CAPÍTULO 14

A diferencia de las dos mujeres, Toby no tuvo ningún problema en dormirse esa noche. Se sentía exhausto y medio somnoliento antes de retirarse a su cuarto, e ignorante de la preocupación e insomnio que los demás sufrían por su culpa. Al día siguiente, se despertó temprano, para enfrentarse con sus propios problemas. ¿Se había imaginado esa sensación de estar recibiendo un mensaje desde el espacio? En el mundo cuerdo del siglo XX, no habría tenido dudas. Hoy en día, el límite entre fantasía y realidad era borroso. Supuso que la gente de ahora podía distinguir con certeza entre ambas, pero para él, mucha de la realidad actual pertenecía a la ciencia-ficción de su juventud.

Durante un rato pensó en sus compañeros, pero no valía la pena. Sus problemas personales actuales estaban demasiado presentes y, con un cierto cargo de conciencia, abandonó la expedición a su propia suerte. Necesitaba preocuparse por sí mismo. Esa avidez de compañía y de amor ya no permanecerían en lo profundo de su ser, saldrían pronto a la superficie. Casi deseó haber aterrizado en una civilización completamente hostil. Al menos, así sabría dónde estaba, mientras que ahora se encontraba en el limbo. Todos trataban de ayudarlo a adaptarse, pero la manera de ser de ellos era tan abstracta, tan asexuada, que le parecía estar ahogándose en el fondo del mar, consolado y protegido por los peces.

Adreena era distinta. Fastidiado, se esforzó por no pensar en ella. Los obstáculos eran insuperables. Su juventud, su aspecto de muchachito, el hecho de que descendía de él, todo sacaba a relucir sus inhibiciones.

Pensó en Raoul. Nuevamente sus inhibiciones le impusieron barreras. En este mundo del revés, Raoul estaba muy unido a sus sentimientos por Adreena, así que no podía escaparse.

Se golpeó la frente con el puño. «Y pensar que en mis tiempos yo creía que la vida sería mucho más fácil si no hubiera tantas oportunidades de enredos. En esa época me parecía que había demasiado sexo, demasiadas emociones, demasiados compromisos. Ahora que no hay nada, pienso que debería haberme muerto, y que esto es el infierno».

Siguió unos minutos dándose vuelta en esa cama hermosa y solitaria. Luego decidió salir a caminar. Muy rara vez había estado solo desde que llegara, y le vendría bien. Se vistió rápido.

Ya fuera de la casa, se detuvo para buscar el camino. El aire estaba fresco. Era el primer amanecer que veía en 155 años, ya que no se había levantado tan temprano las mañanas anteriores. Su entusiasmo sufrió un revés inmediato. Había algo malo, algo presagioso en esa media luz perlada que subrepticiamente aumentaba, para convertirse en día. Tanto se había acostumbrado al medio, que demoró un minuto largo en asociar el inanimado amanecer con la falta de trinos de pájaros.

En el silencio mortal, se desvanecieron sus ganas de seguir caminando. Sintió unas ansias desesperadas de compañía humana. Usando su rudimentario poder telepático, se concentró intensamente en enviar un callado mensaje a Raoul. Por algún motivo, Raoul representaba lo real y confiable de este presente.

—¿Qué pasa, mi amigo? —Raoul habló bajito, muy cerca, y Toby se sobresaltó. No había esperado una respuesta tan pronta. ¿Habría perdido momentáneamente la razón? ¿Una laguna mental, una especie de ataque de epilepsia? Ya antes había notado que fallaba al calcular el paso del tiempo.

—Perdóname que te llame tan temprano; quería charlar con alguien. Sentía que debía…

Buscaba las palabras, y esto lo irritaba. Siempre se había vanagloriado del modo decidido y resuelto con que afrontaba los problemas. Tal vez esta pérdida de coordinación tuviese algo que ver con sus momentáneas lagunas mentales, y se lo mencionó a Raoul.

—No te preocupes —dijo este último—. Es probable que tengas esas lagunas, pero también tienes la suerte de haber recuperado tus facultades mentales como lo has hecho. No sólo estás respirando un aire de distinta conformación sino que además no debes descartar posibles cambios químicos en tus tejidos debido al largo período de inactividad. Cambios infinitesimales tal vez, pero suficientes como para causar un efecto. Coméntaselo a Mariana; ella te puede aconsejar.

Toby notó que Raoul lo miraba de manera penetrante al mencionar a Mariana. Quizás comprendiera muy bien sus sentimientos y frustraciones.

—Caminemos —dijo Raoul, y ambos comenzaron a atravesar el jardín extenso y umbrío.

