CAPÍTULO I

Recobraba lentamente la memoria. Igual que cuando lo operaron de apendicitis. Mientras luchaba por recuperar el conocimiento, escuchaba voces, por momentos fuertes y nítidas, por momentos muy a lo lejos. ¿Eran voces, de veras? Las notaba algo extrañas. El acento no le resultaba conocido. No eran las reconfortantes voces femeninas que uno asocia con enfermedad.

Toby Varney gimió. El gemido casi lo ensordece, resonándole en la cabeza como un eco. Quería despertarse, salir de esa pesadilla. Sentía las piernas pesadas, y una tremenda opresión sobre el pecho. Pensándolo bien, realmente no sentía las piernas ni los brazos. Sólo sabía que debía tenerlos.

Con cada ráfaga sucesiva de conciencia, la mente se le iba aguzando un poco más. Se sentía oprimido, aprehensivo. Conocía esa sensación: se despertaba para encontrarse con algo desagradable. ¿Había estado enfermo? ¿Había ocurrido algo? ¿O era que llegaba tarde? ¿Se había olvidado de poner el despertador? Le parecía haber dormido demasiado tiempo.

Esas voces, que seguían y seguían golpeando en su vacilante conciencia, obligándolo a prestar atención cuando lo único que quería era eliminar el ruido y volver a dormirse. Lentamente, comenzó a concentrarse. Al fin y al cabo, era una sola voz. Ahora podía distinguir las palabras. ¿Podía…?

Al caer en la cuenta, se sintió abatido. Claro…, claro. Su incierto temor se transformó en un miedo violento, solitario. Miedo a las consecuencias de un acto irrevocable, cometido mucho tiempo atrás. Esperó ansioso que retornara la voz. Es un maldito extranjero —pensó. ¿Por qué diablos no consiguieron alguien que hable bien el inglés? Perdió el conocimiento por un instante. ¿O fue por varias horas? Honestamente, no lo sabía.

—Tobías Varney.

La voz extraña le hablaba por los auriculares. Le pareció sentir pinchazos de alfileres y agujas en los dedos. Trataba de no tener miedo. ¿Había salido algo mal? ¿Podía haber estado inconsciente más de cien años? La sensación opresora sobre el pecho provenía de la placa que le habían sujetado contra el corazón, para ayudarlo a latir. ¿Moriría si se detenía? ¿Se había despertado sólo para desvanecerse y morir enseguida? ¿Podría, realmente, volver a ser un hombre común, normal?

—Tobías Varney… ¿Me escuchas? Presta atención, por favor. Quizás estés somnoliento. ¿Puedes hablar? Trata de decir algunas palabras.

Atontado como estaba, Toby intentó desesperadamente recordar cómo funcionaban las conexiones. Algo había salido mal, seguro. No se acordaba de cuáles habían sido los planes para la llegada, pero sin duda no era esto.

—¿Puedes hablar? —La voz era serena—. ¿O escuchar?

—Sí, puedo escuchar. —Le dolió el hablar, de modo que las palabras salieron confusas. Sentía la lengua demasiado grande y entumecida. Intentó tragar, pero el dolor de garganta fue extremadamente intenso. La tenía tan seca e irritada, que pensó que se iba a ahogar—. Agua —murmuró.

De inmediato, sintió un leve goteo, unas pocas gotas que se deslizaban por el costado de sus labios. Se acordó de que le habían puesto un tubito en la boca, antes de dormirse, y había bromeado sobre esto con Birensen, el científico grandote y rubio que supervisaba los preparativos. Birensen se había reído, comentando: «Qué lástima que por aquí no le vayan a pasar más que agua durante 150 años, más o menos, cuando esté a millones de kilómetros de distancia, acercándose a su nuevo hogar».

Millones de kilómetros de distancia. El miedo creció en Toby. Qué horrible pensar que Birensen debía haberse muerto… ¿cuántos años atrás? Muchísimos. No, imposible. Todo era demasiado fantástico. Seguro que habían muerto hacía unas pocas horas, o días. Realmente, no podían haber tenido la esperanza de vivir. Pero, ¿y la voz? ¿De dónde venía? No era la grabación que habían programado en las computadoras para que los despertara y los dejase en libertad.

La voz pareció leerle los pensamientos. ¿O es que había hablado alto?

