CAPÍTULO 7

Mariana llegó a su casa cansada y abatida. El paseo le había resultado agradable pero atemorizante. Toby le provocaba demasiadas sensaciones físicas, cosa que excedía el marco de su experiencia femenina. Constató que le era imposible establecer contacto con él en cualquiera de los niveles normales. Simplemente, no sintonizaban. Era obvio que Toby sentía una atracción, pero su emotividad era tan feroz que le repelía. No podía corresponderla. Dudaba si, hoy en día, alguna persona, hombre o mujer, podría encontrarse con él en un mismo plano, y lo compadecía por esas ansias y por el desencanto inevitable. Se puso a pensar en el tipo de impulso agresivo y brusco —que presumió debía ser eso que llamaban «amor» en sus tiempos—, y que parecía ignorar todos los aspectos de su personalidad, rebajándola al mínimo de su condición de mujer.

Lejos de Toby, podía relajar los nervios y la tensión que le producía el tener que rechazarlo psicológicamente. Pensando en él con tranquilidad y fuera del radio de su irresistible, influencia, se dio cuenta de que le gustaba. Pero el sorprendente parecido con Geno la atemorizaba. Esta mañana le había llevado el frasco de tintura por dos motivos. Si Toby se obscurecía la piel, pensó, el parecido con Geno se intensificaría, y al mismo tiempo se disimularía.

Fue extraño y natural a la vez que nadie hubiese comentado el extraordinario parecido de Toby con el hermano de Shamira. La reacción a nivel telepático había sido instantánea y unánime. Nadie habló del asunto. Nadie se lo mencionó a Toby. De no haber existido dicha semejanza, Mariana intuía que habría considerado a Toby como un experimento. Habría podido pasar bastante tiempo con él, y esto le habría ayudado mucho, al tiempo que ella también obtendría algo de la relación. Pero las facciones de Geno, un poco más pálidas en el rostro del visitante del espacio, arruinaron todo. Complicaron todo.

Eran tan parecidos, y sin embargo tan diferentes. Los rasgos, la contextura, el peso, todo era copia fiel. Pero los ojos eran distintos. Toby los tenía claros, dorados, mientras que los de Geno eran negros y opacos. Mariana creía que, en temperamento, se complementaban. Como la noche y el día. Toby —presintió—, tendría una enorme capacidad intelectual si pudiera adaptarse y desarrollar el máximo de su potencial. Era una persona abierta, y sus defectos bien visibles. Geno pertenecía a las sombras; uno no podía saber si estaba o no donde demostraba, si era amigo o enemigo. Variaba a cada instante, y toda su personalidad era obscura y encubierta.

No fue la única en alarmarse. Mariana apreció también el desconcierto de Raoul al descubrir las facciones de Geno en el viajero. Raoul fue uno de los primeros en pisar la cosmonave junto con los equipos de médicos y científicos, y estuvo parado muy cerca de Toby cuando le quitaron la escafandra. Mariana había oído que Raoul inspiraba fuerte, pero él no comentó nada en el momento, ni después tampoco.

Ansiaba desesperadamente poder conversar sobre estos temas. Como Lottie debía estar saliendo del hospital, se concentró en pedirle que fuese a verla. Al instante, entró Lottie.

—¿Me llamabas? ¿Cómo te fue? ¿Cómo está el visitante del Universo? ¿Se recuperó? ¿Qué clase de personalidad tiene?

—Preguntas demasiadas cosas a un mismo tiempo —respondió Mariana, con una sonrisa—. Es encantador, y tiene una manera muy divertida de hablar, un modo altisonante de acentuar las palabras en sílabas insólitas. Pero es muy inteligente, y creo que puede andar muy bien con nosotros. Su estado de ánimo es bueno, y está preparado para aceptar los cambios. Lo único malo es… que irradia tantas sensaciones físicas, y me da lástima por él. Dudo si algún día podrá adaptarse emocionalmente, por más adaptado que esté en el plano intelectual. Por supuesto que sabíamos que esto iba a ocurrir —los documentos y los informes lo predecían con claridad—, pero me afecta mucho encontrar esta característica en particular en una persona viva.

—Bueno, es probable que mejore. —La voz de su hermana era reconfortante—. Sabemos que era un hombre inteligente en sus tiempos, y es lo suficientemente joven como para poder desarrollarse. ¿Y qué hay de la radiactividad? ¿Te parece que es demasiada para él?

—No sé… Por fuerza tiene que afectarle, supongo, pero ojalá pudiéramos saber hasta qué punto. —Hizo una pausa, y en seguida prosiguió—. Y hay otra cosa: es idéntico a Geno, como si fuera su imagen reflejada en un espejo, una especie de reencarnación de Geno.

—Querrás decir que Geno es la reencarnación de Toby; no te olvides que Toby es anterior —dijo Lottie.