Solapadamente, Toby echó una mirada a su compañero. Era agradable estar con Raoul. Estudió con interés sus propios sentimientos. En su vida anterior, la idea de un profundo cariño por otro hombre —tal como el que reconocía abrigar hacia Raoul— habría sido detestable. Cierta vez hubo un incidente, pasajero y lamentado, en sus épocas de colegio. A partir de él, se había mostrado inflexiblemente severo e intolerante en asuntos de mancas, pervertidos y homosexuales, cualquiera hubiese sido el término de moda en los distintos momentos. Ahora se sentía algo cambiado. Cierto que había sentido una ola de repugnancia cuando Raoul le pasara la tintura por la espalda, pero ahora pensaba que podría haber sido repugnancia inversa. Una reacción momentánea contra sí mismo porque le había agradado el tacto. Eso fue dos días antes. ¿O tres? Su actitud hacia sí mismo era distinta. Ahora admitía la posibilidad de sentimientos ambivalentes, sin vergüenza y sin excusas. ¿Estaría degenerándose moralmente? Pero, ¿qué era la moralidad? Sin duda que no era, hoy, lo que se entendía por moralidad en sus tiempos, aunque sólo Dios sabe cómo protestaban todos enconadamente por el relajamiento moral aún en ese entonces. Sonrió pensando en Rosemary y lo que ella habría opinado de todo esto. Una cosa era segura: que él, Toby, no podía vivir sin cariño. En su vida previa había amado —a veces desastrosamente—, y sido amado —a menudo de una manera impropia—, pero nunca había habido un vacío, sólo un flujo y reflujo de mareas de emoción y ternura. Nunca este confinamiento. Se estremeció.

—¿Cómo pueden vivir sin amor? —preguntó.

Raoul entendió de inmediato, le había ido siguiendo el pensamiento.

—No es que no amemos, sino que nuestro amor es de otro nivel. ¿Estás ansioso por amar y que amen? ¿Que te ame Mariana, tal vez?

—Creo que sí. —Toby vaciló. En sus tiempos, estos temas se discutían libremente, pero no con esta simplicidad tan directa. En sus tiempos siempre había una exaltación de los sentidos, un tinte levemente obsceno en las conversaciones sobre sexo. Raoul, sin embargo, trataba el tema con la fría formalidad de quien estudia un problema de matemáticas.

—Sí amamos —prosiguió Raoul, al cabo de un minuto—. Nos queremos a nosotros mismos, amamos nuestro fuero íntimo. Somos completamente egocéntricos.

—A mí eso me parece egoísta e inaceptable.

—Al contrario. Luchamos por perfeccionar nuestro yo, en lugar de entrometernos con los demás. El resultado es el amor por nosotros, la autoadoración si prefieres, pero también la autocrítica y la autosuperación. En tu época la gente trataba de que los demás se adaptaran a sus propias ideas de lo bueno y lo malo; no había lugar para la autosuperación. Cada uno estaba convencido de tener la verdad y que los que debían cambiar eran los otros. Entonces peleaban; intervenían y se inmiscuían, y finalmente morían desilusionados o resignados.

—Todo suena muy bien, pero quizás sea un poco engañoso. Ustedes tienen la facultad de hacer que todo suene bien.

Raoul rió con alegría y mala intención a la vez. A Toby le pareció estar mirando la imagen de Satanás en arcaicas ilustraciones de la Biblia, y le impactó lo atractivo y agradable que resultaba.

—Todo eso está muy bien para ustedes —dijo, por fin— que no se ven acosados por estímulos poderosos como nosotros, como yo.

—«Acosados». ¡Qué palabra espléndida! —exclamó Raoul—. No, a mí no me acosan los impulsos, pero los siento y son muy variables, lo cual no ocurre con los tuyos… ¿o sí?

—No sé —respondió Toby, horrorizado ante la idea de expresar con palabras los pensamientos que recién se animaba a enfrentar—. Tal vez mis impulsos sean variables también, pero no quiero que lo sean. Si es que voy a vivir, espero que, a la larga, pueda formalizar una relación humana con alguien… con Mariana.

—Todavía conoces muy poca gente. Vas a conocer más, y a hacerte de otros amigos. La atracción por Mariana puede resultar pasajera.

—No lo creo —respondió, con tono firme—. Yo me conozco.

—Si eres constante, eres digno de lástima. Hoy en día nadie es constante, porque la constancia es inhibitoria.

—Así dijo Adreena. —Toby sintió el escalofrío que siempre lo recorría al pensar en ella, después de no haber pensado en ella durante un rato.

—¿Te gusta Adreena? —le preguntó Raoul, y a Toby le pareció advertir que su tono era seco.