—No temas —dijo. Toby creyó descubrir un estremecimiento de emoción en el acento preciso, meticuloso. Las palabras eran en inglés, pero la pronunciación, muy rara, y a muchas palabras podía reconocerlas sólo por el contexto general. Trató de reconocer la nacionalidad que se escondía detrás de ese inglés híbrido, pero falló por completo.

—Ha pasado mucho tiempo; ahora ya no hablamos como lo hacían en tu época.

Nuevamente la voz parecía adivinarle los pensamientos. Como experiencia, era enervante. Toby comenzó a preguntarse dónde se hallaría la nave… ¿estarían llegando a Alfa? Instintivamente se dio cuenta de que las cosas no habían salido bien.

—No estás llegando a Alfa —dijo la omnisciente voz—. Vienes de regreso a la tierra, de la cual partiste.

—¿La tierra? Entonces, no puede haber pasado mucho tiempo. ¿Qué ocurrió? —Quería preguntar tantas cosas, pero se sentía aún muy débil.

—No sabemos a ciencia cierta qué sucedió —respondió la voz—, pero estás en un error: ha transcurrido mucho tiempo, tanto como si estuvieses por llegar a Alfa.

El ánimo de Toby, que por un momento había renacido, volvió a caer en la desesperación.

—¿Queda sólo una nave… nosotros? ¿Qué pasó con el resto de la expedición? —Toby hubiera deseado poder pensar correctamente.

—No sabemos nada del resto de la expedición. Los documentos históricos nos informan que las computadoras que les seguían la pista perdieron contacto en los primeros cincuenta años, pero las naves estaban equipadas para funcionar con sus tripulantes y con sus propias computadoras al acercarse a la meta. Quizás hayan llegado. Algún, día lo sabremos.

—¿Y qué pasó con nosotros? —Por momentos, Toby se iba sintiendo mejor. El corazón ahora le latía con fuerza, y tenía más confianza.

—Hace unos treinta años —dijo la voz—, durante un control de rutina, los científicos de aquella época descubrieron que las computadoras —que no habían registrado absolutamente nada durante más de cincuenta años—, mantenían contacto con una cosmonave. Al principio pensaron que debía haber algún desperfecto… que se habían enloquecido. Pero, a pesar de que eran muy anticuadas, se las consideraba instrumentos eficientes, y se sabía que tenían programación para doscientos años. De modo que se estudiaron minuciosamente las extrañas señales, y se pudo establecer que una de las naves de la antigua expedición, tu nave, había girado sobre sí misma y regresaba por su propia huella, desandando el camino recorrido, prácticamente sin ninguna variante.

—¿Qué suponen que ocurrió? —El científico que Toby llevaba adentro pronto iba venciendo su temor.

—Los datos astronómicos de ese período sugieren que, casi en la misma época en que fueron despedidos de su curso, podrían haber sido afectados por los tramos finales de la cola de un cometa. Tu nave era la última, ¿no?

—Sí.

—Entonces, las otras habrán estado lo suficientemente lejos como para que no las afectase.

Toby se quedó un momento reflexionando sobre esto; luego, comenzó a preguntarse por sus compañeros de vuelo.

—¿Qué pasó con los otros que venían aquí conmigo? —preguntó—. ¿No tendríamos que accionar pronto los disparadores?

Se produjo una pausa. Toby interpretó el silencio como un mal presagio, y el miedo volvió a apoderarse de él. Se sintió descompuesto.

—¿Estás bien? —preguntó ansiosamente la voz.

—Sí…, estoy bien, gracias. Hizo un supremo esfuerzo para controlarse.

—Entonces te explicaré —prosiguió la voz— que pensamos que eres el único tripulante con vida. Las conexiones contigo van por separado y, como eres el piloto, era particularmente importante que estuvieses en condiciones de comandar la nave a la llegada. Las precauciones que tomaron nuestros antepasados te han servido muy bien. Pero las conexiones con los demás tripulantes parecen estar interrumpidas por algún cortocircuito. A pesar de que se ha averiado gran parte del equipo, no corres peligro, y te vamos a traer con nuestros propios vehículos espaciales.

—Entiendo. —Toby se impuso no pensar en los demás. Tal vez lograran despertarlos más tarde. ¿Cómo podía este hombre estar tan seguro, a la distancia, de que no había esperanzas?—. Entonces, ¿no tengo que hacerme cargo del aterrizaje? —preguntó.