—Bueno, tú sabes lo que quiero decir. Es algo sobrenatural, y traerá problemas.

—¿A quién, a ti o a Raoul?

—No sé, pero lo presiento. Igual que cuando introducen un cuerpo extraño en un cultivo de microorganismos, una bacteria extraña por ejemplo; al principio no provoca reacción, pero después, poco a poco va cambiando todo el medio ambiente.

—Sólo si es más fuerte —acotó sutilmente Lottie—. Si no, muere.

—Es verdad, y a mí no me gustaría que Toby muriera. En cierto sentido, él es mucho más fuerte. Nosotros somos todo intelecto y él es todo cuerpo, y sin embargo veo que nos está afectando a cada uno de nosotros. Todos tenemos una pequeña diferencia desde ayer, incluso Adreena.

—¿Adreena? —Lottie se sorprendió—. ¡Si es tan joven! De cualquier modo, quiere tanto a su padre, que no piensa en nadie más, cosa que no creo que le caiga bien a Shamira.

—No le cae bien —dijo Mariana—. Ella querría que Raoul se fuese de la casa, pero él no lo va a hacer hasta que vuelva Geno. A veces pienso que me gustaría que Raoul y Geno no vivieran juntos de nuevo; otras veces me alegro cuando Geno no está allí. Es todo tan difícil.

—No dejes que te afecte —dijo Lottie—, porque eso te someterá mucho.

—Tienes razón. Debe ser la influencia de Toby que nos está contaminando, que destruye nuestra independencia, pero igual es una persona agradable.

—Bueno, hasta luego —dijo Lottie—. Estoy cansada. Si no quieres hablar más, me voy. —Sin hacer ruido, salió de la habitación, tanto que Mariana no notó que se iba. Estaba hondamente preocupada.

Toby la había alterado de manera considerable. A ella le gustaba su manera fría, reflexiva y científica de encarar la vida, y le disgustaba tener que andar buscando a tientas otras facetas de su personalidad. El parecido con Geno también le molestaba; sin quererlo, le daba a él un modo de invadir terreno privado, esa parte de ella misma que reservaba para la relación con Geno, una relación de tipo superficial y abstracto que no llegaba hasta su ego ni le tocaba la mente. Pero Toby, siendo tan distinto de Geno, bien podía trasponer la superficialidad y tener acceso a partes de sí misma que estaban sumamente resguardadas contra cualquier tipo de intrusión. Temía el tipo de amor de Toby porque podía destruir. Ya no correspondía a esta época, sino que era característico de la gente que mataba y era matada, que era codiciosa, avara y materialista al mismo tiempo. Gente del cuerpo, y la gente de hoy era gente del intelecto. ¿Lo era? Impaciente, se propuso alejar a Toby de sus pensamientos. Por un tiempo, lo evitaría, no saldría más a volar con él. Después, quizás Shamira lo llevara a Inglaterra. A pesar de que había vivido los últimos años de su vida anterior en los Estados Unidos, Inglaterra era su lugar de nacimiento, y el hogar de su niñez.

Al pensar en Shamira, se acordó de Adreena, la Adreena jovencita y formada a medias. De inmediato, captó un mensaje de la niña. Tan absorta estaba en Toby, que su mente había ignorado la señal que le llegaba. Ahora la recibía con celeridad. Adreena quería hablar con ella.

—Ven en seguida —le transmitió—. Me estoy por ir a la cama, así que no demores. —Mientras esperaba, se bañó y cerró los postigos. Pronto apareció Adreena en el vano de puerta.

—¿Qué pasa? —preguntó Mariana con voz amable. Tenía la especial predilección por esta chica delgada, vital. Íntimamente, la consideraba atavística, una suerte de regresión a los tiempos de Toby.

—Nada en especial —respondió Adreena—. Quería saber cómo te había ido en el paseo con el antepasado. Yo no le pregunté, pero lo vi llegar. Él no me vio; parecía cansado… triste.

—¡Uy, Dios —exclamó Mariana—, eso me temía! —¿Que se sintiera triste?

—Sí. Es tan raro, tan distinto, tan difícil de comprender. Las sensaciones físicas son muy fuertes, y aún no terminó de desarrollar la mente. Me incomoda su compañía.

—¿Será porque se parece a Geno, y sin embargo no es Geno? —le preguntó Adreena.

—Supongo que sí. Nunca creí que pensaras mucho en Geno.

—Pienso mucho, y me alegro por Geno —respondió Adreena—. Si él está contigo, Raoul se queda con nosotros, cosa que a Shamira no le gusta porque no quiere que él me atraiga demasiado, pero yo me pongo contenta cuando Raoul está en casa con Shamira.

—Sin embargo, él es tu padre.

—Claro, pero también es un hombre, o de cualquier modo, una persona. Y a mí me gusta más que como un padre. Raoul un tipo interesante.