—Sí, es extraordinaria, encantadora, terrible. Igual que tú. —Hizo una pausa, y luego añadió—. No es totalmente mujer como Mariana. Adreena es una persona maravillosa… Mariana da la impresión de ser una mujer maravillosa, y hay una diferencia.

—Desde luego —dijo Raoul, en voz baja.

La conversación no había conducido a ninguna parte. Toby decidió cambiar de tema, y le contó a Raoul la extraña impresión que había tenido la noche anterior de que alguien trataba de comunicarse con él desde el espacio.

—Sólo que ustedes habrían podido recibir el mensaje mejor que yo —dijo.

—No necesariamente. Debe existir un cierto grado de afinidad mental entre el polo emisor y el receptor, y es muy difícil que nosotros estemos en la misma longitud de onda que tú con tus compañeros. Es una distancia muy larga, y podría perderse el contacto.

—¿Quiere decir que es posible comunicarse con seres de cualquier parte del universo en tanto y en cuanto estén en un mismo nivel de desarrollo? —preguntó Toby.

—En términos generales, sí. Con el tiempo esperamos modificar las características receptivas y emisoras de manera de poder comunicarnos con civilizaciones menos o más adelantadas que la nuestra.

—¿Podrías comunicarte con gente de un nivel similar al del hombre de las cavernas?

—Muy difícil. Sin duda que sería imposible «comunicarnos», pero sí tal vez influir inadvertidamente sus cerebros primitivos. Iluminarlos. Quizás así haya nacido el concepto de Dios. La mente del hombre arcaico puede haber sido capaz de captar ideas borrosas e intermitentes enviadas por otras mentes de mundos lejanos, mucho antes de pensar en enviar las ideas propias.

—Qué interesante y qué tremendo, porque si uno remonta este pensamiento hasta sus lógicos comienzos, significaría que lo que consideramos un concepto original, fue en realidad un concepto que implantó en nosotros otro ser, u otros seres. Claro que así se explicaría la mezcla de bueno y malo en los hombres, si estuviéramos expuestos a que nos laven el cerebro desde distintos puntos del universo.

—No existe lo bueno y lo malo, sino sólo grados de conocimiento —dijo Raoul—. En un extremo se encuentra la ignorancia total, y en el otro, el perfecto entendimiento.

—¿Dónde dirías que estamos ubicados nosotros?

—Quién sabe… Tal vez en el medio. Caminaron un rato en silencio. Toby pensaba en Mariana; quería preguntar por ella y por Geno, pero no se animaba.

Aun en esta esclarecida época histórica, consideraba que el tema era muy delicado. Recordó que Adreena había aludido vagamente a una relación entre Raoul y Geno. Mientras ordenaba y reordenaba las ideas tratando de formular las preguntas, Raoul obviamente le iba siguiendo el hilo ya que, en el momento justo, se interpusieron las dos líneas de pensamiento.

—Mariana y Geno se necesitan el uno al otro en muchos aspectos; se complementan. Equilibran sus necesidades mutuas. Tú los llamarías amantes quizás, pero ésa no es una definición fehaciente de la relación, que no posee ninguna energía propia, y tiene que ser revitalizada de tanto en tanto. Mariana se vuelca hacia dentro, hacia su fuero más íntimo para reaprovisionarse. Geno se vuelca a mí; él no tiene fuero íntimo. En cierto sentido, es una persona a medias, que no se identifica con esta civilización.

Toby trató de no captar la implicación de lo que Raoul dijo acerca de Mariana. Era muy tonto de su parte que le afectara… ¿Por qué habría de sorprenderse? Ella era tan encantadora, y no podía esperar que una mujer de treinta años no tuviese compañeros. Sería mucho pedirle al destino llegar desde los cielos, y que la primera mujer atractiva que encontrara no tuviera ninguna atadura. Intentó persuadirse de adoptar una resignada aceptación, y se concentró con empeño en lo que Raoul había comentado sobre Geno. ¿Por qué no se identificaba con esta civilización?

—¿Cómo es Geno? —preguntó—. De aspecto físico, quiero decir. Parecería haber una conspiración de silencio a su alrededor. Es hermano de Shamira y descendiente mío, pero no he podido saber nada acerca de él. ¿No hay películas o fotos suyas que yo pueda ver?

—No necesitas una foto de Geno. —Había una severidad latente en el tono de Raoul—. No tienes más que mirar un espejo.

—¿Es parecido a mí?

—Salvo por el color. Geno y tú son casi idénticos.

—Qué extraño. ¿Por qué nadie me lo dijo? Se me ocurre que eso es algo que todos deberían habérmelo comentado. ¿Qué pasa con Geno? ¿Es que ninguno lo quiere, o algo por el estilo?