—No. Te traeremos nosotros.

—¿Dentro de cuánto tiempo?

—Llegarás a la atmósfera dentro de dos horas, pero antes te haremos dormir.

—¿Dormir? No pueden dejarme inconsciente de nuevo. En este viaje, no. Se ha neutralizado todo el gas, y les será imposible revertir el proceso. —Toby trataba de no demostrar preocupación, pero seguía medio atontado, y se sentía indefenso al estar tan firmemente ceñido.

—Te hipnotizaremos para que te duermas, es un procedimiento muy común. ¿No lo usaban en tu época?

—Bueno…, sí. Pero sólo para tener hijos y en casos de poca importancia.

—Es muy difícil que puedas tener un hijo, mi amigo, pero no temas, nosotros nos encargamos de todo.

El ánimo de Toby —que había caído hasta el más profundo de los abismos— revivió un poco. Intentó sonreír, pero tenía la cara demasiado rígida. Se alegró de que esta gente tuviera sentido del humor. Eso ya era algo, por lo menos.

En un principio temió que fuesen tan aburridos y pedantes como el lenguaje que empleaban. Debería haberse dado cuenta de que la voz sabía que tendría dificultad para entender un idioma casi desconocido, y por eso le hablaban como a un niño, o a un extranjero. Quizás también supusieran que llegaría con deficiencias mentales, después de tan largo viaje. Se preguntaba si sería una tarea ardua asimilar los cambios que debían haberse operado en el transcurso de tantos años que lo separaban de ellos. ¿Era él el pasado que ingresaba al futuro? ¿O él, el presente, y ellos, el futuro? Un tema interesante. Perezosamente, pensaba qué teoría, de las muchas que él y sus contemporáneos formulaban acerca del futuro, sería la acertada, si es que alguna de ellas lo era.

Por un rato, olvidó la preocupación por sí mismo y por sus compañeros, y entregó sus inquietos pensamientos a hacer conjeturas sobre el estado actual del mundo que había abandonado tanto tiempo atrás. ¿La gente tendría el mismo aspecto? ¿Cómo sería la moda femenina? ¿Se vería, aún, a los hombres caminar por las calles de Londres con sombreros hongo? La zona circundante a Cabo Kennedy, ¿se habría convertido en una inmensa ciudad, como Nueva York? Tendría que hacer preguntas, y esperaba que la voz no lo considerase demasiado ridículo.

—¿Quieres hacerme preguntas? —La voz apareció en el momento preciso.

—¿Cómo lo supiste? ¿Por telepatía?

—Puedes llamarla así. Pero nosotros no le damos ningún nombre en particular. Es una de nuestras facultades naturales en la actualidad que, aparentemente, no se había desarrollado al máximo en tu época.

La voz dijo «desarrollado», y Toby dio un respingo. Hubiera deseado que hablasen inglés como él lo conocía.

—Ten paciencia —dijo la voz, irrumpiendo en medio de su enojo—. El lenguaje es una de las cosas que más se modifican con el tiempo, especialmente si ese transcurso ha sido violento. En los años posteriores a tu partida, los cambios fueron rápidos y profundos. Los años de caos produjeron en veinte años, más o menos, los mismos cambios que normalmente, se operarían en más de mil años.

—¿Años de caos? ¿Cuáles fueron? ¿Cuándo?

—Me resulta imposible explicarte todo en el breve lapso que falta para el aterrizaje. Además, los hechos sucedieron mucho antes de haber nacido yo. No sé bien qué cosas te sorprenderían más. Debes esperar. Pero si hay algo en particular que desees saber… —La bomba.

—¿La bomba?

—Sí…, la bomba. Los misiles atómicos. ¿Alguna vez llegaron a dispararlos?

—Ah, entiendo… Sí, alguien los disparó, y precisamente ése fue el comienzo de los años de caos.

—¿Me estás hablando de una guerra? —Toby pensó en Rosemary. Aunque se había portado muy mal con él, nunca dejó de quererla. Sabía que debía haber envejecido y muerto mucho tiempo atrás, y la idea lo inundó de una extraña nostalgia, casi un deseo de morir. Le hubiese gustado que muriera en paz, que hubiera tenido la oportunidad de gozar de la vida. ¿Habría muerto en un cruel holocausto? ¿Y su hijo Robin?

