—Pero si se quedan sentados pensando, no se hace nada; sé sensato —dijo Toby.

—Las máquinas están para hacer; nosotros pensamos —respondió Raoul, en tono severo—. El hombre demoró miles de años para levantarse del barro original porque tuvo que trabajar muy duro para hacerlo, cuando empezaba a creer que no tenía que trabajar tanto. Es así, sencillo, y nosotros hemos llegado a la etapa en que sólo tenemos que hacer las cosas interesantes que queremos hacer, y no las cosas que hay que hacer.

—A mí me parece que se deben atrofiar si no se les requiere ningún esfuerzo. No me digas que a los chicos les resulta mucho más fácil ahora aprender el abecedario. O no me digas que… ¡No lo aprenden!

—Exacto. —Raoul largó una carcajada.

—¿Cómo aprenden a leer? Porque supongo que aprenden a leer… Adreena me contó que había leído la literatura de mis tiempos, y que le pareció pobre.

Raoul lo miró intensamente, pero no dijo nada sobre Adreena. En cambio, explicó:

—Usan la misma placa que utiliza el hombre de ciencia para escribir su tesis. Piensan en alguna cosa u objeto que les resulte conocido, y de inmediato aparece la palabra escrita en la placa, en correcto inglés. Y así aprenden. Los idiomas antiguos se les enseñan de la misma manera, pero más tarde.

—¿Y las ideas abstractas? ¿Cómo pueden formular sus pensamientos acerca de algo que no es ni visible ni tangible?

—¿Cómo lo haces tú?

—Entiendo —dijo Toby, aunque no estaba seguro de entender—. Muy interesante. Veo que va a ser muy divertida la vida para un imbécil atrasado como yo.

—No te subestimes; no eres ni un imbécil ni un atrasado. Mientras conversaban, con una parte de su mente, Toby controlaba a los demás. Sabía que Adreena había salido del agua, y la espió cuando se alejaba. Notó particularmente la delicada curva de sus caderas. Si la hubiese visto así la primera vez, habría supuesto que era un muchacho de pelo largo. Luego ella se movió un poco para alzar su vestido y, de inmediato, se convirtió arrolladoramente en mujer. Toby sintió que Shamira reparaba en él mientras él reparaba en Adreena. Debía estar enterada de la visita de ésta a su dormitorio la noche anterior. ¿Sería posible que no le importase?

A medida que iba tomando conciencia del presente, Toby comenzó a avergonzarse de su preocupación por el sexo. Pensó que quizá la gente de veras asignará a la energía sexual una importancia secundaria, y se acercaran a los demás primero como individuos, y recién después diferenciaran los sexos.

Justo en ese momento, apareció Mariana. La decisión de Toby de ubicarse de una vez por todas en el nivel moderno, sufrió un duro contratiempo. A costa de un gran esfuerzo, con el tiempo quizás alcanzara el nivel mental de hoy, pero con el cuerpo sería otra cosa.

Habían venido Lottie y Mariana, y con su llegada, se quebró la armonía entre Raoul y Toby. Éste comenzó de nuevo a sentirse un poco aislado, pero no ya con tanto miedo ni animosidad. Se internaría en este mundo exclusivo de una vez para siempre, y pronto; eso lo tenía decidido. Por el momento, tendría que contentarse con observar y aprender. Deseó que Mariana viniera hacia él, y se concentró en enviarle un pedido mental. Ella miró en su dirección y lo saludó con la mano, pero no se acercó.

Toby se sintió impulsado a mirar a su alrededor. Parada junto a él se encontraba Adreena. Inexplicablemente, tuvo miedo. Adreena lo miraba, y tuvo la sensación de que ella no era del presente, sino que pertenecía a algún momento del pasado remoto, mucho más remoto que su propio pasado. Tuvo una fugaz impresión de que era una especie de bestia verde. Los ojos oblicuos, la cara preciosa, no eran del todo humanos. Una leve brisa movía la espesura de las altas palmeras, y la luz esbozaba una sucesión de franjas sobre la piel de Adreena. Su piel obscura tenía un definido tinte verdoso, En un milésimo de segundo, la impresión cambió. Ya no era una bestia, sino más bien un árbol, el espíritu de los bosques. Ella lo miró, penetrando en sus profundidades. Toby cayó en la cuenta de que su miedo no era miedo a Adreena, o no sólo a Adreena, sino a la posibilidad de estar volviéndose un poquito loco. Esa posibilidad debía existir, con toda la radiación de ahora.

Mariana quebró el encanto.

—Adreena —dijo—, tienes hojitas en el pelo. —El comentario trivial restableció la normalidad. Estaba seguro de que ésa había sido la intención de Mariana. De nuevo, eran un grupo cualquiera de personas. Salvo por las ropas —o por la falta de ellas—, casi podrían haber sido cualquier grupo de gente, de cualquier época. A él le habría gustado transportarlos por unos minutos al jardín de los padres de Rosemary, en una tarde de domingo del siglo XX. Sonrió ante la idea, y luego volvió a ponerse serio. Después de todo, ¿qué había de gracioso en ello? Estas personas eran tan descendientes de Rosemary como de él mismo. Qué lástima que ella no pudiese verlos. Quién sabe qué habría pensado de Adreena.

Se le cruzó el curioso pensamiento de que tal vez Rosemary los conocía, que en cierto modo estaba entre ellos, inocua y ablandada en lo que a su anterior personalidad concernía, pero indestructible. De haber muerto, ¿estaría él ahí, bajo otra apariencia? Al no morir, ¿habría privado a sus descendientes de algún elemento primordial en su naturaleza? Nunca había creído en la percepción extrasensorial, pero ahora estaba decidido a abocarse al estudio intensivo de esta materia.

Mientras permanecía absorto en sus pensamientos, los demás habían proyectado un vuelo. Era tarde y refrescaba. Volaron hacia el norte y el oeste, siguiendo la luz del día. En su vida anterior, Toby había volado con asiduidad, pero ahora el vuelo adquiría una característica peculiar. Tenía algo de alfombra voladora. Pero la sensación pasiva de flotar que producían esas silenciosas naves, era engañosa. Una ojeada a la prolija hilera de discretos instrumentos detrás del asiento bastaba para comprobar que avanzaban a unos 3.000 kilómetros por hora.

No iban a ningún lugar en especial. Toby escuchaba conversar a los demás, y sacó en limpio que el salir a volar a la tardecita era uno de los pasatiempos favoritos. No habían combinado el viaje para él, de modo que no se sintió obligado a permanecer bien despierto e interesado. El impensado paseo los llevó por sobre montañas, zambulléndose sobre lagos y bosques, y rozando los techos de grandes y anónimas ciudades. La realidad abandonó a Toby, que entraba y salía de los sueños sin advertir la línea fronteriza. Gradualmente tuvo la sensación, la poderosa sensación de que, en algún lugar del lejano espacio, alguien trataba de establecer contacto con él. No habría reconocido esa sensación en su vida anterior, pero ahora se sentía apartado del presente: estaba en contacto con sus compañeros. Supo, por un instante pero con certeza, que algunos de los tripulantes de la expedición seguían con vida. Se despertó de golpe. Qué absurdo. Debía estar delirando por el cansancio.