—No, no es que él no nos guste. —La voz de Raoul dejó entrever un matiz terminante, como de alguien que acaba un tema, y Toby se apresuró a poner un pie en la puerta. Debía enterarse de más cosas. Suficiente con tener que enfrentar un medio ambiente nuevo e imprevisto; pero ya el vérselas también con el misterio era demasiado.

—Entonces, si no les disgusta, ¿por qué nunca lo mencionan? ¿O es que nunca piensan ni hablar de una persona ausente? ¿Es por eso?

—Eres perceptivo —dijo Raoul—. No, no se trata de eso. Como te dije, Geno es un inadaptado. Pero es un muy buen piloto, y le apasiona volar.

Toby ya no prestaba atención. Pensaba en Mariana. Tal vez ella fuese la clave, el motivo de la tensión entre ellos. Pero, ¿por qué? Si Geno le atraía lo suficiente como para tener con él lo que sería una aventura en este mundo aséptico, por lo menos podía ser afable con alguien que se le parecía. Raoul volvía a hablar, y Toby abandonó sus tortuosos devaneos mentales.

—Te decía —prosiguió Raoul— que deberíamos alertar a los observatorios sobre el posible mensaje que recibiste. ¿Te gustaría ir al Astro Control después de comer?

—Sí, por supuesto. Te agradezco.

Regresaron a la casa. Shamira los estaba esperando, serena y tranquila igual que siempre. Mientras comían, Toby la observó de cerca. Ahora la veía con distintos ojos; la charla con Raoul le hacía ubicar todo en una nueva perspectiva. Entre otras cosas, veía a estas personas como seres humanos y no como figuras contusas, mitad dioses y mitad demonios. Tal vez fuese un progreso puramente fisicoquímico de su parte. Estos seres cobraban realidad a medida que él comenzaba a entenderlos un poco más. Antes, sentía que ellos tenían toda la irrealidad de los actores de una obra a la que él había ingresado a último momento, y en la que el resto del elenco se conocía entre sí y las partes de cada uno, y él no conocía a la gente ni los papeles, y por lo tanto tartamudeaba e improvisaba, ignorando si le tocaba representar una figura trágica o cómica, el héroe o el villano.

Shamira, al menos, emergía como mujer vigorosa, quizás demasiado vigorosa. Rosemary se habría preocupado por esos brazos robustos y esa cintura ancha. Sin embargo, si Rosemary pudiese aparecer en este momento junto a Shamira, le habría ido bastante mal en la comparación. Shamira era tan alta, tan corpulenta y bien formada, que Rosemary habría parecido anémica e insignificante. El cuidadoso maquillaje y los peinados rebuscados de Rosemary también le parecerían ahora ridículos, tanto se había acostumbrado al pelo abundante y lustroso recogido en sencillas trenzas o rodetes que usaban las mujeres de hoy. El rostro sin maquillar de Shamira era bello en forma y en facciones y, al igual que todos los demás, era radiante, intensa y resplandeciente como si estuviese iluminada desde adentro.

Mientras comía y bebía, confiado y seguro por su familiaridad actual con las comidas y el modo de comerlas, percibió que, ocasionalmente, una expresión preocupada se pintaba en el rostro de Shamira. La mirada, también, se le obscurecía. Antes no lo había notado, pero ahora advertía muestras de cansancio y de miedo. Ella irradiaba seguridad y una gran calma, pero había otra faceta de esta vida perfecta que por momentos se reflejaba en su cara. Pensó que Shamira era la indiscutible imagen de madre. Toby ya conocía el lugar que le correspondía en el orden de las cosas. Aunque en años de vida Shamira y él eran contemporáneos, ella era su madre, ella había tenido una criatura —Adreena— de su cuerpo, y había recibido al otro hijo —él mismo— desde los cielos.

Shamira sonrió, y él se dio cuenta de que le iba leyendo los pensamientos, y reconfortándolo. Quiso preguntarle sobre su hermano, pero se sintió inexplicablemente reacio a hacerlo. Estos seres que podían entrar y salir de la mente de uno con tanta facilidad le habían contagiado sus aprehensiones. ¿Cómo podría juzgar a Geno con imparcialidad si ya lo estaban predisponiendo contra su propia voluntad? Terminaron de comer, y Raoul dijo:

—Vamos.

Toby se puso de pie e, instintivamente (porque advertía que la gente no acostumbraba a tocarse mucho), tocó a Shamira. Ella no retrocedió; por el contrario, con un brazo le rodeó los hombros, haciéndolo sentir un niño inexperto, como no se había sentido desde su llegada.

—No pienses en nada hasta que eso ocurra o se presente —le dijo—. No te anticipes. Geno vendrá pronto, muy pronto.