—Pero, si hubo una guerra atómica, ¿cómo aparecieron ustedes? Nosotros siempre creímos —y con mucho fundamento—, que una guerra nuclear significaría el fin de toda vida, que nada sobreviviría.

—Me parece que quieres saber demasiado en muy poco tiempo —respondió la voz—. Mi especialidad no es la historia, así que debes esperar hasta que aterrices. Shamira se encargará de explicarte. Vivirás en su casa, y ella te contará, todo. Quizás pasen varias semanas, o meses, antes de que puedas llegar a comprender en profundidad.

—¿Quién es Shamira? ¿Por qué tengo que alojarme en su casa? No quiero parecer un desagradecido, pero creo que me sentiría menos extraño en un hotel. Más independiente —Toby esperaba no haber ofendido a la voz.

—Te va a ser imposible ofenderme. —La voz respondía a sus pensamientos, más que a sus palabras—. Han cambiado enormemente nuestras actitudes hacia los demás. Hoy en día, realmente entendemos y respetamos la individualidad, no como en tus tiempos. Tu deseo de independencia es natural, y cuando te digo que vivirás en casa de Shamira, es sólo porque, al principio, ella será tu guía, y te enseñará a manejarte en el mundo actual. Pero no es necesario que la veas muy seguido, si prefieres estar solo.

—No. No se trata de eso. Claro que quiero estar con gente. Pero me va a resultar todo tan extraño…

Una terrible sensación de soledad y tristeza se apoderó de Toby. Se sentía aislado. Ansiosamente, se concentró en el marcapasos que tenía sobre el pecho. ¿Había fallado? No. Funcionaba con intermitencias, complementando los latidos de su corazón. Por el rabillo del ojo advirtió el trémulo gotear del suero. Lo estaban alimentando por vía endovenosa. Según podía apreciar, se hallaba en buen estado físico. No; la soledad era un sentimiento espiritual, un fenómeno psíquico nuevo en él. Vagamente reconoció que tenía algo que ver con la voz. La voz se había retirado, concediéndole la intimidad que había pedido. Pero se trataba de una intimidad de alguna manera desconocida en su época, que le producía miedo y desolación.

Se le había secado la lengua. Mojó sus labios, y por el tubito le cayeron unas gotas más de agua en la boca. Frunció los rígidos músculos faciales y se preguntó si, al igual que Rip-van-Winkle[1], le habría crecido una barba tupida. El mentón rozaba ligeramente el soporte del micrófono, que se veía un poco rayado, pero seguro que no tenía barba. No; los tipos que crearon a Rip-van-Winkle nunca imaginaron un milagro tan asombroso como este gas. Todas sus funciones se habían interrumpido. Literalmente, había pasado… ¿cuántos años?… en estado de muerte aparente. Con timidez —porque no podía creer que la voz no se hubiese ofendido—, habló por el micrófono.

—Yo digo… esteee…

—¡Sí! ¿Qué dices? —respondió la voz de inmediato, tan inexpresiva como antes.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? Quiero decir… ¿En qué año estamos?

—En el año 2120, o sea que has viajado ciento treinta y cinco años.

Toby tragó saliva.

—Es mucho tiempo —dijo, por fin—. Me gustaría saber…

—¿Qué es lo que te gustaría saber?

—Bueno, me preguntaba si las cosas habrían cambiado mucho. Sé que tienen que ser distintas, pero cuando voy… mejor dicho, cuando iba a ver películas de épocas antiguas, me sorprendía la falta de cambios. Cambian las ropas y los modos de viajar, pero las cosas que la gente hace y siente parecen ser siempre las mismas. Aunque claro, uno nunca puede atenerse demasiado a una película.

—No —confirmó la voz—. Es difícil saberlo por las películas.

De repente, Toby pensó en Rosemary. Todavía lo excitaba. Siempre había sido así, aún mucho después del divorcio. Luego de irse a vivir a los Estados Unidos, pensaba en ella cuando hacía el amor con otras mujeres. Confiaba en que ahora su recuerdo no siguiera obsesionándolo y frustrándolo a través del tiempo, y aquí, en esta vida nueva y extraña a la que ingresaba.

—Shamira… ¿Cómo es el apellido? Shamira es un nombre raro. ¿Es inglés?