—Ya lo creo, muy interesante. ¿Y acaso no te pareció Toby interesante? El antepasado, como le dices.

—Sí. —Hizo una pausa, una larga pausa—. ¿Quieres ser amiga especial de él? —preguntó Adreena, por fin—. Espero que el motivo no sea por competir conmigo.

Así que ésta era la razón de su visita. Mariana se sorprendió, y se quedó algo disgustada. Cerró la mente; no debía dejar escapar los pensamientos. Shamira se alegraría de que el apego de Adreena por Raoul fuera debilitándose pero, ¿había considerado a fondo las implicancias de un apego por Toby? ¿Correspondería él a los sentimientos de la niña? Mariana pensó que era poco probable porque tenía la actitud típica de su época respecto de los jóvenes: altanero, distante, un poco despreciativo, un poco hostil. Para él, Adreena era sólo una niña, y por lo tanto, no estaba a su misma altura. Mariana se extrañó de que Adreena, tan sensible y perceptiva por lo común, no se hubiese dado cuenta de cuál sería la actitud de Toby.

Tenía razón yo —pensó Mariana—. Toby va a producir un cambio en todos nosotros, nos va a contaminar. Suspiró, lamentando quién sabe qué. La gente, de hoy estaba tan afianzada, que era imposible que un hombre pudiese cambiar algo. La humanidad había progresado mucho desde los tiempos de Toby. No muchos en años cronológicos, pero infinidad en entendimiento. Era lindo vivir en esta época. Cada ser perfecto en su propia personalidad, completamente solitario. Incluso el acto sexual para engendrar una criatura era una cosa distinta, externa. Una vez acabada la penetración física, el himen metafórico de la virginidad personal volvía a cerrarse, sin dejar huellas. El niño crecía y abandonaba el cuerpo de la madre; el cordón umbilical psíquico que lo unía con ella se cortaba gradualmente, hebra por hebra, y cuando se seccionaba el último vínculo, las dos personalidades quedaban separadas. De ahí en adelante, que ningún otro ser humano se atreviera a invadir ese ente privado, esa personalidad única y completa.

—¿En qué piensas? —preguntó Adreena.

—Pensaba —respondió lentamente Mariana—, en lo afortunados que somos por vivir en esta época, y no en la de Toby, en que la gente era sórdida y no hacía más que interferir en la vida de los demás, dirigiéndoles la mente, distorsionándoles la psiquis y maltratando sus cuerpos. Debe haber sido tremendo.

—Sí, seguro —concordó Adreena—, realmente espantoso.

—Su cara adquirió una expresión de placer diabólico al meditar sobre esta idea. Mariana estaba estupefacta; quería compadecerse de la niña porque pensaba que iba a sufrir, pero no se animó. Había algo de alborozo en la mirada y en el porte de Adreena que desafiaba la compasión de Mariana, devolviéndosela como una impertinencia no querida.

—Después, cuando vayan a Inglaterra —dijo Adreena, cambiando bruscamente de tema—, quiero ir yo también.

—Sí, cómo no, si así lo quieres, pero vamos recién dentro de unos días. Toby debe quedarse un tiempo en Inglaterra que es su país de origen, aunque luego se hizo norteamericano, y va a querer ver mejor los lugares que conocía.

—Sí, eso creo —afirmó Adreena—, y lo va a destrozar.

—¿Por qué? —Mariana se sorprendió.

—Cuando uno conoce algo o a alguien, y ese algo se destruye y cambia, duele. —El rostro movedizo de Adreena se aplacó un momento.

—¿Cómo lo sabes? —Mariana sintió que la niña la había aventajado, y esa idea la exasperaba—. Nosotros ya no sentimos ese tipo de pena, no amamos las posesiones ni las cosas transitorias. No entiendo cómo puedes afirmar con tanto énfasis que a Toby van a afectarle los cambios operados en Inglaterra. Él es inteligente, y no va a permitir que eso ocurra.

—Quizás. —Adreena levantó graciosamente un hombro como al descuido, y se dirigió a la puerta.

Mariana experimentó una súbita angustia.

—Adreena, no debe importarte si Toby parece un poco brusco. Espero que te des cuenta de que él cree que eres como su hijo Robin de 12 años, o sea, una niña. Y claro, en su época, una niña de doce años no era… como tú, por ejemplo.

—Sí, ya lo sé —respondió Adreena, y añadió confiada—, pero cambiará. —Al llegar a la puerta se dio vuelta—. Buenas noches —dijo—, y gracias por charlar conmigo.

—Hasta mañana. —Mariana esperó oír el ruido del remolino de aire que le indicara que Adreena se había alejado en su volador. ¡Ay! —pensó—, me temo que va a cambiar; tendría que estar contenta, pero no lo estoy.