—¿El apellido? —La voz hizo una pausa—. ¿Te refieres al nombre de familia? Es Varney, igual que el tuyo. Ella desciende de ti, y ésa es la razón por la que va ayudarte. Conoce la historia de tu familia, y esperamos que en la relación exista la suficiente dosis de afinidad como para que te ayude a superar los momentos difíciles del comienzo.

—¿Descendiente mía?

Toby se quedó pensando en ello por un momento. Tenía la sensación de que mariposas, increíblemente activas y enérgicas, le revoloteaban en el estómago. Sus nervios, hipersensibles. Se preguntaba si el largo período de inactividad le habría producido cambios físicos irreversibles, y si su personalidad seguiría siendo la misma. ¿Se desplomaría cuando comenzara a moverse? Trató de no pensar en ello.

—¿Es joven? —preguntó—. Quiero decir, si el apellido es Varney, y desciende de mí, no puede estar casada. Debe ser su propio apellido.

—¿Qué quieres decir con «su propio apellido»? —La voz lo interrogaba en tono cortés—. Claro que es su propio apellido; ella no usaría el de ninguna otra persona.

—O sea que no es del marido.

—Nadie tiene maridos ahora. La gente ya no se casa; ésa era una costumbre que murió hace mucho tiempo, en los años de caos, y en esa época no había motivos para casarse.

—¿Por qué no dejas de hablar de los «años de caos»? —Toby no quería parecer quisquilloso, pero aún se sentía débil, y todo le sonaba ridículo—. Si hubo una guerra, ¿por qué no lo dices? —prosiguió—. Y, de cualquier manera, ¿a quién se le ocurre llamar a la guerra «caos», así porque si?

—Yo diría que «caos» es una excelente palabra para definir la guerra. —La voz respondió en tono parejo. Tan parejo, que a Toby le hizo sentir que hablaba con una máquina. Tal vez se tratara de un super robot. Sí, claro, debía ser eso. Ya no quedaban seres humanos. En algún lugar, en algún momento, las máquinas se habían ingeniado para continuar solas, prescindiendo de los hombres que las construyeron. Debía haber habido una guerra atómica, y no quedó nadie, salvo las máquinas que se auto perfeccionaron, se autorrepararon, se autorrectificaron, se autograndaron, se autorreplicaron, haciendo funcionar inmensas fábricas… haciendo funcionar todo. Gotas de transpiración rodaban por sus mejillas, deslizándosele en las orejas. ¿Por qué volvía con vida? Sus amigos tuvieron la suerte de morir.

La voz interrumpió sus pensamientos. El modo en que parecía adivinarle los pensamientos lo aterrorizaba.

—No temas; somos muy parecidos a lo que eran ustedes. En las cosas esenciales, no podemos haber cambiado mucho. La humanidad ha crecido un poco, eso es todo, y tenemos tanta curiosidad por ti, como tú por nosotros. Ahora debes descansar. Te vamos a dormir para el aterrizaje.

—¿«Vamos»? —Toby se iba quedando adormilado.

—Somos muchos aquí, en Tagoujalet… el aeropuerto de Taj. Hay un equipo de científicos, ingenieros y médicos. Mariana Kline será tu médico particular —ella te hará dormir— y Shamira Varney está esperando conocer a su antepasado. También hay sociólogos, y muchos otros. Tu llegada constituye un gran acontecimiento.

—¿Aeropuerto de Taj? ¿Dónde queda eso?

—Está cerca de un lugar llamado Tagoujalet. En tu época, esto formaba parte del desierto del Sahara.

—¡Dios mío! ¡Pero nosotros salimos de Cabo Kennedy!

—¿Cabo Kennedy? Ah, sí, quedaba en Norteamérica. Fue destruido.

—No me digas… que lo destruyeron durante los años de caos. Tengo que vivir. Ustedes tienen que hacerme entrar en la atmósfera con vida. De ningún modo puedo morir sin averiguar qué fue el caos.

—Veo que te sientes mejor. —La voz dejaba traslucir una sonrisa—. No dudo de que vivirás, y estoy impaciente por conocerte. Ahora, pasa Mariana a controlarte.

Por los auriculares, le llegó una dulce voz femenina.

—No voy a preguntarte cómo te sientes. Estamos registrándote el pulso, la presión sanguínea, todo, y sé que te hallas en muy buen estado. Pronto vamos a conocernos, pero ahora tienes que dormir. No te pongas nervioso. Duerme… duerme… duerme…